Ayer se cumplieron dos años desde que me puse de novia con Esteban, y el fin de semana llegarĂa mi cumpleaños nĂşmero veintiuno. Esto me tenĂa especialmente de buen humor, aunque por lo general suelo estar contenta.Â
Al mirarme al espejo, en ropa interior, me sentĂ bien conmigo misma. PensĂ© que, con todo lo que estuve comiendo Ăşltimamente, iba a engordar; porque siempre tuve esa tendencia. Sin embargo mi cintura lucĂa más o menos igual que los Ăşltimos meses. No llego a ser rolliza, pero si algo corpulenta y caderona.Â
Mi cuerpo quedĂł mucho más estilizado luego de unos meses de gimnasio. Eso me llena de felicidad. Mis sutiles curvas pasaron a ser curvas prominentes. Ahora están mejor definidas, y mis glĂşteos más firmes y con una forma redondeada casi perfecta. SĂ, soy culona y me acompleja tener la cola caĂda; pero al menos puedo decir que no debo preocuparme por eso por un tiempo. Mi cola se ve fabulosa.Â
tengo buenas tetas y estoy orgullosa de esas. Nunca me interesĂł mucho mi apariencia fĂsica, hasta que empecĂ© el gimnasio y descubrĂ el cuerpo que puedo llegar a tener. Al fin y al cabo todo es cuestiĂłn de tonificar ciertos mĂşsculos.Â
Le voy a hacer un gran regalo a mi profesora del gim. Gracias a ella voy a festejar mis veintiún años viéndome espléndida.
Esteban siempre halagĂł mi figura, Ă©l me hace sentir como la mujer más hermosa del mundo; pero desde que estoy con Ă©l me siento un poco acomplejada. Es un chico alto, es mayor que yo por un año y hace bastante deporte; tiene un cuerpo fibroso y firme. Hubo veces en las que lleguĂ© a pensar que yo no era lo suficientemente bonita como para estar con Ă©l; aunque Esteban jamás me hizo sentir menos. Sin embargo ahora me siento esplĂ©ndida, creo que soy la novia perfecta para Ă©l.Â
Ahora mismo estoy atravesando una etapa un tanto superficialista; pero en realidad lo que más me gusta de Esteban es su forma de ser: simpático, divertido, amable. Creo que es el novio perfecto para mĂ.
Me encanta ir a su casa y quedarme a dormir con Ă©l. Como tiene su propio departamento, podemos hacer lo que queremos y nadie nos molesta. Pero esto no lo podemos hacer siempre. No quiero ser una novia tan invasiva y me gusta darle su espacio. Hay dĂas en los que Esteban se junta con algunos de sus amigos y por lo general no me deja ir, aunque ya conozco a varios de ellos. Le hice una pequeña escena de celos, pero despuĂ©s de un rato le dije que Ă©l tenĂa derecho a juntarse con sus amigos… asĂ como yo tengo derecho a juntarme con mis amigas. Eso dejĂł las cosas en iguales condiciones para los dos.
Mi cumpleaños serĂa el sábado, y ya tenĂa planeado salir a bailar con mis amigas. Como era viernes, pretendĂa pasar toda la noche con Esteban. Me vestĂ de forma casual, pero sexy. Me puse un pantalĂłn de jean color celeste, que ya estaba casi blanco por tanto uso; sin embargo era bien ajustado y ayudaba a resaltar mucho mi reciĂ©n adquirida figura. Lo acompañé con una simple remera con estampado, levemente escotada. Eso sĂ, me puse zapatos con plataforma, para levantar la cola… este pantalĂłn lo ameritaba.
SalĂ rumbo al departamento de mi novio.
Cuando abriĂł la puerta, me llevĂ© una gran sorpresa. Y no, no se debĂa a que habĂa organizado una fiesta de cumpleaños para mĂ, ni nada por el estilo. Le avisĂ© con tiempo que vendrĂa a pasar la noche del viernes con Ă©l, y asĂ festejar mi cumpleaños; pero allĂ estaban todos sus amigos.Â
—Hola, mi amor —lo saludé, rodeándolo con mis brazos. Le di un tierno beso en la boca.
Estaba enojada con Ă©l por haber invitado a sus amigos, tiene que soy una experta conteniendo mi furia. No querĂa armarle una escena delante de todos, pero Esteban y yo Ăbamos a hablar muy seriamente.Â
—QuĂ© sorpresa —dijo, con una sonrisa tĂmida.
ÂżCĂłmo quĂ© sorpresa? ¡Si avisĂ© que venĂa! QuerĂa acogotarlo, pero en lugar de eso sonreĂ, mientras una vena en mi frente latĂa, amenazando con estallar en cualquier momento.Â
—SĂ, amor —le dije, con bien actuada simpatĂa—. QuerĂa darte una pequeña sorpresa. Ya sabĂ©s a quĂ© me refiero —usĂ© mi mejor tono sensual, y pasĂ© un dedo por su pecho. NotĂ© la mirada de sus amigos sobre nosotros.Â
—Em… es bueno saberlo —se puso rojo.
—No sabĂa que iban a estar tus amigos.
—Este… yo tampoco sabĂa. Ellos tambiĂ©n decidieron darme una visita sorpresa.
—Pero estoy segura que mi sorpresa es mejor —me meneé suavemente, como una gata en celo.
—Sin dudas —asegurĂł mi novio, sabiendo que si llegaba a responder otra cosa serĂa brutalmente asesinado por una gata en celo—. VenĂ, pasá. A los chicos ya los conocĂ©s… bueno a un par de ellos. Él es Mauro —señalĂł al más bajo de los tres. TenĂa pelo negro y una barba de unos dĂas, que me dificultĂł un poco reconocerlo; pero sĂ, ya lo habĂa visto antes. Lo saludĂ© con un beso en la mejilla, mientras Esteban cerraba la puerta—. Ese otro es CĂ©sar. —Se referĂa a un pibe algo rechoncho, sin llegar a ser gordito, con el pelo castaño, como el de mi novio. TambiĂ©n me acerquĂ© a darle un beso en la mejilla. Al tercero no lo conocĂa, se trataba de un rubio tan alto como Esteban y con ojos celestes, me pareciĂł un pibe muy lindo—. Este es el que no conocĂ©s, se llama Juan Carlos.
—¿Qué tal Juan Carlos? Encantada.
—Hola, un gusto conocerte…
—Lorena. Pero pueden decirme Lore, o Loli.Â
—Perfecto. A mĂ generalmente me dicen Juan.Â
No pude evitar recorrer toda su anatomĂa con la mirada, hasta me detuve unos segundos en su paquete. Lo hice sin disimular, porque querĂa que Esteban se pusiera celoso. Esto era parte de mi plan de venganza por haber invitado a sus amigotes en la noche de mi cumpleaños.
—VenĂ un momentito, Esteban. Te quiero comentar algo.Â
Agarré a mi novio del brazo y prácticamente lo arrastré. Cuando caminé lo hice meneando mucho las caderas. Ojalá él también haya notado cómo sus amigos me miraban el culo. En especial el rubio lindo.
—¿No te acordás que te dije que iba a venir? —Le pregunté, cuando estuvimos solos en el cuarto.
—SĂ, sĂ… pero… es que ellos cayeron sin avisar. Les dije que vos ibas a venir, pero ellos dijeron que no les molestaba.
—¿Y no les dijiste que hoy Ăbamos a tener una noche especial?Â
Me mirĂł desconcertado.
—¿Especial por quĂ©?Â
¡El muy hijoeunagranputa se habĂa olvidado de mi cumpleaños! Y no solo eso, tampoco recordaba que estábamos cumpliendo nuestro segundo aniversario de novios. HabĂa pasado un dĂa de eso, pero no tuvimos ningĂşn festejo. Yo estaba reservando todo para hoy. No pretendĂa que Ă©l me llevara a cenar a algĂşn lugar elegante, o que me hiciera una fiesta sorpresa. Me bastaba con que pasáramos la noche juntos, mirando unas pelis… y cogiendo mucho.
QuerĂa estrangularlo ahĂ mismo, o casarme con Ă©l solo para poder pedirle el divorcio. Sin embargo se me ocurriĂł algo mucho mejor. Le habĂa declarado la guerra y Ă©l no lo sabĂa.Â
—No, por nada —dije—. Es que ando un poquito cachonda… ÂżsabĂ©s? —me mostrĂ© sensual—. TenĂa ganas de coger mucho; pero lo dejamos para más tarde, si es que tus amigos se van. Ahora, vamos a tomar una cerveza con ellos.
—Si querés les puedo decir que se vayan.
—No, no… no hace falta. Yo puedo esperar.Â
Mi plan de batalla requerĂa la presencia de sus amigos. UsarĂa el motivo de la discordia a mi favor.Â
CaminĂ© directamente hasta la cocina, que en realidad es parte del mismo ambiente del living comedor, solo está dividido por una barra americana. AgarrĂ© una cerveza bien frĂa de la heladera y algunos vasos. Me acerquĂ© a los amigos de mi novio y puse la botella en una mesita ratona, la destapĂ© y empecĂ© a llenar los vasos.
Me coloquĂ© en un punto estratĂ©gico. La mesita, al ser tan baja, me obligaba a agacharme mucho, y lo hice de la forma en la que una dama nunca deberĂa hacerlo: con todo el culo en pompa. Pude sentir la tensiĂłn de la tela del gastado jean contra mis nalgas, y especialmente en mi entrepierna.Â
CĂ©sar y Mauro estaban sentados en el sofá, ellos tenĂan la mejor visiĂłn, ya que mi culo les habĂa quedado prácticamente contra la cara. Me movĂ un poquito, apuntándolo hacia Juan Carlos, que estaba en un sillĂłn individual, a mi derecha. QuerĂa que Ă©l tambiĂ©n pudiera mirarme a gusto.Â
Era imposible que Esteban no se diera cuenta de cómo me miraban sus amigos; pero si lo notó no dijo nada. El que habló fue César, y al toque me di cuenta de que él era el más osado de los tres. Tomé nota de ese detalle.
—Te queda re bien este pantalón, —dijo.
—Muchas gracias —respondĂ con naturalidad—. Este pantalĂłn es viejo, pero hacĂa meses que no lo usaba, porque cuando engordĂ© un poco ya dejĂł de entrarme.
—Claro, es que te queda tan ajustado que si engordás veinte gramos ya no lo podés usar. Pero eso es justamente lo que lo hace tan llamativo.
—Yo estoy re contenta de poder usarlo otra vez, tuve que matarme unos meses en el gimnasio, para tener este culo; pero valió totalmente la pena —dà unas palmaditas a mis nalgas, empinando mucho la cola.
—No sĂ© cĂłmo estabas antes —se animĂł a decir Juan Carlos—, porque te conocĂ hoy. Pero tengo que admitir que tenĂ©s un culo hermoso. Estoy celoso de Esteban, ya quisiera yo tener una novia con ese culo.Â
Mi novio se riĂł con timidez. ÂżLe habĂa molestado el comentario de su amigo? Si asĂ fue, entonces me alegro mucho. Que se enoje.Â
En otro contexto me hubiera ofendido de que un pibe que recien conozco me hubiera halagado el culo de esa manera, frente a mi novio. Tal vez si Esteban no estuviera no me enojarĂa tanto, pero frente a Ă©l tenĂa que cumplir con el rol de “buena novia”. DebĂa decir algo como “Esta cola es solo de mi novio”. Sin embargo le habĂa declarado la guerra, por eso dije:
—Me alegra mucho que les guste mi culo. Pueden mirarlo todo lo que quieran, que a mà no me ofende. Al contrario, viniendo de ustedes, lo tomo como un halago. Me voy a poner contenta si me lo miran. Y si además me hacen algún halago, mejor. Me esforcé mucho por tener estas nalgas, me pone contenta que alguien sepa apreciarlas.
Eso último fue un palazo para mi novio, que llevaba varias semanas sin halagarme el culo, a pesar de lo mucho que me esforcé en el gimnasio.
Me inclinĂ© hacia adelante, más de lo necesario, todo mi orto quedĂł a centĂmetros de la cara de Juan Carlos. Le alcancĂ© un vaso a Mauro, otro CĂ©sar. GirĂ©, esta vez apuntando mi retaguardia hacia ellos dos, y le di su vaso a Juan Carlos. TomĂ© uno para mĂ, y allĂ fue cuando Esteban dijo:
—¿No me trajiste un vaso?
—Ay, no amor. Perdón… me olvidé.
—Está bien, no pasa nada.
—Vos sentate —le señalé el segundo sillón individual, que estaba enfrentado al de Juan Carlos—. Ya te busco un vaso.
No lo hice por ser servicial, sino porque querĂa tener alguna excusa para permanecer de pie. Mi intuiciĂłn femenina me advirtiĂł que los ojos de los amigos de mi novio estaban clavados en mi culo. Cuando agarrĂ© el vaso y volvĂ, comprobĂ© que era cierto. Incluso Juan Carlos habĂa girado mucho su cuello, porque la cocina estaba a su espalda.
—Te vas a quebrar el cuello —le dije entre risas.
—Es que esas nalgas son como un imán para los ojos
 —esta vez fue Mauro el que se animĂł a hablar, notĂ© que se habĂa tomado todo su vaso de cerveza, tal vez eso lo envalentonĂł.
—¡QuĂ© tarado! —exclamĂ©, entre risas; sus palabras me hicieron sentir realmente bien. Ni siquiera sentĂ pena por mi novio—. Voy a llevar otra cerveza, porque a esa no le queda más.Â
SaquĂ© otra botella de la heladera y volvĂ a la mesa ratona. Me tomĂ© un trago de mi vaso, estaba bien frĂa, como me gustaba a mĂ. Esta vez me demorĂ© un poco en destapar la cerveza, todo el tiempo le di la espalda a los amigos de mi novio.Â
—Tenés una novia muy linda —felicitó César a mi novio.
—Es muy cierto, siempre le digo lo linda que está.
“No siempre —pensé—. Pero hoy me conformo con que me lo digan tus amigos”.Â
—Además de ser linda, me “atiende” muy bien —AgregĂł mi novio, con una risita picarona.Â
Esteban aprovechĂł un segundo en el que yo girĂ© y mi culo quedĂł apuntando hacia Ă©l, pasĂł sus dedos por mi entrepierna presionando firmemente. A pesar de tener el jean puesto, lo sentĂ sobre los labios de mi vagina. lo hizo de forma rápida asĂ que no se si alguno lo notĂł. TomĂ© esta acciĂłn de mi novio como una forma de “marcar territorio”. Definitivamente las mujeres no somos las Ăşnicas que lo hacemos. Quizás se sintiĂł amenazado por las miradas lascivas de sus amigos y quiso recordarles a todos que mi culo le pertenecĂa.
—La vas a hacer poner colorada —dijo Mauro.
—Ay, si yo me ofendiera por un manoseo, no podrĂa estar de novia con este degenerado —dije sonriendo y señalando a mi novio con el pulgar.
—Se ve que te conoce bien —acotĂł Juan.Â
Me di cuenta de que tomĂ© la cerveza demasiado rápido y Ă©sta ya estaba surtiendo efecto en mĂ. Además, por más que estoy un poquito enojada con mi novio, tengo que reconocer que su descarado manoseo me excitĂł mucho; más de lo habitual. Tal vez se deba a que sus amigos fueron testigos del hecho. Eso me llevĂł a ser un poquito más descarada. Di media vuelta, apuntando mis grandes nalgas hacia los amigos de mi novio y dije:
—Me esforcĂ© tanto para tener este culo que cualquier halago me alegra el dĂa. Hasta me pone contenta saber que me miran el culo. En el gimnasio nunca falta el vivo que me manosee un poco el orto. Les aseguro que yo no soy de las que se ofenden por esas cosas.Â
Fui consciente de que básicamente estaba invitando a estos tipos a que me miraran el orto con descaro, que me hicieran halagos y que incluso me lo tocaran. El primero en animarse a decir algo fue CĂ©sar.Â
—Lorena, ese pantalĂłn te queda muy bien —asegurĂł.Â
Se lo agradecĂ. Su comentario fue bastante suave y educado. Sin embargo Mauro fue mucho más osado.
—Algo me dice que a ese culo no lo hiciste sentada —y tomó un largo trago de cerveza.
Se me revolviĂł el estĂłmago de puro gusto. Si querĂa vengarme con mi novio por haber olvidado mi cumpleaños, Ă©sta era la clase de comentarios que necesitaba. Además debo admitir que me puso un poquito cachonda que dijera eso… especialmente por la respuesta que yo tenĂa en mente. En otra ocasiĂłn no me hubiera animado a decirlo; pero esta vez no me importĂł.
—Eso depende —dije—. ÂżSentada en quĂ©? —todos soltaron una risotada, excepto mi novio—. Te puedo asegurar que hay cierto tipo de “sentadillas” que ayudan mucho a formar una buena cola. Y Ăşltimamente me sentĂ© en varias.Â
Una vez más esa ola de placer naciĂł en la boca de mi estĂłmago y recorriĂł todo mi cuerpo. Ese Ăşltimo comentario fue descarado y en parte surgiĂł del resentimiento; pero tambiĂ©n lo dije por puro morbo. El asunto de los manoseos en el gimnasio era totalmente real, incluso se lo comentĂ© alguna vez a Esteban. Él hubiera intervenido si yo no se lo hubiese prohibido. Le dije que yo misma me arreglarĂa con ese asunto. Lo cierto es que a mĂ me hace sentir muy bien entrar al gimnasio con un pantalĂłn bien ajustado y que todos los ojos se me claven en el orto. Y si alguno se acerca a tocar un poquito, tal vez yo colabore haciĂ©ndome la boluda. EmpezĂł como un jueguito inocente y de a poco se fue decantando en otra cosa. Algunos de mis compañeros habituales del gimnasio empezaron a notar que yo me dejaba tocar el culo sin oponer demasiada resistencia… y los manoseos se incrementaron. Especialmente en áreas que brindan un poco más de privacidad, como algĂşn vestuario o el baño.
CĂ©sar, que al parecer tenĂa una fijaciĂłn con la ropa ajustada, añadiĂł a su comentario anterior:
—Es genial que te animes a usar ese pantalĂłn. Marca mucho. La mayorĂa de las mujeres no se animarĂan a usarlo.Â
—Gracias… pero tiene su precio a pagar —aseguré—. Ajusta demasiado y me aprieta un poco en la zona de la cintura. A veces no sĂ© por quĂ© lo sigo usando.Â
—Si te aprieta mucho, desabrochalo —dijo mi novio. No me dio tiempo a responder. Se parĂł detrás de mĂ y desprendiĂł el botĂłn de mi pantalĂłn, además se tomĂł la libertad de bajar un poco el cierre, dejando a la vista la marca que habĂa dejado el pantalĂłn en mi piel. Como si fuera poco, todos se enteraron de que yo tenĂa puesta una tanga rosada.
Me dio la impresiĂłn de que Esteban me estaba declarando la guerra. Tal vez se molestĂł por mis comentarios y ahora pretendĂa hacerme pasar un momento vergonzoso frente a sus amigos. Pero está muy equivocado si piensa que yo voy a ceder tan rápido.Â
—Tengo que admitir que ahora me siento mucho mejor —dije, con una sonrisa.
AcariciĂ© las marcas horizontales que habĂan quedado en mi piel, por culpa del pantalĂłn. Ya se estaban borrando; mi intenciĂłn era atraer la mirada de todos hacia el pedacito de tanga que asomaba.
En el gimnasio me permità jugar un poco con eso, quitándome el pantalón en la puerta del vestuario y dejando que algún curioso me mirase el culo. Me encanta usar esas tangas deportivas en “V”. Son muy cómodas y dejan poco a la imaginación. Ideales para mostrar un poquito el orto en un gimnasio.
Pero ahora tenĂa puesta una tanga más bien erĂłtica, porque pretendĂa pasarla bien con mi novio. TenĂa pequeños detalles en encaje y era semi transparente. Mi depilado pubis se adivinaba por debajo de la tela de la tanga.Â
TomĂ© asiento sin volver a prender mi pantalĂłn, inevitablemente todos miraron cĂłmo habĂa quedado marcado mi vientre con la presiĂłn del jean.
—Te quedó muy colorado, ¿no te duele? —preguntó Mauro.
—SĂ, un poco. Me parece que no voy a poder seguir usando este pantalĂłn.Â
—Si hicieras eso, te puedo asegurar que pondrĂas muy triste a varios hombres —dijo Juan Carlos—, entre los cuales me incluyo.Â
—Lo siento mucho, pero es un sacrificio demasiado grande —respondĂ, echándome más en el sofá. LlevĂ© mi cola casi al borde y mi espalda contra el respaldar separando un poco las piernas.Â
Me quitĂ© las zapatillas para sentirme más cĂłmoda y acaricie la zona cercana al pubis, donde estaban las marcas dejadas por el pantalĂłn.Â
—Es cierto, se te marcĂł mucho —dijo CĂ©sar, quien se atreviĂł a pasar su mano por las marcas en mi piel. Definitivamente era el más atrevido, hasta mi novio se quedĂł mirándolo atĂłnito; aunque no le dijo nada.Â
Mauro y Juan Carlos trajeron más cervezas y continuamos tomando, charlando de cosas graciosas que nos ayudaban a romper un poco el hielo. Nos reĂamos mucho e incluso Esteban parecĂa estar disfrutando, a pesar de que sus amigos me miraban mucho.Â
De pronto CĂ©sar volviĂł a llevar el tema de conversaciĂłn a terreno sinuoso.
—Loli, ¿tenés alguna amiga que esté buena para presentarme? —me preguntó, mientras se tomaba el atrevimiento de acariciar mi vientre, muy cerca del inicio de la tanga.
—Tengo una amiga que se llama DĂ©bora, la conocĂ en el gimnasio. Está muy buena, tiene un culo mejor que el mĂo… y hace maravillas con la lengua —le guiñé un ojo—. Por eso me la reservo solo para mà —todos comenzaron a reĂrse, menos mi novio.
—Esa ya serĂa la Ăşltima —dijo Esteban, con fingida resignaciĂłn—. Además de cornudo, que sea por culpa de una mujer.
SĂ© que me excedĂ al decir eso; pero la cerveza ya estaba haciendo efecto en mĂ, y los amigos de mi novio me incitaban a comportarme de esa manera. Lo que Esteban tal vez no se imagine es que mis palabras tuvieron mucho más de verdad que de broma.
Cuando el asunto de los manoseos en el gimnasio se volvió algo prácticamente rutinario, la que no perdió oportunidad de tocarme el orto fue Débora… y ella fue la menos discreta. Hubo veces en las que me acarició la concha, por encima de la calza, frente a todo el resto de los miembros del gimnasio.
—¿Y vos cĂłmo sabĂ©s que es tan buena con la lengua? —PreguntĂł Mauro. NotĂ© que el chico se habĂa sonrojado, tal vez no estaba acostumbrado a hablar de estos temas frente a tanta gente.
—Mmmm… escuchĂ© algunos rumores.Â
Eso era cierto. Algunos compañeros del gimnasio me contaron que DĂ©bora era una excelente petera y que, cuando le ofrecĂan algo de buen tamaño, nunca se rehusaba a chuparla. Pero no fueron sĂłlo rumores. Pude verificar su talento en carne propia. Un dĂa nos estábamos duchando en el vestuario del gimnasio, las dos juntas, completamente desnudas. Los toqueteos de DĂ©bora se tornaron cada vez más candentes. Cuando me di cuenta de que la cosa iba en serio, y habĂa dejado de ser un simple juego, ya tenĂa dos dedos de ella bien metidos en la concha, y su lengua explorando hasta lo más recĂłndito de mi garganta. Todo mientras el agua tibia de la ducha nos caĂa sobre el cuerpo.
Me levanté a buscar otra cerveza, y mi novio me agarró una nalga.
—Al menos sé que yo soy el dueño de este culo.
—¿PerdĂłn? —preguntĂ©, seguĂ caminando para alejarme de Ă©l. No querĂa darle el gusto de disfrutar de mis nalgas—. Acá la Ăşnica dueña del culo soy yo; y puedo elegir quiĂ©n lo toca. —AgarrĂ© una cerveza de la heladera y volvĂ para servirla en los vasos que estaban en la mesa ratona. Me inclinĂ© y mis grandes nalgas quedaron muy cerca de la cara de CĂ©sar. Como sabĂa que Ă©l me estaba mirando, decidĂ ir más lejos con este jueguito—. ÂżHabrĂa alguna queja de tu parte si permito que CĂ©sar me toque el culo?Â
Me di un par de palmadas en una de mis nalgas, invitando al amigo de mi novio a tocar. Él no se hizo rogar, alargĂł su mano, en forma de garra, y atrapĂł una nalga con fuerza, subiĂł con sus dedos por toda la raya de mi cola. Eso fue pasarse un poco; pero no querĂa mostrar debilidad, asĂ que no dije nada y continuĂ© sirviendo las cervezas.
—¿Nosotros también podemos tantear? —Preguntó Juan Carlos, refiriéndose a él y a Mauro.
—Si, Âżpor quĂ© no? —dije, mirando a Esteban desafiante; Ă©l solo sonreĂa.Â
Si estaba sufriendo con mi actitud descarada, no daba muestras de ello… y justamente eso fue lo que me hizo enojar.Â
“¿Asà que te hacés el tipo superado, al que no le molesta que otros hombres le toquen el orto a su novia —pensé—. Bueno, vamos a ver si reaccionás un poco cuando la cosa se ponga peor”.
Mauro se puso de piĂ© y al unĂsono ambos me agarraron la cola, uno cada nalga, yo la mantenĂa firme y levantada.Â
—Para que aprendas que no sos dueño de nada —le dije a mi novio, desafiante.
—Si que soy dueño de algo, a esto lo comprĂ© yo. —Se referĂa al corpiño que tenĂa puesto—. AsĂ que devolvelo, se lo voy a regalar a otra que lo aprecie mejor.Â
Sin darme tiempo a reaccionar, levantĂł la parte de atrás de mi remera y desprendiĂł el corpiño con suma facilidad. Me lo quitĂł de un tirĂłn y mis tetas rebotaron un poco. SabĂa que lo hacĂa como venganza por mi comportamiento. Cuando acomodĂ© mi remera me di cuenta de que se se me notaban bastante lo pezones. Esteban dejĂł el corpiño a su lado y me mirĂł expectante.
—Regalaselo a quien quiera —dije, manteniendo mi actitud desafiante—. A ver dĂłnde encontrás otra que las tenga asà —dije agarrándome las tetas con ambas manos, no son gigantes pero sĂ tienen buen tamaño. Estoy orgullosa de mis tetas, aunque más de mi culo.Â
—TenĂ©s una marca ahà —dijo Mauro, que se habĂa puesto de piĂ© frente a mĂ y podĂa ver dentro de mi escote.
—Si, este zarpado me la hizo —señalĂ© a mi novio.Â
BajĂ© un poco el cuello de mi remera y les mostrĂ© buena parte de mi teta izquierda, casi llegando al pezĂłn. PodĂa verse una marca violácea, era un chupĂłn que me habĂa hecho Esteban hacĂa unos dĂas.
—Tenés muy buenas tetas —dijo César. Pero yo ignoré su comentario y seguà hablando de las marcas en mi piel.
—Además, como si fuera poco —di media vuelta, bajĂ© un poco mi pantalĂłn, mostrándoles más de la mitad de mi cola junto con la tanga que se me metĂa en la raya
—. TambiĂ©n me dejĂł toda marcada y arañada ahà —era cierto, tenĂa marcas en la cola que Esteban habĂa hecho en un momento de calentura—. A veces nos ponemos un poquito… salvajes —dije, con picardĂa—. Pero el muy tarado me mordiĂł una nalga.
—Yo lo entiendo, —dijo Mauro—. Ese culo provoca morderlo —volvió a acariciar todo mi culo.
—Puede ser, y a mĂ no me molesta un poquito de sexo duro; soy bastante pasional. Pero no me gusta que me muerdan. No me harĂa nada mal si me tratase con un poquito de suavidad, de vez en cuando
—¿CĂłmo? ÂżAsĂ? —preguntĂł Esteban, al mismo tiempo que metĂa su mano dentro del pantalĂłn.Â
Al parecer mi novio estaba contraatacando, y su intenciĂłn era humillarme frente a sus amigos. Su mano llegĂł hasta mi entrepierna, comenzĂł a frotarme la vagina por arriba de la bombacha sin ningĂşn tipo de pudor, me masajeaba el clĂtoris en cĂrculo y me masajeaba los labios.
—¡No, pará, tarado! Me la vas a mojar toda —le supliquĂ©, y ciertamente sentĂa como mi concha se iba humedeciendo. Él comenzĂł a bajarme el jean, Mauro y Juan lo ayudaron—. No, esperen ÂżQuĂ© hacen?
—¿No era que no te daban vergĂĽenza mostrar el culo? —PreguntĂł mi novio, echándome en cara mis propias palabras, mientras terminaban de quitarme pantalĂłn. Hasta las zapatillas me quitaron. QuedĂ© solo con la tanga y la remera, que marcaba de forma exagerada mis duros pezones.Â
Â
Me di cuenta de que si yo mostraba signos de vergĂĽenza, mi novio estarĂa ganando puntos en esta guerra declarada. Por eso, a pesar de la incomodidad que me generaba estar prácticamente desnuda frente a sus amigos, me mantuve calmada y hablĂ© en tono casual.
—DecĂ que me depilĂ© hoy, sino se me notarĂan todos los canutos —dije, refiriĂ©ndome a mi ropa interior semitransparente.Â
La tanga dejaba ver casi a la perfecciĂłn la zona donde deberĂa haber pelitos; pero tapaba mejor abajo, donde se encontraba mi vagina. AllĂ solo se marcaba un poco la silueta de mis labios. CĂ©sar aprovechĂł para tocarme otra vez la cola, sin embargo en esta ocasiĂłn pasĂł sus dedos entre los labios de mi concha.
—¿PodĂ©s traer otra cerveza? —PreguntĂł Esteban. Él no podĂa ver la forma en la que su amigo me estaba tocando.Â
AccedĂ. Mientras iba hacia la cocina, ellos aprovecharon para mirarme el culo. Ni siquiera tuve que darme vuelta para corroborarlo; era obvio.Â
Cuando regresé vi a Juan Carlos sentado en mi lugar. Los tres amigos de mi novio ocupaban el mismo sofá.
—Me sacaste el lugar —le reproché dejando la cerveza en la mesa. Al agacharme les debo haber brindando una imagen bien detallada de mi concha entangada.
—Te quedĂł mi lugar —dijo, señalando el sillĂłn vacĂo.
—No, dejá, me voy a sentar acá, con mi amigo César, que parece ser buena persona —diciendo esto, me senté en la falda del chico. Él abrió grande los ojos y miró a Esteban, como éste sólo le mostraba una sonrisa cómplice, se tranquilizó.
—Ese fue un error —asegurĂł Juan Carlos—. CĂ©sar es el más degenerado de los cuatro.Â
SabĂa que eso era cierto, porque CĂ©sar era el que más se zarpaba con los comentarios y manoseos; pero mi intenciĂłn era provocar a mi novio. A los pocos segundos de estar sentada sobre CĂ©sar, comencĂ© a sentir un bulto contra mi cola.
—No es que sea degenerado —se defendiĂł el aludido—. Lo que pasa es que este culo incita a tocarlo… y estos timbres ÂżquiĂ©n no se muere de ganas de apretarlos? —llevĂł sus manos hasta mis tetas y me pellizcĂł los pezones, al unĂsono, por encima de la tela de la remera. Ese acto impertinente me hizo vibrar de calentura.
DespuĂ©s de este manoseo, me acostĂ© a lo ancho del sillĂłn. QuedĂ© la espalda apoyada en las piernas de Mauro y Juan Carlos. Mi cola permaneciĂł sobre el bulto de CĂ©sar, que no paraba de crecer.Â
Ellos siguieron conversando sobre mĂ, halagando mis piernas, mis tetas, mi culo… y hasta mi concha. Esteban les contĂł una versiĂłn resumida de cĂłmo nos conocimos. Fue en una discoteca y la primera noche yo le chupĂ© la pija. Desde ahĂ supo que querĂa salir conmigo todos los fines de semana. Mientras tanto CĂ©sar, aprovechando la cercanĂa que tenĂa a mi entrepierna, llevĂł su mano hasta mi vagina. ComenzĂł a darme suaves masajes por arriba de la tanga, centrándose especialmente en la zona de mi clĂtoris. No le dije nada. CerrĂ© los ojos y disfrutĂ©. Todo me daba vueltas, pero se sentĂa de maravilla. PodĂa sentir mi sexo caliente y viscoso.Â
Me puse de piĂ© para poner mĂşsica, todos se levantaron para buscar más cerveza o algo para picar. Me acerquĂ© a la computadora de Esteban y empecĂ© a buscar alguna buena lista de reproducciĂłn en Spotify. Como estaba de pie, algo inclinada hacia adelante, Mauro y Juan Carlos aprovecharon. Se me acercaron como lobos ante una presa y pusieron sus manos en mi cola, como no les dije nada, recorrieron toda mi concha con sus dedos, mientras me sugerĂan canciones.Â
Cuando me acerqué a Esteban éste me abrazó y me puso de espaldas a él también se dio a la tarea de frotarme la vagina.
—Que calentito está esto —dijo refiriéndose a mi sexo.
—Es por culpa de tus amigos, que se aprovechan y me mandan mano —me defendĂ.
—Se ve que mucho no te molesta —agregó, metiendo su mano dentro de mi tanga y tocandome la concha. Luego comenzó a bajarme la tanga.
—¡Hey, deberĂas defenderme, no ponerte de parte de ellos! —Me quejĂ© mientras mi sonrosada concha quedaba a la vista de todos los presentes.Â
—Yo solo quiero que vean cĂłmo se te moja.Â
Si Ă©sto era una treta para inhibirme, no estaba funcionando. Me provocĂł mucho morbo que sus amigos me vieran desnuda. Esteban me metiĂł dos dedos en la concha y los moviĂł un poco, cuando los sacĂł estaban impregnados de una sustancia viscosa y transparente.Â
Me apartĂ© de Ă©l y fui en busca de otro vaso de cerveza. Estaba bien frĂa y me refrescĂł la garganta. Juan Carlos se me acercĂł por detrás y sin pedir permiso, comenzĂł a acariciarme la concha. No metiĂł sus dedos, pero sĂ pudo disfrutar de la humedad de mis labios vaginales. Cuando Ă©l se apartĂł, luego de pocos segundos, Mauro, que pasaba de forma casual por detrás de mĂ, tambiĂ©n aprovechĂł para tocarme la cola. Él sĂ se tomĂł el atrevimiento de meter uno de sus dedos en mi concha, tan adentro como le fue posible. Lo clavĂł tan hondo que me obligĂł a ponerme en puntas de piĂ©.
Ya no me sentĂa incĂłmoda, al contrario, la cerveza se me habĂa subido un poco a la cabeza y todo me parecĂa de lo más lindo. RodeĂ© el cuello de Esteban con mis brazos y le di un cariñoso beso, al mismo tiempo CĂ©sar tambiĂ©n hacĂa su tanteo vaginal, jugando con mis labios. BajĂ© una de mis manos y moviĂ©ndola rápido hacia atrás, sin mirar, agarrĂ© el bulto de CĂ©sar por arriba de su pantalĂłn. Lo apretĂ© y notĂ© que la tenĂa completamente dura. Luego me alejĂ© de Ă©l y fui hasta la heladera a buscar más cerveza.
Continuará...
Al mirarme al espejo, en ropa interior, me sentĂ bien conmigo misma. PensĂ© que, con todo lo que estuve comiendo Ăşltimamente, iba a engordar; porque siempre tuve esa tendencia. Sin embargo mi cintura lucĂa más o menos igual que los Ăşltimos meses. No llego a ser rolliza, pero si algo corpulenta y caderona.Â
Mi cuerpo quedĂł mucho más estilizado luego de unos meses de gimnasio. Eso me llena de felicidad. Mis sutiles curvas pasaron a ser curvas prominentes. Ahora están mejor definidas, y mis glĂşteos más firmes y con una forma redondeada casi perfecta. SĂ, soy culona y me acompleja tener la cola caĂda; pero al menos puedo decir que no debo preocuparme por eso por un tiempo. Mi cola se ve fabulosa.Â
tengo buenas tetas y estoy orgullosa de esas. Nunca me interesĂł mucho mi apariencia fĂsica, hasta que empecĂ© el gimnasio y descubrĂ el cuerpo que puedo llegar a tener. Al fin y al cabo todo es cuestiĂłn de tonificar ciertos mĂşsculos.Â
Le voy a hacer un gran regalo a mi profesora del gim. Gracias a ella voy a festejar mis veintiún años viéndome espléndida.
Esteban siempre halagĂł mi figura, Ă©l me hace sentir como la mujer más hermosa del mundo; pero desde que estoy con Ă©l me siento un poco acomplejada. Es un chico alto, es mayor que yo por un año y hace bastante deporte; tiene un cuerpo fibroso y firme. Hubo veces en las que lleguĂ© a pensar que yo no era lo suficientemente bonita como para estar con Ă©l; aunque Esteban jamás me hizo sentir menos. Sin embargo ahora me siento esplĂ©ndida, creo que soy la novia perfecta para Ă©l.Â
Ahora mismo estoy atravesando una etapa un tanto superficialista; pero en realidad lo que más me gusta de Esteban es su forma de ser: simpático, divertido, amable. Creo que es el novio perfecto para mĂ.
Me encanta ir a su casa y quedarme a dormir con Ă©l. Como tiene su propio departamento, podemos hacer lo que queremos y nadie nos molesta. Pero esto no lo podemos hacer siempre. No quiero ser una novia tan invasiva y me gusta darle su espacio. Hay dĂas en los que Esteban se junta con algunos de sus amigos y por lo general no me deja ir, aunque ya conozco a varios de ellos. Le hice una pequeña escena de celos, pero despuĂ©s de un rato le dije que Ă©l tenĂa derecho a juntarse con sus amigos… asĂ como yo tengo derecho a juntarme con mis amigas. Eso dejĂł las cosas en iguales condiciones para los dos.
Mi cumpleaños serĂa el sábado, y ya tenĂa planeado salir a bailar con mis amigas. Como era viernes, pretendĂa pasar toda la noche con Esteban. Me vestĂ de forma casual, pero sexy. Me puse un pantalĂłn de jean color celeste, que ya estaba casi blanco por tanto uso; sin embargo era bien ajustado y ayudaba a resaltar mucho mi reciĂ©n adquirida figura. Lo acompañé con una simple remera con estampado, levemente escotada. Eso sĂ, me puse zapatos con plataforma, para levantar la cola… este pantalĂłn lo ameritaba.
SalĂ rumbo al departamento de mi novio.
Cuando abriĂł la puerta, me llevĂ© una gran sorpresa. Y no, no se debĂa a que habĂa organizado una fiesta de cumpleaños para mĂ, ni nada por el estilo. Le avisĂ© con tiempo que vendrĂa a pasar la noche del viernes con Ă©l, y asĂ festejar mi cumpleaños; pero allĂ estaban todos sus amigos.Â
—Hola, mi amor —lo saludé, rodeándolo con mis brazos. Le di un tierno beso en la boca.
Estaba enojada con Ă©l por haber invitado a sus amigos, tiene que soy una experta conteniendo mi furia. No querĂa armarle una escena delante de todos, pero Esteban y yo Ăbamos a hablar muy seriamente.Â
—QuĂ© sorpresa —dijo, con una sonrisa tĂmida.
ÂżCĂłmo quĂ© sorpresa? ¡Si avisĂ© que venĂa! QuerĂa acogotarlo, pero en lugar de eso sonreĂ, mientras una vena en mi frente latĂa, amenazando con estallar en cualquier momento.Â
—SĂ, amor —le dije, con bien actuada simpatĂa—. QuerĂa darte una pequeña sorpresa. Ya sabĂ©s a quĂ© me refiero —usĂ© mi mejor tono sensual, y pasĂ© un dedo por su pecho. NotĂ© la mirada de sus amigos sobre nosotros.Â
—Em… es bueno saberlo —se puso rojo.
—No sabĂa que iban a estar tus amigos.
—Este… yo tampoco sabĂa. Ellos tambiĂ©n decidieron darme una visita sorpresa.
—Pero estoy segura que mi sorpresa es mejor —me meneé suavemente, como una gata en celo.
—Sin dudas —asegurĂł mi novio, sabiendo que si llegaba a responder otra cosa serĂa brutalmente asesinado por una gata en celo—. VenĂ, pasá. A los chicos ya los conocĂ©s… bueno a un par de ellos. Él es Mauro —señalĂł al más bajo de los tres. TenĂa pelo negro y una barba de unos dĂas, que me dificultĂł un poco reconocerlo; pero sĂ, ya lo habĂa visto antes. Lo saludĂ© con un beso en la mejilla, mientras Esteban cerraba la puerta—. Ese otro es CĂ©sar. —Se referĂa a un pibe algo rechoncho, sin llegar a ser gordito, con el pelo castaño, como el de mi novio. TambiĂ©n me acerquĂ© a darle un beso en la mejilla. Al tercero no lo conocĂa, se trataba de un rubio tan alto como Esteban y con ojos celestes, me pareciĂł un pibe muy lindo—. Este es el que no conocĂ©s, se llama Juan Carlos.
—¿Qué tal Juan Carlos? Encantada.
—Hola, un gusto conocerte…
—Lorena. Pero pueden decirme Lore, o Loli.Â
—Perfecto. A mĂ generalmente me dicen Juan.Â
No pude evitar recorrer toda su anatomĂa con la mirada, hasta me detuve unos segundos en su paquete. Lo hice sin disimular, porque querĂa que Esteban se pusiera celoso. Esto era parte de mi plan de venganza por haber invitado a sus amigotes en la noche de mi cumpleaños.
—VenĂ un momentito, Esteban. Te quiero comentar algo.Â
Agarré a mi novio del brazo y prácticamente lo arrastré. Cuando caminé lo hice meneando mucho las caderas. Ojalá él también haya notado cómo sus amigos me miraban el culo. En especial el rubio lindo.
—¿No te acordás que te dije que iba a venir? —Le pregunté, cuando estuvimos solos en el cuarto.
—SĂ, sĂ… pero… es que ellos cayeron sin avisar. Les dije que vos ibas a venir, pero ellos dijeron que no les molestaba.
—¿Y no les dijiste que hoy Ăbamos a tener una noche especial?Â
Me mirĂł desconcertado.
—¿Especial por quĂ©?Â
¡El muy hijoeunagranputa se habĂa olvidado de mi cumpleaños! Y no solo eso, tampoco recordaba que estábamos cumpliendo nuestro segundo aniversario de novios. HabĂa pasado un dĂa de eso, pero no tuvimos ningĂşn festejo. Yo estaba reservando todo para hoy. No pretendĂa que Ă©l me llevara a cenar a algĂşn lugar elegante, o que me hiciera una fiesta sorpresa. Me bastaba con que pasáramos la noche juntos, mirando unas pelis… y cogiendo mucho.
QuerĂa estrangularlo ahĂ mismo, o casarme con Ă©l solo para poder pedirle el divorcio. Sin embargo se me ocurriĂł algo mucho mejor. Le habĂa declarado la guerra y Ă©l no lo sabĂa.Â
—No, por nada —dije—. Es que ando un poquito cachonda… ÂżsabĂ©s? —me mostrĂ© sensual—. TenĂa ganas de coger mucho; pero lo dejamos para más tarde, si es que tus amigos se van. Ahora, vamos a tomar una cerveza con ellos.
—Si querés les puedo decir que se vayan.
—No, no… no hace falta. Yo puedo esperar.Â
Mi plan de batalla requerĂa la presencia de sus amigos. UsarĂa el motivo de la discordia a mi favor.Â
CaminĂ© directamente hasta la cocina, que en realidad es parte del mismo ambiente del living comedor, solo está dividido por una barra americana. AgarrĂ© una cerveza bien frĂa de la heladera y algunos vasos. Me acerquĂ© a los amigos de mi novio y puse la botella en una mesita ratona, la destapĂ© y empecĂ© a llenar los vasos.
Me coloquĂ© en un punto estratĂ©gico. La mesita, al ser tan baja, me obligaba a agacharme mucho, y lo hice de la forma en la que una dama nunca deberĂa hacerlo: con todo el culo en pompa. Pude sentir la tensiĂłn de la tela del gastado jean contra mis nalgas, y especialmente en mi entrepierna.Â
CĂ©sar y Mauro estaban sentados en el sofá, ellos tenĂan la mejor visiĂłn, ya que mi culo les habĂa quedado prácticamente contra la cara. Me movĂ un poquito, apuntándolo hacia Juan Carlos, que estaba en un sillĂłn individual, a mi derecha. QuerĂa que Ă©l tambiĂ©n pudiera mirarme a gusto.Â
Era imposible que Esteban no se diera cuenta de cómo me miraban sus amigos; pero si lo notó no dijo nada. El que habló fue César, y al toque me di cuenta de que él era el más osado de los tres. Tomé nota de ese detalle.
—Te queda re bien este pantalón, —dijo.
—Muchas gracias —respondĂ con naturalidad—. Este pantalĂłn es viejo, pero hacĂa meses que no lo usaba, porque cuando engordĂ© un poco ya dejĂł de entrarme.
—Claro, es que te queda tan ajustado que si engordás veinte gramos ya no lo podés usar. Pero eso es justamente lo que lo hace tan llamativo.
—Yo estoy re contenta de poder usarlo otra vez, tuve que matarme unos meses en el gimnasio, para tener este culo; pero valió totalmente la pena —dà unas palmaditas a mis nalgas, empinando mucho la cola.
—No sĂ© cĂłmo estabas antes —se animĂł a decir Juan Carlos—, porque te conocĂ hoy. Pero tengo que admitir que tenĂ©s un culo hermoso. Estoy celoso de Esteban, ya quisiera yo tener una novia con ese culo.Â
Mi novio se riĂł con timidez. ÂżLe habĂa molestado el comentario de su amigo? Si asĂ fue, entonces me alegro mucho. Que se enoje.Â
En otro contexto me hubiera ofendido de que un pibe que recien conozco me hubiera halagado el culo de esa manera, frente a mi novio. Tal vez si Esteban no estuviera no me enojarĂa tanto, pero frente a Ă©l tenĂa que cumplir con el rol de “buena novia”. DebĂa decir algo como “Esta cola es solo de mi novio”. Sin embargo le habĂa declarado la guerra, por eso dije:
—Me alegra mucho que les guste mi culo. Pueden mirarlo todo lo que quieran, que a mà no me ofende. Al contrario, viniendo de ustedes, lo tomo como un halago. Me voy a poner contenta si me lo miran. Y si además me hacen algún halago, mejor. Me esforcé mucho por tener estas nalgas, me pone contenta que alguien sepa apreciarlas.
Eso último fue un palazo para mi novio, que llevaba varias semanas sin halagarme el culo, a pesar de lo mucho que me esforcé en el gimnasio.
Me inclinĂ© hacia adelante, más de lo necesario, todo mi orto quedĂł a centĂmetros de la cara de Juan Carlos. Le alcancĂ© un vaso a Mauro, otro CĂ©sar. GirĂ©, esta vez apuntando mi retaguardia hacia ellos dos, y le di su vaso a Juan Carlos. TomĂ© uno para mĂ, y allĂ fue cuando Esteban dijo:
—¿No me trajiste un vaso?
—Ay, no amor. Perdón… me olvidé.
—Está bien, no pasa nada.
—Vos sentate —le señalé el segundo sillón individual, que estaba enfrentado al de Juan Carlos—. Ya te busco un vaso.
No lo hice por ser servicial, sino porque querĂa tener alguna excusa para permanecer de pie. Mi intuiciĂłn femenina me advirtiĂł que los ojos de los amigos de mi novio estaban clavados en mi culo. Cuando agarrĂ© el vaso y volvĂ, comprobĂ© que era cierto. Incluso Juan Carlos habĂa girado mucho su cuello, porque la cocina estaba a su espalda.
—Te vas a quebrar el cuello —le dije entre risas.
—Es que esas nalgas son como un imán para los ojos
 —esta vez fue Mauro el que se animĂł a hablar, notĂ© que se habĂa tomado todo su vaso de cerveza, tal vez eso lo envalentonĂł.
—¡QuĂ© tarado! —exclamĂ©, entre risas; sus palabras me hicieron sentir realmente bien. Ni siquiera sentĂ pena por mi novio—. Voy a llevar otra cerveza, porque a esa no le queda más.Â
SaquĂ© otra botella de la heladera y volvĂ a la mesa ratona. Me tomĂ© un trago de mi vaso, estaba bien frĂa, como me gustaba a mĂ. Esta vez me demorĂ© un poco en destapar la cerveza, todo el tiempo le di la espalda a los amigos de mi novio.Â
—Tenés una novia muy linda —felicitó César a mi novio.
—Es muy cierto, siempre le digo lo linda que está.
“No siempre —pensé—. Pero hoy me conformo con que me lo digan tus amigos”.Â
—Además de ser linda, me “atiende” muy bien —AgregĂł mi novio, con una risita picarona.Â
Esteban aprovechĂł un segundo en el que yo girĂ© y mi culo quedĂł apuntando hacia Ă©l, pasĂł sus dedos por mi entrepierna presionando firmemente. A pesar de tener el jean puesto, lo sentĂ sobre los labios de mi vagina. lo hizo de forma rápida asĂ que no se si alguno lo notĂł. TomĂ© esta acciĂłn de mi novio como una forma de “marcar territorio”. Definitivamente las mujeres no somos las Ăşnicas que lo hacemos. Quizás se sintiĂł amenazado por las miradas lascivas de sus amigos y quiso recordarles a todos que mi culo le pertenecĂa.
—La vas a hacer poner colorada —dijo Mauro.
—Ay, si yo me ofendiera por un manoseo, no podrĂa estar de novia con este degenerado —dije sonriendo y señalando a mi novio con el pulgar.
—Se ve que te conoce bien —acotĂł Juan.Â
Me di cuenta de que tomĂ© la cerveza demasiado rápido y Ă©sta ya estaba surtiendo efecto en mĂ. Además, por más que estoy un poquito enojada con mi novio, tengo que reconocer que su descarado manoseo me excitĂł mucho; más de lo habitual. Tal vez se deba a que sus amigos fueron testigos del hecho. Eso me llevĂł a ser un poquito más descarada. Di media vuelta, apuntando mis grandes nalgas hacia los amigos de mi novio y dije:
—Me esforcĂ© tanto para tener este culo que cualquier halago me alegra el dĂa. Hasta me pone contenta saber que me miran el culo. En el gimnasio nunca falta el vivo que me manosee un poco el orto. Les aseguro que yo no soy de las que se ofenden por esas cosas.Â
Fui consciente de que básicamente estaba invitando a estos tipos a que me miraran el orto con descaro, que me hicieran halagos y que incluso me lo tocaran. El primero en animarse a decir algo fue CĂ©sar.Â
—Lorena, ese pantalĂłn te queda muy bien —asegurĂł.Â
Se lo agradecĂ. Su comentario fue bastante suave y educado. Sin embargo Mauro fue mucho más osado.
—Algo me dice que a ese culo no lo hiciste sentada —y tomó un largo trago de cerveza.
Se me revolviĂł el estĂłmago de puro gusto. Si querĂa vengarme con mi novio por haber olvidado mi cumpleaños, Ă©sta era la clase de comentarios que necesitaba. Además debo admitir que me puso un poquito cachonda que dijera eso… especialmente por la respuesta que yo tenĂa en mente. En otra ocasiĂłn no me hubiera animado a decirlo; pero esta vez no me importĂł.
—Eso depende —dije—. ÂżSentada en quĂ©? —todos soltaron una risotada, excepto mi novio—. Te puedo asegurar que hay cierto tipo de “sentadillas” que ayudan mucho a formar una buena cola. Y Ăşltimamente me sentĂ© en varias.Â
Una vez más esa ola de placer naciĂł en la boca de mi estĂłmago y recorriĂł todo mi cuerpo. Ese Ăşltimo comentario fue descarado y en parte surgiĂł del resentimiento; pero tambiĂ©n lo dije por puro morbo. El asunto de los manoseos en el gimnasio era totalmente real, incluso se lo comentĂ© alguna vez a Esteban. Él hubiera intervenido si yo no se lo hubiese prohibido. Le dije que yo misma me arreglarĂa con ese asunto. Lo cierto es que a mĂ me hace sentir muy bien entrar al gimnasio con un pantalĂłn bien ajustado y que todos los ojos se me claven en el orto. Y si alguno se acerca a tocar un poquito, tal vez yo colabore haciĂ©ndome la boluda. EmpezĂł como un jueguito inocente y de a poco se fue decantando en otra cosa. Algunos de mis compañeros habituales del gimnasio empezaron a notar que yo me dejaba tocar el culo sin oponer demasiada resistencia… y los manoseos se incrementaron. Especialmente en áreas que brindan un poco más de privacidad, como algĂşn vestuario o el baño.
CĂ©sar, que al parecer tenĂa una fijaciĂłn con la ropa ajustada, añadiĂł a su comentario anterior:
—Es genial que te animes a usar ese pantalĂłn. Marca mucho. La mayorĂa de las mujeres no se animarĂan a usarlo.Â
—Gracias… pero tiene su precio a pagar —aseguré—. Ajusta demasiado y me aprieta un poco en la zona de la cintura. A veces no sĂ© por quĂ© lo sigo usando.Â
—Si te aprieta mucho, desabrochalo —dijo mi novio. No me dio tiempo a responder. Se parĂł detrás de mĂ y desprendiĂł el botĂłn de mi pantalĂłn, además se tomĂł la libertad de bajar un poco el cierre, dejando a la vista la marca que habĂa dejado el pantalĂłn en mi piel. Como si fuera poco, todos se enteraron de que yo tenĂa puesta una tanga rosada.
Me dio la impresiĂłn de que Esteban me estaba declarando la guerra. Tal vez se molestĂł por mis comentarios y ahora pretendĂa hacerme pasar un momento vergonzoso frente a sus amigos. Pero está muy equivocado si piensa que yo voy a ceder tan rápido.Â
—Tengo que admitir que ahora me siento mucho mejor —dije, con una sonrisa.
AcariciĂ© las marcas horizontales que habĂan quedado en mi piel, por culpa del pantalĂłn. Ya se estaban borrando; mi intenciĂłn era atraer la mirada de todos hacia el pedacito de tanga que asomaba.
En el gimnasio me permità jugar un poco con eso, quitándome el pantalón en la puerta del vestuario y dejando que algún curioso me mirase el culo. Me encanta usar esas tangas deportivas en “V”. Son muy cómodas y dejan poco a la imaginación. Ideales para mostrar un poquito el orto en un gimnasio.
Pero ahora tenĂa puesta una tanga más bien erĂłtica, porque pretendĂa pasarla bien con mi novio. TenĂa pequeños detalles en encaje y era semi transparente. Mi depilado pubis se adivinaba por debajo de la tela de la tanga.Â
TomĂ© asiento sin volver a prender mi pantalĂłn, inevitablemente todos miraron cĂłmo habĂa quedado marcado mi vientre con la presiĂłn del jean.
—Te quedó muy colorado, ¿no te duele? —preguntó Mauro.
—SĂ, un poco. Me parece que no voy a poder seguir usando este pantalĂłn.Â
—Si hicieras eso, te puedo asegurar que pondrĂas muy triste a varios hombres —dijo Juan Carlos—, entre los cuales me incluyo.Â
—Lo siento mucho, pero es un sacrificio demasiado grande —respondĂ, echándome más en el sofá. LlevĂ© mi cola casi al borde y mi espalda contra el respaldar separando un poco las piernas.Â
Me quitĂ© las zapatillas para sentirme más cĂłmoda y acaricie la zona cercana al pubis, donde estaban las marcas dejadas por el pantalĂłn.Â
—Es cierto, se te marcĂł mucho —dijo CĂ©sar, quien se atreviĂł a pasar su mano por las marcas en mi piel. Definitivamente era el más atrevido, hasta mi novio se quedĂł mirándolo atĂłnito; aunque no le dijo nada.Â
Mauro y Juan Carlos trajeron más cervezas y continuamos tomando, charlando de cosas graciosas que nos ayudaban a romper un poco el hielo. Nos reĂamos mucho e incluso Esteban parecĂa estar disfrutando, a pesar de que sus amigos me miraban mucho.Â
De pronto CĂ©sar volviĂł a llevar el tema de conversaciĂłn a terreno sinuoso.
—Loli, ¿tenés alguna amiga que esté buena para presentarme? —me preguntó, mientras se tomaba el atrevimiento de acariciar mi vientre, muy cerca del inicio de la tanga.
—Tengo una amiga que se llama DĂ©bora, la conocĂ en el gimnasio. Está muy buena, tiene un culo mejor que el mĂo… y hace maravillas con la lengua —le guiñé un ojo—. Por eso me la reservo solo para mà —todos comenzaron a reĂrse, menos mi novio.
—Esa ya serĂa la Ăşltima —dijo Esteban, con fingida resignaciĂłn—. Además de cornudo, que sea por culpa de una mujer.
SĂ© que me excedĂ al decir eso; pero la cerveza ya estaba haciendo efecto en mĂ, y los amigos de mi novio me incitaban a comportarme de esa manera. Lo que Esteban tal vez no se imagine es que mis palabras tuvieron mucho más de verdad que de broma.
Cuando el asunto de los manoseos en el gimnasio se volvió algo prácticamente rutinario, la que no perdió oportunidad de tocarme el orto fue Débora… y ella fue la menos discreta. Hubo veces en las que me acarició la concha, por encima de la calza, frente a todo el resto de los miembros del gimnasio.
—¿Y vos cĂłmo sabĂ©s que es tan buena con la lengua? —PreguntĂł Mauro. NotĂ© que el chico se habĂa sonrojado, tal vez no estaba acostumbrado a hablar de estos temas frente a tanta gente.
—Mmmm… escuchĂ© algunos rumores.Â
Eso era cierto. Algunos compañeros del gimnasio me contaron que DĂ©bora era una excelente petera y que, cuando le ofrecĂan algo de buen tamaño, nunca se rehusaba a chuparla. Pero no fueron sĂłlo rumores. Pude verificar su talento en carne propia. Un dĂa nos estábamos duchando en el vestuario del gimnasio, las dos juntas, completamente desnudas. Los toqueteos de DĂ©bora se tornaron cada vez más candentes. Cuando me di cuenta de que la cosa iba en serio, y habĂa dejado de ser un simple juego, ya tenĂa dos dedos de ella bien metidos en la concha, y su lengua explorando hasta lo más recĂłndito de mi garganta. Todo mientras el agua tibia de la ducha nos caĂa sobre el cuerpo.
Me levanté a buscar otra cerveza, y mi novio me agarró una nalga.
—Al menos sé que yo soy el dueño de este culo.
—¿PerdĂłn? —preguntĂ©, seguĂ caminando para alejarme de Ă©l. No querĂa darle el gusto de disfrutar de mis nalgas—. Acá la Ăşnica dueña del culo soy yo; y puedo elegir quiĂ©n lo toca. —AgarrĂ© una cerveza de la heladera y volvĂ para servirla en los vasos que estaban en la mesa ratona. Me inclinĂ© y mis grandes nalgas quedaron muy cerca de la cara de CĂ©sar. Como sabĂa que Ă©l me estaba mirando, decidĂ ir más lejos con este jueguito—. ÂżHabrĂa alguna queja de tu parte si permito que CĂ©sar me toque el culo?Â
Me di un par de palmadas en una de mis nalgas, invitando al amigo de mi novio a tocar. Él no se hizo rogar, alargĂł su mano, en forma de garra, y atrapĂł una nalga con fuerza, subiĂł con sus dedos por toda la raya de mi cola. Eso fue pasarse un poco; pero no querĂa mostrar debilidad, asĂ que no dije nada y continuĂ© sirviendo las cervezas.
—¿Nosotros también podemos tantear? —Preguntó Juan Carlos, refiriéndose a él y a Mauro.
—Si, Âżpor quĂ© no? —dije, mirando a Esteban desafiante; Ă©l solo sonreĂa.Â
Si estaba sufriendo con mi actitud descarada, no daba muestras de ello… y justamente eso fue lo que me hizo enojar.Â
“¿Asà que te hacés el tipo superado, al que no le molesta que otros hombres le toquen el orto a su novia —pensé—. Bueno, vamos a ver si reaccionás un poco cuando la cosa se ponga peor”.
Mauro se puso de piĂ© y al unĂsono ambos me agarraron la cola, uno cada nalga, yo la mantenĂa firme y levantada.Â
—Para que aprendas que no sos dueño de nada —le dije a mi novio, desafiante.
—Si que soy dueño de algo, a esto lo comprĂ© yo. —Se referĂa al corpiño que tenĂa puesto—. AsĂ que devolvelo, se lo voy a regalar a otra que lo aprecie mejor.Â
Sin darme tiempo a reaccionar, levantĂł la parte de atrás de mi remera y desprendiĂł el corpiño con suma facilidad. Me lo quitĂł de un tirĂłn y mis tetas rebotaron un poco. SabĂa que lo hacĂa como venganza por mi comportamiento. Cuando acomodĂ© mi remera me di cuenta de que se se me notaban bastante lo pezones. Esteban dejĂł el corpiño a su lado y me mirĂł expectante.
—Regalaselo a quien quiera —dije, manteniendo mi actitud desafiante—. A ver dĂłnde encontrás otra que las tenga asà —dije agarrándome las tetas con ambas manos, no son gigantes pero sĂ tienen buen tamaño. Estoy orgullosa de mis tetas, aunque más de mi culo.Â
—TenĂ©s una marca ahà —dijo Mauro, que se habĂa puesto de piĂ© frente a mĂ y podĂa ver dentro de mi escote.
—Si, este zarpado me la hizo —señalĂ© a mi novio.Â
BajĂ© un poco el cuello de mi remera y les mostrĂ© buena parte de mi teta izquierda, casi llegando al pezĂłn. PodĂa verse una marca violácea, era un chupĂłn que me habĂa hecho Esteban hacĂa unos dĂas.
—Tenés muy buenas tetas —dijo César. Pero yo ignoré su comentario y seguà hablando de las marcas en mi piel.
—Además, como si fuera poco —di media vuelta, bajĂ© un poco mi pantalĂłn, mostrándoles más de la mitad de mi cola junto con la tanga que se me metĂa en la raya
—. TambiĂ©n me dejĂł toda marcada y arañada ahà —era cierto, tenĂa marcas en la cola que Esteban habĂa hecho en un momento de calentura—. A veces nos ponemos un poquito… salvajes —dije, con picardĂa—. Pero el muy tarado me mordiĂł una nalga.
—Yo lo entiendo, —dijo Mauro—. Ese culo provoca morderlo —volvió a acariciar todo mi culo.
—Puede ser, y a mĂ no me molesta un poquito de sexo duro; soy bastante pasional. Pero no me gusta que me muerdan. No me harĂa nada mal si me tratase con un poquito de suavidad, de vez en cuando
—¿CĂłmo? ÂżAsĂ? —preguntĂł Esteban, al mismo tiempo que metĂa su mano dentro del pantalĂłn.Â
Al parecer mi novio estaba contraatacando, y su intenciĂłn era humillarme frente a sus amigos. Su mano llegĂł hasta mi entrepierna, comenzĂł a frotarme la vagina por arriba de la bombacha sin ningĂşn tipo de pudor, me masajeaba el clĂtoris en cĂrculo y me masajeaba los labios.
—¡No, pará, tarado! Me la vas a mojar toda —le supliquĂ©, y ciertamente sentĂa como mi concha se iba humedeciendo. Él comenzĂł a bajarme el jean, Mauro y Juan lo ayudaron—. No, esperen ÂżQuĂ© hacen?
—¿No era que no te daban vergĂĽenza mostrar el culo? —PreguntĂł mi novio, echándome en cara mis propias palabras, mientras terminaban de quitarme pantalĂłn. Hasta las zapatillas me quitaron. QuedĂ© solo con la tanga y la remera, que marcaba de forma exagerada mis duros pezones.Â
Â
Me di cuenta de que si yo mostraba signos de vergĂĽenza, mi novio estarĂa ganando puntos en esta guerra declarada. Por eso, a pesar de la incomodidad que me generaba estar prácticamente desnuda frente a sus amigos, me mantuve calmada y hablĂ© en tono casual.
—DecĂ que me depilĂ© hoy, sino se me notarĂan todos los canutos —dije, refiriĂ©ndome a mi ropa interior semitransparente.Â
La tanga dejaba ver casi a la perfecciĂłn la zona donde deberĂa haber pelitos; pero tapaba mejor abajo, donde se encontraba mi vagina. AllĂ solo se marcaba un poco la silueta de mis labios. CĂ©sar aprovechĂł para tocarme otra vez la cola, sin embargo en esta ocasiĂłn pasĂł sus dedos entre los labios de mi concha.
—¿PodĂ©s traer otra cerveza? —PreguntĂł Esteban. Él no podĂa ver la forma en la que su amigo me estaba tocando.Â
AccedĂ. Mientras iba hacia la cocina, ellos aprovecharon para mirarme el culo. Ni siquiera tuve que darme vuelta para corroborarlo; era obvio.Â
Cuando regresé vi a Juan Carlos sentado en mi lugar. Los tres amigos de mi novio ocupaban el mismo sofá.
—Me sacaste el lugar —le reproché dejando la cerveza en la mesa. Al agacharme les debo haber brindando una imagen bien detallada de mi concha entangada.
—Te quedĂł mi lugar —dijo, señalando el sillĂłn vacĂo.
—No, dejá, me voy a sentar acá, con mi amigo César, que parece ser buena persona —diciendo esto, me senté en la falda del chico. Él abrió grande los ojos y miró a Esteban, como éste sólo le mostraba una sonrisa cómplice, se tranquilizó.
—Ese fue un error —asegurĂł Juan Carlos—. CĂ©sar es el más degenerado de los cuatro.Â
SabĂa que eso era cierto, porque CĂ©sar era el que más se zarpaba con los comentarios y manoseos; pero mi intenciĂłn era provocar a mi novio. A los pocos segundos de estar sentada sobre CĂ©sar, comencĂ© a sentir un bulto contra mi cola.
—No es que sea degenerado —se defendiĂł el aludido—. Lo que pasa es que este culo incita a tocarlo… y estos timbres ÂżquiĂ©n no se muere de ganas de apretarlos? —llevĂł sus manos hasta mis tetas y me pellizcĂł los pezones, al unĂsono, por encima de la tela de la remera. Ese acto impertinente me hizo vibrar de calentura.
DespuĂ©s de este manoseo, me acostĂ© a lo ancho del sillĂłn. QuedĂ© la espalda apoyada en las piernas de Mauro y Juan Carlos. Mi cola permaneciĂł sobre el bulto de CĂ©sar, que no paraba de crecer.Â
Ellos siguieron conversando sobre mĂ, halagando mis piernas, mis tetas, mi culo… y hasta mi concha. Esteban les contĂł una versiĂłn resumida de cĂłmo nos conocimos. Fue en una discoteca y la primera noche yo le chupĂ© la pija. Desde ahĂ supo que querĂa salir conmigo todos los fines de semana. Mientras tanto CĂ©sar, aprovechando la cercanĂa que tenĂa a mi entrepierna, llevĂł su mano hasta mi vagina. ComenzĂł a darme suaves masajes por arriba de la tanga, centrándose especialmente en la zona de mi clĂtoris. No le dije nada. CerrĂ© los ojos y disfrutĂ©. Todo me daba vueltas, pero se sentĂa de maravilla. PodĂa sentir mi sexo caliente y viscoso.Â
Me puse de piĂ© para poner mĂşsica, todos se levantaron para buscar más cerveza o algo para picar. Me acerquĂ© a la computadora de Esteban y empecĂ© a buscar alguna buena lista de reproducciĂłn en Spotify. Como estaba de pie, algo inclinada hacia adelante, Mauro y Juan Carlos aprovecharon. Se me acercaron como lobos ante una presa y pusieron sus manos en mi cola, como no les dije nada, recorrieron toda mi concha con sus dedos, mientras me sugerĂan canciones.Â
Cuando me acerqué a Esteban éste me abrazó y me puso de espaldas a él también se dio a la tarea de frotarme la vagina.
—Que calentito está esto —dijo refiriéndose a mi sexo.
—Es por culpa de tus amigos, que se aprovechan y me mandan mano —me defendĂ.
—Se ve que mucho no te molesta —agregó, metiendo su mano dentro de mi tanga y tocandome la concha. Luego comenzó a bajarme la tanga.
—¡Hey, deberĂas defenderme, no ponerte de parte de ellos! —Me quejĂ© mientras mi sonrosada concha quedaba a la vista de todos los presentes.Â
—Yo solo quiero que vean cĂłmo se te moja.Â
Si Ă©sto era una treta para inhibirme, no estaba funcionando. Me provocĂł mucho morbo que sus amigos me vieran desnuda. Esteban me metiĂł dos dedos en la concha y los moviĂł un poco, cuando los sacĂł estaban impregnados de una sustancia viscosa y transparente.Â
Me apartĂ© de Ă©l y fui en busca de otro vaso de cerveza. Estaba bien frĂa y me refrescĂł la garganta. Juan Carlos se me acercĂł por detrás y sin pedir permiso, comenzĂł a acariciarme la concha. No metiĂł sus dedos, pero sĂ pudo disfrutar de la humedad de mis labios vaginales. Cuando Ă©l se apartĂł, luego de pocos segundos, Mauro, que pasaba de forma casual por detrás de mĂ, tambiĂ©n aprovechĂł para tocarme la cola. Él sĂ se tomĂł el atrevimiento de meter uno de sus dedos en mi concha, tan adentro como le fue posible. Lo clavĂł tan hondo que me obligĂł a ponerme en puntas de piĂ©.
Ya no me sentĂa incĂłmoda, al contrario, la cerveza se me habĂa subido un poco a la cabeza y todo me parecĂa de lo más lindo. RodeĂ© el cuello de Esteban con mis brazos y le di un cariñoso beso, al mismo tiempo CĂ©sar tambiĂ©n hacĂa su tanteo vaginal, jugando con mis labios. BajĂ© una de mis manos y moviĂ©ndola rápido hacia atrás, sin mirar, agarrĂ© el bulto de CĂ©sar por arriba de su pantalĂłn. Lo apretĂ© y notĂ© que la tenĂa completamente dura. Luego me alejĂ© de Ă©l y fui hasta la heladera a buscar más cerveza.
Continuará...
3 comentarios - Tus amigos, son leales si soy tu hembra?🤔