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Me cojo a una madura y le despierto ideas incestuosas 2/3

Pasaron muchos días desde que cogimos con Graciela, la encargada de la limpieza en el estudio contable donde laburaba en el año 2000.  Yo no paraba de maquinar y pensaba que ella había quedado enojada conmigo, que había pensado que yo iba a seguir extorsionándola.

Hasta que una semana y tanto después de coger en la cocina, la encaré y ella me confesó que "sentía culpa". Para mi sorpresa, no tenía nada que ver con mis conjeturas. Graciela decía que yo le hacía acordar a su hijo. Me contó que tenía dos hijos: un varón de 22 y una hija de 20. Obviamente la situación me generó algo y de inmediato la abracé. Ella me agarró fuerte y quedamos así por unos minutos en la soledad de la oficina.

Graciela me pidió que no le insista, que le jodía la diferencia de edad (ella 52 y yo 19).

- Mirá pendejo -me dijo-, dije que una sola vez. Me siento mal, no quiero hacerlo más.
- Pero mirá, qué decís, si tenés los pezones re duros, Gra.
- Dije que no.
- Te entiendo, tomemos algo, hablemos porque te veo muy mal, yo salgo ahora.

Graciela aceptó y fuimos a un bar por la calle Reconquista. Ahí, después de dos o tres cervezas me contó:
- Ya se, es raro, siento culpa, quiero reprimirme, pendejo. Pero hasta me dan calambres en la concha cuando me acuerdo. La deliré, el otro día vi a mi hijo en pelotas en su habitación y me mojé toda.
- ¿Lo espiaste? -le pregunté yo-
- No, yo iba pasando y el se estaba cambiando. Lo miré por unos segundos mientras se secaba, él se dio cuenta y abrió la puerta. Me preguntó que pasaba y yo no dejaba de mirarle el pene. ¡Qué vergüenza! Me siento una degenerada.
- ¿Tenía buen pene?
- ¡Mirá lo que decís Diego!
- ¡Pero si se lo miraste era por algo!
- La tenía parada, es como la tuya, pero derechita.
- ¿Y vos qué hiciste?
- Le pedí perdón, me fui a mi habitación y cuando él se fue me hice una paja. Acabé como tres veces.

Ni lento ni perezoso, le pedí que me acompañe afuera y fuimos caminando abrazados hasta el bajo.

- ¿Y terminó todo ahí?-proseguí yo- lo miraste y te fuiste.
- No, él se dio cuenta. Pero no me lo dijo. 
- No te lo va a decir.
- Ahora me revisa las bombachas. Aparecen todas humeditas.
- Seguro Gra ¿Y vos fuiste a su habitación después?
- Ayer cuando mi hija se fue a trabajar, fui corriendo a la habitación de Mateo. Tenía revistas porno con las hojas pegadas, llenas de su leche, no sabés que sensación rara me dio. Al otro día lo espié cuando se bañaba y de nuevo no podía parar de verlo.
- ¿Y entraste?
- ¡Estás loco! Vi como se enjabonaba la pija y sentí que algo me recorría toda. 

Imaginen esto: caminábamos en la plena oscuridad de Retiro, ella hablando con la cara de preocupación y yo caliente. Hasta que no pude contenerme y le di un beso. Ella me siguió, me agarró la pija de inmediato, y me la quería sacar del pantalón en plena calle. Estaba totalmente desquiciada.

Estábamos en la oscuridad total, cerca de las vías del tren, pasando el Buquebus y entrando a un yuyal de un metro y medio de alto.  Entonces, se agachó, me agarró la pija y empezó a pajearme duro. Me hacía doler un poco, pero más me excitaba. Se la metía a la boca y la pija le llegaba a la garganta hasta ahogarse. Estaba tan frenética que no podía detenerse.

La escupía y de nuevo se la metía a la boca. Se sacó las tetas y se pasaba la pija por esos pezones marrones oscuros y duros. Nuevamente, se la llevaba a la garganta. Así hasta hacerme acabar. ¡Les juro que llegué a ver el cielo! Ella seguía tomando mi semen, aspirando todo con su boca carnosa. Y así siguió chupando, ella sentada en unos durmientes de madera apilados y entre los yuyos. Así hasta no dejar ni una sola gota.

Salimos del medio de los yuyos y, ya sin congoja, caminamos hasta la parada del colectivo en el que ella volvería a su casa. Todo el camino fue callada. Al otro día, en la oficina de nuevo sentí el silencio.

SIGUE EN LA PARTE 3

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