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Capítulo 10.
—1—
Diana aguardó, sentada en silencio en el sofá. Pudo escuchar la puerta abrirse y la voz de su hijo, conversando con un hombre a lo lejos. Ésto puso tensa a la rubia, porque el modelo ya era una persona real, no alguien hipotético; y ya estaba en su casa. Ella debería posar en actitudes absolutamente eróticas junto a un hombre que no conocía, mientras su propio hijo les tomaba fotos. El corazón se le fue acelerando a medida que las voces se acercaban al living. La idea de tener un momento de clara índole sexual con un desconocido le traía recuerdos muy excitantes, sobre las veces que estuvo en situaciones similares. Pero ya no tenía tiempo para fantasear, el hombre había llegado.
El modelo que contrató su hijo superó todas las expectativas de Diana, era un tipo realmente atractivo, con el cuerpo musculoso y bronceado, una sonrisa encantadora, y el pelo negro prolijamente cortado; a ella le agradaban mucho más los hombres con el pelo así.
—Diana, te presento a Lautaro —dijo Julián—. Lautaro, ella es Diana. Julián mantuvo un trato impersonal, para no exponer el hecho de que esa mujer con lencería erótica era su propia madre.
El recién llegado besó a la rubia en ambas mejillas y no dejó de mostrar sus blancos dientes en una gran sonrisa.
—Encantada de conocerte.
Diana se sentía como una adolescente que de pronto descubre que aquel chico que le enviaba notas en secreto, era el más hermoso de la clase. A pesar de que no hubo comunicación previa entre ellos, Diana tuvo tiempo de imaginar cómo sería, y por un momento llegó a pensar que su hijo buscaría al modelo más económico que pudiera hallar. Eso, en su mente, se traducía como: buscar un tipo medio feo, pero con la verga lo suficientemente grande como para ser modelo porno. Sin embargo el recién llegado la hacía sentir incómodamente bien. No podía creer que tuviera que realizar poses sexuales junto a un tipo con un físico tan bien definido. A Diana no le gustaba verse por encima de nadie, pero, inevitablemente, siempre había sentido ese pequeño aire de superioridad ante los hombres, sabiendo que ella era la más hermosa en la pareja. Incluso cuando estuvo con el Tano, y a pesar de la forma en la que él la trató, siempre se vio a sí misma como el “premio mayor”; aquello que el Tano debía esforzarse por alcanzar, y por mantener. Sin embargo Lautaro era el primer hombre que la hacía dudar acerca de su posición. Él le parecía mucho más atractivo de lo que ella podría ser, y además era más joven, no debía tener más de treinta años. De pronto la rubia ya no se sintió como un premio que debiera ser ganado, sino que experimentó la situación desde la perspectiva de todos los que la habían deseado. Ahora era ella la que suplicaba mentalmente tener una oportunidad con ese atractivo hombre. Sabía que en parte la tendría, por el contexto de la fotografía erótica, pero ella quería más. Deseaba demostrarle a Lautaro todo lo mujer que ella podía llegar a ser. Quería causarle la mejor impresión posible.
—No me habías dicho que la modelo era tan hermosa, —le dijo Lautaro a Julián.
Diana empezó a reírse, sintiéndose aún más como una adolescente ingenua e inexperta. Además de atractivo, el tipo le resultaba encantador. Sólo con su sonrisa era capaz de dejarla anonadada.
—Y a mí nadie me dijo que tendría que posar junto a un modelo tan… bien parecido.
—Bueno, me alegra que se sientan cómodos el uno con el otro, —dijo Julián—. Me gustaría empezar con la sesión de fotos lo antes posible, para los tres el tiempo es dinero.
—Así es. Yo ya estoy listo —aseguró Lautaro—. ¿Tienen algo en mente?
—Emm… no, no pensamos en nada en particular, —dijo la rubia.
—Iremos improvisando, —dijo Julián, mientras hacía los últimos preparativos a la cámara—. De momento, Diana, podrías sacarle la camiseta a Lautaro, lentamente… así saco algunas fotos de eso.
Diana asintió con la cabeza, mentalmente agradeció que su hijo le pidiera hacer algo sencillo, para ir entrando en clima. Le hubiera sido muy difícil si de entrada le pedía que se metiera la verga en la boca. Aunque la curiosidad la llevaba a pensar cómo sería el miembro del modelo. Le quitó lentamente la camiseta a Lautaro, maravillándose con sus marcados abdominales y pectorales. Sin lugar a dudas ese tipo pasaba largas horas en el gimnasio. Diana comenzó a acalorarse, instintivamente, como si se tratase de un amante; empezó a acariciar los músculos del torso de Lautaro, mientras él terminaba de sacarse la camiseta.
—Ahora lo mismo, pero con el pantalón —pidió Julián, sin dejar de tomar fotografías.
La rubia sonrió instantáneamente al mirar a los ojos a Lautaro, acababa de conocer a ese hombre, pero ya estaba fascinada por él. Le hubiera gustado conocerlo en otro contexto, como en una discoteca, para jugar un poco con él; pero al compartir una sesión de fotos eróticas, podía sacarle mucho provecho a la situación. Ella lo despojó de su pantalón, para encontrarse con un apretado bóxer blanco, que dejaba bien marcado el voluminoso paquete del modelo. Diana no perdió tiempo, llevó su mano hasta el bulto y lo acarició suavemente. Una potente ola de calor recorrió su cuerpo a medida que el bulto fue creciendo. Le encantaba saber que estaba produciendo ese efecto en un hombre tan atractivo. No esperó a que su hijo le diera más indicaciones, se puso de rodillas ante Lautaro y apretó el bulto con fuerza, él le acarició sus rubios cabellos con gentileza, como si fueran amantes de toda la vida.
Julián estaba sorprendido por cómo su madre había tomado la iniciativa, pero ésto le gustó. Le agradaba verla en ese estado, evidentemente cachonda, acariciando el pene de otro hombre. Como este hombre era un completo desconocido, y solamente era un modelo al que se le estaba pagando, él no sintió ningún tipo de celos. Se limitó a tomar las mejores fotografías que le fuera posible.
Diana, más llevada por la calentura que por el profesionalismo, bajó el bóxer hasta las rodillas de Lautaro, para maravillarse ante la aparición de un pene tan grande como el de su propio hijo… quizás incluso un poco más grande. Aún no estaba completamente erecto, pero sí lo tenía completamente depilado. Tomo nota mental, le pediría a Julián que se depilara de la misma manera, era muy agradable a la vista. Ella se aferró al pene con una mano y comenzó a masturbarlo lentamente. Desde arriba, Lautaro la miraba con una simpática sonrisa, que a ella la derretía. Su concha ya estaba completamente húmeda y se relamía los labios imaginando todo lo que podía hacer con esa verga.
Lentamente la recorrió con su lengua, desde el glande hasta los testículos. Repitió esto dos veces y luego se dijo a sí misma que Lautaro no era hijo suyo, por lo que no tenía sentido limitarse; con él podría soltarse.
Abrió la boca y tragó la mitad de la verga, y sin esperar a que nadie le dijera nada, empezó el vaivén de cabeza típico de una mamada. Ella estaba feliz, chupando esa pija con total naturalidad, de la misma forma en que se la había chupado tantas veces a su amante, el “Tano”. Diana quería demostrar que era una buena petera, quería que Lautaro quedara impresionado con su talento, por eso empezó a chupar con más ganas, haciendo un gran esfuerzo por tragar la verga completa. Lautaro la agarró de los pelos, sin excesiva fuerza, y la ayudó con la tarea de menear la cabeza de atrás hacia adelante. Ella ya lo estaba haciendo a buen ritmo, mientras se acariciaba la concha. Ya había perdido la noción de que eso era una sesión de fotos, ya no le importaba demasiado; estaba chupando una pija bastante grande y eso era todo lo que le importaba.
No se olvidó de darle unos buenos chupones a los testículos, pero tampoco les dedicó demasiado tiempo, su fascinación estaba en tragar esa verga tanto como le fuera posible, incluso aunque su saliva chorreara por la comisura de sus labios. Le encantaba sentirla dura dentro de su boca, y que la forzara a abrir la mandíbula al límite. Podía sentirla hasta el fondo de su garganta, y se preguntó más de una vez si conseguiría hacer acabar a Lautaro. Pero en realidad aún no quería que él acabara, todavía quedaba más para probar, podía ir mucho más lejos.
Después de estar varios minutos chupando la pija sin parar, Diana se puso de pie. Sonrió al modelo y sin decir nada dio media vuelta y se bajó la tanga, mostrándole a Lautaro lo mojada que tenía la concha. Acto seguido se puso de rodillas sobre un sillón, posando los brazos en el respaldar. Levantó la cola y le guiñó un ojo al modelo, como invitándolo a pasar.
Lautaro miró al fotógrafo y cuando Julián le indicó, con una seña, que podía proseguir, se acercó a la rubia, con la verga en su mano. No la penetró, aún no. Empezó a masajear esa concha húmeda y lampiña usando la punta de su verga. Ésto estimuló mucho a Diana, quien suspiró y comenzó a frotarse el clítoris. Las caricias que le proporcionaba el glande le hicieron recordar que llevaba años sin que le metieran una pija de ese tamaño. No podía aguantar más, la quería sentir dentro. Ella misma retrocedió, provocando que buena parte de la pija se le clavara dentro de la concha. Con un gemido le indicó a los dos hombres que había disfrutado mucho de esa penetración.
La concha le dolía, porque la tenía desacostumbrada a los penes grandes. El consolador la ayudó un poco a no estar tan estrecha, pero ese juguete plástico no era tan grande como la verga. Podía sentir cómo el agujero de su concha se dilataba dolorosamente, pero no le importaba, porque era un dolor dulce, lleno de placer.
Lautaro la tomó por la cintura y empezó a menearse lentamente, dando tiempo al fotógrafo a capturar cada momento. Pero Diana estaba impaciente, quería que se la cogieran, bien cogida. Llevaba años fantaseando con que otra pija de ese tamaño la hiciera feliz, y ahora que tenía la oportunidad no la iba a desperdiciar. Ella misma comenzó a menear su cuerpo, provocando que casi toda la verga saliera, para luego clavarse con fuerza en lo profundo de su sexo. La rubia dejó salir un quejido, que denotaba tanto dolor como placer. Pero ésto no la detuvo, repitió el movimiento con la misma fuerza, consiguiendo así otra intensa penetración. Ese vaivén castigó su concha, el dolor se hizo mayor, sin embargo venía acompañado de tanto morbo y goce, que Diana estaba decidida a tolerarlo. Incluso lo hubiera hecho si el sufrimiento fuera un poco más grande, porque este embriagante dolor ya lo había experimentado antes en su vida, cuando el Tano la penetraba antes de que ella estuviese completamente dilatada. Con él había descubierto lo mucho que podía disfrutar con esa práctica.
Julián estaba sorprendido por la actitud de su madre, la había visto excitada antes, pero no con otro hombre. Supuso que a ella le costaría soltarse ante el modelo, que pasarían varias sesiones hasta que se animara a llevar a cabo una penetración, pero allí estaba ella, resoplando como una yegua en celo, sin dejar de moverse. Sus grandes tetas se sacudían con el vaivén, y la gran verga se perdía completamente en el interior de su concha. Él aprovechó para sacar fotos de todo lo que pudo, le hubiera gustado que los movimientos de su madre fueran más lentos, pero ella parecía tan a gusto con las penetraciones que no se animó a pedirle que frenase un poco el ritmo. El chico capturó varias imágenes de su madre, en marcado gesto placer, y de a poco fue girando alrededor de ella, para fotografiar su cuerpo desde distintos ángulos, para por fin centrarse en esa lampiña concha que parecía dilatarse cada vez más. La verga entraba y salía con poca dificultad, y Julián sabía que eso se debía totalmente al trabajo que hacía su madre, porque Lautaro ni siquiera se estaba moviendo.
—Diana —dijo Julián—. ¿Qué tal si ahora te ponés boca arriba, con las piernas bien abiertas?
—Perfecto —dijo la rubia, con un jadeo.
Ella agradeció la idea de su hijo, le gustaba estar en cuatro, recibiendo una buena pija, pero Lautaro era un hombre digno de ver. Estando boca arriba podría disfrutar de ese adonis bronceado. Sin mucho preámbulo, la rubia se acostó en el sofá y abrió las piernas tanto como pudo, exponiendo obscenamente toda su concha. Julián aprovechó a sacarle una foto, antes de que la verga volviera entrar, para dejar constancia de lo dilatado que estaba el sexo de la rubia.
Lautaro apuntó con su pija a la concha de Diana, jugó con ella unos segundos, moviendo el glande por fuera, frotándole el clítoris. Ella disfrutó mucho de esto, pero más le gustó cuando la verga se clavó hasta el fondo. Soltó un potente gemido de placer que, probablemente, habrían escuchado todos sus vecinos. Pero ésto no la detuvo, cuando el vaivén comenzó, sus gemidos se intensificaron. Ahora sí parecía una verdadera actriz porno. Julián no veía la necesidad en que su madre gritara de esa manera, ya que nada de eso quedaría registrado en las fotos; pero le produjo tanto morbo escucharla gozar así, que no hizo ningún comentario al respecto.
Diana se moría de ganas de suplicar por la pija de Lautaro, como antaño lo había hecho con la del Tano; pero se reprimió, no quería espantar al modelo. Se suponía que ésto debía ser una sesión de fotos, y no una película porno. Sin embargo, mientras la verga entraba y salía de su sexo, ella se imaginaba en el rol de una actriz porno profesional, y se calentó con la idea de que muchos la vieran excitada, teniendo sexo. Al fin y al cabo eso ocurriría, pero en fotos.
La rubia se quedó en esa posición, recibiendo fuertes embestidas de ese hombre, como si ya fuera su nuevo amante. Con la mirada lo alentó a que le diera más fuerte, y él pareció entender el mensaje. Las penetraciones se hicieron más potentes, y ella continuó con sus gemidos de placer. La concha le chorreaba jugos sexuales, y la verga le llenaba cada rincón de su cueva femenina.
Pasado un rato, cuando supuso que Lautaro estaba llegando el clímax, se arrodilló en el piso y empezó a chuparle la pija una vez más. Lo hizo con mayor desenfreno, y en poco tiempo recibió su premio. Tenía ganas de tragar todo, pero como era una sesión de fotos, sacó la verga de su boca y permitió que el semen le cayera por toda la cara, a grandes chorros.
Julián pensó que esta escena valía oro. Dando lo mejor de su desempeño profesional, tomó fotos de todos los ángulos que pudo. Le hizo señas a su madre para que no mirase hacia la cámara, y que siguiera mamando como si estuviera sola con su amante. Ella entendió a la perfección, y volvió a tragarse esa verga, con mucho gusto. Le dio un par de fuertes chupones, y siguió tragando.
—Bueno, creo que ya tenemos fotos más que suficientes —dijo Julián, bajando la cámara. La rubia no abandonó su posición, siguió comiendo pija con gran entusiasmo—. Diana… ya terminamos. —No hubo respuesta, Lautaro miró a Julián, como pidiendo disculpas… la rubia seguía, con la cara llena de leche, tragando tanta carne como le era posible—. ¡Diana! —Exclamó… su madre lo miró de reojo, sin sacarse la verga de la boca—. Ya terminamos con la sesión de fotos… podés liberar a Lautaro....
—¡Ay, perdón! ¡Qué vergüenza! —Dijo Diana, limpiándose la comisura de los labios con la punta de los dedos—. Es que… me metí mucho en el papel. Quería hacerlo bien.
—Y lo hiciste de maravilla —aseguró Julián—. Pero ya no es necesario seguir, tenemos muchas fotos.
—Sí, sí… entiendo… este… bueno, un placer trabajar con vos, Lautaro… un gran placer.
—Lo mismo digo, Diana. Fue un gusto —el modelo le sonrió con simpatía, mientras se limpiaba el pene con una toallita húmeda que le brindó Julián—. Bueno, creo que me voy retirando… ustedes tendrán cosas importantes de qué hablar. Em… Julián, ya sabés cómo localizarme, si tenés en mente hacer otra sesión, contá conmigo.
—Por supuesto —dijo el chico—. Gracias por venir. Fue todo bastante rápido, y salió muy bien. Así da gusto trabajar.
Julián acompañó al modelo hasta la puerta, y luego regresó.
—Se ve que la pasaste muy bien con el modelo —dijo, luego de despedir a Lautaro.
—La pasé de maravilla…
Julián contempló el cuerpo de su madre, meses atrás ni siquiera se hubiera atrevido a fantasear con la idea de verla así. Ahora estaba acostada boca abajo, a lo largo del sofá, con la cola bien parada y las piernas algo separadas, de su lampiña concha goteaban flujos; sus grandes tetas estaban apretadas contra la cuerina del sofá, y la rubia tenía toda la cara salpicada de blanco semen. No pudo tolerarlo más, llevaba largos minutos aguantando una fuerte erección dentro del pantalón. Sacó su verga y en cuando Diana la vio sonrió con lujuria.
—¿Vos también me vas a dar pija?
Julián quedó boquiabierto, no podía creer que su propia madre le estuviera diciendo eso, aún tenía que procesar otras barbaridades que ella le había dicho. Decidió no darle más importancia de la que tenía, al fin y al cabo era un simple juego que Diana empleaba para estar más a tono con la situación. Con su pene rígido se acercó a su madre, la tomó de los pelos, y sin decirle nada, le clavó la verga en la boca, tan hondo como pudo.
Diana recibió ese segundo miembro viril con un ahogado gemido de placer, su lengua automáticamente comenzó a explorar cada centímetro de aquella verga, que tenía bien metida en la boca. Julián volvió a su tarea de tomar fotos, Diana miró la cámara con sensualidad. El chico pensó que esa era una de las imágenes más morbosas que había visto en su vida: una hermosa rubia cuarentona, con la cara llena de semen y una gruesa verga en la boca… y para colmo se trataba de su propia madre, quien tenía una lengua muy inquieta. Si hubiera sabido que ella se pondría así de cachonda con el modelo, lo hubiera contratado mucho antes.
—2—
Dos días después Diana se encontraba sola en su casa, algo que últimamente no ocurría con demasiada frecuencia. Julián había salido con sus amigos y dijo que volvería tarde. La rubia decidió ponerse algo de ropa sexy, sólo porque la hacía sentir bien, optó por el conjunto de tanga y corpiño negro, con sus respectivas medias y portaligas. Se miró al espejo desde todos los ángulos que pudo hacerlo, incluso se agachó y separó sus nalgas, para ver cómo se le dibujaba la línea de la concha en la fina tela negra. Arriba de la ropa interior sólo se puso un corto camisón, también negro, que apenas le cubría desde la mitad de la cola para arriba, y dejaba mucho escote por delante. Estuvo paseando por la casa, vestida de esa manera, mientras ordenaba algunas cosas. Luego decidió recostarse en el sofá, a mirar televisión. Llevaba unos veinte minutos en esta posición cuando escuchó el timbre.
Se sobresaltó, porque no esperaba a nadie, y para poder atender debería vestirse completamente, ya que estar vestida así era casi como ir desnuda… o tal vez peor. Antes de cambiarse espió por la mirilla y, sorprendida, corroboró que se trataba de Lucho y Esteban. No entendía qué hacían allí, pero recordó la última vez que se encontró con ellos, y se acaloró. Decidió darle una bonita sorpresa a los chicos. Abrió la puerta y, escondiéndose detrás de ella, les pidió que pasaran.
Una vez que ellos entraron, cerró la puerta. Los amigos de Julián se quedaron boquiabiertos al verla vestida de forma tan provocativa.
—¿Qué los trae por acá, chicos? —Preguntó ella, con una natural sonrisa.
—¡Diana! —Exclamó Esteban—. No me esperaba encontrarte vestida así… ¿ésta es la ropa que usás todos los días? Si es así, ¿Cuándo me puedo mudar a tu casa?
Diana se rió.
—No me visto así todos los días, sólo cuando me dan ganas… y hoy estaba sola, bueno, pensé que iba a estar sola. ¿A qué vinieron?
—A saludarte —dijo Lucho, mirándole las tetas sin disimulo—. Mejor dicho, a saludarlas a ellas —señaló los pechos. Una vez más, la rubia dejó escapar su risa.
—Julián no está, y no creo que hayan venido a saludarme a mí… o a ellas —meneó un poco las tetas.
—La verdad es que nos mandó Julián —dijo Esteban—. Venimos a buscar algunos juegos de PlayStation, para llevar a la casa de Bruno… esta noche nos vamos a quedar allá.
—Ah, qué bien… bueno, busquen los juegos que necesitan.
—¿Ya nos estás echando? —Preguntó Lucho.
—Es que me agarraron en un mal momento, como la última vez. No crean que me olvidé de lo que pasó… ustedes se portaron muy mal conmigo. —Los dos chicos agacharon la cabeza, apenados—. Puede que yo haya dicho algunas cosas inapropiadas, y estaba un poco borracha, pero ustedes no dudaron en sacar ventaja de eso.
—Perdón, Diana —dijo Esteban—. Es que estabas demasiado sexy… y bueno, las cosas que dijiste. No es una justificación, sabemos que nos portamos mal, pero…
—¿Pero?
Como Esteban no dijo nada, fue Lucho el que habló, lo hizo mientras admiraba el cuerpo de la rubia en ese sugerente conjunto de ropa interior.
—Pero nosotros tenemos fantasías con vos desde hace rato. Sos demasiado hermosa. —Este comentario hizo sonreír a Diana—. No queríamos propasarnos, pero entendimos que vos andabas con ganas… de hacer algo.
—¿Con ustedes? Están muy equivocados. Son los amigos de mi hijo, Julián se volvería loco si se enterara de que hago algo así con ustedes.
—Nunca se lo contaríamos a Julián, —se apresuró a decir Esteban, sin apartar la mirada de esa pequeña tanga negra, en la cual se marcaban los labios vaginales de la rubia—. Nunca.
—No pasa sólo por eso, —dijo Diana—. Ustedes son chicos… tienen unos 19 años, no más. Y por más que Julián no se entere, yo sentiría que lo estoy traicionando de alguna manera. Quítense esas ideas de la cabeza, porque no va a pasar.
—Podemos entender que no va a pasar —dijo Lucho—, pero las fantasías van a seguir estando ahí.
—Mientras no me molesten, pueden fantasear con lo que quieran. Eso no se los puedo prohibir.
Los chicos la admiraron en silencio durante unos segundos, como si no le importara la cosa, Diana se dio media vuelta y caminó hacia el sofá del living, sabiendo que los amigos de su hijo le miraban fijamente el culo, que estaba prácticamente al desnudo. Cuando los chicos se unieron a ella junto al sofá, Esteban dijo:
—Diana ¿te puedo pedir un favor?
—Presiento que ese favor no me va a gustar nada —dijo la rubia—. ¿Qué tenés en mente?
—Emmm… me gustaría sacarte una foto, así como estás vestida ahora mismo… te… te prometo que no se la muestro a nadie. Es sólo que…
—¿Una foto? —Preguntó Diana, con una sonrisa picarona. Le hizo gracia la ironía de la situación, ahora ella era una modelo porno, y había posado muchas veces frente a una cámara, pero nunca con un fotógrafo que no fuera su hijo. La idea la entusiasmaba—. Está bien, si con eso consigo que no insistan más con este asunto, entonces sí me pueden sacar un par de fotos. —Los chicos se miraron entre sí, como si no pudieran creer lo que oían—. ¿Y qué esperan? Mejor háganlo de una vez, antes de que me arrepienta.
Ambos se apresuraron a sacar su celular del bolsillo. Apuntaron las cámaras hacia Diana, ella permaneció de pie, con los brazos en jarra, no era una posición demasiado sensual, pero le permitía a Esteban y Lucho admirar toda la belleza de ese cuerpo.
—¿Ya está? —Preguntó Diana, luego de un par de segundos.
—Emm… ¿podrías darte la vuelta? —Preguntó Lucho, con las mejillas enrojecidas.
—Ah, ustedes se quieren toquetear mirando fotos de mi culo…
—¿Te molestaría que hiciéramos eso? —Preguntó Esteban.
—Si mantienen las fotos para ustedes, no me molesta. Como les dije, no puedo impedirles que fantaseen. Está bien, me doy vuelta.
Dicho esto la rubia giró sobre sus talones, exponiendo toda su retaguardia una vez más, giró la cabeza hacia atrás, dedicando una cálida sonrisa a las cámaras, supo que ésta vez la imagen sería mucho más sensual, y para darle un poquito más de picante al asunto, se inclinó un poco hacia adelante. Ésto permitió que su cola se levantara, y como tenía las piernas levemente separadas, se podía ver el apretado triángulo que formaba la tanga, justo donde estaba su voluptuosa vulva. Diana vio como Lucho se arrodillaba en el piso, como si quisiera rezar una plegaria al culo de la rubia. Apuntó la cámara de su teléfono y fotografió esas imponentes nalgas.
—¡Hey, eso es trampa! —Se quejó Diana—. Desde ahí me ves todo…
—Perdón, es que estás demasiado hermosa con ese conjunto… demasiado sexy… no podía perder la oportunidad de sacarte una foto así…
—Qué vivo que sos. Yo muestro la mejor voluntad, y ustedes enseguida buscan la forma de sacar provecho.
—No te lo tomes a mal, Diana… —dijo Esteban—. Al contrario, deberías sentirte halagada… sos hermosa y… mirá la reacción que nos provocás —señaló su propia entrepierna, y era evidente que tenía una erección, su pantalón parecía una carpa recién montada.
—¡Upa! ¿Ya se les puso así, con tan poquito?
—¿Te parece poco? —Preguntó Lucho—. Estás vestida como una diosa erótica… y tenés un culo monumental. A mí también se me paró…
—Bueno… tal vez ahora sí me siento un poquito halagada. No me malinterpreten, eso no significa que vaya a hacer nada con ustedes. Pero es lindo saber que todavía produzco esa clase de efecto en los hombres.
—¿Y no te molesta saber que nos vamos a hacer la paja mirando tus fotos? —Preguntó Esteban.
—Mmmm… no, creo que no… mientras no le pasen las fotos a nadie más. Me voy a sentir un poquito rara cuando los vean, sabiendo que estuvieron tocándose mientras pensaban en mí, y mientras miraban esas fotos. Pero no me molesta…
—Genial, porque a estas fotos les pensaba dedicar más de una —dijo Esteban—. Y no te preocupes, no se las vamos a pasar a nadie… mucho menos sabiendo que nosotros tuvimos el honor de sacarlas.
—Ay, qué dulce… —la rubia sonrió—. Sabiendo que las van a valorar, y que no se las van a pasar a nadie… puedo permitirles que saquen algunas fotitos un poquito más… candentes ¿les parece? —Ambos asintieron con la cabeza—. Bueno, está bien… con ésto van a poder fantasear de lo lindo, y estoy segura de que nunca me vieron así…
Diana se sentó en el sofá y separó las piernas tanto como pudo, exponiendo su vulva, que quedó apretada en la pequeña tanga. Los gajos de concha se asomaban a los lados de la tela. Ambos chicos empezaron a fotografiarla, de rodillas, como si ellos fueran los súbditos de una diosa sexual. Esta misma idea cruzó por la mente de Diana, y la encontró muy divertida.
—No tengan miedo, chicos. No soy tan mala. Pueden acercarse un poquito y sacar fotos más de cerca, sé que se mueren por hacerlo.
Ninguno de los chicos esperó a que la rubia lo pidiera dos veces, se acercaron tanto como les fue posible. Incluso hubo algunos codazos entre ellos, para quedarse con la mejor posición. Pero al ver que la rubia levantaba un poco las piernas, exponiendo más su vulva apretada en la tanga, sólo se concentraron en tomar fotos.
Diana quiso llevar las cosas un poco más lejos, llevó la mano derecha hasta su entrepierna y comenzó a acariciarla lentamente. Su cuerpo vibró de placer, tocarse de esa forma frente a los amigos de su hijo la hacía sentir como una puta, pero durante muchos años se había prohibido disfrutar de un momento así, y ahora no dejaría pasar la oportunidad.
—Diana, ¿te puedo hacer una pregunta? —Esteban habló levantando la cabeza, para contemplar a esa diosa rubia de grandes tetas—. Es algo muy personal… así que voy a entender si no querés contestar.
—¿Y qué querés preguntar? No me voy a enojar, pero tampoco te aseguro una respuesta.
—Emm… ¿vos te hacés la paja?
La rubia soltó una risita nerviosa, como si volviera hacer la adolescente inocente que alguna vez fue. Semanas atrás ni siquiera hubiera considerado responder a esa pregunta, hasta la hubiera considerado ofensiva. Pero en ese preciso momento, con los grandes cambios que había sufrido su vida, hasta le agradó que Esteban le planteara esa duda.
—Hoy andan con suerte —comenzó diciendo Diana—. Estoy un poquito cachonda… —hizo una breve pausa para admirar el brillo en los ojos de esos dos chicos. La ilusión palpitaba en ellos—. Por eso les voy a responder honestamente. La verdad es que sí, me hago la paja… y me gusta hacerlo. Con más frecuencia de la que se imaginan. —No lo estaba viendo, pero se imaginaba cómo los penes de los chicos se ponían aún más duros que antes. Ella siguió acariciándose la entrepierna, por encima de la tela esa pequeña tanga—. Últimamente ando re pajera. Pensé que después de probar una buena pija se me iba a pasar, pero no fue así… hasta me quedé con más ganas.
—¿Pro… probaste? ¿Eso fue hace poco? —Quiso saber Lucho.
—Sí… hace apenas dos días. Un… amigo vino a visitarme. Uno muy lindo, muy varonil… muy viril.
—¿Te cogió? —Lucho ya se estaba tocando la verga por encima del pantalón.
—Me cogió mucho… y bien cogida. Fue hermoso… hacía rato que no me metían una verga así. —Diana sabía que se estaba pasando de la raya con sus confesiones, y que tal vez luego lamentaría haberlo hecho. Pero en ese momento la calentura era más fuerte, y ya podía sentir su concha humedecida. La fascinación con la que la miraban Lucho y Esteban la embriagaba—. Andaba necesitando una buena cogida… con chupar la verga de la otra vez, no me alcanzó… necesitaba algo más. Necesitaba algo bien duro en la concha.
—¿Podemos… podemos verte la concha? —Las palabras de Lucho fueron más una súplica que una pregunta.
—No, chicos… eso no. Porque sé que van a intentar si me la ven… —Ella cerró lentamente sus piernas—. Creo que ya les mostré más que suficiente.
—¿Y las tetas? —Se apresuró a preguntar Esteban—. ¿Te molestaría mostrarnos las tetas?
—Mmmm —Diana pensó, con una sonrisa picarona en los labios—. Eso podría ser… bueno, está bien. Pero sólo las tetas.
Ella se desprendió el corpiño en apenas un instante, pero para quitárselo demoró un poco más. Jugó con la expectativa de los chicos. Primero les dejó ver la parte superior de sus tetas, hasta que luego, por fin, apartó el corpiño, exponiendo sus duros pezones.
Los chicos se pusieron de pie de un salto, sus crecidos bultos apuntaban directamente a la rubia, como si estuvieran señalando a la culpable de su excitación.
—Uy, pero cómo tienen eso… ¡les va a reventar el pantalón!
—Yo ya no aguanto más tenerla dentro del pantalón —dijo Esteban—. Ya me duele…
—No se les vaya a ocurrir sacarla…
—¿Te daría vergüenza vernos la verga? —Preguntó Lucho.
—No, vergüenza no… no le tengo miedo a un par de vergas.
—Entonces, permiso…
Al decir esto, Esteban liberó su pene del pantalón, exponiéndolo largo y duro, en todo su esplendor. Lucho no se quedó atrás, también dejó salir su verga, que era un poco más gruesa que la de su amigo, pero no tan larga. Los ojos de Diana se iluminaron al ver tan imponentes miembros masculinos. No llegaban a ser como el de su hijo, o como el de Lautaro, pero se acercaban bastante.
—Ay, chicos… ¡qué zarpados! ¿Ahora tengo que estar viéndoles el pito?
—Dijiste que no te daba miedo —Le recordó Lucho.
—No, miedo no es… es otra cosa. En fin, ¿no iban a sacarme fotos de las tetas? Aprovechen ahora, porque se les está terminando el tiempo.
De inmediato los dos comenzaron fotografiarla, Diana posó para ellos con su sonrisa más simpática, mientras se acariciaba los grandes pechos. Hizo de modelo durante unos minutos, con la misma naturalidad que lo hubiera hecho delante de su hijo, y luego se puso de pie, pasando junto a Lucho y Esteban, que la siguieron con la mirada.
—Bueno, ya está —dijo la rubia—. Creo que tienen material más que suficiente para matarse a pajas pensando en mí. No pueden decir que no fui buena con ustedes.
—Sos muy buena, Diana —aseguró Esteban—. Pero… me gustaría una última foto…
—Ya les dije que no les voy a mostrar la concha…
—No me refería a eso… ni siquiera tendrías que sacarte nada más de la ropa.
—¿Y qué tenés en mente? —Preguntó Diana, con un atisbo de curiosidad.
—Quiero… si no te molesta… una foto… en la que yo esté agarrándote las tetas. Por favor… sólo eso…
—Ah… me parece un poquito subido de tono. Y ya me manosearon las tetas la vez pasada ¿o piensan que me olvidé de cómo se aprovecharon de mí?
—No queremos aprovecharnos —dijo Esteban—. Por eso te pido permiso… si no querés, no me voy a enojar.
—Bueno… si se portan bien, puedo permitir eso. Una foto con las tetas.
—¿Una para cada uno? —Preguntó Lucho, lleno de ilusión.
—Creo que no tengo más opción, sería injusto decirle que sí a uno, y no al otro. Está bien, una foto para cada uno.
La sonrisa de los amigos se volvió incluso más radiante de lo que ya era. El primero en posar fue Esteban. Se paró detrás de la rubia y le entregó su celular a Lucho. Sus manos se aferraron con fuerza a los grandes y tibios pechos de Diana. Ella sintió una embriagante ola de placer. Pero Esteban no se iba a quedar allí sin hacer nada. Aprovechó que tenía la verga bien erecta, y fuera del pantalón. Con un leve movimiento de su cadera logró posicionarla justo detrás de la vulva de la rubia, y presionó con fuerza, como si fuera a penetrarla. A Diana no pareció molestarle, ya que no hizo ningún comentario al respecto, se limitó a sonreír para la foto.
Esteban no desperdició su gran oportunidad, con sus manos recorrió cada rincón de las tetas de la rubia, y le pellizcó los pezones con descaro. Mientras tanto, restregó su pene contra la vulva de Diana, con tanta fuerza que, de no ser por la tanga, la hubiera penetrado.
Diana podía sentir su concha dilatándose y humedeciéndose ante las insistentes embestidas de Esteban, y todo su cuerpo parecía estar conspirado en su contra. No quería que el amigo de su hijo la penetrara, sin embargo su calentura estaba creciendo tanto que le fue imposible no acompañar esos movimientos con algunos meneos de su cadera. Ésto incentivó más a Esteban, que se prendió a Diana como si fuera una muñeca inflable. Como Lucho notó que algo ocurría, demoró las fotos tanto como pudo, para ayudar a su amigo. Tuvo que ser Diana misma la que, en un atisbo de cordura, puso fin al asunto. Esteban se separó de ella, con la verga tan dura que ya le dolía. La rubia la miró unos segundos y se preguntó qué se sentiría tenerla dentro de la concha, pero apartó esos pensamientos de su mente, porque aún tenía que lidiar con Lucho. El segundo chico tomó su posición, detrás de la rubia, y no fue más cordial que el anterior. Él directamente usó sus manos para apuntar la verga hacia la vulva de Diana, y comenzó a frotarla de arriba hacia abajo, admirando cómo la tanga ya se le estaba metiendo en la concha. Podía ver gran parte de esos labios lampiños que parecían suplicar por una buena verga. Para penetrarla le hubiera bastado con apartar un poco la tela, y ya tendría vía libre; pero supuso que Diana se enojaría, por lo que decidió no correr el riesgo. Una vez que su verga estuvo en posición favorable, se aferró a las tetas. Diana, que ya podía sentir a la perfección ese miembro viril amenazando su concha, también aprovechó un poco la situación, y al igual que con Esteban, le regaló a Lucho un candente meneo de caderas, incrementando aún más la presión que ejercía el glande contra la vulva. Incluso llegó separar las piernas, como si se estuviera ofreciendo a un amante.
Parte de ella quería eso, pero esos chicos no dejaban de ser los amigos de su hijo, y sabía muy bien lo mal que Julián se tomaría el asunto. Ya se había comportado como una puta, y cuando Esteban o Lucho le hicieran bromas inapropiadas sobre lo bien que se sentía arrimar a su madre, lo estarían diciendo con fundamentos reales. Diana se sintió culpable por estar haciéndole esto a su hijo, por lo que, en ese mismo instante, decidió dar por terminada toda la sesión de fotos.
—Bien, chicos, creo que ya fue más que suficiente —dijo, apartándose de Lucho—. Se portaron mejor de lo que yo esperaba… bueno, más o menos. Pero prefiero que se vayan, antes de que las cosas se tornen más…
—Está bien, Diana… entendemos —dijo Lucho, él no tenía ganas de irse, pero comprendió que la rubia hablaba en serio, y no quería hacerla enojar. Mucho menos luego de haber logrado un avance tan importante—. Esteban y yo nos vamos ahora mismo. Gracias por las fotos, son geniales…
—Pero yo… —dijo Esteban.
—Nada, nos vamos —insistió Lucho—. Vení, vamos a buscar los juegos de play a la pieza de Julián. Diana, gracias por las fotos, sos de lo mejor… sos la mujer más hermosa que vi en mi vida.
—¡Ay, gracias! Son unos amores… me alegra que no se hayan enojado… yo… mejor me voy a mi pieza, para no provocar más las cosas… busquen tranquilos los juegos, y cierren la puerta al salir.
Cuando Diana se alejó, Esteban guardó su verga y miró con odio a Lucho.
—¿Por qué le dijiste que nos íbamos? —Preguntó, casi en un susurro—. ¿No ves que ya estaba casi entregada?
—Ella dijo que no quería seguir. A mí me re calienta esa mina… me la quiero coger tanto como vos. Pero no quiero estar suplicándole todo el tiempo. A mí lo que me calienta es que ella se entregue… se muere de ganas por coger, eso se le nota. Quiero que sea ella la que nos suplique a nosotros.
—Mmm… interesante idea. Yo me la hubiera cogido ahora mismo, pero lo que vos decís no está nada mal. ¿Creés que hay chances de que lleguemos a eso?
—Sí, no tengo ninguna duda. A esa rubia le encanta la pija.
Diana, que no pudo escuchar nada de esa conversación, se encerró en su cuarto y comenzó a castigarse la concha con el consolador. Se dio más fuerte de lo habitual, casi como si quisiera que le doliera. Se había portado mal, y no sabía cómo iba a encarar a Lucho y Esteban la próxima vez que vinieran a su casa, porque de algo sí estaba segura; ellos volverían… y no dejarían de buscar su “premio mayor”.
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