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Átame a ti: Capítulo 9

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Capítulo 9
Acuerdo

Átame a ti: Capítulo 9


So abrió los ojos y parpadeó, luchando contra la pesadez de los mismos. El sol inundaba toda la habitación que, inmediatamente reconoció como la de su hermana. Giró el rostro hacia su lado izquierdo y la encontró ahí, con medio rostro enterrado sobre la almohada. Un ligero rastro de saliva emergía de sus labios entreabiertos, bañando la pequeña cicatriz y su cabello era una maraña de rizos cobrizos que brillaban bajo el brillo de la mañana.
Sus labios se curvaron en una lánguida sonrisa. Aun dormida, despeinada y babeando, Lu le parecía la mujer más hermosa del planeta.
Intentó incorporarse, pero acusó un ligero dolor en las ingles. Apremiantes recuerdos de la noche anterior la invadieron, desde el suceso en el Zeus hasta el baile en la casa y deteniéndose en el sexo. Una avalancha de imágenes y sensaciones la golpearon de repente y cerró sus piernas como un acto reflejo. Volvía a sentir una incipiente excitación, rememorando cada caricia, cada roce, cada palabra, cada apretón. Intentó recordar la última vez que había alcanzado un orgasmo tan intenso en el pasado, uno que le hiciera desfallecer de la forma en la que lo había hecho. Y no pudo.
Quiso culpar al alcohol, pero negó inmediatamente con una sonrisa resignada. Era una excusa tan estúpida que la desechó inmediatamente. El contexto, la «escena», como le decían dentro del mundo de las sumisos y los dominantes, era la principal culpable. Haberse expuesto de esa manera tan pasiva a un desconocido y la sensación de vulnerabilidad que sentía al estar sin ropa interior en un vestido tan revelador junto a sus amigos, actuando normalmente, ocultando un secreto que solo ella y su hermana conocían, había provocado que su excitación alcanzara niveles ridículos. Y a pesar de todos los riesgos que conllevó, se sintió segura, porque era Lu la que estaba con ella y estaba consciente que no permitiría que la pasara algo.
Sintió un atisbo de humedad naciente en su entrepierna que le obligó a dejar de sopesar las cosas. Había algo mucho más importante en lo que tenía que pensar ahora. A pesar de lo maravillosa que había sido la noche anterior, sabía que debían hablarlo seriamente, vaciar lo que sentían era necesario y saber en qué puerto se encontraban, y estaba segura que su hermana pensaba lo mismo.
— Buenos días — la voz de Lu sonó pastosa y suave. So sonrió embobada y acarició la espesa cabellera alborotada.
— Hola — respondió con languidez. La menor aun acusaba rastros de cansancio y la deliciosa sensación de dolor seguía presente.
«Delicioso dolor», se me zafó un tornillo, pensó.                         
— ¿Qué hora es? — So se sorprendió por la pregunta, buscó en todas las direcciones su celular, pero no tenía ni idea de donde lo había dejado. Quizás en la habitación o tirado en algún sillón de la sala. Encontró el teléfono de su hermana y lo accionó.
— Eh… casi las once.
— Somos unas morsas perezosas — se estiró bruscamente e introdujo el brazo derecho por debajo de la sábana, corriéndola y lo enroscó sobre el vientre desnudo de So. La menor se sorprendió del gesto y se quedó mirando el fornido brazo que le proporcionaba tan suave tacto.
La menor volvió a enredar sus dedos en la desprolija cabellera y comenzó a masajear suavemente el cuero cabelludo. So acusó por primera vez que su hermana estaba desnuda. No recordaba si lo había hecho mientras mantenían relaciones, pero era la primera vez que la veía como dios la trajo al mundo en un contexto tan íntimo que no dudó en examinarla. Recorrió la columna que dividía la ancha espalda y admiró los músculos de la misma. Descubrió que tenía un par de moratones cerca de las costillas y un rasguño sobre el hombro derecho, muy probablemente causados durante algún partido o práctica reciente. Su culo, aún en esa posición, se mostraba voluptuoso y esbelto, la piel era mucho más pálida que la de brazos o piernas, dándole un aspecto más delicado y femenino.
So sintió la incipiente necesidad de darle un mordisco, pero se contuvo. Misma necesidad nació cuando repasó los tonificados muslos y pantorrillas. Incluso sintió un impulso de jugar con la fina cadenita de oro que adornaba su tobillo… con la lengua.
— Lu… — los pensamientos pecaminosos se acumulaban sin control y So pensó que debía aclarar la situación de una vez por todas.
— Aun no — respondió la mayor, con la voz amortiguada por la almohada. — Comamos primero, me muero de hambre.
En ese momento, un rugido emergió del estómago de So, provocando una pequeña risilla en su hermana y el rubor en ella. Terminó riéndose también antes de desperezarse y prepararse para salir de la cama.
2
El humeante sándwich de jamón y queso lucía tan apetitoso que ambas chicas lo devoraron en cuestión de minutos. Ahora comían un segundo plato con la misma hambre voraz. Apenas y conversaron durante el rato que tenían sentadas en la mesa y la única conversación que hilaron fue para ponerse de acuerdo y ver el capítulo siete de Arcane. Ambas mujeres sentían cierta tensión en el ambiente a medida que los minutos pasaban y eso estaba pasando factura en las dos. So sentía que el terreno firme que había estado recuperando en la relación con su hermana pendía de un hilo y volviéndose otra vez una arena movediza que la hacía insegura, eso le provocaba pánico. Un miedo que se reflejaba en el repiqueteo que hacía su pie contra el piso mientras miraba a la nada absoluta.
Lu la miró fijamente y se percató de la mirada totalmente ida de su hermana menor. Los expresivos ojos esmeraldas parecían empañados por un vaho de incertidumbre y entendía perfectamente porque estaba así. Después de todo, ella también sentía miedo, pero este venía proyectado por un escenario totalmente diferente.
Le dio un último bocado a su comida y limpió la comisura de los labios con la servilleta. Suspiró sonoramente y peinó su cabello hacia atrás, un gesto que no pasó desapercibido para So. Lu sentía que había alguna especie de código establecido que había quebrantado, había sobrepasado las barreras morales en su totalidad y que había podrido todo. En su mente, su adorada hermana estaba comenzando a sentir un obvio rechazo por ella y no podía culparla, ella misma había comenzado a sentir un asco insipiente que intentó eliminar durante la rápida ducha que se dio antes de desayunar. Percibía su piel pegoteada por su propio sudor mezclado con el de su So, haciéndola sentir sucia e indigna. Se talló el cuerpo con fuerza, casi como si quisiera lastimarse, castigándose a sí misma por haber forzado la situación hasta llevarla al límite.
Pero no sabía cuan equivocada estaba.
— Bueno… — Lu habló después de que el silencio se hiciera más opresivo. — Es complicado.
— ¿Perdón? — So parpadeó un par de veces en dirección a su hermana, confusa. No entendía a qué se refería.
— Sé que la cagué, ¿sí? Sé que no hay perdón en lo que hice, pero mi intención no era forzar nada… y entiendo si quieres detener todo en este momento, sería lo más lógico de hecho. Yo también lo haría y…
— Espera, ¿qué? — So miró con el ceño fruncido. — ¿Estás diciendo que tú me forzaste?
— Eh… — Lu dudó un momento, escogiendo cuidadosamente las palabras adecuadas. — ¿No fue así?
— A ver — Ana Sofía llevó los dedos a sus sienes y las masajeó, acusando un naciente dolor de cabeza. No podía creer lo que estaba escuchando. — No soy estúpida, ¿sabes? — Comenzó su discurso. — Sé muy bien donde me meto, que camino tomo y sus posibles destinos. Pero sobretodo, sé las consecuencias, o al menos las intuyo No soy una mocosa manipulable a la que todo el mundo puede llevar de la mano a donde le dé la gana, Lu. Tengo criterio y me decepciona que tengas esa percepción de mí.
— No tengo esa percepción de ti — se defendió tajante. Le ofendía que So creyera que la tenía en tan baja estima.
— Pues no lo parece — respondió seria. — No me forzaste a nada, ¿de acuerdo? Al menos no de forma literal, quiero decir… — se sonrojó, rememorando algunos detalles. — Yo estuve de acuerdo, me dejé llevar porque yo quise y participé por iniciativa propia… en todo. — la señaló con el dedo. — Así que no hagas el papel de mártir y deja de culparte.
Lu tragó grueso y desvió la mirada. Estaba avergonzada de sí misma y se regañó mentalmente por haberse imaginado un escenario que, ahora, le parecía narcisista. Repasó todo el discurso de So, especialmente ese «en todo» del final. Sabía a lo que se refería y sabía que el sexo había sido consensuado, pero eso solo le hacía pensar que ahora las dos estaban mal, muy mal. Ana Lucía veía el sexo como el epicentro del placer humano, una experiencia que no podía limitarse a la cuadrada estructura que le había otorgado la sociedad y por eso había explorado tantas cosas hasta alcanzar la cúspide de su propio goce. Sabía que aún le quedaba un largo recorrido, tenía como tesis de vida que las personas nunca dejaban de descubrirse, que cada uno era un universo que cambiaba constantemente. Sin embargo, también tenía claros los límites y, ahora, ambas se encontraban muy alejadas de ellos.
— Entonces… ¿Dónde estamos ahora? — Preguntó cautelosa.
— No lo sé — respondió igual de precavida. Sinceramente no sabía en qué punto se encontraban en ese momento.
— Primero, aclaremos que ambas queríamos hacerlo — explicó Lu. Su hermana asintió. — Ahora debemos decidir… ¿Queremos seguir haciéndolo?
La menor sintió miedo de la respuesta que su hermana podía tener a esa pregunta. Ella estaba consciente de lo que quería; a la mierda la sociedad y lo que digan, el placer que había sentido la noche anterior no lo había experimentado en los veinte y un años de experiencia que tenía en la vida. Pero también entendía que la única capaz de generar eso en ella era la mujer que tenía al frente, quien era sangre de su sangre eso lo hacía completamente aterrador.
— ¿Tú quieres? — Preguntó vacilante, sintiéndose incapaz de contestar sin saber los deseos de Lu antes.
La mayor pensó y suspiró. Su cabeza batallaba con todas las posibles consecuencias, tanto negativas y positivas… y las negativas ganaban por muchos puntos de diferencia. Sin embargo, siempre fue una mujer de riesgos, de lanzarse al vacío en busca de su bienestar y esas decisiones, demasiado temerarias para muchos, le habían llevado a vivir una vida plena.
— Te diré una cosa — dijo. — Es arriesgado, es condenado por la sociedad, la moral y cualquier cosa que se te venga a la cabeza… y por desgracia, no nos apellidamos Targaryen — So soltó una carcajada ante la ocurrencia, sintiendo que la tensión se drenaba con la risa —, por lo que nuestra familia lo condenaría mucho más rápido. Pero…
— ¿…, Pero? — Se mordió el labio inferior, presa de los nervios.
— Nadie tiene porque enterarse de nada… vivimos solas, no le debemos nada a nadie, pero lo mejor para todos es que lo que sea que pase entre nosotras, quede solo entre nosotras… ¿Entiendes?
So sopesó las palabras de su hermana y llegó a la misma conclusión. — Entonces…
— Entonces eres mi sumisa — Lu posó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y los usó para sostener la barbilla. Su larga pierna se estiró hasta que los dedos alcanzaron las pantorrillas. Rasguñó suavemente la piel con la uña del pulgar. Contorneó todo el músculo de la pierna derecha y se adentró entre los muslos, alcanzando su sexo.
— Lo soy — reafirmó.
— Te compraré un regalo — dijo sin dejar de acariciar el pubis con los dedos de los pies. La suave tela de la braga empezaba a humedecerse.
— ¿Un regalo? — Cuestionó sintiendo los primeros lametones de la excitación.
— Ajám… — emitió, sintiendo como su hermana colocaba los talones sobre los soportes altos de la silla y tomaba una posición casi acostada, con su peso siendo soportado únicamente por la espalda alta y las piernas abiertas. Estaba entregándose a ella. — Ya lo verás — finalizó, retirando su pie y levantándose de la mesa.
So se quedó perpleja, estaba dispuesta a entregarse, a dejarse llevar y Lu había decidido dejarla con el calor de su coño quemándole casi dolorosamente. Se reacomodó en la silla y cerró las piernas como si alguien pudiera ver la gran mancha oscura en su ropa interior. — ¡Eres el diablo, Ana Lucía Menotti!
— No has visto nada, mocosa. No has visto nada…
3
El rechinar de las zapatillas en el tabloncillo resonaba en todo el gimnasio. El ambiente húmedo y cargado era acompañado de los silbatazos dados por el entrenador y los jadeos de las jugadoras que corrían a toda velocidad de un extremo a otro, aupadas por las órdenes y gritos de alientos de los preparadores físicos. 
Desde la segunda fila de las gradas, So observaba con atención el entrenamiento. Sus rodillas yacían juntas, evitando que la minifalda tableada que había decidido usar ese día mostrara más de lo debido. El codo derecho se apoyaba en su muslo diestro y el mentón descansaba en la mano. Las uñas estaban prolijamente pintadas con una capa de color granate que combinaba a la perfección de sus zapatillas Vans del mismo color y, curiosamente, con su cabello. El celular descansaba en su mano siniestra, la cual cruzaba sobre las piernas, instintivamente en dirección a su mochila cuidadosamente colocada en la butaca siguiente.
Los ojos esmeralda de So se enfocaban en la otra pelirroja que sobresalía del resto. Siempre le sorprendía como, en comparación a la vida cotidiana, Lu no se veía tan «gigante» dentro de la cancha. Incluso había un par de chicas más altas que ella. En lo que resaltaba, y sobradamente, era en el apartado físico; la menor de las Menotti observaba como las largadas zancadas de su hermana le hacían adelantar a la mayoría de sus compañeras en cada sprint. También le permitían reaccionar más rápido para volver después de que su mano izquierda descendiera hasta la línea.
So se imaginó a sí misma cumpliendo un régimen físico como el que hacía el equipo los días miércoles e inmediatamente negó con la cabeza. Era imposible, moriría en el primer día. Ni siquiera entendía como su hermana soportaba esa clase de entrenamiento y terminaba como si hubiese dado un pequeño paseo trotando por el parque, mientras el resto de las jugadoras terminaban totalmente exhaustas.
Un fuerte silbatazo las sacó de sus cavilaciones e inmediatamente, las deportistas se detuvieron. — ¡A lanzar tiros libres, señoritas! ¡Dos grupos, el primero que llegue a treinta se larga, el que pierda hace cinco sprints más!
Las chicas se dividieron sin mucho problema en dos grupos de seis jugadoras y cada uno se dirigió a cada cesta. Para su suerte, su hermana estaba en el lado más cercano a ella. El pecho de Lu subía y bajaba exageradamente producto del esfuerzo físico. La franelilla negra estaba prácticamente adherida a su piel por el sudor que empapaba su cuerpo. Su cabello casi anaranjado yacía recogido en una cola de caballo alta, con los pequeños bucles húmedos cayendo hasta la nuca. El pequeño short blanco se esforzaba por contener los voluptuosos glúteos, transparentándose levemente en la zona más voluminosa de ambos. So se perdió por un segundo en esa lasciva vista, hasta que el grito de victoria de una de las chicas del equipo de Lu le hizo reaccionar. El entrenamiento había terminado.
La joven se levantó de la butaca y bajó las escaleras con calma, hasta colocarse al borde de la pista. Saludó a un par de chicas del equipo que había conocido anteriormente y esperó paciente a que su hermana se acercara.
Lu había sido llamada por el entrenador, quien le comunicó un par de cosas que quería trabajar en la práctica táctica del viernes. Necesitaba a su base estrella totalmente en sintonía con la estrategia, ella era la directora de orquesta las Águilas. Un apretón de manos finalizó la conversación en la media cancha, dio media vuelta y comenzó a caminar hasta la banca. Una gigantesca sonrisa se dibujó apenas se percató de la presencia de su hermana, aceleró el paso para llegar lo más pronto posible. So reconocía a la perfección cual era el bolso de su hermana y ahí estaba, parada justo detrás de él.
— Hola — saludó So, regañándose mentalmente cuando se percató de la coquetería que exudaba cada uno de sus gestos.
— Ey… — respondió Lu, riéndose levemente al ver la expresión típica en el rostro de su hermana cuando se reprendía a sí misma. — ¿Qué tal tu día? ¿Ya terminaron tus clases?
— Sí — afirmó. — Le dije a los chicos que te esperaría para ir a casa juntas.
— ¿Tienes mucho tiempo esperando? — Se sentó en el banquillo, secando su rostro con una toalla de mano antes de tomar su termo. Llevó el recipiente hasta la altura de sus labios y lo apretó para que el chorro de agua helada entrara en la boca, refrescándola inmediatamente.
— Nah — So tomó uno de las ondas del cabello de Lu que ahora yacía a su alcance y comenzó a juguetear con él. — Tengo como diez minutos solamente. Las vi correr y lanzar.
— Menos mal no llegaste antes. Andreina vomitó.
— Ugh…
— ¡Te escuché, Menotti! — Gritó una chica morena mucho más alta que Lu, pero también más delgada. So pensó que debía medir más un metro noventa con facilidad.
Las chicas más cercanas rieron y So vio el rubor pigmentando su rostro, sintió algo de pena por aquella muchacha que se le hacía gigante. Su forma de ser reservada e introvertida distaba mucho de su aspecto físico tan intimidante. Al menos para alguien tan pequeña como ella.
— Creo que me da tiempo a ir a la casa a darme una ducha — dijo Lu.
— Eso te iba a decir. Si podíamos pasar por la casa antes de irnos… — el tono era apenado. Como si estuviera suplicando.
— Podemos — respondió con una sonrisa al tiempo que se sacaba la camiseta húmeda y la introducía en su mochila.
Los ojos de So se movieron instintivamente hasta su hermana cuando se percató que la única prenda que protegía su desnudo torso era el sostén deportivo. Sin embargo, descubrió que ella no era la única que había sentido el deseo de verla y, descubrió que, al menos, un par de chicas se recreaban con la visión de los fuertes abdominales de Lu.
Frunció el ceño y se preguntó con cuantas de esas chicas habría tenido relaciones su hermana. Inmediatamente deshizo el pensamiento. Era algo de lo que no quería saber.
— ¿Lista? — Preguntó, intentando disipar los pensamientos.
— Sí — afirmó una vez pasó la sudadera de mangas largas sobre su cabeza. Tomó la mochila, se levantó y comenzó a caminar a la salida, seguida por su hermana. Ahora era Lu quien sintió la necesidad de ver las torneadas piernas apenas cubiertas por la corta tela de la falda beige. — Menos mal que no traje la moto hoy… no sé cómo ibas a subirte en ella con esa falda.
— Pero fuiste tú quien me pidió que la usara hoy…
— Lo sé — una sonrisa ladeada fue más que suficiente para que So intuyera que algo rondaba la mente de Lu.
Y con ese sencillo gesto que parecía casual, bastó para sentir como su estómago se contraía y un pinchazo de excitación despertaba su deseo.
4
Los edificios y locales comerciales pasaban como una película a través de la ventana. Las calles atestadas de personas que iban a su propio ritmo, dentro de su propia burbuja y las bocinas de los autos cada vez que un semáforo se ponía en rojo, en verde o amarillo. No importaba, todo el mundo parecía tener prisa. So siempre pensó que el centro de la ciudad daba más miedo de día que por la noche, aunque su hermana le dijera que estaba loca por pensar aquello. Durante las noches, no había esa marea de gente que parecía moverse como zombies, atropellándose y aglomerándose entre sí, tampoco había ese tráfico infernal y, especialmente, no existía ese estrés que parecía contagiar a todo el mundo. Lo único bueno era la diversidad de comercios que se encontraban abiertos al público. Lo que buscara, lo encontraría en el centro.
Volteó a verla, Lu mantenía la mirada al frente, el reflejo que se colaba por el parabrisas le daba de lleno al rostro, los ojos almendrados se veían más dorados que de costumbre, casi amarillos y la piel bronceada parecía brillar al igual que su cabellera. Hacía mucho tiempo que no había reparado en las similitudes faciales que compartía con ella, su nariz o los ojos, incluso la forma del mentón. Se miró a sí misma en el espejo retrovisor y se descubrió casi idéntica, lo que le hizo sonreír y sonrojar a la vez. La voz de la cordura le gritaba que todo lo que pensaba en ese momento estaba mal, pero eso le provocaba una gracia tan irónica que por momentos, creía que era maligna.
Aprovechó el pequeño vistazo para verificar su maquillaje, había decidido usar un pintalabios rojo tan intenso, que sus labios se veían más gruesos y provocativos, combinando a la perfección con su cabello y el color granate de su falda y esmalte de uñas. La camisa de seda negra apenas se transparentaba con la luz que la bañaba, dejando una sugerente, pero sutil visión de su sostén. So miró hacia abajo, asegurándose que el par de botones estratégicamente desabotonados en la parte superior mostraran solo el nacimiento de su escote. Sonrió al sentirse satisfecha, cruzó elegantemente las piernas estilizadas por el tacón de cinco centímetros de las sandalias y se acomodó en asiento.
El vehículo comenzó a descender la velocidad hasta estacionarse frente a un local desconocido. — Espérame aquí — susurró Lu antes de bajarse del vehículo.
Rodeó el auto, introduciendo una mano en sus vaqueros azules. El pantalón tenía leves rasgaduras estratégicamente posicionadas en los muslos, creando un diseño llamativo. El suéter ancho escondía su trabajado físico, pero dejaba desnudo su hombro derecho cubierto de pequeñas pecas café y la clavícula insinuaba coquetamente el contorno de su pecho.
El tintinar de la campanilla de la entrada y el resonar de las botas de cuero anunciaron su entrada. Lu saludó a la empleada y le entregó una factura. La chica leyó detenidamente y con un gesto le indicó que esperase un momento. La más pequeña observaba atentamente desde el vehículo, el lugar parecía ser una confeccionadora artesanal de prendas de cuero y joyería. En los escaparates destacaban carteras, billeteras, cinturones y una que otra joya. Cuando la dependienta volvió, entregó una pequeña caja forrada con cuero color violeta. Lu la introdujo dentro de su bolso, agradeció y caminó de regreso al auto.
— Ahora sí, Andrés. Vamos al sitio.
— ¿Qué es eso? — Curiosa, intentó abrir la cartera, pero su hermana se la arrebató de las manos.
— Deja el chisme, chismosa — dijo con una sonrisa juguetona.
— ¿Me dijiste chismosa? — Cuestionó con un falso tono ofendido. Lu soltó una carcajada.
— Sí, porque lo eres.
So le sacó la lengua y volvió a acomodarse en el asiento. — ¿A dónde vamos?
— A tomar algo, te dije — volvió a mirar al frente, con los labios brillantes por la pintura, ladeados en una media sonrisa. — Pero primero vamos a un lugar especial.
La curiosidad recorrió todo su sistema, pero sabía que era inútil preguntarle directamente, así que lo mejor era esperar paciente a que llegaran. El chico manejó alrededor de unos quince minutos más, dejando el centro de la ciudad a sus espaldas. Estaban prácticamente al otro extremo de la ciudad, una zona mucho menos concurrida y más urbanística, pero aun así, mostraba calles pintorescas, con locales de comida, un par de café bares que se le hicieron llamativos y uno que otro minimarket.
El auto dobló en la esquina siguiente y se detuvo frente un portón blanco. No había avisos, ni anuncios ni nada por el estilo, de hecho, a simple vista parecía una casa bastante grande. El portón se abrió después que el chico se identificó, permitiéndoles el acceso. Un camino bordeado por arbustos y flores de cayena los condujo hasta el edificio. La fachada evidenciaba que se trataba de una casa antigua que había sido remodelada, pintada pulcramente con el mismo color blanco. Se alzaba hasta cuatro pisos sobre ellas y So notó que había varios ventanales de gran tamaño.
¿Un hotel? Se preguntó, pero no se atrevió a hacerlo en voz alta.
Lu se adelantó y tocó la puerta un par de veces. Instantes después, una mujer mayor abrió. — ¡Ana! — Saludó con mucha confianza, abrazándola y dándole un beso en cada mejilla.
So se mantuvo al margen, observando curiosa la escena. Aquella dama vestía un elegante conjunto de falda recta hasta los tobillos de color rojo junto a una blusa blanca que dejaba ambos hombros descubiertos. Un inmenso collar que parecía ser de oro adornaba su cuello, haciendo juego con un precioso anillo en su anular. Parecía ser más o menos de su tamaño, pero los gigantescos tacones de aguja de las sandalias que calzaba casi la ponían a la altura de Lu. Ana Sofía intuyó que tenía unos cuarenta y tantos años, su cabello era rubio cenizo, peinado cuidadosamente en cascada hacia su lado derecho. Tenía unos penetrantes ojos cafés tan oscuros como el tronco de los árboles.
— María — Lu devolvió el saludo. — ¿Cómo has estado?
— Muy bien, muy bien — la mujer les enseñó la estancia y ambas hermanas se adentraron. Le regaló una sonrisa amigable a la menor antes de hablar. — Mucho gusto, María Reyes.
— Oh… Ana Sofía — dudó en decir su apellido. — Un placer.
— Tenías mucho tiempo sin venir, ¿no? — Cuestionó rodeando un gran mesón y sentándose sobre una silla tipo presidencial. Detrás de ella había un gran monitor con la imagen de un video musical, sin embargo, lo que más captó la atención de So fue el escaparate exhibidor que había detrás.
Los ojos barrieron rápidamente los objetos que yacían cuidadosamente acomodados para que cualquiera que entrara los viera. Entre ellos, destacaban látigos de diferentes estilos, consoladores, mordazas y varios objetos de cuero que desconocía totalmente. Desvió la mirada rápidamente, sintiéndose una niña pequeña viendo algo que no debía. Sus mejillas ardían y ella lo sabía, pero no podía hacer nada.
— No tanto, algunos meses — Lu observaba de reojo la reacción de su hermana. El nerviosismo porque rechazara aquello batallaba con el deseo. No esperó más y fue directo al grano. — Eh… María, ¿Tienes lo que te pedí?
— ¿Alguna vez le he fallado a una de mis clientas? — La mujer sonrió ególatra y extrajo una pequeña caja cuadrada de color plateado de uno de los cajones y se la extendió. — Segundo piso, cuarto violeta — finalizó, otorgándole una llave con un pequeño llavero con el tallado de una flor de cayena color violeta.
Lu tomó las llaves y después se aferró a la mano de Lu. No la vio, pero la menor sintió el frío tacto y un leve temblor.
Estaba nerviosa.
5
Aferrada fuertemente a la mano de su hermana, luchó contra los nervios. Intentó mantener un semblante sereno, pero el leve temblor que recorría su cuerpo era imposible de disimular. Aun así se las arregló para guiarlas con templanza hasta las escaleras.
Cada escalón que subían parecía un simbolismo a una ansiedad que comenzaba a sentirse físicamente. El apretón de manos se hizo mucho más intenso cuando alcanzaron el piso indicado por María, al punto que se dibujó una mueca de dolor en el rostro de So. Aun así, no se atrevió a decir nada, creía que la mínima alteración destruiría el ambiente que su hermana quería crear.
El lugar yacía solitario y en silencio, como si hubiesen entrado a una dimensión aislada del resto del mundo. Un inmenso pasillo se extendía frente a ellas y solo había cuatro puertas de distintos colores; roja, rosa, verde y, al final, la violeta.
So podía escuchar el sonido de so corazón con claridad y cuando comenzó a caminar, los tacones resonaron como un instrumento de percusión. La hermosa puerta estaba pintada pulcramente de un violeta pálido y tenía una hermosa flor de cayena  grabada en sus monturas. Lu introdujo la llave y la cerradura se destrabó con un suave sonido metálico.
La puerta se abrió y So aguantó la respiración de forma involuntaria mientras sus pies se movieron con paso vacilante hacia el interior.
Inmediatamente supo que aquel lugar no era un simple hotel. La habitación era muchísimo más amplia que la del cualquier otro hospedaje que conociera. Las paredes estaban pintadas de un tono púrpura mucho más oscuro que el de la puerta o el llavero. Lu dejó las llaves sobre un pequeño mueble que había al lado derecho de la entrada, bajo una televisión de unas treinta pulgadas. El sonido metálico captó la atención de So, quien miró a su hermana caminar tranquilamente hasta la cama.
En inmenso colchón estaba en medio de la habitación, como si se tratase del epicentro de un inmenso cuarto de juegos. Su vista se paseó por cada objeto que había en la habitación; en la pared del lado izquierdo había una gran Cruz de San Andrés empotrada, forrada de una tela roja que se apreciaba tacto al suave y con una pequeña tarima de madera pulida. Las sujeciones eran de un cuero brillante, ancladas a cadenas de metal que brillaban bajo la luz blanca de las lámparas.
Al fondo, colgado de las gruesas vigas de metal que atravesaban el techo, había una especie de arnés. Estaba hecho del mismo material, sujetado de cadenas gruesas que indicaban que podían soportar el peso de una persona. Curiosamente, de los gruesos travesaños también resaltaban  gruesas argollas soldadas firmemente del metal, que parecían cuidadosamente hechas para ser usadas con las sogas de distintos colores y grosores, prolijamente enrolladas y colgadas en una percha clavada a la pared.
Al lado derecho destacaba un mueble similar a los potros usados por los gimnastas, con la salvedad de que este se estrechaba de sobremanera en la parte superior, tomando una forma triangular cuando se apreciaba de frente. La parte superior no era más ancha que un listón de madera y se estimaba acolchada y forrada de cuero marrón. La parte se veía rígida, de madera pulida y con sujeciones fijas de cuero para las cuatro extremidades e, incluso, se sorprendió al ver que había hecha a la medida para el cuello.
Habían un par de muebles más que So no pudo reconocer, pero que se notaban eran terriblemente incómodos, como si se tratasen de instrumentos de tortura. Incluso notó que uno era demasiado parecido a los grilletes de madera usados en la antigüedad para apresar a los maleantes. El otro parecía más una mesa de exploración rudimentaria que otra cosa, con bases para piernas incluidas. Solo que esta no era más que una simple tabla de madera pulida con una base en la parte superior de donde colgaban cadenas con fuertes sujeciones.
Cada cosa que observaba se antojaba más aterradora que la anterior. Tragó grueso y sintió el cúmulo de sensaciones atrincherándose en la boca de su estómago. No podía entender que sentía en ese momento; la vergüenza y el miedo eran claros, pero también podía percibir la ansiedad y la excitación adhiriéndose ella como un symbiote, tan hambriento y exigente de ser satisfecho.
Inmediatamente sintió como su entrepierna comenzaba a emanar un calor incontenible que se esparcía hasta su cara.
— Bueno — la voz de Lu sonó áspera, ronca, pero calmada, casi autoritaria. Inmediatamente captó la atención de su hermana. — Hace unos días decidimos que continuaríamos con… esto. Con lo nuestro — la palabra «nuestro» resonó en los oídos de So. Era como si se oficializara que realmente tenían algo, una relación formal. — Además, confirmaste que eres mi sumisa ¿Lo eres?
— Lo soy — dijo como una autómata, casi desesperada por escucharse lo más sincera posible.
— Bien… — dio un paso adelante, con la caja morada en las manos. — Las relaciones normalmente se sellan con anillos, ¿cierto? — la menor movió la cabeza lentamente como gesto afirmativo. — Algunos usan cuentas, pulseras… aquí no es diferente — abrió el cajón y So sintió que su corazón se paralizaba.
Un collar de cuero negro brillante, acomodado delicadamente sobre un colchón de espuma forrada de terciopelo se presentó ante sus ojos. Las costuras estaban cuidadosamente cosidas con hilo plateado en una zona de la garganta, destacaba una pequeña argolla de plata con forma de corazón.
El cuero apenas tenía un centímetro de ancho, siendo tan discreto que aparentaba más ser una gargantilla que un collar. Aun así, So sintió que aquello era lo más parecido a un anillo de compromiso que alguna vez le habían regalado.
Con sumo cuidado, Lu lo sacó de la caja y le hizo una señala a su hermana para que se diera la vuelta. Cuando obedeció, retiró delicadeza la melena rojiza y rodeó el cuello con el accesorio. So acusó el firme ajuste en su garganta, sintiendo el cuero aferrándose a su piel y el corazón permaneciendo fijo sobre su  garganta. 
Las manos de Lu la sostuvieron por los hombros y la guio hasta el enorme espejo montado sobre la pared del fondo. Cuando So observó su reflejo, sintió que el collar apretaba más, impidiéndole incluso respirar, o era ella la que había olvidado hacerlo. El corazón martilleó en su pecho, la imagen que veían sus ojos la hizo sentir maniatada, como si su cuerpo hubiese dejado de pertenecerle y ahora era de la mujer tras de ella. No entendía el por qué sentía aquello, pero mucho menos comprendía porque se le hacía tan agradable. 
Aquella delgada tira de cuero no se parecía en lo más mínimo en los collares que había visto en internet, pero era suyo y con el pasar de los segundos, fue cayendo en cuenta de lo que significaba aquello; le pertenecía a alguien.
A su hermana.
Su respiración se aceleró al punto que debió abrir la boca para dejar que el aire corriera correctamente hasta sus pulmones. Un dedo pulgar cariñoso se paseó por su labio inferior y después por su mentón.
— Tócalo — susurró Lu a su oído.
Un escalofrío le recorrió la columna y su sexo se contrajo. La temblorosa mano derecha fue tomada con firmeza por la de su hermana, guiada lentamente hasta el accesorio. Los dedos vacilantes apenas lo rozaron, sintiendo la suavidad y la firmeza del cuero. Apreció cada detalle; los bordes, los fríos remaches y la dureza de la fina plata. Una sensación extraña se esparció en la yema de los dedos, como si le quemase, pero era un ardor placentero.
El deseo empezó a desbordarse en su entrepierna e inundó sus sentidos. Miró a Lu, primero a través del reflejo y después directamente cuando giró para quedar frente a ella. La mayor sonrió ladeada, transmitiéndole toda la seguridad que necesitaba.
Si estaba en sus manos, todo estaba bien.
— ¿Te  gusta? — Preguntó con un tono conciliador separándose de ella y sentándose en la cama.
— Me encanta… — So volvió a mirarse al espejo. Sintiendo y mirando cada detalle.
— No es un collar definitivo, por lo que, si deseas, puedes qui…
— No — una palabra contundente que sonó casi desesperada, volteando para encararla.
La sorpresa en primera instancia dio paso a una expresión dulce. Lu sonrió satisfecha, observando lo hermosa que se veía su hermana luciendo el collar que ella misma había mandado a confeccionar. Se sentía orgullosa, era el primer collar que mandaba a perfeccionar y a personalizar a medida; cada costura, el color del cuero, la argolla con forma de corazón, el grosor. Cada detalle importaba y pasó días diseñándolo para fuese lo suficientemente discreto y pudiera usarlo en cualquier momento si lo deseaba.
— Gracias… — no supo porque lo dijo, pero sentía una incesante necesidad de agradecer.
Estaba consciente que el collar no era un simple regalo. Tenía un significado implícito que era mucho más profundo, de lo que cualquiera podría imaginar, pero también entendía que tenía una carga de morbosidad e incluso sadismo, sin embargo, ella lo sentía como el objeto de más valor que le habían dado alguna vez. Miró a su hermana y su rostro se enrojeció furiosamente.
— No es todo — esgrimió Lu, tomando una pose más altanera.
Había cruzado las piernas y sus manos se apoyaban a los lados. Su pecho estaba erguido, dándole un aspecto mucho más alto del que tenía normalmente. Sus ojos habían tomado esa expresión afilada que conseguía desarmar a su hermana.
So no se dio cuenta cuando o de donde había sacado la pequeña caja plateada que descansaba sobre su regazo, justo en la entrepierna. — Tómala — ordenó con una sonrisa casi diabólica.
Caminó con paso vacilante y tomó la caja entre sus dedos. Temblaba de la emoción y la excitación, pero no la abrió inmediatamente. — ¿Qué es? — Preguntó vacilante.
— Para que el acuerdo se complete — empezó a explicar. Se puso de pie y se acercó con pasos firmes y seguros. Tomó la parte superior de la caja con mucho cuidado y sin arrebatársela de las manos. — Debo entregarte un regalo transgresor, pero debo asegurarme que lo recibirás complacida.
— ¿Transgresor? — La mente de So parecía una locomotora con sobrecarga de carbón funcionando a toda máquina. Esa palabra tenía demasiadas definiciones, pero ninguna era del todo positivas. Con las mejillas rojas y pasando saliva por la garganta con dificultad, asintió afirmativamente. — Lo acepto.
— ¿Sin importar lo que haya adentro?
— Sí…
— ¿Confías en mí?
— Confío en ti…
La pequeña caja se abrió, revelando un objeto cónico, tan brillante como la plata de la argolla que ahora adornaba su garganta. No sobrepasaba los cuatro centímetros de diámetro o los cinco de alto, con una base delgada que finalizaba en una hermosa joya color granate. So no era ilusa, tampoco era una ignorante del tema, sabía a la perfección lo que era aquel objeto e inmediatamente, la sola visión provocó oleadas de placer.
Lu tomó tanto el juguete como la caja y caminó hasta la cama hasta sentarse, hizo una seña a su hermana con el dedo índice para que se acercara y ella obedeció. — Voltéate — ordenó autoritaria, con voz ronca. So lo hizo sin rechistar.
Las hábiles manos de la mayor se posaron sobre los glúteos, palpándolos y apretándolos. Primero tímidamente, luego sin pudor alguno. Subió la falda y la vista del culo con un pequeño trozo de tela de encaje negro incrustado entre ambos músculos la excitó. Volvió a su tarea, recreándose con la vista y la sensación que le brindaba el suave y voluptuoso tacto. Llevó los labios hacia el glúteo izquierdo y le brindó un beso suave y húmedo, antes de darle una leve nalgada que inmediatamente enrojeció la zona. Hizo lo mismo lo mismo con el derecho antes de enganchar los dedos índice y medio en el liguero de la tanga. Tiró de la prenda con autoridad y esta descendió a los tobillos, su hermana desnuda le brindaba una vista que le provocaba demasiados malos deseos, pero se contuvo. Debía hacer las cosas bien, con calma. Debía mantener la compostura.
Volvió a masajear, esta vez con más ímpetu. Abrió las nalgas, el estrecho agujero del ano y el húmedo coño quedaron a su merced. Un leve gemido se coló en sus oídos, aumentando su urgencia. Elevó el rostro y vio a su hermana con los ojos muy apretados y con la boca levemente abierta, sus manos se habían cerrado en puños con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos. Quiso besarla, pero arruinaría la atmósfera morbosa que se había esforzado en crear. Dejó su mano derecha separando lo más posible el culo y llevó el dedo índice de la izquierda hasta su sexo. Con el anverso, recorrió toda la abertura, sintiendo los pliegues resbaladizos y viscosos, repitió la acción con el reverso, escuchando, ahora sí, un coro de sollozos eróticos.
El dedo se deslizó hasta cinco veces en ambas direcciones, asegurándose en llegar en un par de ocasiones hasta el clítoris que ya se encontraba totalmente hinchado. Incluyó un segundo el dedo, el medio, y repitió el proceso hasta por un minuto, con sus sesentas segundos completos.
So se encontraba con la espalda arqueada y sus pies en puntillas. Los espasmos de la estimulación le habían hecho tomar una posición donde su culo había quedado en pompa y sus hombros se habían inclinado hacia delante. Sus piernas temblaban por la tensión y pequeñas gotas de flujo ya humedecían el piso bajo sus pies.
Cuando los dedos estuvieron lo suficientemente lubricados cambió de objetivo, comenzando un movimiento ascendente, rozando la sensible piel de la zona entre el la vagina y el ano hasta alcanzar el delicado agujero. Usó ambos dedos para masajearlo externamente, asegurándose que la lubricación lo cubriera en abundancia. Llevó la punta del dedo medio e hizo presión, sintiendo la fuerza con la que este se cerraba.
— Relájate — mandó. So en ese momento se dio cuenta de lo tensa que estaba. Tenía miedo siquiera de voltear a verla. Respiró profundamente e intentó relajar sus músculos.
Lu volvió a pasar el dedo medio entre los labios vaginales antes de conducirlo hasta el culo. Hizo presión una vez más, sintiendo la entrada mucho más fácil. Aumentó la fuerza, apreciando que el agujero cedía, dejándolo entrar. Lo retiró para repetir la acción hasta que las dos primeras falanges se habían perdido en su interior.
So suspiró y jadeó al advertir la invasión. Apretó los dientes cuando un pequeño ardor comenzaba a molestar, pero no dijo nada, se limitó a concentrarse en facilitar el camino cuando su hermana intentó entrar en ella una vez más.
No podía ver si había entrado por completo, pero lo sentía tan profundo que notó cada milímetro de longitud abandonándola cuando Lu lo sacó. Suspiró sonoramente cuando la yema acarició la piel alrededor, aliviando la molesta sensación que le albergaba. El tacto se detuvo solamente para comenzar la invasión total.
Un sonoro gemido incontenible escapó de sus labios cuando su hermana entró de una sola estocada. Cada nervio en su interior fue estimulado, incluso por los nudillos chocando contra los glúteos. Lu giró la mano hacia un lado y después hacia el otro, removiendo su interior. Cuando dejó de percibir una dolorosa presión alrededor de la base de su dedo, intuyó que se había acostumbrado a su grosor. Inmediatamente empezó un vaivén en su interior, sacándolo y metiéndolo a un ritmo constante. Añadió un segundo dedo que acusó una resistencia mucho más frágil y con mucho menos esfuerzo, se perdió en el interior del elástico agujero.
So se sentía extraña. Era la primera vez que jugaba con esa parte tan pecaminosa y la sensación no era desagradable, pero tampoco era el placer ensordecedor que sentía cuando era estimulada por la vagina. Aun así, apreciar que su culo ya no ofrecía ninguna resistencia y solo acusaba un leve, pero delicioso roce nublaba todos sus sentidos. Incluso, llegó pensar que ahora, era su ano el que succionaba con glotonería. Y ese pensamiento la llevó al primer espasmo previo al orgasmo.
Lu se sintió satisfecha al apreciar la expansión y elasticidad que había ganado el culo de su hermana. So ahora se mostraba dispuesta, entregada a la sonorización y, de hecho, lo estaba. Se arrepentía de no haberse atrevido a explorar esta parte de su cuerpo en el pasado y de experimentar un placer que la estaba llevando al clímax. Fue tanto su goce que se sintió abandonada cuando los dedos salieron de su interior.
Lu abrió ambas nalgas, apreciando el dilatado agujero unos segundos. Tomó el plug anal con su mano izquierda, usando los dedos índice y anular para sostenerlo y el pulgar para mantenerlo fijo. Repitió la misma acción y lo lubricó con el ahora abundante lubricante natural de su hermana. Cuando concluyó que era suficiente, lo paseó en dirección ascendente, hasta posicionar la punta en la entrada.
La menor dio un respingo y abrió los ojos cuando acusó el frío metal. Giró la cabeza para ver lo que sucedía y vio a su hermana apuntando directo a su trasero con el brillante juguete. Inmediatamente sintió como el extraño objeto empezaba a invadirla y a llenarla, expandiendo su ano a niveles mucho mayores de lo que habían conseguido los dedos de Lu.
Apretó los dientes y la vena de su cuello se tensó, pero contrariamente su pelvis se relajó. Esta nueva irrupción era mucho mayor, acusando incluso dolor cuando la parte más gruesa forzó su entrada. Inmediatamente sintió los mordisquitos en su glúteo derecho, provocándole centellazos de placer que sacudieron su interior de placer. Sin darse cuenta, ella misma forzó la entrada, tragándose el plug y taponándose.
Cuando su mente estuvo lo suficientemente lúcida, sintió como si un rayo la atravesaba y la partía en dos. Estaba abierta, rota y la vergüenza trajo a su mente la palabra «transgresor», resonando en todos sus sentidos. Su hermana lo había dicho, se lo advirtió y aun así ella lo aceptó gustosa. Sin una luz cegadora y un suave click la sacaron de sus cavilaciones.
Lu se levantó, acarició su culo una vez más y la tomó del cuello, obligándola a enderezarse. Posicionó su teléfono celular frente a sus ojos y una imagen la asaltó; su culo en primer plano, con su coño hinchado y babeante junto una hermosa y brillante joya justo donde debía estar su ano, adornándola.
Y así, no pudo evitar derretirse en un orgasmo arrasador.
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Bff, quizás el capítulo más largo hasta el momento xD más de 7K de palabras, pero el contrato está firmado!
Muchas gracias por seguir hasta el momento, si les gusta el relato, déjenmelo saber a través de los comentarios. También recuerden que pueden seguirme en twitter como @andy_relatos, donde publico cosas randoms y otras relacionadas con esta y otras historias en las que estoy trabajando. También pueden entrar a mi Magic  donde están todos mis links, así me ayudan en otras plataformas.
¡Nos vemos la semana que viene!

1 comentarios - Átame a ti: Capítulo 9

slash2006 +1
Tremendo. Cada descripción, cada momento detallado, imaginar en mi mente cada escena. Creo que fuel el más caliente hasta ahora. Van 10 puntos