Nunca me imaginé nada igual.
Quise seguirlos de forma casi imperceptible, pero él me cortó en seco cuando vió mis intenciones.
Comisario - Quedate ahí - me ordenó, como cuando se reta a un chico - Quiero que lo veas todo del otro lado del mostrador - Se agachó por detrás de la heladera para decirle algo a ella y volvió a aparecer - ¿Me vas a cortar fiambre, nena? Quiero comer algo mientras estoy de guardia. Dale, ¿te fijas que puede ser?
A través del vidrio rectangular pude ver a Cintia aparecerse al abrir la puerta. Estaba arrodillada en el piso grasoso, con medio culo afuera de la heladera y con las tetas oscilando de un lado a otro entre los embutidos.
Comisario - ¿Que tenés para mí? Quiero el fiambre más caro y de muy buena calidad.
Cintia - ¿Bondiola? - preguntó.
Mi mujer hacía sin chistar. El desgraciado le propinaba tirones con el cinturon para que ella lo mirara cuando le dirigía la palabra. Contacto visual que me cortaba como una sierra en movimiento.
Cuando Cintia dió con lo pedido, le tendió el corte en el aire para confirmar, y volvió gateando a la máquina de fiambres que estaba a escasos metros. Con un poco de dificultad se incorporó, nos miró a ambos con una sonrisita de suficiencia y encendió el aparato. Mientras tanto, el tipo me pedía que me acercarse para poder verlos mejor.
No perdía oportunidad para ponerle una mano encima del culo cada vez que espiaba lo que hacía por debajo.
Comisario - Cortame doscientos, trescientos gramos. Con esto que estoy haciendo ya tengo pago de ante mano todo lo que me voy a llevar.
Ella comenzó a cortar muy cuidadosamente las rodajas de fiambre, y se puso cómoda para continuar con el juego macabro que parecía no tenér fin.
El invitado de lujo se pegó lo más cerquita que pudo contra su espalda y comenzó a frotarle el culo fervientemente, abriendo las manos lo más posible en un vago intento por agarrar toda la carne que tenía él solo. Mi mujer por momentos perdía el hilo y se dejaba amasar por esos brazos que por todas partes la recorrían sin parar.
Me miraba con ojos glaciares. Seguramente le cruzaban por la mente todas esas ocasiones en las que le insinue que quería verla disfrutando con otros hombres, fantasía que finalmente se nos estaba cumpliendo después de tanto tiempo.
El policía, en plena faena, hasta entonces no había perdido los estribos. Aunque la fiebre y el morbo se hacían presentes en el aire y parecían poder tocarse con la punta de los dedos. Era ella, mi querida esposa. Totalmente entregada a la sumisión y dispuesta a humillarme.
Comisario - Hacé tranquila - le decía él - Que gracias al cornudo no tenés que desvivirte más por el alquiler.
Entonces Cintia se estremeció. Apenas despego los labios y un gemido en forma de hilo se escapó perdiéndose por las vibraciones de la máquina ¿Estaba temblando?
El juego de placer parecía no dejarla continuar con el trabajo que le habían asignado, y descubrí que el tipo le urgaba por debajo de la tanga como palpando algo. Probablemente eran uno o dos dedos jugando con la intimidad de mi señora - pensé.
La rubia largó otro gemido profundo y después otro. Se sostenía del mostrador casi que con dificultad mientras el viejo jugaba incansablemente.
Después de varios segundos realizando movimientos ahí abajo, retiró la tanga hacía un costado, se llevó el dedo a la boca y degustó profundamente... !El sabor! Los jugos que desprendía la hembra se le inyectaron en los ojos como si fuera heroína. Hizo un moviendo certero con el dedo medio embadurnado en saliva, y logro empalarla como utilizando una lanza.
Cintia - ¡Ay Dios!
Una vez adentro de ella, la empezó a estimular casi que con violencia. Rápido. Podía ver cómo estiraba las paredes de su vagina como si fueran una réplica de una real, espacialmente hecha para maltratarla. Pero mi mujer no era un juguete y no paraba de gritar y retorcerse. Me sentí abrumado por la intensidad de sus movimientos, ya que con cada embestida lograba espasmos abruptos en ella, que parecía a punto de desmayarse.
Cintia - ¡Así papi, así! - lo alentó. Entonces recibió una sacudida de concha que le dejó temblando las piernas. Mientras se hundía en el orgasmo y se apoyaba en el mostrador con lás rodillas para poder sostenerse, el viejo le dió dos o tres chirlos que estallaron en todo su culo, y Cintia saco despedido un chorro de líquido que se desparramó rápidamente por todo el lugar.
Estaba rendida al igual que yo. El viejo era el único que todavía se encontraba en la posición de poder dar por concluido el encuentro, y después de unos mimos a mi mujer y de algunas palabras que cruzamos con respecto a su siguiente visita, tomo lo que era suyo junto a otras cosas más y desapareció en la gruesa cortina del calor de noviembre.
Miré a mi mujer mientras levantaba sus cosas del suelo y pude ver qué tenía las piernas bañadas en un líquido transparente y sumamente viscoso. Personalmente, nunca la había visto acabar de tal forma desde que salimos las primeras veces hace ya bastantes años atrás. Cuando se dió vuelta, tapándose para que no la vea hecha un caos de lujuria, me sonrió y me dijo:
¿Vamos a casa? Si querés me ayudas a limpiarme.
Gracias a todos por leerme. Se vienen cosas nuevas.
Instagram: @amkaraduo
Quise seguirlos de forma casi imperceptible, pero él me cortó en seco cuando vió mis intenciones.
Comisario - Quedate ahí - me ordenó, como cuando se reta a un chico - Quiero que lo veas todo del otro lado del mostrador - Se agachó por detrás de la heladera para decirle algo a ella y volvió a aparecer - ¿Me vas a cortar fiambre, nena? Quiero comer algo mientras estoy de guardia. Dale, ¿te fijas que puede ser?
A través del vidrio rectangular pude ver a Cintia aparecerse al abrir la puerta. Estaba arrodillada en el piso grasoso, con medio culo afuera de la heladera y con las tetas oscilando de un lado a otro entre los embutidos.
Comisario - ¿Que tenés para mí? Quiero el fiambre más caro y de muy buena calidad.
Cintia - ¿Bondiola? - preguntó.
Mi mujer hacía sin chistar. El desgraciado le propinaba tirones con el cinturon para que ella lo mirara cuando le dirigía la palabra. Contacto visual que me cortaba como una sierra en movimiento.
Cuando Cintia dió con lo pedido, le tendió el corte en el aire para confirmar, y volvió gateando a la máquina de fiambres que estaba a escasos metros. Con un poco de dificultad se incorporó, nos miró a ambos con una sonrisita de suficiencia y encendió el aparato. Mientras tanto, el tipo me pedía que me acercarse para poder verlos mejor.
No perdía oportunidad para ponerle una mano encima del culo cada vez que espiaba lo que hacía por debajo.
Comisario - Cortame doscientos, trescientos gramos. Con esto que estoy haciendo ya tengo pago de ante mano todo lo que me voy a llevar.
Ella comenzó a cortar muy cuidadosamente las rodajas de fiambre, y se puso cómoda para continuar con el juego macabro que parecía no tenér fin.
El invitado de lujo se pegó lo más cerquita que pudo contra su espalda y comenzó a frotarle el culo fervientemente, abriendo las manos lo más posible en un vago intento por agarrar toda la carne que tenía él solo. Mi mujer por momentos perdía el hilo y se dejaba amasar por esos brazos que por todas partes la recorrían sin parar.
Me miraba con ojos glaciares. Seguramente le cruzaban por la mente todas esas ocasiones en las que le insinue que quería verla disfrutando con otros hombres, fantasía que finalmente se nos estaba cumpliendo después de tanto tiempo.
El policía, en plena faena, hasta entonces no había perdido los estribos. Aunque la fiebre y el morbo se hacían presentes en el aire y parecían poder tocarse con la punta de los dedos. Era ella, mi querida esposa. Totalmente entregada a la sumisión y dispuesta a humillarme.
Comisario - Hacé tranquila - le decía él - Que gracias al cornudo no tenés que desvivirte más por el alquiler.
Entonces Cintia se estremeció. Apenas despego los labios y un gemido en forma de hilo se escapó perdiéndose por las vibraciones de la máquina ¿Estaba temblando?
El juego de placer parecía no dejarla continuar con el trabajo que le habían asignado, y descubrí que el tipo le urgaba por debajo de la tanga como palpando algo. Probablemente eran uno o dos dedos jugando con la intimidad de mi señora - pensé.
La rubia largó otro gemido profundo y después otro. Se sostenía del mostrador casi que con dificultad mientras el viejo jugaba incansablemente.
Después de varios segundos realizando movimientos ahí abajo, retiró la tanga hacía un costado, se llevó el dedo a la boca y degustó profundamente... !El sabor! Los jugos que desprendía la hembra se le inyectaron en los ojos como si fuera heroína. Hizo un moviendo certero con el dedo medio embadurnado en saliva, y logro empalarla como utilizando una lanza.
Cintia - ¡Ay Dios!
Una vez adentro de ella, la empezó a estimular casi que con violencia. Rápido. Podía ver cómo estiraba las paredes de su vagina como si fueran una réplica de una real, espacialmente hecha para maltratarla. Pero mi mujer no era un juguete y no paraba de gritar y retorcerse. Me sentí abrumado por la intensidad de sus movimientos, ya que con cada embestida lograba espasmos abruptos en ella, que parecía a punto de desmayarse.
Cintia - ¡Así papi, así! - lo alentó. Entonces recibió una sacudida de concha que le dejó temblando las piernas. Mientras se hundía en el orgasmo y se apoyaba en el mostrador con lás rodillas para poder sostenerse, el viejo le dió dos o tres chirlos que estallaron en todo su culo, y Cintia saco despedido un chorro de líquido que se desparramó rápidamente por todo el lugar.
Estaba rendida al igual que yo. El viejo era el único que todavía se encontraba en la posición de poder dar por concluido el encuentro, y después de unos mimos a mi mujer y de algunas palabras que cruzamos con respecto a su siguiente visita, tomo lo que era suyo junto a otras cosas más y desapareció en la gruesa cortina del calor de noviembre.
Miré a mi mujer mientras levantaba sus cosas del suelo y pude ver qué tenía las piernas bañadas en un líquido transparente y sumamente viscoso. Personalmente, nunca la había visto acabar de tal forma desde que salimos las primeras veces hace ya bastantes años atrás. Cuando se dió vuelta, tapándose para que no la vea hecha un caos de lujuria, me sonrió y me dijo:
¿Vamos a casa? Si querés me ayudas a limpiarme.
Gracias a todos por leerme. Se vienen cosas nuevas.
Instagram: @amkaraduo
5 comentarios - Soy cornudo primerizo, conocé a Cintia. ¿Final?