Siempre quise tatuarme la cola, y una vez, casi lo logro. Fue cuando salí con un tatuador, pero... primero... vamos por partes.
Lo conocí en 4to año, cuando íbamos a ed. Física en la secu. Éramos de distintos cursos. Él iba a 5to. Pegamos un poco de onda en su tiempo y, cuando se graduó, le perdí el rastro.
Años mas tarde, me lo cruzo en un local de tatuajes, una tarde cuando acompañé a una amiga a hacerse un piercing en la nariz. Nos reconocimos al toque, nos abrazamos, le pregunté cuánto salían los tatús y me terminó dando su número para cuando me decidiera hacer alguno. La buena onda seguía intacta.
Ni bien lo agendé, nos pusimos a hablar de cualquier cosa, menos de eso. Nos chamuyamos mutuamente. Pero me daba mucha vergüenza contarle dónde quería el diseño (y eso que yo ya sabía que él ya sabía mi orientación). Tanto insistir, me terminó ganando. Le conté que lo quería en la cola. Me comentó que eso era re común, que no me apene.
Por un momento, mi idea era que me lo haga otro. Un boludo, la verdad. Pero, el ya conocerlo, me hizo dar marcha atrás con el asunto.
Tiempo después, nos organizamos para vernos y revivir aquella gran amistad. Lo que no sabíamos, es que la tensión sexual que había, era muy grosa.
Llega el día de vernos. Me viene a buscar al laburo. Ya que yo cerraba mas tarde (atendía una heladería). Me compra un helado y se sienta afuera a esperarme a que cierre.
Salgo. Lo veo justo donde habíamos acordado: en la esquina de la plaza que está en frente del negocio. Cuando miro bien, además de mi helado, se había pedido una pizza. Ay, me enamoré de ese gesto.
Como tenía el pelo medianamente largo, me lo ato tipo "colita". Llego. Nos disponemos a comer, charlar para ponernos al día con nuestras vidas post-colegio, tirarnos onda, contar nuestros amoríos escolares (yo tuve solo uno), hasta terminar hablando de sexo. Obviamente, mi peinado lo distrae una banda ja ja ja.
En estos dos últimos tópicos, nos incluimos sin querer. Yo, la verdad, no tenía intenciones de que sepa por mi parte las ganas que le tenía. Como cuando se ponía shorcitos deportivos y le miraba la entrepierna, por ejemplo. Pero lo hice. Le llegué a poner la cola varias veces jugando a la pelota.
Por su parte, no fue un Santo (y eso que tenía pareja). Me fichaba el ojete en las duchas para después pajearse, me nalgueó en varias oportunidades, dejándome su mano BIEN marcada en mi cola y hasta nos rozábamos jugando. Pero siempre lo vi como eso, juegos. Nada real. Pura tontera de dos amigos.
Luego de eso, las preguntas se tornaron mas íntimas y mas sexuales. Hasta que le llegó el turno a nuestras fantasías. La mía, por ese entonces, le confesé que era comerme una verga sabor a helado (en realidad, solo quería provocarlo, ya lo había hecho). El helado sabor pija, no tardó en llegar.
Como ya la tenía un poco parada, nos fuimos a un rincón oscuro a manosearnos. Sus manos inquietas no pararon de rozar y tocarme todo lo que se llama cola. Los dedos, en su desenfreno, atinaron a acariciar para luego introducirse en mi rayita, pero sin quitarnos nada. Todo por encima, lo cual, me ponía mas caliente.
Mis manos, por mi parte, tampoco se quedaron atrás: trepaban a lo largo y ancho de todo el tronco de su pija. Subía y bajaba mientras sentía cómo se estremecía. Me pedía mas, mas, mas, mas al oído. Se la estiraba para el costado, para adelante, para todos lados. Mis besos en su cuello y en sus labios, le generaban una locura irrefrenable. Su respiración era cada vez mas brusca, violenta casi como la de un toro.
Me tomó de la cintura para tener poder sobre mi cuerpo. Me obligó a ponerme de espaldas, me apoyó la verga como nunca me la habían pasado. A pesar de estar vestidos, parecía que ya estábamos cogiendo. Me agarró del cuello, de mi cintura. Se me acercó al oído de atrás, para decirme que le chupe la pija. Se sentó en un banco que tenía detrás. Se bajó la cremallera con todas las ganas del mundo... en vano, porque se le trababa. Aprovechando esto, le froto mi burra. Se la muevo como bailándole. No aguantaba mas.
En un momento, me acuerdo que me caí encima suyo de tanto meneársela y le sentí toda la verga dura en mi colita. El roce de la tela de nuestra vestimenta, nos excitó el doble. Su bulto parecía una carpa.
Una vez logrado esto, la peló. La tenía al aire. Se la agarra, la empieza a sacudir como pidiendo lengüita. Se pajea. Su mano empieza a hacer el mismo movimiento que le hacía yo anteriormente. Me hacía deseársela como nunca. Mi cara de petera adicta, me mandaba al frente, se dio cuenta de lo mucho que deseaba todo eso. Destapó el pote del helado y se empezó a embadurnar la poronga con la crema americana. Primero el prepucio, después el tronco, hasta alcanzar la parte mas baja, la base del pingo. Dicho y hecho, tenía la verga llena de helado.
Me arrodillé ante él, ante esa majestuosidad. Años esperando ese momento. Años pensando cómo sería y a qué sabría ese manjar de dioses.
Él, sentado como un rey, como MI HOMBRE, ansiando que lo haga explotar desde la punta de los pies hasta la de los pelos (de la cabeza... de arriba) con mis dotes de petero experto.
Me avalanzo sobre sus partes nobles. Primero la observo bien, de punta a punta. Mi boca ya era un río de babas. Sus manos se dirigieron a mi nuca, mis "colitas". En ese momento, en mis pensamientos, navegaba la idea de tener tetas enormes (ya sabés, para poder masturbarlo de distintas formas). Apretársela, arrinconarle ese pedazo contra mí. Para mi desgracia, eso no era posible, así que... mi boca hizo esa labor.
Empiezo por su glande, ya que el prepucio lo tenía bien estirado hacia el fondo. Subía y bajaba por ese tubo de carne venoso, repleto de leche. A veces, lentamente para deleitarme con cada porción de la crema, mezclada con pija y nuestros fluídos. Otras, rapidamente, para volverlo loquito. Cada tanto, me salía de detrás de su amigo, nos mirábamos y se reía porque parecía que tenía bigote de leche en los labios.
Mi saliva, el ritmo de mis manos, el ruido que producía mis escupitajos, lo volvían al tema importante. Se ve que funcionaba todo eso, porque, cuando levantaba mi vista, notaba que estaba con la cabeza (de arriba) apuntando al cielo.
Mientras le practico sexo oral, dirigía mi mirada a algunos de los tatuajes que me pude permitir ver: los de sus brazos. Me di cuenta de lo mucho que me calentaba ese detalle. Me di cuenta, también, de lo delgada que la tenía, pero de arriba, era bien cabezona... justo como un chupetín. De pronto, nuestros ojos se cruzaron en el camino. Me pidió no acelerar el ritmo, porque iba a explotar rapidísimo. No creí que lo dijera en serio.
Pasaron 3 minutos, aprox, hasta el momento de sucumbir en mi rostro. Un poco será, porque me tomé el tiempo, además, de fijar mis labios mucho en su frenillo. Los apoyé como si fueran las ventosas de una rana. Fue hermoso. Otro poco será, porque mientras lo hacía, mi lengua jugueteaba.
Fue un lechazo precoz, pero delicioso. Rápido, pero disfruté a pleno cada colisión de sus gotitas en mi piel. Debo agregar que fue abundante su escupida y se esparció en toda mi cara.
Mientras me limpio el rostro, me bajo el pantalón y le muestro el hilo que tenía puesto. Automaticamente su mano tuvo un encontronazo directa con una de mis nalguitas.
"Para la próxima, le devuelvo el favor a ella, pero mientras tanto..." tras decir eso, un super chupón en mi colita dejó plasmado. Termina con un golpe mas ahí, pero... esta vez, su mano se quedó un rato largo, mientras se ponía de pie.
Me acompaña hasta mi casa, me da el beso de mi vida. De esos que parecían ser eternos, pero pasionales. Se va. Entro a mi hogar, dejando a mi paso toda la ropa que poseía mi cuerpo. Me lavo las manos. Cuando llego al espejo grande, noto algo. Una especie de mancha ubicada sobre la parte superior de mi glúteo izquierdo, una que me acompañará momentaneamente: la marca de su rica boca.
Lo conocí en 4to año, cuando íbamos a ed. Física en la secu. Éramos de distintos cursos. Él iba a 5to. Pegamos un poco de onda en su tiempo y, cuando se graduó, le perdí el rastro.
Años mas tarde, me lo cruzo en un local de tatuajes, una tarde cuando acompañé a una amiga a hacerse un piercing en la nariz. Nos reconocimos al toque, nos abrazamos, le pregunté cuánto salían los tatús y me terminó dando su número para cuando me decidiera hacer alguno. La buena onda seguía intacta.
Ni bien lo agendé, nos pusimos a hablar de cualquier cosa, menos de eso. Nos chamuyamos mutuamente. Pero me daba mucha vergüenza contarle dónde quería el diseño (y eso que yo ya sabía que él ya sabía mi orientación). Tanto insistir, me terminó ganando. Le conté que lo quería en la cola. Me comentó que eso era re común, que no me apene.
Por un momento, mi idea era que me lo haga otro. Un boludo, la verdad. Pero, el ya conocerlo, me hizo dar marcha atrás con el asunto.
Tiempo después, nos organizamos para vernos y revivir aquella gran amistad. Lo que no sabíamos, es que la tensión sexual que había, era muy grosa.
Llega el día de vernos. Me viene a buscar al laburo. Ya que yo cerraba mas tarde (atendía una heladería). Me compra un helado y se sienta afuera a esperarme a que cierre.
Salgo. Lo veo justo donde habíamos acordado: en la esquina de la plaza que está en frente del negocio. Cuando miro bien, además de mi helado, se había pedido una pizza. Ay, me enamoré de ese gesto.
Como tenía el pelo medianamente largo, me lo ato tipo "colita". Llego. Nos disponemos a comer, charlar para ponernos al día con nuestras vidas post-colegio, tirarnos onda, contar nuestros amoríos escolares (yo tuve solo uno), hasta terminar hablando de sexo. Obviamente, mi peinado lo distrae una banda ja ja ja.
En estos dos últimos tópicos, nos incluimos sin querer. Yo, la verdad, no tenía intenciones de que sepa por mi parte las ganas que le tenía. Como cuando se ponía shorcitos deportivos y le miraba la entrepierna, por ejemplo. Pero lo hice. Le llegué a poner la cola varias veces jugando a la pelota.
Por su parte, no fue un Santo (y eso que tenía pareja). Me fichaba el ojete en las duchas para después pajearse, me nalgueó en varias oportunidades, dejándome su mano BIEN marcada en mi cola y hasta nos rozábamos jugando. Pero siempre lo vi como eso, juegos. Nada real. Pura tontera de dos amigos.
Luego de eso, las preguntas se tornaron mas íntimas y mas sexuales. Hasta que le llegó el turno a nuestras fantasías. La mía, por ese entonces, le confesé que era comerme una verga sabor a helado (en realidad, solo quería provocarlo, ya lo había hecho). El helado sabor pija, no tardó en llegar.
Como ya la tenía un poco parada, nos fuimos a un rincón oscuro a manosearnos. Sus manos inquietas no pararon de rozar y tocarme todo lo que se llama cola. Los dedos, en su desenfreno, atinaron a acariciar para luego introducirse en mi rayita, pero sin quitarnos nada. Todo por encima, lo cual, me ponía mas caliente.
Mis manos, por mi parte, tampoco se quedaron atrás: trepaban a lo largo y ancho de todo el tronco de su pija. Subía y bajaba mientras sentía cómo se estremecía. Me pedía mas, mas, mas, mas al oído. Se la estiraba para el costado, para adelante, para todos lados. Mis besos en su cuello y en sus labios, le generaban una locura irrefrenable. Su respiración era cada vez mas brusca, violenta casi como la de un toro.
Me tomó de la cintura para tener poder sobre mi cuerpo. Me obligó a ponerme de espaldas, me apoyó la verga como nunca me la habían pasado. A pesar de estar vestidos, parecía que ya estábamos cogiendo. Me agarró del cuello, de mi cintura. Se me acercó al oído de atrás, para decirme que le chupe la pija. Se sentó en un banco que tenía detrás. Se bajó la cremallera con todas las ganas del mundo... en vano, porque se le trababa. Aprovechando esto, le froto mi burra. Se la muevo como bailándole. No aguantaba mas.
En un momento, me acuerdo que me caí encima suyo de tanto meneársela y le sentí toda la verga dura en mi colita. El roce de la tela de nuestra vestimenta, nos excitó el doble. Su bulto parecía una carpa.
Una vez logrado esto, la peló. La tenía al aire. Se la agarra, la empieza a sacudir como pidiendo lengüita. Se pajea. Su mano empieza a hacer el mismo movimiento que le hacía yo anteriormente. Me hacía deseársela como nunca. Mi cara de petera adicta, me mandaba al frente, se dio cuenta de lo mucho que deseaba todo eso. Destapó el pote del helado y se empezó a embadurnar la poronga con la crema americana. Primero el prepucio, después el tronco, hasta alcanzar la parte mas baja, la base del pingo. Dicho y hecho, tenía la verga llena de helado.
Me arrodillé ante él, ante esa majestuosidad. Años esperando ese momento. Años pensando cómo sería y a qué sabría ese manjar de dioses.
Él, sentado como un rey, como MI HOMBRE, ansiando que lo haga explotar desde la punta de los pies hasta la de los pelos (de la cabeza... de arriba) con mis dotes de petero experto.
Me avalanzo sobre sus partes nobles. Primero la observo bien, de punta a punta. Mi boca ya era un río de babas. Sus manos se dirigieron a mi nuca, mis "colitas". En ese momento, en mis pensamientos, navegaba la idea de tener tetas enormes (ya sabés, para poder masturbarlo de distintas formas). Apretársela, arrinconarle ese pedazo contra mí. Para mi desgracia, eso no era posible, así que... mi boca hizo esa labor.
Empiezo por su glande, ya que el prepucio lo tenía bien estirado hacia el fondo. Subía y bajaba por ese tubo de carne venoso, repleto de leche. A veces, lentamente para deleitarme con cada porción de la crema, mezclada con pija y nuestros fluídos. Otras, rapidamente, para volverlo loquito. Cada tanto, me salía de detrás de su amigo, nos mirábamos y se reía porque parecía que tenía bigote de leche en los labios.
Mi saliva, el ritmo de mis manos, el ruido que producía mis escupitajos, lo volvían al tema importante. Se ve que funcionaba todo eso, porque, cuando levantaba mi vista, notaba que estaba con la cabeza (de arriba) apuntando al cielo.
Mientras le practico sexo oral, dirigía mi mirada a algunos de los tatuajes que me pude permitir ver: los de sus brazos. Me di cuenta de lo mucho que me calentaba ese detalle. Me di cuenta, también, de lo delgada que la tenía, pero de arriba, era bien cabezona... justo como un chupetín. De pronto, nuestros ojos se cruzaron en el camino. Me pidió no acelerar el ritmo, porque iba a explotar rapidísimo. No creí que lo dijera en serio.
Pasaron 3 minutos, aprox, hasta el momento de sucumbir en mi rostro. Un poco será, porque me tomé el tiempo, además, de fijar mis labios mucho en su frenillo. Los apoyé como si fueran las ventosas de una rana. Fue hermoso. Otro poco será, porque mientras lo hacía, mi lengua jugueteaba.
Fue un lechazo precoz, pero delicioso. Rápido, pero disfruté a pleno cada colisión de sus gotitas en mi piel. Debo agregar que fue abundante su escupida y se esparció en toda mi cara.
Mientras me limpio el rostro, me bajo el pantalón y le muestro el hilo que tenía puesto. Automaticamente su mano tuvo un encontronazo directa con una de mis nalguitas.
"Para la próxima, le devuelvo el favor a ella, pero mientras tanto..." tras decir eso, un super chupón en mi colita dejó plasmado. Termina con un golpe mas ahí, pero... esta vez, su mano se quedó un rato largo, mientras se ponía de pie.
Me acompaña hasta mi casa, me da el beso de mi vida. De esos que parecían ser eternos, pero pasionales. Se va. Entro a mi hogar, dejando a mi paso toda la ropa que poseía mi cuerpo. Me lavo las manos. Cuando llego al espejo grande, noto algo. Una especie de mancha ubicada sobre la parte superior de mi glúteo izquierdo, una que me acompañará momentaneamente: la marca de su rica boca.
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