Buenas. Os presento otro capítulo de "La Reliquia". Son capítulos del mismo libro pero se pueden leer por separado sin problema. Una vez más me disculpo por las palabras pegadas pero cuando le doy a pegar me sale así, de todos modos e intentado corregirlas todas. Espero que os guste.
La nochebuena siempre ha sido la reunión familiar por excelencia. Padres, tíos, abuelos, hijos y sobrinos, todos reunidos para celebrar la identidad de sangre. Isabel nunca había disfrutado dela nochebuena como le hubiera gustado en su niñez, pero ahora que tenía una hija lo valoraba como oro en paño. Por parte de José no queda ya familia lo suficientemente cercana como para que le dieran prioridad, pero por parte de Isabel sus hermanos y padres habían accedido a hacerla este año en el hogar de ella. Era por eso que, aún a falta de cuatro días para nochebuena, Isabel no podía dejar de pensar en todos los preparativos. Era la tercera vez en esa semana que iba al supermercado para comprar uno u otro ingrediente que creía que le faltaba. Había comprado varios tipos de harina que podrían hacerle falta, aceitunas, dátiles, y algo de turrón y polvorones extra, por si acaso.
Estaba muy nublado y, aunque era mediodía, hacía bastante frío. Isabel llevaba un abrigo negro y unos vaqueros. El pelo lo llevaba suelto y bastante liso de modo que le cubrían las orejas y parte de las mejillas. Iba muy bien maquillada, como solía hacer ya con frecuencia, y era rara la vez que no despertase el interés de quien pasara cerca. Tanto era así que un vehículo le tocó la pita y se acercó a su posición. Isabel ni siquiera se molestó en contestarle. Le gustaba que la mirasen y sentir a los hombres asombrados, pero le disgustaba sobremanera los que se excedían más allá. Sin embargo, la voz del piloto le hizo ver que no era un simple admirador.
-Isabel. Soy yo, Patricio.
La bella mujer ya había parado en seco tras escuchar su nombre, pero se dio la vuelta con celeridad cuando además supo de quién provenía la voz. Era su exjefe y actual jefe de su marido, y se sintió mal por haberle ignorado en un primer momento.
-¿Sánchez? -preguntó para ganar unos segundos y recobrarse del estupor -. Que sorpresa. No esperaba verte por aquí.
-Sube, te llevaré a casa -le ofreció él amablemente.
-No -negó instintivamente -. No voy a casa sino en dirección opuesta.
-No importa te llevo. Es que justamente quería hablar contigo. Sube y te lo explico -le insistió él al ver en el espejo retrovisor que el coche que estaba detrás empezaba a impacientarse.
Isabel, con muy pocas ganas de tener que fingirle aprecio al jefe de su marido, accedió con una sonrisa postiza de beneplácito. Dejó la bolsa de compra en el asiento trasero y se subió en el asiento del copiloto.
El coche de Patricio era un vehículo negro de gama alta, muy poco accesible para la mayoría de personas de clase media. Y tan pronto se subió en el asiento descubrió a qué se debían las diferencias de calidad. Pero lo cierto es que los asientos del coche, por muy cómodos que fueran, no hicieron más llevadera su estancia allí.
-Me alegra verte de veras, Sánchez -saludó ella de nuevo con cortesía -. Han sido muchos años desde que no coincidíamos.
-Es cierto, pero llámame Patricio, Isa. A veces pregunto a tu marido por ti, pero reconozco que son contadas con los dedos de la mano las veces que hemos coincidido después de que dimitieras para ser ama de casa.
Isabel solo acertó a asentir ante toda la parafernalia de palabras que le había soltado.
-De todos modos, la semana que viene está prevista la cena de empresa de José, ¿no? Él me dijo que yo también estoy invitada.
-Desde luego. Pero lo que tenía que decirte no podía esperar a la semana que viene.
Isabel observó, ahora, con más atención a Patricio.
-Entonces dime, ¿de qué querías hablar conmigo?
-Es por José -dijo él secamente.
Isabel arrugó la frente con cierto nivel de preocupación de repente.
-¿Le ha pasado algo malo?
En ese momento Patricio llegó a una encrucijada con el coche que le obligaba a tomar diferentes direcciones.
-¿Por dónde quieres que vaya?
-Ve en dirección a la M500, siguiendo el arroyo de Pozuelo. Está muy cerca, a cinco minutos.
-¿A dónde vamos? -quiso saber con curiosidad.
-A recoger a mi hija de las clases particulares.
-Ah, Laura, ¿no es cierto?
-Sí.
-Ya debe estar bastante grande. ¿Cuántos tiene? Siete u ocho años.
-Nueve -respondió con celeridad y sin interés con seguir ese tema -. Pero dime, ¿qué pasa con mi marido?
Patricio hizo una pausa antes de continuar, lo que exacerbó mucho a Isabel que tuvo que controlarse para no insistirle en un tono más descortés.
-He querido contártelo primero a ti por el aprecio que te tengo…
-Patricio, por favor, ve al grano -insistió ella en tono cortante.
-Creemos que ha aceptado sobornos de un canal de radio local, de aquí de Madrid, para colocar publicidad de nuestros clientes allí.
-Eso es mentira -negó ella con rotundidad.
-Pues todo concuerda, Isa -le corrigió Patricio -. ¿Por qué iban, justamente los clientes que se le han asignado, a preferir promocionar sus empresas en un canal de segunda, o tercera, al precio de un canal de primera? Sinceramente, o se ha vuelto un incompetente o esas habladurías son ciertas.
Isabel sintió que se le fuera a salir el corazón del pecho. Las lágrimas se le acumularon en los ojos mientras negaba efusivamente con la cabeza.
-Eso no es verdad. Él nunca haría algo así y tú lo sabes.
-Eso es cierto -afirmó Patricio -. Tengo en muy alta estima a tu marido y sé que es un hombre honesto. Por eso quería que tú me ayudaras a entenderlo -indicó para luego mirarla a los ojos y cambiar a un tono más grave -. Tengo a gente muy cabreada por esto, Isa. No sé siquiera si yo podría arreglarlo como tú esperarías que lo haga.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que me costaría mucho dinero y reputación salvarle el culo a tu marido, incluso aunque no fuera cierto lo de los sobornos.
-¿Incluso aunque no fuera cierto? -cuestionó maldiciendo la mala suerte que tenían por esta desastrosa noticia.
-A quién se le ocurre promocionar un club de golf a las once de la noche mientras se emite un programa de tarot en radio-nadie-lo-escucha.
Isabel se contrajo por la rabia y frustración que le provocaba tener que escuchar las bromas de su exjefe después de enterarse de tan terrible noticia.
-¡Si no lo tuvieras tan estresado dando vueltas por todo Madrid en su propio coche, cuando estás obligado a proporcionarle un coche de empresa, lo mismo todo se habría desarrollado mejor!
-Eh, que yo no tengo la culpa de sus cagadas.
-¡Y una mierda! -exclamó ella fuera de sí -.Lo haces trabajar la mayoría de fines de semana, con más clientes de los que podría manejar nadie, ¿y luego te quejas de que no haga bien todas las cosas?
-Bueno…
-¿Cuánto hace que te pide que le pongas a un ayudante competente? Siempre le pones a chicos de práctica que, para cuando aprenden a hacer su puto trabajo ya se tienen que ir. ¿Por qué no contratas a uno?
-Es política de la empresa.
-¡El resto de manager tienen ayudantes con puestos fijos! ¡Y uno de esos teléfonos móviles!
-Los móviles no…
-José tiene que usar cabinas cuando el resto de compañeros puede llamar por eso cachivaches sin gastar ni un duro -exclamó furiosa -. Tienes a mi marido puteado y ahora quieres usarlo de cabeza de turco.
-¿Para dónde? -le preguntó de nuevo Patricio con voz calmada.
Isabel se quedó en un primer momento bloqueada al no entender a qué ser refería Patricio. Entonces entendió que pronto podrían conectar a la M500 y este preguntaba por dónde debía continuar. Isabel miró a la derecha y se fijó en que ya habían llegado al centro de enseñanza.
-Ya hemos llegado. ¡O es que no lo ves!-Isabel estaba fuera de sí y tras la última exclamación intentó calmarse. Sabía que no ganaría nada si seguía por ese camino, pero estaba cabreada.
Patricio buscó aparcamiento en frente del centro, pero a cierta distancia, donde el coche quedó a cubierto a la sombra por dos grandes árboles a cada lado. Tan pronto el vehículo aparcó Isabel se bajó del coche sin decir nada y fue en dirección al centro de enseñanza donde impartían clases particulares a su hija. Tanta fueron las prisas y el enfado que se dejó la bolsa de la compra en el coche, aunque no tenía intención de volver a meterse en él.
Por fuera del centro había otros padres a la espera de recoger a sus hijos. Estos acababan de terminar, pero normalmente se quedaban un poco más en la cancha jugando a la comba o el baloncesto. Isabel había tenido que llegar a esperar hasta una hora para que su hija terminara dejugar y relacionarse con sus amigos ahora que no había colegio. Una presencia llegó a su lado con los brazos cruzados. Era Patricio, que no dudó en continuarla conversación que tenían pendiente.
-Uno de los clientes es un conocido empresario de Madrid. Tiene una importante cadena de restaurantes, clubs, hoteles. Es muy importante para la empresa.
-¿Y tus empleados no lo son también?-cuestionó Isabel manteniendo un tono bajo por discreción.
-Solo hasta cierto punto, Isa. ¿Qué harías tú en mi lugar?
-Darle otra oportunidad. Ha sido fiel a la empresa muchos años, y trabajado más que nadie. Yo lo sé muy bien porque he tenido que sufrir sus ausencias por tu culpa.
-¿Por mi culpa?
-Si. No te hagas el idiota conmigo. Lo presionas mucho y hace horas extra que luego no le pagas -el tono de Isabel volvió a elevarse un poco y empezó a atraer miradas indiscretas de los padres presentes. Isabel tragó saliva y se reprendió por llamar la atención.
-He querido venir a hablarlo contigo porque te aprecio y quería que entendieras mi decisión.
A Isabel el corazón le dio un vuelvo al comprender por esas palabras que la decisión ya estaba tomada. No había venido a hablar con ella para discutir el tema o resolver dudas, solo a avisarla de loque pasaría. Empezó a sentir más frío del normal y su mente empezó a profetizar mil escenarios futuros que podrían avecinar a su familia.
-¿Mi marido ya lo sabe? -susurró Isabel casi sin voz.
-Todavía no. Pero debe imaginárselo.
Una madre, rechoncha y con la oreja puesta en la conversación los miró de reojo. Isabel no sabía hasta qué punto ella creía que había entendido de lo que hablaban, pero la fulminó con la mirada y la señora volvió a poner la vista al frente. Cuando percibió que nadie más la estaba observando no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. Quería llorar desconsoladamente, pero en ese momento apareció su hija corriendo hacia sus brazos. Isabel contuvo con todo su aplomo las lágrimas, y sonrió al ver a su hija.
-Mamá -saludó la niña contenta -. ¿Quién es este señor?
-¿Laura? -cuestionó Patricio al ver a la niña-. Sabía que era tu hija antes de que se acercara. Es tu viva imagen.
-¿A que sí? -manifestó Isabel con voz pocha y muy orgullosa mientras abrazaba a su hija. No había podido controlar sus ojos del todo por lo que Laura miró a su madre algo preocupada. La toledana pasó a presentarle a Sánchez para evitar las preguntas de su hija -. Es un amigo de papá, ha venido a saludar.
-Mami, puedo quedarme con las chicas en la cancha a jugar a la comba -empezó a solicitar Laura en tono súplica, pues su madre no siempre había estado dispuesta a coger frío aburrida frente al centro de enseñanza -. Todas las otras madres las han dejado quedarse.
-Claro que sí, cariño.
Laura abrió los ojos como platos. No era la primera vez que lo conseguía, pero nunca de manera tan fácil y sin condiciones.
-Gracias, mamá -manifestó contenta.
-Yo te esperaré en ese coche negro que está allí, entre los árboles. ¿Lo ves?
-Sí -dijo Laura justo antes de salir pitando a la cancha exultante.
Acto seguido Isabel se giró hacia Patricio con los ojos enrojecidos todavía, pero sin rastro de ninguna lágrima.
-Terminemos la conversación en el coche a resguardo del frío y de miradas indiscretas -indicó Isabel bajando la voz en la última parte de la frase para que nadie se diera por aludido.
Patricio accedió y fueron hasta el aparcamiento. Una vez dentro del coche el ambiente era muy diferente a como estaba justo antes de que lo abandonaran. Isabel había dejado de contener las lágrimas y lloraba de forma silenciosa.
-Isa, lamento mucho lo que ha ocurrido…
-Por favor, Patricio… -le interrumpió Isabel con la voz entrecortada por las lágrimas -. Jamás te he pedido nada, y lo sabes. Trabajé muchos años para ti y siempre trabajé como la que más, incluso accedí a irme sin indemnización cuando me prometí con José. Te pido por favor que le des otra oportunidad. Sabes que es un buen trabajador, el mejor.
-Isa, yo…
-Por favor Patricio. Tiene que haber algo que puedas hacer. Si quieres yo misma ayudaré a la empresa gratis a recuperar los clientes que José haya perdido. Te compensaré las pérdidas si le dejas continuar. Ha invertido los últimos quince años en tu empresa y si lo despides no sé qué hará…
Isabel tuvo que detener toda su retahíla de súplicas por que el llanto ahogó sus palabras. Bajó la cabeza y esto no impidió que el desconsuelo se apoderase de ella. Pasaron los segundos y los minutos solo con el llanto de Isabel de fondo. Patricio se mantenía con la mirada perdida mientras arrugaba la frente.
-De acuerdo -indicó él finalmente.
-¿Qué? -preguntó con cara de asombro.
-Que de acuerdo. Si ayudas a tu marido a ganar clientes, digamos que con un contrato de prácticas. Podría reconsiderar su despido.
Isabel juntó las manos, agradecida por la oportunidad que se le brindaba de nuevo a su marido.
-Gracias Patricio, gracias de veras.
-Sin embargo, no puedo aceptarte sin más. En realidad, nunca llegaste a captar clientes para la empresa cuando trabajaste para mí. Y evidentemente tendré que hacerte una entrevista de trabajo. No puedo arriesgarme a que me representes sin saber si tienes madera.
-Sí, claro -tartamudeó ella -. Sé muy bien como se hace. Mi marido siempre me habla de su trabajo así que…
-Con una entrevista como la que tuvimos la primera vez -le interrumpió Patricio, con sonrisa bobalicona, mientras posaba su mano sobre la pierna de ella y le acariciaba el muslo.
Isabel sintió como todo su cuerpo se contrajo por el contacto, y por acto reflejo apartó la mano de Patricio de un zarpazo.
-¿Estás de broma? -inquirió sin alzar la voz.
-Bueno. Eres tú la que me ha pedido ayuda, y como fue así como concretamos nuestro acuerdo la última vez pensé que lo verías apropiado.
Isabel sintió esas palabras como un bofetón. Humillada, le costó mantener la cabeza en alto. Pero lo intentó.
-Ya no soy una niña de dieciocho años, perdida y sola -indicó suavizando el tono para no parecer agresiva, pero no por ello perdió en firmeza -. Soy una mujer casada y madre respetable.
Patricio se encogió de hombros y asintió conforme.
-Como tu prefieras.
Isabel lo miró mientras respiraba de forma entrecortada durante casi un minuto, con una tensión en el ambiente que se podría cortar con un cuchillo.
-Está bien -dijo entre dientes -. Cuando me lleves a mi casa. Pero solo haré lo que hicimos aquella vez -le advirtió. Patricio, sin embargo, se reclinó un poco a la derecha y se desabrochó el cinturón del pantalón. Isabel abrió los ojos como platos -. ¿Aquí?
-Nadie nos verá -le aseguró mientras se bajaba la cremallera y sacaba fuera su miembro viril.
Isabel masculló varios insultos seguidos deforma inteligible. Miró en derredor y se aseguró que nadie estuviera mirando, y que nadie se acercaba.
-Vigila que no venga nadie, o te juro que morderé tanto que tendrás que ir al hospital.
Patricio rio por el comentario, pero ella se mantuvo completamente seria por lo que finalmente asintió conforme con la amenaza.
Isabel se quitó el abrigo y dejó ver una camisa blanca con abundante escote y un collar de perlas de imitación que hacían juego. Finalmente se reclinó y lamió el miembro de su exjefe. Pronto comenzó a ver como este crecía sin freno, como si estuviera siendo inflado con una bocanada de gula carnal. Continuó lamiendo todo el falo del pene y creyó sentir un déjà vu. El de Patricio fue el primer pene que Isabel se metió en la boca hacía ya más de catorce años. Tras emanciparse a los dieciocho se vio sola deambulando por la capital y habiendo hecho innumerables entrevistas infructuosas. Al borde del desánimo, y ya teniendo que recoger sus pertenencias para volver a casa de su madre con el rabo entre las piernas, recibió una última entrevista de trabajo. Cuando Patricio le insinuó en la entrevista loque tendría que hacer Isabel no se lo pensó. Hizo su primera felación, que fue su primera experiencia de índole sexual en general, y consiguió el puesto. Después de eso jamás volvieron a sacar el tema y Patricio nunca volvió a aprovecharse de ella. Y al final la experiencia se convirtió en una extraña mancha en su memoria. Nunca se había arrepentido en realidad, ya que gracias a eso pudo conocer a José y pudo quedarse en Madrid. Ahora, tantos años después, con marido, casa e hija, tenía que volver a lamer ese falo de color pardo que le abrió las puertas a una vida en la capital.
Isabel chupó el cabezón a consciencia y pasó la lengua de arriba abajo y de un lado al otro con avidez, como cuando quieres disolver rápido un chupete para pasar al chicle que hay dentro. Acto seguido se metió la polla hasta el fondo y ella sintió como la punta alcanzaba su garganta. Rozó con los labios los huevos de él y se mantuvo así varios segundos sin poder respirar. Finalmente retiró la boca cuando sintió las inevitables arcadas. Tras recobrar el aliento Isabel besó el cabezón con sus delicados labios y fue lamiendo el falo hacia abajo hasta que se metió los huevos enteros dentro de la boca. Mientras, con la mano fue frotando el pene de arriba abajo sin parar y los jadeos de Patricio comenzaron a intensificarse. Isabel paró de inmediato y miró hacia él.
-¿Qué haces? -le preguntó ella con mirada incriminatoria -. No pongas ningún tipo de cara. Estamos en la calle, joder.
-Tienes razón -le confirmó él justo antes de ponerse serio y tapar su cara con la mano a modo de careta -. Perdona.
Isabel miró el pene de Patricio antes de continuar por donde lo había dejado y observó que la memoria es muy traicionera. La recordaba más sucia, doblada, y áspera de lo que la estaba viendo en ese momento, pero era muy suave y recta, e incluso olía a jabón. Ni siquiera olía tanto a jabón cuando le hacía una felación a su marido después de ducharse. Era como si Patricio se la hubiera lavado a consciencia.
Isabel respiró profundamente y se metió la polla de su exjefe en la boca de nuevo. Esta vez comenzó a chupar a más velocidad y profundidad lo que provocó que su propio pelo se enredara en el falo de su exjefe con más frecuencia. Patricio pareció comprenderlo, ya que recogió el pelo a la toledana y se lo apartó hacia atrás para que no le molestara. Isabel agradeció para sus adentros el gesto y se dio cuenta por vez primera que el pene estaba completamente liso, sin pelo en el falo y casi sin vello púbico. Por lo que poco a poco comenzó a disfrutar de la felación inconscientemente.
No fue la única pues Patricio, siempre con un notable esfuerzo por mantener el rostro impasible, movió la mano que le quedaba libre hacia la blusa de ella y se deslizó por el escote. Introdujo la mano y envolvió el pecho izquierdo de Isabel, que no estaba recogido por ningún sujetador, con delicadeza. Notó el afilado pezón muy erecto y eso le excitó sobremanera. Fue presionando poco a poco todo el pecho deslizando la palma de la mano sobre el pezón. Eso y la ávida succión de su miembro viril por la escurridiza lengua de la toledana terminó haciéndole gemir de nuevo de forma irremediable. Isabel detuvo la felación en seco.
-¿Te vas a controlar? -le reprendió mientras lo miraba fijamente a los ojos desde abajo.
-Joder, Isa. Has aprendido mucho con el paso de los años.
Isabel no reaccionó ante el comentario. Ni siquiera pestañeó.
-Vengo aquí tres días en semana para traer a Laura. Si alguno de los padres intuye que se la estoy chupando a un tío que no es mi marido frente al parque donde juegan sus hijos…
-Vale, vale, está bien -la interrumpió él a la vez que cogía un parasol que llevaba en el asiento de atrás y lo colocaba en el parabrisas -. Pillo la indirecta.
Una vez puesto el parasol, y con ambos árboles a los lados, Patricio ayudó a Isabel a que se recolocara con la espalda erguida y puso su rostro frente al de ella, a apenas unos centímetros. El aliento de él le golpeaba a Isabel en la cara y se podían leer en sus ojos un deseo incontrolable.
-¿Has cambiado de idea? -preguntó ella.
Patricio la besó en la boca a modo de respuesta y metió su lengua como un invasor que viola un tratado de paz. Isabel cerró los ojos y chupó la lengua de su exjefe tratando de succionarle todo el jugo. Inmediatamente las lenguas de ambos volvieron al ruedo y siguieron enrollándose en un tango sin fin. La saliva fue tan relamida que ella ya no sabía si le pertenecía a su boca o a la de él. La toledana comenzó a acariciar los huevos de su exjefe con suavidad para luego agarrar con más fuerza su polla con toda la mano. Continuaron besándose durante decenas de minutos que se acortaron tanto en sus mentes que más parecían nimios segundos. Entre tanto, Isabel le frotaba el pene y ella comenzó a notar como Patricio comenzaba a moverse con más avidez, como si estuviera cerca de llegar al orgasmo. Por lo que la toledana lo masturbó con más energía.
Patricio, que estaba extremadamente excitado, cogió la blusa de ella por los hombros y las bajó hasta los codos de modo que los pechos de Isabel quedaron en el aire.
-¡Pero qué demonios haces! -exclamó ella que seguidamente miró hacia el exterior, comprendiendo porqué Patricio lo había hecho.
Los cristales estaban tan empañados que no se veía nada del exterior.
-Ya nadie nos puede observar -le aseguró él que de inmediato le desabrochó los vaqueros a Isabel y metió su mano en la entrepierna de ella sintiendo al instante como los fluidos vaginales le empaparon los dedos.
Acto seguido Isabel jadeó pero recobró la compostura y, reaccionando como un resorte, quitó la mano de Patricio y lo empujó hacia su asiento.
-Te voy a dejar seco, pero solo con mi boca-le aseguró entonces ella entre jadeos de excitación.
Isabel volvió a agachar la cabeza con las tetas fuera y se metió de nuevo el pene con enorme avidez. Patricio estiró las piernas como pudo y levantó un poco el pubis para intensificar el brío con el que ya ella se la chupaba. Con la mano izquierda le agarró el pecho derecho y se lo estrujó sin hacerle daño. Estiró la otra mano para metérsela entre el pantalón por la parte de atrás, que como estaba desabrochado lo hizo con facilidad, y le manoseó todo el culo por dentro de las bragas.
Isabel comenzó a tragar indiscriminadamente cada centímetro de polla una y otra vez mientras su exjefe le agarraba la teta y frotaba el culo de adelante hacia atrás, sin parar. Los cíclicos movimientos se hicieron rítmicos hasta que por fin la toledana sintió como un chorro de semen pegajoso nació en su boca. Isabel estaba tan excitada que se tragó al instante cada gota de leche y apenas distinguió el sabor en su paladar. Se sorprendió relamiendo la punta del pene en su deseo de que saliera más. Finalmente retiró la cabeza mientras pasaba su lengua por sus dientes tratando de captar el sabor perdido.
-Ya está -indicó ella entre jadeos.
Patricio, que debía haber estado plenamente satisfecho, vio a Isabel frente sí, con las tetas al descubierto y los baqueros a la altura de los muslos, dejando ver sus bragas blancas que habían sido removidas a una posición antinatural.
-¿No quieres más? -dijo él mientras se inclinaba hacia adelante para una vez más comerle la boca a ella.
Isabel recibió la boca de Patricio en sus labios y una parte de sí misma quiso imponer el trato al que habían llegado. Pero había otra parte de sí misma que simplemente dejó que su lengua se bañara en la saliva de él, que sus tetas se restregaran en las manazas de él, y que a su coño le fueran introducidos los largos dedos de él. Isabel gimió como una posesa.
Patricio se apartó un poco para atrás y atrajo a Isabel agarrándola por las caderas. Le flexionó las piernas de manera que el chocho de ella quedara expuesto si retiraba un poco las bragas, y tras hacerlo se fue hacia adelante y metió su pene directamente en la vagina de ella.
Isabel sintió como su exjefe la penetraba, pero dada la incomodidad de la posición él tenía que embestir con fuerza y los movimientos hicieron que se le clavara la palanca de cambios en la piel de su nalga derecha. Isabel cerró los ojos mientras era follada y los jugos de su vagina chingaron el asiento del conductor.
Entonces un golpe en el cristal con la palmade una mano congeló de golpe el ambiente como si les hubiera caído un jarro de agua fría. Tanto Isabel como Patricio se recolocaron en sus asientos como un lagarto cuando se escabulle hacia una guarida entre las piedras. La toledana vio por el rabillo del ojo, y a través del cristal empañado, la sombra de una niña que estaba frente al coche y que se disponía a abrir la puerta de atrás.
-¿Has dejado el coche abierto? -susurró Isabel como una exhalación mientras se subía los vaqueros.
No dio tiempo a que Patricio contestara. La puerta se abrió y Laura entró en el coche.
-Mamá, ¿por qué se movía tanto el coche para arriba y para abajo? -dijo la niña con completa inocencia.
Isabel se bajó de inmediato la blusa en un solo movimiento, tapando así sus pechos. No había podido abrocharse los vaqueros, pero sí que estaban a la altura correcta. Ella observó que algo parecido le había pasado a Patricio que ya disimulaba en el asiento del conductor al tiempo que retiraba el parasol. El comentario de su hija la dejó temblando. Ni siquiera se había dado cuenta de que el coche hubiera estado dando tumbos mientras Patricio la penetraba, pero no le extrañaba nada que hubiera sido asía juzgar de los fuertes embates.
-¿Ya has terminado de jugar con tus amigas?¿Tan pronto?
-Sí. La madre de Sofía se tenía que ir y erala que había traído la comba -indicó Laura con cierto resentimiento para luego mirar extrañada los cristales -. Todos los cristales están mojados.
-Se dice empañados -le corrigió Isabel para luego mirar a patricio -. ¿Vas a arrancar de una vez?
Patricio puso el coche en marcha y luego activó los limpiaparabrisas para quitar el vaho. Isabel se tapó la cara discretamente con la mano por la vergüenza, y la mantuvo hasta que se hubieron alejado a una buena distancia.
-¡Chocolate! -exclamó Laura que había descubierto los artículos que había dentro de la bolsa de la compra.
Isabel vio como Laura empezó a hacer acopio de chucherías y galletas, pero se vio incapaz de prohibirle que continuara. Se sentía muy culpable y por extraño que pareciera compensarla con dulces era todo cuanto podía hacer en ese momento para aliviar ese malestar.
-Laura, con moderación. Recuerda que ahora vas a almorzar.
Isabel vio como su hija hacía oídos sordos a su sugerencia. Aun así, no insistió. Su mente volvió diez años atrás, antes de que su hija hubiera nacido. Cuando convivía con su suegro justo después de casarse. Fue un mes y medio de sexo salvaje y depravado. Un mes y medio de engaños e infidelidades a José con su propio padre. Cuyo desenlace final fue Laura. Aún hoy su marido no se imaginaba que su hija era en realidad su hermana. Isabel siempre había bloqueado esos recuerdos, pero ahora habían regresado como penitencia de forma insistente. Entonces, una mano le tocó el muslo y le recordó donde estaba.
Isabel se puso rígida por el contacto, pero inmediatamente giró la cabeza hacia su hija y vio que ella estaba mirando al lado opuesto mientras comía una chocolatina. Isabel suspiró aliviada y apartó la mano de Patricio ejerciendo una notable fuerza en doblar sus dedos. Su exjefe abrió la boca en señal de dolor, pero no emitió sonido alguno.
-Ya he pasado la entrevista -dijo Isabel entre dientes.
-No es suficiente -le indicó Patricio mientras se masajeaba los dedos para aliviar el dolor -. Me gustaría continuar por donde lo hemos dejado.
-¿Dejado el qué? -preguntó de repente Laura.
-Cariño, este señor es el jefe de papá. Y puede que yo también trabaje para él. ¿Te gustaría que mamá y papá trabajaran juntos?
-Sí -afirmó sin saber lo que implicaba -.¿Pero entonces ya no estarás en casa? Como papá.
Isabel miró a su hija con ojos apenados. Ella también había crecido sin padre y casi sin madre debidos a las numerosas horas que pasaba fuera trabajando. Y eso era lo último que quería para su hija. El corazón se le desgarraba con solo imaginárselo.
-Mastica con cuidado, cielo -le dijo ella a Laura para luego dirigirse a Patricio -. Terminaremos la entrevista al completo en casa. Pero eso será cuanto necesites para que el problema quede solucionado, ¿de acuerdo?
-¿Solucionado?
-Completamente solucionado.
Patricio se quedó unos segundos pensativo, y finalmente asintió.
-Rumbo a tu casa, entonces.
-¡Sí! -gritó Laura contenta alargando la vocal. Era evidente que el azúcar estaba haciendo efecto.
El trayecto no duró demasiado pues estaban relativamente cerca del domicilio de Isabel. Cuando se adentraron en la casa la toledana puso su mano sobre el hombro de su hija.
-¿Que peli te apetece ver?
Laura miró a su madre contenta y lo tuvo muy claro desde el principio.
-¡La Bella y la Bestia!
-Siéntate en el sillón -le dijo la madre mientras le alcanzaba más galletas y chucherías.
-¿Puedo comer más? -cuestionó la niña.
Isabel cogió la cinta de la Bella y la Bestia y la puso en el vídeo.
-Mamá tiene que hablar de trabajo con el jefe de papá. Tú estate tranquila viendo la peli, ¿vale?
-Sí -accedió Laura muy contenta por poder verla película con todas las golosinas que quisiera.
Isabel dio una señal a Patricio para que la siguiera y subieron a la planta de arriba. Tras entrar en el dormitorio Isabel cerró la puerta con llave.
-Que quede claro -empezó diciendo ella ya en la intimidad -. A cambio de esto no hará falta que yo trabaje en la empresa y mi marido no será despedido.
Patricio se encogió de hombros resignado.
-Está bien. José continuará en la empresa sin que haga falta que tú le ayudes trabajando con él -afirmó el señor Sánchez -.Pero espero que hagas que merezca la pena.
Isabel se dio la vuelta y se dirigió a la mesita de noche de su marido. Por el camino se quitó el abrigo y la blusa, y se bajó los vaqueros. Solamente con las bragas blancas puestas abrió el cajón y sacó unos preservativos que estaban al fondo. Ella miró la fecha de caducidad de los condones pues hacía tiempo que ya no los usaba con su marido al querer quedarse embarazada. Tras cerciorarse se dio la vuelta y se lo dio a su jefe en la mano, que ya estaba sin pantalones y se había ido acercando hasta ella.
-Ponte esto -dijo Isabel.
Patricio se había excitado mucho solo con verla prácticamente desnuda. Sus largas piernas y su culo eran perfectos y ahora que sus tetas también estaban al descubierto las agarró antes de aceptar el preservativo. Sin poder contenerse más abrió el condón al mismo tiempo que Isabel se bajaba las bragas. Ella se acostó sobre la cama desnuda, con el chocho al aire y se abrió bien de piernas.
Patricio se intentó colocar el preservativo, pero le costó bastante porque le quedaba un poco pequeño.
-¿Solo tienes esta talla?
-Claro. Esto no es un sex-shop.
Patricio bufó al sentir la presión que le ejercía el condón, y maldijo por lo bajo lo pequeña que la tenía José. Igualmente se quitó el resto de su ropa y se metió en la cama sobre ella.
Isabel miró con nerviosismo a la puerta. Estaba cerrada, pero temía que su hija tocara por cualquier cuestión.
-Tenemos que hacer poco ruido -manifestó antes de recibir la primera embestida.
Patricio no dijo nada, y empezó a follarse a Isabel a consciencia. Una y otra vez sin descanso. Parecía querer cobrarse a buen precio su trato. Sus cuerpos sudados resbalaban como la mantequilla en un sartén, y tuvieron que gastar casi todos los preservativos que le quedaban a José. Transcurrieron varias horas y las sábanas acabaron echas una porquería. Por fortuna para Isabel, a Laura le apeteció mucho ver la Sirenita después determinar con La Bella y La Bestia. Y las chuches le produjeron tal malestar en el estómago, que no tuvo ganas de almorzar en todo el día.
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La nochebuena siempre ha sido la reunión familiar por excelencia. Padres, tíos, abuelos, hijos y sobrinos, todos reunidos para celebrar la identidad de sangre. Isabel nunca había disfrutado dela nochebuena como le hubiera gustado en su niñez, pero ahora que tenía una hija lo valoraba como oro en paño. Por parte de José no queda ya familia lo suficientemente cercana como para que le dieran prioridad, pero por parte de Isabel sus hermanos y padres habían accedido a hacerla este año en el hogar de ella. Era por eso que, aún a falta de cuatro días para nochebuena, Isabel no podía dejar de pensar en todos los preparativos. Era la tercera vez en esa semana que iba al supermercado para comprar uno u otro ingrediente que creía que le faltaba. Había comprado varios tipos de harina que podrían hacerle falta, aceitunas, dátiles, y algo de turrón y polvorones extra, por si acaso.
Estaba muy nublado y, aunque era mediodía, hacía bastante frío. Isabel llevaba un abrigo negro y unos vaqueros. El pelo lo llevaba suelto y bastante liso de modo que le cubrían las orejas y parte de las mejillas. Iba muy bien maquillada, como solía hacer ya con frecuencia, y era rara la vez que no despertase el interés de quien pasara cerca. Tanto era así que un vehículo le tocó la pita y se acercó a su posición. Isabel ni siquiera se molestó en contestarle. Le gustaba que la mirasen y sentir a los hombres asombrados, pero le disgustaba sobremanera los que se excedían más allá. Sin embargo, la voz del piloto le hizo ver que no era un simple admirador.
-Isabel. Soy yo, Patricio.
La bella mujer ya había parado en seco tras escuchar su nombre, pero se dio la vuelta con celeridad cuando además supo de quién provenía la voz. Era su exjefe y actual jefe de su marido, y se sintió mal por haberle ignorado en un primer momento.
-¿Sánchez? -preguntó para ganar unos segundos y recobrarse del estupor -. Que sorpresa. No esperaba verte por aquí.
-Sube, te llevaré a casa -le ofreció él amablemente.
-No -negó instintivamente -. No voy a casa sino en dirección opuesta.
-No importa te llevo. Es que justamente quería hablar contigo. Sube y te lo explico -le insistió él al ver en el espejo retrovisor que el coche que estaba detrás empezaba a impacientarse.
Isabel, con muy pocas ganas de tener que fingirle aprecio al jefe de su marido, accedió con una sonrisa postiza de beneplácito. Dejó la bolsa de compra en el asiento trasero y se subió en el asiento del copiloto.
El coche de Patricio era un vehículo negro de gama alta, muy poco accesible para la mayoría de personas de clase media. Y tan pronto se subió en el asiento descubrió a qué se debían las diferencias de calidad. Pero lo cierto es que los asientos del coche, por muy cómodos que fueran, no hicieron más llevadera su estancia allí.
-Me alegra verte de veras, Sánchez -saludó ella de nuevo con cortesía -. Han sido muchos años desde que no coincidíamos.
-Es cierto, pero llámame Patricio, Isa. A veces pregunto a tu marido por ti, pero reconozco que son contadas con los dedos de la mano las veces que hemos coincidido después de que dimitieras para ser ama de casa.
Isabel solo acertó a asentir ante toda la parafernalia de palabras que le había soltado.
-De todos modos, la semana que viene está prevista la cena de empresa de José, ¿no? Él me dijo que yo también estoy invitada.
-Desde luego. Pero lo que tenía que decirte no podía esperar a la semana que viene.
Isabel observó, ahora, con más atención a Patricio.
-Entonces dime, ¿de qué querías hablar conmigo?
-Es por José -dijo él secamente.
Isabel arrugó la frente con cierto nivel de preocupación de repente.
-¿Le ha pasado algo malo?
En ese momento Patricio llegó a una encrucijada con el coche que le obligaba a tomar diferentes direcciones.
-¿Por dónde quieres que vaya?
-Ve en dirección a la M500, siguiendo el arroyo de Pozuelo. Está muy cerca, a cinco minutos.
-¿A dónde vamos? -quiso saber con curiosidad.
-A recoger a mi hija de las clases particulares.
-Ah, Laura, ¿no es cierto?
-Sí.
-Ya debe estar bastante grande. ¿Cuántos tiene? Siete u ocho años.
-Nueve -respondió con celeridad y sin interés con seguir ese tema -. Pero dime, ¿qué pasa con mi marido?
Patricio hizo una pausa antes de continuar, lo que exacerbó mucho a Isabel que tuvo que controlarse para no insistirle en un tono más descortés.
-He querido contártelo primero a ti por el aprecio que te tengo…
-Patricio, por favor, ve al grano -insistió ella en tono cortante.
-Creemos que ha aceptado sobornos de un canal de radio local, de aquí de Madrid, para colocar publicidad de nuestros clientes allí.
-Eso es mentira -negó ella con rotundidad.
-Pues todo concuerda, Isa -le corrigió Patricio -. ¿Por qué iban, justamente los clientes que se le han asignado, a preferir promocionar sus empresas en un canal de segunda, o tercera, al precio de un canal de primera? Sinceramente, o se ha vuelto un incompetente o esas habladurías son ciertas.
Isabel sintió que se le fuera a salir el corazón del pecho. Las lágrimas se le acumularon en los ojos mientras negaba efusivamente con la cabeza.
-Eso no es verdad. Él nunca haría algo así y tú lo sabes.
-Eso es cierto -afirmó Patricio -. Tengo en muy alta estima a tu marido y sé que es un hombre honesto. Por eso quería que tú me ayudaras a entenderlo -indicó para luego mirarla a los ojos y cambiar a un tono más grave -. Tengo a gente muy cabreada por esto, Isa. No sé siquiera si yo podría arreglarlo como tú esperarías que lo haga.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que me costaría mucho dinero y reputación salvarle el culo a tu marido, incluso aunque no fuera cierto lo de los sobornos.
-¿Incluso aunque no fuera cierto? -cuestionó maldiciendo la mala suerte que tenían por esta desastrosa noticia.
-A quién se le ocurre promocionar un club de golf a las once de la noche mientras se emite un programa de tarot en radio-nadie-lo-escucha.
Isabel se contrajo por la rabia y frustración que le provocaba tener que escuchar las bromas de su exjefe después de enterarse de tan terrible noticia.
-¡Si no lo tuvieras tan estresado dando vueltas por todo Madrid en su propio coche, cuando estás obligado a proporcionarle un coche de empresa, lo mismo todo se habría desarrollado mejor!
-Eh, que yo no tengo la culpa de sus cagadas.
-¡Y una mierda! -exclamó ella fuera de sí -.Lo haces trabajar la mayoría de fines de semana, con más clientes de los que podría manejar nadie, ¿y luego te quejas de que no haga bien todas las cosas?
-Bueno…
-¿Cuánto hace que te pide que le pongas a un ayudante competente? Siempre le pones a chicos de práctica que, para cuando aprenden a hacer su puto trabajo ya se tienen que ir. ¿Por qué no contratas a uno?
-Es política de la empresa.
-¡El resto de manager tienen ayudantes con puestos fijos! ¡Y uno de esos teléfonos móviles!
-Los móviles no…
-José tiene que usar cabinas cuando el resto de compañeros puede llamar por eso cachivaches sin gastar ni un duro -exclamó furiosa -. Tienes a mi marido puteado y ahora quieres usarlo de cabeza de turco.
-¿Para dónde? -le preguntó de nuevo Patricio con voz calmada.
Isabel se quedó en un primer momento bloqueada al no entender a qué ser refería Patricio. Entonces entendió que pronto podrían conectar a la M500 y este preguntaba por dónde debía continuar. Isabel miró a la derecha y se fijó en que ya habían llegado al centro de enseñanza.
-Ya hemos llegado. ¡O es que no lo ves!-Isabel estaba fuera de sí y tras la última exclamación intentó calmarse. Sabía que no ganaría nada si seguía por ese camino, pero estaba cabreada.
Patricio buscó aparcamiento en frente del centro, pero a cierta distancia, donde el coche quedó a cubierto a la sombra por dos grandes árboles a cada lado. Tan pronto el vehículo aparcó Isabel se bajó del coche sin decir nada y fue en dirección al centro de enseñanza donde impartían clases particulares a su hija. Tanta fueron las prisas y el enfado que se dejó la bolsa de la compra en el coche, aunque no tenía intención de volver a meterse en él.
Por fuera del centro había otros padres a la espera de recoger a sus hijos. Estos acababan de terminar, pero normalmente se quedaban un poco más en la cancha jugando a la comba o el baloncesto. Isabel había tenido que llegar a esperar hasta una hora para que su hija terminara dejugar y relacionarse con sus amigos ahora que no había colegio. Una presencia llegó a su lado con los brazos cruzados. Era Patricio, que no dudó en continuarla conversación que tenían pendiente.
-Uno de los clientes es un conocido empresario de Madrid. Tiene una importante cadena de restaurantes, clubs, hoteles. Es muy importante para la empresa.
-¿Y tus empleados no lo son también?-cuestionó Isabel manteniendo un tono bajo por discreción.
-Solo hasta cierto punto, Isa. ¿Qué harías tú en mi lugar?
-Darle otra oportunidad. Ha sido fiel a la empresa muchos años, y trabajado más que nadie. Yo lo sé muy bien porque he tenido que sufrir sus ausencias por tu culpa.
-¿Por mi culpa?
-Si. No te hagas el idiota conmigo. Lo presionas mucho y hace horas extra que luego no le pagas -el tono de Isabel volvió a elevarse un poco y empezó a atraer miradas indiscretas de los padres presentes. Isabel tragó saliva y se reprendió por llamar la atención.
-He querido venir a hablarlo contigo porque te aprecio y quería que entendieras mi decisión.
A Isabel el corazón le dio un vuelvo al comprender por esas palabras que la decisión ya estaba tomada. No había venido a hablar con ella para discutir el tema o resolver dudas, solo a avisarla de loque pasaría. Empezó a sentir más frío del normal y su mente empezó a profetizar mil escenarios futuros que podrían avecinar a su familia.
-¿Mi marido ya lo sabe? -susurró Isabel casi sin voz.
-Todavía no. Pero debe imaginárselo.
Una madre, rechoncha y con la oreja puesta en la conversación los miró de reojo. Isabel no sabía hasta qué punto ella creía que había entendido de lo que hablaban, pero la fulminó con la mirada y la señora volvió a poner la vista al frente. Cuando percibió que nadie más la estaba observando no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. Quería llorar desconsoladamente, pero en ese momento apareció su hija corriendo hacia sus brazos. Isabel contuvo con todo su aplomo las lágrimas, y sonrió al ver a su hija.
-Mamá -saludó la niña contenta -. ¿Quién es este señor?
-¿Laura? -cuestionó Patricio al ver a la niña-. Sabía que era tu hija antes de que se acercara. Es tu viva imagen.
-¿A que sí? -manifestó Isabel con voz pocha y muy orgullosa mientras abrazaba a su hija. No había podido controlar sus ojos del todo por lo que Laura miró a su madre algo preocupada. La toledana pasó a presentarle a Sánchez para evitar las preguntas de su hija -. Es un amigo de papá, ha venido a saludar.
-Mami, puedo quedarme con las chicas en la cancha a jugar a la comba -empezó a solicitar Laura en tono súplica, pues su madre no siempre había estado dispuesta a coger frío aburrida frente al centro de enseñanza -. Todas las otras madres las han dejado quedarse.
-Claro que sí, cariño.
Laura abrió los ojos como platos. No era la primera vez que lo conseguía, pero nunca de manera tan fácil y sin condiciones.
-Gracias, mamá -manifestó contenta.
-Yo te esperaré en ese coche negro que está allí, entre los árboles. ¿Lo ves?
-Sí -dijo Laura justo antes de salir pitando a la cancha exultante.
Acto seguido Isabel se giró hacia Patricio con los ojos enrojecidos todavía, pero sin rastro de ninguna lágrima.
-Terminemos la conversación en el coche a resguardo del frío y de miradas indiscretas -indicó Isabel bajando la voz en la última parte de la frase para que nadie se diera por aludido.
Patricio accedió y fueron hasta el aparcamiento. Una vez dentro del coche el ambiente era muy diferente a como estaba justo antes de que lo abandonaran. Isabel había dejado de contener las lágrimas y lloraba de forma silenciosa.
-Isa, lamento mucho lo que ha ocurrido…
-Por favor, Patricio… -le interrumpió Isabel con la voz entrecortada por las lágrimas -. Jamás te he pedido nada, y lo sabes. Trabajé muchos años para ti y siempre trabajé como la que más, incluso accedí a irme sin indemnización cuando me prometí con José. Te pido por favor que le des otra oportunidad. Sabes que es un buen trabajador, el mejor.
-Isa, yo…
-Por favor Patricio. Tiene que haber algo que puedas hacer. Si quieres yo misma ayudaré a la empresa gratis a recuperar los clientes que José haya perdido. Te compensaré las pérdidas si le dejas continuar. Ha invertido los últimos quince años en tu empresa y si lo despides no sé qué hará…
Isabel tuvo que detener toda su retahíla de súplicas por que el llanto ahogó sus palabras. Bajó la cabeza y esto no impidió que el desconsuelo se apoderase de ella. Pasaron los segundos y los minutos solo con el llanto de Isabel de fondo. Patricio se mantenía con la mirada perdida mientras arrugaba la frente.
-De acuerdo -indicó él finalmente.
-¿Qué? -preguntó con cara de asombro.
-Que de acuerdo. Si ayudas a tu marido a ganar clientes, digamos que con un contrato de prácticas. Podría reconsiderar su despido.
Isabel juntó las manos, agradecida por la oportunidad que se le brindaba de nuevo a su marido.
-Gracias Patricio, gracias de veras.
-Sin embargo, no puedo aceptarte sin más. En realidad, nunca llegaste a captar clientes para la empresa cuando trabajaste para mí. Y evidentemente tendré que hacerte una entrevista de trabajo. No puedo arriesgarme a que me representes sin saber si tienes madera.
-Sí, claro -tartamudeó ella -. Sé muy bien como se hace. Mi marido siempre me habla de su trabajo así que…
-Con una entrevista como la que tuvimos la primera vez -le interrumpió Patricio, con sonrisa bobalicona, mientras posaba su mano sobre la pierna de ella y le acariciaba el muslo.
Isabel sintió como todo su cuerpo se contrajo por el contacto, y por acto reflejo apartó la mano de Patricio de un zarpazo.
-¿Estás de broma? -inquirió sin alzar la voz.
-Bueno. Eres tú la que me ha pedido ayuda, y como fue así como concretamos nuestro acuerdo la última vez pensé que lo verías apropiado.
Isabel sintió esas palabras como un bofetón. Humillada, le costó mantener la cabeza en alto. Pero lo intentó.
-Ya no soy una niña de dieciocho años, perdida y sola -indicó suavizando el tono para no parecer agresiva, pero no por ello perdió en firmeza -. Soy una mujer casada y madre respetable.
Patricio se encogió de hombros y asintió conforme.
-Como tu prefieras.
Isabel lo miró mientras respiraba de forma entrecortada durante casi un minuto, con una tensión en el ambiente que se podría cortar con un cuchillo.
-Está bien -dijo entre dientes -. Cuando me lleves a mi casa. Pero solo haré lo que hicimos aquella vez -le advirtió. Patricio, sin embargo, se reclinó un poco a la derecha y se desabrochó el cinturón del pantalón. Isabel abrió los ojos como platos -. ¿Aquí?
-Nadie nos verá -le aseguró mientras se bajaba la cremallera y sacaba fuera su miembro viril.
Isabel masculló varios insultos seguidos deforma inteligible. Miró en derredor y se aseguró que nadie estuviera mirando, y que nadie se acercaba.
-Vigila que no venga nadie, o te juro que morderé tanto que tendrás que ir al hospital.
Patricio rio por el comentario, pero ella se mantuvo completamente seria por lo que finalmente asintió conforme con la amenaza.
Isabel se quitó el abrigo y dejó ver una camisa blanca con abundante escote y un collar de perlas de imitación que hacían juego. Finalmente se reclinó y lamió el miembro de su exjefe. Pronto comenzó a ver como este crecía sin freno, como si estuviera siendo inflado con una bocanada de gula carnal. Continuó lamiendo todo el falo del pene y creyó sentir un déjà vu. El de Patricio fue el primer pene que Isabel se metió en la boca hacía ya más de catorce años. Tras emanciparse a los dieciocho se vio sola deambulando por la capital y habiendo hecho innumerables entrevistas infructuosas. Al borde del desánimo, y ya teniendo que recoger sus pertenencias para volver a casa de su madre con el rabo entre las piernas, recibió una última entrevista de trabajo. Cuando Patricio le insinuó en la entrevista loque tendría que hacer Isabel no se lo pensó. Hizo su primera felación, que fue su primera experiencia de índole sexual en general, y consiguió el puesto. Después de eso jamás volvieron a sacar el tema y Patricio nunca volvió a aprovecharse de ella. Y al final la experiencia se convirtió en una extraña mancha en su memoria. Nunca se había arrepentido en realidad, ya que gracias a eso pudo conocer a José y pudo quedarse en Madrid. Ahora, tantos años después, con marido, casa e hija, tenía que volver a lamer ese falo de color pardo que le abrió las puertas a una vida en la capital.
Isabel chupó el cabezón a consciencia y pasó la lengua de arriba abajo y de un lado al otro con avidez, como cuando quieres disolver rápido un chupete para pasar al chicle que hay dentro. Acto seguido se metió la polla hasta el fondo y ella sintió como la punta alcanzaba su garganta. Rozó con los labios los huevos de él y se mantuvo así varios segundos sin poder respirar. Finalmente retiró la boca cuando sintió las inevitables arcadas. Tras recobrar el aliento Isabel besó el cabezón con sus delicados labios y fue lamiendo el falo hacia abajo hasta que se metió los huevos enteros dentro de la boca. Mientras, con la mano fue frotando el pene de arriba abajo sin parar y los jadeos de Patricio comenzaron a intensificarse. Isabel paró de inmediato y miró hacia él.
-¿Qué haces? -le preguntó ella con mirada incriminatoria -. No pongas ningún tipo de cara. Estamos en la calle, joder.
-Tienes razón -le confirmó él justo antes de ponerse serio y tapar su cara con la mano a modo de careta -. Perdona.
Isabel miró el pene de Patricio antes de continuar por donde lo había dejado y observó que la memoria es muy traicionera. La recordaba más sucia, doblada, y áspera de lo que la estaba viendo en ese momento, pero era muy suave y recta, e incluso olía a jabón. Ni siquiera olía tanto a jabón cuando le hacía una felación a su marido después de ducharse. Era como si Patricio se la hubiera lavado a consciencia.
Isabel respiró profundamente y se metió la polla de su exjefe en la boca de nuevo. Esta vez comenzó a chupar a más velocidad y profundidad lo que provocó que su propio pelo se enredara en el falo de su exjefe con más frecuencia. Patricio pareció comprenderlo, ya que recogió el pelo a la toledana y se lo apartó hacia atrás para que no le molestara. Isabel agradeció para sus adentros el gesto y se dio cuenta por vez primera que el pene estaba completamente liso, sin pelo en el falo y casi sin vello púbico. Por lo que poco a poco comenzó a disfrutar de la felación inconscientemente.
No fue la única pues Patricio, siempre con un notable esfuerzo por mantener el rostro impasible, movió la mano que le quedaba libre hacia la blusa de ella y se deslizó por el escote. Introdujo la mano y envolvió el pecho izquierdo de Isabel, que no estaba recogido por ningún sujetador, con delicadeza. Notó el afilado pezón muy erecto y eso le excitó sobremanera. Fue presionando poco a poco todo el pecho deslizando la palma de la mano sobre el pezón. Eso y la ávida succión de su miembro viril por la escurridiza lengua de la toledana terminó haciéndole gemir de nuevo de forma irremediable. Isabel detuvo la felación en seco.
-¿Te vas a controlar? -le reprendió mientras lo miraba fijamente a los ojos desde abajo.
-Joder, Isa. Has aprendido mucho con el paso de los años.
Isabel no reaccionó ante el comentario. Ni siquiera pestañeó.
-Vengo aquí tres días en semana para traer a Laura. Si alguno de los padres intuye que se la estoy chupando a un tío que no es mi marido frente al parque donde juegan sus hijos…
-Vale, vale, está bien -la interrumpió él a la vez que cogía un parasol que llevaba en el asiento de atrás y lo colocaba en el parabrisas -. Pillo la indirecta.
Una vez puesto el parasol, y con ambos árboles a los lados, Patricio ayudó a Isabel a que se recolocara con la espalda erguida y puso su rostro frente al de ella, a apenas unos centímetros. El aliento de él le golpeaba a Isabel en la cara y se podían leer en sus ojos un deseo incontrolable.
-¿Has cambiado de idea? -preguntó ella.
Patricio la besó en la boca a modo de respuesta y metió su lengua como un invasor que viola un tratado de paz. Isabel cerró los ojos y chupó la lengua de su exjefe tratando de succionarle todo el jugo. Inmediatamente las lenguas de ambos volvieron al ruedo y siguieron enrollándose en un tango sin fin. La saliva fue tan relamida que ella ya no sabía si le pertenecía a su boca o a la de él. La toledana comenzó a acariciar los huevos de su exjefe con suavidad para luego agarrar con más fuerza su polla con toda la mano. Continuaron besándose durante decenas de minutos que se acortaron tanto en sus mentes que más parecían nimios segundos. Entre tanto, Isabel le frotaba el pene y ella comenzó a notar como Patricio comenzaba a moverse con más avidez, como si estuviera cerca de llegar al orgasmo. Por lo que la toledana lo masturbó con más energía.
Patricio, que estaba extremadamente excitado, cogió la blusa de ella por los hombros y las bajó hasta los codos de modo que los pechos de Isabel quedaron en el aire.
-¡Pero qué demonios haces! -exclamó ella que seguidamente miró hacia el exterior, comprendiendo porqué Patricio lo había hecho.
Los cristales estaban tan empañados que no se veía nada del exterior.
-Ya nadie nos puede observar -le aseguró él que de inmediato le desabrochó los vaqueros a Isabel y metió su mano en la entrepierna de ella sintiendo al instante como los fluidos vaginales le empaparon los dedos.
Acto seguido Isabel jadeó pero recobró la compostura y, reaccionando como un resorte, quitó la mano de Patricio y lo empujó hacia su asiento.
-Te voy a dejar seco, pero solo con mi boca-le aseguró entonces ella entre jadeos de excitación.
Isabel volvió a agachar la cabeza con las tetas fuera y se metió de nuevo el pene con enorme avidez. Patricio estiró las piernas como pudo y levantó un poco el pubis para intensificar el brío con el que ya ella se la chupaba. Con la mano izquierda le agarró el pecho derecho y se lo estrujó sin hacerle daño. Estiró la otra mano para metérsela entre el pantalón por la parte de atrás, que como estaba desabrochado lo hizo con facilidad, y le manoseó todo el culo por dentro de las bragas.
Isabel comenzó a tragar indiscriminadamente cada centímetro de polla una y otra vez mientras su exjefe le agarraba la teta y frotaba el culo de adelante hacia atrás, sin parar. Los cíclicos movimientos se hicieron rítmicos hasta que por fin la toledana sintió como un chorro de semen pegajoso nació en su boca. Isabel estaba tan excitada que se tragó al instante cada gota de leche y apenas distinguió el sabor en su paladar. Se sorprendió relamiendo la punta del pene en su deseo de que saliera más. Finalmente retiró la cabeza mientras pasaba su lengua por sus dientes tratando de captar el sabor perdido.
-Ya está -indicó ella entre jadeos.
Patricio, que debía haber estado plenamente satisfecho, vio a Isabel frente sí, con las tetas al descubierto y los baqueros a la altura de los muslos, dejando ver sus bragas blancas que habían sido removidas a una posición antinatural.
-¿No quieres más? -dijo él mientras se inclinaba hacia adelante para una vez más comerle la boca a ella.
Isabel recibió la boca de Patricio en sus labios y una parte de sí misma quiso imponer el trato al que habían llegado. Pero había otra parte de sí misma que simplemente dejó que su lengua se bañara en la saliva de él, que sus tetas se restregaran en las manazas de él, y que a su coño le fueran introducidos los largos dedos de él. Isabel gimió como una posesa.
Patricio se apartó un poco para atrás y atrajo a Isabel agarrándola por las caderas. Le flexionó las piernas de manera que el chocho de ella quedara expuesto si retiraba un poco las bragas, y tras hacerlo se fue hacia adelante y metió su pene directamente en la vagina de ella.
Isabel sintió como su exjefe la penetraba, pero dada la incomodidad de la posición él tenía que embestir con fuerza y los movimientos hicieron que se le clavara la palanca de cambios en la piel de su nalga derecha. Isabel cerró los ojos mientras era follada y los jugos de su vagina chingaron el asiento del conductor.
Entonces un golpe en el cristal con la palmade una mano congeló de golpe el ambiente como si les hubiera caído un jarro de agua fría. Tanto Isabel como Patricio se recolocaron en sus asientos como un lagarto cuando se escabulle hacia una guarida entre las piedras. La toledana vio por el rabillo del ojo, y a través del cristal empañado, la sombra de una niña que estaba frente al coche y que se disponía a abrir la puerta de atrás.
-¿Has dejado el coche abierto? -susurró Isabel como una exhalación mientras se subía los vaqueros.
No dio tiempo a que Patricio contestara. La puerta se abrió y Laura entró en el coche.
-Mamá, ¿por qué se movía tanto el coche para arriba y para abajo? -dijo la niña con completa inocencia.
Isabel se bajó de inmediato la blusa en un solo movimiento, tapando así sus pechos. No había podido abrocharse los vaqueros, pero sí que estaban a la altura correcta. Ella observó que algo parecido le había pasado a Patricio que ya disimulaba en el asiento del conductor al tiempo que retiraba el parasol. El comentario de su hija la dejó temblando. Ni siquiera se había dado cuenta de que el coche hubiera estado dando tumbos mientras Patricio la penetraba, pero no le extrañaba nada que hubiera sido asía juzgar de los fuertes embates.
-¿Ya has terminado de jugar con tus amigas?¿Tan pronto?
-Sí. La madre de Sofía se tenía que ir y erala que había traído la comba -indicó Laura con cierto resentimiento para luego mirar extrañada los cristales -. Todos los cristales están mojados.
-Se dice empañados -le corrigió Isabel para luego mirar a patricio -. ¿Vas a arrancar de una vez?
Patricio puso el coche en marcha y luego activó los limpiaparabrisas para quitar el vaho. Isabel se tapó la cara discretamente con la mano por la vergüenza, y la mantuvo hasta que se hubieron alejado a una buena distancia.
-¡Chocolate! -exclamó Laura que había descubierto los artículos que había dentro de la bolsa de la compra.
Isabel vio como Laura empezó a hacer acopio de chucherías y galletas, pero se vio incapaz de prohibirle que continuara. Se sentía muy culpable y por extraño que pareciera compensarla con dulces era todo cuanto podía hacer en ese momento para aliviar ese malestar.
-Laura, con moderación. Recuerda que ahora vas a almorzar.
Isabel vio como su hija hacía oídos sordos a su sugerencia. Aun así, no insistió. Su mente volvió diez años atrás, antes de que su hija hubiera nacido. Cuando convivía con su suegro justo después de casarse. Fue un mes y medio de sexo salvaje y depravado. Un mes y medio de engaños e infidelidades a José con su propio padre. Cuyo desenlace final fue Laura. Aún hoy su marido no se imaginaba que su hija era en realidad su hermana. Isabel siempre había bloqueado esos recuerdos, pero ahora habían regresado como penitencia de forma insistente. Entonces, una mano le tocó el muslo y le recordó donde estaba.
Isabel se puso rígida por el contacto, pero inmediatamente giró la cabeza hacia su hija y vio que ella estaba mirando al lado opuesto mientras comía una chocolatina. Isabel suspiró aliviada y apartó la mano de Patricio ejerciendo una notable fuerza en doblar sus dedos. Su exjefe abrió la boca en señal de dolor, pero no emitió sonido alguno.
-Ya he pasado la entrevista -dijo Isabel entre dientes.
-No es suficiente -le indicó Patricio mientras se masajeaba los dedos para aliviar el dolor -. Me gustaría continuar por donde lo hemos dejado.
-¿Dejado el qué? -preguntó de repente Laura.
-Cariño, este señor es el jefe de papá. Y puede que yo también trabaje para él. ¿Te gustaría que mamá y papá trabajaran juntos?
-Sí -afirmó sin saber lo que implicaba -.¿Pero entonces ya no estarás en casa? Como papá.
Isabel miró a su hija con ojos apenados. Ella también había crecido sin padre y casi sin madre debidos a las numerosas horas que pasaba fuera trabajando. Y eso era lo último que quería para su hija. El corazón se le desgarraba con solo imaginárselo.
-Mastica con cuidado, cielo -le dijo ella a Laura para luego dirigirse a Patricio -. Terminaremos la entrevista al completo en casa. Pero eso será cuanto necesites para que el problema quede solucionado, ¿de acuerdo?
-¿Solucionado?
-Completamente solucionado.
Patricio se quedó unos segundos pensativo, y finalmente asintió.
-Rumbo a tu casa, entonces.
-¡Sí! -gritó Laura contenta alargando la vocal. Era evidente que el azúcar estaba haciendo efecto.
El trayecto no duró demasiado pues estaban relativamente cerca del domicilio de Isabel. Cuando se adentraron en la casa la toledana puso su mano sobre el hombro de su hija.
-¿Que peli te apetece ver?
Laura miró a su madre contenta y lo tuvo muy claro desde el principio.
-¡La Bella y la Bestia!
-Siéntate en el sillón -le dijo la madre mientras le alcanzaba más galletas y chucherías.
-¿Puedo comer más? -cuestionó la niña.
Isabel cogió la cinta de la Bella y la Bestia y la puso en el vídeo.
-Mamá tiene que hablar de trabajo con el jefe de papá. Tú estate tranquila viendo la peli, ¿vale?
-Sí -accedió Laura muy contenta por poder verla película con todas las golosinas que quisiera.
Isabel dio una señal a Patricio para que la siguiera y subieron a la planta de arriba. Tras entrar en el dormitorio Isabel cerró la puerta con llave.
-Que quede claro -empezó diciendo ella ya en la intimidad -. A cambio de esto no hará falta que yo trabaje en la empresa y mi marido no será despedido.
Patricio se encogió de hombros resignado.
-Está bien. José continuará en la empresa sin que haga falta que tú le ayudes trabajando con él -afirmó el señor Sánchez -.Pero espero que hagas que merezca la pena.
Isabel se dio la vuelta y se dirigió a la mesita de noche de su marido. Por el camino se quitó el abrigo y la blusa, y se bajó los vaqueros. Solamente con las bragas blancas puestas abrió el cajón y sacó unos preservativos que estaban al fondo. Ella miró la fecha de caducidad de los condones pues hacía tiempo que ya no los usaba con su marido al querer quedarse embarazada. Tras cerciorarse se dio la vuelta y se lo dio a su jefe en la mano, que ya estaba sin pantalones y se había ido acercando hasta ella.
-Ponte esto -dijo Isabel.
Patricio se había excitado mucho solo con verla prácticamente desnuda. Sus largas piernas y su culo eran perfectos y ahora que sus tetas también estaban al descubierto las agarró antes de aceptar el preservativo. Sin poder contenerse más abrió el condón al mismo tiempo que Isabel se bajaba las bragas. Ella se acostó sobre la cama desnuda, con el chocho al aire y se abrió bien de piernas.
Patricio se intentó colocar el preservativo, pero le costó bastante porque le quedaba un poco pequeño.
-¿Solo tienes esta talla?
-Claro. Esto no es un sex-shop.
Patricio bufó al sentir la presión que le ejercía el condón, y maldijo por lo bajo lo pequeña que la tenía José. Igualmente se quitó el resto de su ropa y se metió en la cama sobre ella.
Isabel miró con nerviosismo a la puerta. Estaba cerrada, pero temía que su hija tocara por cualquier cuestión.
-Tenemos que hacer poco ruido -manifestó antes de recibir la primera embestida.
Patricio no dijo nada, y empezó a follarse a Isabel a consciencia. Una y otra vez sin descanso. Parecía querer cobrarse a buen precio su trato. Sus cuerpos sudados resbalaban como la mantequilla en un sartén, y tuvieron que gastar casi todos los preservativos que le quedaban a José. Transcurrieron varias horas y las sábanas acabaron echas una porquería. Por fortuna para Isabel, a Laura le apeteció mucho ver la Sirenita después determinar con La Bella y La Bestia. Y las chuches le produjeron tal malestar en el estómago, que no tuvo ganas de almorzar en todo el día.
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