Se había prometido no cogerle más novias a su hijo. No después de que Agustín lo descubriera con la última y cayera en esa depresión tan fuerte. Miguel le había cogido a casi todas las novias desde los quince años. No sabía bien cómo se daban esas cosas, si era algo que tenía alguna explicación racional o todo era simple casualidad. La cuestión es que primero le cogió a la rubiecita judía con cara de boleada, a la que tuvo que desvirgar. La rubiecita aprendió rápido y obviamente se aburrió de Agustín, que ni estaba preparado más que para un par de besos. Se cogió también a la morocha esa que conocieron en el verano. Ya en la playa había cruzado un par de miradas de esas que no dejan mucho margen de dudas, y al volver a Alce Viejo, en una de las visitas de la niña a su casa, simplemente se dio. Se la estuvo cogiendo durante meses, casi todas las tardes, mientras su hijo estudiaba en el secundario. Una vuelta a la chica no le vino y él se hizo cargo, pero ella entró en crisis, él tuvo miedo de ir en cana y se dejaron de ver. Con un sobre lleno de dinero, Miguel la convenció de borrarse. La chica desapareció con una sonrisa y él se preguntó si no habría sido todo una puesta en escena. Lejos de enojarse, entendió que la vida le había dado una lección.
Ahí descubrió que la plata era lo que las seducía. Su hijo las traía hasta él, pero era un estúpido y un inútil, no representaba competencia; y él solo debía mostrar que era el que tenía la billetera. Así se cogió a las siguientes tres novias del Agustín. Su hijo se ponía de novio en el baile, en el club, donde fuera. Más tarde o más temprano las traía a casa (cuando Miguel se avivó, enseguida comenzó a insistirle a su hijo para que invitara a casa a sus novias, aunque hubieran salido tres veces) y ahí las chicas se regalaban ante ciertas y determinadas muestras de dinero.
Miguel sabía que debía tener un automóvil espectacular, un celular de última generación y zapatos y campera caros. Lo demás, no importaba. Cuando ostentaba eso, las novias de su hijo siempre terminaban besando su colchón y pidiendo por favor más pija. Porque encima se las cogía mejor que el otro pelotudo.
Solo que un día el otro pelotudo llegó más temprano y lo descubrió. Ahí fue que se prometió no hacerlo más. Y cumplió.
Hasta que apareció Dayana. Bueno, Dayana fue la siguiente novia de su hijo, así que tampoco fue que cumplió su promesa mucho tiempo.
Con Dayana las cosas fueron diferentes desde el vamos. Y por varias razones. Primero, la chica era una delicia. Estaba en otra categoría de mujer, decididamente no en la categoría de su hijo, y Miguel dudaba que estuviera en la de él. Dayana era una chica que podría perfectamente ser modelo o estar en la televisión. No solo tenía un cuerpazo perfecto, además era muy pero muy bonita, y a diferencia de las otras novias del inútil, se le notaba un mínimo de roce y educación. La otra diferencia era que su hijo ahora no iba a la secundaria por las tardes, que era el momento en que Miguel le cogía a sus novias. Ahora trabajaba en su negocio (el de Miguel), una casa de venta de escritorios y mobiliario para negocios.
No crean que Agustín no hizo esfuerzos para dilatar la presentación de Dayana a su padre. Por mucho que Miguel le insistiera para que llevara a su novia, él siempre encontraba una buena excusa para no hacerlo, tal era su miedo. Hasta que un día Dayana se le apareció por el negocio porque andaba por ahí. Miguel, claro, estaba en el local. Agustín se ensombreció, tragó saliva y no tuvo otra que hacer las presentaciones. Miguel se comió con la mirada a la chica, y Dayana le devolvió el halago con ojos chispeantes. Ella le miró el reloj, relojeó el negocio de pies a cabeza y cabeceó hacia el celular del viejo, cuando éste lo sacó —adrede— para buscar en internet algo sin importancia.
Miguel la leyó en el acto, y aunque había prometido no cogerle ninguna novia más a su hijo, supo que esa boquita de puta y esa cola perfecta empotrada en un jean extremadamente ajustado, se llenarían de pija y leche a diario, y no la de su hijo necesariamente; y se dijo que si Agustín iba a seguir con esa chica, iba a ser el rey de los cornudos, y que si ya no había remedio a que fuera un pobre e infeliz cornudo, entonces no era tan grave si él se la cogía; a fin de cuentas, era mejor que lo hiciera él y no alguien ajeno. Él no iba a lastimar a su hijo, ni le iba a querer robar la novia. Solo cogérsela.
Así se convenció y para la semana siguiente, cuando Agustín trajo a Dayana a cenar a casa, Miguel supo que iba a convertir a su hijo en el más grande cornudo del mundo, porque esa hermosura, esa exquisitez de chica emputecida y modos de nena buena, era el diablo en cada gesto, en cada mirada y, sobre todo, porque en esa cena ella entendió bien claro que mientras Miguel viviera, el que manejaba la plata iba a ser él, y que Agustín era apenas un empleado acomodado. Dayana supo —él se encargó de que lo supiera— que Agustín no tenía ni siquiera acceso a la caja y que desde esa semana él —Miguel— iba a trabajar menos, solo por las mañanas, para tener las tardes libres y “disfrutar más de la vida y del dinero, que total cuando nos morimos no nos llevamos nada”. Jajaja, las risas de Dayana, fingidas; las de Agustín, preocupadas.
Lo primero que hizo Miguel en aquella cena, apenas Dayana cruzó la puerta, fue regalarle un ampuloso ramo de flores y tomarle la campera galantemente. Agustín frunció el ceño, temeroso de la actitud de su padre, pero Dayana lo recibió como un gesto de caballerosidad y modos a la antigua, regalándole una sonrisa, un “gracias” y un beso sonoro en la mejilla. Cuando Miguel fue a quitarle la campera para guardarla, desde atrás, le rozó la cola con su antebrazo en un gesto mínimo, casual, tonto… Perverso.
—Agustín, andá a ver cuánto le falta a la carne esa…
—No, pa, quiero mostrarle la casa a Daya…
—¡Andá a ver eso, no me contradigas y serví para algo!
Agustín se quedó. No porque le sorprendiera el trato, a eso ya estaba acostumbrado, sino porque le pareció que su padre andaba planeando algo. Titubeó un poco, dudó.
—Andá, amor —invitó Dayana—. Dejá que tu papá me la muestre…
Miguel tomó a Dayana de la cintura y se la llevó del living. La cola dentro del jean era un monumento a la perfección. Miguel tuvo que hacer esfuerzos titánicos para no bajar la mano y tocársela. No quería pasarse, ésta chica parecía más despierta y mundana que las otras regaladas que le traía el inútil de su hijo. Decidió no avanzar sobre la cola pero tampoco retirar la mano de la cintura. Así le mostró el living y luego rápidamente los baños y el patio de atrás. Miguel advirtió que la chica no se molestó por el contacto permanente de su mano, de modo que se relajó y, sin pretenderlo, se le empezó a parar el vergón. La llevó escaleras arriba donde estaban las habitaciones. Sabía que si la chica aun dudaba, la casa de dos plantas la iba a terminar de convencer. Las habitaciones eran grandes y la de él tenía un enorme jacuzzi, que Dayana festejó con ojos de fiesta.
—¡Qué buen jacuzzi, Miguel! Debe ser espectacular bañarse ahí dentro…
—¡Es espectacular, mi amor! Es una de las sensaciones más placenteras que puedas vivir…
—¡Seguro que sí!
—Sacando el sexo, claro —Miguel le guiñó un ojo, buscando complicidad. Dayana sonrió y le golpeó el pecho, reprendiéndolo y festejándole la humorada a un tiempo.
—Y todavía mejor disfrutar un placer mezclado con el otro…
Miguel a esa altura tenía la pija que le desbordaba el pantalón. Se rió, la tocó como casualmente un poco más y los dos estudiaron los límites del otro.
—¿La habitación de Agustín también tiene jacuzzi?
El viejo se deleitó con el casi explícito interés de la chica. Dayana era una trepadora, pero le faltaba calle, y su interés en lo material era evidente. Se ufanó Miguel, de saberlo de antemano.
—No, no… La habitación de Agustín es muy chica... Ni siquiera pudo entrar una bañadera…
—¿Cómo…?
—Vení, te la muestro. Está abajo, en el patio, al fondo de todo.
Cuando pasaron otra vez por el comedor para salir, Agustín los cruzó.
—Ya casi está la carne, pa. ¿Puedo ir con…?
—Poné la mesa, no molestes. Tenemos que atender bien a tu novia…
Agustín se quedó duro y solo miró cómo su padre se llevaba a su novia de la cintura.
La piecita del fondo era una casucha de ladrillo de conchilla gris, sin revoque. Era muy pequeña y mal iluminada, tenía un duchador y una cama de una plaza, con una estufa de querosén vieja.
Dayana se sorprendió.
—¿A… acá vive Agustín…?
—Duerme. Solo duerme. Vivir, vive en la casa, pero para dormir y para… bueno… llevarse a sus novias, siempre tuvo esto… Es lo que pudo ganarse…
—¿Cómo ganarse…?
—No quiero que mis hijos sean unos vividores, así que se ganan su dinero como cualquiera…
—Ah… Qué bien… Así aprenden a pelearla y ganársela como todo el mundo… Como su padre… —Dayana apoyó su mano en el brazo del viejo—. Usted sí que supo hacer las cosas bien… Mire todo lo que logró… Tiene un negocio, una casa enorme, un BMW…
Cuando Dayana mencionó el BMW, Miguel supo que se la iba a coger, y pronto. Aprovechó que ella estaba apretada entre la cama y la cómoda para pasar por allí con una excusa tonta. La proximidad, el apretujamiento de los cuerpos, mejor dicho, le dio la excusa perfecta para pasarse de la raya con impunidad.
—¿Me permitís…? Quiero mostrarte algo… —y pasó entre Dayana y la cómoda, con lo que la tomó de la cintura, medio para agarrarse, medio para hacerse lugar y pasar; y aprovechó y, deliberadamente, bajó la mano un poco y tocó la parte superior de la cola de su nuera. Dios, qué exquisitez. Qué curvas y qué dureza. Nada más de sentirle el perfume y tocarla apenas debajo de la cintura, el viejo se puso al palo de nuevo.
Al otro lado, en la mesita de luz de allá, había una estatuilla metálica que Miguel tomó. Cuando regresó hacia Dayana, ella estaba de espaldas, como mirando algo en la cómoda. Se jugaba a que la pendeja había girado adrede, para mostrarse de atrás, pero sobre todo esperando el regreso del viejo. Miguel aprovechó y al pasar nuevamente por ese espacio tan angosto, volvió a tomarla de la cintura, pero esta vez con ese culo fabulosos hacia él. Con una de sus manos apoyada por debajo de la cintura, sobre las ancas de la niña, le pasó la pija durísima por toda la cola, con un disimulo discutible. Ella —él no podría asegurarlo, pero creía que sí— sacó un poco la cola para que la presión fuera más fuerte.
En ese momento entró Agustín, justo cuando Miguel se despegaba de su novia.
—Ya está la comida y la mesa puesta. ¿Vienen?
—Agustín, ¿por qué no le contás sobre el premio que te ganaste?
—¿Te gansate un premio, mi amor?
—S… sí… de ventas regional… —y señaló con los ojos el pequeño trofeo que tenía su padre en la mano.
El padre carraspeó y agregó:
—Bueno, en realidad fue un segundo puesto…
—¡Papá!
—¿Qué? No vas a sostener con esta preciosura una relación basada en mentiras, ¿no, hijo?
—¡Agustín, no me mientas, eh? ¡No soporto los engaños!
Ya estaban en el patio regresando a la casa.
—Sí, sí… Salí segundo… No importa, vamos a comer…
—¿Y quién salió primero?
—Yo, mi amor… —concluyo Miguel, tomando a su nuera otra vez de la cintura—. Este inútil no puede hacer nada mejor que yo…
—¿Nada, nada?
—Nada.
En la cena, la charla giró sobre varios temas, pero más que nada sobre Dayana y Miguel. Agustín se sentía aislado, disminuido. Ignorado no, porque cada dos por tres lo mandaban a que vaya a buscar algo a la cocina. Miguel observó que Dayana sacaba el tema del dinero de forma recurrente, aunque nunca de manera directa. ¡Cómo conocía Miguel a estas turritas!
Dayana quiso saber, o en tal caso saber más, de ese asunto de que Agustín no tenía beneficios sobre la buena posición de su padre.
—... la tienda es mía, la hice yo —explicó Miguel, tomando un trago de vino tinto—. Y me maté trabajando toda la vida, así que el dinero también es mío…
—Sí, entiendo… —Dayana estaba sentada frente a su suegro, los ojos bien abiertos y los codos apoyados sobre la mesa, sosteniendo su cabeza y su sonrisa sobre las manos entrelazadas— Me parece justo…
—De esa manera ellos aprenden y yo me doy los gustos…
Cuando dijo “me doy los gustos”, Miguel miró a la chica deliberadamente a los ojos. Dayana captó el gesto y estiró la comisura de sus labios unos milímetros, en una sonrisa de emputecida.
—Pero no te creas que lo hago de miserable, ¿eh? No soy miserable. Yo gasto mucho. Lo gasto en mí, en la gente que quiero, en lo que se me dé la gana, ¿entendes?
—Cre... creo que sí…
—Por ejemplo… Ponele que vos me caés simpática… que me caés bien… Vos parecés una buena chica, sos muy linda…
—Gracias, Miguel... —le hizo ojitos ella.
—Así que ponele que entre nosotros hay buena onda, nos caemos bien, nos hacemos amigos… Yo soy capaz de hacerte regalos porque sí, ¿entendes? O prestarte plata…
—Papá, estamos cenando, Dayana no quiere que hablés de dine…
Dayana giró y lo fulminó con la mirada.
—¡¡Callate Agustín, y dejá hablar a tu papá!!
—¿Ves cuando te dijo que éste es un inútil, Day?
—¡Sos un inútil, Agustín! —le gritó ella, ahora más dura. De inmediato aflojó sus hombros, giró hacia el viejo y sonrió dulcemente—. ¿Qué tipo de regalos, Miguel…?
—Un perfume… una pulsera… unos zapatos caros, unas botas…
—¡Ay, qué lindos regalos! —se entusiasmó Dayana, jugando con el índice sobre el escote de su remera.
Cuando terminaron de cenar, la sentencia llegó tan obvia que Agustín ya se estaba poniendo de pie antes de oírla.
—¡Levantá la mesa, serví para algo!
Agustín agarró un plato, dos, tres… Un vaso, dos, tres… Quería hacer rápido, levantar todo en la menor cantidad de viajes posibles a la cocina, porque no quería dejar a su padre y su novia solos por mucho tiempo. Vio a Dayana incorporarse, y a pesar de que la remera no era muy escotada, se le vio buena parte del corpiño. Fue todo tan rápido que él se desesperó, estaba nervioso, muy torpe, juntando cosas…
Y el último vaso de vino se le zafó de los dedos… y el vino fue a dar al regazo de su novia.
—¡Ayyy!! —gritó Dayana y saltó hacia atrás, cuando el vino le empapó el jean.
Miguel crucificó a su hijo con la mirada. Todo su esfuerzo por que la noche fuera perfecta se iba a los caños.
—¡Imbécil de mierda, mirá lo que le hacés a tu novia!
—¡Fue sin querer, papá!
Dayana también parecía muy enojada. Seguramente ese era su mejor pantalón.
—¡Pelotudo, me estropeaste el único jean bueno que tenía! —le gritó, y le arrojó un pimentero, que fue lo primero que encontró sobre la mesa.
—¡Perdoname, mi amor, fue sin querer!
Miguel se le fue encima a su hijo con la mano en alto.
—¡Siempre el mismo inútil, vos! ¡Siempre el mismo inútil!
Y le bajó dos manazas sobre la cabeza, que Agustín apenas atajó, escondiéndola entre sus brazos.
—¡No me pegues, papa! ¡Fue sin querer!
—¡Mirá lo que le hiciste a la chica! ¡Te voy a descontar plata de este mes para que le compres el mejor jean en el shopping más caro!
Y recién ahí Miguel fue hacia su nuera, que permanecía de pie, estirada, y mirando la mancha interminable y bordó sobre su pantalón. Miguel se arrodilló ante ella y la tomó de las piernas. Elevó su rostro y miró a su nuera a los ojos.
—Mirá cómo te dejó este inútil…
Dayana le sonrió, se desabotonó el jean y se bajó el cierre. Giró sobre sus pies quedando de espaldas a su suegro, la cola perfecta y a punto de explotar sobre el rostro del viejo. Se arqueó un poco y comenzó a maniobrar para bajarse el pantalón.
Agustín se acercó, temblando, y respiró para decir algo. No llegó a decir nada.
—¡Mogólico de mierda, limpiá todo el enchastre que hiciste y terminá de levantar la mesa!
El inútil obedeció y Dayana se calzó lo pulgares en cada lado de la cadera y comenzó a bajar el pantalón, lentamente, corriéndolo para abajo un poquito de un lado, un poquito del otro. La cola fabulosa, la cola redonda, perfecta, voluminosa de esa chiquilla fantástica comenzó a aparecer ante los ojos de Miguel. La pija se le agrandaba mientras escuchó a su hijo con los platos en la cocina. El jean siguió bajando de a poco, Dayana tuvo que sacar aun más cola, ya que todo estaba muy apretado. Casi podía tocar esa culazo con sus labios, pero era un hombre respetuoso: su hijo andaba ahora levantando la mesa a dos metros, delante de ellos.
Cuando el jean dejó la cola al descubierto, reveló una tanguita roja y diminuta, incrustada y perdida entre las nalgas, que recién regresaba voluminosa en la conchita.
—Yo sabía… —murmuró Miguel.
—¿Qué, suegrito?
—Nada, mi amor… —Miguel ayudó a bajar de un golpe el jean, una vez que había pasado la redonda cola, el resto fue solo tirar hacia abajo. Dayana levantó un pie, luego el otro, y el jean quedó en el piso, y la novia de su hijo quedó semi desnuda y a su merced. Se puso de pie temblando, hacía años que no veía un cuerpo tan tremendo como ese, y para incorporarse se tomó deliberadamente de las nalgas, de los dos chachetes de esa cola increíble.
—Perdón… —se disculpó, pero tardó una demasiado en retirar el manoseo. Una eternidad.
—Está bien —Ella sonrió—. Somos como de la familia.
—Ahora le pido a ese inútil que te lo lave, aunque no creo que el vino vaya a salir…
—Se lo pido yo, Miguel.
El viejo se quedó.
—¡Agustín, vení para acá! —gritó ella imperativamente.
Agustín llegó de una corrida, con las manos mojadas y la camisa engrasada de la cocina.
—¡Tomá, inútil, serví para algo y andá a lavarme el pantalón! ¡Y tratá de no estropeármelo más!
Agustín vio a su novia casi desnuda de la cintura para abajo. Estaba hermosa, pero con su padre al lado no podía ser contemplativo.
—¡Mi amor, ponete al…!
—¡Andá, te digo!
Agustín tomó el pantalón y se fue al lavadero. Miguel y Dayana quedaron solos.
—No te preocupes por ese jean. Le voy a descontar todo el sueldo de este mes y te lo voy a dar a vos así te comprás un montón de ropita.
—¿¡Todo el sueldo!!?? —se entusiasmó ella.
—Todo todo.
—¡Ay, Miguel, gracias! ¡Usted es un caballero!
Y ella fue y se le colgó del cuello, se elevó y le zampó un beso en la mejilla, demasiado cerca de los labios.
Agustín era un inútil en serio. Cuando llegó al lavadero se encontró con un problema grave, imposible de resolver: ¿debía lavar el jean con jabón común o con jabón del lavarropas? Porque si bien lo iba a hacer a mano, era ropa. Era por cierto mucho más incómodo lavar a mano con el jabón en polvo, pero por algo era en polvo el jabón para lavar la ropa en el lavarropas. Supo que le iban a gritar, pero fue a preguntarle a su padre. Era mejor que le grite un poco ahora y no que le pegue si se equivocaba de jabón. Fue de regreso al living-comedor, y casi se queda seco.
—¡Papá! ¡Dayana!
Su novia estaba acomodada a lo largo del sillón, sobre el apoyabrazos y el respaldo del sofá. Estaba con una pierna arrodillada y la otra sobre el piso, con la remera puesta y abajo desnuda, con la bombacha corrida para el costado. Detrás de ella, su padre la penetraba lascivamente, bombeando sin parar, con sus pantalones y calzoncillos a la altura de las rodillas.
—¡Agustín, no te enojes! —su padre bombeó un par de veces más y frenó, quedando quieto con la verga dentro de Dayana. Aun apoyaba sus manazas en las nalgas de ella.
—¡Te estás cogiendo a mi novia, papá! ¡Me dijiste…! Me prometiste…
—Ya sé, ya sé… Pero te juro que ésta es la última vez…
—Dayana, vos… Vos…
—Y bueno, eso pasa por tirarme el vino en la ropa… cuando me saqué el jean, una cosa llevó a la otra…
—Sí, una cosa llevó a la otra, hijo…
—¡Pero si los dejé solos menos de un minuto!
Con disimulo, Miguel entreabrió los gajos de la cola fabulosa de su nuera, suavemente, y se movió como para dar la cara a su hijo. Solo que en el movimiento le enterró un poquitito más de verga.
—¡Te prometo que ésta es la última vez, hijo, en serio! —y muy muy lentamente. Miguel retomó el bombeo. Enterró verga y notó cómo Dayana elevó imperceptiblemente la colita para que le entre más profundo. La pija fue lenta pero ininterrumpidamente hasta el fondo.
—¡Ahhhh…! —gimió Dayana.
—¡Papá!
—¡Es la última vez, Agustín! ¡Te lo juro! —y enterró más.
Miguel juntó y apretó hacia adentro las dos nalgas de Dayana mientras sacaba la pija. La tanguita roja estaba corrida hacia el lado de Agustín, que miraba todo con ojos desorbitados y el mentón tembloroso. La bombacha iba enredada en uno de sus dedos.
Miguel comenzó a enterrar verga otra vez. Era gruesa y muy rugosa, y Agustín casi podía oír el roce de la piel entrándole a su novia.
—¡Mi amor! —reclamó él—. ¡Decí algo!
—¡Qué pedazo de pija tiene tu papá…! ¡Ahhhhhhh…!
Agustín hubiese preferido que Dayana no dijera nada.
Miguel fue a sacarla nuevamente, y ya antes de que la cabezota se saliera, volvió a enterrar. Más fuerte.
—¡Ahhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Papá, la vas a lastimar!
—¡Callate, cornudo, y andá a lavarme el jean! —Dayana abrió los ojos y miró feo a su novio. Pero en seguida volteó hacia atrás para asegurarse más pija—. Siga, Miguel… Siga…
—¡Dayana!
Miguel volvió a separar los gajos de la cola y a enterrar verga.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh….!!! ¡Suegrito, por Diossss…!!! ¡Ufffgh…!
—¡Por favor, pará de cogerla, papá! ¡Te lo pido por lo que más quieras!
—¡Lo que más quiero es clavársela a tu novia hasta los huevos, Agustín!
Y otra vez la pija bien al fondo.
—¡Me prometiste…! ¡Vos me prometiste que nunca más…!
—Ya sé, hijo, ya sé… ¡Y te juro que ésta es la última vez…!
Dayana entrecerró los ojos cuando el vergón la taladró otra vez hasta hacer tope. Miguel le sobaba las nalgas y la cintura, y la miraba con una lascivia lobuna.
—¡Dejá de cogérmela!
Pero su padre no le podía hacer caso.
—¡Es solamente esta vez! ¡Es la última, en serio!
Ya Dayana cabeceaba hacia adelante y atrás con el bombeo del viejo. Los cabellos se agitaban y se le volvían hacia adelante, tapándole el rostro y haciéndola más puta. Se arqueaba sacando cola para que le entre más profundo, y en el arqueo los pechos dentro de la remera se le agrandaban hasta dibujarle los pezones.
—¡Por favor…!
—En serio, Agustín… Ahhhh… en serio… es la última… Uhhhhh… la última vez que te cojo a una novia… fffggghhh…
Agustín fue hacia adelante, a donde la cabeza de su novia seguía zarandeándose con cada pijazo.
—¡Dayana, ¿es por el jean? ¿Estás haciendo esto para vengarte del jean?
—¡Jajaja! No, cuerno… —Dayana se tomó del apoyabrazos del sillón y se elevó un poco, trepándose sobre las solapas de la camisa de su novio, para sostenerse mejor de tanta sacudida—. Ya me dijo tu papáaahhh… que me va a dar todo… ahhh… tu sueldo de este mes para que yo… Diossss… me compre la ropa que quiera…
—¿Qué? P-pero… ¡Pero un jean cuesta 300 pesos y mi sueldo es de 1.800!!
—¡Agustín, no seas miserable! —terció Miguel, que ahora tenía asida a Dayana de la cintura, como para que la chiquilla no se le vaya hacia adelante con cada clavada—. ¡Es lo menos que debés hacer con esta preciosura!
—¿Pero y por qué te está cogiendo, entonces…?
Dayana no paraba de sacudirse y agitarse. Se agarró mejor de su novio y apoyó su cabeza en él, casi sobre su rostro—. No séeehhh… me dijo que me daba tu sueldo… Ahhhh… y no lo pude evitahhhhr…
—¿Te estás dejando coger por 1.800 pesos?
Recién ahí Dayana abrió bien los ojos y miró a su novio.
—¡Ay, Agustín, deberías aprender de tu papá que no se anda fijando en la plata! —Y recibió otro pijazo de su suegro—: ¡Ahhhhhhhh…!
—¡Porque esos 1.800 pesos son míos!
Dayana pasó a ignorarlo por completo. Llevó su rostro hacia atrás y le sonrió a Miguel. Un rápido cruce de miradas y ella se salió de su pija. Miguel se recostó sobre el sillón, y Dayana fue a montarlo arriba, como la puta que estaba resultando ser. Agustín se sintió dolido con todo el movimiento, pero no pudo dejar de apreciar las curvas perfectas de su novia. ¡Qué cola y qué cintura tenía, Virgen Santa!
—Nunca pensé que pudieras ser de esas, Dayana…
—No, mi amor… —Dayana se acomodó sobre el viejo, una pierna de cada lado, sobre la ingle—. No soy de esas… Te juro que esta es la última vez que te hago cornudo… —Hurgó abajo hasta encontrar el vergón y lo tomó de la base con decisión—. Fue un momento de debilidad, nada más…
—Todas dicen lo mismo…
—¡No, te lo juro! Yo no soy así —Y comenzó a clavarse la pija de Miguel otra vez—. ¡Ahhhhhhhh…! ¡Esta es la última vez, mi amor! ¡Ahhhhhhhhhhh…!
—Jurameló…
Dayana comenzó a cabalgarse a Miguel delante de su aturdido novio. En cada movimiento iba hasta el fondo.
—Te lo juro, mi amor, te lo juro… Ahhhh… Síii… Síii, Miguel, síii… —La fricción se escuchaba en todo el living y mortificaba al pobre Agustín. De pronto Dayana se frenó—. Ay, ¿no me corrés la tanguita un poco para el costado, mi amor? Se está enredando con la pija de tu papá.
El cornudo fue como un autómata y le corrió la bombachita para que se clavaran a su novia con mayor comodidad.
—Por favor… No lo voy a soportar…
Y otra vez a cabalgar sobre esa pija.
—Es la última vez que te hago cornudo, mi amor… Vos confiá en mí… —Pedía Dayana mientras tragaba todo el mástil de su suegro—. Vos confiáaahhh… en mí… ohhhhh…
—¡En mí también confiá, hijo! —saltó muy alegre Miguel, como si pasara a saludar—. Yo también es la última vez que te cojo a una novia…
Miguel tenía agarrada a Dayana de la cintura, y movía su pelvis hacia arriba, para profundizar aun más cada penetración. Sentía esa conchita exquisita enguatarle la pija con calor y humedad, y al inútil e imbécil de su hijo ahí al lado dando lástima como un patético cornudo. Se dio cuenta que mucho más no iba a aguantar.
—¡En vos no confío, viejo degenerado!
—¡Agustín, no seas así! ¡Respetalo, que es tu padre!
Dayana seguía cabalgando pija.
—¡No confío! ¡Es un viejo hijo de puta que se cogió a todas mis otras novias!
—¡¡Ahhhhhhhhh…!!
—¡Dayana!
—¿Qué te hizo, mi amor? —Dayana subió sobre la pija vaciándose por un instante de verga.
—Me cogió a todas las novias.
Y entonces se lo clavó bien a fondo.
—¡Ahhhhhhhh…! ¡Síiiiiiiiiii…!
Y volvió subir.
—¿Y qué te hizo, mi amor…? ¿Qué fue lo que te hizo, exactamente?
—Me las… cogió una por una…
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhh!!
Y a clavarse.
—Sí… sí… sí… sí… síiii… Seguí contándome, seguí… ¡Ahhhhh…!
Miguel ayudaba: con cada sacudida de la mocosa, él subía la pelvis y se la enterraba hasta la garganta.
—Me hizo cornudo… con todas…
—Síii… síiii… seguí… Seguiiiihhh… ¿Qué te hizo?
—¡Me hizo cornudo!
—Siiii ¡¡Ahhhhhhh…!!! ¿Qué te hizo?
—Me hizo cornudo, mi amor… ¿No me escuchás…?
—¡Cornudo! ¡Sí, te hizo cornudo!!! ¡¡¡AHHHHHH…!!! Cornudo, síii… cornudo… cornudo… cornudo… ¡Cornudooohhh…!!
—¡Sí, ya te dije!
—¡¡¡AHHHHHHHHHHHHHHH….!!! ¡¡Cornudooohhhh…!!
Miguel alentó:
—¡Y les acababa adentro!!
—¡¡Noooooooo por Dioooooossss…!! ¡¡Acabo, cornudoooohhh!! ¡¡Acaboooohhhh…!! ¡¡Ahhhhhhhhhh…!!
Dayana no se cogía a Miguel. Era un animal en celo que pistoneaba sobre la pija del viejo a una velocidad feroz y un ritmo salvaje. Se clavaba la pija una y un millón de veces, cabeceando, acabando, resoplando sus cabellos que le invadían el rostro, clavándole el orgasmo con las uñas a su victimario
—¡¡Te las llenaba de leche, cornudooohhh!!
—S…sí… Me las llenaba… de leche…
Dayana se vino con los ojos cerrados, gozado la rugosidad de esa pija adentro suyo. Estaba acabando justo cuando comenzó a sentir los espasmos en la pija de su suegro.
—¿Se viene, Miguel? ¿Se viene?
—¡Sí, putita, síiihh…!
—¡Papá, no le digas putita a mi novia!
Miguel elevó las manos y tocó los pezones de Dayana, por debajo de la remera. Quería acabar amasando esas tetas espectaculares. Pero se le iba a complicar. Sin dejar de penetrarla, la puso de espaldas sobre el respaldo, siguiendo de frente el uno contra el otro, y se hizo rodear la cintura con las piernas de ella. Se la clavó literalmente hasta los huevos.
—¡Ay, Miguel…!!
—¡Ahhhhhhh…! Putita… ¡qué bien te siento!! ¡¡Sos una delicia…!
—¡Papá! ¿Qué vas a hacer…?
—Se viene, mi amor… ¿No te das cuenta?
—¡Papá, no! —Agustín miró cómo la verga gruesa de su padre perforaba la conchita bien estrecha de su amor. Y se escandalizó—. ¡Te la estás cogiendo sin forro, no le acabes adentro!
—Ya te dije que… uuuffffhhh… es la última… vez, Agustín… Ahhhhh…
—Ya sé, pero te digo que no quiero que le acabes adentro, por favor…
—No… es la última vez que te la cojo… Es la última, Agustín…
—¡¡Ya sé que es la última, pero acabale afuera, papá!!
—Síiii… ahhh… afue… afue… ahhhhhhh…
Miguel se movía cada vez más rápido y se la clavaba más y más adentro, y Dayana lo abrazaba con sus piernas y con sus brazos, metiéndolo dentro de ella y besándole el cuello. Era difícil, imposible, resistir.
Y se deslechó.
—¡Afuera, papaaá!!
Bien adentro.
—¡¡Ahhhhhhhhhhh…!! ¡Putitaaaaaahhh…!!!
—¡¡¡Afueraaaaa, hijo de putaaaa!!
—¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh por Diooooooosss…!!!!!
El primer chorrazo la golpeó a Dayana por dentro como un chispazo. Sintió el calorcito bien bien adentro suyo mientras su amante se retorcía de placer y su cornudo se agarraba la cabeza.
—¡Mi amor, noooo!!!
—¡Tomá, puta! ¡Tomá la lechitaaaahhhh…!
La bombeó y no paró de bombearla mientras le seguía volcando chorros de leche adentro, y la tomaba del culo y la empalaba bien, como para dejarle hasta la última gota de su placer.
—¡Le acabaste todo adentro! ¡Sos un hijo de puta, papá!
—No… No, hijo… uhhhh… Te juro que es la última vez… —Y a ella—: Me dejaste seco, bebé…
—Y vos, Dayana… ¿cómo te dejaste…?
Agustín estaba moqueando cuando su padre giró hacia Dayana para murmurarle algo.
—Qué buena cola que tenés… qué buenas gomas y carita de chupa-pija que tenés, bebé…
Y ella, hecha una campanita.
—¡Ay, Miguel, las cosas que dice!
Agustín vio a su padre bufar, sacarse el aire de tanto goce que llevaba; lo vio reacomodar a su novia como si fuera una muñequita, solo para soslayarse con la cola de ella, ese culazo perfecto que se suponía iba a ser solo suyo; lo vio inclinarse hacia adelante y besar una de las nalgas de su novia para por fin retirar su pija gorda, ablandada de desleche. El “flop!” al sacar la pija fue seguido de unas risitas y de su sollozo. Ahí recién los otros dos se pusieron más serios. Dayana no estaba para debilidades:
—¡Inútil, ¿qué hacés todavía acá?! ¡Andá a lavarme ese jean antes de que el vino que le tiraste no salga más!
Dayana comenzó a limpiar el vergón del viejo, de la última leche que quedaba. Miguel le acariciaba la cabeza.
—Me metieron los cuernos… eso está mal… está muy mal… —se quejó Agustín entre sollozos.
—Ya te dije que es la última vez, ¿qué más querés que te diga? ¡Al final a vos no hay nada que te conforme…! —Dayana se puso de pie y se fue subiendo la bombachita roja con cierta dificultad. Estaba muy enredada—. Encima que me arruinaste el pantalón bueno…
Agustín giró sin despegar sus ojos del piso de entablonado. Recogió su alma, su cuerpo, toda su humanidad, y fue al lavadero sin importarle ya qué jabón usar.
* * *
Ahora, Dayana salió de la habitación recordando el primer encuentro con Miguel. Dios, cómo se la había cogido en estos últimos dos años. Si el cornudo supiera lo que siguió a aquella supuesta única noche… Aunque ella sospechaba que, en el fondo, el cornudo sabía, solo que no se atrevía a admitírselo a sí mismo.
Agustín estaba en la cocina, con una Coca Cola y un sándwich a medio comer.
—¡Mi amor —la saludó—, estás radiante hoy!
—¡Y vos estás engordando como un lechón! ¡Pará con los sánguches!
Agustín se le acercó baboso y oliendo a mortadela.
—¡Y bueno, tonta! ¡Si vine a que hagamos un poco de ejercicio!
Dayana le apartó la cara con asco y se lo sacó de encima.
—Primero lavate los dientes, bañate y arreglá todo este desorden que hiciste. Yo me voy a comprar algo de ropita para hoy a la noche, que tu papá me dio plata…
—Pero, vida, yo tengo ganas ahora, no a la noche… Si sabés que con lo que me hace trabajar mi viejo, a la noche llego siempre fusilado y me duermo en cinco minutos…
—Y bueno, hacete una pajita, mi amor… Si últimamente es lo único hacés en la habitación…
—No seas mala, Day… Además, ¿con qué plata vas a ir a comprar si yo no tengo un peso…? Hasta el viernes no cobro…
—Tu papá me dio hoy.
—¿Otra vez?
Dayana sacó unos billetes y los guardó en su carterita, tomó las llaves de calle y salió de la cocina. Agustín la siguió detrás.
—Sí, otra vez me dio. Siempre que puede, me da.
—No me gusta que te dé. Tu hombre soy yo.
—Ya lo sé, mi amor… Vos sos mi hombre… —dijo Dayana, abriendo la puerta. Salió moviendo sensualmente sus caderas para enfrentar el día y una ciudad llena de hombres. Y agregó, ya perdiéndose y sin esperar respuesta— …pero el que me da es él…
FIN
Ahí descubrió que la plata era lo que las seducía. Su hijo las traía hasta él, pero era un estúpido y un inútil, no representaba competencia; y él solo debía mostrar que era el que tenía la billetera. Así se cogió a las siguientes tres novias del Agustín. Su hijo se ponía de novio en el baile, en el club, donde fuera. Más tarde o más temprano las traía a casa (cuando Miguel se avivó, enseguida comenzó a insistirle a su hijo para que invitara a casa a sus novias, aunque hubieran salido tres veces) y ahí las chicas se regalaban ante ciertas y determinadas muestras de dinero.
Miguel sabía que debía tener un automóvil espectacular, un celular de última generación y zapatos y campera caros. Lo demás, no importaba. Cuando ostentaba eso, las novias de su hijo siempre terminaban besando su colchón y pidiendo por favor más pija. Porque encima se las cogía mejor que el otro pelotudo.
Solo que un día el otro pelotudo llegó más temprano y lo descubrió. Ahí fue que se prometió no hacerlo más. Y cumplió.
Hasta que apareció Dayana. Bueno, Dayana fue la siguiente novia de su hijo, así que tampoco fue que cumplió su promesa mucho tiempo.
Con Dayana las cosas fueron diferentes desde el vamos. Y por varias razones. Primero, la chica era una delicia. Estaba en otra categoría de mujer, decididamente no en la categoría de su hijo, y Miguel dudaba que estuviera en la de él. Dayana era una chica que podría perfectamente ser modelo o estar en la televisión. No solo tenía un cuerpazo perfecto, además era muy pero muy bonita, y a diferencia de las otras novias del inútil, se le notaba un mínimo de roce y educación. La otra diferencia era que su hijo ahora no iba a la secundaria por las tardes, que era el momento en que Miguel le cogía a sus novias. Ahora trabajaba en su negocio (el de Miguel), una casa de venta de escritorios y mobiliario para negocios.
No crean que Agustín no hizo esfuerzos para dilatar la presentación de Dayana a su padre. Por mucho que Miguel le insistiera para que llevara a su novia, él siempre encontraba una buena excusa para no hacerlo, tal era su miedo. Hasta que un día Dayana se le apareció por el negocio porque andaba por ahí. Miguel, claro, estaba en el local. Agustín se ensombreció, tragó saliva y no tuvo otra que hacer las presentaciones. Miguel se comió con la mirada a la chica, y Dayana le devolvió el halago con ojos chispeantes. Ella le miró el reloj, relojeó el negocio de pies a cabeza y cabeceó hacia el celular del viejo, cuando éste lo sacó —adrede— para buscar en internet algo sin importancia.
Miguel la leyó en el acto, y aunque había prometido no cogerle ninguna novia más a su hijo, supo que esa boquita de puta y esa cola perfecta empotrada en un jean extremadamente ajustado, se llenarían de pija y leche a diario, y no la de su hijo necesariamente; y se dijo que si Agustín iba a seguir con esa chica, iba a ser el rey de los cornudos, y que si ya no había remedio a que fuera un pobre e infeliz cornudo, entonces no era tan grave si él se la cogía; a fin de cuentas, era mejor que lo hiciera él y no alguien ajeno. Él no iba a lastimar a su hijo, ni le iba a querer robar la novia. Solo cogérsela.
Así se convenció y para la semana siguiente, cuando Agustín trajo a Dayana a cenar a casa, Miguel supo que iba a convertir a su hijo en el más grande cornudo del mundo, porque esa hermosura, esa exquisitez de chica emputecida y modos de nena buena, era el diablo en cada gesto, en cada mirada y, sobre todo, porque en esa cena ella entendió bien claro que mientras Miguel viviera, el que manejaba la plata iba a ser él, y que Agustín era apenas un empleado acomodado. Dayana supo —él se encargó de que lo supiera— que Agustín no tenía ni siquiera acceso a la caja y que desde esa semana él —Miguel— iba a trabajar menos, solo por las mañanas, para tener las tardes libres y “disfrutar más de la vida y del dinero, que total cuando nos morimos no nos llevamos nada”. Jajaja, las risas de Dayana, fingidas; las de Agustín, preocupadas.
Lo primero que hizo Miguel en aquella cena, apenas Dayana cruzó la puerta, fue regalarle un ampuloso ramo de flores y tomarle la campera galantemente. Agustín frunció el ceño, temeroso de la actitud de su padre, pero Dayana lo recibió como un gesto de caballerosidad y modos a la antigua, regalándole una sonrisa, un “gracias” y un beso sonoro en la mejilla. Cuando Miguel fue a quitarle la campera para guardarla, desde atrás, le rozó la cola con su antebrazo en un gesto mínimo, casual, tonto… Perverso.
—Agustín, andá a ver cuánto le falta a la carne esa…
—No, pa, quiero mostrarle la casa a Daya…
—¡Andá a ver eso, no me contradigas y serví para algo!
Agustín se quedó. No porque le sorprendiera el trato, a eso ya estaba acostumbrado, sino porque le pareció que su padre andaba planeando algo. Titubeó un poco, dudó.
—Andá, amor —invitó Dayana—. Dejá que tu papá me la muestre…
Miguel tomó a Dayana de la cintura y se la llevó del living. La cola dentro del jean era un monumento a la perfección. Miguel tuvo que hacer esfuerzos titánicos para no bajar la mano y tocársela. No quería pasarse, ésta chica parecía más despierta y mundana que las otras regaladas que le traía el inútil de su hijo. Decidió no avanzar sobre la cola pero tampoco retirar la mano de la cintura. Así le mostró el living y luego rápidamente los baños y el patio de atrás. Miguel advirtió que la chica no se molestó por el contacto permanente de su mano, de modo que se relajó y, sin pretenderlo, se le empezó a parar el vergón. La llevó escaleras arriba donde estaban las habitaciones. Sabía que si la chica aun dudaba, la casa de dos plantas la iba a terminar de convencer. Las habitaciones eran grandes y la de él tenía un enorme jacuzzi, que Dayana festejó con ojos de fiesta.
—¡Qué buen jacuzzi, Miguel! Debe ser espectacular bañarse ahí dentro…
—¡Es espectacular, mi amor! Es una de las sensaciones más placenteras que puedas vivir…
—¡Seguro que sí!
—Sacando el sexo, claro —Miguel le guiñó un ojo, buscando complicidad. Dayana sonrió y le golpeó el pecho, reprendiéndolo y festejándole la humorada a un tiempo.
—Y todavía mejor disfrutar un placer mezclado con el otro…
Miguel a esa altura tenía la pija que le desbordaba el pantalón. Se rió, la tocó como casualmente un poco más y los dos estudiaron los límites del otro.
—¿La habitación de Agustín también tiene jacuzzi?
El viejo se deleitó con el casi explícito interés de la chica. Dayana era una trepadora, pero le faltaba calle, y su interés en lo material era evidente. Se ufanó Miguel, de saberlo de antemano.
—No, no… La habitación de Agustín es muy chica... Ni siquiera pudo entrar una bañadera…
—¿Cómo…?
—Vení, te la muestro. Está abajo, en el patio, al fondo de todo.
Cuando pasaron otra vez por el comedor para salir, Agustín los cruzó.
—Ya casi está la carne, pa. ¿Puedo ir con…?
—Poné la mesa, no molestes. Tenemos que atender bien a tu novia…
Agustín se quedó duro y solo miró cómo su padre se llevaba a su novia de la cintura.
La piecita del fondo era una casucha de ladrillo de conchilla gris, sin revoque. Era muy pequeña y mal iluminada, tenía un duchador y una cama de una plaza, con una estufa de querosén vieja.
Dayana se sorprendió.
—¿A… acá vive Agustín…?
—Duerme. Solo duerme. Vivir, vive en la casa, pero para dormir y para… bueno… llevarse a sus novias, siempre tuvo esto… Es lo que pudo ganarse…
—¿Cómo ganarse…?
—No quiero que mis hijos sean unos vividores, así que se ganan su dinero como cualquiera…
—Ah… Qué bien… Así aprenden a pelearla y ganársela como todo el mundo… Como su padre… —Dayana apoyó su mano en el brazo del viejo—. Usted sí que supo hacer las cosas bien… Mire todo lo que logró… Tiene un negocio, una casa enorme, un BMW…
Cuando Dayana mencionó el BMW, Miguel supo que se la iba a coger, y pronto. Aprovechó que ella estaba apretada entre la cama y la cómoda para pasar por allí con una excusa tonta. La proximidad, el apretujamiento de los cuerpos, mejor dicho, le dio la excusa perfecta para pasarse de la raya con impunidad.
—¿Me permitís…? Quiero mostrarte algo… —y pasó entre Dayana y la cómoda, con lo que la tomó de la cintura, medio para agarrarse, medio para hacerse lugar y pasar; y aprovechó y, deliberadamente, bajó la mano un poco y tocó la parte superior de la cola de su nuera. Dios, qué exquisitez. Qué curvas y qué dureza. Nada más de sentirle el perfume y tocarla apenas debajo de la cintura, el viejo se puso al palo de nuevo.
Al otro lado, en la mesita de luz de allá, había una estatuilla metálica que Miguel tomó. Cuando regresó hacia Dayana, ella estaba de espaldas, como mirando algo en la cómoda. Se jugaba a que la pendeja había girado adrede, para mostrarse de atrás, pero sobre todo esperando el regreso del viejo. Miguel aprovechó y al pasar nuevamente por ese espacio tan angosto, volvió a tomarla de la cintura, pero esta vez con ese culo fabulosos hacia él. Con una de sus manos apoyada por debajo de la cintura, sobre las ancas de la niña, le pasó la pija durísima por toda la cola, con un disimulo discutible. Ella —él no podría asegurarlo, pero creía que sí— sacó un poco la cola para que la presión fuera más fuerte.
En ese momento entró Agustín, justo cuando Miguel se despegaba de su novia.
—Ya está la comida y la mesa puesta. ¿Vienen?
—Agustín, ¿por qué no le contás sobre el premio que te ganaste?
—¿Te gansate un premio, mi amor?
—S… sí… de ventas regional… —y señaló con los ojos el pequeño trofeo que tenía su padre en la mano.
El padre carraspeó y agregó:
—Bueno, en realidad fue un segundo puesto…
—¡Papá!
—¿Qué? No vas a sostener con esta preciosura una relación basada en mentiras, ¿no, hijo?
—¡Agustín, no me mientas, eh? ¡No soporto los engaños!
Ya estaban en el patio regresando a la casa.
—Sí, sí… Salí segundo… No importa, vamos a comer…
—¿Y quién salió primero?
—Yo, mi amor… —concluyo Miguel, tomando a su nuera otra vez de la cintura—. Este inútil no puede hacer nada mejor que yo…
—¿Nada, nada?
—Nada.
En la cena, la charla giró sobre varios temas, pero más que nada sobre Dayana y Miguel. Agustín se sentía aislado, disminuido. Ignorado no, porque cada dos por tres lo mandaban a que vaya a buscar algo a la cocina. Miguel observó que Dayana sacaba el tema del dinero de forma recurrente, aunque nunca de manera directa. ¡Cómo conocía Miguel a estas turritas!
Dayana quiso saber, o en tal caso saber más, de ese asunto de que Agustín no tenía beneficios sobre la buena posición de su padre.
—... la tienda es mía, la hice yo —explicó Miguel, tomando un trago de vino tinto—. Y me maté trabajando toda la vida, así que el dinero también es mío…
—Sí, entiendo… —Dayana estaba sentada frente a su suegro, los ojos bien abiertos y los codos apoyados sobre la mesa, sosteniendo su cabeza y su sonrisa sobre las manos entrelazadas— Me parece justo…
—De esa manera ellos aprenden y yo me doy los gustos…
Cuando dijo “me doy los gustos”, Miguel miró a la chica deliberadamente a los ojos. Dayana captó el gesto y estiró la comisura de sus labios unos milímetros, en una sonrisa de emputecida.
—Pero no te creas que lo hago de miserable, ¿eh? No soy miserable. Yo gasto mucho. Lo gasto en mí, en la gente que quiero, en lo que se me dé la gana, ¿entendes?
—Cre... creo que sí…
—Por ejemplo… Ponele que vos me caés simpática… que me caés bien… Vos parecés una buena chica, sos muy linda…
—Gracias, Miguel... —le hizo ojitos ella.
—Así que ponele que entre nosotros hay buena onda, nos caemos bien, nos hacemos amigos… Yo soy capaz de hacerte regalos porque sí, ¿entendes? O prestarte plata…
—Papá, estamos cenando, Dayana no quiere que hablés de dine…
Dayana giró y lo fulminó con la mirada.
—¡¡Callate Agustín, y dejá hablar a tu papá!!
—¿Ves cuando te dijo que éste es un inútil, Day?
—¡Sos un inútil, Agustín! —le gritó ella, ahora más dura. De inmediato aflojó sus hombros, giró hacia el viejo y sonrió dulcemente—. ¿Qué tipo de regalos, Miguel…?
—Un perfume… una pulsera… unos zapatos caros, unas botas…
—¡Ay, qué lindos regalos! —se entusiasmó Dayana, jugando con el índice sobre el escote de su remera.
Cuando terminaron de cenar, la sentencia llegó tan obvia que Agustín ya se estaba poniendo de pie antes de oírla.
—¡Levantá la mesa, serví para algo!
Agustín agarró un plato, dos, tres… Un vaso, dos, tres… Quería hacer rápido, levantar todo en la menor cantidad de viajes posibles a la cocina, porque no quería dejar a su padre y su novia solos por mucho tiempo. Vio a Dayana incorporarse, y a pesar de que la remera no era muy escotada, se le vio buena parte del corpiño. Fue todo tan rápido que él se desesperó, estaba nervioso, muy torpe, juntando cosas…
Y el último vaso de vino se le zafó de los dedos… y el vino fue a dar al regazo de su novia.
—¡Ayyy!! —gritó Dayana y saltó hacia atrás, cuando el vino le empapó el jean.
Miguel crucificó a su hijo con la mirada. Todo su esfuerzo por que la noche fuera perfecta se iba a los caños.
—¡Imbécil de mierda, mirá lo que le hacés a tu novia!
—¡Fue sin querer, papá!
Dayana también parecía muy enojada. Seguramente ese era su mejor pantalón.
—¡Pelotudo, me estropeaste el único jean bueno que tenía! —le gritó, y le arrojó un pimentero, que fue lo primero que encontró sobre la mesa.
—¡Perdoname, mi amor, fue sin querer!
Miguel se le fue encima a su hijo con la mano en alto.
—¡Siempre el mismo inútil, vos! ¡Siempre el mismo inútil!
Y le bajó dos manazas sobre la cabeza, que Agustín apenas atajó, escondiéndola entre sus brazos.
—¡No me pegues, papa! ¡Fue sin querer!
—¡Mirá lo que le hiciste a la chica! ¡Te voy a descontar plata de este mes para que le compres el mejor jean en el shopping más caro!
Y recién ahí Miguel fue hacia su nuera, que permanecía de pie, estirada, y mirando la mancha interminable y bordó sobre su pantalón. Miguel se arrodilló ante ella y la tomó de las piernas. Elevó su rostro y miró a su nuera a los ojos.
—Mirá cómo te dejó este inútil…
Dayana le sonrió, se desabotonó el jean y se bajó el cierre. Giró sobre sus pies quedando de espaldas a su suegro, la cola perfecta y a punto de explotar sobre el rostro del viejo. Se arqueó un poco y comenzó a maniobrar para bajarse el pantalón.
Agustín se acercó, temblando, y respiró para decir algo. No llegó a decir nada.
—¡Mogólico de mierda, limpiá todo el enchastre que hiciste y terminá de levantar la mesa!
El inútil obedeció y Dayana se calzó lo pulgares en cada lado de la cadera y comenzó a bajar el pantalón, lentamente, corriéndolo para abajo un poquito de un lado, un poquito del otro. La cola fabulosa, la cola redonda, perfecta, voluminosa de esa chiquilla fantástica comenzó a aparecer ante los ojos de Miguel. La pija se le agrandaba mientras escuchó a su hijo con los platos en la cocina. El jean siguió bajando de a poco, Dayana tuvo que sacar aun más cola, ya que todo estaba muy apretado. Casi podía tocar esa culazo con sus labios, pero era un hombre respetuoso: su hijo andaba ahora levantando la mesa a dos metros, delante de ellos.
Cuando el jean dejó la cola al descubierto, reveló una tanguita roja y diminuta, incrustada y perdida entre las nalgas, que recién regresaba voluminosa en la conchita.
—Yo sabía… —murmuró Miguel.
—¿Qué, suegrito?
—Nada, mi amor… —Miguel ayudó a bajar de un golpe el jean, una vez que había pasado la redonda cola, el resto fue solo tirar hacia abajo. Dayana levantó un pie, luego el otro, y el jean quedó en el piso, y la novia de su hijo quedó semi desnuda y a su merced. Se puso de pie temblando, hacía años que no veía un cuerpo tan tremendo como ese, y para incorporarse se tomó deliberadamente de las nalgas, de los dos chachetes de esa cola increíble.
—Perdón… —se disculpó, pero tardó una demasiado en retirar el manoseo. Una eternidad.
—Está bien —Ella sonrió—. Somos como de la familia.
—Ahora le pido a ese inútil que te lo lave, aunque no creo que el vino vaya a salir…
—Se lo pido yo, Miguel.
El viejo se quedó.
—¡Agustín, vení para acá! —gritó ella imperativamente.
Agustín llegó de una corrida, con las manos mojadas y la camisa engrasada de la cocina.
—¡Tomá, inútil, serví para algo y andá a lavarme el pantalón! ¡Y tratá de no estropeármelo más!
Agustín vio a su novia casi desnuda de la cintura para abajo. Estaba hermosa, pero con su padre al lado no podía ser contemplativo.
—¡Mi amor, ponete al…!
—¡Andá, te digo!
Agustín tomó el pantalón y se fue al lavadero. Miguel y Dayana quedaron solos.
—No te preocupes por ese jean. Le voy a descontar todo el sueldo de este mes y te lo voy a dar a vos así te comprás un montón de ropita.
—¿¡Todo el sueldo!!?? —se entusiasmó ella.
—Todo todo.
—¡Ay, Miguel, gracias! ¡Usted es un caballero!
Y ella fue y se le colgó del cuello, se elevó y le zampó un beso en la mejilla, demasiado cerca de los labios.
Agustín era un inútil en serio. Cuando llegó al lavadero se encontró con un problema grave, imposible de resolver: ¿debía lavar el jean con jabón común o con jabón del lavarropas? Porque si bien lo iba a hacer a mano, era ropa. Era por cierto mucho más incómodo lavar a mano con el jabón en polvo, pero por algo era en polvo el jabón para lavar la ropa en el lavarropas. Supo que le iban a gritar, pero fue a preguntarle a su padre. Era mejor que le grite un poco ahora y no que le pegue si se equivocaba de jabón. Fue de regreso al living-comedor, y casi se queda seco.
—¡Papá! ¡Dayana!
Su novia estaba acomodada a lo largo del sillón, sobre el apoyabrazos y el respaldo del sofá. Estaba con una pierna arrodillada y la otra sobre el piso, con la remera puesta y abajo desnuda, con la bombacha corrida para el costado. Detrás de ella, su padre la penetraba lascivamente, bombeando sin parar, con sus pantalones y calzoncillos a la altura de las rodillas.
—¡Agustín, no te enojes! —su padre bombeó un par de veces más y frenó, quedando quieto con la verga dentro de Dayana. Aun apoyaba sus manazas en las nalgas de ella.
—¡Te estás cogiendo a mi novia, papá! ¡Me dijiste…! Me prometiste…
—Ya sé, ya sé… Pero te juro que ésta es la última vez…
—Dayana, vos… Vos…
—Y bueno, eso pasa por tirarme el vino en la ropa… cuando me saqué el jean, una cosa llevó a la otra…
—Sí, una cosa llevó a la otra, hijo…
—¡Pero si los dejé solos menos de un minuto!
Con disimulo, Miguel entreabrió los gajos de la cola fabulosa de su nuera, suavemente, y se movió como para dar la cara a su hijo. Solo que en el movimiento le enterró un poquitito más de verga.
—¡Te prometo que ésta es la última vez, hijo, en serio! —y muy muy lentamente. Miguel retomó el bombeo. Enterró verga y notó cómo Dayana elevó imperceptiblemente la colita para que le entre más profundo. La pija fue lenta pero ininterrumpidamente hasta el fondo.
—¡Ahhhh…! —gimió Dayana.
—¡Papá!
—¡Es la última vez, Agustín! ¡Te lo juro! —y enterró más.
Miguel juntó y apretó hacia adentro las dos nalgas de Dayana mientras sacaba la pija. La tanguita roja estaba corrida hacia el lado de Agustín, que miraba todo con ojos desorbitados y el mentón tembloroso. La bombacha iba enredada en uno de sus dedos.
Miguel comenzó a enterrar verga otra vez. Era gruesa y muy rugosa, y Agustín casi podía oír el roce de la piel entrándole a su novia.
—¡Mi amor! —reclamó él—. ¡Decí algo!
—¡Qué pedazo de pija tiene tu papá…! ¡Ahhhhhhh…!
Agustín hubiese preferido que Dayana no dijera nada.
Miguel fue a sacarla nuevamente, y ya antes de que la cabezota se saliera, volvió a enterrar. Más fuerte.
—¡Ahhhhhhhhhhhhh…!!!
—¡Papá, la vas a lastimar!
—¡Callate, cornudo, y andá a lavarme el jean! —Dayana abrió los ojos y miró feo a su novio. Pero en seguida volteó hacia atrás para asegurarse más pija—. Siga, Miguel… Siga…
—¡Dayana!
Miguel volvió a separar los gajos de la cola y a enterrar verga.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh….!!! ¡Suegrito, por Diossss…!!! ¡Ufffgh…!
—¡Por favor, pará de cogerla, papá! ¡Te lo pido por lo que más quieras!
—¡Lo que más quiero es clavársela a tu novia hasta los huevos, Agustín!
Y otra vez la pija bien al fondo.
—¡Me prometiste…! ¡Vos me prometiste que nunca más…!
—Ya sé, hijo, ya sé… ¡Y te juro que ésta es la última vez…!
Dayana entrecerró los ojos cuando el vergón la taladró otra vez hasta hacer tope. Miguel le sobaba las nalgas y la cintura, y la miraba con una lascivia lobuna.
—¡Dejá de cogérmela!
Pero su padre no le podía hacer caso.
—¡Es solamente esta vez! ¡Es la última, en serio!
Ya Dayana cabeceaba hacia adelante y atrás con el bombeo del viejo. Los cabellos se agitaban y se le volvían hacia adelante, tapándole el rostro y haciéndola más puta. Se arqueaba sacando cola para que le entre más profundo, y en el arqueo los pechos dentro de la remera se le agrandaban hasta dibujarle los pezones.
—¡Por favor…!
—En serio, Agustín… Ahhhh… en serio… es la última… Uhhhhh… la última vez que te cojo a una novia… fffggghhh…
Agustín fue hacia adelante, a donde la cabeza de su novia seguía zarandeándose con cada pijazo.
—¡Dayana, ¿es por el jean? ¿Estás haciendo esto para vengarte del jean?
—¡Jajaja! No, cuerno… —Dayana se tomó del apoyabrazos del sillón y se elevó un poco, trepándose sobre las solapas de la camisa de su novio, para sostenerse mejor de tanta sacudida—. Ya me dijo tu papáaahhh… que me va a dar todo… ahhh… tu sueldo de este mes para que yo… Diossss… me compre la ropa que quiera…
—¿Qué? P-pero… ¡Pero un jean cuesta 300 pesos y mi sueldo es de 1.800!!
—¡Agustín, no seas miserable! —terció Miguel, que ahora tenía asida a Dayana de la cintura, como para que la chiquilla no se le vaya hacia adelante con cada clavada—. ¡Es lo menos que debés hacer con esta preciosura!
—¿Pero y por qué te está cogiendo, entonces…?
Dayana no paraba de sacudirse y agitarse. Se agarró mejor de su novio y apoyó su cabeza en él, casi sobre su rostro—. No séeehhh… me dijo que me daba tu sueldo… Ahhhh… y no lo pude evitahhhhr…
—¿Te estás dejando coger por 1.800 pesos?
Recién ahí Dayana abrió bien los ojos y miró a su novio.
—¡Ay, Agustín, deberías aprender de tu papá que no se anda fijando en la plata! —Y recibió otro pijazo de su suegro—: ¡Ahhhhhhhh…!
—¡Porque esos 1.800 pesos son míos!
Dayana pasó a ignorarlo por completo. Llevó su rostro hacia atrás y le sonrió a Miguel. Un rápido cruce de miradas y ella se salió de su pija. Miguel se recostó sobre el sillón, y Dayana fue a montarlo arriba, como la puta que estaba resultando ser. Agustín se sintió dolido con todo el movimiento, pero no pudo dejar de apreciar las curvas perfectas de su novia. ¡Qué cola y qué cintura tenía, Virgen Santa!
—Nunca pensé que pudieras ser de esas, Dayana…
—No, mi amor… —Dayana se acomodó sobre el viejo, una pierna de cada lado, sobre la ingle—. No soy de esas… Te juro que esta es la última vez que te hago cornudo… —Hurgó abajo hasta encontrar el vergón y lo tomó de la base con decisión—. Fue un momento de debilidad, nada más…
—Todas dicen lo mismo…
—¡No, te lo juro! Yo no soy así —Y comenzó a clavarse la pija de Miguel otra vez—. ¡Ahhhhhhhh…! ¡Esta es la última vez, mi amor! ¡Ahhhhhhhhhhh…!
—Jurameló…
Dayana comenzó a cabalgarse a Miguel delante de su aturdido novio. En cada movimiento iba hasta el fondo.
—Te lo juro, mi amor, te lo juro… Ahhhh… Síii… Síii, Miguel, síii… —La fricción se escuchaba en todo el living y mortificaba al pobre Agustín. De pronto Dayana se frenó—. Ay, ¿no me corrés la tanguita un poco para el costado, mi amor? Se está enredando con la pija de tu papá.
El cornudo fue como un autómata y le corrió la bombachita para que se clavaran a su novia con mayor comodidad.
—Por favor… No lo voy a soportar…
Y otra vez a cabalgar sobre esa pija.
—Es la última vez que te hago cornudo, mi amor… Vos confiá en mí… —Pedía Dayana mientras tragaba todo el mástil de su suegro—. Vos confiáaahhh… en mí… ohhhhh…
—¡En mí también confiá, hijo! —saltó muy alegre Miguel, como si pasara a saludar—. Yo también es la última vez que te cojo a una novia…
Miguel tenía agarrada a Dayana de la cintura, y movía su pelvis hacia arriba, para profundizar aun más cada penetración. Sentía esa conchita exquisita enguatarle la pija con calor y humedad, y al inútil e imbécil de su hijo ahí al lado dando lástima como un patético cornudo. Se dio cuenta que mucho más no iba a aguantar.
—¡En vos no confío, viejo degenerado!
—¡Agustín, no seas así! ¡Respetalo, que es tu padre!
Dayana seguía cabalgando pija.
—¡No confío! ¡Es un viejo hijo de puta que se cogió a todas mis otras novias!
—¡¡Ahhhhhhhhh…!!
—¡Dayana!
—¿Qué te hizo, mi amor? —Dayana subió sobre la pija vaciándose por un instante de verga.
—Me cogió a todas las novias.
Y entonces se lo clavó bien a fondo.
—¡Ahhhhhhhh…! ¡Síiiiiiiiiii…!
Y volvió subir.
—¿Y qué te hizo, mi amor…? ¿Qué fue lo que te hizo, exactamente?
—Me las… cogió una por una…
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhh!!
Y a clavarse.
—Sí… sí… sí… sí… síiii… Seguí contándome, seguí… ¡Ahhhhh…!
Miguel ayudaba: con cada sacudida de la mocosa, él subía la pelvis y se la enterraba hasta la garganta.
—Me hizo cornudo… con todas…
—Síii… síiii… seguí… Seguiiiihhh… ¿Qué te hizo?
—¡Me hizo cornudo!
—Siiii ¡¡Ahhhhhhh…!!! ¿Qué te hizo?
—Me hizo cornudo, mi amor… ¿No me escuchás…?
—¡Cornudo! ¡Sí, te hizo cornudo!!! ¡¡¡AHHHHHH…!!! Cornudo, síii… cornudo… cornudo… cornudo… ¡Cornudooohhh…!!
—¡Sí, ya te dije!
—¡¡¡AHHHHHHHHHHHHHHH….!!! ¡¡Cornudooohhhh…!!
Miguel alentó:
—¡Y les acababa adentro!!
—¡¡Noooooooo por Dioooooossss…!! ¡¡Acabo, cornudoooohhh!! ¡¡Acaboooohhhh…!! ¡¡Ahhhhhhhhhh…!!
Dayana no se cogía a Miguel. Era un animal en celo que pistoneaba sobre la pija del viejo a una velocidad feroz y un ritmo salvaje. Se clavaba la pija una y un millón de veces, cabeceando, acabando, resoplando sus cabellos que le invadían el rostro, clavándole el orgasmo con las uñas a su victimario
—¡¡Te las llenaba de leche, cornudooohhh!!
—S…sí… Me las llenaba… de leche…
Dayana se vino con los ojos cerrados, gozado la rugosidad de esa pija adentro suyo. Estaba acabando justo cuando comenzó a sentir los espasmos en la pija de su suegro.
—¿Se viene, Miguel? ¿Se viene?
—¡Sí, putita, síiihh…!
—¡Papá, no le digas putita a mi novia!
Miguel elevó las manos y tocó los pezones de Dayana, por debajo de la remera. Quería acabar amasando esas tetas espectaculares. Pero se le iba a complicar. Sin dejar de penetrarla, la puso de espaldas sobre el respaldo, siguiendo de frente el uno contra el otro, y se hizo rodear la cintura con las piernas de ella. Se la clavó literalmente hasta los huevos.
—¡Ay, Miguel…!!
—¡Ahhhhhhh…! Putita… ¡qué bien te siento!! ¡¡Sos una delicia…!
—¡Papá! ¿Qué vas a hacer…?
—Se viene, mi amor… ¿No te das cuenta?
—¡Papá, no! —Agustín miró cómo la verga gruesa de su padre perforaba la conchita bien estrecha de su amor. Y se escandalizó—. ¡Te la estás cogiendo sin forro, no le acabes adentro!
—Ya te dije que… uuuffffhhh… es la última… vez, Agustín… Ahhhhh…
—Ya sé, pero te digo que no quiero que le acabes adentro, por favor…
—No… es la última vez que te la cojo… Es la última, Agustín…
—¡¡Ya sé que es la última, pero acabale afuera, papá!!
—Síiii… ahhh… afue… afue… ahhhhhhh…
Miguel se movía cada vez más rápido y se la clavaba más y más adentro, y Dayana lo abrazaba con sus piernas y con sus brazos, metiéndolo dentro de ella y besándole el cuello. Era difícil, imposible, resistir.
Y se deslechó.
—¡Afuera, papaaá!!
Bien adentro.
—¡¡Ahhhhhhhhhhh…!! ¡Putitaaaaaahhh…!!!
—¡¡¡Afueraaaaa, hijo de putaaaa!!
—¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh por Diooooooosss…!!!!!
El primer chorrazo la golpeó a Dayana por dentro como un chispazo. Sintió el calorcito bien bien adentro suyo mientras su amante se retorcía de placer y su cornudo se agarraba la cabeza.
—¡Mi amor, noooo!!!
—¡Tomá, puta! ¡Tomá la lechitaaaahhhh…!
La bombeó y no paró de bombearla mientras le seguía volcando chorros de leche adentro, y la tomaba del culo y la empalaba bien, como para dejarle hasta la última gota de su placer.
—¡Le acabaste todo adentro! ¡Sos un hijo de puta, papá!
—No… No, hijo… uhhhh… Te juro que es la última vez… —Y a ella—: Me dejaste seco, bebé…
—Y vos, Dayana… ¿cómo te dejaste…?
Agustín estaba moqueando cuando su padre giró hacia Dayana para murmurarle algo.
—Qué buena cola que tenés… qué buenas gomas y carita de chupa-pija que tenés, bebé…
Y ella, hecha una campanita.
—¡Ay, Miguel, las cosas que dice!
Agustín vio a su padre bufar, sacarse el aire de tanto goce que llevaba; lo vio reacomodar a su novia como si fuera una muñequita, solo para soslayarse con la cola de ella, ese culazo perfecto que se suponía iba a ser solo suyo; lo vio inclinarse hacia adelante y besar una de las nalgas de su novia para por fin retirar su pija gorda, ablandada de desleche. El “flop!” al sacar la pija fue seguido de unas risitas y de su sollozo. Ahí recién los otros dos se pusieron más serios. Dayana no estaba para debilidades:
—¡Inútil, ¿qué hacés todavía acá?! ¡Andá a lavarme ese jean antes de que el vino que le tiraste no salga más!
Dayana comenzó a limpiar el vergón del viejo, de la última leche que quedaba. Miguel le acariciaba la cabeza.
—Me metieron los cuernos… eso está mal… está muy mal… —se quejó Agustín entre sollozos.
—Ya te dije que es la última vez, ¿qué más querés que te diga? ¡Al final a vos no hay nada que te conforme…! —Dayana se puso de pie y se fue subiendo la bombachita roja con cierta dificultad. Estaba muy enredada—. Encima que me arruinaste el pantalón bueno…
Agustín giró sin despegar sus ojos del piso de entablonado. Recogió su alma, su cuerpo, toda su humanidad, y fue al lavadero sin importarle ya qué jabón usar.
* * *
Ahora, Dayana salió de la habitación recordando el primer encuentro con Miguel. Dios, cómo se la había cogido en estos últimos dos años. Si el cornudo supiera lo que siguió a aquella supuesta única noche… Aunque ella sospechaba que, en el fondo, el cornudo sabía, solo que no se atrevía a admitírselo a sí mismo.
Agustín estaba en la cocina, con una Coca Cola y un sándwich a medio comer.
—¡Mi amor —la saludó—, estás radiante hoy!
—¡Y vos estás engordando como un lechón! ¡Pará con los sánguches!
Agustín se le acercó baboso y oliendo a mortadela.
—¡Y bueno, tonta! ¡Si vine a que hagamos un poco de ejercicio!
Dayana le apartó la cara con asco y se lo sacó de encima.
—Primero lavate los dientes, bañate y arreglá todo este desorden que hiciste. Yo me voy a comprar algo de ropita para hoy a la noche, que tu papá me dio plata…
—Pero, vida, yo tengo ganas ahora, no a la noche… Si sabés que con lo que me hace trabajar mi viejo, a la noche llego siempre fusilado y me duermo en cinco minutos…
—Y bueno, hacete una pajita, mi amor… Si últimamente es lo único hacés en la habitación…
—No seas mala, Day… Además, ¿con qué plata vas a ir a comprar si yo no tengo un peso…? Hasta el viernes no cobro…
—Tu papá me dio hoy.
—¿Otra vez?
Dayana sacó unos billetes y los guardó en su carterita, tomó las llaves de calle y salió de la cocina. Agustín la siguió detrás.
—Sí, otra vez me dio. Siempre que puede, me da.
—No me gusta que te dé. Tu hombre soy yo.
—Ya lo sé, mi amor… Vos sos mi hombre… —dijo Dayana, abriendo la puerta. Salió moviendo sensualmente sus caderas para enfrentar el día y una ciudad llena de hombres. Y agregó, ya perdiéndose y sin esperar respuesta— …pero el que me da es él…
FIN
1 comentarios - Cuando un chico beta tiene un Señor Alfa como Padre