En honor a que falta nada para el comienzo del mundial, voy a volver a traerles una historia que transcurre alrededor de uno (digo "volver", porque ya lo había subido, pero, por alguna razón, borré todos los relatos y, ahora, los resubo).
Hace muchos años atrás, con 20 años, trabajé por primera vez en un kiosco (de los tantos en los que trabajé después).
Un día, de los tantos que me tocó estar, conozco a un hombre (de color) de casi 50 años que se dedicaba a vender ambulantemente de todo. Generalmente, deambulaba por mi barrio o aledaños.
De tanto venir a mi negocio, porque era amigo del dueño, (y porque cada tanto me compraba un pancho o algo para almorzar) terminamos pegando onda. A tal punto, que llegamos a compartir un par de birras en bares, en plazas y hasta en su hogar y el mío.
Una vuelta me invitó a su casa a ver a la selección Argentina contra el de Nigeria (país donde él era oriundo). Lo cual, claramente, accedí.
Contexto: era el mundial 2010 (sí, aquel que nos venció Alemania por 4 a 0), como se jugaba un sábado a la mañana, nos quedamos todo el viernes a la noche despiertos escabiando, esperando el partido.
Comimos pizza, tomamos birras, escuchamos música y jugamos a la play esa noche.
En un momento, se va al baño a pintarse la cara con los colores de su bandera. Vuelve, y me dice que tenía pintura de rostro, color celeste y blanca en la mesita de luz. A lo que le pido que me lo pase él por la carita. Seguía sobrando. Le digo que ahora me lo ponga en la colita, con una mirada de chinwenwencha. Me bajo el shorcito, dejando al aire un poco de mis cachetes.
Se embadurna dos de sus dedos con los colores albicelestes para terminar pasándomelo. Me quedaron dos largas líneas, que casi se unen a mi rayita (él lo quiso hacer en ambas).
Cuando termina de pasarme los dedos le da un manotazo a cada uno. Me excitó mal, porque no me lo esperaba ni a palos. Del alma me salió un "ay, papi mmmmmm...". Me morí de la verguenza cuando caí. Se rió y me las halagó, afirmando que parecen de mujer. Me sonrojé a mas no poder. Me pueden esos comentarios. Me da a entender que le gustaría jugar con ellas, que quería probar conmigo. Nunca había pensado en tener relaciones con un chico, pero que conmigo haría una excepción. Yo nunca había estado con un morocho tan morocho como él. Se me hacía agua la cola en ese momento.
No sé por qué, eso gatilla una idea en ambos: hacer una apuesta. Si ganaba Nigeria: le permitía jugar con mis nalgas. Si ganaba Argentina: me permitía jugar con su verga.
Se acuerda de que, en su ropero, todavía tenía algo de ropa de su ex mujer. Va a la pieza y vuelve al comedor, donde nos habíamos alojado, con una pollerita diminuta y una tanga blanca. Me los pruebo en el baño. También me hago dos colitas ya que tenía el pelo largo. Salgo y le muestro. Aplaudió automaticamente de pie. Me le acerco timidamente. Por cierto, la ropita a penas me tapaba los cachetes (menos mal que me había hecho la tira de cola previamente).
Nos sentamos a ver el partido mientras bebíamos unas cervezas que todavía quedaban. La ansiedad no se hizo esperar. La apuesta había hecho mas picante el asunto. Si antes quería que ganáramos, ahora quería el doble. Cada tanto, le fichaba la entrepierna.
Para echarle porras al equipo, mi recurso era ponerme de cuclillas, de espaldas contra el respaldo del sillón. Saco cola. Siento un ¡PLAF! Un manotón enorme golpeando contra mis muslos dejándola, a su vez, un rato largo para pellizcarlos. Nos cagamos de risa de manera lujuriosa pero discreta.
6 minutos del primer tiempo, llega el gol de "el gringo" Heinze. Pegó un grito de lamento. Al contrario suyo, mis gritos fueron de y con amor jajaja. También atiné a pelar un chupetín bolita para distraerlo. Me lo apoyaba en la boca, como si fuera la cabeza de su verga, le pasaba la lenguita hasta que me lo comí. Logré que su mirada se desvíe hacia mí. La faldita corta y la golosina no fallan. El resto del partido, ni me lo acuerdo, sinceramente.
Termina y llegó la hora de cumplir con la apuesta. Me le acerco directo a su orejita pidiéndole que se relaje, que se calme, que no pasa nada. Es solo un partido. Tranqui. Una vez al lado, le manoseo la vergota de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Le hago masajes para que baje tensiones. Se saca la remera. No estaba trabado ni ahí, tenía su pancita sexy, pero un espaldón terrible. Lo masajeo con amor y deseo. Se lo beso, le paso la lengua. Se levanta del sillón para bajarse el pantalón para quedar en slip. Mmmmmm... de solo recordar esa morcilla gorda y larga, se me hace agua la boca y la cola, por favor. Nos tiramos al piso inmediatamente. Él boca abajo. Yo, encima suyo. Le hago un poco de masajes con un poco de aceite que tenía él. Queda totalmente suavecito, pero con fuerza suficiente para darse vuelta. Se embadurna él con el aceite, pero en sus manos. Las apoya en mis nachas. Procede a acariciarlas y cachetearlas, primero de a una, después a las dos, a la vez. Las aprieta con fuerza. Me extasiaba cada vez ese hombre. Peor aún, cuando sus dedos se acercaba a mi hoyito teñido de celeste y blanco. No paraba de cachetearlas y acariciarlas. Cada una, cada mano. La previa nos puso en llamas. Ardíamos mas con cada contacto que teníamos el uno con el otro, con cada tacto. Me subí un poquito la pollera, me sacó la tanguita, le saqué el slip de a poquito y me dio un vergazo en la zanjita. Sentí cómo ese garrote golpeó bien fuerte contra mi pobrecita rayita. La empezó a apretar con mis nalguitas, como si fuera una turca pero en lugar de tetas, fue con mis nalgas. Se empezó a pajear con ellas, mientras nos dábamos besos y nos franeleábamos.. Lo empecé a pajear yo, con mis manos, con amor y mucho aceite. No podía agarrar con total exactitud esos 23 cms de carne. Tenía que tomarla con las dos. Acostado, me puse a pajearlo mientras mi pompas apuntaban directo a su cara. Su lengua se parecía a la de Terry Crews, el actor de "y dónde están las rubias", cuando se pone a lamer la almeja. Con sus dos índices, corre los gordos cachetes que cubren el agujerito de mi ano. Dejando el espacio suficiente al camino de su gruesa y larga lengua que saborea de tomar agua de mi aljibe. Lo hunde hasta llegar bien adentro mío. Por momentos, paraba para pegarles y marcar mis nalguitas.
Me dispuse a mamar de esa mamadera grosa, rebosando de leche. Garganta profunda, mucha garganta profunda. No podía faltar. Me ahogaba en ese tronco y ese glande en forma de hongo. Arcadas hermosas que mezclaban mi saliva con su líquido preseminal. Su verga, toda mojada, ensalivada, esperando por un estímulo especial que permita tirármela toda en la cara, en la boca. Me empecé a pegar con ella en la lengua, haciendo que salten hilos de lechita por doquier, especialmente, en mi mejilla. Sus gemidos eran música para mis oídos, la misma que servía para guiarme en el camino para que mi performance oral se luzca. Así fue... mientras succionaba su enorme falo, sus músculos se contrajeron, sus venas empezaron a salir hasta que, al fin, todo el esperma que escaló desde sus huevos a la punta, se dispararon de manera violenta, directo a mi frente, mis pelos, su pancita. Le limpié toda la que le cayó a él encima. Me la tomé toda, la que me salpicó a mí también. Y, aunque haya acabado, seguí tirándole la goma. Me la mandaba hasta que me toque la campanita de la garganta y mas allá también. Seguí prendido chupándole la pija para saciar todo resto que le quede. Hasta le manoseaba los huevos mientras le hacía la paja. No paraba de gemir. No paraba de pedirme que le muestre que no hice trampa. Le mostré la lengua. Ni rastro de su lechita había. Su vergota negra empezó a sentirse flácida, pero nada me detenía. Tras hablar y hablar, nos terminamos durmiendo. Yo, arriba suyo, en posición de 69. Tirados en el suelo. Desnudos. Cuando se dio cuenta de que se había dormido en el suelo, me despertó y pidió que vayamos a la cama. Al yo oponerme, porque quería dormir con su poronga cerca de mi cara. Él me agarra de las piernas y las caderas. Me pone sobre sus hombro. Me lleva al dormitorio. Con un brazo en mis piernas y la otra mano entre mis nalgas... dispuestos a dormir la siesta.... siestacola te deja dormir, mi barrita de chocolate.
Hace muchos años atrás, con 20 años, trabajé por primera vez en un kiosco (de los tantos en los que trabajé después).
Un día, de los tantos que me tocó estar, conozco a un hombre (de color) de casi 50 años que se dedicaba a vender ambulantemente de todo. Generalmente, deambulaba por mi barrio o aledaños.
De tanto venir a mi negocio, porque era amigo del dueño, (y porque cada tanto me compraba un pancho o algo para almorzar) terminamos pegando onda. A tal punto, que llegamos a compartir un par de birras en bares, en plazas y hasta en su hogar y el mío.
Una vuelta me invitó a su casa a ver a la selección Argentina contra el de Nigeria (país donde él era oriundo). Lo cual, claramente, accedí.
Contexto: era el mundial 2010 (sí, aquel que nos venció Alemania por 4 a 0), como se jugaba un sábado a la mañana, nos quedamos todo el viernes a la noche despiertos escabiando, esperando el partido.
Comimos pizza, tomamos birras, escuchamos música y jugamos a la play esa noche.
En un momento, se va al baño a pintarse la cara con los colores de su bandera. Vuelve, y me dice que tenía pintura de rostro, color celeste y blanca en la mesita de luz. A lo que le pido que me lo pase él por la carita. Seguía sobrando. Le digo que ahora me lo ponga en la colita, con una mirada de chinwenwencha. Me bajo el shorcito, dejando al aire un poco de mis cachetes.
Se embadurna dos de sus dedos con los colores albicelestes para terminar pasándomelo. Me quedaron dos largas líneas, que casi se unen a mi rayita (él lo quiso hacer en ambas).
Cuando termina de pasarme los dedos le da un manotazo a cada uno. Me excitó mal, porque no me lo esperaba ni a palos. Del alma me salió un "ay, papi mmmmmm...". Me morí de la verguenza cuando caí. Se rió y me las halagó, afirmando que parecen de mujer. Me sonrojé a mas no poder. Me pueden esos comentarios. Me da a entender que le gustaría jugar con ellas, que quería probar conmigo. Nunca había pensado en tener relaciones con un chico, pero que conmigo haría una excepción. Yo nunca había estado con un morocho tan morocho como él. Se me hacía agua la cola en ese momento.
No sé por qué, eso gatilla una idea en ambos: hacer una apuesta. Si ganaba Nigeria: le permitía jugar con mis nalgas. Si ganaba Argentina: me permitía jugar con su verga.
Se acuerda de que, en su ropero, todavía tenía algo de ropa de su ex mujer. Va a la pieza y vuelve al comedor, donde nos habíamos alojado, con una pollerita diminuta y una tanga blanca. Me los pruebo en el baño. También me hago dos colitas ya que tenía el pelo largo. Salgo y le muestro. Aplaudió automaticamente de pie. Me le acerco timidamente. Por cierto, la ropita a penas me tapaba los cachetes (menos mal que me había hecho la tira de cola previamente).
Nos sentamos a ver el partido mientras bebíamos unas cervezas que todavía quedaban. La ansiedad no se hizo esperar. La apuesta había hecho mas picante el asunto. Si antes quería que ganáramos, ahora quería el doble. Cada tanto, le fichaba la entrepierna.
Para echarle porras al equipo, mi recurso era ponerme de cuclillas, de espaldas contra el respaldo del sillón. Saco cola. Siento un ¡PLAF! Un manotón enorme golpeando contra mis muslos dejándola, a su vez, un rato largo para pellizcarlos. Nos cagamos de risa de manera lujuriosa pero discreta.
6 minutos del primer tiempo, llega el gol de "el gringo" Heinze. Pegó un grito de lamento. Al contrario suyo, mis gritos fueron de y con amor jajaja. También atiné a pelar un chupetín bolita para distraerlo. Me lo apoyaba en la boca, como si fuera la cabeza de su verga, le pasaba la lenguita hasta que me lo comí. Logré que su mirada se desvíe hacia mí. La faldita corta y la golosina no fallan. El resto del partido, ni me lo acuerdo, sinceramente.
Termina y llegó la hora de cumplir con la apuesta. Me le acerco directo a su orejita pidiéndole que se relaje, que se calme, que no pasa nada. Es solo un partido. Tranqui. Una vez al lado, le manoseo la vergota de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Le hago masajes para que baje tensiones. Se saca la remera. No estaba trabado ni ahí, tenía su pancita sexy, pero un espaldón terrible. Lo masajeo con amor y deseo. Se lo beso, le paso la lengua. Se levanta del sillón para bajarse el pantalón para quedar en slip. Mmmmmm... de solo recordar esa morcilla gorda y larga, se me hace agua la boca y la cola, por favor. Nos tiramos al piso inmediatamente. Él boca abajo. Yo, encima suyo. Le hago un poco de masajes con un poco de aceite que tenía él. Queda totalmente suavecito, pero con fuerza suficiente para darse vuelta. Se embadurna él con el aceite, pero en sus manos. Las apoya en mis nachas. Procede a acariciarlas y cachetearlas, primero de a una, después a las dos, a la vez. Las aprieta con fuerza. Me extasiaba cada vez ese hombre. Peor aún, cuando sus dedos se acercaba a mi hoyito teñido de celeste y blanco. No paraba de cachetearlas y acariciarlas. Cada una, cada mano. La previa nos puso en llamas. Ardíamos mas con cada contacto que teníamos el uno con el otro, con cada tacto. Me subí un poquito la pollera, me sacó la tanguita, le saqué el slip de a poquito y me dio un vergazo en la zanjita. Sentí cómo ese garrote golpeó bien fuerte contra mi pobrecita rayita. La empezó a apretar con mis nalguitas, como si fuera una turca pero en lugar de tetas, fue con mis nalgas. Se empezó a pajear con ellas, mientras nos dábamos besos y nos franeleábamos.. Lo empecé a pajear yo, con mis manos, con amor y mucho aceite. No podía agarrar con total exactitud esos 23 cms de carne. Tenía que tomarla con las dos. Acostado, me puse a pajearlo mientras mi pompas apuntaban directo a su cara. Su lengua se parecía a la de Terry Crews, el actor de "y dónde están las rubias", cuando se pone a lamer la almeja. Con sus dos índices, corre los gordos cachetes que cubren el agujerito de mi ano. Dejando el espacio suficiente al camino de su gruesa y larga lengua que saborea de tomar agua de mi aljibe. Lo hunde hasta llegar bien adentro mío. Por momentos, paraba para pegarles y marcar mis nalguitas.
Me dispuse a mamar de esa mamadera grosa, rebosando de leche. Garganta profunda, mucha garganta profunda. No podía faltar. Me ahogaba en ese tronco y ese glande en forma de hongo. Arcadas hermosas que mezclaban mi saliva con su líquido preseminal. Su verga, toda mojada, ensalivada, esperando por un estímulo especial que permita tirármela toda en la cara, en la boca. Me empecé a pegar con ella en la lengua, haciendo que salten hilos de lechita por doquier, especialmente, en mi mejilla. Sus gemidos eran música para mis oídos, la misma que servía para guiarme en el camino para que mi performance oral se luzca. Así fue... mientras succionaba su enorme falo, sus músculos se contrajeron, sus venas empezaron a salir hasta que, al fin, todo el esperma que escaló desde sus huevos a la punta, se dispararon de manera violenta, directo a mi frente, mis pelos, su pancita. Le limpié toda la que le cayó a él encima. Me la tomé toda, la que me salpicó a mí también. Y, aunque haya acabado, seguí tirándole la goma. Me la mandaba hasta que me toque la campanita de la garganta y mas allá también. Seguí prendido chupándole la pija para saciar todo resto que le quede. Hasta le manoseaba los huevos mientras le hacía la paja. No paraba de gemir. No paraba de pedirme que le muestre que no hice trampa. Le mostré la lengua. Ni rastro de su lechita había. Su vergota negra empezó a sentirse flácida, pero nada me detenía. Tras hablar y hablar, nos terminamos durmiendo. Yo, arriba suyo, en posición de 69. Tirados en el suelo. Desnudos. Cuando se dio cuenta de que se había dormido en el suelo, me despertó y pidió que vayamos a la cama. Al yo oponerme, porque quería dormir con su poronga cerca de mi cara. Él me agarra de las piernas y las caderas. Me pone sobre sus hombro. Me lleva al dormitorio. Con un brazo en mis piernas y la otra mano entre mis nalgas... dispuestos a dormir la siesta.... siestacola te deja dormir, mi barrita de chocolate.
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