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El top 10 del sexo. Capítulo 3

El top 10 del sexo. Capítulo 3

Esta es la historia de Emilia, una mujer que a sus 30 años decide mirar hacia atrás y hacer un top 10 de sus mejores anécdotas de sexo, rememorando amantes, tríos, lugares exóticos y muchas cosas que la hicieron llegar a los mejores orgasmos de su vida. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

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Capítulo 3: La amante – Puesto n° 8
   El top ten va a estar plagado de escenas muy morbosas y excitantes, así como lleno de enseñanzas y momentos que hicieron que ese encuentro sea único. El puesto n°10 me demostró que la sorpresa y un giro en medio del acto pueden ser muy excitantes, sobre todo si afectan a la mente. Haberme dado cuenta que Javier, el chico con el que estaba cogiendo era nada más y nada menos el chico que miraba cada vez que iba a caminar al parque, fue sorprendente, pero sobre todo me calentó de una forma única. El puesto n°9 por su parte, me enseñó que era una chica squirt y que acababa mucho cuando me calentaba y me cogían de forma única. Pero también aprendí que ser la mete cuernos de otra mujer es algo que me excitaba y me calentaba a un nivel único y eso lo fui asegurando con el correr de los años.
   Después de cogerme a Mariano y hacer cornuda a Macarena, volví a hacerlo con él en varias oportunidades hasta que ella se enteró de todo y tuvimos que terminarlo. Sin embargo mi historial como tercera en discordia no iba a terminar ahí e iba a cogerme a más hombres en pareja, al fin y al cabo siempre consideré que son ellos los que están en falta y no yo. Si ellos no se sienten atraídos por sus parejas, si ellos no quieren coger más con sus mujeres o si ellos quieren abrir la relación, deberían ser ellos los que tomen la decisión. Siempre lo dije: basta de echarnos la culpa a las mujeres. Y como siempre tuve eso muy en claro, seguí haciéndolo pues el morbo le daba un toque extra y me aprovechaba de sus debilidades.
   A los 23 años estuve con un pibe de 30 que se estaba por casar y en su despedida de soltero caímos al mismo boliche y decidí aprovechar. La noche no fue tan gratificante como lo esperaba, pues el alcohol que tenía hizo que apenas se le parara la pija, pero debo reconocer que sentí un hermoso morbo, pues fue la primera vez que hacía algo así desde Mariano. A los pocos meses sucedió algo con mi ex compañero de facultad, quien volvió a establecer una relación y yo volví a cogérmelo, pero ya vamos a llegar a eso. Cuando tenía 26 no solo me cogí a un pibe con novia, sino que a los pocos días me cogí a su amigo, quien estaba de novio con la hermana de este otro pibe. Un lío bastante estimulante y calentón, aunque ninguna de las historias merece aparecer en este top. La que si llegó y está en el puesto n°8 es una historia muy caliente que viví cuando tenía 28 años, lo que la hace mucho más reciente que las anteriores.
   Ya recibida y trabajando en una gran empresa, conocí a uno de los directores, Edgardo, un sugar daddy que en ese momento tenía 43 años. Se notaba que era muy chamuyero y que le encantaba salir de trampa, pues siempre estaba haciendo comentarios al respecto. Se vestía muy bien y tenía un cuerpo bastante cuidado, más allá de que se peinaba bien, se notaba que se cuidaba la piel y que solía ser muy seductor. Hicimos contacto casi de forma inmediata y de forma muy sutil nos fuimos tratando hasta que ya la cosa se hizo evidente. Un día, después de muchos palazos en ambas direcciones, me invitó a tomar algo, yo acepté y fuimos a un bar un poco alejado y bastante poco concurrido. Ahí me enteré que estaba casado y que tenía una hija de 5 años, pero que la relación con su mujer no estaba muy bien y que hacía tiempo que él estaba buscando diversión por afuera. “¿Eso es un problema para vos?” me preguntó y yo obviamente le dije que no, aunque tuve que disimular un poco mi entusiasmo.
   Esa misma noche fuimos a un hotel bastante caro de la ciudad y terminamos cogiendo por unas dos horas hasta que él me dijo que tenía que irse, pero que yo podía quedarme en la habitación total ya la había pagado. A partir de esa noche me convertí en su amante y empezamos a coger a escondidas de todo el mundo. En la empresa seguíamos teniendo una relación muy formal y seria, aunque cuando estábamos solos él solía decirme algún comentario desubicado, sobre lo bien que me quedaba el pantalón o lo mucho que le excitaba la remera escotada que tenía puesta. Cuando estábamos solos, era una bestia sexual, alguien que me cogía con ganas, que me pasaba la lengua por todo el cuerpo y que me hacía acabar de una forma increíble. Podría haber elegido más de un encuentro con él para este top, pero hay uno en particular que se lleva todos los premios.
   Después de algunos meses de nuestra aventura, se animó a llevarme a su casa y yo accedí (por más que al principio tenía dudas). Ese jueves a la tarde me convenció diciéndome que su esposa no iba a volver hasta la noche, ya que tenía un evento con unas amigas. Su hija no iba a estar y nosotros teníamos su casa para los dos solos. Llegamos y fuimos a su estudio a coger, aprovechando el sillón comodísimo que allí tenía para “relajarse”. Estábamos los dos desnudos, ya nos habíamos dado muchísimo placer oral y ahora nos encontrábamos cogiendo con ganas. Él me había recostado a lo largo del sillón y se había acomodado encima de mí para metérmela bien a fondo y darme muy duro. Me estaba cogiendo bien rápido, moviendo su cintura hacia arriba y hacia abajo cuando de golpe escuché un ruido raro. Dejé de gemir y le dije que se detuviera.
   Edgardo frenó de golpe y se levantó corriendo. “¡Mi mujer!” me dijo en un susurro y empezó a vestirse desesperado al punto tal que se puso el pantalón dejando el bóxer de lado. Yo desesperé y automáticamente me tapé con una manta que había allí por si la esposa llegaba a entrar por la puerta. Al parecer había un respeto muy grande por su estudio y me dijo que iba a salir a ver qué pasaba, que me quedara tranquila ya que ella nunca entraba allí. Se acomodó la camisa como puso, se arregló el pelo mirándose en el espejo y salió apenas abriendo la puerta para después cerrarla a toda velocidad. Me quedé inmóvil por unos segundos sin saber qué hacer, mirando a la puerta fija y deseando con todo mi ser que Edgardo volviera pronto diciendo que había sido todo una falsa alarma.
   Los minutos empezaron a transcurrir y mi amante no volvía. Claramente su esposa había llegado y él estaba hablando con ella, lo que yo no sabía era que estaba sucediendo del otro lado de la puerta. Miré la habitación y no había forma de escapar de allí. Mi ropa estaba toda tirada por el piso, al igual que el saco y la ropa interior de Edgardo, quien se la había dejado allí mismo. Estaba atrapada y después de muchos años de haber sido la tercera en discordia, corría gran riesgo de que me encontraran. Toda la escena, todo ese morbo, mi corazón latiendo a gran velocidad, mi cuerpo inmóvil sin poder reaccionar… Empecé a sentirme más excitada de lo habitual.
   Recordaba cada segundo de lo que habíamos vivido. Por mi mente pasaban escenas de todo lo que nos había llevado a estar en esa situación. Él encerrándome en su estudio para después decirme que me iba a coger toda. Edgardo besándome el cuello y pasándome la lengua por el escote. Yo quitándole la camisa a las apuradas rompiéndole un botón. ¡El botón! ¿Se daría cuenta su esposa de ese detalle? Poco me importó porque por mi cabeza apareció el momento en el que me arrojó sobre el sillón para comerme la concha de forma brutal y sentí un cosquilleo caliente recorrer todo mi cuerpo. Después su pija en mi boca, poniéndose durísima mientras le pasaba la lengua, mientras se la chupaba a gran velocidad y él me agarraba del pelo. Todo eso me excitaba, al mismo tiempo que yo seguía tapada con la manta, recostada en el sillón, esperando que mi amante volviera para seguir cogiéndome a gran velocidad. ¡Estaba excitadísima!
   De golpe la puerta se abrió y mi corazón se frenó en seco. Vi su mano, su cara, su cuerpo y noté como se metía a gran velocidad y cerraba la puerta con apuro. “¡Es mi mujer! ¡Pero ya se va!” me advirtió en un susurro y totalmente desnuda me levanté y le comí la boca con ganas. Edgardo no entendía nada, seguramente debía pensar que esa situación me iba a asustar en lugar de excitarme. Yo empecé a sacarle la camisa, él trató de resistirse pero yo no lo dejé. “Seguime cogiendo” le rogué entre dientes y llevé una de sus manos a mis tetas para que las manoseara como ya lo había hecho. Él intentaba controlarse, pero era evidente que la situación lo había calentado tanto como a mí, pues enseguida noté como su pija se había puesto bien dura por debajo del pantalón de trabajo.
   - ¡Seguime cogiendo! Me dijiste que ella no iba a entrar.- Le decía yo mientras le besaba el cuello y le desabrochaba la camisa y el pantalón.
   Volví a arrodillarme en frente de él y a pesar que Edgardo dijo un “no Emilia, no”, permitió que yo le bajara el pantalón con facilidad y que me metiera su pija en la boca. “¡Ay Dios!” gimió por lo bajo mientras yo le chupaba la verga como loca, disfrutando de que esta estaba toda babosa y llega de mis jugos. Rápidamente llevó una de sus manos a mi nuca y apoyándola con firmeza fue siguiendo mis movimientos hacia adelante y hacia atrás, gozando de cómo mi boca recorría toda su verga. Estaba demasiado caliente, demasiado excitada y apenas podía controlarme. Era como si no me importara que su mujer estuviese ahí afuera, yo quería cogérmelo con ganas y demostrarle porque era su amante. Con una mano le agarraba los huevos y se los apretaba suavemente ya que sabía que eso le encantaba, mientras que con la otra recorría su cuerpo y acariciaba su piel.
   “¡Mi amor, me voy!” gritó su mujer desde el otro lado de la puerta y sin importarme que fuera a abrirla en ese momento, seguí chupándole la pija a mi amante y le apreté más fuerte los huevos. “¡Ahhh!” gimió el por lo bajo y después saludó a su esposa con un simple “bueno, chau” ya que claramente no podía hablar. Escuchamos sus pasos alejándose mientras que seguíamos los dos en esa posición y de golpe la puerta de entrada se abrió y se cerró con un portazo. Él se quedó quieto, inmóvil y yo seguí agitando mi cabeza de un lado al otro, lamiéndole la pija toda dura adentro de mi boca. Pudimos oír el ruido del portón principal abrirse al mismo tiempo que el auto salía y cuando el portón se cerró, Edgardo reaccionó de golpe. Me agarró de los pelos y tirando hacia arriba, me obligó a pararme y colocó su cara bien en frente de la mía.
   - ¡Que pedazo de puta que sos!- Me dijo con una sonrisa bien morbosa y supe que se venía algo muy feroz.
   Me arrojó de nuevo contra el sillón, cayendo esta vez sobre el borde del mismo. Él se arrodilló en el piso frente a mi y agarrándome de las piernas, me acomodó para quedar cerca de su cuerpo. Sin dar vueltas, me metió la pija toda babosa bien a fondo y empezó a cogerme como una bestia. Su mirada estaba descontrolada, su sonrisa morbosa denotaba una calentura extrema y la forma en la que movía sus caderas hacia adelante y hacia atrás, me llevó a gritar casi de golpe. Empecé a gemir totalmente excitada y caliente, aturdida por su ferocidad y envuelta en una ola de calor absoluto. “¡Ay sí! ¡Ay sí, Edgardo! ¡Ay sí!” comencé a gritar desesperada notando como todo mi cuerpo ardía de placer y como la calentura de ese momento se hacía más y más fuerte.
   Entonces él me dio vuelta, colocó mis piernas arriba del sillón y apoyando mis brazos sobre el respaldar, se colocó parado detrás de mi y empezó a cogerme en esa posición. Sus manos se aferraban con firmeza a mi cintra, al punto que podía notar todos sus dedos clavándose en mis caderas. Su pija entraba y salía de mi concha empapada a gran velocidad y su cuerpo chocaba contra mi cola una y otra y otra vez. De nuevo los gritos, los alaridos de placer puro que resonaban por toda la habitación y seguramente debían escucharse por toda la casa. Él me agarraba el culo, me pegaba, me arañaba la espalda, me cogía totalmente descontrolado y como nunca antes me había cogido. Una de sus manos cayó de golpe sobre mi cola y uno de sus dedos acabó encima de mi culito, el cual empezó a apretarlo con fuerza.
   - ¡Te voy a coger el culo, pedazo de puta!- Me dijo con firmeza y con la otra mano me agarró del pelo y tiró hacia atrás para que mi cuerpo se levara y se acercara más al suyo.- ¡Te lo voy a romper todo como la puta que sos!
   De golpe, ese amante complaciente y que solía tratarme como una reina había desaparecido y ahora me encontraba frente a una fiera totalmente descontrolada que solo quería cogerme y cogerme. ¡Me encantaba! “¡Haceme lo que quieras!” le dije excitadísima y noté como mi concha empezaba a acabar tan solo con esas palabras feroces saliendo de su boca. “¡Eso puta! ¡Acabá!” me dijo él que seguía convertido en una bestia total que solo quería cogerme y sacarse las ganas. Acabé muchísimo, al punto que noté como mis piernas se mojaban por completo al ritmo que el metía y sacaba su pija de mi concha una y otra vez. Su dedo ya había entrado en mi culo y me lo abría con cada bombeo que daba de su cuerpo. Yo estaba entregadísima a su voluntad y más excitada de lo que nunca había estado en una situación así, por lo que no me importaba lo que me dijera, quería que no dejara de cogerme.
   Entonces sacó su pija de mi concha empapada, la apoyó sobre mi culito ya abriéndome los cachetes empezó a metérmela lentamente. “¡Cómo te gusta, pedazo de puta!” me dijo mordiéndose los dientes al escuchar mi gemido de placer puro. No era la primera vez que tenía sexo anal, ya hacía rato había experimentado ese placer mucho antes. Pero en esa oportunidad Edgardo me había llevado a eso y me había calentado tanto que no pude controlar mi calentura. Cuando tuvo toda su pija adentro de mi culo, volvió a agarrarme de la cintura y empezó a moverse hacia atrás y hacia adelante. “¡Qué pedazo de orto que tenés, hija de puta!” me dijo admirando mis curvas y lentamente fue acelerando el ritmo poco a poco. Yo gemía y gemía, gozaba y gozaba, disfrutando no solo del morbo de estar con un hombre casado, sino excitada por haber acabado de una forma increíble y con el corazón latiéndome a mil por cómo nos habíamos salvado de ser descubiertos.
   Envuelto en una de calor y calentura tota, mi amante comenzó a cogerme bien duro, metiendo y sacando su pija de mi culo casi por completo. Ahora lo hacía mucho más rápido y notaba como sus caderas golpeaba contra los cachetes de mi cola una y otra y otra vez. “¡Ay sí! ¡Ay Edgardo! ¡Sí! ¡Cogeme!” le gritaba yo babeando y notando mi cuerpo temblar desde los pies hasta la cabeza. Él me daba bien duro, me agarraba de los cachetes de la cola y me pegaba, al mismo tiempo que me seguía diciendo que era una puta bárbara. Los dos estábamos fuera de sí, los dos estábamos más calientes de lo que nunca habíamos estado. Edgardo comenzó a darme chirlos, uno atrás del otro al punto tal que noté como mi cola se encendía y se ponía bien caliente.
   - ¡Vení, hija de puta!- Me dijo sacándomela de golpe y dando un paso atrás.- ¡Vení a sacarme la leche!
   Rápidamente me di media vuelta con la concha y la cola aun chorreando y me arrodillé en frente de él. Le agarré de nuevo la pija y me la metí en la boca como ya lo había hecho dos veces para empezar a chupársela a toda velocidad mientras lo pajeaba. “¡Eso! ¡Eso!” decía él y yo que ya lo conocía sabía que esa palabra significaba que Edgardo estaba a punto. Entonces lo seguí pajeando a más no poder y cuando la leche empezó a salir de la cabeza de su pija, alejé un poco mi rostro y dejé que esta cayera por todo mi cuerpo, encastrándome el pecho y en especial las tetas. “¡Sí, hija de puta! ¡Sí!” dijo él que miraba sorprendido mientras le temblaban las piernas. Acabó muchísimo, muchísimo semen bien espeso y pegajoso que terminó todo sobre mi cuerpo, mientras yo lo seguía pajeando y lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja.
   Acto seguido fui a bañarme en el mismo baño que solía utilizar su esposa y dejé que el agua caliente me limpiara toda la leche que acababa de recibir. Cuando salí, Edgardo me había llevado la ropa al baño y me comentó que ya me había pedido un taxi para que pudiera volverme a mi casa. Lo besé, le acaricié el pecho y le dije que la había pasado muy bien a pesar del “pequeño inconveniente”, aunque evité mencionarle que ese hecho me había excitado muchísimo. “Yo también” me dijo y acto seguido me pidió disculpas por su comportamiento, ya que según él había sido vulgar y desubicado. Entonces reí, pues me resultó demasiado caballeresco de su parte, aunque esa solía ser su forma de ser. “Podés seguir desubicándote conmigo todas las veces que quieras” le contesté yo sonriendo y le di un beso. Curiosamente, esa fue la última vez que él y yo lo hicimos y nunca supe el por qué.



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