Esta es la historia de Emilia, una mujer que a sus 30 años decide mirar hacia atrás y hacer un top 10 de sus mejores anécdotas de sexo, rememorando amantes, tríos, lugares exóticos y muchas cosas que la hicieron llegar a los mejores orgasmos de su vida. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…
Capítulo 1: Sorpresa en la oscuridad - Puesto n°10
Las mejores canciones de x artista. Las películas más taquilleras de los últimos años. Los libros que sí o sí tenés que leer antes de morir. Las series más populares del momento. Todo el mundo se la pasa haciendo rankings que parecen ser sumamente exactos y que terminan definiendo a una gran parte de la sociedad. Entonces dije… ¿Por qué yo no? Con 30 años ya vividos creo que tengo experiencia en varias cosas como para hacer mi propio ranking. El problema era encontrar el tema del cual hacerlo y es que sentía que ya estaban casi todos los temas agotados, libros, películas, series, famosos más lindos y hasta hay rankings de políticos más influyentes en la historia. La idea se me vino al recordar que hay algo que siempre disfruté mucho y sobre todo en algunas oportunidades. Voy a hacer un top 10 de mis mejores anécdotas de sexo. Sin dar muchas vueltas, vamos a la primera.
Antes de comenzar voy a hablar un poquito de mí. Me llamo Emilia, tengo 30 años y siempre fui muy abocada a mi vida profesional, por lo que nunca tuve pareja estable y tampoco me interesó. Hace unos meses que salgo con el mismo chico y la cosa se pone seria, pero antes de eso, la soltería me dio libertad absoluta de estar con quien yo quisiera. Es por esto que tengo varios amantes en mi haber y que hice muchas cosas que otras personas no hubiesen hecho o no se hubiesen animado. Siempre fui muy caliente y babosa, desde chica. Me encanta mirar hombre, pensar en ellos y soy de masturbarme muy seguido, ya que si estoy excitada no quiero quedarme con la calentura. Eso no quiere decir que mi corazón no se hubiese obsesionado con algún hombre en alguna oportunidad, pero ya habrá tiempo de hablar de eso, pues hay historias que tienen que ver.
El puesto número 10 nos remonta a cuando tenía 22 años y estaba en la facultad. Vivía con mis padres en un edificio muy cerca de uno de los parques de la ciudad y solía ir a caminar por las noches a este. Es que además de hacer algo de ejercicio, me gustaba ir a ver a los hombres que entrenaban en las máquinas que allí había. Siempre había algo con que entretenerse, algún chico musculoso que quería demostrar lo forzudo que era y lo bien que trabajaba su cuerpo. A mi me encantaba uno en particular, un morochito que debía tener 25 años y que tenía un tatuaje de dos triángulos sobre su pectoral derecho y uno del signo infinito sobre su pectoral izquierdo. “Infinitas son las veces que te quiero agarrar” pensaba yo mientras caminaba por al lado de las máquinas y lo miraba entrenando. Sí, siempre fui muy babosa y no me arrepiento de ello.
Además de estudiar bastante y de caminar mucho por el parque para ver a los chicos entrenar, en esa época salía todos los fines de semana con dos chicas de la facultad de las cuales me había hecho muy amiga: Luciana y Florencia. Las tres solíamos juntarnos siempre en la casa de esta última para tomar bastante y después íbamos a algún boliche a divertirnos, bailar y buscar hombre. Luciana era más reservada, mientras que Flor y yo solíamos ser más lanzadas. En más de una oportunidad terminábamos besándonos con algún chico random que conocíamos esa noche y a veces nos íbamos con ellos para tener sexo casual. Así tuve algunas experiencias bastante desilusionantes (la gran mayoría), pero también tuve otras muy interesantes y la que ocupa este puesto es una de ellas.
Esa noche las tres habíamos salido a un lugar al que solíamos ir habitualmente. A eso de las 3 de la mañana visualizamos un grupo de tres chicos cerca de la barra que no paraban de pedir tragos y decidimos acercarnos a ellos de forma muy poco sutil a ver si nos invitaban. El plan funcionó cuando Flor le tiró un besito aéreo a uno de ellos y los chicos nos llamaron con la mano para que fuéramos. Ni bien nos acercamos noté que el más lindo de ellos me sonaba muy familiar y estaba segura que de algún lado lo conocía. Se llamaba Javier y como él pareció no reconocerme, le hice algunas preguntas básicas pero no pude darme cuenta de donde conocía, si es que lo conocía o solo me hacía acordar a alguien.
Lo importante es que el pibe se desenvolvió bastante bien a la hora de encararme y no tardamos en irnos a los besos, un poco alejados de sus amigos y las mías. Flor y Lu se quedaron con los chicos y a pesar que no pasó nada, nos hicieron el aguante hasta pasadas las 5 de la mañana cuando decidimos que íbamos a irnos juntos. El pibe estaba muy bueno, tenía una carita hermosa y su labia me convenció para irme con él a su casa. Los 6 nos fuimos juntos pero nosotros nos separamos al poco tiempo y no pude evitar sorprenderme al ver que Javier vivía a pocas cuadras de mi casa. “Te acompaño después” me dijo sonriendo y yo me derretí ante esa sonrisa hermosa que tenía.
Entramos y el departamento era el típico de un pibe de 25 que vive solo, desordenado, con platos con comida arriba de la mesa y ropa tirada sobre el sillón. Javier me pidió disculpas por el desorden y se puso a acomodar las cosas. Pero yo, que estaba bastante caliente por culpa de los besos y de su belleza, lo agarré del brazo y volví a comerle la boca con ganas. Siempre fui muy directa y nunca me gustó perder el tiempo. Había ido ahí a coger, no a hacer una inspección sanitaria, algo que él se dio cuenta enseguida y dejó las cosas como estaban y me empezó a besar apasionadamente. La calentura se hizo evidente a los pocos segundos y nos terminamos trasladando a la habitación, la cual tenía la cama desecha pero que a mi no me importó. Me acosté sobre esta y Javier se lanzó encima de mí para volver a los besos y al toqueteo intenso.
Él fue muy lanzado desde el principio y ni bien me sacó la remera se aferró a mis tetas para empezar a chuparlas y besarlas de una forma muy caliente. Sabía usar su lengua muy bien y eso me cautivó. Siguió bajando por mi cuerpo, siempre acariciándome la piel y besándome por todos lados, provocando que mi calentura se hiciera más y más fuerte. “¡Ay sí!” gemí cuando sentí como su mano abría mis piernas y un pequeño shock eléctrico me desconectó casi por completo de la realidad. Solo importaba él y esa cama en la que estaba recostada. Javier me quitó los zapatos con mucha sensualidad, mirándome a los ojos y besándome los pies, algo que nunca antes me habían hecho y que por una extraña razón, me encantó. Cuando se metió mi dedo gordo del pie en su boca y le pasó la lengua, sentí como un escalofrío recorría todo mi cuerpo hasta los pelos de mi nuca.
Me había desnudado entera y él apenas se había sacado las zapatillas, pero yo me abrí ante su imponencia y dejé que se recostara entre mis piernas para complacerme de forma oral. Si su lengua había provocado que mis pezones se pusieran duros, no tardó el provocar que mi concha se humedeciera toda. Empezó a pasarme la lengua hacia arriba y hacia abajo haciendo presión por mis labios y sentía como yo me excitaba más y más. Sus dedos no tardaron en entrar en acción, al principio acariciando mis labios y haciendo cosquillas sobre mi clítoris. Luego entraron en mí, primero uno y después dos y cada movimiento que hacía causaba que yo me mojada más y más. Mis gemidos, los cuales no estaba tan dispuesta a regalar en esa época de mi vida, aparecieron de golpe y me hicieron dar cuenta que estaba demasiado excitada.
Casi como si estuviéramos coordinados, Javier se levantó y se paró frente a la cama al mismo tiempo que yo me arrodillaba frente a su cuerpo imponente. Sin sacarse la remera se desabrochó el pantalón y con mi ayuda se lo bajó hasta los tobillos. El bóxer ya dejaba ver que tenía algo muy grande entre las piernas, pero no dejó de sorprenderme cuando se lo bajé y vi su pija. Esta, que todavía no estaba totalmente dura, debía tener unos 20 centímetros y era bien gorda. Con el tiempo descubrí que no hace falta tenerla enorme para complacer a una mujer, pero en esa época era como encontrar una mina de oro. Con ganas, se la agarré y lo empecé a pajear mientras lo miraba directo a esos ojos negros que se camuflaban en la oscuridad de la noche. Por la persiana semi abierta entraban unos rayos de luz del amanecer que estaba comenzando afuera, pero no me hicieron falta para saber que su verga era demasiado grande para mi boca.
Acelerada, caliente y completamente excitada, empecé a chupársela a toda velocidad. Movía mi cabeza hacia adelante y hacia atrás, metiéndomela hasta donde podía, sintiendo como esta llenaba mi boca y como me ahogaba cada vez que iba muy a fondo. Él se tenía la remera con una mano para que no me molestara, mientras que con la otra me acariciaba el pelo, los hombros y la espalda. Me observaba fascinado y veía su sonrisa aparecer y desaparecer entre los haces de luz. Sentía como esta se ponía cada vez más dura entre mis dedos mientras lo pajeaba y se la chupaba. Con la otra mano acariciaba todo su cuerpo y notaba las abdominales muy bien marcaditas por debajo de la remera, algo que le encantaba a la Emilia de 22 años.
Fui pasando mi lengua por los costados de su verga y lamiéndola desde la base hasta la cabeza, la cual se había hinchado tremendamente. Era muy grande, muy gruesa y estaba convencida que iba a disfrutarla de una forma increíble cuando me la metiera. Tampoco descuidé sus huevitos, los cuales lamí y después me metí en la boca de la misma forma que él se había metido los dedos de mis pies. Siempre lo miraba, siempre lo observaba, pues había comprendido muy bien que eso excita demasiado a los hombres. Javier tenía la boca entreabierta y a pesar que no podía oírlo, estaba segura que sus suspiros eran de pura excitación. Volví a meterme la pija y con la idea de dejársela bien babosa, se la chupé de forma acelerada una última vez antes de que volver a la cama para coger.
Mientras yo me acostaba de nuevo sobre el colchón y me acomodaba en el centro para recibir a mi amante. Javier se dio vuelta y fue a buscar un preservativo al escritorio que estaba en frente. Aprovechó para sacarse la remera y noté los preciosos músculos de su espalda, los cuales me hicieron llevar de forma inconsciente mi mano hasta mi entrepierna. Sin darse vuelta, abrió el preservativo y se lo puso de forma acelerada. Entonces giró y caminó dos pasos hacia adelante y de golpe un rayo de luz iluminó su cuerpo y me quedé completamente helada. Más allá de sus abdominales marcadas, de sus pectorales trabajados y de sus brazos con venas que le resaltaban, había algo en él que me hizo darme cuenta de donde conocía a Javier. El tatuaje de dos triángulos en su pectoral derecho y el del símbolo del infinito sobre su corazón, hicieron que el mío se acelerara.
No podía creerlo, no daba crédito a mis ojos. ¡Estaba acostada en la cama del chico que tantas veces había visto en el parque y con el cual tantas veces había fantaseado! Él claramente no se daba cuenta de que era lo que pasaba por mi cabeza, pero sí pudo observar como de forma inconsciente empecé a masturbarme ante sus ojos, mirando fijo a sus tatuajes. Me había imaginado mil veces su nombre y nunca se me había ocurrido Javier. Había pensado muchas veces en su cuerpo desnudo, pero nunca me había esperado semejante pija. Había fantaseado cientos de noches con encontrármelo en mi cama y ahora era yo la que estaba en la suya. Totalmente desnuda, caliente, con la concha empapada y con el gusto a verga en mi boca, me levanté acelerada y agarrándolo de los hombros lo traje hasta mi cuerpo cayendo de nuevo los dos en la cama.
- ¡Vení! ¡Cogeme!- Le pedí casi desesperada y él accedió, aún sin darse cuenta de que era lo que sucedía.
Poco a poco, Javier me metió su tremenda pija hasta que la tuvo toda adentro de mi cuerpo. Se acomodó entre mis piernas y besándome de forma muy caliente, me empezó a coger despacio, lento pero con una intensidad que me hicieron empezar a gemir desde el principio. Si ya estaba caliente desde antes, el saber que se trataba del chico del parque me llevó a una excitación mucho mayor, al punto tal que mi concha se mojaba y se mojaba con cada golpe que él daba de su cintura contra la mía. Mis manos recorrían su espalda de forma acelerada, mi boca buscaba todo el tiempo la suya y mis ojos no se despegaban de los suyos, los cuales permanecían bien abiertos. Cada vez que me la metía hasta el fondo, yo le regalaba un gemido de placer absoluto que salía desde lo más profundo de mi ser.
Comenzó a acelerar el ritmo y noté como mi cuerpo se encendía. Movía mi cintura al ritmo de la suya, siguiéndole los movimientos y haciéndole saber que yo también estaba más que deseosa de cogérmelo a él. Javier no se detenía, no frenaba en ningún momento y yo estaba segura que eso se debía a su excelente estado físico. Cada golpe era más fuerte que el anterior y sentía como su enorme y gruesa pija me penetraba por completo y me complacía de una forma increíble. Yo ya no gemía, gritaba de placer, desesperada y hundida en una bola de excitación absoluta, disfrutaba de cómo ese increíble pibe me estaba cogiendo. Los besos iban y venían, las manos se descontrolaban todo el tiempo y nuestros cuerpos rozando hacia que mis pezones se pusieran más y más duros.
Pasados varios minutos, me pidió que me pusiera en cuatro y yo desesperada obedecí. Él se colocó detrás de mí y volvió a clavármela bien a fondo, logrando que mi grito se escuchara aún más fuerte que los anteriores. “¡Ay sí! ¡Ay sí!” comencé a gemir cuando él empezó a azotar su cintura contra mi cola mientras me sujetaba con firmeza de la cintura. Tuve que agarrarme del respaldar para no chocar mi cabeza contra este, pues los golpes de mi amante se hicieron cada vez más fuertes al punto tal que empezamos a movernos sobre el colchón. “¡Ay sí! ¡Así!” gemía yo y él se ponía más y más caliente y me cogía más y más fuerte. Sentía su enorme y gruesa pija entrar en mi cuerpo bien a fondo y notaba como esta me complacía y me sacaba gemido tras gemidos.
De golpe me soltó con su mano derecha y segundos más tarde sentí como me cacheteaba con todas sus fuerzas en la cola. No pude evitar un grito, pero por alguna razón la excitación aumentó y seguramente fue que a ese chirlo le siguió una cogida más fuerte y dura. Nunca antes me habían pegado un chirlo, no de esa manera, pero esa noche parecía ser que todo estaba permitido y que mi morbo había escalado a nuevos niveles. “¡Más!” le pedí entre jadeos y Javier me golpeó de nuevo, haciendo que mis cachetes se calentaran ante sus dedos. A medida que me iba cogiendo más rápido y más fuerte, me iba pegando en la cola al punto tal que sentía como esta se iba poniendo roja y muy caliente. No me importaba nada, estaba tan excitada de la sorpresa que me había llevado que solo quería coger cono ese hermoso macho.
Él se acostó en el centro de la cama luego de varios minutos de complacerme en cuatro y yo me senté encima de su pija. Bajé despacio para disfrutar de cómo esta entraba toda en mi conchita completamente empapada y supe que el orgasmo no estaba para nada delos. “¡Dios! ¡Qué fuerte que estás!” le dije acariciando su cuerpo desde su cuello hasta sus abdominales y sentía como mi mano ardía sobre su piel. “Y estos tatuajes… ¡Me encantan!” agregué mordiéndome los labios y yendo con la yema de mis dedos en busca de ellos. Mientras avanzaba y retrocedía sobre su cintura sintiendo su pija bien clavada en mi cuerpo, iba acariciando su hermoso cuerpo, en especial la parte que tenía tatuada. Era como si estuviera fascinada por ellos, como si atraparan mi vista, de la misma forma que lo hacían cada vez que lo veía en el parque entrenar.
- ¡Ay sí! ¡Cómo me calentás!- Le dije sin poder controlarme y apoyando ambas manos con fuerza por encima de su pecho, empecé a cabalgarlo con ganas.
Subía y bajaba mi cintura a gran velocidad, notando su verga entrar y salir de mi conchita, la cual se mojaba más y más. Mis gemidos no tardaron en aparecer y observándolo fijo a los ojos, dejé que mis gritos de placer invadieran toda la habitación. Javier me miraba en silencio, fascinado por mi descontrol y con una sutil sonrisita que me derretía todo el cuerpo. No pude aguantarme, y con uno de mis dedos empecé a dibujar el símbolo infinito por encima de su tatuaje y eso fue la gota que rebalsó el vaso. Con el dedo temblando y la cintura subiendo y bajando a máxima velocidad, acabé en un orgasmo increíble. Él lo sintió, lo supo y lo acompañó con unas caricias sobre mi cuerpo que me hicieron sentir nuevamente un escalofrío desde la cintura hasta la punta del pelo.
Pero en lugar de calmarme, ese orgasmo me dejó más caliente que antes y nuevamente apoyando mis manos con fuerza sobre su pecho, volví a cogérmelo a toda velocidad. Mordiéndome los labios para no seguir gritando como una loca, movía mi cintura hacia arriba y hacia abajo, sintiendo su pija toda bien dura abrirme al medio. “¡Uhhh see!” gimió él por lo bajo y supe que se acercaba al orgasmo cuando cerró los ojos y apretó bien fuerte los labios. Quería hacerlo acabar mucho y es por eso que dejé que los gemidos aparecieran de nuevo y sin dejar de cogérmelo a toda velocidad, logré que Javier explotara adentro de mi cuerpo.
- ¡Que hermosa que sos Emi!- Me dijo sonriendo y no pude aguantarme las ganas de inclinarme hacia adelante y besarlo.
Después de eso nos cambiamos y salimos de su departamento para que me acompañara a mi casa. Fueron apenas tres cuadras, pero en esas cuadras Javier aprovechó para comentarme que solía entrenar en el parque que había en frente de mi edificio y yo no hice otra cosa que hacerme la sorprendida. “Tal vez nos cruzamos alguna vez” le dije yo dando la mejor actuación de mi vida y él aprovechó para pedirme el teléfono con la idea de “volver a vernos”. Javier iba a contactarse más adelante al punto tal que va a volver a aparecer en este top ten. Pero de momento nuestro primer encuentro, por la excitación que me generó la sorpresa y por la crudeza con la que el destino nos unió, se queda con el puesto número 10.
SIGUIENTE
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