Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 8.
—1—
El día anterior Julián se había ido a dormir pensando en las anécdotas sexuales que su madre le contó; pero lo mejor de todo fue rememorar la sensación de tener su verga dentro de la boca de su mamá. Había sido un mero ensayo, y ella se había atrevido a más después de contarle sobre sus experiencias sexuales; por lo que al otro día se despertó recordando la promesa que ella le había hecho: le contaría más.
No quería presionarla, por lo que actuó con normalidad durante toda la mañana, y gran parte de la tarde. Imaginó que ese momento llegaría en la noche, y que se sentarían juntos en la cama, y ella le narraría otra de sus vivencias sexuales mientras él se hacía la paja… y tal vez ella se animaría a meterse la pija en la boca.
Estaba oscureciendo cuando Julián vio a su madre salir del dormitorio, tenía puesto un vestido negro elegante, y muy ceñido al cuerpo; la tela le dibujaba las curvas con la maestría de un artista profesional. El chico se quedó boquiabierto. No reaccionó hasta que vio a esa despampanante rubia tomando un bolso de mano, y las llaves de la casa.
—¿Te vas? —Preguntó, claramente decepcionado.
—Sí, Débora, mi ex jefa me invitó a cenar a la casa… creo que quiere ofrecerme el trabajo otra vez. Me contó que las cosas en el negocio están funcionado mejor.
—Pero… pero… ¿entonces?
—No te preocupes, Julián, aunque me de el trabajo de vuelta, lo de las fotos sigue en pie. No te olvides que sólo trabajaría unas cuatro horas al día, y no me van a pagar mucho. Además… ni sé por qué me hago ilusión, lo más probable es que ella sólo quiera una cena de amigas, como para que la relación siga bien, aunque ya no trabaje para ella.
—Vos me habías hecho una promesa…
—¿Qué promesa? —Preguntó ella, mientras se miraba en un pequeño espejo de mano.
—Me dijiste que me ibas a contar del tipo que conociste.
—Ah, sí… ya me acuerdo. Bueno, eso tendrá que esperar.
—¿Hasta que vuelvas de la casa de Débora?
—No sé, tal vez hasta mañana. Por si no te diste cuenta, hoy es sábado. Hace mil años que no salgo a pasear, principalmente porque nunca tengo plata. Ahora tengo…. y le dije a Débora que podíamos salir a dar una vuelta. ¿Vos ya no salís más a bailar con tus amigos?
—No, no me gusta bailar. Me aburro en las discotecas.
—Es una lástima, yo siempre la paso bien.
—Será porque te arriman pijas, y eso te gusta, —dijo Julián, con una sonrisa libidinosa—. Y con ese vestido tan corto, seguramente te van a arrimar de lo lindo.
—Bueno, eso es cierto.
—¿Y pensás hacer algo?
—¿Con algún tipo?
—Sí…
—¿Te molestaría si eso ocurriera?
—Nah, para nada. Al contrario. Te sugiero que lo hagas. Pasala lindo, divertite. Hacé un poco de vida de soltera.
—De viuda, querrás decir.
—No, de soltera. Lo que le pasó a papá es una pena. Pero ya pasó, hace tiempo. Vos te merecés disfrutar de tu vida.
—Bueno, me alegra mucho escuchar eso. Sinceramente salgo a divertirme un poco con mi amiga, no sé si pasará algo con algún tipo. Si se da la oportunidad, es muy probable que la aproveche; pero tampoco voy a estar buscando eso.
—Está bien, vos salí a divertirte. Yo voy a aprovechar para invitar a mis amigos a jugar a la play, y a tomar unas cervezas.
—Ok, pero ustedes limpian todo el desorden. Pienso dormir hasta tarde, y no quiero levantarme a limpiar… ¿está claro?
Julián empezó a reírse.
—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó la rubia.
—Es que vestida así no tenés mucha “autoridad de madre”. Parecés un gato barato.
—¡Hey! ¡Este gato sigue siendo tu madre! ¡Y de barato, nada! Me están pagando muy bien por mostrar el culo. Y eso no significa que pierda mi autoridad como madre. Vas a tener que limpiar todo, porque sino se arma la gorda.
—Está bien, te lo prometo. De todas formas los que van a limpiar son mis amigos, porque yo voy a pagar las cervezas, aprovechando que ahora puedo hacerlo.
—Mientras quede todo limpio, no me importa que vengan y que se queden hasta la hora que quieran.
Diana se despidió de su hijo dándole un beso en la mejilla. Salió de la casa acomodándose el vestido, que se le subía con cada paso y corría el riesgo de estar mostrando su diminuta tanga.
—2—
Eran aproximadamente las cinco de la madrugada cuando Diana regresó a su casa. Se encontró con un gran desorden de cajas de pizza a medio comer, botellas de cerveza vacías y un bullicio que provenía del living. Tambaleándose, por los efectos del alcohol, se dirigió hacia donde provenía el griterío. Encontró a a dos de los mejores amigos de Julián: Lucho y Esteban. Se encontraban sentados frente al televisor, charlando entre ellos. Al parecer estaban disputando un partido de fútbol en la Play Station. No había señales de su hijo.
Los dos chicos se quedaron petrificados al instante en cuanto ella entró al living. Sin mover ni un solo músculo, la recorrieron con la mirada. Diana tenía las piernas al desnudo, y había que subir mucho la mirada para encontrarse con su corta pollera, la cual le tapaba en parte la tanga blanca, que se asomaba por debajo. Al seguir subiendo pudieron admirar cómo ese vestido se ceñía perfectamente a las curvas de la rubia, para coronarse en ese gran par de tetas, que parecían apunto de hacer explotar la tela. La areola de uno de los pezones era perfectamente visible, y la otra no debía estar muy lejos de asomarse.
—Hola, chicos —saludó Diana, su lengua estaba un tanto adormecida por efecto del alcohol—. No hace falta que dejen de jugar… Julián ya me había dicho que ustedes venían. Por cierto ¿Dónde está él?
La respuesta tardó en llegar, pasados unos segundos de incómodo silencio, Lucho fue el primero en hablar:
—Eh… se fue a dormir. Dijo que estaba muy cansado, porque había estado trabajando toda la tarde con el asunto de las fotos —el pobre chico no sabía cómo hacer para hablarle a Diana y al mismo tiempo mirarla a los ojos. Su mirada saltaba de la tanga a las tetas, idea y vuelta.
—Ah, bien… ¿por qué tan tensos, chicos? No se asusten, no soy una de esas madres medio brujas, a mí me encanta que vengan a casa y la pasen bien. Pueden quedarse hasta la hora que quieran.
—Sí, lo sabemos, Diana —dijo Esteban, él era un poco más sinvergüenza que Lucho—. Es que nos sorprendimos al verte… ¿adónde fuiste tan linda? Si es que se puede saber.
—Salí a divertirme un rato —dijo Diana, con una amplia sonrisa, meneando un poco las caderas—. Hacía mucho que no salía a bailar… ¡Ay, perdón, ni los saludé!
La rubia se acercó a los chicos, tambaleándose un poco en sus tacos altos, se inclinó delante de Lucho y los ojos de éste se clavaron direcamente en esas grandes tetas, que le quedaron a centímetros de la cara. Diana le dio un beso en la mejilla y el chico se puso rojo. Luego repitió el saludo para Esteban, quien, siendo un poco más pícaro, aprovechó para posar una mano en la cintura de Diana. Después de recibir su beso en la mejilla, le dijo a la rubia:
—¡Diana! ¡Qué olor a alcohol tenés en la boca!
La aludida empezó a reírse como una adolescente, y dijo:
—Lo que tengo en la boca es olor a pija.
Una vez más los amigos de Julián se quedaron paralizados, incluso Esteban, que no se esperaba esa respuesta por nada del mundo.
—¡Apa! —Exclamó Lucho, luego de un rato en silencio, como si su cerebro tuviera delay—. ¿Estás diciendo que…¡
—Shhh —lo hizo callar Diana, llevándose un dedo a la boca—. No le cuenten nada a Julián… pero sí —le guiñó un ojo a los chicos.
—Esperá —dijo Esteban, como si quisiera detener el tiempo en ese preciso instante—. ¿Lo decís en serio? Estuviste… chupando… —tragó saliva—¿una pija?
—¿Tiene algo de malo? —Preguntó la rubia, parándose bien recta de golpe, lo que hizo que sus tetas dieran un salto. Uno de sus pezones ya se estaba asomando, y el otro estaba a mitad de camino. Los ojos de los chicos se clavaron en esos grandes melones blancos, coronados por picos marrones.
—No tiene nada de malo —Se apresuró a decir Lucho.
—No, de verdad que no —aseguró Esteban—. Es que se nos hace muy raro que vos salgas a bailar y termines haciendo algo como eso.
—¿Por qué es raro? —Quiso saber ella, tenía los brazos en jarra, lo que dejaba su voluminoso pecho completamente a la vista—. Muchas mujeres lo hacen.
—Es cierto… —dijo Esteban. Se acordó momentáneamente del partido de fútbol, en el que los jugadores miraban una pelota inmóvil, puso en pausa el juego y continuó—. Estás en todo tu derecho de hacerlo, Diana… es sólo que… vos sos la mamá de Julián, y nunca que pensamos que las madres de nuestros amigos fueran capaces de hacer cosas como esas.
—Bueno, pero yo sí las hago. Tal vez no soy como la mamá de todos tus amigos —ella sonreía, la situación le divertía mucho.
—Eso seguro, —dijo Lucho—. Ninguna de las madres de mis amigos está tan buena como vos, Diana… incluyendo a la mamá de Esteban.
—Puedo asegurar lo mismo —dijo Esteban—. De las madres de nuestro grupo de amigos, por mucho, vos sos la más hermosa.
—¡Ay, gracias, chicos! No saben cuánto me halaga escuchar eso. De todas formas no anden pensando que soy una puta… no es que haga esto todas las noches. Llevaba tiempo sin salir a divertirme… y sin chupar una verga.
—Diana —dijo Esteban, quien ya podía sentir su pene poniéndose rígido—. Por más que lo hicieras todas las noches, nosotros no pensaríamos mal de vos.
—Claro que no —agregó Lucho—. Además, con lo hermosa que sos seguramente tenés muchas propuestas.
—No tengo tantas como se imaginan. Lo de hoy fue algo improvisado… tengo sed, ¿hay algo fresco para tomar?
—En la heladera quedaron algunas latas de cerveza.
Sin decir nada más, la rubia dio media vuelta y caminó hacia la cocina. Los chicos se miraron el uno al otro, y luego contemplaron el vaivén de esas caderas y ese gran culo perfectamente encajado en la tela blanca del vestido. Se pusieron de pie de un salto, y la siguieron.
Diana sacó una lata de cerveza de la heladera, la abrió y tomó un buen sorbo.
—¿Estás segura de que es buena idea seguir tomando alcohol? —Le preguntó Lucho, con genuina preocuapación.
—Sí, no pasa nada… ya me voy a dormir, pero tenía la garganta seca, de tanto chupar… ya saben —volvió a guiñarles un ojo.
—¿Y qué tal estuvo la verga? —Quiso saber Esteban.
Diana soltó una risa demasiado estridente, poniendo aún más en evidencia su estado de ebriedad.
—¡Ay, chicos! No les voy a estar contando esas cosas.
—Pero ya nos contaste que chupaste una, —insistió Esteban—. No nos vamos a escandalizar por algunos detalles extras.
—Bueno, ustedes ya son grandes, y seguramente alguna vez les habrán chupado la verga ¿cierto? —Ambos asintieron con la cabeza. Ninguno de los dos era virgen, motivo por el cual no estaban tan inhibidos ante la rubia, pero no tenían la suficiente experiencia como para encarar el asunto de forma más directa—. La verdad es que… ¡Ay!
Diana intentó caminar, pero perdió el equilibrio por culpa de sus tacos, y del alcohol. Lucho se apresuró a sujetarla. Se aferró a la rubia desde atrás, envolviéndola con sus brazos. Sus manos quedaron justo debajo de las tetas de Diana, el vestido ya no resitió la presión, y ambos pechos quedaron en completa libertad, inflados ante la presión que venía de abajo. Sin quererlo, pero sin apartarse, el bulto de Lucho había quedado bien pegado a la cola de Diana. El vestido blanco se subió, mostrando toda la tanga blanca de la rubia, era tan pequeña que de no tenerla completamente depilada, se le vería buena parte del vello púbico.
A pesar de que Lucho la sujetó muy bien, Esteban consideró que él también debía colaborar. Se posicionó delante de Diana, muy pegado a ella, y la agarró de ambas piernas, y ésto provocó que se le subiera más el vestido.
—¡Ay, se me ven todas las tetas! —Alcanzó a exclamar la rubia.
—No pasa nada, Diana. —Dijo Esteban—. Casi te caés. ¿No te parece que deberías dejar de tomar?
—No fue por eso, es la culpa de estos zapatos de mierda.
Ella se movió un poco, intentanto quitarse los zapatos, con el meneo de su culo pudo sentir todo el bulto de Lucho restregándose entre sus nalgas. Con una mano hizo el ademán de subirse el vestido para taparse las tetas, pero éstas eran tan grandes, y las manos de Lucho estaban sujetando tan fuerte la tela, que no pudo cubrirlas en absoluto.
—Ya me pueden soltar —dijo, una vez que se quitó los zapatos—. No me voy a caer.
—¡Qué buenas tetas, Diana! —Exclamó Esteban, ignorándola por completo—. Más de una vez me pregunté cómo serían, pero no me imaginé que fueran tan lindas.
—¡Ay, che! —Exclamó ella, riéndose—. ¡Qué vergüenza! No me gusta que los amigos de mi hijo me estén mirando las tetas.
—¿Por qué no? —Preguntó Esteban—. Ya somos grandes, no es la primera vez que vemos un buen par de tetas. Aunque no sé si tan lindas como las tuyas.
—Bueno, gracias… pero Julián se va a enojar. Suficiente tiene con los chistes que le hacen sobre mí.
—¿Qué chistes? —Preguntó Lucho, con fingida incredulidad.
—Vamos, chicos… no se hagan los sonsos. Sé muy bien que a Julián le hacen muchos comentarios refiriéndose a mí… más de una vez los escuché decirle cosas como: “Qué buena está tu mamá”... “Y lo que le haría a tu mamá”.
—¿Y a vos te molestan esos comentarios? —Preguntó Esteban, pegando su bulto a la concha de Diana.
—A mí… no, para nada —dijo ella, acalarándose aún más—. Pero a Julián le molestan… y ahora le van a hacer chistes porque me vieron las tetas.
—Te prometemos que no le decimos nada —dijo Lucho, quien en un atolondrado acto de valentía, subió sus manos y se aferró a las tetas de la rubia.
—¡Ay, che! Nadie dijo que podían tocar. No me esperaba esto de ustedes, chicos…
—Y nosotros no esperábamos verte vestida así… —dijo Esteban—. Así como tampoco esperábamos saber que estuviste chupando una verga. ¿Cómo fue?
—Grande —dijo Diana, con una pícara sonrisa—. Si iba a chupar una, quería que fuera bien grande.
—¿Te gustan las pijas grandes? —Preguntó Esteban, restregándole el bulto contra la concha, que estaba apenas protegida por la fina tela de la tanga.
—Sí, me encantan las pijas grandes.
Diana también colaboró, meneando un poco la cintura, entrecerró los ojos y disfrutó de los apretones que recibía en las tetas, y de esos duros bultos que se frotaban contra partes sensibles de su cuerpo. Esteban aprovechó el momento para subir el vestido de la rubia tanto como pudo, la tela blanca quedó formando una especie de cinturón, ya no cubría nada de las tetas o de la zona de la tanga; Diana estaba prácticamente desnuda.
—¿Y quién era el tipo al que le chupaste la verga? —Quiso saber Lucho, quien no dejaba de manosearle las tetas a la rubia.
—Era un pendejo, de la edad de ustedes. Estuvo arrimándome toda la noche, mientras yo bailaba. Me manoseó todo el orto… me dejó re caliente. Le agarré el bulto y me di cuenta de que la tenía bastante grande, ahí fue cuando le dije que podíamos irnos juntos. Me llevó al auto y ahí nomás empecé a chuparle la pija…
—¿Y estuviste mucho rato haciéndolo? —Preguntó Esteban.
—Sí, bastante… me tomé mi tiempo, no apuré las cosas. Hacía rato que no me comía una pija así… quería disfrutarla lo más posible.
—¿Y te dejaste coger? —Preguntó Lucho, pellizcándole un pezón.
—No me garchó de casualidad… yo me hubiera dejado. Lo que pasa es que después de la chupada de pija, no se le paró más. Me acabó en toda la cara… me dejó llena de leche… pero no se le paró más. Después le pedí que me trajera a casa, y bueno, acá estoy…
—¿Así que te quedaste con ganas de coger? —Esteban sacó la verga de su pantalón. En cuando Diana sintió el contacto con la piel tibia del miembro masculino, se sobresaltó.
—¡Ay, no chicos! Ya me imagino en qué estarán pensando, pero no va a pasar… son los amigos de mi hijo —diciendo esto se apartó, haciendo un poco de fuerza—. Me voy a la pieza, a dormir… ustedes quédense hasta la hora que quieran, pero antes de irse limpien todo.
—Vamos, Diana… —dijo Esteban, intentando aferrarse a ella por detrás.
—No, Esteban… perdón si entendieron mal, chicos… pero ésto no va a pasar. No se hagan ilusiones. Estoy algo borracha y eso me hace decir barbaridades de las que me voy a arrepentir. Pero estoy lo suficientemente lúcida como para reaccionar y que todo quede acá. —Se acomodó el vestido lo mejor que pudo, cubriendo parcialmente su desnudez—. Lo siento mucho, chicos, sé que en parte es mi culpa, espero que no se enojen conmigo… pero eso que tienen en mente, no va a pasar. Ni esta noche, ni nunca. ¿Quedó claro?
—Está bien, Diana. —Dijo Lucho, con amabilidad—. Te respetamos y no vamos a hacer nada que no quieras—. Esteban parecía con ganas de seguir insitiendo, pero un gesto de Lucho fue suficiente para que no abriera la boca—. Andá a dormir tranquila, nosotros vamos a limpiar todo antes de irnos. Tenés mucha razón en algo, vos sos la mamá de nuestro amigo, y no vamos a forzarte a hacer algo que no quieras. Así que no tengas miedo.
—Gracias, chicos. Son unos amores. Por favor no le cuenten nada de esto a Julián.
—No vamos a decir nada —aseguró Esteban.
Diana le dio un beso en la mejilla a cada uno, tomó un último trago de la lata de cerveza y luego se fue a su pieza.
Cerró la puerta con tranca, no le gustaba usarla, pero esa noche lo ameritaba. Confiaba en los amigos de su hijo, pero la tranca la hacía sentirse más segura. Su intención no era dormir, al menos no de momento. Abrió el cajón de la mesita de luz y sacó su preciado consolador. Se desnudó completamente, se tendió en la cama con las piernas bien abiertas, y sin ningún tipo de preámbulo, se penetró con el pene plástico. Éste entró con relativa facilidad, a pesar de que ella es algo estrecha, esa noche estaba tan caliente que su concha se abrió como una flor en primavera.
Se dio duro con el consolador, meneándose en la cama, y recordando cada detalle de la pija que chupó en el auto. No podía recordar muy bien la cara del pibe, pero sí su largo y ancho miembro viril, así como el sabor de su semen. Omitió un pequeño detalle al contarle la anécdota a los amigos de su hijo, no dijo que ella se tragó hasta la última gota de esa espesa y tibia leche… y que se quedó con ganas de más. También fantaseó con las caricias y arrimones que recibió por parte de Lucho y Esteban, y se dijo que si ellos no fueran amigos de su hijo, tal vez se hubiera dejado coger… quién sabe, incluso por los dos a la vez. Esta fantasía la hizo volar, y aceleró el ritmo con el que se metía el consolador. Entre gemidos y sacudidas llegó a un fuerte orgasmo. Quedó rendida ante el cansancio, y sin darse cuenta, se quedó dormida.
—3—
Al día siguiente Diana se levantó muy tarde, y con mucho dolor de cabeza. Completamente desnuda caminó por la casa, por suerte los amigos de su hijo ya no estaban allí, pero Julián sí. Él se quedó mirándola fijamente.
—¿Qué tal la pasaste anoche? —Preguntó él.
La rubia se puso en alerta, pero se tranquilizó enseguida al darse cuenta que no había ningún tono extraño en la voz de su hijo. Él lo preguntaba sinceramente.
—Bien, la pasé lindo. Aunque creo que tomé mucho. Me duele mucho la cabeza.
—Deberías darte un baño, eso ayuda con la resaca… creo… porque yo no soy de andar tomando tanto como vos.
—Te voy a hacer caso.
—Está bien… y mirá que todavía no me olvidé de lo que me debés.
—¿Y qué te debo?
—La historia… sobre el tipo ese que conociste cuando estabas peleada con papá.
—Ah, sí… sé que te la debo, y te prometo que si me siento bien, hoy te cuento esa historia. Ahora me quiero bañar.
Ella se dio una buena ducha, disfrutando de la tibieza del agua. Se quedó allí más tiempo de lo que acostumbraba, pero necesitaba calmar el dolor de cabeza. La lluvia no hacía milagros, pero era mejor que nada. La puerta del baño se abrió y Julián entró con un vaso de agua en una mano, y una pequeña pastilla blanca en la otra.
—Tomate esto —le dijo a su madre—. Te va ayudar con el dolor de cabeza… en el agua disolví un antiácido. Eso también te va ayudar.
—Sos el mejor hijo del mundo.
Ella tomó el agua y tragó la pastilla, se dio cuenta de que los ojos de Julián recorrían todo su cuerpo, pero ya había superado esa etapa. No le importaba estar completamente desnuda frente a su hijo. El chico se marchó y ella consideró que debía hacer algo para devolverle el favor, y si él estaba tan interesado en conocer la historia que tuvo ella con aquel tipo, entonces se la contaría.
Después de unos minutos salió del baño, envuelta en una toalla, y cuando vio a su hijo le dijo:
—Vamos a la pieza, así te cuento esa historia que tanto querés escuchar.
Julián sonrió y sin decir nada siguió a su madre. Le dio unos minutos para que se secara un poco, y cuando ella se acostó en la cama, él se puso a su lado, no sin antes sacarse toda la ropa.
—¿No te molesta que…?
—¿Que te desnudes? Ay, no Julián. No me molesta… además sé que vas a terminar haciéndote una paja. Así que ¿por qué no sacarse la ropa de una vez?
—Incluso podrías…
—¿Podría qué?
—Es que se me ocurrió que podrías… emm… practicar.
—¿Practicar qué?
—Lo de metértela en la boca…
—¡Ah, qué boluda, ya tendí! ¿Vos querés que aproveche para acostumbrarme a meterme tu verga en la boca?
—Y… lo necesitamos para las fotos. Y la última vez que me contaste una de tus anécdotas, te animaste a hacerlo, más de una vez.
—Es que me caliento mucho contándote esas cosas, y la calentura me ayuda a perder un poquito la vergüenza. Está bien, voy a ver si me animo a probar un poco… pero no te prometo nada.
—Bueno, ahora sí… contame ¿Quién era ese tipo?
—No te voy a decir el nombre... igual no sabés quién es, no lo viste nunca. Lo conocí un día que fui a la playa. Yo estaba sola, porque me había peleado con tu padre, como ya sabés. Ese día me animé a usar un bikini medio chico. Soy consciente del impacto que causa mi cuerpo, pero son pocas veces las que lo usé como un arma a mi favor. Aquella vez no fui con la intención de conseguir un amante, pero sí tenía ganas de sentirme hermosa, y que la gente me mirara. Este tipo...
—Ponele un nombre, porque si cada vez que te refieras a él vas a decir “este tipo”...
—Bueno, yo le decía “Tano”, porque tenía apellido italiano.
—Me imagino que se te acercó en la playa.
—Sí, lo hizo apenas me vio. Me causó gracia, porque empezó a chamuyarme con las típicas frases de siempre: “¿Qué hace una chica tan linda como vos solita en la playa?”; “Esperé toda mi vida para conocerte”, y boludeces por el estilo. Nada que no hubiera escuchado antes. Sin embargo esta vez necesitaba oír esas palabras, y esa fue la gran diferencia... bueno, eso y que el tipo estaba re bueno. Perdón que te lo diga, pero es la verdad.
—Papá nunca fue un hombre muy atractivo, —dijo Julián—, todavía no entiendo cómo te casaste con él. Yo lo quería un montón, pero seamos sinceros, mamá... vos podías elegir a un hombre mucho mejor.
—Tu padre siempre fue consciente de eso, motivo por el cual siempre se esforzó mucho. Yo prefería tener a mi lado a un hombre que se esforzara por complacerme, y no a uno que le diera igual. Al único hombre genuinamente honesto en ese sentido que conocí, fue a tu padre. Por eso me casé con él. Así que imaginate cómo me sentí cuando me engañó... lo más irónico es que todo el mundo creía que el cornudo era él, y yo siempre me enojaba.
—Bueno, un poco de cuernos tenía… no te olvides de que te dejaste arrimar de lo lindo por un tipo en una discoteca, y de que le chupaste la pija a otro en un hotel.
—Nunca me voy a poder olvidar de eso, y sé que estuvo muy mal de mi parte… sé que eso debe haber hecho que los cuernos de tu padre crecieran un poco, pero creeme, en comparación la más cornuda fui yo. Porque él se acostó varias veces con la mujer con la que me engañó.
—No entiendo cómo un tipo como él podría engañarte a vos con otra mujer… siendo vos tan hermosa.
—Es que a mí ya me tenía ganada… yo creo que él buscaba un desafío, poder conquistar a otra mujer hermosa y llevársela a la cama. Y lo consiguió. Por más que no fuera el tipo más lindo del mundo, tu padre sabía cómo tratar a una mujer y hacerla sentir de maravilla.
—¿Y qué pasó con el Tano en la playa? —mientras hablaban, cada uno se acariciaba su propio sexo, lentamente, como si estuvieran entrando en calor.
—Nada, sólo hablamos y tomamos una cerveza juntos. Él me invitó a su casa, pero vivía en una zona medio fea, así que le dije que no. Bueno, por eso y porque era un desconocido, por más bueno que estuviera. Él se portó muy bien y me dijo que no me quería presionar, me contó que iba a esa playa todos los fines de semana, de viernes a domingo, y que si quería verlo otra vez, ya sabía dónde encontrarlo.
—Obviamente volviste.
—Sí, y volví al otro día, que era domingo. Lo encontré sentado en el mismo lugar en el que nos conocimos. Se puso muy contento al verme, y me elogió las tetas. Aclaro que yo tenía puesto un bikini muy parecido al del día anterior. Esta vez fui más sincera con él, y le conté que tenía marido. Creo que lo dije porque me daba miedo que él pensara que había vuelto para que pasara algo entre nosotros. Él me dijo que no era celoso y que no le importaba que yo fuera casada. Si bien no lo conocía, él me hacía sentir deseada, y eso era justo lo que yo andaba necesitando. Le dije que me ponía nerviosa que algún conocido me viera con él, pero que tampoco iría a su casa. Entonces a él se le ocurrió que fuéramos a un sector de la playa que está bastante apartado de la zona que suele concurrir la gente. Es una zona medio fea, con yuyos largos y camalotes, no se puede nadar ahí.
—Ya sé de qué parte hablás, yo saqué algunas fotos de ese lugar, no es tan feo... tiene su encanto.
—Sí, puede ser. Lo mejor es que ahí no había nadie, ni un alma. Él empezó a pedirme por favor que lo dejara pasarme el bronceador...
—Típico...
—Seee... la originalidad nunca fue su fuerte; pero tenía mucho carisma. Yo, como una boluda, le dije que sí. ¡Para qué! —Diana aceleró el ritmo con el que se frotaba la concha—. El muy desgraciado aprovechó para manosearme las piernas, la espalda, la panza... y bueno... ya sabés.
—Sí, me imagino; pero quiero que lo sigas contando... está muy bueno el relato.
Diana miró la verga de su hijo, él se estaba pajeando con tantas ganas como ella. Luego dijo:
—Mmm... mirá que yo tengo ganas de contar muchos detalles zarpados, ¿no te va a molestar?
—¿De verdad pensás que me puede molestar, después de todo lo que hablamos?
—Sí, porque tal vez sientas que traicioné a tu padre...
—La relación que haya habido entre papá y vos es cosa de ustedes, él era mi viejo y siempre lo voy a extrañar; pero ahora que sé que él te engañó, no encuentro motivo para enojarme con vos por cualquier cosa que hayas hecho después.
—Bueno, gracias, eso me tranquiliza mucho. Está bien, preparate porque no le voy a poner filtro a nada, te voy a contar todo tal y como pasó... aunque tal vez no te lo cuente todo en un día; porque es una historia medio larga.
—Vos tomate el tiempo que quieras, yo no tengo ningún apuro.
—Pero te advierto que vas a conocer muchas cosas de mí, que tal vez ni te las imaginabas. No siempre fui la esposa ejemplar.
—No hace falta que te justifiques tanto, mamá. Si lo engañaste o no, eso no me importa. Él te engañó y no creo que debas sentirte muy culpable si alguna vez le pusiste los cuernos. Pero quiero saber todo, aunque vos creas que me vaya a molestar. Contame todo sin miedo.
—Está bien. Te voy a contar todo, y ya te aviso que te va a cambiar mucho la imagen que tenés de mí. Mmmm... mirá cómo estoy —Diana extrajo los dedos de su concha, estaban llenos de flujo—. Me está gustando esto de que nos hagamos la paja juntos. Es muy loco... pero me agrada.
—Sí, a mí también. No siempre tengo la oportunidad de mirar un par de tetas como esas...
—Es cierto, sos un chico muy afortunado de tener una mamá tan linda como yo.
—Y tan modesta.
—Estoy harta de la modestia. Estoy muy buena, carajo... y me gusta saberlo. Y me encanta que te gusten mis tetas... como sos tan buen hijo, te doy permiso para que las toques un poquito.
—¿De verdad?
—Sí, aprovechá ahora que estoy caliente —ella misma agarró la mano libre de su hijo y la posicionó sobre una de sus tetas—. Pero no aprietes mucho, porque duele. ¿Te gusta?
—Está genial —dijo Julián, sobando la teta de su madre—. Seguí contándome del tipo de la playa.
—Sí, obvio, ahora tengo más ganas que nunca de contarte. Te dije que le di permiso para que me pasara el bronceador, y que él se aprovechó... me pasó la mano por la parte de arriba de las tetas, no las metió en el bikini, pero poco le faltó; de todas maneras, como el corpiño no era muy grande, tenía mucha teta para explorar. Yo me reía como una boluda mientras él me acariciaba. Después me pidió que me acostara boca abajo. Volvió a pasarme bronceador en la espalda y en las piernas, pero de a poco se iba acercando a mi culo. Al principio yo le apartaba la mano, pero él insistía y a mí se me estaba levantando la temperatura. Como ya te imaginarás, no tardó mucho en acariciarme la concha... y yo ya no tenía muchas ganas de apartarlo. Al ver que yo no me quejaba, metió la mano en el bikini, y me empezó a colar los dedos en la concha.
—Y vos te dejaste...
—Sí... yo me dejé. Después de un rato de estar masturbándome, me dijo que si yo quería me podía dar una buena cogida ahí mismo, total no nos vería nadie. Le dije que no me animaba a coger con él, menos al aire libre. Entonces sacó la verga y me dijo: “Al menos me podrías hacer un pete, la tengo re dura”. Yo me quedé asombrada cuando la vi, era bastante más grande que la de tu padre... bueno, era medio parecida a la tuya, así que te harás una idea. Obviamente mi primer impulso fue decirle que no, pero estaba tan caliente que me arrodillé y así sin más, empecé a hacerle un pete. No sabía qué me estaba pasando, pero era muy similar a lo que sentí cuando le chupé la verga al tipo del hotel. Ahí estaba, una vez más, chupándole la pija a un tipo que apenas conocía, en medio de una playa.
—¿Y te gustó?
—Si dejo de lado la culpa que me agarró, sí. Tengo que reconocer que me gustó mucho hacerlo. Además él no dejaba de alentarme diciéndome cosas como “Así, putita, la estás chupando muy bien”, o “Qué buena petera que sos, rubia”. A mí estas palabras me hubieran molestado en otro contexto, pero ahí, con la verga de ese tipo en la boca, me calentaban todavía más. Me gustaba sentirme un poquito puta, algo que muy pocas veces había podido experimentar. Pasé muchos años aguantando la opinión de los demás, algunos sólo con verme rubia y voluptuosa, ya asumían que yo era una puta; incluso amigos y amigas. Entonces, para demostrar que yo no era así, casi siempre hice buena letra; me porté bien. Aquella tarde, con la pija del tipo en la boca, sentí que al fin me podía liberar, y ser esa puta que todos pensaban que yo era.
Diana vio que su hijo tenía la verga bien dura, sin pedir permiso se inclinó hacia él, abrió grande la boca y se tragó una buena parte de ese miembro viril. Lo tuvo en la boca durante unos segundos, sin moverse en absoluto, pero con los labios bien apretados. Después, sin dejar de hacer presión con los labios, la fue sacando de su boca lentamente.
—Tenías razón —le dijo a Julián—. Si te cuento estas cosas me animo más a probar. Todavía me resulta difícil, y se siente muy raro tener tu pija en la boca; pero creo que vamos a poder hacer buenas fotos.
—Todo sea por nuestro trabajo.
—Exacto… hay que hacer algunos sacrificios.
—Aunque auqella vez, en la playa, no habrá sido mucho sacrificio chupar la verga.
Diana sonrió con lujuria.
—No, para nada. Me la comí toda, con mucho gusto. Le hice un buen pete, con muchas ganas. Creeme que ni a tu papá se la chupaba de esa manera. Parecía una actriz porno profesional comiendo pija. ¿Y vos qué creés que pasó cuando el tipo acabó?
—Ya me imagino, pero quiero que lo cuentes vos.
—Como ya te habrás dado cuenta, me tragué toda la leche. Para colmo, mientras él me acababa dentro de la boca, me decía cosas como: “Dale putita, tomate toda la leche, que te encanta”. “La de petes que andarás haciendo por ahí”. “Tu marido debe tener tremendos cuernos”. Fui muy obediente y me tragué hasta la última gota. Me hubiera quedado más tiempo, pero me sentí muy culpable… si bien yo estaba distanciada de tu padre, no tenía “permiso” para andar chupando pijas, mucho menos a desconocidos. Le dije que me tenía que ir, y eso mismo hice.
—Pero me imagino que volviste a verlo.
—Sí, obviamente. Estuve una semana sintiéndome mal por lo que hice, pero también me hice un montón de pajas recordando ese momento. —Mientras narraba, Diana no dejaba de frotarse con la concha con intensidad. Ocasionalmente su hijo le manoseaba un poco las tetas o le pellizcaba algún pezón—. Después de darle muchas vueltas al asunto, decidí visitar la playa una vez más, justo una semana después de haberlo conocido. Cuando él me vio sonrió como un chico en una juguetería, me dio un fuerte abrazo y me dijo que me esperó todo el viernes, ahí en la playa, pero yo no aparecí. Tenía miedo de no volver a verme. Esta vez me hizo darle mi número de teléfono… bueno, tampoco es que me hubiera obligado. Yo tampoco tenía ganas de perder el contacto con él. Esa tarde fuimos a nuestro rincón especial de la playa, dejé que él me desnudara, y estuvo un buen rato colándome los dedos en la concha. Como ya te imaginarás, le hice otro pete, con la misma intensidad que el de la vez anterior, pero esta vez con más culpa. Porque ya no era un desliz de una sola vez, como habían sido los casos anteriores. Ahora estaba chupándola por segunda vez. En esta ocasión él me acabó en toda la cara, porque dijo que me quería ver bien llena de leche. Después nos metimos a nadar un rato. En un par de ocasiones él intentó penetrarme, pero yo sólo permití que me frotara un poco la pija contra la concha.
Una vez más Diana se inclinó hacia donde estaba su hijo, le agarró la verga y lo pajeó con intensidad durante unos segundos. Él ya la tenía bastante dura, pero ella quería que estuviera tan rígida como fuera posible. Cuando consiguió el efecto deseado, volvió a tragarla. Esta vez lo hizo lentamente, dejando que la verga se deslizara sobre su lengua. Dedicó un poco más de tiempo a tenerla dentro de la boca, mientras se frotaba la concha. Su mente estaba saturada de los recuerdos de aquellas tardes que pasó chupándole la pija al Tano. La que tenía en la boca era la de su hijo, pero se sentía muy similar a la que había chupado en aquella playa. Ésto la asustó un poco, y sacó la verga rápidamente. Sin embargo logró disimular su incomodidad, sonrió a su hijo y continuó masturbándose como lo había estado haciendo hasta el momento.
—¿Qué más pasó? —Preguntó Julián.
—Como te imaginarás, seguimos en contacto.
—Sí, y también me imagino que alguna vez organizaron para verse en otro lado, que no fuera la playa.
—Así es. Uf… ahora empieza la mejor parte. Un día el Tano vino a casa… y me dio para que tenga. —Al decir esto aceleró un poco el ritmo de su masturbación—. Fue fabuloso, Julián… yo a tu padre lo quise mucho, pero este tipo tenía algo… además de la verga grande. Era salvaje. —Sus dedos se colaron dentro de su concha y comenzó a soltar gemidos de placer—. ¡Uf, me acuerdo de eso y me mojo toda! Perdón que te diga esto, pero… qué buenas cogidas me daba ese tipo.
—No me molesta que lo digas. Si la pasaste bien, entonces está bueno que lo recuerdes, más si te ayuda a entrar en confianza.
—Sí, ayuda mucho. Esto nunca se lo conté a nadie, ni siquiera a tu papá. Él nunca supo qué hice yo durante nuestro período de “separación”. Me pareció mejor así. No quería contarle lo mucho que disfruté cogiendo con ese tipo. —Diana guardó silencio durante unos segundos, mientras cerraba los ojos y se concentraba en su masturbación—. Él hacía algo que me gustaba mucho…
—¿Qué cosa? —Preguntó Julián, con verdadero interés, sin dejar de masajearse la verga.
—Me hacía chupársela… pero de una manera que yo nunca había experimentado. Prácticamente me obligaba a comerle la pija. Me agarraba de los pelos y me hacía tragarla entera… y yo me mojaba toda.
—Por la forma en que lo contás parece que él vino más de una vez…
—Sí, fue más de una vez… mucho más que una vez.
—Seguí contándome, que es interesante.
—Unos días después vino y me dijo «Te voy a enseñar a chupar pijas como una puta». En otra situación eso me hubiera ofendido mucho, pero viniendo de él, me calentaba. Y además fue cierto: con él aprendí a chupar pijas. Me entrenó mucho. Cada vez que venía a casa ni siquiera me decía “Hola”, sacaba la verga y me decía: «Vení, putita, empezá a chupar, que acá hay mucha pija para vos».
—¿Y a vos no te molestaba?
—¿Molestarme? Yo me volvía loca, se me hacía agua la concha... Me ponía de rodillas y se la chupaba toda… además dejaba que me acabara en la cara, o en la boca. Normalmente, después de eso, él me cogía. Me cogía mucho… pero mucho en serio… en el living, la cocina, en el baño… en la pieza, en cualquier parte de la casa. Como verás, no siempre fui la esposa ejemplar. Durante ese período de separación, tuve mi etapa de puta… muy puta; pero la pasé muy bien. Siendo aún más honesta, ese tipo me cogió tan bien… y tantas veces, que cuando me pajeo suelo pensar en él. Todavía me acuerdo de cómo me hacía poner en cuatro en el piso, me metía toda la pija en la concha, y me montaba como a una yegua en celo. —Mientras hablaba, Diana no dejaba de frotarse la concha—. Cuando analicé mejor la situación, me di cuenta de que tu papá me trataba demasiado bien, era muy respetuoso conmigo; incluso durante el sexo. Yo necesitaba sentirme una puta, al menos por un rato.
A Julián se le puso la verga como garrote al escuchar esa confesión por parte de su madre, pero no entendía muy bien por qué de pronto se le había ocurrido contarle todo eso… hasta que se le ocurrió una idea.
Diana se hacía la paja, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Julián, sin pedir permiso, la agarró de los pelos con su mano derecha y a continuación la obligó a bajar la cabeza. Ella no opuso ninguna resistencia, se dejó llevar y abrió grande la boca para recibir la pija de su hijo. Esta vez tragó un poco más de la mitad de la misma, haciendo un gran esfuerzo por no sufrir arcadas. Todo ese falo le llenaba completamente la boca y ella se vio inundada por el recuerdo de aquel amante que la forzaba a mamarle la verga. Su hijo, en cambio, la liberó después de unos segundos.
—¡A la mierda, eso fue intenso! —Exclamó ella, al mismo tiempo que reanudaba su masturbación.
—¿Te gustó?
—Sí… —dijo jadeando—. Hacelo otra vez.
Él obedeció al instante. Volvió a sujetar el cabello rubio de su madre y la forzó a tragarse la verga. En esta ocasión esperó un poco más de tiempo antes de apartar la mano y permitirle retirarse.
—¡Ay, mamita querida! —Dijo Diana—. ¡Eso me vuelve loca! ¡Me encantan las pijas grandes!
—¿Querés probar otra vez?
—No, no… me parece que eso ya sería demasiado… ahora solamente quiero pajearme.
Diana volvió a acostarse sobre la cama, con las piernas bien abiertas, y sus dedos se encargaron de brindarle placer directamente en su concha. Dejó salir algunos suaves gemidos, no sabía muy bien por qué, pero se excitaba al saber que su hijo podía escucharlos, y que además él se estaba masturbando a su lado.
De pronto Julián se puso de pie y dijo:
—Sé que querías dejar la cámara para otro momento, pero la verdad es que quiero aprovechar lo que estás haciendo ahora para sacar algunas fotos.
—Está bien… traela.
En cuanto su hijo regresó con la cámara, Diana abrió la concha usando la punta de sus dedos y permitió que él la fotografiara a gusto, luego reanudó la masturbación. Julián siguió tomando fotos, de todo el cuerpo de su madre, desde distintos ángulos. De vez en cuando detenía esta acción para poder sacudirse la verga.
A Diana se le ocurrió levantar las piernas, manteniéndolas separadas, Julián aprovechó para arrodillarse en la cama, justo delante ella, y comenzó a presionar el disparador de la cámara. Luego reanudó su masturbación. La rubia miró detenidamente la forma en que su hijo se pajeaba justo delante de ella, con la verga a pocos centímetros de su concha.
—¿Me vas a acabar como la otra vez? —Preguntó ella.
—Dijiste que no querías repetir eso.
—Sí, pero ya no me importa tanto. Hacelo.
—¿Estás segura?
—Sí… hacelo más que nada sobre la zona de la concha. Esas fotos quedaron muy bien la última vez, y creo que podríamos tener algunas parecidas.
Julián miró incrédulo a su madre, sin embargo no puso objeción alguna; por el contrario, aceleró el ritmo de su masturbación, mientras ella hacía lo mismo. Diana le miraba la pija y él miraba directamente hacia la concha lampiña de su madre.
El muchacho se calentó tanto que no pasó mucho tiempo hasta que su verga empezó a escupir grandes cantidades de semen, su madre apartó la mano a tiempo y todo ese líquido espeso y blancuzco le cubrió la vagina.
—¡Ay, Julián, me llenaste la concha de leche!
—Dijiste que no te iba a molestar…
—No, no me molesta, es sólo que me sorprende. Hace mucho que no me dejan la concha así. Dale, sacá las fotos.
Ella permitió que su hijo se tomara el tiempo necesario para capturar las imágenes y luego reanudó su masturbación, esta vez usando como lubricante el semen de su propio hijo. Podía sentir cómo esta líquido tibio y espeso se le colaba entre las rendijas de la concha y chorreaba hacia su culo. Esto la calentó aún más, por lo que pocos segundos más tarde ella ya estaba sufriendo un intenso orgasmo. Julián aprovechó para seguir sacando fotos, toda su leche había quedado mezclada con los jugos vaginales de su madre y gran parte estaba en los dedos de ella. Diana no dejó de tocarse, mientras gemía y se sacudía en la cama. Redujo la velocidad durante un instante, como si estuviera dispuesta a detenerse, pero de inmediato volvió a acelerar el ritmo y a gemir.
—¡Ay, sí… sí…! —Exclamó la rubia, mientras se colaba los dedos llenos de semen—. ¡Qué rico… me encanta!
Una vez más se sacudió entre espasmos sexuales y dejó salir un profundo gemido de placer. Luego cayó rendida, y se quedó mirando al techo, con una amplia sonrisa en los labios.
—Se ve que la pasaste bien —dijo Julián, quien ya no tomaba más fotografías.
—La pasé de maravilla, hacía tiempo que no me calentaba tanto.
—¿Creés estar lista para sacarte fotos con la verga en la boca?
—No lo sé… probaremos otro día, hoy ya quedé agotada. Fue todo muy intenso y necesito asimilarlo. Gracias por tu colaboración, realmente lo hiciste muy bien.
—Hice lo que vos me pediste que hiciera, nada más.
—Al menos ya sabemos cómo hacer que esto funcione.
—Sí, y ya tenemos más fotos, que son muy buenas, por cierto.
—Bueno, me voy a dar un baño.
—Recién te diste un baño.
—Sí, pero ésto amerita otro. Estoy toda pegajosa… como si alguien me hubiera acabado en la concha. Además, con tanta paja, transpiré bastante.
—Yo también debería darme un baño —aseguró Julián—. ¿Te molesta si nos bañamos juntos?
—Em… no me molesta… pero mejor otro día. No te lo tomes a mal, pero ahora preferiría mantenerme lejos de tu pija. Por más que sea tuya, no deja de ser una tentación… y con esto de estar metiéndomela en la boca, como que le estoy perdiendo un poquito el miedo. —Julián la miró en silencio, sin saber qué responder—. Hey, que soy tu madre… no pienses que voy a hacerte un pete o algo así… pero tal vez sí me darían ganas de “practicar” para las fotos, y considero que por hoy ya hubo práctica más que suficiente. Está bien que nos estemos tomando ciertas libertades, en beneficio de nuestro trabajo… pero tenemos que hacerlo con moderación.
—Claro, entiendo.
—Me alegra saber que entendiste. Te prometo que mañana vamos a intentar otra vez con las fotos.
Esta vez la ducha le sirvió a Diana para bajar la temperatura, aunque primero tuvo que masturbarse durante un rato. Cuando se sintió satisfecha salió del baño y se puso la ropa más casual y menos erótica que encontró. Le gustaba la confianza que estaba desarrollando con su hijo, pero no quería abusar de ella. No tenía idea de si algún día las cosas volverían a la normalidad entre ellos, pero tampoco podía ponerse a pensar mucho en ese asunto. De momento tenía que aceptar las cosas tal y como eran, porque así necesitaban que fueran.
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Capítulo 8.
—1—
El día anterior Julián se había ido a dormir pensando en las anécdotas sexuales que su madre le contó; pero lo mejor de todo fue rememorar la sensación de tener su verga dentro de la boca de su mamá. Había sido un mero ensayo, y ella se había atrevido a más después de contarle sobre sus experiencias sexuales; por lo que al otro día se despertó recordando la promesa que ella le había hecho: le contaría más.
No quería presionarla, por lo que actuó con normalidad durante toda la mañana, y gran parte de la tarde. Imaginó que ese momento llegaría en la noche, y que se sentarían juntos en la cama, y ella le narraría otra de sus vivencias sexuales mientras él se hacía la paja… y tal vez ella se animaría a meterse la pija en la boca.
Estaba oscureciendo cuando Julián vio a su madre salir del dormitorio, tenía puesto un vestido negro elegante, y muy ceñido al cuerpo; la tela le dibujaba las curvas con la maestría de un artista profesional. El chico se quedó boquiabierto. No reaccionó hasta que vio a esa despampanante rubia tomando un bolso de mano, y las llaves de la casa.
—¿Te vas? —Preguntó, claramente decepcionado.
—Sí, Débora, mi ex jefa me invitó a cenar a la casa… creo que quiere ofrecerme el trabajo otra vez. Me contó que las cosas en el negocio están funcionado mejor.
—Pero… pero… ¿entonces?
—No te preocupes, Julián, aunque me de el trabajo de vuelta, lo de las fotos sigue en pie. No te olvides que sólo trabajaría unas cuatro horas al día, y no me van a pagar mucho. Además… ni sé por qué me hago ilusión, lo más probable es que ella sólo quiera una cena de amigas, como para que la relación siga bien, aunque ya no trabaje para ella.
—Vos me habías hecho una promesa…
—¿Qué promesa? —Preguntó ella, mientras se miraba en un pequeño espejo de mano.
—Me dijiste que me ibas a contar del tipo que conociste.
—Ah, sí… ya me acuerdo. Bueno, eso tendrá que esperar.
—¿Hasta que vuelvas de la casa de Débora?
—No sé, tal vez hasta mañana. Por si no te diste cuenta, hoy es sábado. Hace mil años que no salgo a pasear, principalmente porque nunca tengo plata. Ahora tengo…. y le dije a Débora que podíamos salir a dar una vuelta. ¿Vos ya no salís más a bailar con tus amigos?
—No, no me gusta bailar. Me aburro en las discotecas.
—Es una lástima, yo siempre la paso bien.
—Será porque te arriman pijas, y eso te gusta, —dijo Julián, con una sonrisa libidinosa—. Y con ese vestido tan corto, seguramente te van a arrimar de lo lindo.
—Bueno, eso es cierto.
—¿Y pensás hacer algo?
—¿Con algún tipo?
—Sí…
—¿Te molestaría si eso ocurriera?
—Nah, para nada. Al contrario. Te sugiero que lo hagas. Pasala lindo, divertite. Hacé un poco de vida de soltera.
—De viuda, querrás decir.
—No, de soltera. Lo que le pasó a papá es una pena. Pero ya pasó, hace tiempo. Vos te merecés disfrutar de tu vida.
—Bueno, me alegra mucho escuchar eso. Sinceramente salgo a divertirme un poco con mi amiga, no sé si pasará algo con algún tipo. Si se da la oportunidad, es muy probable que la aproveche; pero tampoco voy a estar buscando eso.
—Está bien, vos salí a divertirte. Yo voy a aprovechar para invitar a mis amigos a jugar a la play, y a tomar unas cervezas.
—Ok, pero ustedes limpian todo el desorden. Pienso dormir hasta tarde, y no quiero levantarme a limpiar… ¿está claro?
Julián empezó a reírse.
—¿Qué es tan gracioso? —Preguntó la rubia.
—Es que vestida así no tenés mucha “autoridad de madre”. Parecés un gato barato.
—¡Hey! ¡Este gato sigue siendo tu madre! ¡Y de barato, nada! Me están pagando muy bien por mostrar el culo. Y eso no significa que pierda mi autoridad como madre. Vas a tener que limpiar todo, porque sino se arma la gorda.
—Está bien, te lo prometo. De todas formas los que van a limpiar son mis amigos, porque yo voy a pagar las cervezas, aprovechando que ahora puedo hacerlo.
—Mientras quede todo limpio, no me importa que vengan y que se queden hasta la hora que quieran.
Diana se despidió de su hijo dándole un beso en la mejilla. Salió de la casa acomodándose el vestido, que se le subía con cada paso y corría el riesgo de estar mostrando su diminuta tanga.
—2—
Eran aproximadamente las cinco de la madrugada cuando Diana regresó a su casa. Se encontró con un gran desorden de cajas de pizza a medio comer, botellas de cerveza vacías y un bullicio que provenía del living. Tambaleándose, por los efectos del alcohol, se dirigió hacia donde provenía el griterío. Encontró a a dos de los mejores amigos de Julián: Lucho y Esteban. Se encontraban sentados frente al televisor, charlando entre ellos. Al parecer estaban disputando un partido de fútbol en la Play Station. No había señales de su hijo.
Los dos chicos se quedaron petrificados al instante en cuanto ella entró al living. Sin mover ni un solo músculo, la recorrieron con la mirada. Diana tenía las piernas al desnudo, y había que subir mucho la mirada para encontrarse con su corta pollera, la cual le tapaba en parte la tanga blanca, que se asomaba por debajo. Al seguir subiendo pudieron admirar cómo ese vestido se ceñía perfectamente a las curvas de la rubia, para coronarse en ese gran par de tetas, que parecían apunto de hacer explotar la tela. La areola de uno de los pezones era perfectamente visible, y la otra no debía estar muy lejos de asomarse.
—Hola, chicos —saludó Diana, su lengua estaba un tanto adormecida por efecto del alcohol—. No hace falta que dejen de jugar… Julián ya me había dicho que ustedes venían. Por cierto ¿Dónde está él?
La respuesta tardó en llegar, pasados unos segundos de incómodo silencio, Lucho fue el primero en hablar:
—Eh… se fue a dormir. Dijo que estaba muy cansado, porque había estado trabajando toda la tarde con el asunto de las fotos —el pobre chico no sabía cómo hacer para hablarle a Diana y al mismo tiempo mirarla a los ojos. Su mirada saltaba de la tanga a las tetas, idea y vuelta.
—Ah, bien… ¿por qué tan tensos, chicos? No se asusten, no soy una de esas madres medio brujas, a mí me encanta que vengan a casa y la pasen bien. Pueden quedarse hasta la hora que quieran.
—Sí, lo sabemos, Diana —dijo Esteban, él era un poco más sinvergüenza que Lucho—. Es que nos sorprendimos al verte… ¿adónde fuiste tan linda? Si es que se puede saber.
—Salí a divertirme un rato —dijo Diana, con una amplia sonrisa, meneando un poco las caderas—. Hacía mucho que no salía a bailar… ¡Ay, perdón, ni los saludé!
La rubia se acercó a los chicos, tambaleándose un poco en sus tacos altos, se inclinó delante de Lucho y los ojos de éste se clavaron direcamente en esas grandes tetas, que le quedaron a centímetros de la cara. Diana le dio un beso en la mejilla y el chico se puso rojo. Luego repitió el saludo para Esteban, quien, siendo un poco más pícaro, aprovechó para posar una mano en la cintura de Diana. Después de recibir su beso en la mejilla, le dijo a la rubia:
—¡Diana! ¡Qué olor a alcohol tenés en la boca!
La aludida empezó a reírse como una adolescente, y dijo:
—Lo que tengo en la boca es olor a pija.
Una vez más los amigos de Julián se quedaron paralizados, incluso Esteban, que no se esperaba esa respuesta por nada del mundo.
—¡Apa! —Exclamó Lucho, luego de un rato en silencio, como si su cerebro tuviera delay—. ¿Estás diciendo que…¡
—Shhh —lo hizo callar Diana, llevándose un dedo a la boca—. No le cuenten nada a Julián… pero sí —le guiñó un ojo a los chicos.
—Esperá —dijo Esteban, como si quisiera detener el tiempo en ese preciso instante—. ¿Lo decís en serio? Estuviste… chupando… —tragó saliva—¿una pija?
—¿Tiene algo de malo? —Preguntó la rubia, parándose bien recta de golpe, lo que hizo que sus tetas dieran un salto. Uno de sus pezones ya se estaba asomando, y el otro estaba a mitad de camino. Los ojos de los chicos se clavaron en esos grandes melones blancos, coronados por picos marrones.
—No tiene nada de malo —Se apresuró a decir Lucho.
—No, de verdad que no —aseguró Esteban—. Es que se nos hace muy raro que vos salgas a bailar y termines haciendo algo como eso.
—¿Por qué es raro? —Quiso saber ella, tenía los brazos en jarra, lo que dejaba su voluminoso pecho completamente a la vista—. Muchas mujeres lo hacen.
—Es cierto… —dijo Esteban. Se acordó momentáneamente del partido de fútbol, en el que los jugadores miraban una pelota inmóvil, puso en pausa el juego y continuó—. Estás en todo tu derecho de hacerlo, Diana… es sólo que… vos sos la mamá de Julián, y nunca que pensamos que las madres de nuestros amigos fueran capaces de hacer cosas como esas.
—Bueno, pero yo sí las hago. Tal vez no soy como la mamá de todos tus amigos —ella sonreía, la situación le divertía mucho.
—Eso seguro, —dijo Lucho—. Ninguna de las madres de mis amigos está tan buena como vos, Diana… incluyendo a la mamá de Esteban.
—Puedo asegurar lo mismo —dijo Esteban—. De las madres de nuestro grupo de amigos, por mucho, vos sos la más hermosa.
—¡Ay, gracias, chicos! No saben cuánto me halaga escuchar eso. De todas formas no anden pensando que soy una puta… no es que haga esto todas las noches. Llevaba tiempo sin salir a divertirme… y sin chupar una verga.
—Diana —dijo Esteban, quien ya podía sentir su pene poniéndose rígido—. Por más que lo hicieras todas las noches, nosotros no pensaríamos mal de vos.
—Claro que no —agregó Lucho—. Además, con lo hermosa que sos seguramente tenés muchas propuestas.
—No tengo tantas como se imaginan. Lo de hoy fue algo improvisado… tengo sed, ¿hay algo fresco para tomar?
—En la heladera quedaron algunas latas de cerveza.
Sin decir nada más, la rubia dio media vuelta y caminó hacia la cocina. Los chicos se miraron el uno al otro, y luego contemplaron el vaivén de esas caderas y ese gran culo perfectamente encajado en la tela blanca del vestido. Se pusieron de pie de un salto, y la siguieron.
Diana sacó una lata de cerveza de la heladera, la abrió y tomó un buen sorbo.
—¿Estás segura de que es buena idea seguir tomando alcohol? —Le preguntó Lucho, con genuina preocuapación.
—Sí, no pasa nada… ya me voy a dormir, pero tenía la garganta seca, de tanto chupar… ya saben —volvió a guiñarles un ojo.
—¿Y qué tal estuvo la verga? —Quiso saber Esteban.
Diana soltó una risa demasiado estridente, poniendo aún más en evidencia su estado de ebriedad.
—¡Ay, chicos! No les voy a estar contando esas cosas.
—Pero ya nos contaste que chupaste una, —insistió Esteban—. No nos vamos a escandalizar por algunos detalles extras.
—Bueno, ustedes ya son grandes, y seguramente alguna vez les habrán chupado la verga ¿cierto? —Ambos asintieron con la cabeza. Ninguno de los dos era virgen, motivo por el cual no estaban tan inhibidos ante la rubia, pero no tenían la suficiente experiencia como para encarar el asunto de forma más directa—. La verdad es que… ¡Ay!
Diana intentó caminar, pero perdió el equilibrio por culpa de sus tacos, y del alcohol. Lucho se apresuró a sujetarla. Se aferró a la rubia desde atrás, envolviéndola con sus brazos. Sus manos quedaron justo debajo de las tetas de Diana, el vestido ya no resitió la presión, y ambos pechos quedaron en completa libertad, inflados ante la presión que venía de abajo. Sin quererlo, pero sin apartarse, el bulto de Lucho había quedado bien pegado a la cola de Diana. El vestido blanco se subió, mostrando toda la tanga blanca de la rubia, era tan pequeña que de no tenerla completamente depilada, se le vería buena parte del vello púbico.
A pesar de que Lucho la sujetó muy bien, Esteban consideró que él también debía colaborar. Se posicionó delante de Diana, muy pegado a ella, y la agarró de ambas piernas, y ésto provocó que se le subiera más el vestido.
—¡Ay, se me ven todas las tetas! —Alcanzó a exclamar la rubia.
—No pasa nada, Diana. —Dijo Esteban—. Casi te caés. ¿No te parece que deberías dejar de tomar?
—No fue por eso, es la culpa de estos zapatos de mierda.
Ella se movió un poco, intentanto quitarse los zapatos, con el meneo de su culo pudo sentir todo el bulto de Lucho restregándose entre sus nalgas. Con una mano hizo el ademán de subirse el vestido para taparse las tetas, pero éstas eran tan grandes, y las manos de Lucho estaban sujetando tan fuerte la tela, que no pudo cubrirlas en absoluto.
—Ya me pueden soltar —dijo, una vez que se quitó los zapatos—. No me voy a caer.
—¡Qué buenas tetas, Diana! —Exclamó Esteban, ignorándola por completo—. Más de una vez me pregunté cómo serían, pero no me imaginé que fueran tan lindas.
—¡Ay, che! —Exclamó ella, riéndose—. ¡Qué vergüenza! No me gusta que los amigos de mi hijo me estén mirando las tetas.
—¿Por qué no? —Preguntó Esteban—. Ya somos grandes, no es la primera vez que vemos un buen par de tetas. Aunque no sé si tan lindas como las tuyas.
—Bueno, gracias… pero Julián se va a enojar. Suficiente tiene con los chistes que le hacen sobre mí.
—¿Qué chistes? —Preguntó Lucho, con fingida incredulidad.
—Vamos, chicos… no se hagan los sonsos. Sé muy bien que a Julián le hacen muchos comentarios refiriéndose a mí… más de una vez los escuché decirle cosas como: “Qué buena está tu mamá”... “Y lo que le haría a tu mamá”.
—¿Y a vos te molestan esos comentarios? —Preguntó Esteban, pegando su bulto a la concha de Diana.
—A mí… no, para nada —dijo ella, acalarándose aún más—. Pero a Julián le molestan… y ahora le van a hacer chistes porque me vieron las tetas.
—Te prometemos que no le decimos nada —dijo Lucho, quien en un atolondrado acto de valentía, subió sus manos y se aferró a las tetas de la rubia.
—¡Ay, che! Nadie dijo que podían tocar. No me esperaba esto de ustedes, chicos…
—Y nosotros no esperábamos verte vestida así… —dijo Esteban—. Así como tampoco esperábamos saber que estuviste chupando una verga. ¿Cómo fue?
—Grande —dijo Diana, con una pícara sonrisa—. Si iba a chupar una, quería que fuera bien grande.
—¿Te gustan las pijas grandes? —Preguntó Esteban, restregándole el bulto contra la concha, que estaba apenas protegida por la fina tela de la tanga.
—Sí, me encantan las pijas grandes.
Diana también colaboró, meneando un poco la cintura, entrecerró los ojos y disfrutó de los apretones que recibía en las tetas, y de esos duros bultos que se frotaban contra partes sensibles de su cuerpo. Esteban aprovechó el momento para subir el vestido de la rubia tanto como pudo, la tela blanca quedó formando una especie de cinturón, ya no cubría nada de las tetas o de la zona de la tanga; Diana estaba prácticamente desnuda.
—¿Y quién era el tipo al que le chupaste la verga? —Quiso saber Lucho, quien no dejaba de manosearle las tetas a la rubia.
—Era un pendejo, de la edad de ustedes. Estuvo arrimándome toda la noche, mientras yo bailaba. Me manoseó todo el orto… me dejó re caliente. Le agarré el bulto y me di cuenta de que la tenía bastante grande, ahí fue cuando le dije que podíamos irnos juntos. Me llevó al auto y ahí nomás empecé a chuparle la pija…
—¿Y estuviste mucho rato haciéndolo? —Preguntó Esteban.
—Sí, bastante… me tomé mi tiempo, no apuré las cosas. Hacía rato que no me comía una pija así… quería disfrutarla lo más posible.
—¿Y te dejaste coger? —Preguntó Lucho, pellizcándole un pezón.
—No me garchó de casualidad… yo me hubiera dejado. Lo que pasa es que después de la chupada de pija, no se le paró más. Me acabó en toda la cara… me dejó llena de leche… pero no se le paró más. Después le pedí que me trajera a casa, y bueno, acá estoy…
—¿Así que te quedaste con ganas de coger? —Esteban sacó la verga de su pantalón. En cuando Diana sintió el contacto con la piel tibia del miembro masculino, se sobresaltó.
—¡Ay, no chicos! Ya me imagino en qué estarán pensando, pero no va a pasar… son los amigos de mi hijo —diciendo esto se apartó, haciendo un poco de fuerza—. Me voy a la pieza, a dormir… ustedes quédense hasta la hora que quieran, pero antes de irse limpien todo.
—Vamos, Diana… —dijo Esteban, intentando aferrarse a ella por detrás.
—No, Esteban… perdón si entendieron mal, chicos… pero ésto no va a pasar. No se hagan ilusiones. Estoy algo borracha y eso me hace decir barbaridades de las que me voy a arrepentir. Pero estoy lo suficientemente lúcida como para reaccionar y que todo quede acá. —Se acomodó el vestido lo mejor que pudo, cubriendo parcialmente su desnudez—. Lo siento mucho, chicos, sé que en parte es mi culpa, espero que no se enojen conmigo… pero eso que tienen en mente, no va a pasar. Ni esta noche, ni nunca. ¿Quedó claro?
—Está bien, Diana. —Dijo Lucho, con amabilidad—. Te respetamos y no vamos a hacer nada que no quieras—. Esteban parecía con ganas de seguir insitiendo, pero un gesto de Lucho fue suficiente para que no abriera la boca—. Andá a dormir tranquila, nosotros vamos a limpiar todo antes de irnos. Tenés mucha razón en algo, vos sos la mamá de nuestro amigo, y no vamos a forzarte a hacer algo que no quieras. Así que no tengas miedo.
—Gracias, chicos. Son unos amores. Por favor no le cuenten nada de esto a Julián.
—No vamos a decir nada —aseguró Esteban.
Diana le dio un beso en la mejilla a cada uno, tomó un último trago de la lata de cerveza y luego se fue a su pieza.
Cerró la puerta con tranca, no le gustaba usarla, pero esa noche lo ameritaba. Confiaba en los amigos de su hijo, pero la tranca la hacía sentirse más segura. Su intención no era dormir, al menos no de momento. Abrió el cajón de la mesita de luz y sacó su preciado consolador. Se desnudó completamente, se tendió en la cama con las piernas bien abiertas, y sin ningún tipo de preámbulo, se penetró con el pene plástico. Éste entró con relativa facilidad, a pesar de que ella es algo estrecha, esa noche estaba tan caliente que su concha se abrió como una flor en primavera.
Se dio duro con el consolador, meneándose en la cama, y recordando cada detalle de la pija que chupó en el auto. No podía recordar muy bien la cara del pibe, pero sí su largo y ancho miembro viril, así como el sabor de su semen. Omitió un pequeño detalle al contarle la anécdota a los amigos de su hijo, no dijo que ella se tragó hasta la última gota de esa espesa y tibia leche… y que se quedó con ganas de más. También fantaseó con las caricias y arrimones que recibió por parte de Lucho y Esteban, y se dijo que si ellos no fueran amigos de su hijo, tal vez se hubiera dejado coger… quién sabe, incluso por los dos a la vez. Esta fantasía la hizo volar, y aceleró el ritmo con el que se metía el consolador. Entre gemidos y sacudidas llegó a un fuerte orgasmo. Quedó rendida ante el cansancio, y sin darse cuenta, se quedó dormida.
—3—
Al día siguiente Diana se levantó muy tarde, y con mucho dolor de cabeza. Completamente desnuda caminó por la casa, por suerte los amigos de su hijo ya no estaban allí, pero Julián sí. Él se quedó mirándola fijamente.
—¿Qué tal la pasaste anoche? —Preguntó él.
La rubia se puso en alerta, pero se tranquilizó enseguida al darse cuenta que no había ningún tono extraño en la voz de su hijo. Él lo preguntaba sinceramente.
—Bien, la pasé lindo. Aunque creo que tomé mucho. Me duele mucho la cabeza.
—Deberías darte un baño, eso ayuda con la resaca… creo… porque yo no soy de andar tomando tanto como vos.
—Te voy a hacer caso.
—Está bien… y mirá que todavía no me olvidé de lo que me debés.
—¿Y qué te debo?
—La historia… sobre el tipo ese que conociste cuando estabas peleada con papá.
—Ah, sí… sé que te la debo, y te prometo que si me siento bien, hoy te cuento esa historia. Ahora me quiero bañar.
Ella se dio una buena ducha, disfrutando de la tibieza del agua. Se quedó allí más tiempo de lo que acostumbraba, pero necesitaba calmar el dolor de cabeza. La lluvia no hacía milagros, pero era mejor que nada. La puerta del baño se abrió y Julián entró con un vaso de agua en una mano, y una pequeña pastilla blanca en la otra.
—Tomate esto —le dijo a su madre—. Te va ayudar con el dolor de cabeza… en el agua disolví un antiácido. Eso también te va ayudar.
—Sos el mejor hijo del mundo.
Ella tomó el agua y tragó la pastilla, se dio cuenta de que los ojos de Julián recorrían todo su cuerpo, pero ya había superado esa etapa. No le importaba estar completamente desnuda frente a su hijo. El chico se marchó y ella consideró que debía hacer algo para devolverle el favor, y si él estaba tan interesado en conocer la historia que tuvo ella con aquel tipo, entonces se la contaría.
Después de unos minutos salió del baño, envuelta en una toalla, y cuando vio a su hijo le dijo:
—Vamos a la pieza, así te cuento esa historia que tanto querés escuchar.
Julián sonrió y sin decir nada siguió a su madre. Le dio unos minutos para que se secara un poco, y cuando ella se acostó en la cama, él se puso a su lado, no sin antes sacarse toda la ropa.
—¿No te molesta que…?
—¿Que te desnudes? Ay, no Julián. No me molesta… además sé que vas a terminar haciéndote una paja. Así que ¿por qué no sacarse la ropa de una vez?
—Incluso podrías…
—¿Podría qué?
—Es que se me ocurrió que podrías… emm… practicar.
—¿Practicar qué?
—Lo de metértela en la boca…
—¡Ah, qué boluda, ya tendí! ¿Vos querés que aproveche para acostumbrarme a meterme tu verga en la boca?
—Y… lo necesitamos para las fotos. Y la última vez que me contaste una de tus anécdotas, te animaste a hacerlo, más de una vez.
—Es que me caliento mucho contándote esas cosas, y la calentura me ayuda a perder un poquito la vergüenza. Está bien, voy a ver si me animo a probar un poco… pero no te prometo nada.
—Bueno, ahora sí… contame ¿Quién era ese tipo?
—No te voy a decir el nombre... igual no sabés quién es, no lo viste nunca. Lo conocí un día que fui a la playa. Yo estaba sola, porque me había peleado con tu padre, como ya sabés. Ese día me animé a usar un bikini medio chico. Soy consciente del impacto que causa mi cuerpo, pero son pocas veces las que lo usé como un arma a mi favor. Aquella vez no fui con la intención de conseguir un amante, pero sí tenía ganas de sentirme hermosa, y que la gente me mirara. Este tipo...
—Ponele un nombre, porque si cada vez que te refieras a él vas a decir “este tipo”...
—Bueno, yo le decía “Tano”, porque tenía apellido italiano.
—Me imagino que se te acercó en la playa.
—Sí, lo hizo apenas me vio. Me causó gracia, porque empezó a chamuyarme con las típicas frases de siempre: “¿Qué hace una chica tan linda como vos solita en la playa?”; “Esperé toda mi vida para conocerte”, y boludeces por el estilo. Nada que no hubiera escuchado antes. Sin embargo esta vez necesitaba oír esas palabras, y esa fue la gran diferencia... bueno, eso y que el tipo estaba re bueno. Perdón que te lo diga, pero es la verdad.
—Papá nunca fue un hombre muy atractivo, —dijo Julián—, todavía no entiendo cómo te casaste con él. Yo lo quería un montón, pero seamos sinceros, mamá... vos podías elegir a un hombre mucho mejor.
—Tu padre siempre fue consciente de eso, motivo por el cual siempre se esforzó mucho. Yo prefería tener a mi lado a un hombre que se esforzara por complacerme, y no a uno que le diera igual. Al único hombre genuinamente honesto en ese sentido que conocí, fue a tu padre. Por eso me casé con él. Así que imaginate cómo me sentí cuando me engañó... lo más irónico es que todo el mundo creía que el cornudo era él, y yo siempre me enojaba.
—Bueno, un poco de cuernos tenía… no te olvides de que te dejaste arrimar de lo lindo por un tipo en una discoteca, y de que le chupaste la pija a otro en un hotel.
—Nunca me voy a poder olvidar de eso, y sé que estuvo muy mal de mi parte… sé que eso debe haber hecho que los cuernos de tu padre crecieran un poco, pero creeme, en comparación la más cornuda fui yo. Porque él se acostó varias veces con la mujer con la que me engañó.
—No entiendo cómo un tipo como él podría engañarte a vos con otra mujer… siendo vos tan hermosa.
—Es que a mí ya me tenía ganada… yo creo que él buscaba un desafío, poder conquistar a otra mujer hermosa y llevársela a la cama. Y lo consiguió. Por más que no fuera el tipo más lindo del mundo, tu padre sabía cómo tratar a una mujer y hacerla sentir de maravilla.
—¿Y qué pasó con el Tano en la playa? —mientras hablaban, cada uno se acariciaba su propio sexo, lentamente, como si estuvieran entrando en calor.
—Nada, sólo hablamos y tomamos una cerveza juntos. Él me invitó a su casa, pero vivía en una zona medio fea, así que le dije que no. Bueno, por eso y porque era un desconocido, por más bueno que estuviera. Él se portó muy bien y me dijo que no me quería presionar, me contó que iba a esa playa todos los fines de semana, de viernes a domingo, y que si quería verlo otra vez, ya sabía dónde encontrarlo.
—Obviamente volviste.
—Sí, y volví al otro día, que era domingo. Lo encontré sentado en el mismo lugar en el que nos conocimos. Se puso muy contento al verme, y me elogió las tetas. Aclaro que yo tenía puesto un bikini muy parecido al del día anterior. Esta vez fui más sincera con él, y le conté que tenía marido. Creo que lo dije porque me daba miedo que él pensara que había vuelto para que pasara algo entre nosotros. Él me dijo que no era celoso y que no le importaba que yo fuera casada. Si bien no lo conocía, él me hacía sentir deseada, y eso era justo lo que yo andaba necesitando. Le dije que me ponía nerviosa que algún conocido me viera con él, pero que tampoco iría a su casa. Entonces a él se le ocurrió que fuéramos a un sector de la playa que está bastante apartado de la zona que suele concurrir la gente. Es una zona medio fea, con yuyos largos y camalotes, no se puede nadar ahí.
—Ya sé de qué parte hablás, yo saqué algunas fotos de ese lugar, no es tan feo... tiene su encanto.
—Sí, puede ser. Lo mejor es que ahí no había nadie, ni un alma. Él empezó a pedirme por favor que lo dejara pasarme el bronceador...
—Típico...
—Seee... la originalidad nunca fue su fuerte; pero tenía mucho carisma. Yo, como una boluda, le dije que sí. ¡Para qué! —Diana aceleró el ritmo con el que se frotaba la concha—. El muy desgraciado aprovechó para manosearme las piernas, la espalda, la panza... y bueno... ya sabés.
—Sí, me imagino; pero quiero que lo sigas contando... está muy bueno el relato.
Diana miró la verga de su hijo, él se estaba pajeando con tantas ganas como ella. Luego dijo:
—Mmm... mirá que yo tengo ganas de contar muchos detalles zarpados, ¿no te va a molestar?
—¿De verdad pensás que me puede molestar, después de todo lo que hablamos?
—Sí, porque tal vez sientas que traicioné a tu padre...
—La relación que haya habido entre papá y vos es cosa de ustedes, él era mi viejo y siempre lo voy a extrañar; pero ahora que sé que él te engañó, no encuentro motivo para enojarme con vos por cualquier cosa que hayas hecho después.
—Bueno, gracias, eso me tranquiliza mucho. Está bien, preparate porque no le voy a poner filtro a nada, te voy a contar todo tal y como pasó... aunque tal vez no te lo cuente todo en un día; porque es una historia medio larga.
—Vos tomate el tiempo que quieras, yo no tengo ningún apuro.
—Pero te advierto que vas a conocer muchas cosas de mí, que tal vez ni te las imaginabas. No siempre fui la esposa ejemplar.
—No hace falta que te justifiques tanto, mamá. Si lo engañaste o no, eso no me importa. Él te engañó y no creo que debas sentirte muy culpable si alguna vez le pusiste los cuernos. Pero quiero saber todo, aunque vos creas que me vaya a molestar. Contame todo sin miedo.
—Está bien. Te voy a contar todo, y ya te aviso que te va a cambiar mucho la imagen que tenés de mí. Mmmm... mirá cómo estoy —Diana extrajo los dedos de su concha, estaban llenos de flujo—. Me está gustando esto de que nos hagamos la paja juntos. Es muy loco... pero me agrada.
—Sí, a mí también. No siempre tengo la oportunidad de mirar un par de tetas como esas...
—Es cierto, sos un chico muy afortunado de tener una mamá tan linda como yo.
—Y tan modesta.
—Estoy harta de la modestia. Estoy muy buena, carajo... y me gusta saberlo. Y me encanta que te gusten mis tetas... como sos tan buen hijo, te doy permiso para que las toques un poquito.
—¿De verdad?
—Sí, aprovechá ahora que estoy caliente —ella misma agarró la mano libre de su hijo y la posicionó sobre una de sus tetas—. Pero no aprietes mucho, porque duele. ¿Te gusta?
—Está genial —dijo Julián, sobando la teta de su madre—. Seguí contándome del tipo de la playa.
—Sí, obvio, ahora tengo más ganas que nunca de contarte. Te dije que le di permiso para que me pasara el bronceador, y que él se aprovechó... me pasó la mano por la parte de arriba de las tetas, no las metió en el bikini, pero poco le faltó; de todas maneras, como el corpiño no era muy grande, tenía mucha teta para explorar. Yo me reía como una boluda mientras él me acariciaba. Después me pidió que me acostara boca abajo. Volvió a pasarme bronceador en la espalda y en las piernas, pero de a poco se iba acercando a mi culo. Al principio yo le apartaba la mano, pero él insistía y a mí se me estaba levantando la temperatura. Como ya te imaginarás, no tardó mucho en acariciarme la concha... y yo ya no tenía muchas ganas de apartarlo. Al ver que yo no me quejaba, metió la mano en el bikini, y me empezó a colar los dedos en la concha.
—Y vos te dejaste...
—Sí... yo me dejé. Después de un rato de estar masturbándome, me dijo que si yo quería me podía dar una buena cogida ahí mismo, total no nos vería nadie. Le dije que no me animaba a coger con él, menos al aire libre. Entonces sacó la verga y me dijo: “Al menos me podrías hacer un pete, la tengo re dura”. Yo me quedé asombrada cuando la vi, era bastante más grande que la de tu padre... bueno, era medio parecida a la tuya, así que te harás una idea. Obviamente mi primer impulso fue decirle que no, pero estaba tan caliente que me arrodillé y así sin más, empecé a hacerle un pete. No sabía qué me estaba pasando, pero era muy similar a lo que sentí cuando le chupé la verga al tipo del hotel. Ahí estaba, una vez más, chupándole la pija a un tipo que apenas conocía, en medio de una playa.
—¿Y te gustó?
—Si dejo de lado la culpa que me agarró, sí. Tengo que reconocer que me gustó mucho hacerlo. Además él no dejaba de alentarme diciéndome cosas como “Así, putita, la estás chupando muy bien”, o “Qué buena petera que sos, rubia”. A mí estas palabras me hubieran molestado en otro contexto, pero ahí, con la verga de ese tipo en la boca, me calentaban todavía más. Me gustaba sentirme un poquito puta, algo que muy pocas veces había podido experimentar. Pasé muchos años aguantando la opinión de los demás, algunos sólo con verme rubia y voluptuosa, ya asumían que yo era una puta; incluso amigos y amigas. Entonces, para demostrar que yo no era así, casi siempre hice buena letra; me porté bien. Aquella tarde, con la pija del tipo en la boca, sentí que al fin me podía liberar, y ser esa puta que todos pensaban que yo era.
Diana vio que su hijo tenía la verga bien dura, sin pedir permiso se inclinó hacia él, abrió grande la boca y se tragó una buena parte de ese miembro viril. Lo tuvo en la boca durante unos segundos, sin moverse en absoluto, pero con los labios bien apretados. Después, sin dejar de hacer presión con los labios, la fue sacando de su boca lentamente.
—Tenías razón —le dijo a Julián—. Si te cuento estas cosas me animo más a probar. Todavía me resulta difícil, y se siente muy raro tener tu pija en la boca; pero creo que vamos a poder hacer buenas fotos.
—Todo sea por nuestro trabajo.
—Exacto… hay que hacer algunos sacrificios.
—Aunque auqella vez, en la playa, no habrá sido mucho sacrificio chupar la verga.
Diana sonrió con lujuria.
—No, para nada. Me la comí toda, con mucho gusto. Le hice un buen pete, con muchas ganas. Creeme que ni a tu papá se la chupaba de esa manera. Parecía una actriz porno profesional comiendo pija. ¿Y vos qué creés que pasó cuando el tipo acabó?
—Ya me imagino, pero quiero que lo cuentes vos.
—Como ya te habrás dado cuenta, me tragué toda la leche. Para colmo, mientras él me acababa dentro de la boca, me decía cosas como: “Dale putita, tomate toda la leche, que te encanta”. “La de petes que andarás haciendo por ahí”. “Tu marido debe tener tremendos cuernos”. Fui muy obediente y me tragué hasta la última gota. Me hubiera quedado más tiempo, pero me sentí muy culpable… si bien yo estaba distanciada de tu padre, no tenía “permiso” para andar chupando pijas, mucho menos a desconocidos. Le dije que me tenía que ir, y eso mismo hice.
—Pero me imagino que volviste a verlo.
—Sí, obviamente. Estuve una semana sintiéndome mal por lo que hice, pero también me hice un montón de pajas recordando ese momento. —Mientras narraba, Diana no dejaba de frotarse con la concha con intensidad. Ocasionalmente su hijo le manoseaba un poco las tetas o le pellizcaba algún pezón—. Después de darle muchas vueltas al asunto, decidí visitar la playa una vez más, justo una semana después de haberlo conocido. Cuando él me vio sonrió como un chico en una juguetería, me dio un fuerte abrazo y me dijo que me esperó todo el viernes, ahí en la playa, pero yo no aparecí. Tenía miedo de no volver a verme. Esta vez me hizo darle mi número de teléfono… bueno, tampoco es que me hubiera obligado. Yo tampoco tenía ganas de perder el contacto con él. Esa tarde fuimos a nuestro rincón especial de la playa, dejé que él me desnudara, y estuvo un buen rato colándome los dedos en la concha. Como ya te imaginarás, le hice otro pete, con la misma intensidad que el de la vez anterior, pero esta vez con más culpa. Porque ya no era un desliz de una sola vez, como habían sido los casos anteriores. Ahora estaba chupándola por segunda vez. En esta ocasión él me acabó en toda la cara, porque dijo que me quería ver bien llena de leche. Después nos metimos a nadar un rato. En un par de ocasiones él intentó penetrarme, pero yo sólo permití que me frotara un poco la pija contra la concha.
Una vez más Diana se inclinó hacia donde estaba su hijo, le agarró la verga y lo pajeó con intensidad durante unos segundos. Él ya la tenía bastante dura, pero ella quería que estuviera tan rígida como fuera posible. Cuando consiguió el efecto deseado, volvió a tragarla. Esta vez lo hizo lentamente, dejando que la verga se deslizara sobre su lengua. Dedicó un poco más de tiempo a tenerla dentro de la boca, mientras se frotaba la concha. Su mente estaba saturada de los recuerdos de aquellas tardes que pasó chupándole la pija al Tano. La que tenía en la boca era la de su hijo, pero se sentía muy similar a la que había chupado en aquella playa. Ésto la asustó un poco, y sacó la verga rápidamente. Sin embargo logró disimular su incomodidad, sonrió a su hijo y continuó masturbándose como lo había estado haciendo hasta el momento.
—¿Qué más pasó? —Preguntó Julián.
—Como te imaginarás, seguimos en contacto.
—Sí, y también me imagino que alguna vez organizaron para verse en otro lado, que no fuera la playa.
—Así es. Uf… ahora empieza la mejor parte. Un día el Tano vino a casa… y me dio para que tenga. —Al decir esto aceleró un poco el ritmo de su masturbación—. Fue fabuloso, Julián… yo a tu padre lo quise mucho, pero este tipo tenía algo… además de la verga grande. Era salvaje. —Sus dedos se colaron dentro de su concha y comenzó a soltar gemidos de placer—. ¡Uf, me acuerdo de eso y me mojo toda! Perdón que te diga esto, pero… qué buenas cogidas me daba ese tipo.
—No me molesta que lo digas. Si la pasaste bien, entonces está bueno que lo recuerdes, más si te ayuda a entrar en confianza.
—Sí, ayuda mucho. Esto nunca se lo conté a nadie, ni siquiera a tu papá. Él nunca supo qué hice yo durante nuestro período de “separación”. Me pareció mejor así. No quería contarle lo mucho que disfruté cogiendo con ese tipo. —Diana guardó silencio durante unos segundos, mientras cerraba los ojos y se concentraba en su masturbación—. Él hacía algo que me gustaba mucho…
—¿Qué cosa? —Preguntó Julián, con verdadero interés, sin dejar de masajearse la verga.
—Me hacía chupársela… pero de una manera que yo nunca había experimentado. Prácticamente me obligaba a comerle la pija. Me agarraba de los pelos y me hacía tragarla entera… y yo me mojaba toda.
—Por la forma en que lo contás parece que él vino más de una vez…
—Sí, fue más de una vez… mucho más que una vez.
—Seguí contándome, que es interesante.
—Unos días después vino y me dijo «Te voy a enseñar a chupar pijas como una puta». En otra situación eso me hubiera ofendido mucho, pero viniendo de él, me calentaba. Y además fue cierto: con él aprendí a chupar pijas. Me entrenó mucho. Cada vez que venía a casa ni siquiera me decía “Hola”, sacaba la verga y me decía: «Vení, putita, empezá a chupar, que acá hay mucha pija para vos».
—¿Y a vos no te molestaba?
—¿Molestarme? Yo me volvía loca, se me hacía agua la concha... Me ponía de rodillas y se la chupaba toda… además dejaba que me acabara en la cara, o en la boca. Normalmente, después de eso, él me cogía. Me cogía mucho… pero mucho en serio… en el living, la cocina, en el baño… en la pieza, en cualquier parte de la casa. Como verás, no siempre fui la esposa ejemplar. Durante ese período de separación, tuve mi etapa de puta… muy puta; pero la pasé muy bien. Siendo aún más honesta, ese tipo me cogió tan bien… y tantas veces, que cuando me pajeo suelo pensar en él. Todavía me acuerdo de cómo me hacía poner en cuatro en el piso, me metía toda la pija en la concha, y me montaba como a una yegua en celo. —Mientras hablaba, Diana no dejaba de frotarse la concha—. Cuando analicé mejor la situación, me di cuenta de que tu papá me trataba demasiado bien, era muy respetuoso conmigo; incluso durante el sexo. Yo necesitaba sentirme una puta, al menos por un rato.
A Julián se le puso la verga como garrote al escuchar esa confesión por parte de su madre, pero no entendía muy bien por qué de pronto se le había ocurrido contarle todo eso… hasta que se le ocurrió una idea.
Diana se hacía la paja, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Julián, sin pedir permiso, la agarró de los pelos con su mano derecha y a continuación la obligó a bajar la cabeza. Ella no opuso ninguna resistencia, se dejó llevar y abrió grande la boca para recibir la pija de su hijo. Esta vez tragó un poco más de la mitad de la misma, haciendo un gran esfuerzo por no sufrir arcadas. Todo ese falo le llenaba completamente la boca y ella se vio inundada por el recuerdo de aquel amante que la forzaba a mamarle la verga. Su hijo, en cambio, la liberó después de unos segundos.
—¡A la mierda, eso fue intenso! —Exclamó ella, al mismo tiempo que reanudaba su masturbación.
—¿Te gustó?
—Sí… —dijo jadeando—. Hacelo otra vez.
Él obedeció al instante. Volvió a sujetar el cabello rubio de su madre y la forzó a tragarse la verga. En esta ocasión esperó un poco más de tiempo antes de apartar la mano y permitirle retirarse.
—¡Ay, mamita querida! —Dijo Diana—. ¡Eso me vuelve loca! ¡Me encantan las pijas grandes!
—¿Querés probar otra vez?
—No, no… me parece que eso ya sería demasiado… ahora solamente quiero pajearme.
Diana volvió a acostarse sobre la cama, con las piernas bien abiertas, y sus dedos se encargaron de brindarle placer directamente en su concha. Dejó salir algunos suaves gemidos, no sabía muy bien por qué, pero se excitaba al saber que su hijo podía escucharlos, y que además él se estaba masturbando a su lado.
De pronto Julián se puso de pie y dijo:
—Sé que querías dejar la cámara para otro momento, pero la verdad es que quiero aprovechar lo que estás haciendo ahora para sacar algunas fotos.
—Está bien… traela.
En cuanto su hijo regresó con la cámara, Diana abrió la concha usando la punta de sus dedos y permitió que él la fotografiara a gusto, luego reanudó la masturbación. Julián siguió tomando fotos, de todo el cuerpo de su madre, desde distintos ángulos. De vez en cuando detenía esta acción para poder sacudirse la verga.
A Diana se le ocurrió levantar las piernas, manteniéndolas separadas, Julián aprovechó para arrodillarse en la cama, justo delante ella, y comenzó a presionar el disparador de la cámara. Luego reanudó su masturbación. La rubia miró detenidamente la forma en que su hijo se pajeaba justo delante de ella, con la verga a pocos centímetros de su concha.
—¿Me vas a acabar como la otra vez? —Preguntó ella.
—Dijiste que no querías repetir eso.
—Sí, pero ya no me importa tanto. Hacelo.
—¿Estás segura?
—Sí… hacelo más que nada sobre la zona de la concha. Esas fotos quedaron muy bien la última vez, y creo que podríamos tener algunas parecidas.
Julián miró incrédulo a su madre, sin embargo no puso objeción alguna; por el contrario, aceleró el ritmo de su masturbación, mientras ella hacía lo mismo. Diana le miraba la pija y él miraba directamente hacia la concha lampiña de su madre.
El muchacho se calentó tanto que no pasó mucho tiempo hasta que su verga empezó a escupir grandes cantidades de semen, su madre apartó la mano a tiempo y todo ese líquido espeso y blancuzco le cubrió la vagina.
—¡Ay, Julián, me llenaste la concha de leche!
—Dijiste que no te iba a molestar…
—No, no me molesta, es sólo que me sorprende. Hace mucho que no me dejan la concha así. Dale, sacá las fotos.
Ella permitió que su hijo se tomara el tiempo necesario para capturar las imágenes y luego reanudó su masturbación, esta vez usando como lubricante el semen de su propio hijo. Podía sentir cómo esta líquido tibio y espeso se le colaba entre las rendijas de la concha y chorreaba hacia su culo. Esto la calentó aún más, por lo que pocos segundos más tarde ella ya estaba sufriendo un intenso orgasmo. Julián aprovechó para seguir sacando fotos, toda su leche había quedado mezclada con los jugos vaginales de su madre y gran parte estaba en los dedos de ella. Diana no dejó de tocarse, mientras gemía y se sacudía en la cama. Redujo la velocidad durante un instante, como si estuviera dispuesta a detenerse, pero de inmediato volvió a acelerar el ritmo y a gemir.
—¡Ay, sí… sí…! —Exclamó la rubia, mientras se colaba los dedos llenos de semen—. ¡Qué rico… me encanta!
Una vez más se sacudió entre espasmos sexuales y dejó salir un profundo gemido de placer. Luego cayó rendida, y se quedó mirando al techo, con una amplia sonrisa en los labios.
—Se ve que la pasaste bien —dijo Julián, quien ya no tomaba más fotografías.
—La pasé de maravilla, hacía tiempo que no me calentaba tanto.
—¿Creés estar lista para sacarte fotos con la verga en la boca?
—No lo sé… probaremos otro día, hoy ya quedé agotada. Fue todo muy intenso y necesito asimilarlo. Gracias por tu colaboración, realmente lo hiciste muy bien.
—Hice lo que vos me pediste que hiciera, nada más.
—Al menos ya sabemos cómo hacer que esto funcione.
—Sí, y ya tenemos más fotos, que son muy buenas, por cierto.
—Bueno, me voy a dar un baño.
—Recién te diste un baño.
—Sí, pero ésto amerita otro. Estoy toda pegajosa… como si alguien me hubiera acabado en la concha. Además, con tanta paja, transpiré bastante.
—Yo también debería darme un baño —aseguró Julián—. ¿Te molesta si nos bañamos juntos?
—Em… no me molesta… pero mejor otro día. No te lo tomes a mal, pero ahora preferiría mantenerme lejos de tu pija. Por más que sea tuya, no deja de ser una tentación… y con esto de estar metiéndomela en la boca, como que le estoy perdiendo un poquito el miedo. —Julián la miró en silencio, sin saber qué responder—. Hey, que soy tu madre… no pienses que voy a hacerte un pete o algo así… pero tal vez sí me darían ganas de “practicar” para las fotos, y considero que por hoy ya hubo práctica más que suficiente. Está bien que nos estemos tomando ciertas libertades, en beneficio de nuestro trabajo… pero tenemos que hacerlo con moderación.
—Claro, entiendo.
—Me alegra saber que entendiste. Te prometo que mañana vamos a intentar otra vez con las fotos.
Esta vez la ducha le sirvió a Diana para bajar la temperatura, aunque primero tuvo que masturbarse durante un rato. Cuando se sintió satisfecha salió del baño y se puso la ropa más casual y menos erótica que encontró. Le gustaba la confianza que estaba desarrollando con su hijo, pero no quería abusar de ella. No tenía idea de si algún día las cosas volverían a la normalidad entre ellos, pero tampoco podía ponerse a pensar mucho en ese asunto. De momento tenía que aceptar las cosas tal y como eran, porque así necesitaban que fueran.
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