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Una parte de ti

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UNA PARTE DE TI

Me acercaba a los cuarenta con una vida espectacular, mi rica esposa, una prestigiosa neuróloga, mi hijo mayor en sus estudios secundarios, el del medio, recién terminando la primaria, y mi angelito, mi niña, la pequeña que recién dejaba de tomar la mamadera. Vivimos en una pintoresca casa en las colinas de la ciudad, tenemos dos coches y solemos vacacionar en Europa. Tengo el empleo soñado, un estudio de abogacía con mis socios, Enrique y Marcelo, que además de socios, somos amigos de los días de estudios facultativos.
Y con ellos, compartimos más que el trabajo, reuniones familiares, a pesar de que Marcelo es divorciado, o jornadas de tenis, o golf, nuestros pasatiempos favoritos.
Vivimos bien, somos una clase privilegiada en una sociedad pobre, y todo mi mundo era perfecto, sin fisuras, sin problemas, hasta que algo se clava como una espina y parece ponerlo todo de cabezas.

Habíamos cerrado filas con una importante empresa tabacalera, un contrato por cuatro años con la posibilidad de renovar a futuro, ganamos una licitación y significaba un gran empuje y un gran espaldarazo para nuestro estudio de abogacía.
Marcelo insistió en festejar e hizo una reserva para tres en uno de los más lujosos hoteles de la ciudad, en cuyo comedor pueden degustarse los platos más sofisticados y exóticos que puedan imaginar.
Y ahí fuimos los socios, ellos estaban perfectamente vestidos, muy clásicos, traje, camisa, corbata, sin embargo, yo había optado por algo más informal, pantalón y saco sport en tono azulino grisáceo y una remera negra ajustada, al mismo tono de mis zapatos.

Todo parecía ser una noche más, de copas, festejos y recuerdos entre amigos y socios, como tantas veces lo habíamos hecho. A medianoche ingresó una jovencita que llamó nuestra atención, demasiado bonita, con un rostro de modelo, rubia, con los cabellos prolijamente recortados a la altura de sus hombros, lucía un vestido bastante ajustado dejando marcar unos generosos pechos y un trasero llamativo, en un tono dorado, muy corto, dejando a la vista unos muslos sencillamente perfectos, tenía botas largas, que incluso pasaban la altura de sus rodillas, pasó por nuestro lado meneando las caderas dejando impregnado en el ambiente su dulce perfume y fue derecho a la barra, dejó su cartera de mano sobre la misma y se sentó sobre uno de los tantos taburetes en una forma muy sexual, pidió un trago y se dedicó a ver sin disimulo el entorno.

A todo esto, Marcelo, Enrique y yo empezamos a sacar evidentes conclusiones, una chica tan joven, sola, hermosa, vestida como estaba vestida a medianoche en un lugar tan lujoso solo podía ser una putita vip cazando fortunas, la mirábamos, reíamos y hacíamos juegos de palabras, típicas de hombres. La rubia no tardaría en posar sus verdes ojos en nuestra mesa y regalarnos una sonrisa, y lo que fue peor, es que ella no nos miraba a los tres indistintamente, ella me miraba a mí, en forma demasiado insistente y nuestros cruces visuales se tornaron peligrosos. Mis socios bromeaban al respecto y me animaban en un juego que no sucedería, o sí?
Ahora era yo quien la miraba fijamente, mientras ella jugaba con una cereza de su trajo entre sus labios, de una forma en la que deja en evidencia cuan estúpido puede ser un hombre ante una tonta provocación de una mujer.

Me levanté, le dije a los muchachos que necesitaba ir al baño, pasé por su lado sin dejar de observarla y sentí nuevamente su exquisito perfume, y solo seguí mi camino.
Oriné en uno de los mingitorios, con mis ojos cerrados para ver en mi mente la perfección de ese ángel que me desvelaba, sentí abrirse la puerta del baño y no pude creer que fuera ella quien entraba, me puse nervioso, y creí mojar mi pantalón en lo imprevisto de la situación, ella se rio y me dijo

No puedo dejar de observarte, me llamo Zoé y vos?
Ni... Ni... Nicanor - dije como un principiante, con voz entrecortada y con la incómoda situación de notar que la joven, no buscaba ver mis ojos, sino en una forma muy perra intentaba llegar a mi sexo, mordiéndose el labio inferior.


Una parte de ti


No sé cómo sucedió, pero en unos instantes me encontré recostado sobre una de las paredes del baño, mis pantalones habían caído y Zoé estaba de rodillas entre mis piernas, me estaba chupando la verga en una forma muy rica, a veces me hacía penetraciones muy profundas, sintiendo mi glande acariciar su garganta, a veces apenas los rozaba con su lengua, o lo besaba con sus labios, muy excitante, mientras yo me llenaba observando la perfección de su rostro, su naricita respingada y sus llamativas pecas.
Me sentí venir, me puse tenso y ella lo notó, apoyó la lengua por debajo de mi verga y abrió bien grande sus boca, podía ver hasta su campanilla, sus enormes ojos verdes me quemaban con su fija mirada, me masturbó lentamente con sus manos esperando el final, y no pude, mas, confieso que me encantó ver como su boca se llenaba con mis chorros de semen, mi melaza pegajosa fue bañando sus perlados dientes, sus encías, su lengua, su garganta y la vi tragar todo con sumo placer hasta no dejar una gota.

Se paró mientras yo extenuado trataba de recuperar mi respiración, casi en un susurro me dijo al oído

Te gustó? dale, pagá una habitación y vamos a coger, estoy recaliente, quiero ser tu puta esta noche

Aun no podía creerlo, solo atiné a preguntar

Cuantos años tienes?

En un par de meses cumpliré veinte, por?

No respondí nada, solo pensé que apenas era unos años mayor a mi hijo, miré la hora, aún era temprano, aún tenía tiempo, nunca había sido infiel pero no podía dejar pasar esta oportunidad
Salimos del baño, le pedí unos minutos para hablar con mis socios, me acerqué a ellos y le dije que sucedía, ellos cubrirían mis espaldas, Marcelo, me tomó por el antebrazo, me miró a los ojos y me dio un consejo de amigo

Nicanor, ten cuidado, así empecé yo, una calentura de momento y me quedé solo, sin nada

Le hice un guiño de ojos, yo no correría la misma suerte, tenía todo bajo control y Zoé sería una aventura de una noche.

Subimos en ascensor, había pagado una de las habitaciones más caras y en minutos estábamos en ella, abrí un champagne del frigobar y compartimos unas copas antes de morir entre las sábanas.
Nos revolcamos, sus besos sabían a prohibida tentación, mis manos recorrieron con éxtasis sus curvas endemoniadas, me perdí lamiendo sus turgentes senos, mordisqueando con placer sus pezones, llevando mi mano por la suave piel depilada de sus entrepiernas para perder mis deseos en su mar profundo, para saborear sus jugos.
Bajé más y un poco más, quería devolverle parte de todo lo que me había regalado en el baño, su placer había bañado sus labios, su esfínter, la puta estaba toda mojada y eso me calentó, se la chupé con ganas y sus gemidos de gata en celo llenaron la habitación.

Cogeme! cogeme puto que estoy recaliente! llename con esa verga hermosa que tenes!

Zoé sabía usar sus palabras y lo hacía de una manera tan puta y soez que haría hervir la sangre al mismo demonio
Fui entre sus piernas y empecé a cogerla, mi pene deslizaba muy rico en su interior, puse mi mano derecha sobre uno de sus pechos, mi boca se perdió en su cuello y mis oídos recibían esos gemidos perversos, llevé mi mano izquierda a su esfínter para acariciarlo con la yema de mi dedo mayor, pero estaba tan mojado que junto a mi dedo índice se perdieron en lo profundo con suma facilidad.
Eso me excitó demasiado, me movía en su interior, ella acariciaba mi espalda y como respuesta a lo que yo hacía fue a intentar devolverme la gentileza, me mordisqueó la oreja y trató de meter una falange en mi culo, pero sus afiladas uñas a punto estuvieron de lastimarme, protesté por su actitud, pero ella solo comenzó a reírse.

Giramos, empezó a cabalgarme, era su turno, sus caderas se contorneaban como poseída y alternaba entre penetraciones profundas y otras en las que apenas sentía mi glande en la puerta de su vagina, era perversa, me encantaba.
Mis manos se llenaban con sus nalgas de ensueño, mi boca iba a sus hermosas y compactas tetas que estaban macizas en su cuerpo, y mis ojos se llenaban con su carita de muñeca y sus facciones de placer.

La puse en cuatro, apreté su rostro contra las sábanas y le di una fuerte nalgada, el chasquido quedó sordo en el aire y no pude contener la tentación al notar su culito deseoso todo abierto, apoyé mi verga en él y se la metí con asombrosa facilidad, eso me encantó, y más cuando ella ensayó un reclamo poco convincente

Pero bebé... vas muy rápido... recién nos estamos conociendo...

La tomé por la cintura y se la di por el culo, ella me envolvía en gemidos, entregada, balanceando su cuerpo para lograr las penetraciones más profundas, pasé las piernas a su lado y se la metí desde arriba, llegando con mis besos casi a su nuca, fuerte, más fuerte, mas, el espejo de fondo me devolvía una imagen pornográfica, mi trasero, el suyo, mi verga entrando una y otra vez en su él, su mano masajeando frenéticamente el clítoris, sus labios depilados empapados en jugos.

No pude más, me incorporé y terminé masturbándome sobre su espalda, pero mi leche caliente saltó como nunca para ir más lejos, incluso sobre sus cabellos, hasta pegar en la pared que daba de cabecera a la cama.

Me desentendí con rapidez, tomé el celular que estaba sobre una de las mesas contiguas a la cama, era tarde, no sería el mejor de los finales, pero yo era un hombre casado y no debía abusar de la confianza de mi mujer, mientras nos cambiábamos ella me hizo una mueca amarga con los labios y me dijo que entendía la situación, no era la primera vez.
Tontamente tomé dinero de mi billetera y se lo ofrecí, quería compensarla, pero solo arruiné el momento.
La llevé hasta su casa, le dije de volver a vernos, pero Zoé me dijo que no era posible, yo era un tipo casado y con una noche sería suficiente, 'soy demasiado joven para enamorarme', dijo antes de bajar del coche.

Y ese hubiera sido el final perfecto para cerrar historia, había ligado una hermosa niña de casi veinte añitos, una fiera en la cama, solo una noche, solo una vez, un pequeño secreto que no lastimaría a mi mujer, ni tendría que ver con mi familia, apenas los detalles del caso para mis socios que fueron cómplices de mis actos.

Pero Zoé había calado profundo, demasiado, era dinamita en la cama, veneno en la piel, hechizo en la mente.
Necesité volver a verla, a saber, de ella, esta vez fui yo el que quiso llevarla a la cama y me enloquecí poco a poco, volví a cenar al restaurante del hotel, una vez, y otra más, pero ella jamás volvió.

Volví a su casa, solo pasé por el frente, sin animarme a más, un día y otro, hasta que al fin el destino nos cruzó, ella volvía de compras con un par de bolsas de mercado, estaba normal, con un jean gastado y una camisa celeste, pero a pesar de todo, lucía hermosa.
La intercepté y me ofrecí a ayudarla, quería hablar una vez más, y comprobé que para ella solo era parte de su pasado.
Me cegué y no quise ver la realidad, una y otra vez me dijo que lo dejáramos ahí y una y otra vez me negué a aceptarlo.
Gasté una fortuna y le compré un collar con un dije con un pequeño diamante rojo como el fuego, y solo con eso logré llevarla a la cama nuevamente, pero esta vez, la noté fría y distante, Zoé solo lo estaba haciendo por lástima, por ser condescendiente con el presente que la había hecho.

Me di cuenta de que cada vez que le hacía el amor a mi mujer estaba pensando en esa jovencita, cuando mis hijos me hablaban yo no les prestaba atención, porque Zoé estaba en mis pensamientos, hasta en mis temas laborales me mostré confundido y dubitativo.
Mi amigo Marcelo volvió a decirme que lo dejara, o más tarde o más temprano terminaría como él
Y las cosas con ella jamás volvieron a acomodarse, me había enamorado como un tonto y en ese momento hubiera dejado todo por ella.

Pero necesitaría un baño de realidad para asumir con dolor ciertas cosas, yo me había cegado con esa joven de piernas esculturales, pero me negaba a aceptar que solo tenía una parte de ella.
Noche de cena y negocio, en nuestro ambiente, es muy común cerrar tratos en una de esa manera, como decimos, es ponerle la frutilla al postre.
Y esa noche, teníamos un trato por cerrar, Marcelo, Enrique, yo y las autoridades de una multinacional de medios, era el paso esperado para jugar en las grandes ligas.
Lamentablemente, mi cabeza estaba en otro sitio, me excusé con mis socios, Enrique se molestó conmigo, Marcelo me entendió un poco mejor, necesitaba que cubrieran mis espaldas con mi mujer por si algo pasara.

Había comprado más joyas, era la única forma que se me ocurría para conquistar a Zoé. Asistí a la reunión en forma protocolar, solo para cumplir porque mis pensamientos estaban en otro lado, todos hablaban mientras yo vivía pendiente de mi reloj, cerca de las once de la noche, me excusé por un supuesto tema familiar y dejé a Marcelo y Enrique con los temas de negocios.
Una persistente llovizna se había desatado en una noche de humedad, de esas tormentas de primavera que no hacen daño pero que sin dudas molestan, subí al coche y partí hacia la casa de Zoé mirando de reojo el fino envoltorio de las joyas que descansaban en el asiento del acompañante.
En el camino, la inofensiva llovizna se transformó en una copiosa lluvia, dificultando mi conducción.

Llegué, aparqué el coche cerca de su casa, sería toda una gran sorpresa, pero sería yo el sorprendido...
Las cortinas del comedor diario estaban corridas, las gotas del temporal golpeaban con fuerza los vidrios queriendo entrar para morir en el intento, la situación me llamó la atención y no pude evitar actuar de fisgón, sobre la mesa descansaban tres platos sucios y una bandeja con restos de comida y una botella de vino tinto a medio consumir esperaba pacientemente por su destino.

Tuve que estirarme un poco más para llegar más lejos con la mirada, sobre un sillón posterior estaba Zoé, semidesnuda, se veía de esa forma tan erótica que tiene una mujer cuando sus prendas están a medio camino entre lo justo y lo prohibido, a cada lado la escoltaba un caballero y ella se perdía degustando una mamada doble, a izquierda y a derecha, a uno, al otro.
Me quedé como paralizado en ese momento y me sentí un estúpido, tan estúpido...
Ellos estaban tan metidos en su mundo que jamás pudieron notar mi presencia, mis retinas se llenaron con la figura de esa joven mujer engolosinada chupando esas dos vergas y guardaría esa imagen por siempre, porque sería lo último que sabría de ella, puesto que minutos más tarde, se levantó y se encaminó junto a sus machos a la planta alta, la luz se apagó y la historia se terminó.

Ahí estaba, solo, en silencio, en la oscuridad, mojado de pies a cabeza como un tonto, con mis ilusiones hechas añicos.
En el bolsillo de mi saco aun descansaba la hermosa caja con las joyas, medité unos segundos y descubrí que seguramente lucirían muy bien en las manos de mi esposa, la única mujer que realmente merecía mi atención


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