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Capítulo 5.
El Suplicio de Mayra.
Mi hermano no se apartó ni un milímetro, seguía con su verga incrustada en lo más hondo de mi concha. Pude sentir cómo me llenaba con su tibio semen.
—No te preocupes Nadia, tengo guardada algunas pastillas “del día después”. — Mi mamá intentó tranquilizarme.
—¿Y eso es efectivo? —Pregunté.
El tiempo del desafío aún no había terminado. No sabía si apartar a Erik de una patada o quedarme quieta y esperar a que finalizaran los diez minutos más largos de mi vida. Temía que me hicieran repetir todo desde el principio.
—Sí, son muy confiables. Quedate tranquila.
—¿Y vos por qué tenés de esas pastillas? —Pregunté. Creí que ella se cuidaba con anticonceptivos diarios.
—Porque tengo dos hijas mujeres. Tengo que estar preparada para todo.
—Buena respuesta, —dije—. ¿Cuánto tiempo falta?
—Unos tres minutos —me respondió mi tío Alberto.
¿Tres minutos? Me parecía una eternidad. Tal vez la verga de mi hermano redujera su tamaño luego de tan tremenda eyaculación; pero los segundos pasaron y su miembro se mantuvo igual de firme. Lo peor era lo mucho que eso me calentaba, aunque odiara admitirlo. Comencé a mover mi cadera muy lentamente, para que nadie lo notara, eso provocó un sutil vaivén del pene. Mantuve los dientes apretados y resoplé por la nariz, como una yegua, odiándome a mí misma.
Me invadió una extraña amalgama de ira y placer. Me molestaba que fuera Erik quien me pusiera tan cachonda; pero no podía luchar contra mis instintos sexuales. Quiera admitirlo o no, él tiene una muy buena verga. Erik acompañó mi rítmico y disimulado movimiento. A pesar de que era muy difícil que los demás lo notaran, era suficiente para poder sentirlo muy bien. Volví a cerrar los ojos y sentí algo tibio chorreando hasta mi culo. No sabía si se trataba de mis propios jugos o si era semen, pero se sintió muy rico.
—¿Te gusta? —me preguntó al oído, en un susurro casi inaudible.
—Sí —contesté automáticamente como si fuera un simple gemido.
El pitido del cronómetro me devolvió a la realidad. En cuanto mi hermano me sacó la verga, pude ver que mi vagina estaba muy abierta, nunca la había visto así. Había disfrutado la experiencia, pero debía mantener mi orgullo intacto. Me paré y sentí el semen fluyendo hacia afuera. Apenas vi algo blanco asomándose pasé los dedos de mi mano izquierda y quité el lechoso líquido.
—¡Mirá cómo me dejó! —Me quejé, mostrándole la mano a mi mamá, ella se limitó a sonreír; froté los dedos contra mi pierna para limpiarlos.
El semen bajando por mis entrañas, chorreando hacia afuera, me produjo un cosquilleo que me resultó muy placentero; nunca me habían metido tanta leche en la concha. Aún no quería sentarme, porque llenaría la silla de semen. Aparentando disgusto, manoteé mi vaso y rodeé la mesa, pasando por atrás de mis hermanos, hasta llegar a la pequeña mesita donde estaban las bebidas. Miré hacia abajo y pude ver una considerable cantidad de espeso semen, colgando entre mis labios vaginales; pero no me molesté en limpiarlo. Permanecí parada, junto a la mesita con botellas, y empecé a prepararme un trago, sin ningún apuro. Mantuve las piernas un poco separadas y la cola bien parada. Todos conversaban sobre las reglas de póker, algo que a mí me interesaba muy poco en ese momento. La única que guardaba silencio era Mayra, que estaba sentada justo detrás de mí. La miré de reojo y noté sus ojos clavados en mi concha. Le estaba dando un buen espectáculo mostrándole como una gran cantidad de blanco semen goteaba de mi agujerito, cayendo al piso o bajando entre mis piernas. Pujé suavemente con mi vagina, para que saliera todo. Me atacó una sensación increíble que, sumada a la excitación y la borrachera, me estaba haciendo perder el juicio. De pronto me encontré imaginando a mi hermano tirándome sobre una cama, para enterrarme su verga hasta el fondo y sacudirme con todas sus fuerzas. No podía creer que hubiera llegado al punto de incluir a Erik en una de mis fantasías eróticas.
Cuando regresé a mi silla me senté sobre mis propios flujos y los restos de semen que aún salían de mi cuevita. Tuve que reconocer que esto no me molestó, y que mi intención al quedarme parada era poder seguir disfrutando de la leche chorreando fuera de mi concha.
Escuché a mi tío hacer un comentario sobre los beneficios de la juventud, aparentemente se refería a que mi hermano ya la tenía bien dura otra vez. La miré y media sonrisa se me dibujó en la cara, esa verga había pasado por mí, y si los cálculos no me fallaban, la mía sería la primer concha que él había probado. Erik podía ser un bravucón y se creía mejor que los demás, pero era pésimo tratando con mujeres; además su apariencia física no lo ayuda. No es feo, sin embargo sus facciones toscas y esas cejas espesas aumentan la ilusión de “Hombre bruto de las cavernas”. Y como buen cavernícola, tiene un gran garrote… entre las piernas.
Volvimos a jugar. Esta vez me esforcé por ganar, quería ser yo quien eligiera el próximo desafío. Las cartas me ayudaron bastante, si bien un póker de cincos no me pareció gran cosa, era el mejor juego de la mesa. Mi hermanita rezongó porque perdió. Hubiera preferido que las peores cartas fueran de mi madre, para poder vengarme de ella. Eso no pasó y Mayra terminó con un juego muy pobre: apenas un par de tres. Como no tenía nada en contra de ella, y la vi tan asustada, decidí ser suave.
—Tocásela a mamá —dije, con piedad. Un simple toqueteo parecía poca cosa a estas alturas.
Me miró sorprendida, con los labios apretados en una fina línea. Tal vez ella ya había llegado a su límite con estos jueguitos eróticos. Con dieciocho años es la menor de la familia, y la que menos experiencia sexual tiene. Quería decirle que no se viera obligada a hacer nada, que podía abandonar el juego, porque al fin y al cabo era solo eso, un juego. Pero ella no me dio tiempo.
Se puso de pie y caminó hasta posicionarse a la derecha de Viki, quien abrió las piernas para su hija y le sonrió maternalmente. La pequeña bajó la mano lentamente y el cronómetro inició la cuenta regresiva justo cuando Mayra comenzó a tocar esa vulva carnosa y velluda. La expresión en el rostro de mi madre no se alteró en lo más mínimo, los pequeños dedos de Mayra se introdujeron con gran facilidad en esa abierta concha. Comenzó con dos y los movió lentamente, como si la estuviera masturbando. En ese momento pensé con qué frecuencia se masturbaría mi hermana. En eso sí tenía experiencia y ya la había visto hacerlo varias veces. Mayra podrá parecer una santita, pero es tremenda pajera. Sin duda se toquetea más de lo que yo llegué a ver. Tal vez se haya hecho muchas pajas mientras yo no estoy en la habitación.
A continuación introdujo un tercer dedo y aceleró los movimientos, la estaba penetrando con enorme facilidad.
Su madre la miraba con una sonrisa tierna. Los tres dedos de Mayra entraban y salían cada vez más rápido; desde mi posición podía ver también su cola y la parte posterior de su vagina, ésta chorreaba flujos sobre la cara interna de sus muslos. Avergonzada o no, la nena estaba caliente. Al centrarme nuevamente en la acción me percaté de que Viki tenía los ojos cerrados y daba toda la sensación de estar disfrutando a pleno de la masturbación a la que la sometía su hija menor.
El tiempo se estaba terminando mi hermanita inició una frenética frotada al clítoris materno. Sus dedos se sacudieron a gran velocidad y noté que mi madre respiraba agitadamente mientras gotitas de flujo vaginal salpicaban la silla. Al parecer la estaba llevando a un orgasmo, pero ese maldito cronómetro dio fin a todo juego.
La jovencita regresó a su silla mientras se repartían cartas, como si nada hubiera ocurrido. A mi madre le llevó unos segundos reponerse, me dio la impresión de que miraba el cronómetro con cierto odio.
En la siguiente ronda de cartas la derrota de mi tío Alberto fue apabullante, recibió una de las peores combinaciones de cartas de la noche y Erik se puso muy contento al alzarse victorioso con un buen full. Me alegró que mi tío hubiera perdido, ya que me daba la impresión de que lo estábamos dejando un poco fuera del juego. Al menos ahora sería el centro de atención por un rato.
—Quiero que bailes muy apretadito con mi mamá.
Pensé que mi hermano estaba siendo poco creativo, eso del baile ya se había hecho dos veces, aunque no entre mi tío y madre. Supuse que se quejarían por su idea (mejor dicho, la falta de una), pero Alberto, con una amplia sonrisa, demostró que estaba dispuesto a hacerlo.
Mientras la pareja de bailarines se acomodaba en la improvisada pista, me di cuenta de que esta vez me tocaría ver todo de frente y sabía que ésta no era la mejor posición para mirar este tipo de bailes. De inmediato tomé mi vaso con vino algo caliente y fui hasta la cocina con la excusa de buscar hielo.
Escuché a mi tío pedir algo “movidito” para el baile. Regresé justo cuando la música comenzó a sonar y para no interrumpir me senté en una silla de la otra mesa de la sala, la que usábamos para cenar. Sabía justo cómo debía ubicarme para no perderme lo más interesante, si es que algo así ocurría. Vi el gran culo de mi madre temblar un poco cuando el baile comenzó y supe que tenía mejor locación para el espectáculo.
La música era algo vieja, como de los años 80’. Sé que mis padres y mi tío son grandes admiradores de la música de esa época. El bailarín no se limitó a frotarse por detrás, ocasionalmente hacía girar a la dama dejándola a veces de espalda a él, y otras veces de frente. Al principio todo parecía un baile normal, sin contar el hecho de que estaban completamente desnudos y que había un gran par de tetas que se sacudía para todos lados; y él contaba con una potente erección.
Las habilidosas manos de Alberto lograron inclinar a Viki hacia delante, siguiendo el ritmo de la música. Ella quedó con la cola abierta apuntando al mástil erecto, nuevamente mi tío se valió de toda su sutileza para acomodar la verga con un simple toquecito y ésta se apretó contra la zona que mi hermana había estimulado. Todo ocurrió muy rápido. Con un leve empujón el glande consiguió introducirse en la vagina, pude verlo perfectamente; pero estuvo allí sólo unos segundos. El baile continuó y las pesadas manos de ese hombre maduro encontraron los tiernos pechos de su hermana menor. En ese momento noté que el pene se frotaba contra la húmeda vagina y me pareció ver que era ella quien presionaba un poco hacia atrás. Su experimentada vulva se abrió dejando entrar la verga hasta la mitad. Abrí mucho mis ojos por la sorpresa, de verdad estaba recibiendo dentro el pene de su hermano, aunque eso no era nada luego de lo que Erik me había hecho. Me dieron unas ganas locas de masturbarme; aunque me daba vergüenza que los demás me vieran. Hice un gran esfuerzo para poder contenerme.
La pareja bailó apretada, el falo entraba y salía despacio, al ritmo de la música, era casi como si estuvieran cogiendo; pero en poco tiempo el pene salió.
Luego de un giro de 360° de mi madre, mi tío logró encajarse otra vez contra la rajita. La penetración fue rápida pero profunda, pensé que la dejaría adentro pero obligó a mi madre dar media vuelta quedando los dos de frente. Se fueron agachando juntos meneando las caderas, ella tenía las piernas bastante separadas y bajaba peligrosamente hacia el viril tronco que volvió a clavársele en toda la concha.
Era imposible que los demás no vieran esto. Me quería tocar, no aguantaba más, si mi hermana lo estaba haciendo yo también lo haría. La miré rápidamente pero la muy desgraciada estaba con las piernas cerradas y aferrada a su vaso. Noté un poco de tristeza o consternación en su mirada. Tal vez pensaba en retirarse del juego, no la culparía para nada si lo hiciera, porque a pesar de mi estado de excitación, yo no podía dejar de repetirme que éramos familia y que no deberíamos estar haciendo estas cosas.
Con mucho esfuerzo logré resistir la tentación de pajearme, hasta que el baile terminó. La pareja regresó a sus lugares y tuve que hacer lo mismo, aplaudiendo mientras caminaba. Al principio eso del baile me pareció una sonsera comparada con el resto de las cosas, pero ahora pensaba muy diferente. Mi tío y mi madre habían aprovechado cada oportunidad que tuvieron para lograr una penetración. Mi papá sonreía divertido, no parecía molestarle que su propio cuñado se hubiera propasado con su esposa.
Fue Pepe quien se alzó victorioso en la siguiente partida y la pobre Mayra quedó en último lugar, otra vez. Tomó un largo trago de vino con gaseosa, sus mejillas estaban sonrosadas y se la veía un tanto nerviosa, al parecer mi padre también lo notó porque se apiadó de ella al imponerle un desafío.
—¿Por qué no nos mostrás cómo te masturbás?
El primer día de juego tal vez esto hubiera sido demasiado para la pobre Mayra; pero a estas alturas debía admitir que era lo más suave que podían exigirle. Sin embargo la noté un tanto molesta, seguramente no le gustaría estar mostrando algo tan personal que hacía en su intimidad. Entre nosotras existía un trato que nos permitía pajearnos una frente a la otra, sin necesidad de pedir permiso. Pero eso no quería decir que Mayra estuviera dispuesta a hacer lo mismo frente a todos los miembros de su familia.
Si me hubieran dado ese desafío, lo hecho con mucho gusto, estaba tremendamente excitada. Tuve unas ganas locas de decirle: “Mayra, yo te acompaño, lo hacemos juntas”.
Ella subió los pies al travesaño de la silla con poco entusiasmo. Sus piernas quedaron separadas mostrándonos una vez más esa preciosa rajita, debía admitir que era la más bonita de las tres… y sin dudas, la menos usada.
Llevó dos dedos a su clítoris y comenzó a moverlos lentamente, mientras mi madre ponía el cronómetro en marcha. Aproveché la ocasión para mirar los tres penes erectos a mi alrededor, me mordí los labios pensando en si algún desafío me obligaría a meterme alguno de esos otra vez. De a poco el ritmo de masturbación de Mayra se fue incrementando, cerró los ojos y se relajó un poco, se me hizo un nudo en la boca del estómago al pensar en todas las veces que esa dulce niña se había tocado de esa forma y recordé las veces que lo hizo estando yo en la cama contigua… jugando con mi propia concha. Me gustaba mucho tener esa clase de confianza con mi hermana. Además hubo un par de ocasiones en las que yo empecé a pajearme solo porque ella lo hizo antes… y me entraron ganitas.
Se llevó los dedos a la boca y lamió sus propios jugos, luego regresó a su sexo y lo castigó metiendo dos dedos en ese diminuto agujero, su respiración se agitó más y más. Noté que mi hermano Erik se estaba tocando la verga, mientras clavaba los ojos en la concha de Mayra. No puedo culparlo, a mí también me daban ganas de hacer lo mismo, es más, tenía unas ganas locas de estirar la mano hacia mi derecha y agarrar la verga de Erik.
Miré a mi alrededor y me aseguré de que todos estaban concentrados en la pequeña así que hice eso que tanto deseaba. Con un rápido movimiento aferré la dura verga de mi hermano y comencé a masturbarlo lentamente. Sé que él me miró, completamente sorprendido, pude notarlo con mi visión periférica. Sin embargo no volteé la cabeza, seguí con la vista fija en la vagina de mi hermana, disfrutando de la calidez de ese pene erecto entre mis dedos. El alcohol me estaba quitando la cordura, ya estaba imaginando que un día de estos me agacharía frente a Erik y le chuparía la verga. Sí, me la tragaría toda tal y como había hecho con la de mi padre, le haría el pete de su vida y dejaría que me bañe la cara con su espeso y tibio semen.
Aunque en mi cerebro todavía quedaba una débil vocecita que me decía: “Nadia, es tu hermano. No te olvides de todas las peleas que tuviste con él. ¿Qué concepto va a tener de vos si le chupás la pija?”
Impulsada por estas explícitas imágenes en mi cabeza, aceleré los movimientos de mi mano derecha y con un dedo de la mano izquierda comencé a frotar mi clítoris, mientras Mayra hacía lo mismo con el suyo. El pitido del cronómetro llegó mucho antes de lo que yo imaginaba y me apresuré a soltar el pene antes de que alguien se percatara de lo ocurrido. Mi madre me miró con una sonrisa cómplice, supe que ella había visto todo, igual intenté disimular, tomando un trago de vino puro.
Mayra estaba más roja que nunca y su respiración tardó varios segundos en normalizarse. La chica nos había dado una buena lección de masturbación femenina, pero eso ya era el pasado. Nadie hizo comentario alguno sobre sus habilidades innatas para la autosatisfacción.
Repartieron las cartas una vez más, como si estuviéramos en un casino.
A pesar de que me esforcé por obtener la victoria, no la conseguí. Erik, con mucha sorna, nos hizo saber que él había ganado otra vez. Por suerte mis cartas no eran las peores, esas eran las de mi madre.
Supuse que mi hermano daría otra demostración de su falta de creatividad, pidiendo que Victoria baile… no sé, ¿con mi papá? Sin embargo él tuvo un pequeño atisbo de originalidad y dijo:
—Tenés que meterte algo por el culo. No sé qué, pero tiene que ser grande.
—¡Ay hija! Pobre de mí cola. —Se quejó ella—. ¿A vos quién te dijo que yo hago esas cosas? ¿Pensás que soy como Nadia, y ando metiéndome desodorantes por el orto?
Todos se rieron, incluso yo. Estaba algo borracha y recordar cómo Mayra me metió el desodorante en el culo frente a toda mi familia, me dio mucho morbo.
—Yo creí que vos también lo hacías por la cola —dijo Erki.
—¿Y por qué pensás eso?
—Y… con semejante culo… no creo que papá se haya aguantado las ganas tantos años —mi papá comenzó a reírse.
—Ni un día me aguanté, por suerte ella entregó. —Mi mamá le dio un golpecito en la mano con un exagerado gesto de asombro.
—Tampoco es tan así —se quejó—, esa primera vez yo quería hacer todo para conquistar a tu padre, no es algo que hayamos hecho muchas veces.
—De hecho hace años que lo hicimos por última vez. —Mi padre se veía triste y parecía añorar los buenos momentos metiéndola en el culo de mi madre.
—Bueno, está bien, lo voy a hacer —me sorprendió que no se negara, pero me había obligado a ser penetrada por mi hermano, no tenía argumentos que la respaldaran.
Mi mamá se puso a pensar durante unos segundos, como si fuera una alumna intentando responder una importante pregunta en un examen. De pronto se puso de pie y fue hasta su dormitorio. Todos nos miramos confundidos, no sabíamos qué pasaba por su mente. Ella regresó apenas unos segundos más tarde, con un extraño cono negro en las manos.
—Esto es una estaca anal —nos explicó—. La compré hace unos años, para ponerle un poquito de condimento a mi relación con Pepe. La usé un par de veces y desde entonces la tengo prácticamente abandonada. Hace rato que no la uso, pero creo que va a servir para el desafío.
La punta de ese cono no parecía muy intimidante, sin embargo se ensanchaba en un ángulo muy pronunciado. La parte más ancha era del diámetro de la pija de mi papá, aproximadamente. Supuse que Viki la compró para acostumbrar su culo a ese tremenda poronga, aunque al parecer no tuvo mucho éxito.
Victoria se colocó en cuatro sobre una silla, tal y como había hecho yo cuando mi hermana me metió el desodorante. Mi madre señaló el lubricante, que estaba sobre la mesa, y me dijo:
—Vení, Nadia, ayudame… vos tenés experiencia en esto de meterte cosas por el culo.
Todos se rieron, menos yo. No me ofendí, aunque sí me avergoncé un poco. Estaba excitada y un tanto ebria, pero aún conservaba un poquito de amor propio.
Me coloqué detrás de Viki y le alcancé el lubricante, ella se abrió las nalgas y nos mostró toda su concha, bien húmeda y peluda, y el agujero de su culo. Al parecer esto no le molestaba, tenía una sonrisa en los labios. Se lubricó la cola y me pasó la estaca anal.
—Lo vas a tener que hacer vos, porque sola no me voy a animar.
Entendí que debía penetrar a mi mamá por el orto, con un gran cono plástico. Esta situación debería generarme mucha incomodidad, sin embargo el efecto fue positivo. Se me mojó la concha… bueno, es una forma de decir; porque ya la tenía toda mojada.
Ella había sido un poquito cruel conmigo cuando hizo que Erik me metiera la pija. Era mi momento de cobrar venganza:
—Victoria Evanson, preparate. Esto te va a doler más a vos que a mí.
Apoyé la punta del cono en la entrada de su culo y empecé a presionar con suavidad, pero de forma constante. Su anillo anal se fue dilatando de a poco, cuando escuché el primer quejido, me detuve y retrocedí. Sabía cómo meter cosas en un culo sin lastimarlo, lo importante era no forzar las cosas, sino repetir penetraciones leves. Fui hacia adelante una vez más, retrocedí y presioné. Mantuve esa mecánica durante algunos segundos.
—Si te pajeás —dije—, va a entrar más fácil.
—¿Por qué?
—Porque vas a estar caliente… vas a querer que entre, te vas a relajar.
—Tiene sentido.
Su mano derecha se posicionó entre sus piernas, justo debajo de su peluda concha. Empezó a jugar con su prominente clítoris mientras yo continuaba presionando la entrada de su culo. Pasados unos segundos, mi madre dijo:
—Esto no está tan mal.
Noté que se estaba pajeando más rápido. Me dio mucho morbo, la situación era sumamente extraña. Casi como si mi madre y yo estuviéramos en medio de un acto sexual. Y en realidad eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Ella meneó su culo lentamente, como indicándome que estaba lista para más. Presioné con más fuerza y una buena parte de la estaca se hundió en su culo.
—¡Buff! —Resopló ella, acelerando el ritmo de su masturbación—. Sí, eso me gustó… despacito que ya está entrando.
Se me mojó la concha… sobre mojado. Sentí un extraño revoltijo en la boca de mi estómago, ésta era una de las escenas más morbosas que había visto en mi vida. Estaba tan compenetrada en la húmeda concha de mi mamá, y en su culo dilatado, que ni siquiera giré la cabeza para ver qué estaba haciendo el resto de mi familia. Era como si en esa habitación solo existiéramos Victoria y yo.
Tenía un objetivo fijo y lo perseguía como un galgo en una carrera: quería meter la estaca completa en el culo de mi madre.
Me quedé maravillada al ver que el cono negro iba entrando cada vez más, a medida que ese agujero se dilataba. Victoria gemía y emitía bufidos, como una yegua a la que se estaba montando un semental. Sus dedos incansables seguían jugando con su clítoris. La estaca entró hasta la mitad, la saqué y la volví a enterrar. Faltaba menos, pero todavía quedaba lo más difícil: meter la parte más ancha.
En ese momento escuché un pitido agudo que me sacó totalmente.
—Terminó el tiempo —dijo mi papá. Me había olvidado totalmente de que todo esto era parte de un juego cronometrado.
—¿Qué? —Dije, indignada—. Pero si todavía no lo metí completo. El tiempo debería empezar a contar cuando la estaca esté adentro.
—No veo por qué —dijo Pepe—. Erik no lo especificó en ningún momento. La prueba comenzó hace diez minutos, y ya terminó.
—Pero… pero...
—Tiene razón —se sumó Mayra—. Nunca aclararon que el tiempo debía empezar a contar cuando la estaca estuviera completamente adentro.
—Está bien, pero me parece injusto —aseguré, quitando el juguete del culo de mi madre.
—A mí también me parece injusto —dijo Erik. Era muy raro que nosotros dos estuviéramos de acuerdo en algo—. Entendí el desafío igual que Nadia.
—La próxima vez, aclaren —se sumó Alberto, que parecía opinar igual que mi papá y mi hermana—. Vos solo dijiste que se tenía que meter algo en el culo, no dijiste qué tan profundo ni cuándo debía empezar a contar el tiempo.
—Está bien, Erik —dije, volviendo a mi asiento—. La próxima vez aclararemos que la prueba comienza una vez que el objeto ya esté dentro.
Me arrepentí al instante por decir eso. Quería vengarme de mi madre y supuse que la próxima vez ella sería quien sufriera el desafío. Pero podría tocarme a mí.
—Me alegra que no hayan aclarado —dijo mi mamá, acariciando su culo—. No hubiera podido aguantar toda la estaca adentro. Es muy ancha. Si hubiera tenido unos días de práctica, tal vez… pero últimamente no me estoy metiendo nada por la cola.
—Bueno, asunto aclarado —sentenció mi padre—. La próxima vez que alguien quiera hacer un desafío muy específico, deberá aclararlo antes. Sigamos jugando.
En la siguiente partida, mi hermana volvió a quedar en último lugar. Esta noche sí que tenía mala suerte. La victoriosa fue mi madre, haciéndole honor a su nombre con un full bastante bueno. Noté que ella cambiaba el peso de su cuerpo de un lado a otro, debería dolerle un poco después del desafío impuesto por Erik. Pero ahora teníamos otra cosa en mente: ¿A qué castigo debería someterse Mayra?
La pequeña parecía un hermoso tomate. Estaba toda roja y con los ojos bien abiertos, se la veía preciosa. Me daban ganas de pellizcarle los cachetes… y los pezones también, ¿por qué no?
Nuevamente vi a Victoria dudar, ella no podía ser cruel con la más dulce y tierna de sus hijas. No me producía ningún tipo de celos esa diferencia de trato, yo hubiera obrado de la misma manera, tratándose de Mayra.
—Tenés que tocársela a tu tío Alberto —dijo Victoria, luego de pensar unos instantes; mi tío pareció alegrarse con la idea de que su bella sobrina le haría una paja; pero la jovencita no estaba para nada feliz.
Luego de meditar unos segundos, y de hacer mala cara, acercó un poco su silla a la de mi tío y extendió la mano tímidamente mientras ese erecto miembro la esperaba. Titubeó unos instantes y cuando creí que al final lo haría, se levantó de la silla y se fue corriendo hacia el pasillo que daba a las habitaciones. Todos nos quedamos boquiabiertos.
Pobrecita Mayra, la habíamos llevado a un punto de quiebre con nuestros desubicados juegos.
Mi madre miró a todos los presentes y dijo:
—Por hoy el juego se terminó.
A nadie le gustó eso, estoy segura. Para mí fue como un duro cachetazo, la estaba pasando muy bien. Sin embargo habíamos llegado demasiado lejos y eso afectó a Mayra. Ningún miembro de mi familia se atrevería a contradecir a mi mamá, en esta situación. Si la partida se terminó, entonces se terminó.
Los hombres se pusieron de pie y empezaron a juntar todas las botellas y vasos, en completo silencio. Mi mamá fue en busca de Mayra, y yo la acompañé.
La encontramos tirada boca abajo en su cama, llorando. La pena y la culpa me invadieron, me sentía una estúpida por haber permitido que todos esos juegos llegaran tan lejos y más por no haberle preguntado a mi hermana cómo se sentía.
Mi madre la consoló y logró que nos mirara. Allí quedaron las dos, tan desnudas como yo, sentadas en la cama. La pequeña se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Contame qué te pasa, hija —le rogó mi madre.
—Está todo bien Mayra, podés decir lo que sientas —le mostré mi apoyo, intentando tranquilizarla.
—Es que… es que —comenzó diciendo entre llantos—, me tratan como a una boluda. —Con Victoria nos miramos anonadadas, esa no era la respuesta que esperábamos.
—¿Por qué lo decís? —preguntó Viki.
—Porque a todos les dan desafíos muy zarpados. —Ahí estaba el problema, habíamos llegado muy lejos—, y a mí me dan puras boludeces —me quedé con los ojos como platos—. A Nadia le llenaron la concha de leche y ninguno se quejó. Las dos tuvieron que meterse cosas por el orto —nunca la habíamos escuchado hablar de esa manera, estaba indignada y muy enojada—. Cuando me toca a mí me piden que solamente se la toque al tío, como si yo fuera una nena estúpida.
No lo podía creer, Mayra estaba enojada porque le parecía poca cosa tener que pajear a su tío. Pero en algo tenía razón: nuestras pruebas estuvieron muy cargadas de sexo. Caí en la cuenta de que a Mayra sólo la habíamos mandado a “tocar” o a bailar. Estas cosas parecían un tanto sosas, luego de todo lo que había ocurrido. Recordé su baile con Erik, y entendí que mientras él evitaba el contacto, ella lo buscaba; como si lo estuviera provocando. Incluso estuvo a punto de conseguir una penetración anal. Bueno, en parte lo logró, la verga se metió un poquito en su culo e introducir el glande de Erik en un culo virgen, sin lubricante, no habrás sido tarea fácil.
Erik también la veía igual que nosotros, como si Mayra fuera de porcelana y pudiera romperse si no se la trataba con delicadeza.
—Perdón hija, no lo había visto de esa manera. No te enojes con nosotros, es que vos sos la más chiquita y nos cuesta verte como una mujer, más que nada en temas sexuales.
—Pero ya soy una mujer —se quejó—, y sexualmente activa. —A mi madre se le desfiguró la cara, mi expresión no era muy distinta a la suya.
—¿Y se puede saber con quién estuviste? —Le preguntó.
—Eso no les importa.
—Me importa, porque soy tu madre. —Se lo dijo con dulzura; Mayra meditó unos segundos.
—Estuve con el profesor del gimnasio. —Una vez más casi nos da un infarto sincronizado a mi madre y a mí.
De inmediato pensé en Darío, el profe del gimnasio, ese que tanto me miraba el orto… y que me arrimaba ante la más mínima oportunidad. Ya podía hacer una mapa detallado de su pija, sin haberla visto, por todas las veces que me la encajó entre las nalgas. Una tarde, en la que estaba saliendo del baño del gimnasio, Darío se me acercó y tuvimos nuestro roce más intenso. Por poco no terminamos cogiendo. Él me besó y empezó a sobarme la concha, yo me dejé, sin chistar. Ese hombre todo musculoso me ponía a mil. Le agarré el paquete y se lo acaricié hasta que la poronga se le puso bien dura. Estuve a punto de arrodillarme y hacerle un buen pete; pero nos interrumpió otra chica que también quería pasar al baño. Disimulamos lo mejor que pudimos y yo continué con mi rutina de ejercicio. Siempre creí que Darío se fijaba en mí, aunque ocasionalmente le miraba el orto a Mayra. Pero jamás se animó a arrimarla delante de mí. No podía creer que hubieran cogido. Mi hermanita, de dieciocho años, había tenido su primera vez con un tipo varios años mayor que ella.
—¿¡Qué!? ¡Degenerado de mierda, lo voy a matar! —mi madre pocas veces reaccionaba así.
—¡No mamá! No te metas, él no es ningún degenerado, yo lo busqué. Él estaba más interesado en Nadia; pero yo… emm… tenía ganas. Lo busqué yo.
—¿Pero esto cuándo pasó? —Pregunté intrigada; mi hermana ya estaba a pocos meses de los diecinueve años, pero aún la veía muy chiquita como para incurrir en el sexo con hombres maduros—. Vos fuiste al gimnasio conmigo, todas las veces. Nunca noté nada raro entre Darío y vos.
—Un día fui sola, pero no te dije nada.
—¿Pero cómo fue que llegaron a eso? ¿Dónde hicieron… —ahora lo que más me importaba era saber qué había ocurrido.
—Bueno, no fue tan difícil, vos ya viste que Darío es un calenturiento…
—¡Lo voy a matar! —Dijo Viki, con los dientes apretados.
—Mamá, no creo que Darío haya hecho algo que Mayra no quiera. Es decir, sé muy bien a qué se refiere ella cuando dice que es un calenturiento. El tipo aprovechó a arrimarme y a manosearme cada vez que tuvo la oportunidad… pero lo hizo porque yo se lo permití. Estoy segura de que si, en algún momento, le hubiera dicho que no… él no habría insistido.
—Sí, pienso lo mismo —aseguró Mayra—. Todo lo que pasó fue con mi consentimiento. —Mi mamá bajó un poco la guardia, pero aún se la veía enojada—. Cuando Nadia está cerca, Darío ni siquiera se anima a mirarme el culo por más de diez segundos. Es como si tuviera miedo de que mi hermana mayor se enoje… a pesar de que ella se deja manosear toda.
—Yo nunca le dije que no podía tocarte —me defendí; sin embargo había mucho de cierto en las palabras de Mayra. A mí no me hubiera agradado que Darío se propasara con ella… aunque evidentemente no conozco a mi hermana tan bien como creía.
—Cuando fui sola, su actitud cambió completamente. Empezó a tratarme de la misma forma que a Nadia, aprovechando que en ese momento el gimnasio estaba vacío. Me explicó cómo trabajar glúteos, levantando las piernas y flexionándolas. Y a medida que me iba explicando, sus manos se fueron acercando más a mis nalgas. Yo le sonreí y no le dije nada. Entonces él entendió que a mí no me molestaba que se propasara de esa manera. Poco después ya me estaba arrimando por detrás, con la pija dura. Casi me clava ahí nomás, de no ser por la tela de la calza. Se lo notaba bastante desesperado, incluso me metió las manos debajo de la blusa y me agarró las tetas. —Miré los rígidos pezones de mi hermana, sus pechos eran pequeños, pero esos botoncitos resaltan muy bien. La bronca que tenía hacia Darío se fue esfumando—. Ahí la situación ya era indisimulable. Además yo empecé a frotarme contra su pija… estaba re caliente. Él lo entendió y supo que era un riesgo estar haciendo eso en el gimnasio, cualquiera podría entrar en algún momento. Por eso me llevó de la mano hasta el vestuario y ahí perdió cualquier atisbo de disimulo. Me hizo arrodillar y se bajó el pantalón… tiene una pija bien grande, como la de Erik. Sin vueltas me dijo: “Chupala”.
—¿Y vos le hiciste caso? —Preguntó mi mamá.
—Sí… yo me moría de ganas de chuparla. Desde que vi a Nadia chupando verga, quise hacer lo mismo, necesitaba saber qué se sentía tener una pija en la boca. Me la tragué toda, como buena nena obediente —Mayra mostró una sonrisa que era una mezcla entre timidez y picardía. Se me mojó toda la concha al imaginarla con una buena pija entre los labios—. Le puse muchas ganas, quería demostrarle que estaba dispuesta a llegar muy lejos. No creo ser buena petera, pero al menos mi primera experiencia no estuvo tan mal. A él le gustó, porque varias veces me dijo cosas como: “Sabía que eras tan puta como tu hermana”.
—¡Ey! —Dije, haciéndome la ofendida. Mayra se rió.
—¿Qué querés, Nadia? Con la forma en que te dejaste manosear por él… se la dejaste muy fácil. Bueno, yo también se la hice fácil. Creo que las dos estamos con las hormonas muy alteradas, por culpa del jueguito de póker —miró a mi mamá de reojo, como si le estuviera diciendo “Esto es tu culpa, vos insististe con el juego”. Ella no dijo nada, pero sus mejillas enrojecieron—. Después de una buena chupada, Darío me hizo poner en cuatro sobre uno de los bancos del vestuario y me bajó la calza… quedé en concha. A él le gustó mucho mi culo, me lo dijo y me lo manoseó todo. “Te voy a pegar una cogida tremenda, putita”, me dijo, con voz ronca. Yo le respondí que lo hiciera despacito, porque era virgen. Él se rió, no creía que ésta fuera mi primera vez. Me dijo: “Las pendejas vírgenes no entregan la concha tan fácil”. Yo le respondí que no soy como todas las pendejas. Yo sí quería que me cogieran bien cogida… pero me daba un poquito de miedo el tamaño de su verga.
—¿Al menos fue gentil? —Quiso saber mi mamá.
—Al principio sí, porque cuando me metió la pija se dio cuenta de que yo era bastante estrecha, y cuando vio un hilito de sangre, se asustó. Pensó que me había lastimado… yo le dije que no, que me había desvirgado. Me puse muy contenta, porque ya estaba harta de ser virgen. Yo quiero experimentar el sexo, como vos mamá… o como Nadia. ¿Por qué ustedes pueden coger todo lo que quieran, pero yo no? Nadia ni siquiera es mucho más grande que yo, apenas un par de años.
—Es cierto, hija. Te pido perdón por eso. Es que siempre te vi como la más frágil de la familia, y eso me llevó a cuidarte con algodones. Nunca me imaginé que tenías tantas ganas de experimentar el sexo. No veo nada de malo en eso, al contrario. Si hay algo que quiero que mis hijas entiendan es que el sexo es algo maravilloso, y se puede disfrutar de muchas formas diferentes…
—¿Incluso en un juego de póker junto a tu familia? —Preguntó Mayra.
—Puede ser… pero tal vez todo ese asunto se nos está yendo un poquito de las manos.
—No quiero que dejemos de jugar —insistió Mayra—. A mí me gusta… me divierte. Lo que me molesta es que me traten como si yo fuera de cristal. Como si yo no pudiera estar a la altura de ustedes dos.
—Bueno, no te puedo prometer que vayamos a jugar otra vez, eso lo tengo que pensar bien. Pero en caso de que volvamos a jugar, vamos a tratarte de la misma forma que a Nadia… o que a mí. ¿De acuerdo?
—Sip —ella asintió, con entusiasmo—. Así me gusta. Ni siquiera soy virgen, ya me metieron una buena pija en la concha… si me hubieran dado el mismo desafío que a Nadia, de meterme la pija de Erik, lo hubiera aguantado igual que ella. Estoy segura.
—¿Darío te cogió mucho? —Quise saber.
—Sí, bastante. No conté el tiempo, pero sé que fue al menos media hora. Cuando mi concha quedó bien dilatada, él cumplió su promesa: me dio una tremenda cogida. Me agarró de los pelos y empezó a clavarme bien fuerte… me hizo chillar como una gatita. Pero yo todo el tiempo le pedí más… y más… ¡la pasé genial! Acabé dos veces, y una más cuando volví a casa y me hice una paja.
—Entonces se puede decir que lo disfrutaste —mi mamá parecía estar mucho más calmada.
—Sí, mucho. Él nunca hizo nada que yo no quisiera. Me pidió algunas cosas y cuando le dije que no, no volvió a insistir.
—¿Cosas como qué? —esta vez fui yo quien preguntó.
—Me quería dar por la cola, por ejemplo —señaló su respingado trasero— pero le dije que no. Todavía no estoy lista para eso.
—Al menos seguís virgen por un agujero —acotó mi madre. “No tan virgen” pensaba yo recordando cómo se había metido el glande de mi hermano—. Bueno Mayra, te vuelvo a pedir disculpas, hicimos mal en tratarte de esa forma, vos tenés el mismo derecho a “jugar” que todos nosotros.
—Está bien, pero tienen que prometerme que me van a tomar en serio de ahora en más.
Se lo prometimos y nos quedamos charlando durante un par de horas, completamente desnudas. Mi madre nos dio consejos sobre sexo, especialmente cómo prepararnos para penetraciones anales, que era un tema que se había hecho presente durante el juego de la noche, y que a Mayra le llamaba mucho la atención. A mí nunca me habían metido una pija por el culo, pero ya sabía cómo se sentían las penetraciones anales… me moría de ganas de probarlo, y se lo hice saber a mi mamá y mi hermana.
Me encantó que las tres hubiéramos desarrollado este nivel de confianza. Nunca me imaginé que pudiéramos charlar sobre sexo de forma tan cruda y sin tapujos. Era excelente.
Victoria tenía razón en que los desafíos del juego de póker se nos estaban yendo un poco de las manos. Pero las tres mostramos que aún teníamos cierta curiosidad y que nos agradaba la idea de volver a jugar. Mi mamá aseguró que evaluaría esa posibilidad, y que seríamos las primeras en enterarnos si alguna vez volvíamos a jugar al strip póker, con nuestra familia.
Capítulo 5.
El Suplicio de Mayra.
Mi hermano no se apartó ni un milímetro, seguía con su verga incrustada en lo más hondo de mi concha. Pude sentir cómo me llenaba con su tibio semen.
—No te preocupes Nadia, tengo guardada algunas pastillas “del día después”. — Mi mamá intentó tranquilizarme.
—¿Y eso es efectivo? —Pregunté.
El tiempo del desafío aún no había terminado. No sabía si apartar a Erik de una patada o quedarme quieta y esperar a que finalizaran los diez minutos más largos de mi vida. Temía que me hicieran repetir todo desde el principio.
—Sí, son muy confiables. Quedate tranquila.
—¿Y vos por qué tenés de esas pastillas? —Pregunté. Creí que ella se cuidaba con anticonceptivos diarios.
—Porque tengo dos hijas mujeres. Tengo que estar preparada para todo.
—Buena respuesta, —dije—. ¿Cuánto tiempo falta?
—Unos tres minutos —me respondió mi tío Alberto.
¿Tres minutos? Me parecía una eternidad. Tal vez la verga de mi hermano redujera su tamaño luego de tan tremenda eyaculación; pero los segundos pasaron y su miembro se mantuvo igual de firme. Lo peor era lo mucho que eso me calentaba, aunque odiara admitirlo. Comencé a mover mi cadera muy lentamente, para que nadie lo notara, eso provocó un sutil vaivén del pene. Mantuve los dientes apretados y resoplé por la nariz, como una yegua, odiándome a mí misma.
Me invadió una extraña amalgama de ira y placer. Me molestaba que fuera Erik quien me pusiera tan cachonda; pero no podía luchar contra mis instintos sexuales. Quiera admitirlo o no, él tiene una muy buena verga. Erik acompañó mi rítmico y disimulado movimiento. A pesar de que era muy difícil que los demás lo notaran, era suficiente para poder sentirlo muy bien. Volví a cerrar los ojos y sentí algo tibio chorreando hasta mi culo. No sabía si se trataba de mis propios jugos o si era semen, pero se sintió muy rico.
—¿Te gusta? —me preguntó al oído, en un susurro casi inaudible.
—Sí —contesté automáticamente como si fuera un simple gemido.
El pitido del cronómetro me devolvió a la realidad. En cuanto mi hermano me sacó la verga, pude ver que mi vagina estaba muy abierta, nunca la había visto así. Había disfrutado la experiencia, pero debía mantener mi orgullo intacto. Me paré y sentí el semen fluyendo hacia afuera. Apenas vi algo blanco asomándose pasé los dedos de mi mano izquierda y quité el lechoso líquido.
—¡Mirá cómo me dejó! —Me quejé, mostrándole la mano a mi mamá, ella se limitó a sonreír; froté los dedos contra mi pierna para limpiarlos.
El semen bajando por mis entrañas, chorreando hacia afuera, me produjo un cosquilleo que me resultó muy placentero; nunca me habían metido tanta leche en la concha. Aún no quería sentarme, porque llenaría la silla de semen. Aparentando disgusto, manoteé mi vaso y rodeé la mesa, pasando por atrás de mis hermanos, hasta llegar a la pequeña mesita donde estaban las bebidas. Miré hacia abajo y pude ver una considerable cantidad de espeso semen, colgando entre mis labios vaginales; pero no me molesté en limpiarlo. Permanecí parada, junto a la mesita con botellas, y empecé a prepararme un trago, sin ningún apuro. Mantuve las piernas un poco separadas y la cola bien parada. Todos conversaban sobre las reglas de póker, algo que a mí me interesaba muy poco en ese momento. La única que guardaba silencio era Mayra, que estaba sentada justo detrás de mí. La miré de reojo y noté sus ojos clavados en mi concha. Le estaba dando un buen espectáculo mostrándole como una gran cantidad de blanco semen goteaba de mi agujerito, cayendo al piso o bajando entre mis piernas. Pujé suavemente con mi vagina, para que saliera todo. Me atacó una sensación increíble que, sumada a la excitación y la borrachera, me estaba haciendo perder el juicio. De pronto me encontré imaginando a mi hermano tirándome sobre una cama, para enterrarme su verga hasta el fondo y sacudirme con todas sus fuerzas. No podía creer que hubiera llegado al punto de incluir a Erik en una de mis fantasías eróticas.
Cuando regresé a mi silla me senté sobre mis propios flujos y los restos de semen que aún salían de mi cuevita. Tuve que reconocer que esto no me molestó, y que mi intención al quedarme parada era poder seguir disfrutando de la leche chorreando fuera de mi concha.
Escuché a mi tío hacer un comentario sobre los beneficios de la juventud, aparentemente se refería a que mi hermano ya la tenía bien dura otra vez. La miré y media sonrisa se me dibujó en la cara, esa verga había pasado por mí, y si los cálculos no me fallaban, la mía sería la primer concha que él había probado. Erik podía ser un bravucón y se creía mejor que los demás, pero era pésimo tratando con mujeres; además su apariencia física no lo ayuda. No es feo, sin embargo sus facciones toscas y esas cejas espesas aumentan la ilusión de “Hombre bruto de las cavernas”. Y como buen cavernícola, tiene un gran garrote… entre las piernas.
Volvimos a jugar. Esta vez me esforcé por ganar, quería ser yo quien eligiera el próximo desafío. Las cartas me ayudaron bastante, si bien un póker de cincos no me pareció gran cosa, era el mejor juego de la mesa. Mi hermanita rezongó porque perdió. Hubiera preferido que las peores cartas fueran de mi madre, para poder vengarme de ella. Eso no pasó y Mayra terminó con un juego muy pobre: apenas un par de tres. Como no tenía nada en contra de ella, y la vi tan asustada, decidí ser suave.
—Tocásela a mamá —dije, con piedad. Un simple toqueteo parecía poca cosa a estas alturas.
Me miró sorprendida, con los labios apretados en una fina línea. Tal vez ella ya había llegado a su límite con estos jueguitos eróticos. Con dieciocho años es la menor de la familia, y la que menos experiencia sexual tiene. Quería decirle que no se viera obligada a hacer nada, que podía abandonar el juego, porque al fin y al cabo era solo eso, un juego. Pero ella no me dio tiempo.
Se puso de pie y caminó hasta posicionarse a la derecha de Viki, quien abrió las piernas para su hija y le sonrió maternalmente. La pequeña bajó la mano lentamente y el cronómetro inició la cuenta regresiva justo cuando Mayra comenzó a tocar esa vulva carnosa y velluda. La expresión en el rostro de mi madre no se alteró en lo más mínimo, los pequeños dedos de Mayra se introdujeron con gran facilidad en esa abierta concha. Comenzó con dos y los movió lentamente, como si la estuviera masturbando. En ese momento pensé con qué frecuencia se masturbaría mi hermana. En eso sí tenía experiencia y ya la había visto hacerlo varias veces. Mayra podrá parecer una santita, pero es tremenda pajera. Sin duda se toquetea más de lo que yo llegué a ver. Tal vez se haya hecho muchas pajas mientras yo no estoy en la habitación.
A continuación introdujo un tercer dedo y aceleró los movimientos, la estaba penetrando con enorme facilidad.
Su madre la miraba con una sonrisa tierna. Los tres dedos de Mayra entraban y salían cada vez más rápido; desde mi posición podía ver también su cola y la parte posterior de su vagina, ésta chorreaba flujos sobre la cara interna de sus muslos. Avergonzada o no, la nena estaba caliente. Al centrarme nuevamente en la acción me percaté de que Viki tenía los ojos cerrados y daba toda la sensación de estar disfrutando a pleno de la masturbación a la que la sometía su hija menor.
El tiempo se estaba terminando mi hermanita inició una frenética frotada al clítoris materno. Sus dedos se sacudieron a gran velocidad y noté que mi madre respiraba agitadamente mientras gotitas de flujo vaginal salpicaban la silla. Al parecer la estaba llevando a un orgasmo, pero ese maldito cronómetro dio fin a todo juego.
La jovencita regresó a su silla mientras se repartían cartas, como si nada hubiera ocurrido. A mi madre le llevó unos segundos reponerse, me dio la impresión de que miraba el cronómetro con cierto odio.
En la siguiente ronda de cartas la derrota de mi tío Alberto fue apabullante, recibió una de las peores combinaciones de cartas de la noche y Erik se puso muy contento al alzarse victorioso con un buen full. Me alegró que mi tío hubiera perdido, ya que me daba la impresión de que lo estábamos dejando un poco fuera del juego. Al menos ahora sería el centro de atención por un rato.
—Quiero que bailes muy apretadito con mi mamá.
Pensé que mi hermano estaba siendo poco creativo, eso del baile ya se había hecho dos veces, aunque no entre mi tío y madre. Supuse que se quejarían por su idea (mejor dicho, la falta de una), pero Alberto, con una amplia sonrisa, demostró que estaba dispuesto a hacerlo.
Mientras la pareja de bailarines se acomodaba en la improvisada pista, me di cuenta de que esta vez me tocaría ver todo de frente y sabía que ésta no era la mejor posición para mirar este tipo de bailes. De inmediato tomé mi vaso con vino algo caliente y fui hasta la cocina con la excusa de buscar hielo.
Escuché a mi tío pedir algo “movidito” para el baile. Regresé justo cuando la música comenzó a sonar y para no interrumpir me senté en una silla de la otra mesa de la sala, la que usábamos para cenar. Sabía justo cómo debía ubicarme para no perderme lo más interesante, si es que algo así ocurría. Vi el gran culo de mi madre temblar un poco cuando el baile comenzó y supe que tenía mejor locación para el espectáculo.
La música era algo vieja, como de los años 80’. Sé que mis padres y mi tío son grandes admiradores de la música de esa época. El bailarín no se limitó a frotarse por detrás, ocasionalmente hacía girar a la dama dejándola a veces de espalda a él, y otras veces de frente. Al principio todo parecía un baile normal, sin contar el hecho de que estaban completamente desnudos y que había un gran par de tetas que se sacudía para todos lados; y él contaba con una potente erección.
Las habilidosas manos de Alberto lograron inclinar a Viki hacia delante, siguiendo el ritmo de la música. Ella quedó con la cola abierta apuntando al mástil erecto, nuevamente mi tío se valió de toda su sutileza para acomodar la verga con un simple toquecito y ésta se apretó contra la zona que mi hermana había estimulado. Todo ocurrió muy rápido. Con un leve empujón el glande consiguió introducirse en la vagina, pude verlo perfectamente; pero estuvo allí sólo unos segundos. El baile continuó y las pesadas manos de ese hombre maduro encontraron los tiernos pechos de su hermana menor. En ese momento noté que el pene se frotaba contra la húmeda vagina y me pareció ver que era ella quien presionaba un poco hacia atrás. Su experimentada vulva se abrió dejando entrar la verga hasta la mitad. Abrí mucho mis ojos por la sorpresa, de verdad estaba recibiendo dentro el pene de su hermano, aunque eso no era nada luego de lo que Erik me había hecho. Me dieron unas ganas locas de masturbarme; aunque me daba vergüenza que los demás me vieran. Hice un gran esfuerzo para poder contenerme.
La pareja bailó apretada, el falo entraba y salía despacio, al ritmo de la música, era casi como si estuvieran cogiendo; pero en poco tiempo el pene salió.
Luego de un giro de 360° de mi madre, mi tío logró encajarse otra vez contra la rajita. La penetración fue rápida pero profunda, pensé que la dejaría adentro pero obligó a mi madre dar media vuelta quedando los dos de frente. Se fueron agachando juntos meneando las caderas, ella tenía las piernas bastante separadas y bajaba peligrosamente hacia el viril tronco que volvió a clavársele en toda la concha.
Era imposible que los demás no vieran esto. Me quería tocar, no aguantaba más, si mi hermana lo estaba haciendo yo también lo haría. La miré rápidamente pero la muy desgraciada estaba con las piernas cerradas y aferrada a su vaso. Noté un poco de tristeza o consternación en su mirada. Tal vez pensaba en retirarse del juego, no la culparía para nada si lo hiciera, porque a pesar de mi estado de excitación, yo no podía dejar de repetirme que éramos familia y que no deberíamos estar haciendo estas cosas.
Con mucho esfuerzo logré resistir la tentación de pajearme, hasta que el baile terminó. La pareja regresó a sus lugares y tuve que hacer lo mismo, aplaudiendo mientras caminaba. Al principio eso del baile me pareció una sonsera comparada con el resto de las cosas, pero ahora pensaba muy diferente. Mi tío y mi madre habían aprovechado cada oportunidad que tuvieron para lograr una penetración. Mi papá sonreía divertido, no parecía molestarle que su propio cuñado se hubiera propasado con su esposa.
Fue Pepe quien se alzó victorioso en la siguiente partida y la pobre Mayra quedó en último lugar, otra vez. Tomó un largo trago de vino con gaseosa, sus mejillas estaban sonrosadas y se la veía un tanto nerviosa, al parecer mi padre también lo notó porque se apiadó de ella al imponerle un desafío.
—¿Por qué no nos mostrás cómo te masturbás?
El primer día de juego tal vez esto hubiera sido demasiado para la pobre Mayra; pero a estas alturas debía admitir que era lo más suave que podían exigirle. Sin embargo la noté un tanto molesta, seguramente no le gustaría estar mostrando algo tan personal que hacía en su intimidad. Entre nosotras existía un trato que nos permitía pajearnos una frente a la otra, sin necesidad de pedir permiso. Pero eso no quería decir que Mayra estuviera dispuesta a hacer lo mismo frente a todos los miembros de su familia.
Si me hubieran dado ese desafío, lo hecho con mucho gusto, estaba tremendamente excitada. Tuve unas ganas locas de decirle: “Mayra, yo te acompaño, lo hacemos juntas”.
Ella subió los pies al travesaño de la silla con poco entusiasmo. Sus piernas quedaron separadas mostrándonos una vez más esa preciosa rajita, debía admitir que era la más bonita de las tres… y sin dudas, la menos usada.
Llevó dos dedos a su clítoris y comenzó a moverlos lentamente, mientras mi madre ponía el cronómetro en marcha. Aproveché la ocasión para mirar los tres penes erectos a mi alrededor, me mordí los labios pensando en si algún desafío me obligaría a meterme alguno de esos otra vez. De a poco el ritmo de masturbación de Mayra se fue incrementando, cerró los ojos y se relajó un poco, se me hizo un nudo en la boca del estómago al pensar en todas las veces que esa dulce niña se había tocado de esa forma y recordé las veces que lo hizo estando yo en la cama contigua… jugando con mi propia concha. Me gustaba mucho tener esa clase de confianza con mi hermana. Además hubo un par de ocasiones en las que yo empecé a pajearme solo porque ella lo hizo antes… y me entraron ganitas.
Se llevó los dedos a la boca y lamió sus propios jugos, luego regresó a su sexo y lo castigó metiendo dos dedos en ese diminuto agujero, su respiración se agitó más y más. Noté que mi hermano Erik se estaba tocando la verga, mientras clavaba los ojos en la concha de Mayra. No puedo culparlo, a mí también me daban ganas de hacer lo mismo, es más, tenía unas ganas locas de estirar la mano hacia mi derecha y agarrar la verga de Erik.
Miré a mi alrededor y me aseguré de que todos estaban concentrados en la pequeña así que hice eso que tanto deseaba. Con un rápido movimiento aferré la dura verga de mi hermano y comencé a masturbarlo lentamente. Sé que él me miró, completamente sorprendido, pude notarlo con mi visión periférica. Sin embargo no volteé la cabeza, seguí con la vista fija en la vagina de mi hermana, disfrutando de la calidez de ese pene erecto entre mis dedos. El alcohol me estaba quitando la cordura, ya estaba imaginando que un día de estos me agacharía frente a Erik y le chuparía la verga. Sí, me la tragaría toda tal y como había hecho con la de mi padre, le haría el pete de su vida y dejaría que me bañe la cara con su espeso y tibio semen.
Aunque en mi cerebro todavía quedaba una débil vocecita que me decía: “Nadia, es tu hermano. No te olvides de todas las peleas que tuviste con él. ¿Qué concepto va a tener de vos si le chupás la pija?”
Impulsada por estas explícitas imágenes en mi cabeza, aceleré los movimientos de mi mano derecha y con un dedo de la mano izquierda comencé a frotar mi clítoris, mientras Mayra hacía lo mismo con el suyo. El pitido del cronómetro llegó mucho antes de lo que yo imaginaba y me apresuré a soltar el pene antes de que alguien se percatara de lo ocurrido. Mi madre me miró con una sonrisa cómplice, supe que ella había visto todo, igual intenté disimular, tomando un trago de vino puro.
Mayra estaba más roja que nunca y su respiración tardó varios segundos en normalizarse. La chica nos había dado una buena lección de masturbación femenina, pero eso ya era el pasado. Nadie hizo comentario alguno sobre sus habilidades innatas para la autosatisfacción.
Repartieron las cartas una vez más, como si estuviéramos en un casino.
A pesar de que me esforcé por obtener la victoria, no la conseguí. Erik, con mucha sorna, nos hizo saber que él había ganado otra vez. Por suerte mis cartas no eran las peores, esas eran las de mi madre.
Supuse que mi hermano daría otra demostración de su falta de creatividad, pidiendo que Victoria baile… no sé, ¿con mi papá? Sin embargo él tuvo un pequeño atisbo de originalidad y dijo:
—Tenés que meterte algo por el culo. No sé qué, pero tiene que ser grande.
—¡Ay hija! Pobre de mí cola. —Se quejó ella—. ¿A vos quién te dijo que yo hago esas cosas? ¿Pensás que soy como Nadia, y ando metiéndome desodorantes por el orto?
Todos se rieron, incluso yo. Estaba algo borracha y recordar cómo Mayra me metió el desodorante en el culo frente a toda mi familia, me dio mucho morbo.
—Yo creí que vos también lo hacías por la cola —dijo Erki.
—¿Y por qué pensás eso?
—Y… con semejante culo… no creo que papá se haya aguantado las ganas tantos años —mi papá comenzó a reírse.
—Ni un día me aguanté, por suerte ella entregó. —Mi mamá le dio un golpecito en la mano con un exagerado gesto de asombro.
—Tampoco es tan así —se quejó—, esa primera vez yo quería hacer todo para conquistar a tu padre, no es algo que hayamos hecho muchas veces.
—De hecho hace años que lo hicimos por última vez. —Mi padre se veía triste y parecía añorar los buenos momentos metiéndola en el culo de mi madre.
—Bueno, está bien, lo voy a hacer —me sorprendió que no se negara, pero me había obligado a ser penetrada por mi hermano, no tenía argumentos que la respaldaran.
Mi mamá se puso a pensar durante unos segundos, como si fuera una alumna intentando responder una importante pregunta en un examen. De pronto se puso de pie y fue hasta su dormitorio. Todos nos miramos confundidos, no sabíamos qué pasaba por su mente. Ella regresó apenas unos segundos más tarde, con un extraño cono negro en las manos.
—Esto es una estaca anal —nos explicó—. La compré hace unos años, para ponerle un poquito de condimento a mi relación con Pepe. La usé un par de veces y desde entonces la tengo prácticamente abandonada. Hace rato que no la uso, pero creo que va a servir para el desafío.
La punta de ese cono no parecía muy intimidante, sin embargo se ensanchaba en un ángulo muy pronunciado. La parte más ancha era del diámetro de la pija de mi papá, aproximadamente. Supuse que Viki la compró para acostumbrar su culo a ese tremenda poronga, aunque al parecer no tuvo mucho éxito.
Victoria se colocó en cuatro sobre una silla, tal y como había hecho yo cuando mi hermana me metió el desodorante. Mi madre señaló el lubricante, que estaba sobre la mesa, y me dijo:
—Vení, Nadia, ayudame… vos tenés experiencia en esto de meterte cosas por el culo.
Todos se rieron, menos yo. No me ofendí, aunque sí me avergoncé un poco. Estaba excitada y un tanto ebria, pero aún conservaba un poquito de amor propio.
Me coloqué detrás de Viki y le alcancé el lubricante, ella se abrió las nalgas y nos mostró toda su concha, bien húmeda y peluda, y el agujero de su culo. Al parecer esto no le molestaba, tenía una sonrisa en los labios. Se lubricó la cola y me pasó la estaca anal.
—Lo vas a tener que hacer vos, porque sola no me voy a animar.
Entendí que debía penetrar a mi mamá por el orto, con un gran cono plástico. Esta situación debería generarme mucha incomodidad, sin embargo el efecto fue positivo. Se me mojó la concha… bueno, es una forma de decir; porque ya la tenía toda mojada.
Ella había sido un poquito cruel conmigo cuando hizo que Erik me metiera la pija. Era mi momento de cobrar venganza:
—Victoria Evanson, preparate. Esto te va a doler más a vos que a mí.
Apoyé la punta del cono en la entrada de su culo y empecé a presionar con suavidad, pero de forma constante. Su anillo anal se fue dilatando de a poco, cuando escuché el primer quejido, me detuve y retrocedí. Sabía cómo meter cosas en un culo sin lastimarlo, lo importante era no forzar las cosas, sino repetir penetraciones leves. Fui hacia adelante una vez más, retrocedí y presioné. Mantuve esa mecánica durante algunos segundos.
—Si te pajeás —dije—, va a entrar más fácil.
—¿Por qué?
—Porque vas a estar caliente… vas a querer que entre, te vas a relajar.
—Tiene sentido.
Su mano derecha se posicionó entre sus piernas, justo debajo de su peluda concha. Empezó a jugar con su prominente clítoris mientras yo continuaba presionando la entrada de su culo. Pasados unos segundos, mi madre dijo:
—Esto no está tan mal.
Noté que se estaba pajeando más rápido. Me dio mucho morbo, la situación era sumamente extraña. Casi como si mi madre y yo estuviéramos en medio de un acto sexual. Y en realidad eso era exactamente lo que estaba ocurriendo. Ella meneó su culo lentamente, como indicándome que estaba lista para más. Presioné con más fuerza y una buena parte de la estaca se hundió en su culo.
—¡Buff! —Resopló ella, acelerando el ritmo de su masturbación—. Sí, eso me gustó… despacito que ya está entrando.
Se me mojó la concha… sobre mojado. Sentí un extraño revoltijo en la boca de mi estómago, ésta era una de las escenas más morbosas que había visto en mi vida. Estaba tan compenetrada en la húmeda concha de mi mamá, y en su culo dilatado, que ni siquiera giré la cabeza para ver qué estaba haciendo el resto de mi familia. Era como si en esa habitación solo existiéramos Victoria y yo.
Tenía un objetivo fijo y lo perseguía como un galgo en una carrera: quería meter la estaca completa en el culo de mi madre.
Me quedé maravillada al ver que el cono negro iba entrando cada vez más, a medida que ese agujero se dilataba. Victoria gemía y emitía bufidos, como una yegua a la que se estaba montando un semental. Sus dedos incansables seguían jugando con su clítoris. La estaca entró hasta la mitad, la saqué y la volví a enterrar. Faltaba menos, pero todavía quedaba lo más difícil: meter la parte más ancha.
En ese momento escuché un pitido agudo que me sacó totalmente.
—Terminó el tiempo —dijo mi papá. Me había olvidado totalmente de que todo esto era parte de un juego cronometrado.
—¿Qué? —Dije, indignada—. Pero si todavía no lo metí completo. El tiempo debería empezar a contar cuando la estaca esté adentro.
—No veo por qué —dijo Pepe—. Erik no lo especificó en ningún momento. La prueba comenzó hace diez minutos, y ya terminó.
—Pero… pero...
—Tiene razón —se sumó Mayra—. Nunca aclararon que el tiempo debía empezar a contar cuando la estaca estuviera completamente adentro.
—Está bien, pero me parece injusto —aseguré, quitando el juguete del culo de mi madre.
—A mí también me parece injusto —dijo Erik. Era muy raro que nosotros dos estuviéramos de acuerdo en algo—. Entendí el desafío igual que Nadia.
—La próxima vez, aclaren —se sumó Alberto, que parecía opinar igual que mi papá y mi hermana—. Vos solo dijiste que se tenía que meter algo en el culo, no dijiste qué tan profundo ni cuándo debía empezar a contar el tiempo.
—Está bien, Erik —dije, volviendo a mi asiento—. La próxima vez aclararemos que la prueba comienza una vez que el objeto ya esté dentro.
Me arrepentí al instante por decir eso. Quería vengarme de mi madre y supuse que la próxima vez ella sería quien sufriera el desafío. Pero podría tocarme a mí.
—Me alegra que no hayan aclarado —dijo mi mamá, acariciando su culo—. No hubiera podido aguantar toda la estaca adentro. Es muy ancha. Si hubiera tenido unos días de práctica, tal vez… pero últimamente no me estoy metiendo nada por la cola.
—Bueno, asunto aclarado —sentenció mi padre—. La próxima vez que alguien quiera hacer un desafío muy específico, deberá aclararlo antes. Sigamos jugando.
En la siguiente partida, mi hermana volvió a quedar en último lugar. Esta noche sí que tenía mala suerte. La victoriosa fue mi madre, haciéndole honor a su nombre con un full bastante bueno. Noté que ella cambiaba el peso de su cuerpo de un lado a otro, debería dolerle un poco después del desafío impuesto por Erik. Pero ahora teníamos otra cosa en mente: ¿A qué castigo debería someterse Mayra?
La pequeña parecía un hermoso tomate. Estaba toda roja y con los ojos bien abiertos, se la veía preciosa. Me daban ganas de pellizcarle los cachetes… y los pezones también, ¿por qué no?
Nuevamente vi a Victoria dudar, ella no podía ser cruel con la más dulce y tierna de sus hijas. No me producía ningún tipo de celos esa diferencia de trato, yo hubiera obrado de la misma manera, tratándose de Mayra.
—Tenés que tocársela a tu tío Alberto —dijo Victoria, luego de pensar unos instantes; mi tío pareció alegrarse con la idea de que su bella sobrina le haría una paja; pero la jovencita no estaba para nada feliz.
Luego de meditar unos segundos, y de hacer mala cara, acercó un poco su silla a la de mi tío y extendió la mano tímidamente mientras ese erecto miembro la esperaba. Titubeó unos instantes y cuando creí que al final lo haría, se levantó de la silla y se fue corriendo hacia el pasillo que daba a las habitaciones. Todos nos quedamos boquiabiertos.
Pobrecita Mayra, la habíamos llevado a un punto de quiebre con nuestros desubicados juegos.
Mi madre miró a todos los presentes y dijo:
—Por hoy el juego se terminó.
A nadie le gustó eso, estoy segura. Para mí fue como un duro cachetazo, la estaba pasando muy bien. Sin embargo habíamos llegado demasiado lejos y eso afectó a Mayra. Ningún miembro de mi familia se atrevería a contradecir a mi mamá, en esta situación. Si la partida se terminó, entonces se terminó.
Los hombres se pusieron de pie y empezaron a juntar todas las botellas y vasos, en completo silencio. Mi mamá fue en busca de Mayra, y yo la acompañé.
La encontramos tirada boca abajo en su cama, llorando. La pena y la culpa me invadieron, me sentía una estúpida por haber permitido que todos esos juegos llegaran tan lejos y más por no haberle preguntado a mi hermana cómo se sentía.
Mi madre la consoló y logró que nos mirara. Allí quedaron las dos, tan desnudas como yo, sentadas en la cama. La pequeña se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Contame qué te pasa, hija —le rogó mi madre.
—Está todo bien Mayra, podés decir lo que sientas —le mostré mi apoyo, intentando tranquilizarla.
—Es que… es que —comenzó diciendo entre llantos—, me tratan como a una boluda. —Con Victoria nos miramos anonadadas, esa no era la respuesta que esperábamos.
—¿Por qué lo decís? —preguntó Viki.
—Porque a todos les dan desafíos muy zarpados. —Ahí estaba el problema, habíamos llegado muy lejos—, y a mí me dan puras boludeces —me quedé con los ojos como platos—. A Nadia le llenaron la concha de leche y ninguno se quejó. Las dos tuvieron que meterse cosas por el orto —nunca la habíamos escuchado hablar de esa manera, estaba indignada y muy enojada—. Cuando me toca a mí me piden que solamente se la toque al tío, como si yo fuera una nena estúpida.
No lo podía creer, Mayra estaba enojada porque le parecía poca cosa tener que pajear a su tío. Pero en algo tenía razón: nuestras pruebas estuvieron muy cargadas de sexo. Caí en la cuenta de que a Mayra sólo la habíamos mandado a “tocar” o a bailar. Estas cosas parecían un tanto sosas, luego de todo lo que había ocurrido. Recordé su baile con Erik, y entendí que mientras él evitaba el contacto, ella lo buscaba; como si lo estuviera provocando. Incluso estuvo a punto de conseguir una penetración anal. Bueno, en parte lo logró, la verga se metió un poquito en su culo e introducir el glande de Erik en un culo virgen, sin lubricante, no habrás sido tarea fácil.
Erik también la veía igual que nosotros, como si Mayra fuera de porcelana y pudiera romperse si no se la trataba con delicadeza.
—Perdón hija, no lo había visto de esa manera. No te enojes con nosotros, es que vos sos la más chiquita y nos cuesta verte como una mujer, más que nada en temas sexuales.
—Pero ya soy una mujer —se quejó—, y sexualmente activa. —A mi madre se le desfiguró la cara, mi expresión no era muy distinta a la suya.
—¿Y se puede saber con quién estuviste? —Le preguntó.
—Eso no les importa.
—Me importa, porque soy tu madre. —Se lo dijo con dulzura; Mayra meditó unos segundos.
—Estuve con el profesor del gimnasio. —Una vez más casi nos da un infarto sincronizado a mi madre y a mí.
De inmediato pensé en Darío, el profe del gimnasio, ese que tanto me miraba el orto… y que me arrimaba ante la más mínima oportunidad. Ya podía hacer una mapa detallado de su pija, sin haberla visto, por todas las veces que me la encajó entre las nalgas. Una tarde, en la que estaba saliendo del baño del gimnasio, Darío se me acercó y tuvimos nuestro roce más intenso. Por poco no terminamos cogiendo. Él me besó y empezó a sobarme la concha, yo me dejé, sin chistar. Ese hombre todo musculoso me ponía a mil. Le agarré el paquete y se lo acaricié hasta que la poronga se le puso bien dura. Estuve a punto de arrodillarme y hacerle un buen pete; pero nos interrumpió otra chica que también quería pasar al baño. Disimulamos lo mejor que pudimos y yo continué con mi rutina de ejercicio. Siempre creí que Darío se fijaba en mí, aunque ocasionalmente le miraba el orto a Mayra. Pero jamás se animó a arrimarla delante de mí. No podía creer que hubieran cogido. Mi hermanita, de dieciocho años, había tenido su primera vez con un tipo varios años mayor que ella.
—¿¡Qué!? ¡Degenerado de mierda, lo voy a matar! —mi madre pocas veces reaccionaba así.
—¡No mamá! No te metas, él no es ningún degenerado, yo lo busqué. Él estaba más interesado en Nadia; pero yo… emm… tenía ganas. Lo busqué yo.
—¿Pero esto cuándo pasó? —Pregunté intrigada; mi hermana ya estaba a pocos meses de los diecinueve años, pero aún la veía muy chiquita como para incurrir en el sexo con hombres maduros—. Vos fuiste al gimnasio conmigo, todas las veces. Nunca noté nada raro entre Darío y vos.
—Un día fui sola, pero no te dije nada.
—¿Pero cómo fue que llegaron a eso? ¿Dónde hicieron… —ahora lo que más me importaba era saber qué había ocurrido.
—Bueno, no fue tan difícil, vos ya viste que Darío es un calenturiento…
—¡Lo voy a matar! —Dijo Viki, con los dientes apretados.
—Mamá, no creo que Darío haya hecho algo que Mayra no quiera. Es decir, sé muy bien a qué se refiere ella cuando dice que es un calenturiento. El tipo aprovechó a arrimarme y a manosearme cada vez que tuvo la oportunidad… pero lo hizo porque yo se lo permití. Estoy segura de que si, en algún momento, le hubiera dicho que no… él no habría insistido.
—Sí, pienso lo mismo —aseguró Mayra—. Todo lo que pasó fue con mi consentimiento. —Mi mamá bajó un poco la guardia, pero aún se la veía enojada—. Cuando Nadia está cerca, Darío ni siquiera se anima a mirarme el culo por más de diez segundos. Es como si tuviera miedo de que mi hermana mayor se enoje… a pesar de que ella se deja manosear toda.
—Yo nunca le dije que no podía tocarte —me defendí; sin embargo había mucho de cierto en las palabras de Mayra. A mí no me hubiera agradado que Darío se propasara con ella… aunque evidentemente no conozco a mi hermana tan bien como creía.
—Cuando fui sola, su actitud cambió completamente. Empezó a tratarme de la misma forma que a Nadia, aprovechando que en ese momento el gimnasio estaba vacío. Me explicó cómo trabajar glúteos, levantando las piernas y flexionándolas. Y a medida que me iba explicando, sus manos se fueron acercando más a mis nalgas. Yo le sonreí y no le dije nada. Entonces él entendió que a mí no me molestaba que se propasara de esa manera. Poco después ya me estaba arrimando por detrás, con la pija dura. Casi me clava ahí nomás, de no ser por la tela de la calza. Se lo notaba bastante desesperado, incluso me metió las manos debajo de la blusa y me agarró las tetas. —Miré los rígidos pezones de mi hermana, sus pechos eran pequeños, pero esos botoncitos resaltan muy bien. La bronca que tenía hacia Darío se fue esfumando—. Ahí la situación ya era indisimulable. Además yo empecé a frotarme contra su pija… estaba re caliente. Él lo entendió y supo que era un riesgo estar haciendo eso en el gimnasio, cualquiera podría entrar en algún momento. Por eso me llevó de la mano hasta el vestuario y ahí perdió cualquier atisbo de disimulo. Me hizo arrodillar y se bajó el pantalón… tiene una pija bien grande, como la de Erik. Sin vueltas me dijo: “Chupala”.
—¿Y vos le hiciste caso? —Preguntó mi mamá.
—Sí… yo me moría de ganas de chuparla. Desde que vi a Nadia chupando verga, quise hacer lo mismo, necesitaba saber qué se sentía tener una pija en la boca. Me la tragué toda, como buena nena obediente —Mayra mostró una sonrisa que era una mezcla entre timidez y picardía. Se me mojó toda la concha al imaginarla con una buena pija entre los labios—. Le puse muchas ganas, quería demostrarle que estaba dispuesta a llegar muy lejos. No creo ser buena petera, pero al menos mi primera experiencia no estuvo tan mal. A él le gustó, porque varias veces me dijo cosas como: “Sabía que eras tan puta como tu hermana”.
—¡Ey! —Dije, haciéndome la ofendida. Mayra se rió.
—¿Qué querés, Nadia? Con la forma en que te dejaste manosear por él… se la dejaste muy fácil. Bueno, yo también se la hice fácil. Creo que las dos estamos con las hormonas muy alteradas, por culpa del jueguito de póker —miró a mi mamá de reojo, como si le estuviera diciendo “Esto es tu culpa, vos insististe con el juego”. Ella no dijo nada, pero sus mejillas enrojecieron—. Después de una buena chupada, Darío me hizo poner en cuatro sobre uno de los bancos del vestuario y me bajó la calza… quedé en concha. A él le gustó mucho mi culo, me lo dijo y me lo manoseó todo. “Te voy a pegar una cogida tremenda, putita”, me dijo, con voz ronca. Yo le respondí que lo hiciera despacito, porque era virgen. Él se rió, no creía que ésta fuera mi primera vez. Me dijo: “Las pendejas vírgenes no entregan la concha tan fácil”. Yo le respondí que no soy como todas las pendejas. Yo sí quería que me cogieran bien cogida… pero me daba un poquito de miedo el tamaño de su verga.
—¿Al menos fue gentil? —Quiso saber mi mamá.
—Al principio sí, porque cuando me metió la pija se dio cuenta de que yo era bastante estrecha, y cuando vio un hilito de sangre, se asustó. Pensó que me había lastimado… yo le dije que no, que me había desvirgado. Me puse muy contenta, porque ya estaba harta de ser virgen. Yo quiero experimentar el sexo, como vos mamá… o como Nadia. ¿Por qué ustedes pueden coger todo lo que quieran, pero yo no? Nadia ni siquiera es mucho más grande que yo, apenas un par de años.
—Es cierto, hija. Te pido perdón por eso. Es que siempre te vi como la más frágil de la familia, y eso me llevó a cuidarte con algodones. Nunca me imaginé que tenías tantas ganas de experimentar el sexo. No veo nada de malo en eso, al contrario. Si hay algo que quiero que mis hijas entiendan es que el sexo es algo maravilloso, y se puede disfrutar de muchas formas diferentes…
—¿Incluso en un juego de póker junto a tu familia? —Preguntó Mayra.
—Puede ser… pero tal vez todo ese asunto se nos está yendo un poquito de las manos.
—No quiero que dejemos de jugar —insistió Mayra—. A mí me gusta… me divierte. Lo que me molesta es que me traten como si yo fuera de cristal. Como si yo no pudiera estar a la altura de ustedes dos.
—Bueno, no te puedo prometer que vayamos a jugar otra vez, eso lo tengo que pensar bien. Pero en caso de que volvamos a jugar, vamos a tratarte de la misma forma que a Nadia… o que a mí. ¿De acuerdo?
—Sip —ella asintió, con entusiasmo—. Así me gusta. Ni siquiera soy virgen, ya me metieron una buena pija en la concha… si me hubieran dado el mismo desafío que a Nadia, de meterme la pija de Erik, lo hubiera aguantado igual que ella. Estoy segura.
—¿Darío te cogió mucho? —Quise saber.
—Sí, bastante. No conté el tiempo, pero sé que fue al menos media hora. Cuando mi concha quedó bien dilatada, él cumplió su promesa: me dio una tremenda cogida. Me agarró de los pelos y empezó a clavarme bien fuerte… me hizo chillar como una gatita. Pero yo todo el tiempo le pedí más… y más… ¡la pasé genial! Acabé dos veces, y una más cuando volví a casa y me hice una paja.
—Entonces se puede decir que lo disfrutaste —mi mamá parecía estar mucho más calmada.
—Sí, mucho. Él nunca hizo nada que yo no quisiera. Me pidió algunas cosas y cuando le dije que no, no volvió a insistir.
—¿Cosas como qué? —esta vez fui yo quien preguntó.
—Me quería dar por la cola, por ejemplo —señaló su respingado trasero— pero le dije que no. Todavía no estoy lista para eso.
—Al menos seguís virgen por un agujero —acotó mi madre. “No tan virgen” pensaba yo recordando cómo se había metido el glande de mi hermano—. Bueno Mayra, te vuelvo a pedir disculpas, hicimos mal en tratarte de esa forma, vos tenés el mismo derecho a “jugar” que todos nosotros.
—Está bien, pero tienen que prometerme que me van a tomar en serio de ahora en más.
Se lo prometimos y nos quedamos charlando durante un par de horas, completamente desnudas. Mi madre nos dio consejos sobre sexo, especialmente cómo prepararnos para penetraciones anales, que era un tema que se había hecho presente durante el juego de la noche, y que a Mayra le llamaba mucho la atención. A mí nunca me habían metido una pija por el culo, pero ya sabía cómo se sentían las penetraciones anales… me moría de ganas de probarlo, y se lo hice saber a mi mamá y mi hermana.
Me encantó que las tres hubiéramos desarrollado este nivel de confianza. Nunca me imaginé que pudiéramos charlar sobre sexo de forma tan cruda y sin tapujos. Era excelente.
Victoria tenía razón en que los desafíos del juego de póker se nos estaban yendo un poco de las manos. Pero las tres mostramos que aún teníamos cierta curiosidad y que nos agradaba la idea de volver a jugar. Mi mamá aseguró que evaluaría esa posibilidad, y que seríamos las primeras en enterarnos si alguna vez volvíamos a jugar al strip póker, con nuestra familia.
3 comentarios - Strip Póker en Familia [05].