Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 4.
Las Cartas Sobre la Mesa.
Creí que el intenso juego de strip póker con mi familia iba a afectar más nuestra rutina diaria; pero todo se mantuvo más o menos igual que siempre. Pasé algo de vergüenza en las primeras cenas junto a mi familia, porque me costaba mirarlos a los ojos después de haberles visto las partes íntimas. Pero lo que más me avergonzaba era sorprender a cualquiera de ellos mirándome la cola. Tal vez lo hacían por mero acto reflejo, pero yo estaba algo paranoica y cada vez que esto ocurrió pensé que ellos estaban recordando el momento en el que Mayra me penetró el culo con el desodorante. Eso es algo con lo que tendré que aprender a vivir, nadie de mi familia se olvidará jamás ese momento, y por supuesto yo tampoco.
Los días pasaron y todos fuimos volviendo a nuestras rutinas. El único elemento nuevo era que Mayra y yo habíamos comenzado a frecuentar el gimnasio. Solíamos ir juntas al horario de la siesta, porque era el menos concurrido. Esto le venía perfecto a Darío, nuestro instructor, que no perdía oportunidad para mirarle el culo a Mayra, o para manosearme un poco. Admito que yo no opuse mucha resistencia a estos manoseos, y sé que mi hermanita se puso incómoda en más de una ocasión al ver como Darío pasaba su mano por toda mi cola, casi sin disimulo. Incluso hubo veces que aprovechó para acariciar la zona de mi concha. Como yo vestía calzas muy elastizadas, podía sentir sus dedos prácticamente como si no tuviera nada puesto.
Cuando llegó el fin de semana todos aprovechamos para quitarnos de encima los asuntos que habían quedado pendientes por culpa de la lluvia del sábado pasado. Mi tío fue a verse con su “amiga”, mis padres salieron a cenar juntos, mi hermano… bueno, no sé qué hizo Erik, y tampoco me importa. Lo único que sé es que no se quedó en casa. Mayra y yo aprovechamos para salir a bailar, hizo una noche estupenda; no hubo ni una sola nube amenazando en el cielo. La pasamos de maravilla, bailamos con algunas de mis amigas y cuando se me acercaron tipos, los rechacé cortésmente, porque no quería dejar sola a Mayra. También tuve que rechazar a varios en nombre de ella. Pobrecita, cada vez que venía alguien a encararla, se escondía detrás de mí como si fuera un cachorrito asustado. Para colmo estaba preciosa, con los labios pintados de un intenso rojo, tacos altos, una blusa bastante suelta y una minifalda bien pegada a la cola. Tuve que hablarle durante una hora para convencerla de que usara eso, pero al final accedió.
Llegamos tarde a casa, con las claras evidencias de haber bebido de más. Pero las dos sabíamos exactamente qué iba a ocurrir en cuanto estuviéramos dentro de nuestro cuarto. Nos desnudamos en cuestión de segundos y cada una se tiró en su cama, con las piernas bien abiertas. Nos hicimos una buena paja, para darle un digno cierre a la noche. Al otro día nos levantamos con una resaca tremenda; pero con la alegría de haber pasado una linda noche juntas.
Pero al fin de semana siguiente mi mamá hizo esa propuesta que todos estábamos esperando, pero que nadie se animaba a decir. Dejó caer la idea como una mera posibilidad, algo que podíamos tener en cuenta, en caso de que no tuviéramos planes para ese sábado.
—¿Qué les parece si hacemos otra noche de póker?
Mi tío Alberto dijo que la chances de salir otra vez con su “amiga” no eran muy esperanzadoras, las cosas no habían marchado muy bien entre ellos; al parecer no hubo nada de química. Comprendí que mi tío quería decir que él solo buscaba una relación pasajera, para tener sexo sin compromiso, y aparentemente su amiga pretendía otra cosa.
Mis padres no tenían planes, estaban completamente libres. Erik… bueno, no importa qué mierda haga Erik. La cuestión es que dijo que, a falta de algo mejor, prefería quedarse jugando al póker.
Mayra no es de salir mucho, y con la noche que pasamos el sábado anterior ya tenía más que suficiente para todo el resto del mes. Todos me miraron a mí, yo era la única que aún no había confirmado su asistencia. Mis planes para el sábado eran sencillos: iría a casa de una amiga a mirar películas. No es algo que me entusiasme demasiado, nunca tuve mucho interés por el cine. Por eso no me dolió en lo más mínimo cancelar esos planes. Tenía muchas ganas de repetir la experiencia pasada, más que nada por curiosidad, supongo.
Así fue como organizamos todo para una nueva sesión de strip póker familiar.
Toda la escena me produjo una extraña sensación de Deja Vú. La mesa para jugar se preparó igual que la vez pasada, y el alcohol no escaseó. Al contrario, me dio la impresión de que esta vez mi mamá estaba mejor preparada, y en lugar de haber únicamente vino, esta vez también hubo Fernet con Coca—Cola. Mi papá se sirvió un poco de vino, él no es muy amante del Fernet. Otro detalle diferente era que ahora no llovía. La noche estaba completamente despejada y eso, en lugar de tranquilizarme, tuvo el efecto contrario. Porque nos ponía en evidencia. Esta vez no iniciaríamos una partida de Strip Póker por culpa del mal clima, lo haríamos porque queríamos.
¿De verdad queríamos? Bueno, no puedo responder por todos, pero al menos puedo decir que a mí me estaba picando un poquito la curiosidad. No tanto por ver a mi familia desnuda, sino por pasar un buen momento juntos.
Al menos sí puedo decir que todos se mostraron bastante entusiasmados con la idea, hasta Mayra se tomó el trabajo de sonreír. No sé si era una sonrisa sincera, pero al menos le estaba poniendo buena cara a todo este asunto.
A mi mamá se le ocurrió una brillante, pero peligrosa idea:
—Para hacer las cosas más interesantes, vamos a empezar en ropa interior. De todas formas la vergüenza de andar desnudos ya la pasamos la primera vez.
Así fue como todos nos quedamos en ropa interior. Mayra estaba preciosa, tenía puesta una diminuta tanga blanca de encaje con un corpiño haciendo juego, que le transparentaba los pezones. Pero la verdadera transparencia la tenía mi madre. Sus grandes tetas estaban cubiertas por una fina tela de tul que no dejaba nada a la imaginación. Por irónico que parezca, la más decente de la familia era yo. Mi ropa interior no transparentaba nada… pero tampoco duraría mucho.
Perdí las dos primeras manos, culpé a los nervios por eso y quise bajarlos tomando un buen trago de Fernet. Fui la primera en quedar completamente desnuda… volví a tomar Fernet.
Debo admitir que me avergonzó un poco quedar totalmente desnuda, no porque mi familia me estuviera viendo, sino por ser la única en esas condiciones. Por suerte no tuve que esperar demasiado, mi tío Alberto también perdió dos veces seguidas. Los varones, al no usar corpiño, tuvieron que quedarse con una segunda prenda de vestir. Alberto y mi papá se dejaron puestas las medias, y Erik se puso su gorra roñosa.
Cuando Alberto perdió por segunda vez se quitó el calzoncillo, mostrándonos su huevos, que colgaban como bolsas de cuero, y su verga, que se meneó como la trompa de un elefante. Sentí un cosquilleo en la concha. Por más que esa fuera la verga de mi tío, era un lindo ejemplar de miembro masculino. No podía molestarme con él por haberme mirado la concha desde el momento en que me quité la tanga, a mí también me costaba no mirarle la verga. para colmo lo tenía sentado prácticamente frente a mí, y la mesa de vidrio transparente no cubría nada.
Al menos ya no era la única desnuda en la sala.
Pensé que las cartas me favorecerían en las próximas manos y que mi familia se iría quedando sin ropa; pero no. La siguiente en perder fui yo… otra vez. Ya no podía pagar con prendas de vestir por lo que el ganador debía imponerme algún desafío. Quien obtuvo las mejores cartas fue Mayra, con dos pares: uno de reinas y el otro de nueves. Eso me recordó al título de una película argentina.
Ella me miró con una sonrisa picarona que pocas veces le había visto. ¿Se estaría habituando a este juego tan erótico? Dictó la sentencia sin vueltas:
—Chupale las tetas a mamá.
Pensé que empezaría con algo más suave, como “Tocale las tetas a mamá”, pero chuparlas… bueno, después de lo ocurrido durante la primera partida de póker no podía considerar que ésto fuera algo tan serio. Pero de verdad me hubiera gustado empezar a aclimatarme con algo un poquito más suave.
Estuve a punto de poner una excusa para no hacerlo, ya que mi mamá aún tenía puesto el corpiño. Consideré que para ella sería injusto tener que quitárselo sin haber pedido; pero fue la misma Viki quien me cerró la boca antes de que yo hablara. Desprendió su corpiño, exponiendo sus magníficas tetas, y lo dejó caer al suelo.
—Pago una prenda ahora, para la próxima vez que pierda —dijo, con total tranquilidad.
Movió la silla hacia un costado, apartándose un poco de la mesa, y me hizo señas para que me acercara. Sonreía como si hubiera ganado un premio.
Era inútil resistirme, yo había decidido participar en el juego y todos en mi familia parecían estar entusiasmados. “Bueno, al menos no tengo que chuparle la verga a mi papá… o a Erik”, pensé, para darme ánimos. Si me tenía que meter algo en la boca, entonces prefería que fueran las tetas de mi mamá. Sonreí, para demostrarle a todos que yo también estaba dispuesta a ponerle buena onda al juego.
No le di muchas vueltas al asunto, lo mejor era terminar con todo lo más rápido posible. Chupar un pezón no me parece nada de otro mundo. Después de todo, yo misma me chupo las tetas, cuando me hago la paja. Una enorme ventaja de ser tetona. Supuse que mi madre había hecho lo mismo varias veces, y eso me dio un poquito de morbo.
Me acerqué a ella, le agarré la teta izquierda con suavidad y acerqué mi boca hasta el pezón. Al principio lo sentí suave, pero en pocos segundos se puso duro, me alegré por eso; significaba que mi lengua estaba haciendo un buen trabajo.
El resto del proceso se me hizo mecánico y repetitivo, pero extrañamente hipnótico. Descubrí que chupar y lamer continuamente durante algunos minutos puede ser placentero, y más gusto me dio al levantar la vista y encontrarme con la sonrisa de mi madre. A ella le gustaba.
Cuando el tiempo terminó ni siquiera me di cuenta, al parecer mi papá dijo que ya era suficiente, pero no le presté atención. No me detuve hasta que la misma Viki me dijo:
—Estuvo muy bien, Nadia; ya no es necesario que sigas.
En mi mente habían pasado apenas unos segundos, pero ellos aseguraban que había estado diez minutos chupando esas tetas sin parar. Me alejé sin quejarme, aunque tenía ganas de seguir jugando con esos pezones que parecían tapitas de dentífrico.
En las partidas siguientes fueron perdiendo los demás miembros de mi familia, y tuvieron que desnudarse. Me dio la impresión de que Erik perdió a propósito, porque se quedó hasta el final con un par de cartas horribles en la mano. Cuando se quitó el calzoncillo lo hizo con orgullo, exponiendo su verga en todo esplendor. Se le había hinchado un poco e imaginé que en poco tiempo estaría mostrando una erección.
Jugamos una vez más. A pesar de que obtuve un grupo decente de cartas, con dos pares, perdí. Todos lograron armar un juego mejor al mío. Eso sí que es mala suerte.
—¿Qué pasa, Nadia? —Preguntó mi mamá—. ¿Andás distraída? Era un poquito obvio que alguien podía tener un juego mejor que el tuyo. Había dos nueves y dos reinas sobre la mesa, y vos no hacías pares con ninguna de esas cartas.
Tenía razón, pequé de ingenua; había conseguido emparejar un diez con una de las cartas de la mesa, y conté a mi favor el par de Reinas. Pero había muchas formas de ganarme. Mi papá me superó con un trío de dieces. Mayra tenía un nueve en la mano, lo que le permitió armar un full compuesto por tres nueves y dos reinas. Mi tío Alberto se retiró con dignidad apenas se mostró el Flop: las tres primeras cartas sobre la mesa; y mi mamá se retiró cuando se mostró el Turn: la cuarta carta de la mesa. Erik se consagró ganador, con un full compuesto por dos nueves y tres reinas, superando el gran juego que había conseguido Mayra.
Tendría que haberme retirado, al igual que mi tío y mi mamá. Entonces hubiera perdido mi papá.
Esperé resignada a que mi hermano me impusiera el próximo desafío. Miró fijamente las tetas de mi mamá y pensé que me pediría que las chupe… otra vez. Pero era lo mismo que me había pedido Mayra, me parecía injusto que Erik repitiera un castigo. Para mi desgracia, estaba muy equivocada. Como si hubiera leído mis pensamientos, dijo:
—Tenés que chupársela... a papá. —Habló con un tono socarrón que me hizo hervir la sangre.
—¡Apa! —Exclamó mi mamá. Con la mirada le supliqué que, por favor, detuviera todo. El juego me había resultado interesante en un principio, pero no quería llegar al extremo de meterme el pene de mi papá en la boca. Ella era la jueza de la familia y tenía la última palabra—. La cosa se pone interesante, yo quiero ver eso. —Una vez más, defraudada por mi propia madre.
Permanecí inmóvil durante varios segundos, todos me miraron expectantes. Mentalmente rogué para que alguno recobrara la cordura y dijera algo, pero sólo pude escuchar el ruido del vino cayendo en el vaso de mi padre. Mi mamá le estaba sirviendo una buena ración de alcohol, tal vez para prepararlo para lo que iba a ocurrir. Mi vaso estaba lleno y en dos tragos me tomé tres cuartas parte del contenido. Intenté dejar mi mente en blanco y de pronto me vi arrodillada ante la enorme verga de mi padre. No había sido del todo consciente de mis movimientos. La verga ya estaba ahí, no podía retroceder. En ese momento un pensamiento me cruzó por la cabeza, si tenía que chupar alguna de las vergas presentes, prefería que sea esta. No sabía exactamente por qué… pero era lo único positivo que podía encontrar.
La aferré con mi mano derecha, mentalizándome que sería como lamer un cucurucho de helado. Pasé la punta de la lengua por el tronco, con timidez. Así di inicio a mi tarea, quería terminar con esto lo antes posible. Pero las dudas me invadieron, no me animaba a continuar. Mi padre me observaba con una cálida sonrisa. ¿Acaso no pensaba en que era su propia hija la que se la estaba por chupar? Tal vez ya estaba un poco borracho, o bien imaginaba que la que le iba a chupar la verga era su mujer, al fin y al cabo mi mamá y yo nos parecemos un poco. Pero yo no tenía con quien hacer el símil. Nunca antes había tenido que chupar una verga tan grande como esta. Hasta me pregunté qué sentiría mi mamá al ser penetrada por este miembro tan imponente. Tal vez aquí reside la explicación de por qué ella es una mujer tan feliz.
Subí mi lengua hasta tocar la punta de su glande, el sabor no era desagradable, sólo algo saladito.
Cuando le hice la “turca” a mi tío llegué a sentir un sabor amargo, esto mismo lo sentí cuando tragué un poco del espeso líquido que fluía de la punta de la verga de mi papá. No quise detenerme, para que no me obligaran a iniciar todo otra vez. Hice girar la lengua alrededor de esa enorme cabeza intentando recordar cómo lo había hecho mi madre, la primera vez que jugamos. Pero no me animaba a llegar tan lejos. Metí el glande en mi boca apretando fuerte los labios y seguí jugando con mi lengua. Me mantuve así durante unos segundos hasta que oí la voz de Victoria.
—Ponele un poco más de ganas, Nadia —no me estaba retando, sino más bien animando.
Una vez más temí que me obligaran a comenzar desde cero e hice un enorme esfuerzo para engullir esa gran pija de a poco. Mi saliva me ayudó con la tarea, no era tan difícil tenerla en la boca, aunque la comisura de mis labios se estiraba mucho y me producía cierto dolor. Cuando llegué a la mitad retrocedí hasta la punta para volver a tragar. Me sorprendió que pudiera contenerla dentro, a pesar del esfuerzo. Subí y bajé la cabeza unas tres veces más y todos comenzaron a animarme diciéndome cosas. “Eso así”, “Vamos más rápido”, “Demostrá que sos hija de tu madre”. Ese último comentario vino de la boca de mi tío.
—¿Estás insinuando que soy una petera? —Preguntó Viki.
—No estoy insinuando nada —dijo Alberto—. Lo estoy afirmando. Te conozco muy bien, hermana.
Eso me hizo reír… es difícil reírse con una pija en la boca.
Los vítores me estimularon un poco y comencé a dar una mamada más rápida, me animé a tragarla más. Sentí mi concha chorreando jugos. Tenía las piernas algo separadas y casi sin darme cuenta, llevé una mano a mi clítoris y comencé a estimularlo, sin dejar de chupar. Rogaba que nadie se diera cuenta que me estaba tocando; pero eso era prácticamente imposible. Mi familia no sólo me vería chuparle la verga a mi papá, sino que además serían testigos de cómo me pajeé al hacerlo. ¿Habrán pensado que a mí me calentaba chuparle la pija a mi viejo? ¿Que lo estaba disfrutando?
De pensar eso, no sé si estarían en lo cierto. Pero la realidad era que chuparle la verga a mi papá me estaba resultando menos molesto de lo que había imaginado en un principio… y más excitante. Era una buena pija, seguramente mi mamá disfrutaría mucho comiendosela todas las noches.
El calorcito de mi sexo me desinhibió y empecé a mamar tan rápido como podía y dando fuertes chupones cuando llegaba a la punta. Mi pelo saltaba para todos lados, creí que me iba a desnucar en cualquier momento. El glande chocaba contra el fondo de mi garganta. Por miedo a que esto me hiciera vomitar, la saqué de mi boca. Se me ocurrió sumar las tetas al juego, así me obligaría a apartar la mano de mi rajita y no la tragaría tanto. Enfundé la verga de mi padre con las tetas y seguí chupando mientras las movía de arriba hacia abajo, era la primera vez que hacía una “turca” completa, con chupada de pija incluída. Seguramente me dejaría una oscura e imborrable mancha cada vez que recordara que mi primera experiencia en este sentido había sido con mi propio padre. Todos festejaron mi atrevimiento.
Mi madre dijo algo que me devolvió a la realidad:
—¿Cuánto tiempo va? —No obtuvo respuesta, seguí chupando.
—Uy, nadie prendió el cronómetro —dijo mi tío, unos segundos después.
Saqué la verga de mi boca.
Calcularon que habían pasado entre ocho y diez minutos, casi el doble de lo establecido. A mi sinceramente no me importó, pero tenía mi orgullo y quería hacerme valer.
—Eso es injusto —me quejé— ahora deberíamos subir el tiempo de las prendas a diez minutos —no daba crédito a mis propias palabras.
—Creo que sería lo más justo —dijo mi madre mientras yo regresaba a mi silla.
Miré a mi papá, me observaba con una extraña sonrisa y con la poronga en la mano. Le sonreí de la misma forma y mi corazón dio un salto cuando una frase cruzó por mi mente “Ya te la voy a chupar otra vez, papi”.
Me quedé muy quieta con el pulso acelerado mirando esa gorda y larga verga. Entre la pesadez que me dejó la borrachera y lo ocurrido no pude evitar imaginar una escena en la que entraba al cuarto de mi padre y él me esperaba con la pija dura y yo se la comía toda, tal y como lo había hecho apenas un minuto antes. Sacudí mi cabeza en un intento por borrar para siempre de mi mente todas esas locas ideas.
Una vez establecido el nuevo reglamento, seguimos jugando. Nadie se aburría de las cartas, éstas tenían cada vez mejor sabor porque sabíamos lo que estaba en juego. En mi interior no paraba de repetirme que todo esto era demencial, pero al mismo tiempo me calentaba mucho. No presté mucha atención a esta mano en particular, me retiré para no sufrir una nueva derrota. Mi mente aún seguía ofuscada por lo que tuve que hacer con mi papá.
De pronto mi hermano dio un grito triunfal, había ganado otra vez. Debía elegir la siguiente sanción y mi mamá sería su víctima. Quedamos expectantes mientras pensaba en algo, solía ser el más lento para decidir, tuve que darle un golpecito en la cabeza diciéndole:
—Dale che, que esto no es ajedrez. —Mi comentario hizo reír a todos, pero para Erik quedé señalada como su víctima número dos.
—¡Ya sé! Mamá, chupásela a Nadia. —Me arrepentí de haberlo golpeado.
Era el primer desafío verdaderamente lésbico de la noche. Lo de las tetas fue una sonsera comparado a los desafíos que nos impartíamos ahora. Mil cosas pasaron por mi cabeza. ¿De verdad mi madre iba a comerme la concha? Mientras Viki caminaba hacia mí con paso sensual me puse muy incómoda, ella parecía totalmente decidida o bien ya estaba completamente borracha.
Esa misma madre que todas las mañanas me preparaba el desayuno… me comería la concha. No podía asimilar esa idea. Me puse más cachonda, aunque intentaba reprimirme. Ni siquiera me di cuenta que ella ya estaba arrodillada ante mí y me había separado las piernas ¡De verdad me la iba a chupar! Mi corazón se puso a mil y el cronómetro se puso en marcha. Al instante sentí el primer roce contra mi clítoris. Cerré los ojos, no quería ni mirar. Pude sentir cómo me chupaba el botoncito con fuerza y crucé mis piernas en su espalda, dejando su cabeza atrapada en el centro. Nunca antes me habían hecho sexo oral, ni siquiera un hombre. Se me hacía muy raro que mi primera experiencia fuera con una mujer… y doblemente raro era que esa mujer fuera mi propia madre.
Mis piernas se ablandaron, ya no podía pensar con claridad, podía sentir un intenso calor bajando por mi vientre. La lengua de Victoria hacía un trabajo excelente, no podría aguantar ocho largos minutos de esta tortura tan placentera. ¿Dónde mi madre aprendió a chupar una concha de esta manera? Ahí fue cuando tuve la absoluta certeza de que mi mamá ya había tenido experiencias lésbicas… y más de una. Algo que no podía encajar con la madre que yo conocía. Para cualquier persona debe ser muy duro que un día su madre le diga: “¿Sabes qué? chupé varias conchas en mi vida”. Más difícil es asimilar eso si tu mamá, en lugar de decírtelo con palabras, te lo demuestra… comiéndote la concha de manera espectacular.
Pude escuchar mis propios gemidos, salían de mi boca sin mi permiso. La lengua de Viki exploraba cada rincón de mi sexo y sus chupones… ¡Dios, esos chupones que me daba en el clítoris!
“Ay, mamá —pensé—. ¿Cuántas veces estuviste en una situación como esta? Arrodillada delante de una mujer… comiéndole toda la concha”. Me dio mucho morbo pensar quiénes pudieron ser esas mujeres. ¿Viejas amigas? ¿Compañeras del trabajo? ¿Desconocidas? ¿Mi papá sabría de las tendencias lésbicas de mi madre?
Estaba al borde de un orgasmo, intenté reprimirlo con todas mis fuerzas, pero mi madre empleó dos de sus dedos, los incrustó dentro de mi agujerito y dio un fuerte chupón a mi clítoris. No pude aguantar más, sabía lo que vendría y no quería que ocurriera frente a mi familia. Mi concha estaba a punto de estallar, sentía espasmos internos y no sabía qué hacer, quería irme de allí antes de que alguno lo notara. Me puse de pie de un salto, apartándome de mi madre. Era como si tuviera unas imperiosas ganas de orina, pero no hubiera un lugar dónde hacerlo. Miré para todos lados y llevé la mano izquierda a mi vagina. Gran error, el solo contacto estimuló mi clítoris al límite y estallé.
El orgasmo fue tremendamente intenso, no pude reprimir mis gemidos, que se parecían más a gritos de agonía y desesperación. Instintivamente estiré mi mano derecha hacia mi madre pero no pude agarrarme de ella. Un fuerte chorro de líquido salió de mi concha y cayó al suelo en una lluvia de placer. Intenté tapar el orificio de salida con los dedos pero no sirvió de nada, más jugo salió despedido de ella salpicando todo el piso y otro grito salió de mi garganta. Las piernas ya no me sostenían, fui cayendo de rodillas lentamente; mi madre se puso de pie rápidamente, me tomó de la mano derecha y me sostuvo, pegándose a mí. Con eso además me cubría un poco de la vista de los demás. Empecé a pajearme violentamente, con mi mano izquierda. Quería que toda la carga sexual acumulada en mi interior saliera, antes de que mi cuerpo estallara.
La cabeza me daba vueltas, en parte se debía a las grandes cantidades de alcohol ingerido, no sabía ni dónde estaba. Sentí algo húmedo contra mi mejilla y un fuerte olor a sexo femenino que me embriagó todavía más. Mi obnubilada mente se percató de que estaba muy cerca de la vagina de mi madre, tenía los ojos cerrados y sentía que el piso se inclinaba de un lado para el otro. Mi cara rozó contra los carnosos labios vaginales llenándose de flujo, por alguna razón esto no me molestó; al contrario, esa calidez maternal me resultó confortante.
Su concha quedó contra mi boca y como un bebé que busca una teta, me prendí de uno de sus carnosos y voluptuosos labios vaginales. Chupé intensamente absorbiendo todo el líquido que lo empapaba. El sabor era muy intenso, algo salado pero maravillosamente dulce para mí. Era mi forma de agradecimiento. Esa mujer no sólo me había dado la vida sino que también me dio el momento más placentero que había experimentado jamás. Nunca antes había sentido la tentación de chupar el sexo de una mujer; pero en este momento no me importó en absoluto. Recorrí todos los rincones de la rajita de mi madre, como si le estuviera diciendo: “Ya sé que chupaste varias conchas, y no me molesta para nada. Te felicito por eso”.
Recobré la compostura y me di cuenta del tremendo papelón que había hecho. Supongo que nadie pudo ver las chupadas que le di a la concha, eso sólo quedaría entre mi madre y yo… eso espero.
Me puse de pie, intentando mantenerme derecha, preparándome para el torrente de burlas y comentarios hirientes, pero ninguno hizo nada de eso, todo lo contrario. Mi hermanita comenzó a aplaudir entusiasmada y todos se le sumaron, Victoria inclusive. Me sentí como una actriz de teatro al finalizar la función, no pude evitar sonreír. Hice un par de reverencias a mi halagador público. Hasta mi hermano parecía encantado y me sonreía como nunca lo había hecho. Tenía la pija completamente dura, lo interpreté como su forma de decirme: “Te felicito, hermanita”.
Sinceramente, luego de ese tremendo orgasmo, ya no quería que el juego terminara. Le había encontrado el gustito a la situación y me intrigaba saber qué pasaría con mi familia de ahora en adelante.
Mi madre y yo volvimos a sentarnos, mientras mi tío Alberto repartía las cartas.
La siguiente en perder fue mi hermanita y mi papá tuvo que imponerle el desafío. Ella parecía nerviosa y se sonrojó bastante. Estoy segura de que Pepe lo notó, por eso intentó ser suave con ella.
—Tenés que bailar para tu hermano —le dijo. Mayra lo miró de forma extraña, con el ceño fruncido, no logré adivinar en qué pensaba; pero sin duda estaba molesta.
Tal vez ella había visto más de lo que yo suponía del baile entre Erik y Victoria… él se había pasado de la raya con los arrimones, y ahora la pobre Mayra tenía que pasar por lo mismo.
Supuse que se negaría a seguir con este morboso juego, pero se levantó de la silla y tomó a Erik de la mano indicándole que se pusiera de pie. Iba orgullosamente desnuda, en ese sentido no noté ni una pizca de inhibición. Sus pequeñas tetas se alzaban hasta los pequeños picos que eran sus pezones; su concha completamente depilada parecía estar tallada en mármol, era perfecta; y lo mejor de todo era su culo en pompa, daban ganas de morderlo.
Mi tío puso la misma música sensual con la que se había bailado antes y Mayra se puso de espaldas a su hermano, debía bailar durante diez minutos y ganarse la aprobación de él. Ella comenzó a bambolear su redonda cola de un lado a otro, parecía una odalisca. Pegó su espalda al pecho de mi hermano y éste la tomó por la cintura.
El respingon culo de Mayra rozó varias veces el pene que tenía detrás. Cuando intentó pegarse un poco más a Erik, él se apartó un poco; lo cual me extrañó mucho. Luego de la reacción que había tenido al bailar con mi mamá, arrimándola descaradamente, supuse que se tomaría las mismas libertades con su hermana menor.
Los sensuales movimientos de esa grácil mujercita provocaron que la punta del pene se pierda entre sus glúteos. Erik comenzó a acariciarle el vientre suavemente; pero no intentó ir por sus pechos ni presionó con su pelvis, a pesar de tener el miembro ya dirigido hacia la zona más prohibida de su tierna hermanita. Ella, por el contrario, se inclinó hacia adelante, parando aún más la cola; como si buscara el roce.
La actitud de mi hermana me tenía confundida.
Separó un poco las piernas y sus nalgas se abrieron, mostrándome su apretado y rosado ano; el glande estaba apoyado justo contra él, pero Erik parecía estar retrocediendo disimuladamente. No podía verle la cara a Mayra, pero sus movimientos dejaron de ser sensuales y el tiempo se estaba acabando.
Con el final acercándose, logró pegarse mucho al duro pene y él no pudo retirarlo. Me sorprendió mucho lo que vi. Ella incrementó la presión y su pequeño culo comenzó a abrirse notoriamente. Solamente yo podía ver eso, el resto parecía ajeno a la situación y observaban con una sonrisa en sus rostros. La punta del pene comenzó a deslizarse hacia adentro, mientras el anillo anal se abría cada vez más. La dilatación no paró hasta que todo el glande se perdió dentro. No podía creer lo que veían mis ojos. Mayra se movió sensualmente una vez más y Erik le apretó las tetas sin siquiera sacar la verga que le estaba taladrando el culo a su hermanita; aunque no me pareció que intentara presionar más. El pene había perdido su cabeza y estaba evidentemente incrustado en el culo de la pequeña. Pude ver el pequeño agujero de su concha, y de él salía una abundante cantidad de flujos sexuales. Al parecer ella no era inmune a la excitación.
El tiempo terminó y vi el glande emergiendo como si fuera un corcho saliendo de una botella. El culo de mi hermana había quedado muy abierto, formando una “O”, luego fue cerrándose de a poco.
Regresó a su silla con el ceño fruncido y los labios apretados. Erik le dio un diez por su gran baile, pero ella no pareció contenta. Apostaría todas mis pertenencias a que, de ahora en adelante, Erik se haría muchas pajas pensando en el culo de Mayra.
Comencé a repartir las cartas para que nadie reparara en el extraño enojo de mi hermanita.
Me puse a pensar qué tipo de desafíos podría haber de ahora en adelante y por estar distraída, perdí. Ésta no era mi noche. Sin duda fui la que más veces perdió, y la mayoría de las veces fue por estar pensando en otra cosa.
Miré alrededor de la mesa, buscando al triunfador, mientras tomaba un buen sorbo de vino; mi vaso parecía nunca vaciarse, supuse que mi hermano o mi papá se encargaban de mantenerlo lleno. La ganadora fue Victoria, haciendo honor a su nombre, me sonrió con malicia y me quedé petrificada; pude leer en sus ojos que algo terrible se avecinaba.
—Tenés que meterte la verga de Erik —miré para todos lados confundida ¿había escuchado bien?
—¿¡Qué!? —exclamé incrédula, ¿Cómo podía ser que mi mamá me pidiera semejante cosa?
—Eso que dije —dio un sorbo a su vaso— y tiene que estar bien adentro —otra vez su maliciosa sonrisa.
—¿Me estás diciendo que me tengo que dejar coger por mi hermano? —Eso fue un punto de quiebre para mí. Una cosa era chupársela a mi papá o hacerle una turca a mi tío, ellos me caían bien y eso me facilitaba las cosas; pero a mi hermano no le tengo el mismo aprecio y no quiero sentirme ultrajada por él.
—No, coger no. Solamente tenés que tenerla adentro y esperar diez minutos, eso no es coger. —No quise ponerme a discutir por un formalismo, seguramente me daría algún argumento lógico y convincente que me haría dudar más todavía.
—De todas formas no lo voy a hacer —dije con firmeza
—Entonces quedás afuera del juego —eso lo dijo mi propia hermana—. El que no pasa un desafío, pierde.
Miré a mi padre, la única persona que podría llegar a estar a mi favor pero él se encogió de hombros.
—Es solamente un juego Nadia, —dijo Pepe—. Si te molesta, no lo hagas; pero tu hermana tiene razón. No vas a poder seguir jugando
No podía creerlo, toda mi familia parecía estar en mi contra, hasta mi tío me animaba a que lo hiciera y ya podía notar una gran sonrisa en la cara de Erik. Instintivamente le miré su verga, la tenía gorda y dura, parecía a punto de reventar y se sacudía sola, tensándose al máximo para luego relajarse un poco. Nunca había estado con un hombre que la tuviera así de grande… con excepción de la mamada que le había hecho a mi padre. Al recordar ese momento me mojé mucho, me había metido la verga de mi propio padre en la boca y ahora pretendía negarme a meter la de mi hermano, por otro orificio. No tenía muchos argumentos para defender, no sabía qué decir más que:
—No, no quiero. Prefiero no seguir jugando.
—Entonces tenés que ir a tu cuarto —dijo mi madre.
—¿Me estás castigando, mamá?
—No hija. Es que si estás fuera del juego tenés que irte. —Estaba por preguntarle por qué, cuando mi hermanita respondió a esa pregunta sin que yo la hiciera.
—Es que si te quedás estarías mirando y esa es una forma de participar del juego —ella había heredado la inteligencia y el carácter justiciero de mi madre, siempre era rápida para entender las cosas, aunque fuera calladita.
La idea de irme y que mi familia siguiera con ese juego sin mí, me incomodaba mucho. Tendría que estar encerrada en mi cuarto, pensando qué estarían haciendo. Era algo que no podía tolerar. Intenté forzar mis pensamientos y abrir mi cabeza al límite. Miré otra vez esa verga. Sé qué tan… puta puedo llegar a ser, si estoy muy excitada; si esa verga perteneciera a un hombre que no fuera mi hermano, no me resistiría ni un segundo. Me moriría de ganas de sentirla dentro, de disfrutar semejante pedazo de carne. Me lo montaría sin dudarlo y saltaría como una loca, pidiendo que me cogiera más fuerte. Tragué saliva y me dije a mi misma que si cerraba los ojos podía pensar que se trataba de otra persona.
—Está bien, lo voy a hacer —todos exclamaron de alegría, menos mi hermana. ¿Qué estaría pasando por su cabecita?
—El tiempo empieza a correr cuando esté toda adentro —mi madre podía ser muy diabólica cuando se lo proponía; justa pero diabólica.
Para no estirar mucho la situación moví la silla hacia atrás y levanté las piernas quedando bien abierta, de mi rajita aún fluía juguito y mi blanca piel brillaba por el sudor. Se me revolvió el estómago de solo pensar que le estaba ofreciendo la concha a mi hermano. En cuanto Erik se paró delante de mí, cerré los ojos, yo no debía hacer nada, solo recibirla y tolerarlo durante diez largos minutos. Sentí el glande introduciéndose en mi agujerito. Me estremecí y pensé que por, algún motivo divino, lograría evitar que me la metiera; pero no fue así, realmente estaba entrando y lo hacía lentamente pero sin pausa. Mi concha se abrió cada vez más. Pude sentir ese pedazo de carne deslizándose hacia lo más profundo de mi ser. Los límites de mi vagina se estiraron, para amoldarse al diámetro. ¿Por qué la tenía que tener tan grande? Me estaba doliendo un poco; pero sabía que mientras él lo hiciera de forma suave y delicada, no tenía nada de qué preocuparme. Nada más allá del hecho de que ésta era la mejor pija que me habían metido… y era la mi hermano. Recordé el encuentro que tuvimos a la salida del baño, cuando nos abrazamos y pude sentir la rigidez de su verga contra mis labios. Ahora la sentiría por dentro y tenía la excusa perfecta para hacerlo. No era que yo le había dicho “Erik, admito que tenés una verga de lo más interesante, y me da curiosidad por probarla… por tenerla bien metida en la concha. ¿Me la metés?”. No… no… sería incapaz de decirle una cosa así a mi hermano. Pero la curiosidad es real, aunque me joda mucho admitirlo.
Por suerte la pija estaba entrando con delicadeza ¡Momento, esto no es propio de Erik! Él hace todo a lo bestia. ¿Por qué estaba siendo tan suave conmigo? La explicación llegó como un baldazo de agua fría: Erik me penetraría lo más lento posible, para poder tener la pija más tiempo dentro de mi concha.
Pero yo no quería esperar tanto, ni pretendía darle el gusto de disfrutar mucho de la situación. La quería toda adentro, y ya. Para acelerar las cosas me vi obligada a abrazarlo con fuerza. Lo atenacé con mis piernas haciendo que la verga entrara completa de una vez. Solté un grito, no es que me doliera mucho, era sólo una reacción involuntaria; pero ya estaba adentro, bien adentro… y no se sentía nada mal.
Ahora sólo debía esperar.
Pensé que la peor parte ya había pasado, pero no. Tener la pija bien metida en la concha activó al máximo todos mis instintos sexuales. ¡Dios, qué bien se siente! ¿Por qué, por qué tiene que ser tan agradable?
Escuché la voz de mi hermano, cerca de mi oreja izquierda.
—¿Qué pasa si acabo adentro?
—¡Callate pelotudo, no hables! —Le grité, enojada— ¡Y no te muevas!
No quería que hablara, porque eso me hacía más difícil pensar en otra cosa, en olvidarme que esa pija dentro de mí era la de mi propio hermano. Jamás pensé que alguna vez el podría llegar a penetrarme… y que yo accedería a hacerlo. Bueno, accedí solo porque es parte del juego… y la culpa es mía. Me parecía interesante la idea de volver a jugar al strip póker con mi familia; pero no pensé que la cosa llegaría tan lejor. Pero ya era tarde para echarme atrás.
Intenté relajarme, pensar en él como si fuera otro hombre. Su pecho estaba pegado a mis tetas. Su aliento llegaba a mi cuello produciéndome un extraño hormigueo. Tiene la espalda fuerte, la acaricié suavemente con ambas manos. Mi concha estaba de fiesta, y lo manifestaba soltando jugo a cada rato.
Erik estaba tan cerca de mí que pude escuchar el latido de su corazón; los dos teníamos el pulso acelerado.
Cediendo a las circunstancias, me permití disfrutar de ese olor varonil, de esos músculos firmes, del leve roce de su vello púbico contra mi clítoris. A pesar de que él se quedaba lo más quieto posible, siempre había cierto movimiento. Podía sentir toda la extensión de su enorme verga en mi interior, nunca me había metido algo de ese tamaño y tuve que reconocer que era morbosamente agradable.
Apoyé mis labios contra su cuello y respiré por la nariz, estaba borracha y muy excitada. ¿Qué importaba si era la verga de mi hermano? Era la mejor verga que me habían metido en mi vida. Apreté más las piernas para atraerlo más hacia mí y noté que se me clavaba un poco más adentro. Los músculos de mi vagina se contrarían y expandían constantemente; un fuerte gemido se escapó de mi boca. Al tener los ojos cerrados el resto de mis sentidos estaban potenciados.
Aflojé un poco las piernas y sentí que la verga salía un poquito, pero enseguida volvió a meterla hasta el fondo; me gustó que hubiera hecho eso y gemí una vez más. No tenía noción del tiempo. El pene retrocedió dos veces más, para volver a entrar; pero era un movimiento casi imperceptible. Supuse que sólo intentaba acomodarse y aproveché la ocasión para menearme un poco. Cuando él inició un lento vaivén, otro quejido estalló en mi garganta; solté un poco más mis piernas, para permitirle moverse mejor. Caí en la cuenta de que Erik estaba bombeando mi mi lujuriosa concha, con el movimiento de su verga. Casi como si me estuviera cogiendo… casi.
Mi mente vagó por otros rumbos y sólo quedó el placer físico. Erik sacó casi toda su verga y me clavó con fuerza, me descargué dando un agónico grito de placer. Me embistió una vez más y me agradó. Me agradó todo: la rigidez en mi interior; mis labios vaginales adaptándose a la pija; el morbo de tenerla clavada hasta el fondo; el líquido tibio inundando mis entrañas… ¿líquido tibio?
—¡Pelotudo de mierda! —Grité, volviendo súbitamente a la realidad.
—¿Qué pasó, Nadia? —Preguntó mi mamá.
—¡El muy hijo de puta me acabó adentro!
Capítulo 4.
Las Cartas Sobre la Mesa.
Creí que el intenso juego de strip póker con mi familia iba a afectar más nuestra rutina diaria; pero todo se mantuvo más o menos igual que siempre. Pasé algo de vergüenza en las primeras cenas junto a mi familia, porque me costaba mirarlos a los ojos después de haberles visto las partes íntimas. Pero lo que más me avergonzaba era sorprender a cualquiera de ellos mirándome la cola. Tal vez lo hacían por mero acto reflejo, pero yo estaba algo paranoica y cada vez que esto ocurrió pensé que ellos estaban recordando el momento en el que Mayra me penetró el culo con el desodorante. Eso es algo con lo que tendré que aprender a vivir, nadie de mi familia se olvidará jamás ese momento, y por supuesto yo tampoco.
Los días pasaron y todos fuimos volviendo a nuestras rutinas. El único elemento nuevo era que Mayra y yo habíamos comenzado a frecuentar el gimnasio. Solíamos ir juntas al horario de la siesta, porque era el menos concurrido. Esto le venía perfecto a Darío, nuestro instructor, que no perdía oportunidad para mirarle el culo a Mayra, o para manosearme un poco. Admito que yo no opuse mucha resistencia a estos manoseos, y sé que mi hermanita se puso incómoda en más de una ocasión al ver como Darío pasaba su mano por toda mi cola, casi sin disimulo. Incluso hubo veces que aprovechó para acariciar la zona de mi concha. Como yo vestía calzas muy elastizadas, podía sentir sus dedos prácticamente como si no tuviera nada puesto.
Cuando llegó el fin de semana todos aprovechamos para quitarnos de encima los asuntos que habían quedado pendientes por culpa de la lluvia del sábado pasado. Mi tío fue a verse con su “amiga”, mis padres salieron a cenar juntos, mi hermano… bueno, no sé qué hizo Erik, y tampoco me importa. Lo único que sé es que no se quedó en casa. Mayra y yo aprovechamos para salir a bailar, hizo una noche estupenda; no hubo ni una sola nube amenazando en el cielo. La pasamos de maravilla, bailamos con algunas de mis amigas y cuando se me acercaron tipos, los rechacé cortésmente, porque no quería dejar sola a Mayra. También tuve que rechazar a varios en nombre de ella. Pobrecita, cada vez que venía alguien a encararla, se escondía detrás de mí como si fuera un cachorrito asustado. Para colmo estaba preciosa, con los labios pintados de un intenso rojo, tacos altos, una blusa bastante suelta y una minifalda bien pegada a la cola. Tuve que hablarle durante una hora para convencerla de que usara eso, pero al final accedió.
Llegamos tarde a casa, con las claras evidencias de haber bebido de más. Pero las dos sabíamos exactamente qué iba a ocurrir en cuanto estuviéramos dentro de nuestro cuarto. Nos desnudamos en cuestión de segundos y cada una se tiró en su cama, con las piernas bien abiertas. Nos hicimos una buena paja, para darle un digno cierre a la noche. Al otro día nos levantamos con una resaca tremenda; pero con la alegría de haber pasado una linda noche juntas.
Pero al fin de semana siguiente mi mamá hizo esa propuesta que todos estábamos esperando, pero que nadie se animaba a decir. Dejó caer la idea como una mera posibilidad, algo que podíamos tener en cuenta, en caso de que no tuviéramos planes para ese sábado.
—¿Qué les parece si hacemos otra noche de póker?
Mi tío Alberto dijo que la chances de salir otra vez con su “amiga” no eran muy esperanzadoras, las cosas no habían marchado muy bien entre ellos; al parecer no hubo nada de química. Comprendí que mi tío quería decir que él solo buscaba una relación pasajera, para tener sexo sin compromiso, y aparentemente su amiga pretendía otra cosa.
Mis padres no tenían planes, estaban completamente libres. Erik… bueno, no importa qué mierda haga Erik. La cuestión es que dijo que, a falta de algo mejor, prefería quedarse jugando al póker.
Mayra no es de salir mucho, y con la noche que pasamos el sábado anterior ya tenía más que suficiente para todo el resto del mes. Todos me miraron a mí, yo era la única que aún no había confirmado su asistencia. Mis planes para el sábado eran sencillos: iría a casa de una amiga a mirar películas. No es algo que me entusiasme demasiado, nunca tuve mucho interés por el cine. Por eso no me dolió en lo más mínimo cancelar esos planes. Tenía muchas ganas de repetir la experiencia pasada, más que nada por curiosidad, supongo.
Así fue como organizamos todo para una nueva sesión de strip póker familiar.
Toda la escena me produjo una extraña sensación de Deja Vú. La mesa para jugar se preparó igual que la vez pasada, y el alcohol no escaseó. Al contrario, me dio la impresión de que esta vez mi mamá estaba mejor preparada, y en lugar de haber únicamente vino, esta vez también hubo Fernet con Coca—Cola. Mi papá se sirvió un poco de vino, él no es muy amante del Fernet. Otro detalle diferente era que ahora no llovía. La noche estaba completamente despejada y eso, en lugar de tranquilizarme, tuvo el efecto contrario. Porque nos ponía en evidencia. Esta vez no iniciaríamos una partida de Strip Póker por culpa del mal clima, lo haríamos porque queríamos.
¿De verdad queríamos? Bueno, no puedo responder por todos, pero al menos puedo decir que a mí me estaba picando un poquito la curiosidad. No tanto por ver a mi familia desnuda, sino por pasar un buen momento juntos.
Al menos sí puedo decir que todos se mostraron bastante entusiasmados con la idea, hasta Mayra se tomó el trabajo de sonreír. No sé si era una sonrisa sincera, pero al menos le estaba poniendo buena cara a todo este asunto.
A mi mamá se le ocurrió una brillante, pero peligrosa idea:
—Para hacer las cosas más interesantes, vamos a empezar en ropa interior. De todas formas la vergüenza de andar desnudos ya la pasamos la primera vez.
Así fue como todos nos quedamos en ropa interior. Mayra estaba preciosa, tenía puesta una diminuta tanga blanca de encaje con un corpiño haciendo juego, que le transparentaba los pezones. Pero la verdadera transparencia la tenía mi madre. Sus grandes tetas estaban cubiertas por una fina tela de tul que no dejaba nada a la imaginación. Por irónico que parezca, la más decente de la familia era yo. Mi ropa interior no transparentaba nada… pero tampoco duraría mucho.
Perdí las dos primeras manos, culpé a los nervios por eso y quise bajarlos tomando un buen trago de Fernet. Fui la primera en quedar completamente desnuda… volví a tomar Fernet.
Debo admitir que me avergonzó un poco quedar totalmente desnuda, no porque mi familia me estuviera viendo, sino por ser la única en esas condiciones. Por suerte no tuve que esperar demasiado, mi tío Alberto también perdió dos veces seguidas. Los varones, al no usar corpiño, tuvieron que quedarse con una segunda prenda de vestir. Alberto y mi papá se dejaron puestas las medias, y Erik se puso su gorra roñosa.
Cuando Alberto perdió por segunda vez se quitó el calzoncillo, mostrándonos su huevos, que colgaban como bolsas de cuero, y su verga, que se meneó como la trompa de un elefante. Sentí un cosquilleo en la concha. Por más que esa fuera la verga de mi tío, era un lindo ejemplar de miembro masculino. No podía molestarme con él por haberme mirado la concha desde el momento en que me quité la tanga, a mí también me costaba no mirarle la verga. para colmo lo tenía sentado prácticamente frente a mí, y la mesa de vidrio transparente no cubría nada.
Al menos ya no era la única desnuda en la sala.
Pensé que las cartas me favorecerían en las próximas manos y que mi familia se iría quedando sin ropa; pero no. La siguiente en perder fui yo… otra vez. Ya no podía pagar con prendas de vestir por lo que el ganador debía imponerme algún desafío. Quien obtuvo las mejores cartas fue Mayra, con dos pares: uno de reinas y el otro de nueves. Eso me recordó al título de una película argentina.
Ella me miró con una sonrisa picarona que pocas veces le había visto. ¿Se estaría habituando a este juego tan erótico? Dictó la sentencia sin vueltas:
—Chupale las tetas a mamá.
Pensé que empezaría con algo más suave, como “Tocale las tetas a mamá”, pero chuparlas… bueno, después de lo ocurrido durante la primera partida de póker no podía considerar que ésto fuera algo tan serio. Pero de verdad me hubiera gustado empezar a aclimatarme con algo un poquito más suave.
Estuve a punto de poner una excusa para no hacerlo, ya que mi mamá aún tenía puesto el corpiño. Consideré que para ella sería injusto tener que quitárselo sin haber pedido; pero fue la misma Viki quien me cerró la boca antes de que yo hablara. Desprendió su corpiño, exponiendo sus magníficas tetas, y lo dejó caer al suelo.
—Pago una prenda ahora, para la próxima vez que pierda —dijo, con total tranquilidad.
Movió la silla hacia un costado, apartándose un poco de la mesa, y me hizo señas para que me acercara. Sonreía como si hubiera ganado un premio.
Era inútil resistirme, yo había decidido participar en el juego y todos en mi familia parecían estar entusiasmados. “Bueno, al menos no tengo que chuparle la verga a mi papá… o a Erik”, pensé, para darme ánimos. Si me tenía que meter algo en la boca, entonces prefería que fueran las tetas de mi mamá. Sonreí, para demostrarle a todos que yo también estaba dispuesta a ponerle buena onda al juego.
No le di muchas vueltas al asunto, lo mejor era terminar con todo lo más rápido posible. Chupar un pezón no me parece nada de otro mundo. Después de todo, yo misma me chupo las tetas, cuando me hago la paja. Una enorme ventaja de ser tetona. Supuse que mi madre había hecho lo mismo varias veces, y eso me dio un poquito de morbo.
Me acerqué a ella, le agarré la teta izquierda con suavidad y acerqué mi boca hasta el pezón. Al principio lo sentí suave, pero en pocos segundos se puso duro, me alegré por eso; significaba que mi lengua estaba haciendo un buen trabajo.
El resto del proceso se me hizo mecánico y repetitivo, pero extrañamente hipnótico. Descubrí que chupar y lamer continuamente durante algunos minutos puede ser placentero, y más gusto me dio al levantar la vista y encontrarme con la sonrisa de mi madre. A ella le gustaba.
Cuando el tiempo terminó ni siquiera me di cuenta, al parecer mi papá dijo que ya era suficiente, pero no le presté atención. No me detuve hasta que la misma Viki me dijo:
—Estuvo muy bien, Nadia; ya no es necesario que sigas.
En mi mente habían pasado apenas unos segundos, pero ellos aseguraban que había estado diez minutos chupando esas tetas sin parar. Me alejé sin quejarme, aunque tenía ganas de seguir jugando con esos pezones que parecían tapitas de dentífrico.
En las partidas siguientes fueron perdiendo los demás miembros de mi familia, y tuvieron que desnudarse. Me dio la impresión de que Erik perdió a propósito, porque se quedó hasta el final con un par de cartas horribles en la mano. Cuando se quitó el calzoncillo lo hizo con orgullo, exponiendo su verga en todo esplendor. Se le había hinchado un poco e imaginé que en poco tiempo estaría mostrando una erección.
Jugamos una vez más. A pesar de que obtuve un grupo decente de cartas, con dos pares, perdí. Todos lograron armar un juego mejor al mío. Eso sí que es mala suerte.
—¿Qué pasa, Nadia? —Preguntó mi mamá—. ¿Andás distraída? Era un poquito obvio que alguien podía tener un juego mejor que el tuyo. Había dos nueves y dos reinas sobre la mesa, y vos no hacías pares con ninguna de esas cartas.
Tenía razón, pequé de ingenua; había conseguido emparejar un diez con una de las cartas de la mesa, y conté a mi favor el par de Reinas. Pero había muchas formas de ganarme. Mi papá me superó con un trío de dieces. Mayra tenía un nueve en la mano, lo que le permitió armar un full compuesto por tres nueves y dos reinas. Mi tío Alberto se retiró con dignidad apenas se mostró el Flop: las tres primeras cartas sobre la mesa; y mi mamá se retiró cuando se mostró el Turn: la cuarta carta de la mesa. Erik se consagró ganador, con un full compuesto por dos nueves y tres reinas, superando el gran juego que había conseguido Mayra.
Tendría que haberme retirado, al igual que mi tío y mi mamá. Entonces hubiera perdido mi papá.
Esperé resignada a que mi hermano me impusiera el próximo desafío. Miró fijamente las tetas de mi mamá y pensé que me pediría que las chupe… otra vez. Pero era lo mismo que me había pedido Mayra, me parecía injusto que Erik repitiera un castigo. Para mi desgracia, estaba muy equivocada. Como si hubiera leído mis pensamientos, dijo:
—Tenés que chupársela... a papá. —Habló con un tono socarrón que me hizo hervir la sangre.
—¡Apa! —Exclamó mi mamá. Con la mirada le supliqué que, por favor, detuviera todo. El juego me había resultado interesante en un principio, pero no quería llegar al extremo de meterme el pene de mi papá en la boca. Ella era la jueza de la familia y tenía la última palabra—. La cosa se pone interesante, yo quiero ver eso. —Una vez más, defraudada por mi propia madre.
Permanecí inmóvil durante varios segundos, todos me miraron expectantes. Mentalmente rogué para que alguno recobrara la cordura y dijera algo, pero sólo pude escuchar el ruido del vino cayendo en el vaso de mi padre. Mi mamá le estaba sirviendo una buena ración de alcohol, tal vez para prepararlo para lo que iba a ocurrir. Mi vaso estaba lleno y en dos tragos me tomé tres cuartas parte del contenido. Intenté dejar mi mente en blanco y de pronto me vi arrodillada ante la enorme verga de mi padre. No había sido del todo consciente de mis movimientos. La verga ya estaba ahí, no podía retroceder. En ese momento un pensamiento me cruzó por la cabeza, si tenía que chupar alguna de las vergas presentes, prefería que sea esta. No sabía exactamente por qué… pero era lo único positivo que podía encontrar.
La aferré con mi mano derecha, mentalizándome que sería como lamer un cucurucho de helado. Pasé la punta de la lengua por el tronco, con timidez. Así di inicio a mi tarea, quería terminar con esto lo antes posible. Pero las dudas me invadieron, no me animaba a continuar. Mi padre me observaba con una cálida sonrisa. ¿Acaso no pensaba en que era su propia hija la que se la estaba por chupar? Tal vez ya estaba un poco borracho, o bien imaginaba que la que le iba a chupar la verga era su mujer, al fin y al cabo mi mamá y yo nos parecemos un poco. Pero yo no tenía con quien hacer el símil. Nunca antes había tenido que chupar una verga tan grande como esta. Hasta me pregunté qué sentiría mi mamá al ser penetrada por este miembro tan imponente. Tal vez aquí reside la explicación de por qué ella es una mujer tan feliz.
Subí mi lengua hasta tocar la punta de su glande, el sabor no era desagradable, sólo algo saladito.
Cuando le hice la “turca” a mi tío llegué a sentir un sabor amargo, esto mismo lo sentí cuando tragué un poco del espeso líquido que fluía de la punta de la verga de mi papá. No quise detenerme, para que no me obligaran a iniciar todo otra vez. Hice girar la lengua alrededor de esa enorme cabeza intentando recordar cómo lo había hecho mi madre, la primera vez que jugamos. Pero no me animaba a llegar tan lejos. Metí el glande en mi boca apretando fuerte los labios y seguí jugando con mi lengua. Me mantuve así durante unos segundos hasta que oí la voz de Victoria.
—Ponele un poco más de ganas, Nadia —no me estaba retando, sino más bien animando.
Una vez más temí que me obligaran a comenzar desde cero e hice un enorme esfuerzo para engullir esa gran pija de a poco. Mi saliva me ayudó con la tarea, no era tan difícil tenerla en la boca, aunque la comisura de mis labios se estiraba mucho y me producía cierto dolor. Cuando llegué a la mitad retrocedí hasta la punta para volver a tragar. Me sorprendió que pudiera contenerla dentro, a pesar del esfuerzo. Subí y bajé la cabeza unas tres veces más y todos comenzaron a animarme diciéndome cosas. “Eso así”, “Vamos más rápido”, “Demostrá que sos hija de tu madre”. Ese último comentario vino de la boca de mi tío.
—¿Estás insinuando que soy una petera? —Preguntó Viki.
—No estoy insinuando nada —dijo Alberto—. Lo estoy afirmando. Te conozco muy bien, hermana.
Eso me hizo reír… es difícil reírse con una pija en la boca.
Los vítores me estimularon un poco y comencé a dar una mamada más rápida, me animé a tragarla más. Sentí mi concha chorreando jugos. Tenía las piernas algo separadas y casi sin darme cuenta, llevé una mano a mi clítoris y comencé a estimularlo, sin dejar de chupar. Rogaba que nadie se diera cuenta que me estaba tocando; pero eso era prácticamente imposible. Mi familia no sólo me vería chuparle la verga a mi papá, sino que además serían testigos de cómo me pajeé al hacerlo. ¿Habrán pensado que a mí me calentaba chuparle la pija a mi viejo? ¿Que lo estaba disfrutando?
De pensar eso, no sé si estarían en lo cierto. Pero la realidad era que chuparle la verga a mi papá me estaba resultando menos molesto de lo que había imaginado en un principio… y más excitante. Era una buena pija, seguramente mi mamá disfrutaría mucho comiendosela todas las noches.
El calorcito de mi sexo me desinhibió y empecé a mamar tan rápido como podía y dando fuertes chupones cuando llegaba a la punta. Mi pelo saltaba para todos lados, creí que me iba a desnucar en cualquier momento. El glande chocaba contra el fondo de mi garganta. Por miedo a que esto me hiciera vomitar, la saqué de mi boca. Se me ocurrió sumar las tetas al juego, así me obligaría a apartar la mano de mi rajita y no la tragaría tanto. Enfundé la verga de mi padre con las tetas y seguí chupando mientras las movía de arriba hacia abajo, era la primera vez que hacía una “turca” completa, con chupada de pija incluída. Seguramente me dejaría una oscura e imborrable mancha cada vez que recordara que mi primera experiencia en este sentido había sido con mi propio padre. Todos festejaron mi atrevimiento.
Mi madre dijo algo que me devolvió a la realidad:
—¿Cuánto tiempo va? —No obtuvo respuesta, seguí chupando.
—Uy, nadie prendió el cronómetro —dijo mi tío, unos segundos después.
Saqué la verga de mi boca.
Calcularon que habían pasado entre ocho y diez minutos, casi el doble de lo establecido. A mi sinceramente no me importó, pero tenía mi orgullo y quería hacerme valer.
—Eso es injusto —me quejé— ahora deberíamos subir el tiempo de las prendas a diez minutos —no daba crédito a mis propias palabras.
—Creo que sería lo más justo —dijo mi madre mientras yo regresaba a mi silla.
Miré a mi papá, me observaba con una extraña sonrisa y con la poronga en la mano. Le sonreí de la misma forma y mi corazón dio un salto cuando una frase cruzó por mi mente “Ya te la voy a chupar otra vez, papi”.
Me quedé muy quieta con el pulso acelerado mirando esa gorda y larga verga. Entre la pesadez que me dejó la borrachera y lo ocurrido no pude evitar imaginar una escena en la que entraba al cuarto de mi padre y él me esperaba con la pija dura y yo se la comía toda, tal y como lo había hecho apenas un minuto antes. Sacudí mi cabeza en un intento por borrar para siempre de mi mente todas esas locas ideas.
Una vez establecido el nuevo reglamento, seguimos jugando. Nadie se aburría de las cartas, éstas tenían cada vez mejor sabor porque sabíamos lo que estaba en juego. En mi interior no paraba de repetirme que todo esto era demencial, pero al mismo tiempo me calentaba mucho. No presté mucha atención a esta mano en particular, me retiré para no sufrir una nueva derrota. Mi mente aún seguía ofuscada por lo que tuve que hacer con mi papá.
De pronto mi hermano dio un grito triunfal, había ganado otra vez. Debía elegir la siguiente sanción y mi mamá sería su víctima. Quedamos expectantes mientras pensaba en algo, solía ser el más lento para decidir, tuve que darle un golpecito en la cabeza diciéndole:
—Dale che, que esto no es ajedrez. —Mi comentario hizo reír a todos, pero para Erik quedé señalada como su víctima número dos.
—¡Ya sé! Mamá, chupásela a Nadia. —Me arrepentí de haberlo golpeado.
Era el primer desafío verdaderamente lésbico de la noche. Lo de las tetas fue una sonsera comparado a los desafíos que nos impartíamos ahora. Mil cosas pasaron por mi cabeza. ¿De verdad mi madre iba a comerme la concha? Mientras Viki caminaba hacia mí con paso sensual me puse muy incómoda, ella parecía totalmente decidida o bien ya estaba completamente borracha.
Esa misma madre que todas las mañanas me preparaba el desayuno… me comería la concha. No podía asimilar esa idea. Me puse más cachonda, aunque intentaba reprimirme. Ni siquiera me di cuenta que ella ya estaba arrodillada ante mí y me había separado las piernas ¡De verdad me la iba a chupar! Mi corazón se puso a mil y el cronómetro se puso en marcha. Al instante sentí el primer roce contra mi clítoris. Cerré los ojos, no quería ni mirar. Pude sentir cómo me chupaba el botoncito con fuerza y crucé mis piernas en su espalda, dejando su cabeza atrapada en el centro. Nunca antes me habían hecho sexo oral, ni siquiera un hombre. Se me hacía muy raro que mi primera experiencia fuera con una mujer… y doblemente raro era que esa mujer fuera mi propia madre.
Mis piernas se ablandaron, ya no podía pensar con claridad, podía sentir un intenso calor bajando por mi vientre. La lengua de Victoria hacía un trabajo excelente, no podría aguantar ocho largos minutos de esta tortura tan placentera. ¿Dónde mi madre aprendió a chupar una concha de esta manera? Ahí fue cuando tuve la absoluta certeza de que mi mamá ya había tenido experiencias lésbicas… y más de una. Algo que no podía encajar con la madre que yo conocía. Para cualquier persona debe ser muy duro que un día su madre le diga: “¿Sabes qué? chupé varias conchas en mi vida”. Más difícil es asimilar eso si tu mamá, en lugar de decírtelo con palabras, te lo demuestra… comiéndote la concha de manera espectacular.
Pude escuchar mis propios gemidos, salían de mi boca sin mi permiso. La lengua de Viki exploraba cada rincón de mi sexo y sus chupones… ¡Dios, esos chupones que me daba en el clítoris!
“Ay, mamá —pensé—. ¿Cuántas veces estuviste en una situación como esta? Arrodillada delante de una mujer… comiéndole toda la concha”. Me dio mucho morbo pensar quiénes pudieron ser esas mujeres. ¿Viejas amigas? ¿Compañeras del trabajo? ¿Desconocidas? ¿Mi papá sabría de las tendencias lésbicas de mi madre?
Estaba al borde de un orgasmo, intenté reprimirlo con todas mis fuerzas, pero mi madre empleó dos de sus dedos, los incrustó dentro de mi agujerito y dio un fuerte chupón a mi clítoris. No pude aguantar más, sabía lo que vendría y no quería que ocurriera frente a mi familia. Mi concha estaba a punto de estallar, sentía espasmos internos y no sabía qué hacer, quería irme de allí antes de que alguno lo notara. Me puse de pie de un salto, apartándome de mi madre. Era como si tuviera unas imperiosas ganas de orina, pero no hubiera un lugar dónde hacerlo. Miré para todos lados y llevé la mano izquierda a mi vagina. Gran error, el solo contacto estimuló mi clítoris al límite y estallé.
El orgasmo fue tremendamente intenso, no pude reprimir mis gemidos, que se parecían más a gritos de agonía y desesperación. Instintivamente estiré mi mano derecha hacia mi madre pero no pude agarrarme de ella. Un fuerte chorro de líquido salió de mi concha y cayó al suelo en una lluvia de placer. Intenté tapar el orificio de salida con los dedos pero no sirvió de nada, más jugo salió despedido de ella salpicando todo el piso y otro grito salió de mi garganta. Las piernas ya no me sostenían, fui cayendo de rodillas lentamente; mi madre se puso de pie rápidamente, me tomó de la mano derecha y me sostuvo, pegándose a mí. Con eso además me cubría un poco de la vista de los demás. Empecé a pajearme violentamente, con mi mano izquierda. Quería que toda la carga sexual acumulada en mi interior saliera, antes de que mi cuerpo estallara.
La cabeza me daba vueltas, en parte se debía a las grandes cantidades de alcohol ingerido, no sabía ni dónde estaba. Sentí algo húmedo contra mi mejilla y un fuerte olor a sexo femenino que me embriagó todavía más. Mi obnubilada mente se percató de que estaba muy cerca de la vagina de mi madre, tenía los ojos cerrados y sentía que el piso se inclinaba de un lado para el otro. Mi cara rozó contra los carnosos labios vaginales llenándose de flujo, por alguna razón esto no me molestó; al contrario, esa calidez maternal me resultó confortante.
Su concha quedó contra mi boca y como un bebé que busca una teta, me prendí de uno de sus carnosos y voluptuosos labios vaginales. Chupé intensamente absorbiendo todo el líquido que lo empapaba. El sabor era muy intenso, algo salado pero maravillosamente dulce para mí. Era mi forma de agradecimiento. Esa mujer no sólo me había dado la vida sino que también me dio el momento más placentero que había experimentado jamás. Nunca antes había sentido la tentación de chupar el sexo de una mujer; pero en este momento no me importó en absoluto. Recorrí todos los rincones de la rajita de mi madre, como si le estuviera diciendo: “Ya sé que chupaste varias conchas, y no me molesta para nada. Te felicito por eso”.
Recobré la compostura y me di cuenta del tremendo papelón que había hecho. Supongo que nadie pudo ver las chupadas que le di a la concha, eso sólo quedaría entre mi madre y yo… eso espero.
Me puse de pie, intentando mantenerme derecha, preparándome para el torrente de burlas y comentarios hirientes, pero ninguno hizo nada de eso, todo lo contrario. Mi hermanita comenzó a aplaudir entusiasmada y todos se le sumaron, Victoria inclusive. Me sentí como una actriz de teatro al finalizar la función, no pude evitar sonreír. Hice un par de reverencias a mi halagador público. Hasta mi hermano parecía encantado y me sonreía como nunca lo había hecho. Tenía la pija completamente dura, lo interpreté como su forma de decirme: “Te felicito, hermanita”.
Sinceramente, luego de ese tremendo orgasmo, ya no quería que el juego terminara. Le había encontrado el gustito a la situación y me intrigaba saber qué pasaría con mi familia de ahora en adelante.
Mi madre y yo volvimos a sentarnos, mientras mi tío Alberto repartía las cartas.
La siguiente en perder fue mi hermanita y mi papá tuvo que imponerle el desafío. Ella parecía nerviosa y se sonrojó bastante. Estoy segura de que Pepe lo notó, por eso intentó ser suave con ella.
—Tenés que bailar para tu hermano —le dijo. Mayra lo miró de forma extraña, con el ceño fruncido, no logré adivinar en qué pensaba; pero sin duda estaba molesta.
Tal vez ella había visto más de lo que yo suponía del baile entre Erik y Victoria… él se había pasado de la raya con los arrimones, y ahora la pobre Mayra tenía que pasar por lo mismo.
Supuse que se negaría a seguir con este morboso juego, pero se levantó de la silla y tomó a Erik de la mano indicándole que se pusiera de pie. Iba orgullosamente desnuda, en ese sentido no noté ni una pizca de inhibición. Sus pequeñas tetas se alzaban hasta los pequeños picos que eran sus pezones; su concha completamente depilada parecía estar tallada en mármol, era perfecta; y lo mejor de todo era su culo en pompa, daban ganas de morderlo.
Mi tío puso la misma música sensual con la que se había bailado antes y Mayra se puso de espaldas a su hermano, debía bailar durante diez minutos y ganarse la aprobación de él. Ella comenzó a bambolear su redonda cola de un lado a otro, parecía una odalisca. Pegó su espalda al pecho de mi hermano y éste la tomó por la cintura.
El respingon culo de Mayra rozó varias veces el pene que tenía detrás. Cuando intentó pegarse un poco más a Erik, él se apartó un poco; lo cual me extrañó mucho. Luego de la reacción que había tenido al bailar con mi mamá, arrimándola descaradamente, supuse que se tomaría las mismas libertades con su hermana menor.
Los sensuales movimientos de esa grácil mujercita provocaron que la punta del pene se pierda entre sus glúteos. Erik comenzó a acariciarle el vientre suavemente; pero no intentó ir por sus pechos ni presionó con su pelvis, a pesar de tener el miembro ya dirigido hacia la zona más prohibida de su tierna hermanita. Ella, por el contrario, se inclinó hacia adelante, parando aún más la cola; como si buscara el roce.
La actitud de mi hermana me tenía confundida.
Separó un poco las piernas y sus nalgas se abrieron, mostrándome su apretado y rosado ano; el glande estaba apoyado justo contra él, pero Erik parecía estar retrocediendo disimuladamente. No podía verle la cara a Mayra, pero sus movimientos dejaron de ser sensuales y el tiempo se estaba acabando.
Con el final acercándose, logró pegarse mucho al duro pene y él no pudo retirarlo. Me sorprendió mucho lo que vi. Ella incrementó la presión y su pequeño culo comenzó a abrirse notoriamente. Solamente yo podía ver eso, el resto parecía ajeno a la situación y observaban con una sonrisa en sus rostros. La punta del pene comenzó a deslizarse hacia adentro, mientras el anillo anal se abría cada vez más. La dilatación no paró hasta que todo el glande se perdió dentro. No podía creer lo que veían mis ojos. Mayra se movió sensualmente una vez más y Erik le apretó las tetas sin siquiera sacar la verga que le estaba taladrando el culo a su hermanita; aunque no me pareció que intentara presionar más. El pene había perdido su cabeza y estaba evidentemente incrustado en el culo de la pequeña. Pude ver el pequeño agujero de su concha, y de él salía una abundante cantidad de flujos sexuales. Al parecer ella no era inmune a la excitación.
El tiempo terminó y vi el glande emergiendo como si fuera un corcho saliendo de una botella. El culo de mi hermana había quedado muy abierto, formando una “O”, luego fue cerrándose de a poco.
Regresó a su silla con el ceño fruncido y los labios apretados. Erik le dio un diez por su gran baile, pero ella no pareció contenta. Apostaría todas mis pertenencias a que, de ahora en adelante, Erik se haría muchas pajas pensando en el culo de Mayra.
Comencé a repartir las cartas para que nadie reparara en el extraño enojo de mi hermanita.
Me puse a pensar qué tipo de desafíos podría haber de ahora en adelante y por estar distraída, perdí. Ésta no era mi noche. Sin duda fui la que más veces perdió, y la mayoría de las veces fue por estar pensando en otra cosa.
Miré alrededor de la mesa, buscando al triunfador, mientras tomaba un buen sorbo de vino; mi vaso parecía nunca vaciarse, supuse que mi hermano o mi papá se encargaban de mantenerlo lleno. La ganadora fue Victoria, haciendo honor a su nombre, me sonrió con malicia y me quedé petrificada; pude leer en sus ojos que algo terrible se avecinaba.
—Tenés que meterte la verga de Erik —miré para todos lados confundida ¿había escuchado bien?
—¿¡Qué!? —exclamé incrédula, ¿Cómo podía ser que mi mamá me pidiera semejante cosa?
—Eso que dije —dio un sorbo a su vaso— y tiene que estar bien adentro —otra vez su maliciosa sonrisa.
—¿Me estás diciendo que me tengo que dejar coger por mi hermano? —Eso fue un punto de quiebre para mí. Una cosa era chupársela a mi papá o hacerle una turca a mi tío, ellos me caían bien y eso me facilitaba las cosas; pero a mi hermano no le tengo el mismo aprecio y no quiero sentirme ultrajada por él.
—No, coger no. Solamente tenés que tenerla adentro y esperar diez minutos, eso no es coger. —No quise ponerme a discutir por un formalismo, seguramente me daría algún argumento lógico y convincente que me haría dudar más todavía.
—De todas formas no lo voy a hacer —dije con firmeza
—Entonces quedás afuera del juego —eso lo dijo mi propia hermana—. El que no pasa un desafío, pierde.
Miré a mi padre, la única persona que podría llegar a estar a mi favor pero él se encogió de hombros.
—Es solamente un juego Nadia, —dijo Pepe—. Si te molesta, no lo hagas; pero tu hermana tiene razón. No vas a poder seguir jugando
No podía creerlo, toda mi familia parecía estar en mi contra, hasta mi tío me animaba a que lo hiciera y ya podía notar una gran sonrisa en la cara de Erik. Instintivamente le miré su verga, la tenía gorda y dura, parecía a punto de reventar y se sacudía sola, tensándose al máximo para luego relajarse un poco. Nunca había estado con un hombre que la tuviera así de grande… con excepción de la mamada que le había hecho a mi padre. Al recordar ese momento me mojé mucho, me había metido la verga de mi propio padre en la boca y ahora pretendía negarme a meter la de mi hermano, por otro orificio. No tenía muchos argumentos para defender, no sabía qué decir más que:
—No, no quiero. Prefiero no seguir jugando.
—Entonces tenés que ir a tu cuarto —dijo mi madre.
—¿Me estás castigando, mamá?
—No hija. Es que si estás fuera del juego tenés que irte. —Estaba por preguntarle por qué, cuando mi hermanita respondió a esa pregunta sin que yo la hiciera.
—Es que si te quedás estarías mirando y esa es una forma de participar del juego —ella había heredado la inteligencia y el carácter justiciero de mi madre, siempre era rápida para entender las cosas, aunque fuera calladita.
La idea de irme y que mi familia siguiera con ese juego sin mí, me incomodaba mucho. Tendría que estar encerrada en mi cuarto, pensando qué estarían haciendo. Era algo que no podía tolerar. Intenté forzar mis pensamientos y abrir mi cabeza al límite. Miré otra vez esa verga. Sé qué tan… puta puedo llegar a ser, si estoy muy excitada; si esa verga perteneciera a un hombre que no fuera mi hermano, no me resistiría ni un segundo. Me moriría de ganas de sentirla dentro, de disfrutar semejante pedazo de carne. Me lo montaría sin dudarlo y saltaría como una loca, pidiendo que me cogiera más fuerte. Tragué saliva y me dije a mi misma que si cerraba los ojos podía pensar que se trataba de otra persona.
—Está bien, lo voy a hacer —todos exclamaron de alegría, menos mi hermana. ¿Qué estaría pasando por su cabecita?
—El tiempo empieza a correr cuando esté toda adentro —mi madre podía ser muy diabólica cuando se lo proponía; justa pero diabólica.
Para no estirar mucho la situación moví la silla hacia atrás y levanté las piernas quedando bien abierta, de mi rajita aún fluía juguito y mi blanca piel brillaba por el sudor. Se me revolvió el estómago de solo pensar que le estaba ofreciendo la concha a mi hermano. En cuanto Erik se paró delante de mí, cerré los ojos, yo no debía hacer nada, solo recibirla y tolerarlo durante diez largos minutos. Sentí el glande introduciéndose en mi agujerito. Me estremecí y pensé que por, algún motivo divino, lograría evitar que me la metiera; pero no fue así, realmente estaba entrando y lo hacía lentamente pero sin pausa. Mi concha se abrió cada vez más. Pude sentir ese pedazo de carne deslizándose hacia lo más profundo de mi ser. Los límites de mi vagina se estiraron, para amoldarse al diámetro. ¿Por qué la tenía que tener tan grande? Me estaba doliendo un poco; pero sabía que mientras él lo hiciera de forma suave y delicada, no tenía nada de qué preocuparme. Nada más allá del hecho de que ésta era la mejor pija que me habían metido… y era la mi hermano. Recordé el encuentro que tuvimos a la salida del baño, cuando nos abrazamos y pude sentir la rigidez de su verga contra mis labios. Ahora la sentiría por dentro y tenía la excusa perfecta para hacerlo. No era que yo le había dicho “Erik, admito que tenés una verga de lo más interesante, y me da curiosidad por probarla… por tenerla bien metida en la concha. ¿Me la metés?”. No… no… sería incapaz de decirle una cosa así a mi hermano. Pero la curiosidad es real, aunque me joda mucho admitirlo.
Por suerte la pija estaba entrando con delicadeza ¡Momento, esto no es propio de Erik! Él hace todo a lo bestia. ¿Por qué estaba siendo tan suave conmigo? La explicación llegó como un baldazo de agua fría: Erik me penetraría lo más lento posible, para poder tener la pija más tiempo dentro de mi concha.
Pero yo no quería esperar tanto, ni pretendía darle el gusto de disfrutar mucho de la situación. La quería toda adentro, y ya. Para acelerar las cosas me vi obligada a abrazarlo con fuerza. Lo atenacé con mis piernas haciendo que la verga entrara completa de una vez. Solté un grito, no es que me doliera mucho, era sólo una reacción involuntaria; pero ya estaba adentro, bien adentro… y no se sentía nada mal.
Ahora sólo debía esperar.
Pensé que la peor parte ya había pasado, pero no. Tener la pija bien metida en la concha activó al máximo todos mis instintos sexuales. ¡Dios, qué bien se siente! ¿Por qué, por qué tiene que ser tan agradable?
Escuché la voz de mi hermano, cerca de mi oreja izquierda.
—¿Qué pasa si acabo adentro?
—¡Callate pelotudo, no hables! —Le grité, enojada— ¡Y no te muevas!
No quería que hablara, porque eso me hacía más difícil pensar en otra cosa, en olvidarme que esa pija dentro de mí era la de mi propio hermano. Jamás pensé que alguna vez el podría llegar a penetrarme… y que yo accedería a hacerlo. Bueno, accedí solo porque es parte del juego… y la culpa es mía. Me parecía interesante la idea de volver a jugar al strip póker con mi familia; pero no pensé que la cosa llegaría tan lejor. Pero ya era tarde para echarme atrás.
Intenté relajarme, pensar en él como si fuera otro hombre. Su pecho estaba pegado a mis tetas. Su aliento llegaba a mi cuello produciéndome un extraño hormigueo. Tiene la espalda fuerte, la acaricié suavemente con ambas manos. Mi concha estaba de fiesta, y lo manifestaba soltando jugo a cada rato.
Erik estaba tan cerca de mí que pude escuchar el latido de su corazón; los dos teníamos el pulso acelerado.
Cediendo a las circunstancias, me permití disfrutar de ese olor varonil, de esos músculos firmes, del leve roce de su vello púbico contra mi clítoris. A pesar de que él se quedaba lo más quieto posible, siempre había cierto movimiento. Podía sentir toda la extensión de su enorme verga en mi interior, nunca me había metido algo de ese tamaño y tuve que reconocer que era morbosamente agradable.
Apoyé mis labios contra su cuello y respiré por la nariz, estaba borracha y muy excitada. ¿Qué importaba si era la verga de mi hermano? Era la mejor verga que me habían metido en mi vida. Apreté más las piernas para atraerlo más hacia mí y noté que se me clavaba un poco más adentro. Los músculos de mi vagina se contrarían y expandían constantemente; un fuerte gemido se escapó de mi boca. Al tener los ojos cerrados el resto de mis sentidos estaban potenciados.
Aflojé un poco las piernas y sentí que la verga salía un poquito, pero enseguida volvió a meterla hasta el fondo; me gustó que hubiera hecho eso y gemí una vez más. No tenía noción del tiempo. El pene retrocedió dos veces más, para volver a entrar; pero era un movimiento casi imperceptible. Supuse que sólo intentaba acomodarse y aproveché la ocasión para menearme un poco. Cuando él inició un lento vaivén, otro quejido estalló en mi garganta; solté un poco más mis piernas, para permitirle moverse mejor. Caí en la cuenta de que Erik estaba bombeando mi mi lujuriosa concha, con el movimiento de su verga. Casi como si me estuviera cogiendo… casi.
Mi mente vagó por otros rumbos y sólo quedó el placer físico. Erik sacó casi toda su verga y me clavó con fuerza, me descargué dando un agónico grito de placer. Me embistió una vez más y me agradó. Me agradó todo: la rigidez en mi interior; mis labios vaginales adaptándose a la pija; el morbo de tenerla clavada hasta el fondo; el líquido tibio inundando mis entrañas… ¿líquido tibio?
—¡Pelotudo de mierda! —Grité, volviendo súbitamente a la realidad.
—¿Qué pasó, Nadia? —Preguntó mi mamá.
—¡El muy hijo de puta me acabó adentro!
0 comentarios - Strip Póker en Familia [04].