El tipo era grande y ella una chica con muchisimos años menos. Ella tomaba sol, tirada en la lona, boca abajo, despreocupada. Había ido sola, sus amigas no llegaban aún. La arena se le metía de a poco por todos lados porque el viento cálido arremolinaba granitos rapidos que golpeaban sobre su piel. El hombre, sentado en una sillita, escondido tras los anteojos negros de sol, solo la miraba.
Habrá sido telepatía o coincidencia, pero ella sintió algo indescriptible y se incorporó un poco. Se quitó la arena de la cola y cuando volvió la vista, lo vio a él, pero no le dio importancia y se volvió a echar bajo el sol.
Ya tumbada, reparó en que el tipo tendría una vista privilegiada de su cola, desde la posición en que se encontraba. Un pensamiento pícaro se le pasó por la cabeza pero prefirió no detenerse en eso.
Quiso dormirse pero no pudo. Hace días estaba inquieta, quizás con ganas de tener algo de sexo o alguna diversión fuerte.
Apretó los músculos de su pelvis y se frotó milimetricamente contra el suelo tibio de la arena. Pronto, a la par que con un dedo se acomodaba la tanga en la cola para seguro deleite del hombre, decidió seguir con el plan.
Acomodó mejor su bolso, obturando la vista de otras personas que pudiesen verla, y se puso de tal manera que cuando se voltease a recibir el sol de frente, quedase enfrentada a su víctima.
Al rato, se dio vuelta. Los rayos de sol le pegaron de pleno. Chequeo el celular y descubrió que sus amigas no vendrían sino hasta mucho después. Por fin, sacó de su bolso un aceite bronceador y comenzó a esparcirlo por los brazos y las piernas. Desde los pies, fue subiendo de a poco. Cada vez sus movimientos eran mas pausados, mas lentos, mas graves. Pasó por pantorrillas y ahora ya se masajeaba la cara externa los muslos.
Volvió a mirar alrededor: nadie la miraba, solo su hombre, que ya empezaba a retorcerse en su silla.
Se sentó en posición de buda, con la espalda bien recta. Ya casi desafiaba al hombre. Se quitó los anteojos de sol, para que el supiese que si, que lo estaba mirando. Volvio a ponerse un poco mas de aceite en su mano derecha. Con la izquierda, tapó el envas y lo dejó. Acercó esa misma mano a su entrepierna, mientras miraba la del señor de los anteojos y la silla.
Como en un descuido, corrió hacia un lado la tela de la bikini. La piel suave de su sexo apareció entonces, y los dedos con aceite la acariciaron suavemente. Ella se mordió el labio inferior e inclinó apenas la cabeza hacia un lado, sin dejar de pprestarle atención a la entrepierna de aquel hombre desconocido.
Vino un soplo más de aquel viento caliente. O a lo mejor era la temperatura de ella. Lo cierto es que por fin vio la excitación del hombre transformarse en ese bulto que se le levantaba en el traje de baño. Algo considerable, que lo obligó a dejar su cómoda postura y tratar de taparse.
Ella levantó las cejas y los hombros al mismo tiempo. Soltó el elástico del costado de su tanga, que volvió a cubrirle el pubis depilado y le dio una última caricia por sobre la tela.
Juntó sus cosas y se fue. Quizás a la noche, si estaba sola y con el aceite a mano, recordaría algo de lo que acababa de pasar.
Habrá sido telepatía o coincidencia, pero ella sintió algo indescriptible y se incorporó un poco. Se quitó la arena de la cola y cuando volvió la vista, lo vio a él, pero no le dio importancia y se volvió a echar bajo el sol.
Ya tumbada, reparó en que el tipo tendría una vista privilegiada de su cola, desde la posición en que se encontraba. Un pensamiento pícaro se le pasó por la cabeza pero prefirió no detenerse en eso.
Quiso dormirse pero no pudo. Hace días estaba inquieta, quizás con ganas de tener algo de sexo o alguna diversión fuerte.
Apretó los músculos de su pelvis y se frotó milimetricamente contra el suelo tibio de la arena. Pronto, a la par que con un dedo se acomodaba la tanga en la cola para seguro deleite del hombre, decidió seguir con el plan.
Acomodó mejor su bolso, obturando la vista de otras personas que pudiesen verla, y se puso de tal manera que cuando se voltease a recibir el sol de frente, quedase enfrentada a su víctima.
Al rato, se dio vuelta. Los rayos de sol le pegaron de pleno. Chequeo el celular y descubrió que sus amigas no vendrían sino hasta mucho después. Por fin, sacó de su bolso un aceite bronceador y comenzó a esparcirlo por los brazos y las piernas. Desde los pies, fue subiendo de a poco. Cada vez sus movimientos eran mas pausados, mas lentos, mas graves. Pasó por pantorrillas y ahora ya se masajeaba la cara externa los muslos.
Volvió a mirar alrededor: nadie la miraba, solo su hombre, que ya empezaba a retorcerse en su silla.
Se sentó en posición de buda, con la espalda bien recta. Ya casi desafiaba al hombre. Se quitó los anteojos de sol, para que el supiese que si, que lo estaba mirando. Volvio a ponerse un poco mas de aceite en su mano derecha. Con la izquierda, tapó el envas y lo dejó. Acercó esa misma mano a su entrepierna, mientras miraba la del señor de los anteojos y la silla.
Como en un descuido, corrió hacia un lado la tela de la bikini. La piel suave de su sexo apareció entonces, y los dedos con aceite la acariciaron suavemente. Ella se mordió el labio inferior e inclinó apenas la cabeza hacia un lado, sin dejar de pprestarle atención a la entrepierna de aquel hombre desconocido.
Vino un soplo más de aquel viento caliente. O a lo mejor era la temperatura de ella. Lo cierto es que por fin vio la excitación del hombre transformarse en ese bulto que se le levantaba en el traje de baño. Algo considerable, que lo obligó a dejar su cómoda postura y tratar de taparse.
Ella levantó las cejas y los hombros al mismo tiempo. Soltó el elástico del costado de su tanga, que volvió a cubrirle el pubis depilado y le dio una última caricia por sobre la tela.
Juntó sus cosas y se fue. Quizás a la noche, si estaba sola y con el aceite a mano, recordaría algo de lo que acababa de pasar.
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