Series de Relatos Publicados (Click en el link)
Capítulo 42.
Fortaleza de la Soledad.
Logré cruzar el living sin inconvenientes y llegué a mi dormitorio, donde me esperaban tres hermosas mujeres. Sé que para casi todo el mundo sería patético si le dijera que una de esas mujeres es mi mamá, la otra es mi tía y la tercera es mi prima, que para colmo, está muy enojada conmigo.
Sin embargo en esta situación particular que se construyó luego de largos meses de cuarentena estricta, puedo decir que entré al dormitorio con la verga erecta y que esas tres mujeres, a pesar de ser parte de mi familia, están completamente desnudas.
Sí, sé que sonaría absurdo, inmoral y prohibido para la mayoría de la gente, y a mí todavía me hace mucho ruido mental esta situación. Pero como los sucesos extraños que coquetean con el incesto ya se volvieron algo de cada día en mi casa, me cuesta encontrar un tiempo para reflexionar sobre todo lo que está ocurriendo.
Y ahora no es momento de analizar la situación. Debo pasar a la acción antes de perder mi gran oportunidad de recuperar mi dormitorio.
―Bueno, de qué se trata todo esto ―preguntó mi mamá. Ella estaba acostada junto a su hermana y Cristela le acariciaba suavemente la vagina. Frente a ellas estaba Ayelén, mirando la escena, de rodillas.
―Tengo ganas de recuperar mi cuarto ―dije, cerrando la puerta y poniendo la traba. No quería interrupciones. No hoy. No justo ahora―. Ella fijó una pauta… un desafío. Me dijo que si yo hacía algo en particular, me lo devolvía.
―Ajá… ¿y qué cosa es esa? ―Preguntó mi mamá. Ella ya sabía de qué se trataba, se lo dije hace pocos segundos, cuando ella aún estaba en su cuarto “jugando” con Macarena. La pregunta iba dirigida a Ayelén.
―Si Nahuel te mete la pija por el orto, yo le devuelvo la pieza.
―¿Qué? ¿Estás loca? ―Mi mamá parecía consternada de verdad, al parecer, bajo el incentivo correcto, puede ser buena actriz.
Mi prima mostró una maligna sonrisa triunfal.
―Si no querés, Alicia, no te preocupes. Yo estoy cómoda en este cuarto.
―Y claro, cómo no vas a estar cómoda. Tenés libros, comics, television, computadora… y todo es mío! Mio!
―Qué egoísta que sos, primo.
―No soy egoísta. No tengo problemas en prestar las cosas. A Tefi le di la PlayStation. Pero porque yo quiero. Vos te apropiaste de mis cosas sin pedirme permiso. Y las quiero de vuelta. Y me encanta que tu mamá esté de testigo. Vos sos traicionera; pero Cristela se va a encargar de que cumplas con tu parte del trato. ¿No es así, tía?
―Si hicieron un acuerdo, y Nahuel lo cumple, entonces vas a tener que aceptar las consecuencias, Aye ―dijo mi tía, mientras metía dos dedos en la vagina de su hermana. Eso ayudó a que mi verga siguiera manteniendo su potente erección.
―Está bien, yo cumplo con mi parte del trato… pero quiero ver toda esa pija dentro del culo de Alicia… y no es solo meterla. Le tenés que dar duro por un rato… ―miró a mi mamá con una sonrisa maliciosa―. ¿Estás dispuesta a dejarte taladrar el orto por la pija de tu hijo?
―No lo sé… me parece demasiado. Una cosa es ayudar a Nahuel con su… problemita. Pero esto… es cruzar una línea. Es mi hijo… y yo hace mucho que no practico sexo anal.
Me encantó que Alicia estuviera disimulando de esa forma. De alguna manera eso nos da ventaja. Todavía no sé cómo, pero Alicia, a pesar de estar loca, es más inteligente que yo. En algún momento sabrá aprovechar esa ventaja.
―Lo que yo no entiendo es por qué dejaste de practicar sexo anal ―dijo Cristela―, con lo mucho que te gustaba. Todavía me acuerdo de la vez que te vi con Aníbal, el mecánico, en su taller. Esa vez se te ocurrió usar un minishort de jean que te dejaba la mitad de las nalgas a la vista, y sabías muy bien que cada vez que usabas ese short, o uno parecido, te hacían pasar al taller y salías de ahí toda manoseada y con la boquita llena de leche.
―¿Te hacías romper el orto por los tipos del taller? ―Preguntó Ayelén―. Sabía que de pendeja eras puta, pero no me imaginé que eras tan puta.
―Me acuerdo perfectamente de ese día ―dijo mi mamá, parecía estar disfrutando mucho de los dedos de su hermana―. Esa fue la primera vez que, por quedarte mirando, te hicieron comer pija a vos también. Todavía me acuerdo cómo te arrodillaste frente a Cristian, el flaquito ese de barba candado que tanto te miraba las tetas. No se imaginan la alegría que tenía ese tipo cuando esta preciosura le comió la verga.
―Lo hice porque no quería perderme lo que estaba pasando… y me sentí sumamente culpable durante semanas por haberme portado como una puta. En esa época todavía me acomplejaban mucho estas cosas. Pero cuando vi a Aníbal poniéndote contra la pared, y cómo vos levantaste automáticamente la cola… ya sabías que él iba a ir directo por el orto. Mientras se la chupaba a Cristian, me quedé mirando hipnotizada cómo la pija de Aníbal entraba en el culo de Alicia. Nunca había visto algo tan morboso. Ella, una chica preciosa y delicada, y él un tipo grandote, panzón, de manos pesadas…
―Brazos fuertes, como buen mecánico ―acotó Alicia.
―Y una pija bien ancha y venosa ―continuó Cristela―. Te partió al medio. Te abrió el orto como una flor y te dio sin ningún tipo de tapujos. Te sacudió el culo a pijazos. Me llenaron la boca de leche y ni siquiera me molestó, porque todavía no podía creer cómo semejante pija podía entrar y salir de ese culo… y cómo gemía Alicia, parecía poseída.
―Es que… me dolía y en parte me daba un placer infinito. Sentí tanta vergüenza como vos, y al mismo tiempo… quería más. No quería que Aníbal se detuviera… y yo también la estaba pasando bien al ver cómo a vos te chorreaba semen de la boca y seguías lamiendo esa pija como si fueras puta profesional.
―¿Se van a pasar todo el día contando anécdotas de su época de putas? ―Preguntó Ayelén―. Porque si es así, vayan a otra pieza.
―Sinceramente no te entiendo, Ayelén ―dijo Cristela―. Me gustaría saber por qué siempre estás tan empecinada en arruinarle el día a los demás. Como si el mundo te odiara…
―El mundo no la odia. Ella odia al mundo ―respondí―. Hay gente que disfruta siendo cruel. No entiendo por qué, quizás algún día se lo pregunte a Macarena. Ella debe tener un buen perfil psicológico de Ayelén.
―Esa, antes de pensar en ser psicóloga, debería hacerse tratar por su propia locura ―dijo mi prima―. Y de paso que le consiga un buen psicólogo a la tía Alicia. Ella es la que más lo necesita.
Me molestó mucho ese comentario y estuve a punto de mandarla a mierda, pero mi mamá habló antes que yo.
―Quizás sí... quizás estoy loca. O tal vez simplemente estoy harta de que nos trates como basura. Nosotros no te hicimos nada malo. Y como ya estoy harta de que me trates mal, desde hoy vas a dormir en el living ―se puso en cuatro sobre la cama, con el culo apuntando hacia su sobrina―. Vení, Nahuel, hacé lo que tengas que hacer. Si con esto la sacamos de esta pieza, entonces dale nomás.
―¿Sos tan puta que te vas a dejar dar por el culo por tu propio hijo?
―Tal vez solo lo hace porque está enojada con vos ―dijo Cristela―, y no la culpo. Desde que empezó la cuarentena Alicia te brindó techo, comida y un espacio agradable, y vos no hiciste más que tratarla como basura. La gente tiene un límite. Y vos sos especialista en llevar a la gente al límite.
―Yo no tenía ganas de venir a esta casa de mierda ―espetó Ayelén.
―Estamos acá por tu culpa ―le respondió Cristela.
Alicia y yo las quedamos mirando sin entender nada. Yo tenía la idea de que mi tía vino a vivir a casa solo porque no quería pasar la cuarentena con su ex novio.
―¿Por qué decís que Ayelén tiene la culpa? ―Pregunté.
―Es complicado.
―Si mi mamá te chupa la concha, nos contás? ―Sugerí.
―Hey, ¿por qué no se la chupás vos? ―Preguntó Alicia.
―Lo haría con todo gusto; pero estoy seguro de que ella prefiere que lo hagas vos.
―Este chico me conoce bien. Para qué lo vamos a negar, hermanita? A mí me re calienta que me comas la concha. Además… tenés un talento impresionante para hacerlo. Trato hecho, si Alicia me la chupa, yo les cuento todo. Ah, por cierto… quizás tener la boca tapada con algo te ayude a no gritar como una puta cuando tu hijo te meta todo eso por el orto ―dijo, señalando mi pene erecto.
―Uf… sí, es posible… ―Alicia miró mi verga―, intimida un poquito. Pero es solo por una vez… y por una buena causa.
―Ustedes dos están más locas que yo ―comentó Ayelén.
―Callate, nena ―dijo Alicia―, si la que está más caliente con esta situación sos vos. Te encanta verme humillada, y eso no es porque seas cruel… es porque te calienta.
―Le encanta jugar con la gente ―dijo Cristela―, y eso es lo que siempre la mete en problemas. Bueno, arranquemos con esto, va a ser mejor si les cuento todo en caliente; porque sino me voy a deprimir. Con una rica chupada de concha se hace más ameno.
Mientras ellas discutían, yo aproveché para colocarme detrás de mi madre. Ayelén quedó a mi izquierda y ella pudo observar como yo lubricaba mi pene con saliva y luego frotaba mi glande contra el culo de mi mamá. Al instante Alicia bajó su cabeza y levantó la cola.
―¿De verdad te vas a dejar clavar por el orto, hermanita? ―Preguntó Cristela.
―Sí, pero que conste que lo hago para que Nahuel pueda recuperar su dormitorio.
―Y porque estás enojada con Aye ―acoté.
―Sí, eso también.
A continuación Alicia se acercó a la vagina de su hermana, la abrió usando sus pulgares y comenzó a lamer el clítoris. Cristela cerró los ojos y disfrutó de la sensación por unos segundos, mientras tanto yo comencé a presionar contra el culo. Me invadió una ola de placer cuando sentí mi glande entrando en ese agujero apretado. Apenas entró un poco y ya fue una maravilla. Mi mamá suspiró, y dio una contundente lamida a la concha de Cristela.
―Bueno ―dijo mi tía―. Creo que voy a tener que cumplir con mi parte del acuerdo. Sé que a mi hija no le va a gustar nada que cuente esto; pero tarde o temprano se iban a enterar de lo que pasó. La única que lo sabe, de momento, es Macarena. Con ella tuve tiempo de hablar sobre el asunto y me ayudó a acomodar un poco las ideas. Solo quiero que sepas, hija, que ya no estoy enojada con vos por lo que pasó. Me molestó en su momento; pero ya está… ya pasó. Para mí es un asunto superado.
Noté que Alicia movía sus nalgas, propiciando que el glande se hundiera más y más dentro de su culo. Quizás ella está tan excitada como yo, quiero pensar que es así. A mí la verga me palpita de emoción.
Ayelén no tiene más alternativa que observar toda la escena en silencio, sabe que cualquier cosa que diga se usará en su contra. Perdió toda la ventaja que tenía, y a medida que la penetración anal se convierte en una realidad, también está perdiendo el cuarto que usaba como refugio. Me da un poco de pena; pero ahora mismo no me detendría por nada, más que nada por pura calentura… y sí, lo admito. Tener a mi mamá en cuatro frente a mí esperando a que le meta la verga por el orto es algo tan morboso que me cuesta pensar en otra cosa.
―Mi relación con Dante arrancó de la mejor manera. ―Comenzó diciendo Cristela―. Hace tiempo que dejé de ser la mujer que se asusta por sus gustos sexuales. Sin embargo, todavía me faltaba algo: encontrar a una persona con la que poder disfrutarlo a pleno. Y eso fue una realidad cuando conocí a Dante en una discoteca. Sí, llevaba tiempo… mmmm… ―Cristela gimió porque su hermana se prendió con fuerza a su clítoris. Yo aproveché para enterrar un poco más la verga en el culo de Alicia e inicié el vaivén para dilatar su culo. Dios, cómo me gusta―. Llevaba tiempo sin ir a una discoteca y se me dio por hacerlo, y fui con la clara intención de conseguir sexo. Dante es un tipo con clase, atractivo, de sonrisa seductora, perfectamente afeitado… parece el modelo de una publicidad de perfumes. Esa noche me tomé como desafío llevármelo a la cama… y no me costó mucho, porque él pretendía hacer lo mismo conmigo.
>Lo que más le gustó a Dante de mí es que no tuve ningún tapujo a la hora de coger, me abrí de piernas sin que me lo pidiera, le comí la pija con gusto y hasta le entregué el orto. Todo en la primera noche.
>Sin embargo, para mí fue más que la experiencia de una noche. Quería volver a verlo y se lo dije… uy, hermanita… sí que estás emocionada. ¡Cómo me la estás chupando! ¿Será porque Nahuel te está taladrando el orto?
―Es justamente por eso ―dijo Alicia―. Me pongo nerviosa y… bueno, intento calmar los nervios chupando concha.
―Sí, lo sé… sé que para vos esto siempre fue un poquito… terapéutico. Bueno, seguí tranquila, a mí me encanta lo que hacés. Y estoy segura de que Nahuel también disfruta al verlo.
―¡Por supuesto! ―Aseguré.
―Como iba diciendo… yo quería empezar una relación con Dante y él estuvo de acuerdo desde el principio. Me sorprendió mucho, porque parecía el típico hombre que va pasando de cama en cama sin mucho compromiso. Pero bueno, como ya saben, terminamos viviendo en su casa. Una casa muy bonita, por cierto. Todo iba fantástico, yo estaba disfrutando del mejor sexo de mi vida. Dante es una máquina de coger.
―Hasta que Ayelén lo arruinó ―dije.
―Algo así. Una noche Dante me dio duro, como de costumbre, y cuando le dije que ya no podía más, me quedé durmiendo desnuda en la cama. Después de unos minutos me desperté, salí al pasillo y vi que la puerta del cuarto de Ayelén estaba abierta. Me asomé para encontrarme a mi hija completamente desnuda, arrodillada frente a Dante… comiéndole la pija.
―¿Te pusiste celosa? ―Pregunté. El culo de mi madre se estaba dilatando cada vez más, dentro de poco mi verga entraría, al menos una parte, y empezaría lo bueno.
―Un poco, sí. Lo admito. Sin embargo, no puedo decir que me haya sorprendido. Ayelén siempre andaba en tanga por la casa, caminando como una gata en celo. Me resultó obvio que, en algún momento, Dante se la iba a querer coger. Solo que… no sé, fue raro verla en esa situación con mi novio. De todas maneras, éste no fue un gran problema. Podría dar muchos detalles, pero intentaré dar la versión corta. Si quieren después les cuento más.
>Yo disimulé muy bien la situación y empezó un jueguito en el que yo miraba para otro lado cuando Ayelén y Dante se ponían cariñosos. Es decir: los dejaba coger en paz, siempre y cuando Dante también me atendiera a mí.
>Los celos se me pasaron y todo parecía marchar bien otra vez… hasta que un día encontré a Ayelén en el living cogiendo con tres tipos al mismo tiempo. Me quedé helada. La estaban rompiendo toda. Le daban sin asco. Ella toda desnuda, transpirada y gimiendo como una puta porque quería que le dieran más duro por el culo. Claro, el que le daba por el culo era el mismísimo Dante… y los otros dos eran sus amigo.
―Ahí sí que te pusiste celosa en serio ―dijo Ayelén―. Empezaste a los gritos, nos tiraste con cosas, echaste a todos de la casa y… terminamos viviendo acá.
―No fue tan así como lo estás contando…
―Sí, fue así ―espetó Ayelén―. Te pusiste celosa de mí y de mi relación con Dante. Ese día descubriste que conmigo se animaba a más. A vos te dio bronca que me haya elegido a mí primero para coger con sus amigos. Porque vos querías estar ahí, entre las tres pijas. Los querías para vos.
―¡Era mi novio! ―Gritó Cristela―. Si quería hacer eso… por qué no me lo preguntó antes? Si nosotros hablábamos mucho de sexo. Además… no digas que yo lo arruiné. Es cierto que me enojé ese día, pero después intenté arreglarlo.
―Solo para volver a arruinarlo otra vez.
No hubo mucho espacio para explicaciones. Ayelén se puso de pie, se vistió rápidamente con un short y una remera mangas cortas y salió de la habitación gritando:
―Ahí tenés tu mugrosa pieza, pendejo. Podés irte a la mierda, vos y la puta de tu mamá.
Cerró dando un fuerte portazo que habrá retumbado en toda la casa.
Diario de Cuarentena:
<Felicitaciones, solado. El enemigo emprendió la retirada. La victoria es suya!>
Me quedé duro… y no hablo solo de mi erección. Pensé que este sería un momento para pasarla bien y de pronto temí que esta discusión hubiera arruinado el ánimo sexual de mi mamá y mi tía. Pero justo en ese momento Alicia dijo:
―No te pongas mal, Cristela. Ya sabés cómo es Ayelén. Ella solo quiere hacerte sentir culpable…
―Sí, lo sé… y no lo va a lograr. Porque yo hice todo lo posible para intentar arreglar la situación. Si al final se jodió todo fue por culpa de ella. Aunque no lo quiera reconocer. Vos seguí chupándome la concha, que lo estás haciendo de maravilla, y ya tengo una calentura que no aguanto más.
Diario de Cuarentena:
<Cadete Nahuel, si lleva a cabo la maniobra que tiene en mente, tendrá que marchar frente al pelotón de fusilamiento. Ya no por misericordia, sino porque usted es imbécil y se lo merece>
Estuve a punto de cometer una gran estupidez. Casi le digo a mi madre: “Ahora ya no es necesario que te la meta por el culo, Ayelén se fue”.
Por suerte, una vocecita interna me hizo recapacitar. Alicia no dijo nada, y mientras ella se mantuviera en silencio, yo podría seguir bombeando mi verga contra sus nalgas.
Justo en ese preciso momento pude sentir cómo superaba una barrera y mi verga se hundía hasta la mitad. Fue fantástico. Debo admitir que meterla en un culo es mucho más placentero que hacerlo en una vagina… aunque bueno, seguramente habrá quien opine distinto.
Mi madre gimió, suspiró y dio fuertes chupones a la concha de su hermana; pero en ningún momento me pidió que me apartara.
Así que empecé.
Me aferré a su cadera y miré sus hermosas nalgas. Mi cuerpo se movió por puro instinto, de atrás hacia adelante, una y otra vez… y otra… y otra. De a poco mi verga fue entrando más y más.
Cristela me miró a los ojos y sonrió, con el puño cerrado hizo un gesto que solo podía significar una cosa: “Dale más fuerte”.
Y eso hice.
Aproveché que mi mamá estaba en una especie de éxtasis de puro placer y comencé a darle cada vez más fuerte. Tanto que mi verga logró entrar completa. No lo podía creer, de verdad le clavé toda la pija en el orto a mi mamá… y ella no hace más que menear las caderas y chupar concha.
Cristela conspiró a mi favor, ella se encargó de tener la cabeza de su hermana bien apretada entre las piernas, de esa forma, aunque Alicia hubiera querido liberarse, lo hubiera tenido complicado.
―¿Te gusta, putita, te gusta? ―Preguntó mi tía. Obviamente mi mamá no le respondió, no podía hacerlo. Su boca estaba pegada a la concha y de allí no se movería.
Solo por probar, saqué mi verga completa y volví a meterla. Me fascinó hacerlo y descubrir que el culo de mi madre ya no oponía resistencia. La penetración era continua, hasta el fondo. Ya la tenía bien dilatada.
Por eso esta vez empecé a darle con todo. La metí todo lo que pude y le di duras embestidas, provocando que mi cuerpo chocara repetidamente contra sus nalgas. Los gemidos de Alicia se volvieron más fuertes, aunque morían ahogados contra la concha de Cristela. Mi tía se sacudía de placer. Si esto no es un trío incestuoso, entonces yo soy Superman. Y sé que no lo soy.
Aunque sí puedo decir que recuperé mi Fortaleza de la Soledad.
Pude notar cómo de la concha de mi madre chorreaban abundantes jugos. La muy puta estaba más que excitada y no tardó en hacerse una paja. Por alguna razón me resulta fascinante ver a mi propia madre masturbándose. Quizás porque pasé mucho tiempo creyendo que esto era algo imposible. Con la fuerte aversión de Alicia hacia el sexo, parece un milagro estar viéndola tan cachonda y recibiendo la pija de su propio hijo por el culo, sin chistar.
―Yo también quiero comer concha ―dijo mi tía de repente.
Ahí fue cuando estas dos mujeres demostraron que tienen experiencia, no solo en el sexo en general, sino también en las interacciones lésbicas en particular. Cristela se coló debajo del cuerpo de su hermana, Alicia ni siquiera tuvo que moverse, y antes de que pudiera respirar y gemir con libertad, ya volvía a estar prisionera de las piernas de Cristela.
La cabeza de mi tía quedó muy cerca de mis testículos y ella lo aprovechó. Sentí un chupón tan fuerte en uno de mis huevos que creí que me lo iba a arrancar. Por suerte no fue así… y además fue una sensación bastante agradable.
―Esto me recuerda a lo que pasó después del asunto del taller ―dijo Cristela―, cuando volvimos a casa. Estábamos tan calientes que, sin siquiera planificarlo, nos fuimos a la pieza las dos juntitas y terminamos haciendo tremendo 69. ¿Te acordás, Alicia?
―Sí, me acuerdo. También recuerdo la culpa que sentí por haber tenido sexo con mi propia hermana. No solo era sexo lésbico, sino además incestuoso.
―Lo sé, a mí también me carcomió la culpa ―aseguró Cristela―. En esa época, a pesar de que jugueteamos mucho entre nosotras, todavía nos hacíamos mucho drama con el sexo. Pero creo que ahora estamos más grandes, más maduras. Lo podemos encarar de otra manera.
―Si lo estás diciendo para que no me sienta culpable después de hacer esto, no lo vas a conseguir.
―Y si te sentís tan culpable, ¿por qué no le decís a Nahuel que pare? ―Preguntó mi tía.
Mi mamá no respondió. Bajó la cabeza y volvió a chupar la concha de su hermana. Casi al mismo tiempo Cristela comenzó a hacer lo mismo. Mientras tanto yo intentaba regular mi ritmo. Cuando creía que estaba a punto de acabar, frenaba un poco, me recuperaba, y luego volvía a las embestidas duras.
―Ay, Nahuel… más despacito ―dijo mi madre.
―Perdón, ¿te duele?
―No le duele ―dijo Cristela―. Una cosa que tenés que saber de Alicia es que cuando pide que se la metan despacito, en realidad es porque le está gustando mucho… y quiere más.
―¿Entonces, por qué no lo dice?
―Porque le molesta reconocer que está caliente…
―Ah, sí… eso es cierto.
―Dale más fuerte, sin miedo ―me animó mi tía―. Agarrala de los pelos que le gusta.
Y eso fue lo que hice.
―Ay, che… más respeto que soy tu madre.
Con mi mano aferrada a la rubia cabellera de mi madre empecé a dar embestidas tan duras como el cuerpo me lo permitía. Sus nalgas se sacudían cada vez que mi cuerpo se estrellaba contra ellas y mi verga se perdía por completo dentro del agujero de su culo. No la sacaba mucho, solo lo justo y necesario para volver a meterla otra vez hasta el fondo. Alicia entró en una especie de éxtasis en el que sus gemidos se combinaron con el ritmo agitado de su respiración. Sus grandes tetas saltaban para todos lados, descontroladas, y Cristela se prendió a su concha con un esmero lésbico que pocas veces vi.
A pesar de que mi madre no lo iba a admitir, sé que lo estaba disfrutando mucho, y su forma de comunicármelo fue moviendo sus caderas al ritmo de las penetraciones.
El semen comenzó a saltar de mi verga, ya no pude controlarlo, llevaba mucho rato con una potente erección y la leche necesitaba salir. Fue a parar toda al interior del culo de mi madre; pero a pesar de estar acabando (y de disfrutar mucho del proceso) no me detuve ni por un segundo. Seguí metiéndole duros pijazos mientras los últimos chorros de leche le inundaban el orto.
Cuando la saqué Cristela aprovechó para ir en busca de esa leche, comenzó a lamer el dilatado culo de su hermana. Estuve a punto de penetrarla otra vez, pero se me ocurrió algo mejor.
Bajé de la cama, la rodeé y volví a subirme, esta vez me posicioné frente a mi mamá. Volví a agarrarla de los pelos con una mano, porque sé que le gusta, y le clavé la verga en la boca. Mis reservas de semen aún no se habían agotado y sus fuertes chupones lograron sacarme hasta la última gota. Ella tragó la pija hasta el fondo de su garganta y aguantó como una campeona las embestidas que le di.
No pensaba conformarme solo con esto. Agarré las piernas de mi tía e hice que apoyara sus talones sobre mis hombros. Mi mamá entendió perfectamente mis intenciones. Apuntó mi verga hacia la concha de Cristela y la clavé de una, sin misericordia. Entró perfecta, la vagina estaba muy húmeda y bien dilatada.
Alicia aprovechó para lamerle el clítoris y esta vez los gemidos que inundaron la habitación fueron los de mi tía Cristela. Aunque también quedaron ahogados. Ella tenía la cabeza metida entre las nalgas de su hermana.
Me quedé allí, disfrutando de esa concha durante un buen rato. En ocasiones saqué la verga cuando me pareció que mi mamá tenía ganas de chuparla otra vez. Ella se la metió en la boca, disfrutó de los jugos sexuales de su hermana, y luego me permitió volver a meterla.
Si bien ya había acabado, aún estaba con ganas de más. Seguramente Alicia atribuiría esto a que apenas tengo dieciocho años, y puede que sea cierto, sin embargo hay otro motivo por el cual mi verga aún se mantiene bien erecta: estoy cogiendo con mi mamá y mi tía. El cuerpo me pide que aproveche esta situación hasta el último segundo.
A pesar de que la concha de mi tía Cristela estaba deliciosa, no quería quedarme solo con eso. Le di un poco de tregua a mi mamá, dejando su culo descansar por unos minutos; pero ya quería volver a meterla en ese agujero.
Así que una vez más rodeé la cama y me coloqué detrás de las nalgas de Alicia. Cristela, que entendió mis intenciones como si pudiera leer mi mente, se encargó de apuntar mi verga directamente al culo, que aún estaba muy dilatado.
La metí con suma facilidad y empecé a darle duro otra vez. Por la propia calentura que tenía comencé a preguntarme qué habrá hecho Macarena para satisfacer sus necesidades sexuales. No creo que se haya conformado con masturbarse.
Mi mente comenzó a divagar con la idea de que, al terminar de coger con Alicia y Cristela, quizás podría convencer a Macarena de hacer lo mismo… en su pieza, o en la mía. Donde le resultara más cómodo. No estaba seguro de si ella aceptaría, quizás todavía está enojada porque le arrebaté a su madre en el momento en que ella la estaba disfrutando; pero bueno… ella misma me enseñó que en la guerra hay que ser astuto y aprovechar toda ventaja estratégica.
Cuando entré a mi pieza cerré la puerta con tranca, eso me permitió relajarme por completo y olvidarme que del otro lado aún había mucha gente. Pero qué importaba? Si querían abrir se encontrarían con una resistente tranca que se los impediría.
Sin embargo, todas mis alarmas se encendieron cuando mi visión periférica detectó el movimiento del picaporte. Se me heló la sangre. Un escalofrío cruzó por mi columna vertebral.
Diario de Cuarentena:
<Alerta, soldado. Alerta. Cometimos un error táctico. Repito: cometimos un error táctico>.
No tomé en cuenta que cuando Ayelén abandonó el dormitorio, dejó la puerta sin tranca. ¿Cómo me pude olvidar de un detalle como ese? Si no hubiera sido tan pitoduro, me tendría que haber levantado para trabar la puerta otra vez. Era cuestión de un par de segundos.
Pero soy un imbécil.
La puerta se abrió y Brenda entró con una gran sonrisa, la cual se borró de inmediato, como si un ser invisible la hubiera golpeado de lleno en la cara. Trastabilló, se agarró del marco de la puerta y nos observó con los ojos desencajados y la boca abierta.
Mi mamá giró la cabeza para encontrarse con la mirada aterrorizada de Brenda. Yo me quedé muy quieto, sin poder sacar la verga de su culo. Cristela, que tardó un poco más en reaccionar, siguió chupando la concha de Alicia durante unos segundos; pero al escuchar la voz de la recién llegada se sobresaltó.
―Ay… yo… este… em… perdón… no sabía que… este… entré porque Ayelén me dijo que Nahuel quería hablar conmigo.
Lo sabía. Sabía que esa arpía hija de puta no aceptaría la derrota tan fácilmente.
Diario de Cuarentena:
*Suena marcha fúnebre*
<Al menos lo intentamos, cadete. Dios sabe que lo intentamos. Pero fuimos derrotados por un enemigo astuto que no tiene códigos. Subestimamos la crueldad del enemigo. Ya no hay vuelta atrás. La guerra está perdida>.
Capítulo 42.
Fortaleza de la Soledad.
Logré cruzar el living sin inconvenientes y llegué a mi dormitorio, donde me esperaban tres hermosas mujeres. Sé que para casi todo el mundo sería patético si le dijera que una de esas mujeres es mi mamá, la otra es mi tía y la tercera es mi prima, que para colmo, está muy enojada conmigo.
Sin embargo en esta situación particular que se construyó luego de largos meses de cuarentena estricta, puedo decir que entré al dormitorio con la verga erecta y que esas tres mujeres, a pesar de ser parte de mi familia, están completamente desnudas.
Sí, sé que sonaría absurdo, inmoral y prohibido para la mayoría de la gente, y a mí todavía me hace mucho ruido mental esta situación. Pero como los sucesos extraños que coquetean con el incesto ya se volvieron algo de cada día en mi casa, me cuesta encontrar un tiempo para reflexionar sobre todo lo que está ocurriendo.
Y ahora no es momento de analizar la situación. Debo pasar a la acción antes de perder mi gran oportunidad de recuperar mi dormitorio.
―Bueno, de qué se trata todo esto ―preguntó mi mamá. Ella estaba acostada junto a su hermana y Cristela le acariciaba suavemente la vagina. Frente a ellas estaba Ayelén, mirando la escena, de rodillas.
―Tengo ganas de recuperar mi cuarto ―dije, cerrando la puerta y poniendo la traba. No quería interrupciones. No hoy. No justo ahora―. Ella fijó una pauta… un desafío. Me dijo que si yo hacía algo en particular, me lo devolvía.
―Ajá… ¿y qué cosa es esa? ―Preguntó mi mamá. Ella ya sabía de qué se trataba, se lo dije hace pocos segundos, cuando ella aún estaba en su cuarto “jugando” con Macarena. La pregunta iba dirigida a Ayelén.
―Si Nahuel te mete la pija por el orto, yo le devuelvo la pieza.
―¿Qué? ¿Estás loca? ―Mi mamá parecía consternada de verdad, al parecer, bajo el incentivo correcto, puede ser buena actriz.
Mi prima mostró una maligna sonrisa triunfal.
―Si no querés, Alicia, no te preocupes. Yo estoy cómoda en este cuarto.
―Y claro, cómo no vas a estar cómoda. Tenés libros, comics, television, computadora… y todo es mío! Mio!
―Qué egoísta que sos, primo.
―No soy egoísta. No tengo problemas en prestar las cosas. A Tefi le di la PlayStation. Pero porque yo quiero. Vos te apropiaste de mis cosas sin pedirme permiso. Y las quiero de vuelta. Y me encanta que tu mamá esté de testigo. Vos sos traicionera; pero Cristela se va a encargar de que cumplas con tu parte del trato. ¿No es así, tía?
―Si hicieron un acuerdo, y Nahuel lo cumple, entonces vas a tener que aceptar las consecuencias, Aye ―dijo mi tía, mientras metía dos dedos en la vagina de su hermana. Eso ayudó a que mi verga siguiera manteniendo su potente erección.
―Está bien, yo cumplo con mi parte del trato… pero quiero ver toda esa pija dentro del culo de Alicia… y no es solo meterla. Le tenés que dar duro por un rato… ―miró a mi mamá con una sonrisa maliciosa―. ¿Estás dispuesta a dejarte taladrar el orto por la pija de tu hijo?
―No lo sé… me parece demasiado. Una cosa es ayudar a Nahuel con su… problemita. Pero esto… es cruzar una línea. Es mi hijo… y yo hace mucho que no practico sexo anal.
Me encantó que Alicia estuviera disimulando de esa forma. De alguna manera eso nos da ventaja. Todavía no sé cómo, pero Alicia, a pesar de estar loca, es más inteligente que yo. En algún momento sabrá aprovechar esa ventaja.
―Lo que yo no entiendo es por qué dejaste de practicar sexo anal ―dijo Cristela―, con lo mucho que te gustaba. Todavía me acuerdo de la vez que te vi con Aníbal, el mecánico, en su taller. Esa vez se te ocurrió usar un minishort de jean que te dejaba la mitad de las nalgas a la vista, y sabías muy bien que cada vez que usabas ese short, o uno parecido, te hacían pasar al taller y salías de ahí toda manoseada y con la boquita llena de leche.
―¿Te hacías romper el orto por los tipos del taller? ―Preguntó Ayelén―. Sabía que de pendeja eras puta, pero no me imaginé que eras tan puta.
―Me acuerdo perfectamente de ese día ―dijo mi mamá, parecía estar disfrutando mucho de los dedos de su hermana―. Esa fue la primera vez que, por quedarte mirando, te hicieron comer pija a vos también. Todavía me acuerdo cómo te arrodillaste frente a Cristian, el flaquito ese de barba candado que tanto te miraba las tetas. No se imaginan la alegría que tenía ese tipo cuando esta preciosura le comió la verga.
―Lo hice porque no quería perderme lo que estaba pasando… y me sentí sumamente culpable durante semanas por haberme portado como una puta. En esa época todavía me acomplejaban mucho estas cosas. Pero cuando vi a Aníbal poniéndote contra la pared, y cómo vos levantaste automáticamente la cola… ya sabías que él iba a ir directo por el orto. Mientras se la chupaba a Cristian, me quedé mirando hipnotizada cómo la pija de Aníbal entraba en el culo de Alicia. Nunca había visto algo tan morboso. Ella, una chica preciosa y delicada, y él un tipo grandote, panzón, de manos pesadas…
―Brazos fuertes, como buen mecánico ―acotó Alicia.
―Y una pija bien ancha y venosa ―continuó Cristela―. Te partió al medio. Te abrió el orto como una flor y te dio sin ningún tipo de tapujos. Te sacudió el culo a pijazos. Me llenaron la boca de leche y ni siquiera me molestó, porque todavía no podía creer cómo semejante pija podía entrar y salir de ese culo… y cómo gemía Alicia, parecía poseída.
―Es que… me dolía y en parte me daba un placer infinito. Sentí tanta vergüenza como vos, y al mismo tiempo… quería más. No quería que Aníbal se detuviera… y yo también la estaba pasando bien al ver cómo a vos te chorreaba semen de la boca y seguías lamiendo esa pija como si fueras puta profesional.
―¿Se van a pasar todo el día contando anécdotas de su época de putas? ―Preguntó Ayelén―. Porque si es así, vayan a otra pieza.
―Sinceramente no te entiendo, Ayelén ―dijo Cristela―. Me gustaría saber por qué siempre estás tan empecinada en arruinarle el día a los demás. Como si el mundo te odiara…
―El mundo no la odia. Ella odia al mundo ―respondí―. Hay gente que disfruta siendo cruel. No entiendo por qué, quizás algún día se lo pregunte a Macarena. Ella debe tener un buen perfil psicológico de Ayelén.
―Esa, antes de pensar en ser psicóloga, debería hacerse tratar por su propia locura ―dijo mi prima―. Y de paso que le consiga un buen psicólogo a la tía Alicia. Ella es la que más lo necesita.
Me molestó mucho ese comentario y estuve a punto de mandarla a mierda, pero mi mamá habló antes que yo.
―Quizás sí... quizás estoy loca. O tal vez simplemente estoy harta de que nos trates como basura. Nosotros no te hicimos nada malo. Y como ya estoy harta de que me trates mal, desde hoy vas a dormir en el living ―se puso en cuatro sobre la cama, con el culo apuntando hacia su sobrina―. Vení, Nahuel, hacé lo que tengas que hacer. Si con esto la sacamos de esta pieza, entonces dale nomás.
―¿Sos tan puta que te vas a dejar dar por el culo por tu propio hijo?
―Tal vez solo lo hace porque está enojada con vos ―dijo Cristela―, y no la culpo. Desde que empezó la cuarentena Alicia te brindó techo, comida y un espacio agradable, y vos no hiciste más que tratarla como basura. La gente tiene un límite. Y vos sos especialista en llevar a la gente al límite.
―Yo no tenía ganas de venir a esta casa de mierda ―espetó Ayelén.
―Estamos acá por tu culpa ―le respondió Cristela.
Alicia y yo las quedamos mirando sin entender nada. Yo tenía la idea de que mi tía vino a vivir a casa solo porque no quería pasar la cuarentena con su ex novio.
―¿Por qué decís que Ayelén tiene la culpa? ―Pregunté.
―Es complicado.
―Si mi mamá te chupa la concha, nos contás? ―Sugerí.
―Hey, ¿por qué no se la chupás vos? ―Preguntó Alicia.
―Lo haría con todo gusto; pero estoy seguro de que ella prefiere que lo hagas vos.
―Este chico me conoce bien. Para qué lo vamos a negar, hermanita? A mí me re calienta que me comas la concha. Además… tenés un talento impresionante para hacerlo. Trato hecho, si Alicia me la chupa, yo les cuento todo. Ah, por cierto… quizás tener la boca tapada con algo te ayude a no gritar como una puta cuando tu hijo te meta todo eso por el orto ―dijo, señalando mi pene erecto.
―Uf… sí, es posible… ―Alicia miró mi verga―, intimida un poquito. Pero es solo por una vez… y por una buena causa.
―Ustedes dos están más locas que yo ―comentó Ayelén.
―Callate, nena ―dijo Alicia―, si la que está más caliente con esta situación sos vos. Te encanta verme humillada, y eso no es porque seas cruel… es porque te calienta.
―Le encanta jugar con la gente ―dijo Cristela―, y eso es lo que siempre la mete en problemas. Bueno, arranquemos con esto, va a ser mejor si les cuento todo en caliente; porque sino me voy a deprimir. Con una rica chupada de concha se hace más ameno.
Mientras ellas discutían, yo aproveché para colocarme detrás de mi madre. Ayelén quedó a mi izquierda y ella pudo observar como yo lubricaba mi pene con saliva y luego frotaba mi glande contra el culo de mi mamá. Al instante Alicia bajó su cabeza y levantó la cola.
―¿De verdad te vas a dejar clavar por el orto, hermanita? ―Preguntó Cristela.
―Sí, pero que conste que lo hago para que Nahuel pueda recuperar su dormitorio.
―Y porque estás enojada con Aye ―acoté.
―Sí, eso también.
A continuación Alicia se acercó a la vagina de su hermana, la abrió usando sus pulgares y comenzó a lamer el clítoris. Cristela cerró los ojos y disfrutó de la sensación por unos segundos, mientras tanto yo comencé a presionar contra el culo. Me invadió una ola de placer cuando sentí mi glande entrando en ese agujero apretado. Apenas entró un poco y ya fue una maravilla. Mi mamá suspiró, y dio una contundente lamida a la concha de Cristela.
―Bueno ―dijo mi tía―. Creo que voy a tener que cumplir con mi parte del acuerdo. Sé que a mi hija no le va a gustar nada que cuente esto; pero tarde o temprano se iban a enterar de lo que pasó. La única que lo sabe, de momento, es Macarena. Con ella tuve tiempo de hablar sobre el asunto y me ayudó a acomodar un poco las ideas. Solo quiero que sepas, hija, que ya no estoy enojada con vos por lo que pasó. Me molestó en su momento; pero ya está… ya pasó. Para mí es un asunto superado.
Noté que Alicia movía sus nalgas, propiciando que el glande se hundiera más y más dentro de su culo. Quizás ella está tan excitada como yo, quiero pensar que es así. A mí la verga me palpita de emoción.
Ayelén no tiene más alternativa que observar toda la escena en silencio, sabe que cualquier cosa que diga se usará en su contra. Perdió toda la ventaja que tenía, y a medida que la penetración anal se convierte en una realidad, también está perdiendo el cuarto que usaba como refugio. Me da un poco de pena; pero ahora mismo no me detendría por nada, más que nada por pura calentura… y sí, lo admito. Tener a mi mamá en cuatro frente a mí esperando a que le meta la verga por el orto es algo tan morboso que me cuesta pensar en otra cosa.
―Mi relación con Dante arrancó de la mejor manera. ―Comenzó diciendo Cristela―. Hace tiempo que dejé de ser la mujer que se asusta por sus gustos sexuales. Sin embargo, todavía me faltaba algo: encontrar a una persona con la que poder disfrutarlo a pleno. Y eso fue una realidad cuando conocí a Dante en una discoteca. Sí, llevaba tiempo… mmmm… ―Cristela gimió porque su hermana se prendió con fuerza a su clítoris. Yo aproveché para enterrar un poco más la verga en el culo de Alicia e inicié el vaivén para dilatar su culo. Dios, cómo me gusta―. Llevaba tiempo sin ir a una discoteca y se me dio por hacerlo, y fui con la clara intención de conseguir sexo. Dante es un tipo con clase, atractivo, de sonrisa seductora, perfectamente afeitado… parece el modelo de una publicidad de perfumes. Esa noche me tomé como desafío llevármelo a la cama… y no me costó mucho, porque él pretendía hacer lo mismo conmigo.
>Lo que más le gustó a Dante de mí es que no tuve ningún tapujo a la hora de coger, me abrí de piernas sin que me lo pidiera, le comí la pija con gusto y hasta le entregué el orto. Todo en la primera noche.
>Sin embargo, para mí fue más que la experiencia de una noche. Quería volver a verlo y se lo dije… uy, hermanita… sí que estás emocionada. ¡Cómo me la estás chupando! ¿Será porque Nahuel te está taladrando el orto?
―Es justamente por eso ―dijo Alicia―. Me pongo nerviosa y… bueno, intento calmar los nervios chupando concha.
―Sí, lo sé… sé que para vos esto siempre fue un poquito… terapéutico. Bueno, seguí tranquila, a mí me encanta lo que hacés. Y estoy segura de que Nahuel también disfruta al verlo.
―¡Por supuesto! ―Aseguré.
―Como iba diciendo… yo quería empezar una relación con Dante y él estuvo de acuerdo desde el principio. Me sorprendió mucho, porque parecía el típico hombre que va pasando de cama en cama sin mucho compromiso. Pero bueno, como ya saben, terminamos viviendo en su casa. Una casa muy bonita, por cierto. Todo iba fantástico, yo estaba disfrutando del mejor sexo de mi vida. Dante es una máquina de coger.
―Hasta que Ayelén lo arruinó ―dije.
―Algo así. Una noche Dante me dio duro, como de costumbre, y cuando le dije que ya no podía más, me quedé durmiendo desnuda en la cama. Después de unos minutos me desperté, salí al pasillo y vi que la puerta del cuarto de Ayelén estaba abierta. Me asomé para encontrarme a mi hija completamente desnuda, arrodillada frente a Dante… comiéndole la pija.
―¿Te pusiste celosa? ―Pregunté. El culo de mi madre se estaba dilatando cada vez más, dentro de poco mi verga entraría, al menos una parte, y empezaría lo bueno.
―Un poco, sí. Lo admito. Sin embargo, no puedo decir que me haya sorprendido. Ayelén siempre andaba en tanga por la casa, caminando como una gata en celo. Me resultó obvio que, en algún momento, Dante se la iba a querer coger. Solo que… no sé, fue raro verla en esa situación con mi novio. De todas maneras, éste no fue un gran problema. Podría dar muchos detalles, pero intentaré dar la versión corta. Si quieren después les cuento más.
>Yo disimulé muy bien la situación y empezó un jueguito en el que yo miraba para otro lado cuando Ayelén y Dante se ponían cariñosos. Es decir: los dejaba coger en paz, siempre y cuando Dante también me atendiera a mí.
>Los celos se me pasaron y todo parecía marchar bien otra vez… hasta que un día encontré a Ayelén en el living cogiendo con tres tipos al mismo tiempo. Me quedé helada. La estaban rompiendo toda. Le daban sin asco. Ella toda desnuda, transpirada y gimiendo como una puta porque quería que le dieran más duro por el culo. Claro, el que le daba por el culo era el mismísimo Dante… y los otros dos eran sus amigo.
―Ahí sí que te pusiste celosa en serio ―dijo Ayelén―. Empezaste a los gritos, nos tiraste con cosas, echaste a todos de la casa y… terminamos viviendo acá.
―No fue tan así como lo estás contando…
―Sí, fue así ―espetó Ayelén―. Te pusiste celosa de mí y de mi relación con Dante. Ese día descubriste que conmigo se animaba a más. A vos te dio bronca que me haya elegido a mí primero para coger con sus amigos. Porque vos querías estar ahí, entre las tres pijas. Los querías para vos.
―¡Era mi novio! ―Gritó Cristela―. Si quería hacer eso… por qué no me lo preguntó antes? Si nosotros hablábamos mucho de sexo. Además… no digas que yo lo arruiné. Es cierto que me enojé ese día, pero después intenté arreglarlo.
―Solo para volver a arruinarlo otra vez.
No hubo mucho espacio para explicaciones. Ayelén se puso de pie, se vistió rápidamente con un short y una remera mangas cortas y salió de la habitación gritando:
―Ahí tenés tu mugrosa pieza, pendejo. Podés irte a la mierda, vos y la puta de tu mamá.
Cerró dando un fuerte portazo que habrá retumbado en toda la casa.
Diario de Cuarentena:
<Felicitaciones, solado. El enemigo emprendió la retirada. La victoria es suya!>
Me quedé duro… y no hablo solo de mi erección. Pensé que este sería un momento para pasarla bien y de pronto temí que esta discusión hubiera arruinado el ánimo sexual de mi mamá y mi tía. Pero justo en ese momento Alicia dijo:
―No te pongas mal, Cristela. Ya sabés cómo es Ayelén. Ella solo quiere hacerte sentir culpable…
―Sí, lo sé… y no lo va a lograr. Porque yo hice todo lo posible para intentar arreglar la situación. Si al final se jodió todo fue por culpa de ella. Aunque no lo quiera reconocer. Vos seguí chupándome la concha, que lo estás haciendo de maravilla, y ya tengo una calentura que no aguanto más.
Diario de Cuarentena:
<Cadete Nahuel, si lleva a cabo la maniobra que tiene en mente, tendrá que marchar frente al pelotón de fusilamiento. Ya no por misericordia, sino porque usted es imbécil y se lo merece>
Estuve a punto de cometer una gran estupidez. Casi le digo a mi madre: “Ahora ya no es necesario que te la meta por el culo, Ayelén se fue”.
Por suerte, una vocecita interna me hizo recapacitar. Alicia no dijo nada, y mientras ella se mantuviera en silencio, yo podría seguir bombeando mi verga contra sus nalgas.
Justo en ese preciso momento pude sentir cómo superaba una barrera y mi verga se hundía hasta la mitad. Fue fantástico. Debo admitir que meterla en un culo es mucho más placentero que hacerlo en una vagina… aunque bueno, seguramente habrá quien opine distinto.
Mi madre gimió, suspiró y dio fuertes chupones a la concha de su hermana; pero en ningún momento me pidió que me apartara.
Así que empecé.
Me aferré a su cadera y miré sus hermosas nalgas. Mi cuerpo se movió por puro instinto, de atrás hacia adelante, una y otra vez… y otra… y otra. De a poco mi verga fue entrando más y más.
Cristela me miró a los ojos y sonrió, con el puño cerrado hizo un gesto que solo podía significar una cosa: “Dale más fuerte”.
Y eso hice.
Aproveché que mi mamá estaba en una especie de éxtasis de puro placer y comencé a darle cada vez más fuerte. Tanto que mi verga logró entrar completa. No lo podía creer, de verdad le clavé toda la pija en el orto a mi mamá… y ella no hace más que menear las caderas y chupar concha.
Cristela conspiró a mi favor, ella se encargó de tener la cabeza de su hermana bien apretada entre las piernas, de esa forma, aunque Alicia hubiera querido liberarse, lo hubiera tenido complicado.
―¿Te gusta, putita, te gusta? ―Preguntó mi tía. Obviamente mi mamá no le respondió, no podía hacerlo. Su boca estaba pegada a la concha y de allí no se movería.
Solo por probar, saqué mi verga completa y volví a meterla. Me fascinó hacerlo y descubrir que el culo de mi madre ya no oponía resistencia. La penetración era continua, hasta el fondo. Ya la tenía bien dilatada.
Por eso esta vez empecé a darle con todo. La metí todo lo que pude y le di duras embestidas, provocando que mi cuerpo chocara repetidamente contra sus nalgas. Los gemidos de Alicia se volvieron más fuertes, aunque morían ahogados contra la concha de Cristela. Mi tía se sacudía de placer. Si esto no es un trío incestuoso, entonces yo soy Superman. Y sé que no lo soy.
Aunque sí puedo decir que recuperé mi Fortaleza de la Soledad.
Pude notar cómo de la concha de mi madre chorreaban abundantes jugos. La muy puta estaba más que excitada y no tardó en hacerse una paja. Por alguna razón me resulta fascinante ver a mi propia madre masturbándose. Quizás porque pasé mucho tiempo creyendo que esto era algo imposible. Con la fuerte aversión de Alicia hacia el sexo, parece un milagro estar viéndola tan cachonda y recibiendo la pija de su propio hijo por el culo, sin chistar.
―Yo también quiero comer concha ―dijo mi tía de repente.
Ahí fue cuando estas dos mujeres demostraron que tienen experiencia, no solo en el sexo en general, sino también en las interacciones lésbicas en particular. Cristela se coló debajo del cuerpo de su hermana, Alicia ni siquiera tuvo que moverse, y antes de que pudiera respirar y gemir con libertad, ya volvía a estar prisionera de las piernas de Cristela.
La cabeza de mi tía quedó muy cerca de mis testículos y ella lo aprovechó. Sentí un chupón tan fuerte en uno de mis huevos que creí que me lo iba a arrancar. Por suerte no fue así… y además fue una sensación bastante agradable.
―Esto me recuerda a lo que pasó después del asunto del taller ―dijo Cristela―, cuando volvimos a casa. Estábamos tan calientes que, sin siquiera planificarlo, nos fuimos a la pieza las dos juntitas y terminamos haciendo tremendo 69. ¿Te acordás, Alicia?
―Sí, me acuerdo. También recuerdo la culpa que sentí por haber tenido sexo con mi propia hermana. No solo era sexo lésbico, sino además incestuoso.
―Lo sé, a mí también me carcomió la culpa ―aseguró Cristela―. En esa época, a pesar de que jugueteamos mucho entre nosotras, todavía nos hacíamos mucho drama con el sexo. Pero creo que ahora estamos más grandes, más maduras. Lo podemos encarar de otra manera.
―Si lo estás diciendo para que no me sienta culpable después de hacer esto, no lo vas a conseguir.
―Y si te sentís tan culpable, ¿por qué no le decís a Nahuel que pare? ―Preguntó mi tía.
Mi mamá no respondió. Bajó la cabeza y volvió a chupar la concha de su hermana. Casi al mismo tiempo Cristela comenzó a hacer lo mismo. Mientras tanto yo intentaba regular mi ritmo. Cuando creía que estaba a punto de acabar, frenaba un poco, me recuperaba, y luego volvía a las embestidas duras.
―Ay, Nahuel… más despacito ―dijo mi madre.
―Perdón, ¿te duele?
―No le duele ―dijo Cristela―. Una cosa que tenés que saber de Alicia es que cuando pide que se la metan despacito, en realidad es porque le está gustando mucho… y quiere más.
―¿Entonces, por qué no lo dice?
―Porque le molesta reconocer que está caliente…
―Ah, sí… eso es cierto.
―Dale más fuerte, sin miedo ―me animó mi tía―. Agarrala de los pelos que le gusta.
Y eso fue lo que hice.
―Ay, che… más respeto que soy tu madre.
Con mi mano aferrada a la rubia cabellera de mi madre empecé a dar embestidas tan duras como el cuerpo me lo permitía. Sus nalgas se sacudían cada vez que mi cuerpo se estrellaba contra ellas y mi verga se perdía por completo dentro del agujero de su culo. No la sacaba mucho, solo lo justo y necesario para volver a meterla otra vez hasta el fondo. Alicia entró en una especie de éxtasis en el que sus gemidos se combinaron con el ritmo agitado de su respiración. Sus grandes tetas saltaban para todos lados, descontroladas, y Cristela se prendió a su concha con un esmero lésbico que pocas veces vi.
A pesar de que mi madre no lo iba a admitir, sé que lo estaba disfrutando mucho, y su forma de comunicármelo fue moviendo sus caderas al ritmo de las penetraciones.
El semen comenzó a saltar de mi verga, ya no pude controlarlo, llevaba mucho rato con una potente erección y la leche necesitaba salir. Fue a parar toda al interior del culo de mi madre; pero a pesar de estar acabando (y de disfrutar mucho del proceso) no me detuve ni por un segundo. Seguí metiéndole duros pijazos mientras los últimos chorros de leche le inundaban el orto.
Cuando la saqué Cristela aprovechó para ir en busca de esa leche, comenzó a lamer el dilatado culo de su hermana. Estuve a punto de penetrarla otra vez, pero se me ocurrió algo mejor.
Bajé de la cama, la rodeé y volví a subirme, esta vez me posicioné frente a mi mamá. Volví a agarrarla de los pelos con una mano, porque sé que le gusta, y le clavé la verga en la boca. Mis reservas de semen aún no se habían agotado y sus fuertes chupones lograron sacarme hasta la última gota. Ella tragó la pija hasta el fondo de su garganta y aguantó como una campeona las embestidas que le di.
No pensaba conformarme solo con esto. Agarré las piernas de mi tía e hice que apoyara sus talones sobre mis hombros. Mi mamá entendió perfectamente mis intenciones. Apuntó mi verga hacia la concha de Cristela y la clavé de una, sin misericordia. Entró perfecta, la vagina estaba muy húmeda y bien dilatada.
Alicia aprovechó para lamerle el clítoris y esta vez los gemidos que inundaron la habitación fueron los de mi tía Cristela. Aunque también quedaron ahogados. Ella tenía la cabeza metida entre las nalgas de su hermana.
Me quedé allí, disfrutando de esa concha durante un buen rato. En ocasiones saqué la verga cuando me pareció que mi mamá tenía ganas de chuparla otra vez. Ella se la metió en la boca, disfrutó de los jugos sexuales de su hermana, y luego me permitió volver a meterla.
Si bien ya había acabado, aún estaba con ganas de más. Seguramente Alicia atribuiría esto a que apenas tengo dieciocho años, y puede que sea cierto, sin embargo hay otro motivo por el cual mi verga aún se mantiene bien erecta: estoy cogiendo con mi mamá y mi tía. El cuerpo me pide que aproveche esta situación hasta el último segundo.
A pesar de que la concha de mi tía Cristela estaba deliciosa, no quería quedarme solo con eso. Le di un poco de tregua a mi mamá, dejando su culo descansar por unos minutos; pero ya quería volver a meterla en ese agujero.
Así que una vez más rodeé la cama y me coloqué detrás de las nalgas de Alicia. Cristela, que entendió mis intenciones como si pudiera leer mi mente, se encargó de apuntar mi verga directamente al culo, que aún estaba muy dilatado.
La metí con suma facilidad y empecé a darle duro otra vez. Por la propia calentura que tenía comencé a preguntarme qué habrá hecho Macarena para satisfacer sus necesidades sexuales. No creo que se haya conformado con masturbarse.
Mi mente comenzó a divagar con la idea de que, al terminar de coger con Alicia y Cristela, quizás podría convencer a Macarena de hacer lo mismo… en su pieza, o en la mía. Donde le resultara más cómodo. No estaba seguro de si ella aceptaría, quizás todavía está enojada porque le arrebaté a su madre en el momento en que ella la estaba disfrutando; pero bueno… ella misma me enseñó que en la guerra hay que ser astuto y aprovechar toda ventaja estratégica.
Cuando entré a mi pieza cerré la puerta con tranca, eso me permitió relajarme por completo y olvidarme que del otro lado aún había mucha gente. Pero qué importaba? Si querían abrir se encontrarían con una resistente tranca que se los impediría.
Sin embargo, todas mis alarmas se encendieron cuando mi visión periférica detectó el movimiento del picaporte. Se me heló la sangre. Un escalofrío cruzó por mi columna vertebral.
Diario de Cuarentena:
<Alerta, soldado. Alerta. Cometimos un error táctico. Repito: cometimos un error táctico>.
No tomé en cuenta que cuando Ayelén abandonó el dormitorio, dejó la puerta sin tranca. ¿Cómo me pude olvidar de un detalle como ese? Si no hubiera sido tan pitoduro, me tendría que haber levantado para trabar la puerta otra vez. Era cuestión de un par de segundos.
Pero soy un imbécil.
La puerta se abrió y Brenda entró con una gran sonrisa, la cual se borró de inmediato, como si un ser invisible la hubiera golpeado de lleno en la cara. Trastabilló, se agarró del marco de la puerta y nos observó con los ojos desencajados y la boca abierta.
Mi mamá giró la cabeza para encontrarse con la mirada aterrorizada de Brenda. Yo me quedé muy quieto, sin poder sacar la verga de su culo. Cristela, que tardó un poco más en reaccionar, siguió chupando la concha de Alicia durante unos segundos; pero al escuchar la voz de la recién llegada se sobresaltó.
―Ay… yo… este… em… perdón… no sabía que… este… entré porque Ayelén me dijo que Nahuel quería hablar conmigo.
Lo sabía. Sabía que esa arpía hija de puta no aceptaría la derrota tan fácilmente.
Diario de Cuarentena:
*Suena marcha fúnebre*
<Al menos lo intentamos, cadete. Dios sabe que lo intentamos. Pero fuimos derrotados por un enemigo astuto que no tiene códigos. Subestimamos la crueldad del enemigo. Ya no hay vuelta atrás. La guerra está perdida>.
10 comentarios - Aislado Entre Mujeres [42].
esa Ayelen tiene que sufrir.!!
+10
Para cuando el capitulo 43?
Cristela de mis favoritas, ojalá saliese más