El ambiente estaba cargado de salaz complicidad e impregnado del ventajoso anonimato de la muchedumbre, un complot pasional se sazonaba a gusto y beneficio de los amantes que, ante la vista de todos los invitados no eran nada, pero, a solas, eran todo. Almas gemelas que por sus perversiones se reconocieron tiempo atrás y ataron sus corazones con un fino hilo de complicidad que ya nada ni nadie podría romper. Una mirada que pregunta, una sonrisa que responde, un descuido y la pierde de vista. Un par de minutos después él recibe un mensaje en su WhatsApp, con indicaciones precisas para encontrarla. Pretextos no faltan, desaparece entre la gente, sube las escaleras, busca la puerta del baño, esa que tiene una calcomanía pegada en la parte inferior. La encuentra, voltea sobre su hombro, no hay nadie, toca, nadie responde, abre despacio. La ve, sonríe, entra, cierra… La magia comienza. Se abrazaron, se besaron, se volvieron uno. Ella olía y sabía a libertad, a sueño, a milagro, aventura… Él, a refugio, pasión, pecado… Ambos, a otra vida. Se olvidaron del mundo. Él, sin decir nada, se arrodilló frente a ella, le bajó los pantalones, la tanga. Besó, lamió y chupó sus labios como si fueran su boca, como loco, mientras ella continuaba de pie y él se aferraba con ambas manos a sus nalgas, al mismo tiempo que sentía las manos de ella en su cabeza, controlando, dando ritmo. Tras un prolongado suspiro, sin hablar, le pidió, le exigió, que se volteara, mientras él continuaba de rodillas, ella quedaba frente a la pared, dándole la espalda y las nalgas, él hundió su rostro en ellas para seguir embriagándose de su húmeda. Sentía escurrir por su barba un manantial de fluidos lascivos. Se atascó, hasta que ella pidió con un susurró parecido a una súplica, que se la metiera. Se puso de pie, liberó su hombría endurecida, urgido, se la metió hasta el fondo, una y otra vez, con fuerza, tomándola del cabello, hasta que su cuerpo se convulsionó entre sus brazos, explotando de placer. Unos segundos para que el alma de ella regresara a su lugar, mientras él la abrazaba y besaba en el cuello, tratando de capturar el instante, volverlo eterno. Ella, se subió la tanga y el pantalón entre sonrisas, se arrodilló, era su turno. Comenzó a masturbarlo y, en el preciso instante en que comenzaba a engullir el altivo miembro de su amante, tocaron a la puerta. Se congelaron, él sonrió nervioso, en silencio, ella, con la boca llena, sonrió con los ojos. Tocaron una vez más y él se escuchó decir: – Está ocupado… -. Alguien gruñó del otro lado de la puerta, se escucharon unos pasos alejándose de prisa. -Vente rápido…- Dijo ella, e inició con una delirante felación desprovista de todo pudor. -Si no paras, lo haré…- Aseguró él, mascullando, tratando de evitar que se le escapara un aullido de placer. Minutos más tardes, los amantes, con un pecado concluido y muchos más pendientes, se adentraron, cado uno por su lado, a un mar de cuerpos, música, carcajadas, humo de cigarros y secretos, en busca de sus respectivas parejas. Y, así, haciendo travesuras, vivieron felices para siempre… Pero no juntos.
Travesura
El ambiente estaba cargado de salaz complicidad e impregnado del ventajoso anonimato de la muchedumbre, un complot pasional se sazonaba a gusto y beneficio de los amantes que, ante la vista de todos los invitados no eran nada, pero, a solas, eran todo. Almas gemelas que por sus perversiones se reconocieron tiempo atrás y ataron sus corazones con un fino hilo de complicidad que ya nada ni nadie podría romper. Una mirada que pregunta, una sonrisa que responde, un descuido y la pierde de vista. Un par de minutos después él recibe un mensaje en su WhatsApp, con indicaciones precisas para encontrarla. Pretextos no faltan, desaparece entre la gente, sube las escaleras, busca la puerta del baño, esa que tiene una calcomanía pegada en la parte inferior. La encuentra, voltea sobre su hombro, no hay nadie, toca, nadie responde, abre despacio. La ve, sonríe, entra, cierra… La magia comienza. Se abrazaron, se besaron, se volvieron uno. Ella olía y sabía a libertad, a sueño, a milagro, aventura… Él, a refugio, pasión, pecado… Ambos, a otra vida. Se olvidaron del mundo. Él, sin decir nada, se arrodilló frente a ella, le bajó los pantalones, la tanga. Besó, lamió y chupó sus labios como si fueran su boca, como loco, mientras ella continuaba de pie y él se aferraba con ambas manos a sus nalgas, al mismo tiempo que sentía las manos de ella en su cabeza, controlando, dando ritmo. Tras un prolongado suspiro, sin hablar, le pidió, le exigió, que se volteara, mientras él continuaba de rodillas, ella quedaba frente a la pared, dándole la espalda y las nalgas, él hundió su rostro en ellas para seguir embriagándose de su húmeda. Sentía escurrir por su barba un manantial de fluidos lascivos. Se atascó, hasta que ella pidió con un susurró parecido a una súplica, que se la metiera. Se puso de pie, liberó su hombría endurecida, urgido, se la metió hasta el fondo, una y otra vez, con fuerza, tomándola del cabello, hasta que su cuerpo se convulsionó entre sus brazos, explotando de placer. Unos segundos para que el alma de ella regresara a su lugar, mientras él la abrazaba y besaba en el cuello, tratando de capturar el instante, volverlo eterno. Ella, se subió la tanga y el pantalón entre sonrisas, se arrodilló, era su turno. Comenzó a masturbarlo y, en el preciso instante en que comenzaba a engullir el altivo miembro de su amante, tocaron a la puerta. Se congelaron, él sonrió nervioso, en silencio, ella, con la boca llena, sonrió con los ojos. Tocaron una vez más y él se escuchó decir: – Está ocupado… -. Alguien gruñó del otro lado de la puerta, se escucharon unos pasos alejándose de prisa. -Vente rápido…- Dijo ella, e inició con una delirante felación desprovista de todo pudor. -Si no paras, lo haré…- Aseguró él, mascullando, tratando de evitar que se le escapara un aullido de placer. Minutos más tardes, los amantes, con un pecado concluido y muchos más pendientes, se adentraron, cado uno por su lado, a un mar de cuerpos, música, carcajadas, humo de cigarros y secretos, en busca de sus respectivas parejas. Y, así, haciendo travesuras, vivieron felices para siempre… Pero no juntos.
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