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Capítulo 2.
Diversión Familiar.
Las cartas se deslizaron por la superficie de la mesa de vidrio, y las miradas aprovecharon para ir más allá, aprovechando la transparencia. No podía culpar a nadie, yo era víctima del mismo efecto. Es muy difícil tener a alguien desnudo sentado cerca tuyo, y no estar mirándole los genitales. Es una atracción casi magnética. Tenía la mirada perdida en los carnosos labios de la velluda concha de Viki, mi madre; y cada vez que apartaba la vista, me encontraba con el pene de mi hermano. Y si no miraba éste, tenía el bulto de mi padre, justo a mi izquierda, marcándose en su bóxer. Para colmo ellos estaban sentados tan cerca de mí, que hubiera podido agarrarles la verga sólo con estirar un poco la mano. Pero no es que quisiera hacer eso… claro que no.
Estaba preocupada, porque la única prenda de vestir que me quedaba era la tanga, que a duras penas cubría mi sexo… pero al menos era mejor que nada. Miré mis cartas, eran horribles. Tanto que decidí cambiar las cinco. No fue una buena idea, las que me tocaron después eran igual de terribles.
Como si hubiera tenido la clarividencia de adivinar quién perdería, me tocó despojarme de mi diminuta tanga. Que mi papá y mi mamá se hubieran desnudado sin hacer mucho teatro, me era indiferente. Lo que realmente me molestaba era que Erik hubiera afrontado la sanción con tanta valentía. No podía ser menos que él, debía demostrar seguridad. Me puse de pie, y me desnudé frente a mi familia. Tiré la tanga lejos, sabiendo que no podría ponérmela hasta que el juego terminase. Erik se quedó mirando mi depilada concha con labios más pequeños que los de mi madre, y un monte de Venus bien definido.
—Cuidado que esta sí muerde, —le dije, y todos estallaron en risas. A Mayra pareció causarle más gracia de lo normal, no sabía si reaccionaba así por el alcohol o por los nervios.
Mi hermanita parecía un poco más tranquila porque llevaba varias rondas sin perder. En cambio mi tío y mi papá tuvieron algo de mala suerte no les quedó más alternativas que mostrarnos lo que les colgaba entre las piernas. Primero fue el turno de mi tío, él tenía el pene más pequeño de los tres hombres presentes; aunque sólo por un poco. Quien me dejó sumamente impactada, fue Pepe… no podía creer la trompa de elefante que tenía mi padre entre las piernas.
—Victoria, ¿Vos te casaste con Pepe porque lo viste meando? —Preguntó mi tío, haciéndonos reír a todos.
—No, me casé con él porque lo descubrí masturbándose. —Nos quedamos boquiabiertos—. Es cierto. Fue en un campamento que hicimos hace muchos años, cuando todavía éramos amigos. El señor no tuvo mejor idea que meterse en mi carpa a sacudirse el ganso. Tal vez pensó que ahí nadie lo vería, porque todos estaban cerca del río, pero yo volví porque quería dormir, y lo que vi me quitó el sueño.
—¡Papá, no te creía capaz de eso! —Grité. La situación me divertía, y por extraño que parezca, no me incomodaba imaginar a mi padre haciéndose una paja. Eso seguramente se debía a todo el vino con gaseosa que había tomado.
—Fue el mejor error de mi vida hija, mirá lo que conseguí gracias a eso, —dijo, acariciando la pierna izquierda de Viki, muy cerca de su vulva—. Además, en mi defensa, tengo que decir que tu madre no es de las que gritan y salen corriendo en esas situaciones, sino de las que dicen: “Yo te ayudo”.
—¡Apa! —Exclamó Mayra. Dio la impresión de que quería decir algo, pero cuando todos la miraron, cerró la boca y agachó la cabeza.
—Lo que Mayra quiere decir, —aclaré—, es que no se imaginaba que mamá fuera tan puta.
Todos se rieron.
Sentí una gran ola de calor en mi entrepierna imaginando a mi madre montándose sobre esa gran verga, y tuve que esforzarme para apartar esas imágenes de mi cabeza.
—Bueno, che, —dijo Viki—. Tampoco es que sea tan ligerita… lo que pasa es que Pepe me gustaba mucho, desde hacía tiempo. No iba a desperdiciar esa oportunidad.
—¿Y qué fue, exactamente, lo que hiciste para ayudarlo? —Quiso saber Alberto.
—Eso no se los voy a decir.
Mi papá hizo un gesto de mímica, simbolizando que Viki que le había chupado la verga. Mi mamá se sonrojó y escondió la cabeza entre las manos, mientras el resto nos reíamos.
A excepción de mi hermanita, todos ya estábamos completamente desnudos, y ahora comenzaba una nueva etapa en el juego, la cual me asustaba un poco.
Se repartieron nuevamente las cartas, y me tranquilicé al ver que recibí dos ases; era difícil que mi mano fuera la peor. El que se llevó las peores cartas fue mi papá, y mi mamá se coronó con un póker de dieces. Como Pepe ya estaba completamente desnudo, debía someterse a un desafío. Mi mamá, por ser la ganadora, debía decidir qué desafío poner a su marido.
—Tiene que ser algo bueno mamá, —le dijo Erik—. Algo que lo avergüence. —A mi madre pareció agradarle la idea, porque se puso a pensar con un dedo en su barbilla y una linda sonrisa; como si fuera el villano de una serie de dibujos animados.
—¡Ya sé! —Exclamó, luego de unos segundos—. Viene muy bien con la historia de la carpa.
—¡Ay, no! —Dijo mi papá.
—Sip... Tenés que tocártela, —dijo por fin, yo abrí grande los ojos y la quedé mirando.
¿De verdad quería que mi papá se tocara el pene delante de sus hijas? Me pareció que el juego había llegado demasiado lejos, y pasó justo lo que yo temía; al parecer los desafíos tendrían connotaciones sexuales. ¿Acaso qué imaginaba, que lo haría bailar bajo la lluvia? No era una mala idea, pero no encajaba con la definición de Strip Póker. Éste era un juego sexual, y ya me estaba pareciendo una locura que hayamos propuesto jugarlo en familia.
—¡Qué mala que sos Viki! ¿Durante cuánto tiempo tengo que hacerlo?
Al parecer estaba dispuesto a llevar a cabo el vergonzoso desafío. Ella meditó unos segundos, y se fue a buscar algo a un mueble de la sala, mostrándonos su culo respingón, y la concha apretada por debajo de las nalgas. Regresó con un cronómetro, que a veces usaba a veces cuando salía a trotar. A ella le gustaba hacer ejercicio, y ese era uno de los principales motivos de que mantuviera una buena figura. Aunque todavía le quedaban tres o cuatro kilos por perder.
—Dos minutos, —dijo. Con eso quedó establecido el tiempo para la mayoría de los desafíos.
Mi madre sonreía de forma extraña ¿la pondría cachonda toda esta situación? Debía ser así, no encontraba otra explicación para que obligara a su marido a hacer semejante cosa delante de nosotros. Mi padre corrió su silla hacia atrás y se agarró el paquete con la mano izquierda, ya que él es zurdo. Victoria puso en marcha el cronómetro y todos nos quedamos mirando cómo lo hacía. Se tocaba despacio, subiendo y bajando la mano por su pene, haciendo que su prepucio cubriera el glande y luego lo dejara a la vista una vez más; me sorprendió ver que su pene no cambiaba de tamaño.
—Pepe, —dijo mi tío—. ¿Me vas a decir que en todos estos años no aprendiste a hacerte una paja? ¿Así fue como conquistaste a mi hermana?
Noté que Mayra se ruborizaba, pero sonreía y tenía la mirada fija en el pene de su padre. Erik se ría a carcajadas, debía estar borracho. Hasta mis padres sonrieron. Al parecer la única que estaba preocupada era yo. Me daba impresión ver a mi padre haciendo algo que yo jamás imaginé que él haría. Aunque bueno, es algo absurdo de mi parte pensar eso. Si yo me hago la paja, ¿qué impide que él también se la haga? Es sólo que, como hija, no me gusta pensar en esas cosas.
La burla de Alberto lo obligó a tocarse con más de ímpetu. Deslizó su prepucio, tapando la cabeza del pene, y volvió a bajarlo; lo hizo varias veces. Su miembro fue ganando tamaño de a poco, yo miraba fijamente su aparato, pero en cuanto levanté la vista, me pareció que él estaba mirando directamente hacia mi vagina. Yo tenía las piernas algo separadas, instintivamente quise cerrarlas, pero me reprimí, porque todos notarían mi repentina acción. Además no podía estar completamente segura de que estuviera mirándome. Cuando los dos minutos pasaron, mi madre dejó el cronómetro sobre la mesa, y mi tío se encargó de repartir las cartas; nadie dijo nada sobre lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado.
Jugamos otra mano, y una fea combinación de números bajos hizo perder a mi papá, otra vez. Tiró las cartas sobre la mesa simulando enojo, pero en realidad se lo tomaba con gracia. Esta vez le tocó a mi hermano plantear el desafío. Como él no es de pensar mucho, casi enseguida dijo:
—Chupale un pezón a mamá.
—Bueno, —contestó Pepe, encogiéndose de hombros—. No es algo que no haya hecho antes.
—Es cierto Erik, es un tanto aburrido tu desafío. —Me sorprendió que mi mamá dijera eso, pero vi sus ojos un tanto vidriosos por tomar tanto alcohol, y supe que ese era un factor importante en su queja.
—Pero si se habrá hecho como mil pajas, —se defendió Erik—; y vos le pediste que se toque.
—Sí, pero él nunca lo había hecho frente a todos ustedes, —dijo mi mamá—. Chuparme un pezón es menos vergonzoso, es un retroceso.
¿Así que ella pretendía que los desafíos fueran cada vez peores? No quería quedar como una cobarde, pero ya me estaba planteando seriamente dejar el juego. Sin embargo me imaginaba que no todos dejarían de jugar… y más me molestaba que siguieran hacerlo sin estar yo presente.
—Entonces que le chupe un pezón a Nadia. —Propuso mi hermano, lo miré con cara de orto. Estuve a punto de decirle: “¿Y por qué no te chupa una tetilla a vos?”; pero me reprimí, porque estaba segura que este comentario molestaría a muchos.— ¿Son dos minutos, cierto? —Preguntó Erik, tomando el cronómetro.
Mi papá no se inhibió mucho, ni pareció notar mi preocupación. Se acercó a mi pecho izquierdo y lo tomó suavemente con una mano, sin pedirme permiso. Estuve a punto de suplicarle que no lo hiciera, pero no me dio tiempo. Acercó su boca, y el cronómetro se puso en marcha. Sus lamidas fueron suaves y poco libidinosas, hasta había cierta ternura en ellas; su lengua giró alrededor de mi pezón, que se puso duro como la piedra. El calor en mi vagina se hizo más intenso, y empeoró aún más cuando sentí la punta de su pene rozando mi rodilla. ¿Acaso él era consciente de que esa era la teta de una de sus hijas? Intenté apartar la vista, pero no podía dejar de mirar hacia abajo… ese gran pene, que ya había ganado algo de tamaño. Los dos minutos se me hicieron eternos pero apenas se escuchó un agudo pitido en el reloj, Pepe se alejó. Yo debía estar toda roja, era lo más extraño que me había tocado vivir; que mi propio padre me chupara una teta. ¡Era una locura! Aún no podía comprender cómo habíamos accedido a jugar este peligroso juego.
Mientras rogaba por recibir buenas cartas en la próxima ronda, vi que Erik tenía la pija dura, y que ésta se inclinaba un poco hacia la izquierda, como si apuntara hacia mí. Él no era el único en ese estado, los otros dos hombres también exhibían marcadas erecciones. La pequeña Mayra tampoco era inmune a la libidinosa situación, noté una mancha de humedad en la parte inferior de su tierna bombachita rosa. La única que no mostraba signos de excitación era mi madre.
La racha de buena suerte de mi hermana se terminó en la siguiente mano, y no tuvo más remedio que enseñarnos su concha. Nadie le hizo comentario alguno sobre lo evidentemente mojada que estaba su bombacha, porque no queríamos avergonzarla. Nos tomó a todos por sorpresa al mostrarnos una delicada rajita, con finos labios y un pequeño botoncito duro. Pero las sorpresas no terminaron allí, también la tenía completamente depilada, como yo. No sabía de dónde había sacado la idea, pero tengo que tener presente que ella es toda una mujer, y tiene su propia vida íntima. Incluso, hasta hace poco tuvo un noviecito, aunque no sé si habrán llegado muy lejos; el chico parecía un poco pelotudo. Para rematar, pude ver unas hebras de flujo entre sus labios y cuando se sentó con las piernas algo separadas, su vagina se abrió un poco, mostrando lo mojada que la tenía. Se me hizo raro que no juntara sus rodillas, pero también culpé al alcohol por esto; o tal vez se debía a una simple distracción. Había demasiada información visual a su alrededor, como para preocuparse de ese detalle.
Ella no había terminado de sentarse que ya estaban repartiendo los naipes otra vez, mientras hacían chistes boludos, en un intento por desviar la atención. Logré conseguir una escalera de números bajos, que fue el mejor juego de la mesa El peor estaba en manos de mi madre, que parecía tener cinco palos diferentes en sus cartas, eran pésimas. Debía ser yo quien dictara la sentencia, y luego de lo que me hicieron pasar al permitir que mi padre me lamiera una teta, tenía sed de venganza.
—Tocásela al tío Alberto.
Fue lo más zarpado que se me ocurrió, y pensé que me había excedido. Pero mi madre demostró estar muy por encima de mí: estiró su mano izquierda y le agarró el palo de carne a su hermano. Mi papá puso en marcha el cronómetro, sin hacer ningún comentario. Alberto sonreía con cara de boludo, pero no parecía molestarle que su propia hermana lo estuviera manoseando. Mi mamá lo masturbó lentamente, presionando fuerte con su mano.
—Aprendé de Viki, Pepe, —le dijo mi tío, para bromear—. Ella sí sabe lo que hace.
—Es que vengo de una familia de pajeros. —El comentario de mi madre fue como un cachetazo en la cara de Alberto, y nos hizo reír a todos, inclusive a él mismo.
La prueba transcurrió sin demasiado entusiasmo, y durante ese corto período de tiempo mis ojos pasaron de un pene a otro. Descubrí a Mayra haciendo lo mismo, me preguntaba si alguna vez había visto un pene en vivo y en directo, yo sólo conocía el de mi ex novio, y no era nada comparado con estos ejemplares.
En la siguiente partida mi madre volvió a perder, y fue Erik quien propuso el nuevo desafío. Ella debía darle un beso a Mayra, durante unos largos dos minutos, lo cual es mucho tiempo para un simple besito.
—No, esperá. —Se quejó mi mamá, por fin había recapacitado un poco—. Eso sería como si la prenda fuera para las dos, al fin y al cabo un beso es algo mutuo. ¿Dónde está la gracia? —No había recapacitado un carajo, pero al menos apelaba a la justicia.
—Bueno… a ver —. Me dio un poco de pena mi hermano, al pobre le criticaban todos los desafíos; pero una vez más, se las ingenió para salir airoso—. Mayra tiene que decir si pasaste la prueba o no, si a ella no le gusta el beso vas a tener que hacer otro desafío.
—Y ella se arriesga a tener dos desafíos seguidos, —dijo mi hermanita, con seriedad, como si fuera la jueza de un concurso televisivo.
—Eso me parece mucho más interesante, —dijo mi mamá, poniéndose de pie.
Se ubicó a la derecha de su hija menor y la tomó por el mentón con suavidad, moviéndole la cabeza hacia atrás. Mayra parecía un tanto nerviosa, y mantenía la boca bien cerrada. En cuanto los labios de mi madre tocaron los suyos, puse el cronómetro en cuenta regresiva. No me parecía tan grave que se besaran, luego de lo que había ocurrido en los desafíos anteriores. Victoria movió su boca con suavidad y ternura, y eso ayudó a que Mayra se relajara un poco. Sus labios se separaron y me pareció ver que mi mamá le introducía un poco la lengua; lo corroboré cuando la retiró y apareció la lengua de Mayra, persiguiéndola. Al fin ambas las entrelazaron en un beso que se volvió bastante erótico y apasionado. Sabía que no era el primer beso de mi hermana, porque más de una vez la encontré besándose con su, actualmente, ex novio; pero en aquellas ocasiones se la veía inexperta, sin embargo ahora besaba como una profesional. Tal vez eso se debía a que estaba imitando lo que hacía Viki.
En cuanto el tiempo terminó mi tío aplaudió, a lo que nos sumamos mi padre, mi hermano y yo. Mayra estaba sonrojada al máximo pero con una amplia sonrisa en su rostro, sus tetitas subían y bajaban al ritmo de su respiración. Todos esperábamos expectantes su veredicto cuando levantó el pulgar de una mano. Mi madre sonrió y volvió a su asiento orgullosa.
En ese momento pensé que el juego, a pesar de ser extraño y un tanto enfermizo, era entretenido y producía una calentura sin precedentes para mí.
Jugamos una nueva mano, y esta vez las cartas decidieron que Erik tenía que “pagar” y mi padre era su verdugo. La pauta fue más o menos similar a la del desafío anterior. Erik debía hacer un bailecito erótico pegado a mi mamá y ella debía decidir si él había superado la prueba o no. Opiné que dos minutos parecía un tiempo muy reducido, y los demás estuvieron de acuerdo conmigo. Se estableció que el baile debía durar cinco minutos. Erik puso música lenta, de una banda que yo no conocía, pero que era aceptable para la ocasión.
Mi madre se acercó hasta donde estaba yo y tuve que correr mi silla hacia atrás, para darles lugar. Erik se colocó detrás de ella y yo era la única que veía la escena desde atrás. Comenzaron a bailar lentamente, mi hermano pegó su pecho a la espalda de esa atractiva mujer y comenzó a acariciarle las piernas por los lados. Los segundos parecían transcurrir a un ritmo muy lento.
—¿Si te agarro las tetas, sumo puntos? —Preguntó mi hermano.
—Mmmm… puede ser —respondió Viki.
Me sorprendió que mi madre accediera, pero tampoco me pareció algo tan grave, al fin y al cabo ella estaba intentando mantener el buen ambiente del juego. Sin perder el tiempo, Erik puso sus pesadas manos sobre las grandes tetas y las apretó suavemente, de verdad parecían globos llenos de agua. Los rítmicos movimientos de Erik provocaron que la punta de su dura verga quedara apretada contra la vulva de mi mamá; el desafío del baile ya no me parecía tan inocente como al principio. Mi asombro creció cuando la vagina de mi madre pareció abrirse para que el glande quedara suavemente posado en su centro viscoso. Si bien no entró nada, el pene estaba peligrosamente cerca de ella. Se me aceleró el pulso y me pregunté qué sentiría Victoria al ser arrimada de esa forma por su único hijo varón. Mi mayor duda era si ella lo estaba tolerando sólo para no arruinar el juego, o directamente no le preocupaba.
Creí que mi madre se apartaría, pero no lo hizo. El resto de mi familia acompañaba el bailecito con las palmas, pero claramente que no sabían sobre lo que estaba ocurriendo detrás, la única que podía verlo era yo. La verga se fue untando con ese abundante fluido femenino, y el muy desgraciado inició un lento vaivén con su pelvis haciendo que su aparato se deslizara de abajo hacia arriba entre los voluptuosos labios vaginales. No sé cuántos minutos llevaban transcurridos hasta entonces, pero pero sabía que aún quedaba bastante tiempo. Mi madre se inclinó un poco hacia adelante levantando más la cola, sus grandes nalgas se abrieron y pude verle el asterisco. Noté que el glande ya no estaba a la vista, y un escalofrío cruzó mi cuerpo, pero no podía asegurar si éste se había perdido entre los carnosos labios de mi madre o había entrado. De pronto lo vi apareciendo de nuevo, pero con un rápido deslizamiento llegó hasta el ano. Fue el mismo Erik quien obligó a Viki agacharse un poco más, sin dejar de sobarle las tetas, que ahora se balanceaban bajo el torso de mi madre. Me pareció que Erik ejercía presión con su verga. Era obvio que no estaba entrando, pero el culo de mi madre parecía hundirse ante la presión. Ella empezó a menear las caderas de la misma forma en que lo hacía yo cuando salía a bailar, y quería provocar a alguien. Con el meneo, la verga bajó y volvió a posicionarse en la concha, ésta vez no tuve ninguna duda, el glande se perdió en el interior de ese agujero rosado. Mi madre giró la cabeza, y me sorprendió mirando directamente a esa leve penetración. Sonrió, y por su gesto me dio la impresión de que decía: “Sé lo que está pasando, pero no me importa”. Su cadera seguía moviéndose de un lado a otro, y el glande continuaba enganchado en ese agujero. Si Erik lo hubiera querido, le hubiera bastado con empujar un poco hacia adelante, para lograr una penetración mucho más profunda. Cuando mi hermano retrocedió un poco, su glande volvió a aparecer, pero sólo para avanzar una vez más contra el culo de mi madre. Ésta vez la presión fue mayor, lo sé porque Viki giró una vez más la cabeza hacia atrás, como si quisiera ver lo que estaba ocurriendo, y un leve gesto de dolor apareció en su rostro. Había desaparecido la mitad del glande, y podía ver el agujero del culo de mi madre envolviendo la parte que había entrado.
Por fin sonó el pitido del cronómetro indicando que el tiempo se había terminado. Mi hermano se apartó de inmediato regresando a su silla. Por unos segundos pude ver que lo que antes era un apretado y cerrado culo, ahora formaba una pequeña argolla levemente abierta. Mis manos temblaron, esto era demasiado. Pero sabía que el juego no finalizaría.
—¿Qué te pareció el baile mamá? —Preguntó Erik, mientras ella regresaba a su silla.
—Bastante zarpadito. —Seguramente los demás habrán pensado que se refería a la sobada de tetas, pero yo sabía que se refería a las insolentes arrimadas—. Pero te doy la prueba como superada.
Cuando me levanté de la silla, para arrimarme otra vez a la mesa, vi que el cuero del tapizado estaba todo mojado, producto de mis propios jugos vaginales. Tenía ganas de buscar una servilleta de papel, limpiar la silla y secarme la rajita, pero eso me pondría en evidencia; así que me senté sin más, y miré las nuevas cartas que aguardaban por mí. Ni siquiera presté atención, tomé varios sorbos de vino, en un intento por serenarme. Me olvidé por completo del juego durante el transcurso de esa mano, y eso me llevó a perder.
—¡Al fin, nena! Pensé que no ibas a perder más, —dijo Mayra. No me había dado cuenta, pero desde que quedé completamente desnuda no había perdido ni una sola vez. Mi hermana era la que debía decir mi castigo. La vi muy concentrada en su decisión, posiblemente no sabía qué decir; imaginé que en su cabecita estaba buscando algún castigo leve y poco sexual. Después de meditar un rato dijo—. Tocásela a papá.
Me dejó sorprendida. Por un momento pensé que la pequeña tendría piedad de mí, pero este castigo me parecía a la altura de lo que había ocurrido entre Erik y mi mamá. ¿Me habrá pedido que hiciera eso por seguirle la corriente a los demás, y no quedar como una ingenua?
—Tiene que ser por cinco minutos. —Agregó Victoria—. Dos minutos para los desafíos es muy poco tiempo. Además imagino que cuando Mayra dijo que se la toques a tu padre, no se refería exactamente a que dejes la mano quieta al agarrársela… ¿o me equivoco? —Mayra soltó una risita nerviosa, cubriéndose la boca. Se puso toda roja—. Bueno, Nadia, ya sabés qué tenés que hacer. Yo voy a tomar el tiempo.
No, ella no estaba loca, sólamente apelaba a la justicia, como era su costumbre. Una madre de tres hijos debe aprender a ser justa y equitativa, de lo contrario vivirá un infierno.
Sabía que no podía negarme, no podría ganar una discusión contra mi madre, así que acerqué la silla hacia mi papá, sin chistar. Tuve que juntar coraje para estirar la mano y agarrar semejante pedazo; cuando lo aferré entre mis dedos, no me atreví a moverlos. El tiempo corría y yo no hacía nada. Estaba petrificada sintiendo el palpitar de ese duro pene entre mis dedos.
—¡Hey, eso es trampa! —Se quejó Erik—. Que empiece otra vez, el tiempo que pasó no cuenta.
Lo miré con una ira asesina, quería estrangularlo, a pesar de que él no era quien había elegido mi desafío. Sin embargo me resultaba imposible enojarme con Mayra. Todos estuvieron de acuerdo en reiniciar el cronómetro, especialmente mi madre, que era la encargada de impartir justicia en la mesa.
Esta vez me vi obligada a mover la mano, de lo contrario nunca me permitirían soltarle la verga a mi papá. Por más incómoda que me pareciera la situación, recorrí de arriba hacia abajo todo el tronco, presionando un poco su glande; intenté mantener buen ritmo a pesar de que moría de vergüenza. Me preguntaba si él estaba disfrutando de estos toqueteos o si sólo lo consideraba parte de un “inocente” juego. Nunca había masturbado a un hombre que tuviera un pene tan grande, y mi cuerpo comenzaba a recordar las sensaciones provocadas por aquel extraño de la discoteca. Mi concha se humedeció aún más de lo que estaba, casi como si estuviera deseando tener adentro una verga de ese tamaño. Sin darme cuenta, mi mano comenzó a moverse más rápido, casi como la vez que masturbé a mi novio, sólo que en esta ocasión tenía mucho más de dónde agarrar. Apenas escuché el pitido salvador del cronómetro, la solté. Noté mi palma un poco viscosa. No lo podía creer, tenía líquido preseminal de mi propio padre, en toda la mano. Disimuladamente me lo limpié sobre la pierna, y el juego continuó.
En esta nueva ronda estuve aún más nerviosa. No podía permitirme perder otra vez, los desafíos se estaban volviendo peligrosamente sexuales, y no quería verme otra vez en la misma situación. Debía prestar atención a las cartas que recibía, y buscar la mejor combinación posible. Cuando vi aparecer dos “Jotas” me quedé un poco más tranquila, tal vez no me hicieran ganar la partida, pero era difícil que fuera la peor mano de la mesa.
Nuevamente ganó la más pequeña, y mi madre quedó en último lugar. En un principio pensé que Mayra había sido un poco severa conmigo, pero lo que dijo después, me demostró que había sido muy compasiva:
—Chupásela a papá —le dijo, a mi madre y mis ojos quedaron grandes como platos.
¿Qué le pasa por la cabeza a esta chica? Es un misterio que nunca pude resolver.
—Pero eso ya lo hice muchas veces —afirmó Viki.
Esa respuesta también me dejó helada. Sí, admito que tal vez imaginé que mi mamá podría chuparle la verga a mi papá; pero esas son cosas que, apenas se meten en mi mente, las descarto, como si se tratase de un mal sueño. El confirmarlo, por boca de mi propia madre, hacía que ese mal sueño se volviera una realidad.
—Pero nosotros nunca lo vimos. —El argumento de Mayra era muy bueno, debía reconocerle eso.
—Es inteligente la chiquita, —dijo mi tío, frotándose las manos—. Por fin algo de acción.
Si todo lo que ocurrió antes mi tío no lo consideraba “acción”, entonces no sé cómo lo catalogaría.
Quería creer que Viki se negaría, diciendo algo como: “Está bien que el juego sea algo picarón, pero tampoco tenemos que llegar a actos tan sexualmente explícitos”. Pero sabía que me mentía a mí misma al pensar eso.
En cuanto vi a mi madre arrodillándose en el suelo, tuve que tomar un largo trago de vino tinto; estaba puro y caliente, pero no me importó. Sin mucho preámbulo ella agarró el falo de mi padre y se lo introdujo casi completo en la boca, como seguramente lo había hecho en más de una ocasión. Jamás había imaginado a mi mamá como una talentosa petera, pero sus gruesos labios se desenvolvieron con gran habilidad. Subió y bajó la cabeza con un ritmo creciente. Evidentemente el alcohol había nublado un poco sus inhibiciones, y la llevaban a actuar como si estuvieran solos en su cuarto. Llegó a tragar entera toda la verga de mi papá, yo la observaba atentamente, intentando aprender de sus movimientos. Si bien no soy una santa, nunca hice sexo oral a nadie, porque me daba un poco de asco; pero en ese momento me pareció algo muy natural y hasta placentero, especialmente al ver las expresiones en la cara de mi padre. Sus negras cejas se arquearon y sus ojos se cerraron con fuerza, mientras acariciaba el cabello de su esposa; esa imagen me produjo morbo. ¿Así eran ellos siempre en la intimidad? ¿Cuántas veces mi madre había estado en esa misma posición, comiéndole la verga, prácticamente como si fuera una actriz porno? Cabía la posibilidad de que Viki estuviera exagerando, para impresionarnos; pero dudaba que fuera así.
Los cinco minutos finalizaron repentinamente, hasta me pareció poco tiempo. Aplaudimos a mi madre por su excelente mamada, la verga de mi padre estaba más dura y gorda que nunca, y de ésta goteaba saliva.
Mi tío Alberto comenzó a repartir las cartas. No me tocó nada bueno.
Debo admitir que, a pesar de que el juego se estuviera tornando cada vez más picante, ya no me molestaba tanto como antes. Me daba algo de morbo y curiosidad, y podía sentir un intenso calor en mi desnuda vagina. Horas antes no lo hubiera podido creer, pero ya podía decir que no tenía ningún problema en estar desnuda frente a mi familia, más aún sabiendo que ellos estaban en las mismas condiciones. Hasta lo veía como un acto natural, éramos familia, convivimos juntos, ¿qué problema había si nos veíamos desnudos de vez en cuando? Estaba empezando a considerar que ésto nos haría forjar una relación de mayor confianza. Como me estaba acostumbrando, ni siquiera intentaba cerrar las piernas ni cubrir mis tetas con los brazos. Al fin y al cabo es una concha, y todos los presentes (especialmente las mujeres) vieron una más de una vez. No me molestaba que supieran cómo era mi concha, de la cual estaba orgullosa, porque me gustaba mucho.
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Capítulo 2.
Diversión Familiar.
Las cartas se deslizaron por la superficie de la mesa de vidrio, y las miradas aprovecharon para ir más allá, aprovechando la transparencia. No podía culpar a nadie, yo era víctima del mismo efecto. Es muy difícil tener a alguien desnudo sentado cerca tuyo, y no estar mirándole los genitales. Es una atracción casi magnética. Tenía la mirada perdida en los carnosos labios de la velluda concha de Viki, mi madre; y cada vez que apartaba la vista, me encontraba con el pene de mi hermano. Y si no miraba éste, tenía el bulto de mi padre, justo a mi izquierda, marcándose en su bóxer. Para colmo ellos estaban sentados tan cerca de mí, que hubiera podido agarrarles la verga sólo con estirar un poco la mano. Pero no es que quisiera hacer eso… claro que no.
Estaba preocupada, porque la única prenda de vestir que me quedaba era la tanga, que a duras penas cubría mi sexo… pero al menos era mejor que nada. Miré mis cartas, eran horribles. Tanto que decidí cambiar las cinco. No fue una buena idea, las que me tocaron después eran igual de terribles.
Como si hubiera tenido la clarividencia de adivinar quién perdería, me tocó despojarme de mi diminuta tanga. Que mi papá y mi mamá se hubieran desnudado sin hacer mucho teatro, me era indiferente. Lo que realmente me molestaba era que Erik hubiera afrontado la sanción con tanta valentía. No podía ser menos que él, debía demostrar seguridad. Me puse de pie, y me desnudé frente a mi familia. Tiré la tanga lejos, sabiendo que no podría ponérmela hasta que el juego terminase. Erik se quedó mirando mi depilada concha con labios más pequeños que los de mi madre, y un monte de Venus bien definido.
—Cuidado que esta sí muerde, —le dije, y todos estallaron en risas. A Mayra pareció causarle más gracia de lo normal, no sabía si reaccionaba así por el alcohol o por los nervios.
Mi hermanita parecía un poco más tranquila porque llevaba varias rondas sin perder. En cambio mi tío y mi papá tuvieron algo de mala suerte no les quedó más alternativas que mostrarnos lo que les colgaba entre las piernas. Primero fue el turno de mi tío, él tenía el pene más pequeño de los tres hombres presentes; aunque sólo por un poco. Quien me dejó sumamente impactada, fue Pepe… no podía creer la trompa de elefante que tenía mi padre entre las piernas.
—Victoria, ¿Vos te casaste con Pepe porque lo viste meando? —Preguntó mi tío, haciéndonos reír a todos.
—No, me casé con él porque lo descubrí masturbándose. —Nos quedamos boquiabiertos—. Es cierto. Fue en un campamento que hicimos hace muchos años, cuando todavía éramos amigos. El señor no tuvo mejor idea que meterse en mi carpa a sacudirse el ganso. Tal vez pensó que ahí nadie lo vería, porque todos estaban cerca del río, pero yo volví porque quería dormir, y lo que vi me quitó el sueño.
—¡Papá, no te creía capaz de eso! —Grité. La situación me divertía, y por extraño que parezca, no me incomodaba imaginar a mi padre haciéndose una paja. Eso seguramente se debía a todo el vino con gaseosa que había tomado.
—Fue el mejor error de mi vida hija, mirá lo que conseguí gracias a eso, —dijo, acariciando la pierna izquierda de Viki, muy cerca de su vulva—. Además, en mi defensa, tengo que decir que tu madre no es de las que gritan y salen corriendo en esas situaciones, sino de las que dicen: “Yo te ayudo”.
—¡Apa! —Exclamó Mayra. Dio la impresión de que quería decir algo, pero cuando todos la miraron, cerró la boca y agachó la cabeza.
—Lo que Mayra quiere decir, —aclaré—, es que no se imaginaba que mamá fuera tan puta.
Todos se rieron.
Sentí una gran ola de calor en mi entrepierna imaginando a mi madre montándose sobre esa gran verga, y tuve que esforzarme para apartar esas imágenes de mi cabeza.
—Bueno, che, —dijo Viki—. Tampoco es que sea tan ligerita… lo que pasa es que Pepe me gustaba mucho, desde hacía tiempo. No iba a desperdiciar esa oportunidad.
—¿Y qué fue, exactamente, lo que hiciste para ayudarlo? —Quiso saber Alberto.
—Eso no se los voy a decir.
Mi papá hizo un gesto de mímica, simbolizando que Viki que le había chupado la verga. Mi mamá se sonrojó y escondió la cabeza entre las manos, mientras el resto nos reíamos.
A excepción de mi hermanita, todos ya estábamos completamente desnudos, y ahora comenzaba una nueva etapa en el juego, la cual me asustaba un poco.
Se repartieron nuevamente las cartas, y me tranquilicé al ver que recibí dos ases; era difícil que mi mano fuera la peor. El que se llevó las peores cartas fue mi papá, y mi mamá se coronó con un póker de dieces. Como Pepe ya estaba completamente desnudo, debía someterse a un desafío. Mi mamá, por ser la ganadora, debía decidir qué desafío poner a su marido.
—Tiene que ser algo bueno mamá, —le dijo Erik—. Algo que lo avergüence. —A mi madre pareció agradarle la idea, porque se puso a pensar con un dedo en su barbilla y una linda sonrisa; como si fuera el villano de una serie de dibujos animados.
—¡Ya sé! —Exclamó, luego de unos segundos—. Viene muy bien con la historia de la carpa.
—¡Ay, no! —Dijo mi papá.
—Sip... Tenés que tocártela, —dijo por fin, yo abrí grande los ojos y la quedé mirando.
¿De verdad quería que mi papá se tocara el pene delante de sus hijas? Me pareció que el juego había llegado demasiado lejos, y pasó justo lo que yo temía; al parecer los desafíos tendrían connotaciones sexuales. ¿Acaso qué imaginaba, que lo haría bailar bajo la lluvia? No era una mala idea, pero no encajaba con la definición de Strip Póker. Éste era un juego sexual, y ya me estaba pareciendo una locura que hayamos propuesto jugarlo en familia.
—¡Qué mala que sos Viki! ¿Durante cuánto tiempo tengo que hacerlo?
Al parecer estaba dispuesto a llevar a cabo el vergonzoso desafío. Ella meditó unos segundos, y se fue a buscar algo a un mueble de la sala, mostrándonos su culo respingón, y la concha apretada por debajo de las nalgas. Regresó con un cronómetro, que a veces usaba a veces cuando salía a trotar. A ella le gustaba hacer ejercicio, y ese era uno de los principales motivos de que mantuviera una buena figura. Aunque todavía le quedaban tres o cuatro kilos por perder.
—Dos minutos, —dijo. Con eso quedó establecido el tiempo para la mayoría de los desafíos.
Mi madre sonreía de forma extraña ¿la pondría cachonda toda esta situación? Debía ser así, no encontraba otra explicación para que obligara a su marido a hacer semejante cosa delante de nosotros. Mi padre corrió su silla hacia atrás y se agarró el paquete con la mano izquierda, ya que él es zurdo. Victoria puso en marcha el cronómetro y todos nos quedamos mirando cómo lo hacía. Se tocaba despacio, subiendo y bajando la mano por su pene, haciendo que su prepucio cubriera el glande y luego lo dejara a la vista una vez más; me sorprendió ver que su pene no cambiaba de tamaño.
—Pepe, —dijo mi tío—. ¿Me vas a decir que en todos estos años no aprendiste a hacerte una paja? ¿Así fue como conquistaste a mi hermana?
Noté que Mayra se ruborizaba, pero sonreía y tenía la mirada fija en el pene de su padre. Erik se ría a carcajadas, debía estar borracho. Hasta mis padres sonrieron. Al parecer la única que estaba preocupada era yo. Me daba impresión ver a mi padre haciendo algo que yo jamás imaginé que él haría. Aunque bueno, es algo absurdo de mi parte pensar eso. Si yo me hago la paja, ¿qué impide que él también se la haga? Es sólo que, como hija, no me gusta pensar en esas cosas.
La burla de Alberto lo obligó a tocarse con más de ímpetu. Deslizó su prepucio, tapando la cabeza del pene, y volvió a bajarlo; lo hizo varias veces. Su miembro fue ganando tamaño de a poco, yo miraba fijamente su aparato, pero en cuanto levanté la vista, me pareció que él estaba mirando directamente hacia mi vagina. Yo tenía las piernas algo separadas, instintivamente quise cerrarlas, pero me reprimí, porque todos notarían mi repentina acción. Además no podía estar completamente segura de que estuviera mirándome. Cuando los dos minutos pasaron, mi madre dejó el cronómetro sobre la mesa, y mi tío se encargó de repartir las cartas; nadie dijo nada sobre lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado.
Jugamos otra mano, y una fea combinación de números bajos hizo perder a mi papá, otra vez. Tiró las cartas sobre la mesa simulando enojo, pero en realidad se lo tomaba con gracia. Esta vez le tocó a mi hermano plantear el desafío. Como él no es de pensar mucho, casi enseguida dijo:
—Chupale un pezón a mamá.
—Bueno, —contestó Pepe, encogiéndose de hombros—. No es algo que no haya hecho antes.
—Es cierto Erik, es un tanto aburrido tu desafío. —Me sorprendió que mi mamá dijera eso, pero vi sus ojos un tanto vidriosos por tomar tanto alcohol, y supe que ese era un factor importante en su queja.
—Pero si se habrá hecho como mil pajas, —se defendió Erik—; y vos le pediste que se toque.
—Sí, pero él nunca lo había hecho frente a todos ustedes, —dijo mi mamá—. Chuparme un pezón es menos vergonzoso, es un retroceso.
¿Así que ella pretendía que los desafíos fueran cada vez peores? No quería quedar como una cobarde, pero ya me estaba planteando seriamente dejar el juego. Sin embargo me imaginaba que no todos dejarían de jugar… y más me molestaba que siguieran hacerlo sin estar yo presente.
—Entonces que le chupe un pezón a Nadia. —Propuso mi hermano, lo miré con cara de orto. Estuve a punto de decirle: “¿Y por qué no te chupa una tetilla a vos?”; pero me reprimí, porque estaba segura que este comentario molestaría a muchos.— ¿Son dos minutos, cierto? —Preguntó Erik, tomando el cronómetro.
Mi papá no se inhibió mucho, ni pareció notar mi preocupación. Se acercó a mi pecho izquierdo y lo tomó suavemente con una mano, sin pedirme permiso. Estuve a punto de suplicarle que no lo hiciera, pero no me dio tiempo. Acercó su boca, y el cronómetro se puso en marcha. Sus lamidas fueron suaves y poco libidinosas, hasta había cierta ternura en ellas; su lengua giró alrededor de mi pezón, que se puso duro como la piedra. El calor en mi vagina se hizo más intenso, y empeoró aún más cuando sentí la punta de su pene rozando mi rodilla. ¿Acaso él era consciente de que esa era la teta de una de sus hijas? Intenté apartar la vista, pero no podía dejar de mirar hacia abajo… ese gran pene, que ya había ganado algo de tamaño. Los dos minutos se me hicieron eternos pero apenas se escuchó un agudo pitido en el reloj, Pepe se alejó. Yo debía estar toda roja, era lo más extraño que me había tocado vivir; que mi propio padre me chupara una teta. ¡Era una locura! Aún no podía comprender cómo habíamos accedido a jugar este peligroso juego.
Mientras rogaba por recibir buenas cartas en la próxima ronda, vi que Erik tenía la pija dura, y que ésta se inclinaba un poco hacia la izquierda, como si apuntara hacia mí. Él no era el único en ese estado, los otros dos hombres también exhibían marcadas erecciones. La pequeña Mayra tampoco era inmune a la libidinosa situación, noté una mancha de humedad en la parte inferior de su tierna bombachita rosa. La única que no mostraba signos de excitación era mi madre.
La racha de buena suerte de mi hermana se terminó en la siguiente mano, y no tuvo más remedio que enseñarnos su concha. Nadie le hizo comentario alguno sobre lo evidentemente mojada que estaba su bombacha, porque no queríamos avergonzarla. Nos tomó a todos por sorpresa al mostrarnos una delicada rajita, con finos labios y un pequeño botoncito duro. Pero las sorpresas no terminaron allí, también la tenía completamente depilada, como yo. No sabía de dónde había sacado la idea, pero tengo que tener presente que ella es toda una mujer, y tiene su propia vida íntima. Incluso, hasta hace poco tuvo un noviecito, aunque no sé si habrán llegado muy lejos; el chico parecía un poco pelotudo. Para rematar, pude ver unas hebras de flujo entre sus labios y cuando se sentó con las piernas algo separadas, su vagina se abrió un poco, mostrando lo mojada que la tenía. Se me hizo raro que no juntara sus rodillas, pero también culpé al alcohol por esto; o tal vez se debía a una simple distracción. Había demasiada información visual a su alrededor, como para preocuparse de ese detalle.
Ella no había terminado de sentarse que ya estaban repartiendo los naipes otra vez, mientras hacían chistes boludos, en un intento por desviar la atención. Logré conseguir una escalera de números bajos, que fue el mejor juego de la mesa El peor estaba en manos de mi madre, que parecía tener cinco palos diferentes en sus cartas, eran pésimas. Debía ser yo quien dictara la sentencia, y luego de lo que me hicieron pasar al permitir que mi padre me lamiera una teta, tenía sed de venganza.
—Tocásela al tío Alberto.
Fue lo más zarpado que se me ocurrió, y pensé que me había excedido. Pero mi madre demostró estar muy por encima de mí: estiró su mano izquierda y le agarró el palo de carne a su hermano. Mi papá puso en marcha el cronómetro, sin hacer ningún comentario. Alberto sonreía con cara de boludo, pero no parecía molestarle que su propia hermana lo estuviera manoseando. Mi mamá lo masturbó lentamente, presionando fuerte con su mano.
—Aprendé de Viki, Pepe, —le dijo mi tío, para bromear—. Ella sí sabe lo que hace.
—Es que vengo de una familia de pajeros. —El comentario de mi madre fue como un cachetazo en la cara de Alberto, y nos hizo reír a todos, inclusive a él mismo.
La prueba transcurrió sin demasiado entusiasmo, y durante ese corto período de tiempo mis ojos pasaron de un pene a otro. Descubrí a Mayra haciendo lo mismo, me preguntaba si alguna vez había visto un pene en vivo y en directo, yo sólo conocía el de mi ex novio, y no era nada comparado con estos ejemplares.
En la siguiente partida mi madre volvió a perder, y fue Erik quien propuso el nuevo desafío. Ella debía darle un beso a Mayra, durante unos largos dos minutos, lo cual es mucho tiempo para un simple besito.
—No, esperá. —Se quejó mi mamá, por fin había recapacitado un poco—. Eso sería como si la prenda fuera para las dos, al fin y al cabo un beso es algo mutuo. ¿Dónde está la gracia? —No había recapacitado un carajo, pero al menos apelaba a la justicia.
—Bueno… a ver —. Me dio un poco de pena mi hermano, al pobre le criticaban todos los desafíos; pero una vez más, se las ingenió para salir airoso—. Mayra tiene que decir si pasaste la prueba o no, si a ella no le gusta el beso vas a tener que hacer otro desafío.
—Y ella se arriesga a tener dos desafíos seguidos, —dijo mi hermanita, con seriedad, como si fuera la jueza de un concurso televisivo.
—Eso me parece mucho más interesante, —dijo mi mamá, poniéndose de pie.
Se ubicó a la derecha de su hija menor y la tomó por el mentón con suavidad, moviéndole la cabeza hacia atrás. Mayra parecía un tanto nerviosa, y mantenía la boca bien cerrada. En cuanto los labios de mi madre tocaron los suyos, puse el cronómetro en cuenta regresiva. No me parecía tan grave que se besaran, luego de lo que había ocurrido en los desafíos anteriores. Victoria movió su boca con suavidad y ternura, y eso ayudó a que Mayra se relajara un poco. Sus labios se separaron y me pareció ver que mi mamá le introducía un poco la lengua; lo corroboré cuando la retiró y apareció la lengua de Mayra, persiguiéndola. Al fin ambas las entrelazaron en un beso que se volvió bastante erótico y apasionado. Sabía que no era el primer beso de mi hermana, porque más de una vez la encontré besándose con su, actualmente, ex novio; pero en aquellas ocasiones se la veía inexperta, sin embargo ahora besaba como una profesional. Tal vez eso se debía a que estaba imitando lo que hacía Viki.
En cuanto el tiempo terminó mi tío aplaudió, a lo que nos sumamos mi padre, mi hermano y yo. Mayra estaba sonrojada al máximo pero con una amplia sonrisa en su rostro, sus tetitas subían y bajaban al ritmo de su respiración. Todos esperábamos expectantes su veredicto cuando levantó el pulgar de una mano. Mi madre sonrió y volvió a su asiento orgullosa.
En ese momento pensé que el juego, a pesar de ser extraño y un tanto enfermizo, era entretenido y producía una calentura sin precedentes para mí.
Jugamos una nueva mano, y esta vez las cartas decidieron que Erik tenía que “pagar” y mi padre era su verdugo. La pauta fue más o menos similar a la del desafío anterior. Erik debía hacer un bailecito erótico pegado a mi mamá y ella debía decidir si él había superado la prueba o no. Opiné que dos minutos parecía un tiempo muy reducido, y los demás estuvieron de acuerdo conmigo. Se estableció que el baile debía durar cinco minutos. Erik puso música lenta, de una banda que yo no conocía, pero que era aceptable para la ocasión.
Mi madre se acercó hasta donde estaba yo y tuve que correr mi silla hacia atrás, para darles lugar. Erik se colocó detrás de ella y yo era la única que veía la escena desde atrás. Comenzaron a bailar lentamente, mi hermano pegó su pecho a la espalda de esa atractiva mujer y comenzó a acariciarle las piernas por los lados. Los segundos parecían transcurrir a un ritmo muy lento.
—¿Si te agarro las tetas, sumo puntos? —Preguntó mi hermano.
—Mmmm… puede ser —respondió Viki.
Me sorprendió que mi madre accediera, pero tampoco me pareció algo tan grave, al fin y al cabo ella estaba intentando mantener el buen ambiente del juego. Sin perder el tiempo, Erik puso sus pesadas manos sobre las grandes tetas y las apretó suavemente, de verdad parecían globos llenos de agua. Los rítmicos movimientos de Erik provocaron que la punta de su dura verga quedara apretada contra la vulva de mi mamá; el desafío del baile ya no me parecía tan inocente como al principio. Mi asombro creció cuando la vagina de mi madre pareció abrirse para que el glande quedara suavemente posado en su centro viscoso. Si bien no entró nada, el pene estaba peligrosamente cerca de ella. Se me aceleró el pulso y me pregunté qué sentiría Victoria al ser arrimada de esa forma por su único hijo varón. Mi mayor duda era si ella lo estaba tolerando sólo para no arruinar el juego, o directamente no le preocupaba.
Creí que mi madre se apartaría, pero no lo hizo. El resto de mi familia acompañaba el bailecito con las palmas, pero claramente que no sabían sobre lo que estaba ocurriendo detrás, la única que podía verlo era yo. La verga se fue untando con ese abundante fluido femenino, y el muy desgraciado inició un lento vaivén con su pelvis haciendo que su aparato se deslizara de abajo hacia arriba entre los voluptuosos labios vaginales. No sé cuántos minutos llevaban transcurridos hasta entonces, pero pero sabía que aún quedaba bastante tiempo. Mi madre se inclinó un poco hacia adelante levantando más la cola, sus grandes nalgas se abrieron y pude verle el asterisco. Noté que el glande ya no estaba a la vista, y un escalofrío cruzó mi cuerpo, pero no podía asegurar si éste se había perdido entre los carnosos labios de mi madre o había entrado. De pronto lo vi apareciendo de nuevo, pero con un rápido deslizamiento llegó hasta el ano. Fue el mismo Erik quien obligó a Viki agacharse un poco más, sin dejar de sobarle las tetas, que ahora se balanceaban bajo el torso de mi madre. Me pareció que Erik ejercía presión con su verga. Era obvio que no estaba entrando, pero el culo de mi madre parecía hundirse ante la presión. Ella empezó a menear las caderas de la misma forma en que lo hacía yo cuando salía a bailar, y quería provocar a alguien. Con el meneo, la verga bajó y volvió a posicionarse en la concha, ésta vez no tuve ninguna duda, el glande se perdió en el interior de ese agujero rosado. Mi madre giró la cabeza, y me sorprendió mirando directamente a esa leve penetración. Sonrió, y por su gesto me dio la impresión de que decía: “Sé lo que está pasando, pero no me importa”. Su cadera seguía moviéndose de un lado a otro, y el glande continuaba enganchado en ese agujero. Si Erik lo hubiera querido, le hubiera bastado con empujar un poco hacia adelante, para lograr una penetración mucho más profunda. Cuando mi hermano retrocedió un poco, su glande volvió a aparecer, pero sólo para avanzar una vez más contra el culo de mi madre. Ésta vez la presión fue mayor, lo sé porque Viki giró una vez más la cabeza hacia atrás, como si quisiera ver lo que estaba ocurriendo, y un leve gesto de dolor apareció en su rostro. Había desaparecido la mitad del glande, y podía ver el agujero del culo de mi madre envolviendo la parte que había entrado.
Por fin sonó el pitido del cronómetro indicando que el tiempo se había terminado. Mi hermano se apartó de inmediato regresando a su silla. Por unos segundos pude ver que lo que antes era un apretado y cerrado culo, ahora formaba una pequeña argolla levemente abierta. Mis manos temblaron, esto era demasiado. Pero sabía que el juego no finalizaría.
—¿Qué te pareció el baile mamá? —Preguntó Erik, mientras ella regresaba a su silla.
—Bastante zarpadito. —Seguramente los demás habrán pensado que se refería a la sobada de tetas, pero yo sabía que se refería a las insolentes arrimadas—. Pero te doy la prueba como superada.
Cuando me levanté de la silla, para arrimarme otra vez a la mesa, vi que el cuero del tapizado estaba todo mojado, producto de mis propios jugos vaginales. Tenía ganas de buscar una servilleta de papel, limpiar la silla y secarme la rajita, pero eso me pondría en evidencia; así que me senté sin más, y miré las nuevas cartas que aguardaban por mí. Ni siquiera presté atención, tomé varios sorbos de vino, en un intento por serenarme. Me olvidé por completo del juego durante el transcurso de esa mano, y eso me llevó a perder.
—¡Al fin, nena! Pensé que no ibas a perder más, —dijo Mayra. No me había dado cuenta, pero desde que quedé completamente desnuda no había perdido ni una sola vez. Mi hermana era la que debía decir mi castigo. La vi muy concentrada en su decisión, posiblemente no sabía qué decir; imaginé que en su cabecita estaba buscando algún castigo leve y poco sexual. Después de meditar un rato dijo—. Tocásela a papá.
Me dejó sorprendida. Por un momento pensé que la pequeña tendría piedad de mí, pero este castigo me parecía a la altura de lo que había ocurrido entre Erik y mi mamá. ¿Me habrá pedido que hiciera eso por seguirle la corriente a los demás, y no quedar como una ingenua?
—Tiene que ser por cinco minutos. —Agregó Victoria—. Dos minutos para los desafíos es muy poco tiempo. Además imagino que cuando Mayra dijo que se la toques a tu padre, no se refería exactamente a que dejes la mano quieta al agarrársela… ¿o me equivoco? —Mayra soltó una risita nerviosa, cubriéndose la boca. Se puso toda roja—. Bueno, Nadia, ya sabés qué tenés que hacer. Yo voy a tomar el tiempo.
No, ella no estaba loca, sólamente apelaba a la justicia, como era su costumbre. Una madre de tres hijos debe aprender a ser justa y equitativa, de lo contrario vivirá un infierno.
Sabía que no podía negarme, no podría ganar una discusión contra mi madre, así que acerqué la silla hacia mi papá, sin chistar. Tuve que juntar coraje para estirar la mano y agarrar semejante pedazo; cuando lo aferré entre mis dedos, no me atreví a moverlos. El tiempo corría y yo no hacía nada. Estaba petrificada sintiendo el palpitar de ese duro pene entre mis dedos.
—¡Hey, eso es trampa! —Se quejó Erik—. Que empiece otra vez, el tiempo que pasó no cuenta.
Lo miré con una ira asesina, quería estrangularlo, a pesar de que él no era quien había elegido mi desafío. Sin embargo me resultaba imposible enojarme con Mayra. Todos estuvieron de acuerdo en reiniciar el cronómetro, especialmente mi madre, que era la encargada de impartir justicia en la mesa.
Esta vez me vi obligada a mover la mano, de lo contrario nunca me permitirían soltarle la verga a mi papá. Por más incómoda que me pareciera la situación, recorrí de arriba hacia abajo todo el tronco, presionando un poco su glande; intenté mantener buen ritmo a pesar de que moría de vergüenza. Me preguntaba si él estaba disfrutando de estos toqueteos o si sólo lo consideraba parte de un “inocente” juego. Nunca había masturbado a un hombre que tuviera un pene tan grande, y mi cuerpo comenzaba a recordar las sensaciones provocadas por aquel extraño de la discoteca. Mi concha se humedeció aún más de lo que estaba, casi como si estuviera deseando tener adentro una verga de ese tamaño. Sin darme cuenta, mi mano comenzó a moverse más rápido, casi como la vez que masturbé a mi novio, sólo que en esta ocasión tenía mucho más de dónde agarrar. Apenas escuché el pitido salvador del cronómetro, la solté. Noté mi palma un poco viscosa. No lo podía creer, tenía líquido preseminal de mi propio padre, en toda la mano. Disimuladamente me lo limpié sobre la pierna, y el juego continuó.
En esta nueva ronda estuve aún más nerviosa. No podía permitirme perder otra vez, los desafíos se estaban volviendo peligrosamente sexuales, y no quería verme otra vez en la misma situación. Debía prestar atención a las cartas que recibía, y buscar la mejor combinación posible. Cuando vi aparecer dos “Jotas” me quedé un poco más tranquila, tal vez no me hicieran ganar la partida, pero era difícil que fuera la peor mano de la mesa.
Nuevamente ganó la más pequeña, y mi madre quedó en último lugar. En un principio pensé que Mayra había sido un poco severa conmigo, pero lo que dijo después, me demostró que había sido muy compasiva:
—Chupásela a papá —le dijo, a mi madre y mis ojos quedaron grandes como platos.
¿Qué le pasa por la cabeza a esta chica? Es un misterio que nunca pude resolver.
—Pero eso ya lo hice muchas veces —afirmó Viki.
Esa respuesta también me dejó helada. Sí, admito que tal vez imaginé que mi mamá podría chuparle la verga a mi papá; pero esas son cosas que, apenas se meten en mi mente, las descarto, como si se tratase de un mal sueño. El confirmarlo, por boca de mi propia madre, hacía que ese mal sueño se volviera una realidad.
—Pero nosotros nunca lo vimos. —El argumento de Mayra era muy bueno, debía reconocerle eso.
—Es inteligente la chiquita, —dijo mi tío, frotándose las manos—. Por fin algo de acción.
Si todo lo que ocurrió antes mi tío no lo consideraba “acción”, entonces no sé cómo lo catalogaría.
Quería creer que Viki se negaría, diciendo algo como: “Está bien que el juego sea algo picarón, pero tampoco tenemos que llegar a actos tan sexualmente explícitos”. Pero sabía que me mentía a mí misma al pensar eso.
En cuanto vi a mi madre arrodillándose en el suelo, tuve que tomar un largo trago de vino tinto; estaba puro y caliente, pero no me importó. Sin mucho preámbulo ella agarró el falo de mi padre y se lo introdujo casi completo en la boca, como seguramente lo había hecho en más de una ocasión. Jamás había imaginado a mi mamá como una talentosa petera, pero sus gruesos labios se desenvolvieron con gran habilidad. Subió y bajó la cabeza con un ritmo creciente. Evidentemente el alcohol había nublado un poco sus inhibiciones, y la llevaban a actuar como si estuvieran solos en su cuarto. Llegó a tragar entera toda la verga de mi papá, yo la observaba atentamente, intentando aprender de sus movimientos. Si bien no soy una santa, nunca hice sexo oral a nadie, porque me daba un poco de asco; pero en ese momento me pareció algo muy natural y hasta placentero, especialmente al ver las expresiones en la cara de mi padre. Sus negras cejas se arquearon y sus ojos se cerraron con fuerza, mientras acariciaba el cabello de su esposa; esa imagen me produjo morbo. ¿Así eran ellos siempre en la intimidad? ¿Cuántas veces mi madre había estado en esa misma posición, comiéndole la verga, prácticamente como si fuera una actriz porno? Cabía la posibilidad de que Viki estuviera exagerando, para impresionarnos; pero dudaba que fuera así.
Los cinco minutos finalizaron repentinamente, hasta me pareció poco tiempo. Aplaudimos a mi madre por su excelente mamada, la verga de mi padre estaba más dura y gorda que nunca, y de ésta goteaba saliva.
Mi tío Alberto comenzó a repartir las cartas. No me tocó nada bueno.
Debo admitir que, a pesar de que el juego se estuviera tornando cada vez más picante, ya no me molestaba tanto como antes. Me daba algo de morbo y curiosidad, y podía sentir un intenso calor en mi desnuda vagina. Horas antes no lo hubiera podido creer, pero ya podía decir que no tenía ningún problema en estar desnuda frente a mi familia, más aún sabiendo que ellos estaban en las mismas condiciones. Hasta lo veía como un acto natural, éramos familia, convivimos juntos, ¿qué problema había si nos veíamos desnudos de vez en cuando? Estaba empezando a considerar que ésto nos haría forjar una relación de mayor confianza. Como me estaba acostumbrando, ni siquiera intentaba cerrar las piernas ni cubrir mis tetas con los brazos. Al fin y al cabo es una concha, y todos los presentes (especialmente las mujeres) vieron una más de una vez. No me molestaba que supieran cómo era mi concha, de la cual estaba orgullosa, porque me gustaba mucho.
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