Ya que solo se interesa en satisfacerse él, sin impórtale mucho lo que me sucede a mí. Lo más que odio son esos polvos mañaneros, en los que rápidamente él se satisface y me deja a mí mirando el techo de nuestra habitación. Y no es que él sea un eyaculador precoz, no. Cuando Ricardo quiere me puede hacer disfrutar tremendamente, pero eso es cuando él quiere.
Una mañana después de su acelerado polvo matutino, como de costumbre me dejó tirada en la cama, viendo el techo de nuestra habitación y con muchas ganas. Finalmente entré al baño para asearme y comencé a tocarme yo misma, hasta que de momento mis dos hijas comenzaron a tocar la puerta de mi baño, pidiéndome el desayuno. Resignada dejé de acariciar mi coño, terminé de asearme y sintiéndome tremendamente frustrada y molesta, salí del baño, y después de vestirme, realice los quehaceres que tenía.
Aparte de llevar a las niñas al colegio, luego decidí pasar por el mercado, para comprar algo distinto para hacer la cena. Después de comprar algunas cosas, entré en la carnicería. Don Juan el carnicero, apenas me vio, como de costumbre se derritió haciéndome halagos, los que en muchas otras ocasiones, yo ignoraba. Pero en esos instantes, al escucharlo decirme. Doña Margarita, tan hermosa como de costumbre.
Algo dentro de mí, como que hizo clic, y a diferencia de muchas otras ocasiones, que no me daba por aludida, le dirigí una seductora sonrisa. Con lo que le di pie, para que continuase halagándome, y diciéndome de manera velada, lo buena que yo estaba. A lo que yo de manera bien coqueta le respondía, con una que otra sonrisa seductora. Hasta que sus palabras fueron subiendo de tono, y tomando mi mano por encima del mostrador de las carnes, se le escapo decirme, que él sería el hombre más feliz del mundo si yo aunque fuera por una sola vez, le diera un beso.
Yo me hice la que no lo había entendido, y retirando mi mano, pase a preguntarle de manera bien seca, por los perniles de cerdos, con la idea de hacer uno al horno en casa. Don Juan algo abochornado, tartamudeando un poco, me indicó que los mejores los tenía dentro del frigorífico, que si yo gustaba verlos, y así podría escoger aquel que yo desease.
Yo haciéndome la muy seria, lo seguí hasta dentro del frigorífico, y ya dentro tras cerrar la puerta de la nevera, Juan comenzó a mostrarme los perniles. Fue en ese instante que le pregunté, que si eso del beso era en serio o simple palabrería de vendedor. Juan se puso rojo como un tomate, pero acercándose me dijo, que para él era algo bien serio, al tiempo que me fue tomando entre sus brazos.
De inmediato me comenzó a besar, y yo a responderle de igual manera, lo que seguramente lo asombró. Dentro de la gélida nevera, sentí sus calientes manos acariciando mis muslos, subiendo lentamente hasta mi coño. Por un instante, pensé en Ricardo mi esposo, y de inmediato recordé la infinidad de veces que me había dejado viendo el techo de nuestra habitación. Así que lejos de molestarme, separé ligeramente mis piernas y casi de inmediato sentí su gruesa mano acariciando descaradamente todo mi coño, produciéndome gran placer y el intenso deseo de que continuase.
Fue algo que sucedió en segundos, yo misma dentro de ese frió lugar prácticamente me desnudé completamente, y en cosa de pocos segundos, aun estando de pie, sentí como la caliente verga de Juan me penetraba. Me olvidé del frió, o de que alguien abriese la puerta y nos encontrase así. A medida que Juan más sabrosamente me penetraba, yo gritaba de placer, sujetándome a su grueso cuerpo con mis piernas y brazos.
Jamás pensé que Juan fuera tan bueno en el sexo, ya que por un buen y largo rato sentí que me hizo un sinfín de delicias, con su boca, con sus dedos y desde luego con su verga. Mientras más me seguía penetrando yo más lo deseaba, nuestros labios apenas y se separaban y su velludo cuerpo me era tan particularmente rico. Que yo continué moviendo mis caderas como una desesperada, hasta que alcancé un tremendo orgasmo.
Pero al parecer él aun tenía mucha más energía que descargar, y cambiando de posición, se me colocó por dé tras y nuevamente dirigió su gruesa verga contra mi peludo coño, haciéndome gritar nuevamente de placer. No sé cuánto tiempo estuvimos dentro del congelador, pero después de que yo volví a disfrutar de otro divino orgasmo y él se vino dentro de mi coño, me vestí de la mejor manera que pude. Al salir del refrigerador, me señaló discretamente un pequeño baño sin puerta, donde frente a él, con una lata de agua y algo de jabón como pude me asee mi coño, tras expulsar todo su semen.
Ya completamente arreglada, estaba por marcharme, cuando lo escuché decirme, Doña Margarita, no se vaya a olvidar de su compra, al tiempo que me entregó un grueso pernil trasero. De camino a casa, traté de no pensar en lo sucedido, pero inútilmente. Ya que aparte que de que me sentía ligeramente mal, por haberle sido infiel a mí esposo, eso fue opacado por lo tremendamente satisfecha que me sentí de haber disfrutado no de uno sino de dos tremendos orgasmos gracias a Juan.
Todavía mi marido sigue con sus malas costumbres, y yo por mi parte por lo menos visito a Juan una vez por semana, así que a mí no me falta nunca mi buen trozo de carne, para cocinar
Una mañana después de su acelerado polvo matutino, como de costumbre me dejó tirada en la cama, viendo el techo de nuestra habitación y con muchas ganas. Finalmente entré al baño para asearme y comencé a tocarme yo misma, hasta que de momento mis dos hijas comenzaron a tocar la puerta de mi baño, pidiéndome el desayuno. Resignada dejé de acariciar mi coño, terminé de asearme y sintiéndome tremendamente frustrada y molesta, salí del baño, y después de vestirme, realice los quehaceres que tenía.
Aparte de llevar a las niñas al colegio, luego decidí pasar por el mercado, para comprar algo distinto para hacer la cena. Después de comprar algunas cosas, entré en la carnicería. Don Juan el carnicero, apenas me vio, como de costumbre se derritió haciéndome halagos, los que en muchas otras ocasiones, yo ignoraba. Pero en esos instantes, al escucharlo decirme. Doña Margarita, tan hermosa como de costumbre.
Algo dentro de mí, como que hizo clic, y a diferencia de muchas otras ocasiones, que no me daba por aludida, le dirigí una seductora sonrisa. Con lo que le di pie, para que continuase halagándome, y diciéndome de manera velada, lo buena que yo estaba. A lo que yo de manera bien coqueta le respondía, con una que otra sonrisa seductora. Hasta que sus palabras fueron subiendo de tono, y tomando mi mano por encima del mostrador de las carnes, se le escapo decirme, que él sería el hombre más feliz del mundo si yo aunque fuera por una sola vez, le diera un beso.
Yo me hice la que no lo había entendido, y retirando mi mano, pase a preguntarle de manera bien seca, por los perniles de cerdos, con la idea de hacer uno al horno en casa. Don Juan algo abochornado, tartamudeando un poco, me indicó que los mejores los tenía dentro del frigorífico, que si yo gustaba verlos, y así podría escoger aquel que yo desease.
Yo haciéndome la muy seria, lo seguí hasta dentro del frigorífico, y ya dentro tras cerrar la puerta de la nevera, Juan comenzó a mostrarme los perniles. Fue en ese instante que le pregunté, que si eso del beso era en serio o simple palabrería de vendedor. Juan se puso rojo como un tomate, pero acercándose me dijo, que para él era algo bien serio, al tiempo que me fue tomando entre sus brazos.
De inmediato me comenzó a besar, y yo a responderle de igual manera, lo que seguramente lo asombró. Dentro de la gélida nevera, sentí sus calientes manos acariciando mis muslos, subiendo lentamente hasta mi coño. Por un instante, pensé en Ricardo mi esposo, y de inmediato recordé la infinidad de veces que me había dejado viendo el techo de nuestra habitación. Así que lejos de molestarme, separé ligeramente mis piernas y casi de inmediato sentí su gruesa mano acariciando descaradamente todo mi coño, produciéndome gran placer y el intenso deseo de que continuase.
Fue algo que sucedió en segundos, yo misma dentro de ese frió lugar prácticamente me desnudé completamente, y en cosa de pocos segundos, aun estando de pie, sentí como la caliente verga de Juan me penetraba. Me olvidé del frió, o de que alguien abriese la puerta y nos encontrase así. A medida que Juan más sabrosamente me penetraba, yo gritaba de placer, sujetándome a su grueso cuerpo con mis piernas y brazos.
Jamás pensé que Juan fuera tan bueno en el sexo, ya que por un buen y largo rato sentí que me hizo un sinfín de delicias, con su boca, con sus dedos y desde luego con su verga. Mientras más me seguía penetrando yo más lo deseaba, nuestros labios apenas y se separaban y su velludo cuerpo me era tan particularmente rico. Que yo continué moviendo mis caderas como una desesperada, hasta que alcancé un tremendo orgasmo.
Pero al parecer él aun tenía mucha más energía que descargar, y cambiando de posición, se me colocó por dé tras y nuevamente dirigió su gruesa verga contra mi peludo coño, haciéndome gritar nuevamente de placer. No sé cuánto tiempo estuvimos dentro del congelador, pero después de que yo volví a disfrutar de otro divino orgasmo y él se vino dentro de mi coño, me vestí de la mejor manera que pude. Al salir del refrigerador, me señaló discretamente un pequeño baño sin puerta, donde frente a él, con una lata de agua y algo de jabón como pude me asee mi coño, tras expulsar todo su semen.
Ya completamente arreglada, estaba por marcharme, cuando lo escuché decirme, Doña Margarita, no se vaya a olvidar de su compra, al tiempo que me entregó un grueso pernil trasero. De camino a casa, traté de no pensar en lo sucedido, pero inútilmente. Ya que aparte que de que me sentía ligeramente mal, por haberle sido infiel a mí esposo, eso fue opacado por lo tremendamente satisfecha que me sentí de haber disfrutado no de uno sino de dos tremendos orgasmos gracias a Juan.
Todavía mi marido sigue con sus malas costumbres, y yo por mi parte por lo menos visito a Juan una vez por semana, así que a mí no me falta nunca mi buen trozo de carne, para cocinar
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