Buenas. Aquí les paso otro capítulo más del libro, "Los Cuatro Ancianos". Espero que les guste.
El anterior capítulo: http://www.poringa.net/posts/relatos/4658971/Capitulo-de-Los-Cuatro-Ancianos.html
El corazón de Isabel se aceleraba. Llevaba queriendo tener sexo desde hacía muchos días, y cada gramo de su piel parecía querer invitar al deseo. Su cuerpo lo anhelaba por lo que la espera de estos últimos segundos se estaba haciendo muy intensa. Y de repente, en un instante, José estaba sobre ella, besándola y acariciando su piel con su propio cuerpo. Su miembro erecto comenzó a escalar por entre sus muslos poco a poco, pero Isabel lo notaba más pequeño de lo normal. Cada vez que el miembro de su marido se acercaba más a la vagina de ella se iba haciendo más y más pequeño. Isabel miró a José a los ojos, como instándole a que reaccionara, pero él miró hacia un lado acobardado. Y entonces, en menos de un segundo, notó como su pene se ensanchaba y alargaba. Cada vez más grande y vibrante. Isabel, sonriente, miró a los ojos a su marido, pero no fue José quién le devolvió la mirada. Su suegro estaba ahora sobre ella. Isabel retiró su sonrisa, pero no lo invitó a marcharse. Su corazón bombeó con fuerza y parecía querer salírsele del pecho. Ella notaba como el pene de Manuel seguía vibrando entre sus piernas, y su coño se removió mientras babeaba deseándolo. Sin embargo, un instante después volvió a aparecer José, como si todo hubiera sido un espejismo. Su marido la miró deforma acusatoria. En su semblante se podía leer la decepción y señaló hacia su pene culpándola de que no se levantara. Isabel ladeó la cabeza arrepentida. Le volvió a sonreír e invitar a que la tomara, con mirada suplicante. Cogió con su mano el pene de su marido e intentó forzarlo para que entrara dentro de ella, pero este se había hecho tan pequeño que era imposible que pudiera entrar ni un palmo. Y, una vez más, el pene volvió a crecer en su mano de forma incontrolada. Las venas comenzaron a marcarse en toda la polla y finalmente apenas podía ya agarrar el cabezón. Isabel volvió a alzar la mirada y era su suegro quién se la devolvía, completamente serio e inmutable. El corazón de Isabel volvió a latir con fuerza y su vagina parecía querer arder de un momento a otro. Entonces retiró las manos y las puso con las palmas hacia arriba, junto a su cabeza a ambos lados en señal de sumisión. Isabel se abrió de piernas a medida que su pulso no hacía más que intensificarse. Su suegro apuntó con su inmenso pene y comenzó a acercarse. La punta estaba a punto de penetrarla y el coño de ella estaba ya completamente empapado. Y, justo cuando ya iba a ocurrir, su marido apareció por todas partes. “Isabel”, decía.
-…Isabel, despierta -escuchó de repente.
La bella mujer abrió los ojos de sopetón, y estos la castigaron con una sensación lacrimosa. Apenas un segundo necesitó para saber que todo había sido un sueño, y cada segundo que pasaba hacía que este se difuminara en sus recuerdos. José estaba junto a ella, reclinado hacia la cama, todavía con el pijama puesto.
-¿Ya es la hora? -preguntó ella.
-Se me olvidó poner el despertador anoche-dijo él con cierta alarma en la voz -. ¿Puedes prepararme el desayuno?, por favor.
Isabel, media adormilada todavía, sintió como su entrepierna seguía muy mojada y ardiente de deseo. No habían hecho el amor en la última semana porque ella esperaba que fuera él quien la buscara, pero él venía muy cansado del trabajo y no se lo ofrecía por iniciativa propia. Sin embargo, el calor que sentía necesitaba ser apagado.
-¿Uno rapidito…? -le dijo con cara traviesa.
José la miró sorprendido y confuso a la vez. Como si le hubiera hablado en otro idioma.
-Amor, ahora es el peor momento, llego tarde al trabajo.
-Que se joda Patricio. Porque llegues diez minutos tarde una vez no pasa nada.
-Isa, cariño. Están a punto de ascenderme. Llevo toda la semana a tope. Después de tanto esfuerzo no quiero estropearlo ahora por llegar tarde un día.
Isabel inmediatamente asintió conforme. Tras comprobar lo importante que era para su marido acudir a tiempo al trabajo cambió su estado de ánimo al de apresurado.
-Claro -aseguró ella -. Ve a ducharte. Te preparé algo rápido.
-Gracias.
José asintió para a continuación ir directo al baño. Antes de salir del dormitorio cogió la ropa que tenía previsto ponerse en ese día, la cual ya tenía preparada, e Isabel volvió a llamar su atención antes de salir.
-Pero de hoy no pasa, ¿eh?
José la miró y le sonrió con gesto fiero, y seguidamente recorrió el pasillo como una exhalación.
Isabel salió de la cama más lentamente. Sentía como las bragas estaban empapadas. Su sueño realmente la había puesto cachonda, pero casi no recordaba nada ya. Se frotó el coño varias veces mientras iba hacia la puerta a la vez que suspiraba. Se dijo a sí misma que, tan pronto su marido se fuera, se masturbaría un buen rato en el dormitorio.
Isabel llevaba puesto un camisón ligero de color blanco y rosado que le llegaba hasta las rodillas. Se hizo un moño rápido en el pelo y se colocó unas cholas de andar por casa. No se puso nada más encima por las prisas, pese a que tenía un poco de frío tras salir del calor delas mantas y sábanas de su cama.
Ya se escuchaba el sonido del agua de la ducha caer, pero antes de llegar a la cocina Isabel escuchó un ruido procedente del cuarto de la lavadora en el sótano. Ella se extrañó ya que no debería de haber nadie, y nadie más que ella bajaba a hacer la colada. Se asomó rápidamente y bajó los peldaños en silencio. Allí vio a su suegro con las bragas que había usado ella el día anterior entre sus manos mientras se masturbaba con ellas. Estaba de espaldas, y muy concentrado en lo suyo, por lo que no percibió su presencia. Isabel abrió los ojos como platos y su cara se puso roja de furia. Bajó como una exhalación hacia él, cogió sus bragas y se las arrancó de entre las manos.
-¡¿Qué demonios haces viejo verde?! -exclamó en voz baja.
-¡Isabel!
-¡Qué asco! -continuó diciendo exaltada, pero siempre en un tono bajo que no trascendiera -. ¿En serio te masturbas con mi ropa interior?
-Qué más da -dijo él con nerviosismo en su voz -. La vas a poner a lavar igual.
-¿Qué más da? ¡Qué más da! -repitió cabreada-. No pienso ponerme estas bragas después de que tú la hayas frotado con tu cosa. Ni aunque las lavara con lejía cuatro veces.
-Lo siento, no he podido reprimirme -confesó Manuel mientras se terminaba de girar y le apuntó con su miembro.
El miembro de Manuel estaba completamente erecto. El pene era más grueso de lo que recordaba, al menos desde ese ángulo, y las venas se marcaban como si estuvieran estrangulándolo. El cabezón palpitaba con líquido preseminal en la punta y los huevos caían flácidos. Isabel se quedó paralizada cuando la señaló con ese monstruo venoso.
-Guárdate eso… -dijo sin convicción y sin dejar de mirarlo.
En ese mismo instante Isabel no vio venir la rebelde mano de su suegro que le subió por el muslo y fue derecho a meter sus dedos en la vagina de ella. Manuel gimió de placer, más alto de lo que la discreción obligaba, al notar que Isabel estaba muy mojada. Y comenzó a meterlos dedos en todo lo que pudo. Isabel reculó hacia atrás para evitar los dedos de su suegro, pero estos avanzaron sin más oposición. Isabel sintió como le temblaban las piernas y entonces percibió como Manuel, con la otra mano, le retiró las bragas que cayeron rápidamente por su propio peso, tan mojadas estaban. Isabel intentó recular nuevamente pero cuando sentía los dedos de su suegro invadirla tan adentro le fallaban las fuerzas y se ponía de puntillas por la excitación.
Manuel cogió la mano derecha de ella y se la llevó a su pene, que palpitaba sin control. Ella agarró el cabezón con la mano temblorosa. Acto seguido, lentamente, friccionó por todo el miembro de su suegro hasta llegar hasta los huevos, y entonces negó con la cabeza. No quería volver a caer en el mismo error. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y estrujó los huevos de su suegro con fuerza, con la intención de dañar y no consolar. Manuel lanzó un grito, corto, pero tan alto, que José debió de haberlo escuchado desde la ducha. Y entonces, sin que Isabel lo esperara, un chorro de leche se escapó del miembro de Manuel como un torrente que, como él mantenía la falda levantada con su mano derecha, cayeron sobre la piel desnuda de ella. La vorágine de semen bañó directamente el muslo derecho de Isabel, le salpicó abundantemente en la ingle, y gruesas gotas cayeron sobre los incipientes pelos de su coño. Como Manuel había retirado de sopetón la mano izquierda, con la que masturbaba a Isabel, tras el apretón de sus huevos, las gruesas gotas de semen se arremolinaron y bajaron hasta mezclarse con los propios jugos de ella que rodeaban el clítoris y sus labios exteriores.
Isabel apartó la mano que estrujaba los huevos de Manuel con brusquedad y se retiró hacia atrás molesta.
-Te juro que le contaré ahora mismo a tu hijo lo que has hecho -le amenazó ella.
-No Isa, por favor -le pidió exhausto.
-Te dije que como volvieras a tocarme se lo diría.
-Está bien, ha sido solo un pequeño desliz-la apaciguó él mientras se subía los pantalones -. Sabes muy bien que desde hace una semana me he mantenido al margen. Apenas nos hemos dirigido la palabra.
Isabel respiró profundamente varias veces, alterada, en furia contenida. En ese justo momento apareció José en las escaleras que bajaban con cara alarmada. Tenía puesto los pantalones y solo le faltaba abrocharse la camisa, ponerse la corbata, el cinturón y los zapatos, para terminar de vestirse.
-¿Qué ha pasado? ¿Qué grito ha sido ese papá?
Isabel se giró como un resorte en ese momento y miró a su marido pálida. Manuel sabía que en el rostro de su nuera podía leerse que algo malo había ocurrido por lo que pensó en consecuencia.
-Ha sido culpa mía, hijo. Me ha parecido como si me diera un infarto -dijo en tono afligido -. He bajado a buscar mi camisa favorita y de repente he sentido una opresión en el pecho. Me he asustado, pero estoy bien.
José miro a ambos mientras asentía, para luego detener su mirada en su mujer.
-Isa, ¿todavía no me has preparado el desayuno?
Isabel pareció volver a la realidad en ese momento e hizo amago de marcharse a la cocina, pero entonces notó resistencia en los tobillos. Eran sus propias bragas que la amordazaban los pies después de que Manuel se las hubiera quitado. Por fortuna José no podía verle los pies desde donde estaba ya que una de las lavadoras bloqueaba la visión. Isabel tenía que deshacerse de las bragas con discreción, pero, a pesar de sus tenues intentos, era incapaz de quitárselas de entre los tobillos sin que se notara, y no parecía que José se fuera a marchar antes que ella. Solo se le ocurrió ganar tiempo.
-Todavía no. Es que escuché a tu padre gritar y vine corriendo. Gracias a dios ha sido solo un susto.
Manuel. Como si hubiera entendido el problema se acercó hasta su nuera y pisó, con discreción, las bragas. Acto seguido metió su mano derecha por debajo del camisón de Isabel desde atrás, y tocó su culo desnudo mientras empujaba ligeramente hacia delante para avisarla de que ya podía andar. El culo de Isabel estaba suave y cálido, y Manuel lo palpó con toda la palma de su mano y cada uno de sus dedos. El anciano notó como su miembro volvía a revitalizar.
-Si, solo ha sido un susto -confirmó Manuel.
Isabel notó las manos de su suegro en sus nalgas. Pero no reaccionó, para que su marido, que la seguía observando, no se percatara de nada. Notó como Manuel la instaba a avanzar y, con las bragas sujetas con el pie de su suegro, pudo hacerlo sin apenas levantar sus pies. Antes de alejarse de su posición Manuel le estrujó el culo a consciencia, pero ella ni se inmutó, y comenzó a subir las escaleras. Sintió como el semen de su suegro le resbalaba por el muslo y la ingle, y como el camisón se transparentaba un poco temió que su marido se diera cuenta de algo. Se giró y vio a Manuel embobado mirándola. Sabía que desde su ángulo podía ver como su muslo resplandecía por su semen viscoso y eso hizo que se sintiera sucia.
José miró el reloj mientras se abrochaba los botones y cuando su mujer llegó hasta donde él estaba se retiró hacia atrás hasta el pasillo.
-Si quieres hoy almuerzo más fuerte en el trabajo. Me puedo comer una manzana de camino y listo.
-No -negó ella con firmeza -. No quiero que vayas a trabajar sin desayunar bien. Te prepararé una tortilla francesa rápida y un poco de bacon. No llegarás tarde al trabajo.
José asintió complacido mientras escuchaba a sus tripas estar de acuerdo. Pero antes de marcharse miró a su padre que seguía allí en el mismo sitio.
-Papá, ¿seguro que estás bien?
-Si hijo. Solo ha sido un susto -le aseguró él.
-Preferiría que fueras al médico, por si acaso.
-Lo pensaré, hijo. Ve y asegúrate de conseguir ese ascenso. Te lo mereces.
José asintió contento y se marchó a la cocina para desayunar.
Manuel, una vez ya solo, se agachó y cogió las bragas de su nuera. Estas no eran como las del día anterior, que apenas conservaban el olor de Isabel. Las que tenía ahora en la mano todavía estaban húmedas y calientes. Manuel se las llevó a la nariz y las olió con intensidad mientras se frotaba su renacido pene. Los huevos todavía le escocían, pero el olor más íntimo de su nuera lo excitaba sobremanera.
Isabel barría la casa a consciencia. Ya había trascurrido toda la mañana y a esas horas, que sobrepasaban el mediodía, debería estar haciendo el almuerzo para ella y su suegro. Pero hoy no le apetecía verle después de lo de esa mañana. Y le daba igual si Manuel pasaba hambre.
De todos modos, Isabel llevaba literalmente una hora limpiando el trastero. Maldijo por lo bajo, ya que se había duchado a consciencia después de que su marido se fuera a trabajar y ahora volvía a estar muy sucia por el excesivo polvo del trastero. Se había puesto unos vaqueros con cinturón, y una camiseta de manga larga. Ese talante masculino no la hacían perder sensualidad, pues eran bastante ajustados y su culo respingón se marcaba notablemente. Era ropa incómoda para trabajar, pero le apetecía vestir bien tapada después de lo ocurrido en el sótano. Llevaba el pelo recogido y no se había puesto maquillaje. Aun así, era tan hermosa que habría cautivado a cualquier hombre que la mirase.
Isabel respiró cansada a su alrededor y se dijo que lo mejor es que limpiara el trastero a plazos. Había cachivaches de su suegro de todas clases. Sillas viejas, cuadernos de antiguos trabajos, una bicicleta sin ruedas, y muchas cosas de su fallecida esposa. Como ropa, calzado, y toda clase de artilugios antiguos femeninos como cepillos y pulseras. Mientras limpiaba coincidió con un armario antiguo que no parecía roto. Al contrario, era más sólido que los que tenían en el resto de la casa o que la mayoría que se venden nuevos en los centros comerciales. A Isabel le entró curiosidad y lo abrió. Lo primero que visualizó fue un largo vestido de noche, blanco y antiguo, con un pequeño velo cerca. No era un traje de novia al uso, pero seguramente era el traje con el que se casó la antigua mujer de Manuel. También había una pequeña caja de metal con un espejo por fuera, algo oxidada ya. Isabel la abrió y pudo ver las joyas que seguro habían pertenecido a la madre de José. Aunque la mayoría eran un poco hortera, había algunas muy valiosas y bonitas. Al fin y al cabo, el oro nunca pasa de moda. Justo cuando colocaba todo en su sitio vio otra caja al fondo del armario, que estaba todavía más oculta. Era una caja negra de metal con cerradura, pero forrada con cuero. Isabel la cogió y sintió que pesaba bastante. Intentó abrirla, pero estaba bien cerrada con una cerradura bastante robusta.
-Es mi pertenencia más preciada -dijo la voz retumbante de Manuel, en la entrada del trastero.
Isabel se sobresaltó y rápidamente cogió la escoba a modo de arma y apuntó directamente hacia él.
-Si te acercas te ensarto.
Manuel levantó las manos en señal de rendición.
-Vengo a disculparme por lo de antes-manifestó con sinceridad para acto seguido señalar a la caja -. Quieres saber que hay dentro.
Isabel miró al anciano, al que todavía apuntaba con su escoba, y luego bajó su arma, que sostuvo cerca de sí por si acaso.
-Seguramente sea alguna revista porno de la época.
Manuel se rio abiertamente, pues le había hecho gracia el comentario. Isabel intentó contener la risa, pero finalmente le salió brusca y patosa en consecuencia. Rápidamente lo corrigió mordiéndose la lengua.
-Te lo mostraré -le indicó él.
Manuel se acercó al sentirse más cómodo e Isabel se apartó mientras agarraba la escoba con fuerza.
-¡Espera! -exclamó seria, y Manuel se detuvo en seco -. ¿Qué has hecho con mis bragas? Las que me quitaste por la mañana.
Manuel se puso nervioso y contestó en un tartamudeo.
-Las puse en la cesta para lavar, claro. Pensé que no ibas a volver a ponértelas y no quería que José las viera por casualidad.
Isabel lo miró acusatoriamente, y luego se relajó.
-Mas te vale que las hayas puesto para lavar. Las otras las pienso tirar.
-Como quieras. Te compraré unas cuentas si…
Manuel dejó la frase a la mitad al percibir como sería la siguiente reacción de ella a juzgar por el severo semblante que ponía a medida que hablaba. Simplemente asintió y siguió hacia el armario y extrajo unas llaves de un escondite que Isabel jamás habría descubierto. Con las llaves abrió la caja forrada de cuero, y le ofreció la caja a su nuera. Lo que allí vio Isabel la sorprendió irremediablemente. Tanto que olvidó por completo todo lo demás.
Se trataba de una especie de disco dorado en el que había dibujado una cara. La cara era muy extraña. Parecía llevar unas gafas, como de buzo, y tenía la lengua por fuera enseñando todos los dientes. Los ojos eran negros y rasgados, y tanto la nariz como las orejas tenían adornos de algún tipo.
-¿Es de oro?
-Así es. Y es tan valioso por antiguo como por el material con el que está hecho.
-¿Dónde conseguiste algo así?
-Es una larga historia. Hace muchos años, cuando tenía más o menos tu edad, en América.
Isabel lo miró perplejo y luego volvió a mirar el disco.
-Es enigmático, pero bonito. ¿Por qué lo guardas aquí?
-Es el lugar más seguro que conozco.
-Ya, pero por qué no venderlo o arrendarlo aun museo -comentó ella confusa.
-No es tan sencillo, pero tendrás oportunidad de hacerlo tú misma, si es lo que quieres, cuando yo ya no esté. Os lo he puesto como herencia a ti y a José tras mi muerte.
-Oh, Manuel. Tú tienes vitalidad para sobrevivirnos a mí y a tu hijo. No pienses en eso.
-Gracias Isa -dijo él tras esbozar una sonrisa -. Te apetece almorzar, he preparado arroz a la cubana.
Isabel lo miró con cara extrañada.
-¿Has cocinado?
-Si. Quería disculparme con algo más que palabras. Así que he pensado en hacer algo de comer -le dijo con sinceridad -.No soy un gran cocinero, pero después de la muerte de mi esposa he aprendido algunas cosas. Espero que te guste y aceptes mis disculpas.
Isabel se quedó largo rato mirándolo sin decir nada y finalmente suspiró cansada.
-Manuel, esto no puede seguir así. No puedes volver a ponerme la mano encima. Soy la mujer de tu hijo, por el amor de dios.
-Lo sé, lo sé. Me controlaré a partir de ahora, te lo prometo.
-En ese caso acepto el almuerzo, y ya veremos si la disculpa -dijo en tono jocoso -. Dependerá de cómo hayas cocido el arroz.
Manuel volvió a reírse complacido y, antes de irse a la cocina a almorzar con su nuera, volvió a colocar el disco de oro en la caja forrada con cuero y la cerró con la llave. Una vez bien guardado y escondida la llave se fue del trastero.
Espero que os haya gustado, si queréis ver el libro completo lo estoy vendiendo en amazon kindle. Se llama "Los Cuatro Ancianos: Infidelidad no consentida" https://www.amazon.com/dp/B0B2KHD5ZJ Amazon me permite ponerlo gratis seis días cada tres meses así que he decidido ponerlo mañana y pasado 30 y 31 de Julio gratis y aquí es el único sitio donde lo he dicho, para que aquellos que soléis usar esta plataforma lo sepáis y lo podáis descargar sin coste. A cambio, si os gusta, valorádmelo bien. Un saludo amigos.
El anterior capítulo: http://www.poringa.net/posts/relatos/4658971/Capitulo-de-Los-Cuatro-Ancianos.html
El corazón de Isabel se aceleraba. Llevaba queriendo tener sexo desde hacía muchos días, y cada gramo de su piel parecía querer invitar al deseo. Su cuerpo lo anhelaba por lo que la espera de estos últimos segundos se estaba haciendo muy intensa. Y de repente, en un instante, José estaba sobre ella, besándola y acariciando su piel con su propio cuerpo. Su miembro erecto comenzó a escalar por entre sus muslos poco a poco, pero Isabel lo notaba más pequeño de lo normal. Cada vez que el miembro de su marido se acercaba más a la vagina de ella se iba haciendo más y más pequeño. Isabel miró a José a los ojos, como instándole a que reaccionara, pero él miró hacia un lado acobardado. Y entonces, en menos de un segundo, notó como su pene se ensanchaba y alargaba. Cada vez más grande y vibrante. Isabel, sonriente, miró a los ojos a su marido, pero no fue José quién le devolvió la mirada. Su suegro estaba ahora sobre ella. Isabel retiró su sonrisa, pero no lo invitó a marcharse. Su corazón bombeó con fuerza y parecía querer salírsele del pecho. Ella notaba como el pene de Manuel seguía vibrando entre sus piernas, y su coño se removió mientras babeaba deseándolo. Sin embargo, un instante después volvió a aparecer José, como si todo hubiera sido un espejismo. Su marido la miró deforma acusatoria. En su semblante se podía leer la decepción y señaló hacia su pene culpándola de que no se levantara. Isabel ladeó la cabeza arrepentida. Le volvió a sonreír e invitar a que la tomara, con mirada suplicante. Cogió con su mano el pene de su marido e intentó forzarlo para que entrara dentro de ella, pero este se había hecho tan pequeño que era imposible que pudiera entrar ni un palmo. Y, una vez más, el pene volvió a crecer en su mano de forma incontrolada. Las venas comenzaron a marcarse en toda la polla y finalmente apenas podía ya agarrar el cabezón. Isabel volvió a alzar la mirada y era su suegro quién se la devolvía, completamente serio e inmutable. El corazón de Isabel volvió a latir con fuerza y su vagina parecía querer arder de un momento a otro. Entonces retiró las manos y las puso con las palmas hacia arriba, junto a su cabeza a ambos lados en señal de sumisión. Isabel se abrió de piernas a medida que su pulso no hacía más que intensificarse. Su suegro apuntó con su inmenso pene y comenzó a acercarse. La punta estaba a punto de penetrarla y el coño de ella estaba ya completamente empapado. Y, justo cuando ya iba a ocurrir, su marido apareció por todas partes. “Isabel”, decía.
-…Isabel, despierta -escuchó de repente.
La bella mujer abrió los ojos de sopetón, y estos la castigaron con una sensación lacrimosa. Apenas un segundo necesitó para saber que todo había sido un sueño, y cada segundo que pasaba hacía que este se difuminara en sus recuerdos. José estaba junto a ella, reclinado hacia la cama, todavía con el pijama puesto.
-¿Ya es la hora? -preguntó ella.
-Se me olvidó poner el despertador anoche-dijo él con cierta alarma en la voz -. ¿Puedes prepararme el desayuno?, por favor.
Isabel, media adormilada todavía, sintió como su entrepierna seguía muy mojada y ardiente de deseo. No habían hecho el amor en la última semana porque ella esperaba que fuera él quien la buscara, pero él venía muy cansado del trabajo y no se lo ofrecía por iniciativa propia. Sin embargo, el calor que sentía necesitaba ser apagado.
-¿Uno rapidito…? -le dijo con cara traviesa.
José la miró sorprendido y confuso a la vez. Como si le hubiera hablado en otro idioma.
-Amor, ahora es el peor momento, llego tarde al trabajo.
-Que se joda Patricio. Porque llegues diez minutos tarde una vez no pasa nada.
-Isa, cariño. Están a punto de ascenderme. Llevo toda la semana a tope. Después de tanto esfuerzo no quiero estropearlo ahora por llegar tarde un día.
Isabel inmediatamente asintió conforme. Tras comprobar lo importante que era para su marido acudir a tiempo al trabajo cambió su estado de ánimo al de apresurado.
-Claro -aseguró ella -. Ve a ducharte. Te preparé algo rápido.
-Gracias.
José asintió para a continuación ir directo al baño. Antes de salir del dormitorio cogió la ropa que tenía previsto ponerse en ese día, la cual ya tenía preparada, e Isabel volvió a llamar su atención antes de salir.
-Pero de hoy no pasa, ¿eh?
José la miró y le sonrió con gesto fiero, y seguidamente recorrió el pasillo como una exhalación.
Isabel salió de la cama más lentamente. Sentía como las bragas estaban empapadas. Su sueño realmente la había puesto cachonda, pero casi no recordaba nada ya. Se frotó el coño varias veces mientras iba hacia la puerta a la vez que suspiraba. Se dijo a sí misma que, tan pronto su marido se fuera, se masturbaría un buen rato en el dormitorio.
Isabel llevaba puesto un camisón ligero de color blanco y rosado que le llegaba hasta las rodillas. Se hizo un moño rápido en el pelo y se colocó unas cholas de andar por casa. No se puso nada más encima por las prisas, pese a que tenía un poco de frío tras salir del calor delas mantas y sábanas de su cama.
Ya se escuchaba el sonido del agua de la ducha caer, pero antes de llegar a la cocina Isabel escuchó un ruido procedente del cuarto de la lavadora en el sótano. Ella se extrañó ya que no debería de haber nadie, y nadie más que ella bajaba a hacer la colada. Se asomó rápidamente y bajó los peldaños en silencio. Allí vio a su suegro con las bragas que había usado ella el día anterior entre sus manos mientras se masturbaba con ellas. Estaba de espaldas, y muy concentrado en lo suyo, por lo que no percibió su presencia. Isabel abrió los ojos como platos y su cara se puso roja de furia. Bajó como una exhalación hacia él, cogió sus bragas y se las arrancó de entre las manos.
-¡¿Qué demonios haces viejo verde?! -exclamó en voz baja.
-¡Isabel!
-¡Qué asco! -continuó diciendo exaltada, pero siempre en un tono bajo que no trascendiera -. ¿En serio te masturbas con mi ropa interior?
-Qué más da -dijo él con nerviosismo en su voz -. La vas a poner a lavar igual.
-¿Qué más da? ¡Qué más da! -repitió cabreada-. No pienso ponerme estas bragas después de que tú la hayas frotado con tu cosa. Ni aunque las lavara con lejía cuatro veces.
-Lo siento, no he podido reprimirme -confesó Manuel mientras se terminaba de girar y le apuntó con su miembro.
El miembro de Manuel estaba completamente erecto. El pene era más grueso de lo que recordaba, al menos desde ese ángulo, y las venas se marcaban como si estuvieran estrangulándolo. El cabezón palpitaba con líquido preseminal en la punta y los huevos caían flácidos. Isabel se quedó paralizada cuando la señaló con ese monstruo venoso.
-Guárdate eso… -dijo sin convicción y sin dejar de mirarlo.
En ese mismo instante Isabel no vio venir la rebelde mano de su suegro que le subió por el muslo y fue derecho a meter sus dedos en la vagina de ella. Manuel gimió de placer, más alto de lo que la discreción obligaba, al notar que Isabel estaba muy mojada. Y comenzó a meterlos dedos en todo lo que pudo. Isabel reculó hacia atrás para evitar los dedos de su suegro, pero estos avanzaron sin más oposición. Isabel sintió como le temblaban las piernas y entonces percibió como Manuel, con la otra mano, le retiró las bragas que cayeron rápidamente por su propio peso, tan mojadas estaban. Isabel intentó recular nuevamente pero cuando sentía los dedos de su suegro invadirla tan adentro le fallaban las fuerzas y se ponía de puntillas por la excitación.
Manuel cogió la mano derecha de ella y se la llevó a su pene, que palpitaba sin control. Ella agarró el cabezón con la mano temblorosa. Acto seguido, lentamente, friccionó por todo el miembro de su suegro hasta llegar hasta los huevos, y entonces negó con la cabeza. No quería volver a caer en el mismo error. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y estrujó los huevos de su suegro con fuerza, con la intención de dañar y no consolar. Manuel lanzó un grito, corto, pero tan alto, que José debió de haberlo escuchado desde la ducha. Y entonces, sin que Isabel lo esperara, un chorro de leche se escapó del miembro de Manuel como un torrente que, como él mantenía la falda levantada con su mano derecha, cayeron sobre la piel desnuda de ella. La vorágine de semen bañó directamente el muslo derecho de Isabel, le salpicó abundantemente en la ingle, y gruesas gotas cayeron sobre los incipientes pelos de su coño. Como Manuel había retirado de sopetón la mano izquierda, con la que masturbaba a Isabel, tras el apretón de sus huevos, las gruesas gotas de semen se arremolinaron y bajaron hasta mezclarse con los propios jugos de ella que rodeaban el clítoris y sus labios exteriores.
Isabel apartó la mano que estrujaba los huevos de Manuel con brusquedad y se retiró hacia atrás molesta.
-Te juro que le contaré ahora mismo a tu hijo lo que has hecho -le amenazó ella.
-No Isa, por favor -le pidió exhausto.
-Te dije que como volvieras a tocarme se lo diría.
-Está bien, ha sido solo un pequeño desliz-la apaciguó él mientras se subía los pantalones -. Sabes muy bien que desde hace una semana me he mantenido al margen. Apenas nos hemos dirigido la palabra.
Isabel respiró profundamente varias veces, alterada, en furia contenida. En ese justo momento apareció José en las escaleras que bajaban con cara alarmada. Tenía puesto los pantalones y solo le faltaba abrocharse la camisa, ponerse la corbata, el cinturón y los zapatos, para terminar de vestirse.
-¿Qué ha pasado? ¿Qué grito ha sido ese papá?
Isabel se giró como un resorte en ese momento y miró a su marido pálida. Manuel sabía que en el rostro de su nuera podía leerse que algo malo había ocurrido por lo que pensó en consecuencia.
-Ha sido culpa mía, hijo. Me ha parecido como si me diera un infarto -dijo en tono afligido -. He bajado a buscar mi camisa favorita y de repente he sentido una opresión en el pecho. Me he asustado, pero estoy bien.
José miro a ambos mientras asentía, para luego detener su mirada en su mujer.
-Isa, ¿todavía no me has preparado el desayuno?
Isabel pareció volver a la realidad en ese momento e hizo amago de marcharse a la cocina, pero entonces notó resistencia en los tobillos. Eran sus propias bragas que la amordazaban los pies después de que Manuel se las hubiera quitado. Por fortuna José no podía verle los pies desde donde estaba ya que una de las lavadoras bloqueaba la visión. Isabel tenía que deshacerse de las bragas con discreción, pero, a pesar de sus tenues intentos, era incapaz de quitárselas de entre los tobillos sin que se notara, y no parecía que José se fuera a marchar antes que ella. Solo se le ocurrió ganar tiempo.
-Todavía no. Es que escuché a tu padre gritar y vine corriendo. Gracias a dios ha sido solo un susto.
Manuel. Como si hubiera entendido el problema se acercó hasta su nuera y pisó, con discreción, las bragas. Acto seguido metió su mano derecha por debajo del camisón de Isabel desde atrás, y tocó su culo desnudo mientras empujaba ligeramente hacia delante para avisarla de que ya podía andar. El culo de Isabel estaba suave y cálido, y Manuel lo palpó con toda la palma de su mano y cada uno de sus dedos. El anciano notó como su miembro volvía a revitalizar.
-Si, solo ha sido un susto -confirmó Manuel.
Isabel notó las manos de su suegro en sus nalgas. Pero no reaccionó, para que su marido, que la seguía observando, no se percatara de nada. Notó como Manuel la instaba a avanzar y, con las bragas sujetas con el pie de su suegro, pudo hacerlo sin apenas levantar sus pies. Antes de alejarse de su posición Manuel le estrujó el culo a consciencia, pero ella ni se inmutó, y comenzó a subir las escaleras. Sintió como el semen de su suegro le resbalaba por el muslo y la ingle, y como el camisón se transparentaba un poco temió que su marido se diera cuenta de algo. Se giró y vio a Manuel embobado mirándola. Sabía que desde su ángulo podía ver como su muslo resplandecía por su semen viscoso y eso hizo que se sintiera sucia.
José miró el reloj mientras se abrochaba los botones y cuando su mujer llegó hasta donde él estaba se retiró hacia atrás hasta el pasillo.
-Si quieres hoy almuerzo más fuerte en el trabajo. Me puedo comer una manzana de camino y listo.
-No -negó ella con firmeza -. No quiero que vayas a trabajar sin desayunar bien. Te prepararé una tortilla francesa rápida y un poco de bacon. No llegarás tarde al trabajo.
José asintió complacido mientras escuchaba a sus tripas estar de acuerdo. Pero antes de marcharse miró a su padre que seguía allí en el mismo sitio.
-Papá, ¿seguro que estás bien?
-Si hijo. Solo ha sido un susto -le aseguró él.
-Preferiría que fueras al médico, por si acaso.
-Lo pensaré, hijo. Ve y asegúrate de conseguir ese ascenso. Te lo mereces.
José asintió contento y se marchó a la cocina para desayunar.
Manuel, una vez ya solo, se agachó y cogió las bragas de su nuera. Estas no eran como las del día anterior, que apenas conservaban el olor de Isabel. Las que tenía ahora en la mano todavía estaban húmedas y calientes. Manuel se las llevó a la nariz y las olió con intensidad mientras se frotaba su renacido pene. Los huevos todavía le escocían, pero el olor más íntimo de su nuera lo excitaba sobremanera.
Isabel barría la casa a consciencia. Ya había trascurrido toda la mañana y a esas horas, que sobrepasaban el mediodía, debería estar haciendo el almuerzo para ella y su suegro. Pero hoy no le apetecía verle después de lo de esa mañana. Y le daba igual si Manuel pasaba hambre.
De todos modos, Isabel llevaba literalmente una hora limpiando el trastero. Maldijo por lo bajo, ya que se había duchado a consciencia después de que su marido se fuera a trabajar y ahora volvía a estar muy sucia por el excesivo polvo del trastero. Se había puesto unos vaqueros con cinturón, y una camiseta de manga larga. Ese talante masculino no la hacían perder sensualidad, pues eran bastante ajustados y su culo respingón se marcaba notablemente. Era ropa incómoda para trabajar, pero le apetecía vestir bien tapada después de lo ocurrido en el sótano. Llevaba el pelo recogido y no se había puesto maquillaje. Aun así, era tan hermosa que habría cautivado a cualquier hombre que la mirase.
Isabel respiró cansada a su alrededor y se dijo que lo mejor es que limpiara el trastero a plazos. Había cachivaches de su suegro de todas clases. Sillas viejas, cuadernos de antiguos trabajos, una bicicleta sin ruedas, y muchas cosas de su fallecida esposa. Como ropa, calzado, y toda clase de artilugios antiguos femeninos como cepillos y pulseras. Mientras limpiaba coincidió con un armario antiguo que no parecía roto. Al contrario, era más sólido que los que tenían en el resto de la casa o que la mayoría que se venden nuevos en los centros comerciales. A Isabel le entró curiosidad y lo abrió. Lo primero que visualizó fue un largo vestido de noche, blanco y antiguo, con un pequeño velo cerca. No era un traje de novia al uso, pero seguramente era el traje con el que se casó la antigua mujer de Manuel. También había una pequeña caja de metal con un espejo por fuera, algo oxidada ya. Isabel la abrió y pudo ver las joyas que seguro habían pertenecido a la madre de José. Aunque la mayoría eran un poco hortera, había algunas muy valiosas y bonitas. Al fin y al cabo, el oro nunca pasa de moda. Justo cuando colocaba todo en su sitio vio otra caja al fondo del armario, que estaba todavía más oculta. Era una caja negra de metal con cerradura, pero forrada con cuero. Isabel la cogió y sintió que pesaba bastante. Intentó abrirla, pero estaba bien cerrada con una cerradura bastante robusta.
-Es mi pertenencia más preciada -dijo la voz retumbante de Manuel, en la entrada del trastero.
Isabel se sobresaltó y rápidamente cogió la escoba a modo de arma y apuntó directamente hacia él.
-Si te acercas te ensarto.
Manuel levantó las manos en señal de rendición.
-Vengo a disculparme por lo de antes-manifestó con sinceridad para acto seguido señalar a la caja -. Quieres saber que hay dentro.
Isabel miró al anciano, al que todavía apuntaba con su escoba, y luego bajó su arma, que sostuvo cerca de sí por si acaso.
-Seguramente sea alguna revista porno de la época.
Manuel se rio abiertamente, pues le había hecho gracia el comentario. Isabel intentó contener la risa, pero finalmente le salió brusca y patosa en consecuencia. Rápidamente lo corrigió mordiéndose la lengua.
-Te lo mostraré -le indicó él.
Manuel se acercó al sentirse más cómodo e Isabel se apartó mientras agarraba la escoba con fuerza.
-¡Espera! -exclamó seria, y Manuel se detuvo en seco -. ¿Qué has hecho con mis bragas? Las que me quitaste por la mañana.
Manuel se puso nervioso y contestó en un tartamudeo.
-Las puse en la cesta para lavar, claro. Pensé que no ibas a volver a ponértelas y no quería que José las viera por casualidad.
Isabel lo miró acusatoriamente, y luego se relajó.
-Mas te vale que las hayas puesto para lavar. Las otras las pienso tirar.
-Como quieras. Te compraré unas cuentas si…
Manuel dejó la frase a la mitad al percibir como sería la siguiente reacción de ella a juzgar por el severo semblante que ponía a medida que hablaba. Simplemente asintió y siguió hacia el armario y extrajo unas llaves de un escondite que Isabel jamás habría descubierto. Con las llaves abrió la caja forrada de cuero, y le ofreció la caja a su nuera. Lo que allí vio Isabel la sorprendió irremediablemente. Tanto que olvidó por completo todo lo demás.
Se trataba de una especie de disco dorado en el que había dibujado una cara. La cara era muy extraña. Parecía llevar unas gafas, como de buzo, y tenía la lengua por fuera enseñando todos los dientes. Los ojos eran negros y rasgados, y tanto la nariz como las orejas tenían adornos de algún tipo.
-¿Es de oro?
-Así es. Y es tan valioso por antiguo como por el material con el que está hecho.
-¿Dónde conseguiste algo así?
-Es una larga historia. Hace muchos años, cuando tenía más o menos tu edad, en América.
Isabel lo miró perplejo y luego volvió a mirar el disco.
-Es enigmático, pero bonito. ¿Por qué lo guardas aquí?
-Es el lugar más seguro que conozco.
-Ya, pero por qué no venderlo o arrendarlo aun museo -comentó ella confusa.
-No es tan sencillo, pero tendrás oportunidad de hacerlo tú misma, si es lo que quieres, cuando yo ya no esté. Os lo he puesto como herencia a ti y a José tras mi muerte.
-Oh, Manuel. Tú tienes vitalidad para sobrevivirnos a mí y a tu hijo. No pienses en eso.
-Gracias Isa -dijo él tras esbozar una sonrisa -. Te apetece almorzar, he preparado arroz a la cubana.
Isabel lo miró con cara extrañada.
-¿Has cocinado?
-Si. Quería disculparme con algo más que palabras. Así que he pensado en hacer algo de comer -le dijo con sinceridad -.No soy un gran cocinero, pero después de la muerte de mi esposa he aprendido algunas cosas. Espero que te guste y aceptes mis disculpas.
Isabel se quedó largo rato mirándolo sin decir nada y finalmente suspiró cansada.
-Manuel, esto no puede seguir así. No puedes volver a ponerme la mano encima. Soy la mujer de tu hijo, por el amor de dios.
-Lo sé, lo sé. Me controlaré a partir de ahora, te lo prometo.
-En ese caso acepto el almuerzo, y ya veremos si la disculpa -dijo en tono jocoso -. Dependerá de cómo hayas cocido el arroz.
Manuel volvió a reírse complacido y, antes de irse a la cocina a almorzar con su nuera, volvió a colocar el disco de oro en la caja forrada con cuero y la cerró con la llave. Una vez bien guardado y escondida la llave se fue del trastero.
Espero que os haya gustado, si queréis ver el libro completo lo estoy vendiendo en amazon kindle. Se llama "Los Cuatro Ancianos: Infidelidad no consentida" https://www.amazon.com/dp/B0B2KHD5ZJ Amazon me permite ponerlo gratis seis días cada tres meses así que he decidido ponerlo mañana y pasado 30 y 31 de Julio gratis y aquí es el único sitio donde lo he dicho, para que aquellos que soléis usar esta plataforma lo sepáis y lo podáis descargar sin coste. A cambio, si os gusta, valorádmelo bien. Un saludo amigos.
0 comentarios - Otro capítulo de Los Cuatro Ancianos