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Policía

El relato es particularmente largo, pero no quise cortarlo, porque me gustó así. Disculpo con mucho amor a quien no se tome el trabajo de leerlo completo.
Para los entendidos: el que descubra la particularidad de este escrito, ganará un felatio/cunnilingus practicado por mí en persona, en lugar y momento a convenir, hasta que salga la leche o se me acalambre la lengua, lo primero que ocurra.
Sin más, se los dejo, esperando que lo disfruten tanto como yo.


Lo malo de la cuarentena era no poder garchar. Estaba exenta de guardarse, por suerte seguía trabajando, y andar en moto por la ciudad desierta era increíblemente satisfactorio. Pero aún así quedaba el asunto de su libido insatisfecha. Voraz, como ella la sentía. La carcomía por dentro, y aunque fumar la relajaba, también la sensibilizaba, y el roce del tanque de la moto sobre su concha caliente con la vibración producida por el empedrado de uno de los antiguos barrios porteños la estaba exacerbando al punto de casi no ver la seña que le hacía el oficial de policía.
Nunca le gustó la policía. Ni los uniformes, ni las botas, ni la cara de mal cogidos de los agentes, ni el lenguaje tan, pero tan poco erotizante de la jerga policíaca. Cada vez que tenía que parar y hablar con uno de esos toscos cabeza de tortuga, su piel se erizaba del mal humor, su mente se nublaba de malos recuerdos, su concha se secaba como lengua de loro... Malena le decía que tenía un serio problema con la autoridad, y era cierto. Siempre se reían juntas de la vez que intentaron cogerse juntas a un morocho grandote y ella se fue corriendo de la habitación cuando se enteró que era guardia de seguridad. Pobre flaco, lo dejaron solo y en bolas, aguándole la fantasía del trío...
No le preocupaba estar violando la cuarentena porque tenía en su poder los papeles reglamentarios para circular; pero el estado de sus ojos podía delatar que, estrictamente hablando, no debería estar manejando.
- Buenas noches, señor. DNI y permiso, por favor.
Era común que la confundan con un hombre cuando estaba en la moto si no se levantaba el casco; con un dejo de irritación intentó no detenerse en los prejuicios de género y con su voz más amable contestó.
- Buenas noches, oficial. Déme un momento por favor, enseguida se los muestro... - mientras se levantaba el casco, se desabrochaba la campera para acceder a los bolsillos internos, aunque sin percatarse que el policía miraba dentro de su escote con obvia lascivia -. Aquí tiene.
- Señorita, ¿está usted durmiendo bien?
- Sí, oficial, no entiendo...
Levantó la vista y lo miró a los ojos, y no se sorprendió al ver a un efectivo de la Ciudad, un par de años más joven que ella misma. Algo en su rostro duro le recordaba algo. Dudó. Él sonrió levemente.
- ¿Podría bajarse un momento del vehículo, por favor? Puede estacionarlo detrás del patrullero.
¿De dónde tenía esa cara? Miró de reojo su espalda. Era ancha y bien formada. Buen culo debajo del pantalón cargo. La verdad es que el flaco le gustó y tenía la impresión de conocerlo de antes.
Cuando se bajó de la moto, entre que trabó el volante y sacó la llave no se percató de que el oficialito se le había parado muy cerca, tanto, que apenas se pudo sacar el casco sin golpearlo.
- Tengo los papeles en la mochila...
- No, no es necesario. La molesto, deje por favor el casco. Sí, ahí está bien.
¡Claro! De repente una luz se hizo en su mente un poco nublada y recordó en su tono de voz claramente el gemido gutural, casi animal, del morocho acabándole sobre las tetas. Volvió a su cabeza el recuerdo de tamaña poronga llenandole la boca, haciéndole tener arcadas cuando se la empujaba hasta la garganta. No tenía idea del nombre. Se lo había bajado una noche de hacía como un año y no lo había vuelto a ver.
Él también parecía recordarla, pero ambos siguieron el juego. A ella se le empezaba a mojar la entrepierna. Allí los dos solos, en el medio de la noche vacía.
-¿Cuál es el problema, oficial? Esto claramente es un exceso...- le dijo un poco ofuscada, un poco puta.
- Le pido si es tan amable, señorita, se acerque al patrullero. Sí, por ahí, por favor.- Respondió él con la más fingida voz de cana alcahuete que le salió.-
A ella le estaba gustando la situación, mientras él le cerraba el paso dejándola entre el auto y su cuerpo. Un cuerpo que recordaba, esos brazos musculosos, bien redondeados de hacer pesas, la remerita bordó enmarcada por el chaleco; bajó la vista y se encontró con unas gambas que apenas entraba en ese pantalón cargo y el cinturón que se cerraba en una cintura que ni se asomaba por el borde... Titubeó el tiempo suficiente para que él asumiera el control de la situación y la dejara sin escapatoria.
- Señorita, ¿usted se encuentra en condiciones de manejar?
Esa forma de decirle "señorita", con un dejo de soberbia en el tono, borrego atrevido, impertinente...
- No sé a qué se refiere oficial, estoy un poco cansada simplemente...
- Pero señorita, me acaba de decir que estaba durmiendo bien... - Él siguió avanzando, le apoyó sin miramientos el bulto en la pelvis, y agarrándole las manos le dijo - Voy a tener que proceder al cacheo, sólo por seguridad.
La giró sobre su propio eje, la pecheó contra el auto, y apoyó sus propias manos en el techo del coche. Bajó por sus brazos hasta su espalda, no se olvidó de estrujarle las tetas mientras le enterraba el bulto, cuya pija ya se sentía dura debajo del pantalón, fuerte en sus nalgas, y acercando la boca a su oído le susurró: "Este cacheo va a ser profundo, así que preparate, putita."
Esa palabra, pronunciada en ese tono, detonó los recuerdos que momentos antes se le escapaban. 
La pista de baile atestada de gente, muy caliente el ambiente, entre el verano y el alcohol barato. Recordó el grupo de pibes que la miraban bailar con su amiga; al grandote con cara de paja y mirada fija, al que volvió loco con sus meneos y sus sacudones de tetas. El flaco la persiguió, incansable, por todo el boliche, y la observó mientras se chapaba a otro, mientras un tercero bailaba con ella manoseándole toda la burra. El chabón se bancó todas las vejaciones que se hicieron reales en su cuerpo esbelto y descontrolado, sin cambiar ni una vez la expresión de deseo que lo embargaba. Cerca del final de la noche, con los ánimos un poco más calmos, cuando ella estaba bastante tomada pero aún así no estaba borracha, él se le acercó y le dijo "Me tenes muy caliente". Su respuesta fue una sonora carcajada de burla, como un cachetazo de hiel que a él sólo lo volvió más loco. La agarró de la cintura y le dijo "No voy a descansar hasta cogerte" y fue la frase correcta, porque ella se relajó, puso esa cara de puta que pone cuando está caliente, y se dejó guiar hasta el baño, donde la metió en un cubículo para satisfacer sus más bajos instintos.
Bajó las manos por su vientre plano, y se detuvo en la cintura de su pantalón. Lo bajó un poco, lo suficiente para dejar los huesos de sus caderas al descubierto. Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando su bajo vientre tocó la chapa fría del coche, y sin proponérselo, movió la cola para atrás. 
Así que te gusta, ¿no, putita?". 
Esa voz masculina cargada de erotismo, una situación tan lúbrica en plena calle, una pija que había dejado una buena impresión en sus sentidos...
Volvió al cubículo, al momento en el que él, sin prisa pero sin pausa, la recorría con su boca. Besaba esa boca que otro ya había recorrido esa noche, bajaba por su cuello, marcado por la succión de otro; recorría con esas manazas su cuerpo ya ultrajado por tantas otras manos... Lo que más la calentaba era justamente que a él no le importara cuántos otros habían estado con ella frente a él. Aún así, se tomaba su tiempo para recorrerla, degustarla, como si no estuvieran en todo momento a punto de ser interrumpidos por algún inoportuno meón. Ella cerró sus brazos sobre la cabeza del flaco, y él bajó hasta sus tetas, despacio, sin apuros. Esa tranquilidad había empezado siendo divertida, porque aunque él no le había llamado particularmente la atención en un principio, dado que en general no se sentía atraída por hombres más jóvenes, había llegado a tal punto la calentura que sentía, que la impaciencia la dominaba. Bajó su mano con intenciones de meterla en el pantalón de él, pero ese gesto lo hizo retroceder. Con seriedad en el semblante y desenfado en la voz, le dijo: "Yo ya esperé; ahora te toca esperar a vos". El pendejo la desarmó con esas palabras, pero no se quedó a observar su expresión confundida y divertida, sino que bajó su remera sin corpiño y continuó con su faena en sus pechos, directamente en sus pezones.
Se le aflojaban las piernas de calentura, la cabeza le carburaba a mil y el paño de su bombacha estaba más mojado que húmedo, y aún así, no tomó la iniciativa: sabía por experiencia que era mejor dejarlo hacer. Él siguió con insistentes besos en el cuello, apoyadas en su culo, una mano que se deslizó por delante entre sus piernas y empezó a frotarla, haciéndole sentir directamente en su raja la costura del jean... La otra mano, una pala ancha de tan grande, se metió debajo de su remera y corrió su corpiño para estrujarle alternativamente las tetas sin interrupciones. 
Aguantó todo lo que pudo, pero sus gemidos no tardaron en llegar, y explotar en su boca, tan hábil era esa lengua en sus tetas. "Aaaahhh, pero me parece que ya estamos a punto caramelo...". Le llamó la atención el control de su voz, su tono suave, mesurado. No dejaba traslucir la calentura que inflaba su pantalón. "Está bien, te voy a satisfacer un poquito, pero ojito con hacer ruido: te quiero calladita la boca, está bien?" Mientras le daba las órdenes había metido una mano debajo de su pollera y acariciaba su clítoris por sobre su tanguita, a esta altura, toda empapada. "Como quieras" contestó ella. Una cachetada, leve pero firme, fue su respuesta. "¿Qué te acabo de decir?". Estupefacta, observó detenidamente a ese pendejo atrevido que se atrevía a tratarla como a una borrega cualquiera, y la indignación comenzó a dibujarse en su rostro, pero él fue más rápido y metió un dedo directamente en su concha, provocándole un espasmo de placer que no pudo reprimir. Asintió con la cabeza, entregada a los caprichos de su joven amante, y justo antes de cerrar los ojos con resignación lo vio llevarse ese mismo dedo a la boca y chuparlo para degustarla. "Date vuelta" le ordenó. Ella obedeció esperando con toda su alma que la penetre de una vez, pero él tenía otra cosa en mente. Se agachó y hundió la cara entre sus piernas, metió su lengua entre sus labios menores y entró directamente a su vagina. La penetró con su lengua, y así la empezó a coger. Un mar de sensaciones se dispararon en su cuerpo: desde la cajeta caliente y mojada, invadida por esa lengua suave, caliente y larga, su clítoris que en silencio reclamaba atención con fuertes palpitaciones. Su mente volaba embriagada por la impudicia de dejarse coger en un baño. Sus pechos aún recordaban los retozos de esos dientes perfectos... No pudo más de calentura y bajó su mano para proveerse de un poco de alivio. "No - dijo él -, van a ser todos míos hoy". Para evitar futuras interrupciones, agarró sus muñecas y las sostuvo con una sola mano sobre su espalda, a la altura de su cintura.
- Señorita, me parece que usted esconde algo, y tengo que saber qué es.
- Oficial, haga lo que considere necesario - contestó en un hilo de voz, y fue la última frase lúcida que pronunció esa noche.
Él abandonó, a un tiempo, su teta y su concha, y se encargó de desabrochar su pantalón. 
- Disculpe, señora, le pido un minuto por favor. Vamos a abrir la puerta del patrullero. Sí, un segundo nada más...
El oficial abrió la puerta y con una mano en su nuca la metió de cabeza en el coche, sin miramientos. Bajó de un golpe su pantalón enredado en su bombacha y dejó su culo al aire. Ella creyó saber lo que venía a continuación, pero se equivocaba.
En el boliche, en el baño, dentro del cubículo, él lamió sus labios hasta el hartazgo. Sorbió todos sus fluidos, se tragó todo su flujo. Una vez que limpió toda la humedad de su vulva, jugueteó un buen rato con su clítoris, luego bajó (¿o subió?) hasta su culo, y siguió lamiendo todo lo que encontró entre sus piernas, con dedicación y paciencia. Incluso tiempo después, ella usó ese recuerdo para masturbarse cuando la calentura la encontraba sin compañía. Sin darse cuenta empezó a mover las caderas cogiéndose a sí misma con esa lengua que tanto placer le estaba provocando, y a él pareció no importarle. En algún momento la excitación la sobrepasó, ya no pudo resistirla, su sangre hirvió en sus venas, su mente se extravió, y acabó con fuerza en la cara del flaco. Milagrosamente, ni un suspiro escapó de sus labios. Él sorbió todo nuevamente, y se incorporó relamiéndose con placer. "Qué rica que estás, me encanta cómo acabás." Su amplia sonrisa la deslumbró, y acabó por corresponderla. 
Él se desabrochó el pantalón, y ella se sentó en el inodoro para quedar a la altura de su pija. "No, no. Levantate, dejame a mí ahí" Un poco sorprendida pero muy interesada, se levantó y cambió de lugar con él; este pibe la intrigaba cada vez más. Él se bajó un poco el pantalón, desabrochó el botón de la parte frontal del bóxer y sacó la pija por el agujero. "Ahora sí, vení, acercate" Ella abrió las piernas y se sentó sobre él, otra vez caliente, otra vez expectante. Él la ayudó a acomodarse, le agarró la nuca con una mano, y la guió nuevamente hacia su boca. Le dio un beso caliente, profundo, dulce y a la vez muy excitante, de esos que te trasladan a otro estado de conciencia, y el sabor de su propia acabada le agregó voluptuosidad al asunto. El beso se prolongaba y ella se impacientaba, y sus caderas volvieron a moverse buscando el mástil que en ése momento era la pija de él. La dejó restregarse un poco, como para medir su calentura, y cuando estuvo satisfecho, la tomó de la cadera y con mucha facilidad, la levantó y la sentó directamente sobre su falo enorme. De más está decir lo fácil que entró, debido a lo mojada y dilatada que estaba esa concha; ella reprimió con fuerza el gemido que se despertó en su pecho, y en esa misma acción cerró su vagina sobre el poste que la penetraba. Él sintió un latigazo de calentura sin igual con esa reacción involuntaria de su cuerpo, pero se sobrepuso al deseo de cogérsela rápido y acabar enseguida. En vez de eso, la sostuvo mientras ella se acostumbraba al miembro que la clavaba firme sobre su falda, y esperó a que su cuerpo se relaje. Cuando ocurrió, inició un bombeo lento, acompasado y bien profundo, que al principio la desesperó, pero en cuanto se acostumbró al ritmo por él impuesto, se dejó hacer obediente, y disfrutó de la trepanación de la que era víctima.
Él apuntó su pija directamente a su concha expuesta, y sin siquiera apoyarla un poquito como para medirla, la ensartó de un empujón, sin miramientos. La sorpresa y la brusquedad le chocaron tanto como los huevos del oficial en el clítoris, pero antes de que pudiera recuperarse del impacto él se la sacó y repitió el gesto una, dos, tres veces. Siguió penetrándola inclemente, sin consideraciones por su integridad genital, sin importarle estar en la calle, el patrullero, la cuarentena; sin importarle absolutamente nada. Puso una mano sobre su baja espalda y con la otra le agarró la cadera, para sostenerla bien y no dejar que se mueva. La bombeó como si fuera un pozo en el desierto, sacándose la calentura acumulada, la lujuria que lo carcomía; la castigaba a pijazos por lo que ella había hecho.
Ella empezó a acabar nuevamente, contraía los músculos de su vagina sobre su pene erecto extasiándolo de placer, y con cada orgasmo que tenía, más contento se lo veía. Sonreía idílicamente observando el rictus que el placer generaba en su rostro, que lo había cautivado desde que la vio, y siguió cogiéndola aún cuando ella evidentemente necesitaba un descanso, simplemente por estirar la fantasía tan vívida que se había instalado en su mente ni bien la vio sacudir esas caderas. Poco le importó que se haya regalado al primero, franeleado con el segundo. Tampoco le importó que se chapara al tercero en la barra donde estaba él, y cuando el flaco no la veía, ella lo miraba con insistencia, haciéndolo desear. No le importaba porque todos ellos se fueron con la pija durísima, con la cabeza hervida de la calentura provocada por el contacto con esa piel de seda, el éxtasis que sólo una nisíade podría insuflar en el corazón de un hombre. y él lo vio: ella no le pasó a ninguno su teléfono. Y ahí estaba él, la paciencia había dado sus frutos; disfrutaba eso que a todos había sido negado esa noche, y sólo eso lo guiaba. Contenía su propio orgasmo para sostener en el tiempo infinito ese instante mágico que era disfrutarla en su intimidad, aunque más no fuera en el baño del boliche (aunque si hubiera podido, la habría llevado a otro lado, claro está).
Muy a su pesar, el primer orgasmo llegó: entre el tamaño y la dureza, el falo del oficialito la llenaba de tal manera, el morbo de ser cogida en la calle, en un patrullero, en plena cuarentena fueron demasiado para su mente libidinosa, y con un par de quejiditos a duras penas contenidos le hizo saber que había terminado. Estaba un poco impactada por la forma en que la había tomado, y no sabía qué esperar, así que cuando él la bajó del auto, ella obedeció dócilmente. 
- Limpiamela - ordenó, en un tono autoritario que no admitía réplicas -. La quiero toda limpia. Tenés dos minutos. 
Remató esa frase mirando su reloj, como para dejar en claro que hablaba en serio. Por las dudas, ella inició su tarea de inmediato, recorriendo nuevamente esa verga hermosa, grande y gorda, surcada de venas hinchadas por la sangre acumulada que tanto le había gustado un año atrás. Al degustar de ese bálano exquisito sus propios jugos, la calentura volvió a poseerla, y chupó cada vez con más ahínco. Al llegar al límite de su boca, él la tomó del pelo y le enterró la pija hasta la nuca, obligándola a comérsela completa, a pesar de sus feroces arcadas y de cómo las lágrimas bajaban por sus mejillas. Esta brutalidad con que la trataba contrastaba con la dulzura y la delicada atención que él le había tenido esa noche en el boliche. Sin embargo, este costado oscuro de él la enardecía mucho más, aunque una vocecita en el fondo de su cabeza continuaba repitiéndole "¡Cuidado!", por la desventajosa situación en que se encontraba. La pija volvió a salir para entrar nuevamente, y él sosteniendo su actitud inmisericorde, continuó cogiéndole la boca por los 30 segundos que restaban.
- Listo, ahora metete de nuevo al auto. No, así no. De espaldas, así. Acostate.
Ni siquiera se tomó la molestia de bajar más sus pantalones, de modo que la prenda funcionaba como una especie de ligadura improvisada. Él se calzó sus piernas al hombro, y volvió a penetrarla: uno, dos, tres bombazos, y afuera. Antes de recuperarse de la sorpresa, sintió la cabeza en el culo, y se dió cuenta, muy tarde, que debería haberle prestado más atención a esa vocecita amiga...
Después de tremenda acabada, ella quería leche, y se propuso conseguirla. Lo abrazó y acercó su boca a la oreja de él, para susurrarle "Quiero leche, dámela por favor" El tono suplicante lo pudo, así que le permitió bajarse de su falda, y le preguntó "¿Dónde la querés?" "En las tetas" contestó ella, y se arrodilló frente a él para masturbarlo. A su mano la acompañó con su lengua, dando sendas lamidas a esa cabeza que parecía a punto de explotar. Y no tardó mucho en hacerlo, obviamente. Al poco rato de jugar con él de esa manera, un torrente de guasca espesa, blanquísima y caliente le manchó todas las tetas. Hermosas quedaron. La visión de sus pechos embarrados en la leche de un pibito que la había cogido bastante mejor que muchos veteranos, y para colmo en el baño de un boliche, la hizo excitar de nuevo. Acercó su boca a la pija y mientras él descendía del lugar donde se había perdido en ese orgasmo, ella le limpió todo el tronco y puso especial atención al frenillo y la cabeza. Primero lengüeteando y luego chupando, fue insistente, y no paró hasta revivir la erección de él. Pero justo en ese momento sonó su teléfono: Malena preguntándole dónde se había metido porque las pibas ya se estaban yendo, así que ni bien leyó el mensaje, se acomodó un poco la ropa, arrancó un pedazo de papel higiénico y salió del cubículo, limpiándose la acabada de él por el camino.
La penetración le dolió, muchísimo. Sintió cómo le rompía el orto, así, con todas las letras, y no supo qué hacer. Su mente confundida no lograba procesar lo que estaba pasando, y su culo vicioso le enviaba fuertes e impúdicos estímulos que rápidamente la hicieron olvidar las consideraciones morales de su situación. Al dolor que sentía, como siempre, su cerebro lo tradujo en inigualable placer. Él continuaba con sus bombeos inclementes, levantándola con cada empujón, llegando hasta lo más profundo de su ser. De repente se rindió, no opuso más resistencia. La situación la superaba, y él no aflojaba. Se abandonó a las sensaciones que su cuerpo le transmitía, y se dejó hacer. Su culo se relajó y se abrió completamente, y lo sintió flojo como una vagina. Las embestidas se sucedieron, y ella acababa contra su voluntad. El morbo la podía, el dolor ya no lo sentía, y el contraste entre su recuerdo y su realidad la excedía. En un momento sintió a su improvisado amante más tenso. Su ritmo se volvió más descontrolado, brutal, casi animal. Eso la excitó mucho más, y sintió una calentura descomunal bajando por su vientre, y sabía lo que eso significaba. Él, perdido en su propio placer, no se percató. Sintió la leche subir y poco le importó manchar el uniforme ni el asiento del patrullero. Se desbordó dentro de ella, con fuerza y furia, y mientras su esperma la llenaba, ella no pudo contener el chorro, y mojó todo a su paso.
Él salió de ese agujero, se acomodó la ropa y la miró. El culo abierto, chorreando leche, las piernas que no bajaban porque aún conservaban el rictus de la cogida. Despeinada, a medio vestir. Hermosa, como el primer día. No fue culpa, pero algo parecido lo invadió al verla así, tan vulnerable. Parecía una flor estrujada por el cariño desmedido de un infante descuidado. Pero aún así no se arrepintió de lo que había hecho: él obtuvo su venganza. 
Ella descendió de las altas cumbres donde la había dejado esa acabada monumental, para encontrarse en el estado que él la vio. Sentía su leche chorreándole las piernas, el asiento mojado por su propio squirt, el ruido de la calle que de repente se hizo evidente. Bajó despacio las piernas. se incorporó un poco, y como pudo se acomodó la ropa. Al sentarse sobre sus nalgas, sintió dolor en su ano maltratado. Sentimientos contradictorios acudieron a su mente, todavía estaba muy confundida. Él permanecía en silencio, y ella no estaba muy segura de cómo interpretarlo. En fin, se acomodó la ropa, salió del auto y buscó sus cosas, sin pronunciar palabra. 
La postura era primordial, y ante todo debía conservarla. Por eso no le ofreció ayuda para subirse a la moto, aunque era evidente lo que le costaba. Escuchó el ruido del motor y un desasosiego se apoderó de él, pero ni aún así rompió su silencio. Pero ella se bajaba de la moto, con el motor aún en marcha; dejó el casco sobre el tanque y se aproximó hacia él. Sacó su celular de la campera y el miedo se apoderó de él porque lo primero que le vino a la cabeza fue un escrache en su naciente carrera, se sabía perdido en ese mismo instante. Ella desbloqueó el aparato y le dijo.
Disculpá, ¿me darías tu teléfono?

7 comentarios - Policía

silversen +1
Excelente, que lindo relato y como dejaste más duro que la crisis jaja. Saludos
Tengoleche70 +1
Ahhh excelente. Me encantó. Me la dejaste dura
Pervberto +2
Tan largo como espectacular, caliente y bien narrado. Desde los tiempos de The Police que una historia con la cana no me hacía tanto bien.
Abull4u +1
excelente relato!!!
Gracias por compartir
te escribo al chat x la consigna
DarKnight36a
se agradece la frescura del relato a dos tiempos que se sale de lo tradicional, y tu imaginación es sumamente vívida haciendo que el lector sienta las emociones a flor de piel,

Saludos
Starscream12
Volviendo a leer algunos y no sabes cómo me ponen