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Capítulo 17.
Duelo de Hermanas.
Durante la noche que pasé en la pieza de Gisela no pude dormir casi nada, por eso me pasé buena parte del día siguiente durmiendo. Eso provocó que mi horario de sueño quedara desfasado con respecto al horario en el que dormía mi tía Cristela, por eso no nos vimos mucho en los días siguientes. Por la tarde solía tener la pieza solo para mí, y eso me hizo bajar la guardia. Confiado en que mi tía no entraría hasta la noche, decidí hacerme una buena paja. En mi cabeza tenía miles de imágenes que me pedían atención a gritos. Iban desde las tetas de Gisela, pasando por la boca de Pilar, hasta la concha de Estefanía. Me siento culpable por tener estos pensamientos con mis hermanas; pero no puedo evitarlos. Me basta con recordar la humedad de la concha de Estefanía y la tibieza de su sexo para que la verga se me ponga completamente dura.
Cuando estaba concentrado en plena paja, la puerta se abrió. Lo que me sorprendió fue mi propia falta de sorpresa. Sé que suena contradictorio. Me explico: hace unos meses, cuando empezó esto del aislamiento, uno de mis mayores temores era que una de las mujeres de mi familia me sorprendiera masturbándome; pero como ocurrió varias veces, y ya todas me vieron desnudo y con la verga dura, no me importó que alguien entrara a mi pieza justo en ese momento y me sorprendiera con las manos en la masa. Me dio igual, sabía que podía explicarle la situación a cualquiera de ellas, incluso a Gisela, y que ellas sabrían comprender.
La intrusa resultó ser Cristela. Pude notar cómo sus ojos brillaban al verme la pija y entró al cuarto dando pequeños saltitos, como si fuera un duende… bueno, un duende con unas tetas inmensas. Ni siquiera tenía puesto un corpiño, sus firmes pezones apuntaban hacia adelante y las tetas rebotaron con cada salto. Cerró la puerta detrás de ella y se acercó a la cama, meneándose como una gata en celo. Supe cuáles eran sus intenciones y eso me llevó a acelerar considerablemente el ritmo de mi paja.
―Tranquilo, Nahuel ―me dijo―, si le seguís dando tanto a la manija, te va a explotar la verga. ―Tomó mi mano y la apartó suavemente de mi verga―. Eso, dejá que la tía se haga cargo. No creas que me olvidé del acuerdo que tenemos. Te prometí que te iba a ayudar con tu problema, y eso pienso hacer. Voy a estar muy orgullosa de vos el día que aprendas a contenerte.
―¿Cuando deje de acabar en menos de cinco minutos? ―Pregunté, mientras miraba maravillado sus grandes melones. En la parte de abajo solamente tenía puesta una pequeña colaless rosada, la tela no era transparente, pero sí le marcaba muy bien los gajos vaginales.
―Sí. A tu mamá le preocupa que puedas quedar impotente, lo cual es una boludez. A mí me preocupa más que puedas pasar vergüenza el día que empieces a relacionarte con mujeres.
―Sí, a mí también. Eso lo veo como algo mucho más realista.
―Lo es. Conozco hombres que pasaron malos momentos por culpa de la eyaculación precoz, y no quiero que a mi sobrino le pase lo mismo. Así que a partir de hoy vas a comenzar tu tratamiento sexual con la tía Cristela.
―Suena bien ―dije, a pesar de que estaba muy avergonzado.
¿De verdad ella pretende chuparme la v…?
Sí… sí lo prende.
No me dio tiempo a reaccionar. Su boca se acercó rápidamente a mi verga y se metió todo el glande adentro, me miró con una sonrisa y con ojos de gata. Cuando sentí su lengua moviéndose alrededor de la cabeza de la pija, casi me vuelvo loco. Mi espalda se arqueó en un potente espasmo y eso provocó que más de la mitad de la verga se clavara en la boca de mi tía. Ella emitió un sonido gutural, creí que la estaba ahogando, pero no fue así. Agarró mi verga con más fuerza, la apretó con sus labios, y pude sentir cómo empezaba a succionar. Esto fue impresionante. Cuando mi verga estuvo dentro de la boca de mi mamá, Alicia no succionó de esta manera.
De pronto Cristela retrocedió, sacándose el pene de la boca.
―Bueno ―dijo, limpiándose la saliva con el dorso de la mano―. Esa fue una pequeña demostración de lo que puede hacer tu tía.
―¡Wow! Eso fue…
―¿Te gustó? ―Preguntó con picardía.
―¡Mucho! No me imaginé que se sentiría tan… no sé cómo explicarlo.
―Como si la vida se escapara por la punta de la verga.
―Sí… ¿cómo sabés, si no tenés verga?
―Sonso… porque a las mujeres nos pasa lo mismo, con la concha… si recibimos el estímulo apropiado. Es una sensación maravillosa, y espero que aprendas a ser considerado con las mujeres y que, cuando tengas sexo con alguna, la ayudes a sentir lo mismo.
―Te prometo que lo voy a hacer.
Cristela volvió a lo suyo. Lamió mi pene lentamente, partiendo desde los testículos. Recorrió cada milímetro de mi miembro con su lengua, siempre mirándome fijamente con sus ojos de gata en celo. Mis palpitaciones volvieron a intensificarse. Mi tía me estaba chupando la pija… y se sentía como si fuera la primera vez. Es cierto que mi prima Ayelén me la chupó, y que Macarena y mi mamá también tuvieron mi verga en sus bocas; pero la forma en la que me la estaba chupando Cristela era diferente. Ella lo estaba disfrutando y no le molestaba hacérmelo saber. No dejaba de sonreír cada vez que tenía la oportunidad y cuando cerraba sus labios sobre mi glande, cerraba los ojos y lo degustaba con pasión, como si fuera el helado más rico del mundo.
A la tercera o cuarta vez que hizo eso, mi líbido se disparó… junto con toda la leche que tenía cargada en los huevos. Evitarlo fue una tarea inútil. Ni siquiera tuve tiempo de advertirle a mi tía. Todo el semen saltó dentro de su boca, en potentes chorros… tan potentes que la leche empezó a chorrear por la comisura de sus labios. Sacó la pija de su boca, imagino que lo hizo porque ya no pudo aguantar tanta cantidad de semen, y las últimas descargas cayeron sobre su cara… de forma totalmente intencional. Cristela apoyó la verga contra su mejilla y dejó que los chorros de leche le cayeran encima. Para mí fue un orgasmo alucinante, tan potente que hasta sentí un leve dolor en la boca del estómago, seguido de una extraña sensación de vacío… como si toda la vida se me estuviera escapando por la punta de la verga.
―¡Ay, Nahuel! ¡Me bañaste en leche, como a Cleopatra!
Estuve a punto de pedirle perdón, algo que se volvió una práctica habitual cada vez que acabo; sin embargo por la cara de felicidad de mi tía, y porque ella buscó el semen, supuse que pedir disculpas era innecesario.
―¿Te gustó? ―Le pregunté.
―¡Me encantó! ―Chupó mi verga otra vez, tragándose los restos de semen que habían quedado sobre ella―. Acabaste un poquito rápido ―me dijo, cuando dejó de chupar―. Me hubiera gustado seguir más tiempo. Al parecer vamos a tener que trabajar más de lo que imaginaba. Quizás no debí ser tan… intensa.
―Me gustó mucho lo que hiciste, tía.
―Gracias. No le cuentes a tus hermanas, porque no quiero que piensen mal de mí, pero… a mí me encanta chupar pijas. Cuando estuve con Dante, mi ex pareja, se la chupaba casi todos los días… y no solo eso, a veces traía a alguno de sus amigos a casa… y se la chupaba a los dos juntos.
―¡Wow! ¿De verdad? Me parece muy loco. Pensé que las mujeres solo hacían esas cosas en las películas porno.
―No, sonso… hay muchas mujeres que se comieron dos pijas juntas alguna vez. Yo soy una de esas, lo hice varias veces. Al principio me daba un poquito de vergüenza; pero después empecé a disfrutarlo cada vez más. A Dante le encantaba verme chupando dos pijas. Lo hacía quedar bien con los amigos, y yo la pasaba bárbaro. Por eso me está afectando tanto esta puta cuarentena, estaba acostumbrada a comer pija todos los días, y a veces hasta me comía más de una… y de pronto, nada. Sequía total. Agradezco que tu mamá tuviera esta idea tan loca, a vos te va a ayudar un montón, para adquirir experiencia, y a mí me va a venir bien para calmar la abstinencia sexual. Los dos salimos ganando.
―Eso me agrada. Así no me siento tan culpable porque tengas que chupármela…
Ella soltó una risita picarona.
―Ay, Nahuel. No te sientas ni un poquito culpable, a mí me encanta chuparte la pija… ¡Mirá el pedazo de verga que tenés! Serás mi sobrino, pero… ¿cómo no voy a disfrutar al comerme todo esto? Ahora que lo hicimos, y ya rompimos el hielo, estoy muy entusiasmada. Tengo muchas ganas de ayudarte con tu problemita…aunque más ganas tengo de comer verga… y que me llenen la cara de leche. Por cierto, esa es otra cosa que me gusta mucho. Tardé años en admitirlo, pero… ¡uf! ¡cómo me calienta que me llenen la cara de leche! Seguramente eso lo viste mucho en películas porno y desde ya te adelanto que sí, hay mujeres a las que les gusta. No a todas, por supuesto…
―Pero a vos sí…
―Sí… a mí me encanta. ―Sonrió con la cara cubierta de líneas blancas irregulares―. Y te digo más: podemos hacer un acuerdo, si dejamos las cosas claras. Es cierto que vos necesitás “entrenar” un poquito con esto ―señaló mi verga―, y también sé que te encanta que te chupen la verga, nada más basta con ver la carita de felicidad que tenés ahora. A mí la abstinencia sexual me está pegando mal, por eso… no tengas miedo de pedirme que te chupe la pija. No te prometo que lo vaya a hacer siempre que me lo pidas, porque habrá días en los que no tenga ganas; pero… sí te prometo que no me voy a ofender si me lo pedís. Así que no tengas miedo en decirlo.
―Me gusta esa idea.
Volvió a darle un fuerte chupón a mi verga y luego dijo:
―Bueno, de momento lo dejamos por acá.
―Perdón por durar tan poco…
―No te sientas mal por eso, vas a ver que con tu tía Cristela vas a aprender a superar ese pequeño problema ―me guiñó un ojo.
Sus palabras me tranquilizaron mucho.
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A pesar de mis ganas por volver a experimentar un pete por parte de mi tía Cristela, no se lo pedí al día siguiente. No quería abusar de su generosidad. Me mantuve en un par de días de rutinaria cuarentena y pasé la mayor parte del tiempo en mi dormitorio, para no tener que salir y encontrarme con Ayelén. Aún no sabía qué haría ella al respecto de lo que vio en el baño de mi mamá; pero sabía que no sería nada bueno. La muy desgraciada debía estar esperando al momento apropiado para saltarme a la yugular, desde algún rincón oscuro de la casa, como lo haría un tigre.
Tres días después recibí algunos mensajes que rompieron con la monotonía. Se trataba de Celeste quien, al parecer, ya había arreglado las cosas con Gisela y estaba dispuesta a seguir conversando conmigo.
―¿Cómo andás, pendejo? Te extrañé ―me dijo en su primer mensaje, al cual adjuntó una foto muy caliente de sus imponentes tetas.
Le dije que yo también la extrañé a ella, y en especial a sus tetas. A ella le gustó el comentario y aprovechó para pasarme un par de fotos más de sus melones. Luego, para mi sopresa, me mandó una de las fotos que me saqué con Gisela. Mi hermana mayor sonreía mirando a la pantalla, con mi verga apoyada a un costado de su cara. Esa imagen me generó un fuerte impacto.
―No sabés las pajas que me hice mirando esa foto ―confesó la rubia―. Gise se ve preciosa con la pija de su hermanito en la cara.
―Em… no creo que a Gise le haya hecho mucha gracia…
―Quizás no… o quizás le gustó. Decime: ¿Se puso mimosa con vos?
―¿A qué te referís?
―Si hizo algo más que sacarse la foto con tu pija en la cara.
―Eh… también me tocó la verga un rato… ―lo dije de forma automática, ni siquiera pensé en las consecuencias que esas palabras podrían traer.
―¡Uf! Eso me pone a mil.
―¿Porque te gusta ver a Gisela con una verga?
―En parte, sí… pero también porque me calienta que esa verga sea la de su hermano. Me volví loca cuando vi la foto, no lo podía creer.
―No sabía que te gustaran ese tipo de cosas…
―¿Acaso me vas a decir que el incesto no te da un poco de morbo?
No supe qué responder, mucho menos después de todo lo que pasó con mis hermanas, mi tía, mi prima… y mi mamá.
―Me encantaría ver más fotos como esa ―continuó diciendo Celeste―. Son un gran incentivo para las pajas de cuarentena.
―No le puedo pedir a Gisela que se saque fotos así conmigo.
―No te preocupes, no se las vas a pedir vos… se las voy a pedir yo.
―Dudo mucho que acceda. Además ¿qué sentido tienen esas fotos? Si entre mi hermana y yo no pasa nada raro.
―No importa, mi imaginación se encarga de rellenar los espacios vacíos. Pero… no se puede negar que esa foto de Gise al lado de tu pija es un poquito rara. O sea, la tenías re dura. Ahora ya sé por qué la tenías así, la muy guacha te estuvo tocando.
Quise explicarle que mi verga ya estaba dura de antes; pero eso también involucraba a una de mis hermanas.
―Algún día se va a terminar esta cuarentena de mierda, pendejo ―dijo la rubia―, y ese día te voy a comer toda la chota. Te mando un regalito, para que veas lo que soy capaz de hacer.
El regalito resultó ser un video de lo más interesante. Pude ver a Celeste comiéndose una buena pija. No podía ver toda su cara, pero sí su boca, pintada de un radiante rojo, tragando esa gruesa verga. La chupó con esmero hasta que recibió todo el semen, el cual tragó sin ningún tipo de problema. La secuencia era corta, al parecer comenzaron a grabar sobre los últimos minutos del pete; pero era lo suficientemente gráfica y explícita como para que yo pudiera imaginarme a Celeste comiéndome la chota, tal y como ella prometió.
La calentura me llevó por un camino obvio: empecé a hacerme una paja en mi cama. Fue allí cuando recordé a mi tía Cristela. Por más que ella me hubiera dicho que no se iba a ofender, aún no me animaba a pedírselo abiertamente. Como tenía el celular en una mano ( y la verga en la otra), decidí mandarle un mensaje. Simplemente puse: “Tía, ¿podés venir a mi pieza? Necesito que me ayudes con algo”.
Esperé durante un par de minutos, sin dejar de tocarme; sin embargo, como no quería acabar, lo hice a ritmo lento, casi como si fueran caricias. Mientras tanto reproduje el video de Celeste una y otra vez.
La puerta se abrió y me sobresalté, porque me sentí culpable. Mi tía estaba allí y ya me había arrepentido de llamarla. Pero ella me demostró que mis sentimientos de culpa eran injustificados.
―¡Por fin! ―Exclamó con una radiante sonrisa, mirando mi verga erecta―. Pensé que ya te habías olvidado de nuestro acuerdo. No sabés las ganas que tengo de chupar pija.
Esas palabras me aceleraron el corazón. De verdad me la iba a chupar otra vez. ¿Se puede pedir una tía mejor que esta?
Cristela cerró la puerta y luego se quitó la remera, liberando sus grandes tetas, quedando solamente en tanga.
Se lanzó sobre la cama y, sin darme tiempo a nada, posó sus ubres sobre mi falo y comenzó a masturbarme de una forma que yo solo había visto en videos porno. Nunca me imaginé que se sentiría tan bien que una mujer hiciera eso con sus tetas. Lo mejor llegó cuando Cristela cerró su boca sobre mi glande y comenzó a darle jugosos chupones. ¡Uf! Fue tremendo. Todo mi cuerpo sufrió espasmos y por cómo me moví la obligué a tragar una buena parte de mi verga. Ella no se molestó en absoluto. Dejó las tetas de lado y comenzó a tragar toda la pija, una y otra vez, demostrándome una vez más que tiene talento para esto, y que le gusta mucho.
Esta vez Cristela fue haciendo pequeñas pausas en las que dejaba de chupar y se limitaba a acariciar mi verga durante unos segundos, para luego volver a tragarla. Entendí que me estaba dando tiempo para recuperarme del impacto, y creo que funcionó. Comencé a notar que estaba durando más que la última vez.
―Sabés que no me molesta que acabes ―dijo, mirándome con sus ojos de gata―; pero intentá aguantar todo lo que puedas. Sé que tu problema viene porque no estás acostumbrado a esta clase de “contacto femenino”. Por eso creo que lo mejor, para que te acostumbres a las mujeres, es que… que toques un poco. ―Tomó una de mis manos y la llevó hasta su teta―. Tocame las tetas todo lo que quieras, no me voy a ofender. Me gusta que la gente me halague las tetas.
―Em… son muy lindas… y bien grandes. Me gustan las tetonas ―supuse que esa frase podría sentar mal a Macarena, pero es la verdad. Las mujeres con buena delantera tienen mucho encanto. De todas formas Macarena no tiene nada de qué preocuparse, su atractivo físico y su encantadora personalidad la convierten en una mujer más que deseable.
―Gracias, me alegra que te gusten. ¿Te puedo hacer una pregunta, Nahuel? Y quiero que me respondas con sinceridad… y que no te de vergüenza, estamos en confianza.
―¿Qué pregunta? ―Dije, poniéndome tenso.
―¿Alguna vez le viste la concha a una mujer… de cerca?
La pregunta fue como un cachetazo. Lo primero que se me vino a la mente fue el momento en que mi mamá se abrió de piernas delante de mí en la bañera, luego estas imágenes fueron reemplazadas por la concha de Pilar, que pude verla desde muy cerca. También pensé en Macarena y en Tefi… pero no podía decirle esto a mi tía. Eran situaciones complicadas que, al sacarlas de contexto, podrían generar un gran malentendido.
―Ahora que a Macarena se le da por andar desnuda ―comencé diciendo―, sí puedo decir que vi una concha. ¿Eso cuenta como verla de cerca?
―No. Me refiero a verla desde bien cerca. Casi contra la cara. Me imaginé que nunca habías estado en esa situación. Esa experiencia te podría ayudar mucho a relajarte con las mujeres… a perderles un poquito el miedo, y a no tener tanta ansiedad. Porque es la ansiedad lo que hace acabar tan rápido.
―Sin ánimo de ofender, tía; pero… ya sé cómo es una concha. ¿Qué puede cambiar si la veo de cerca? En fotos sí las vi de cerca...
―Es que la cuestión no es verlas… es olerlas.
―¿Eh?
Ella soltó una risita picarona.
―Sí, Nahuel. ¿Nunca escuchaste hablar del olor a concha? ¿Sabías que las mujeres emitimos feromonas por la vagina que son capaces de excitar a otra persona?
―No lo sabía…
―Bueno, es cierto. El sexo tiene una gran base psicológica, estoy segura de que Macarena te va a poder explicar mejor sobre eso. Sin embargo también hay cuestiones muy físicas, mucho más tangibles. De eso sé un poco más… por experiencia. Me imagino que cuando a vos se te cruzan los factores físicos con los psicológicos… ¡Puf! Leche por todos lados. En conclusión: Si acabás tan rápido es porque te trabaja mucho la cabeza. Y te trabaja mucho la cabeza porque no estás acostumbrado a los factores físicos. Todo te parece novedoso. Pero no te preocupes, tu tía está acá para ayudarte con todo eso ―me guiñó un ojo y le dio un fuerte chupón a mi verga, tan fuerte que al soltarla hizo un sonido parecido al de un corcho que salta fuera de una botella―. Me da la impresión de que ya estás por acabar, y como no quiero que eso pase, mejor pasamos a la siguiente fase de este… em… ¿entrenamiento? Sí, creo que lo podríamos llamar así.
Cristela se puso de pie junto a la cama, me dio la espalda y me mostró su culo. Quizás sus nalgas no eran las mejores si las comparaba con las de mis hermanas; pero ellas tienen veinte años menos que Cristela, más de una firmaría un contrato si la garantizaran que a la edad de mi tía todavía mantendrían un culo tan firme.
La pelirroja se bajó la tanga lentamente y pude ver aparecer sus gajos vaginales bien apretados. Parecían una boca vertical. Luego volvió a la cama, volviendo a mirarme de frente, e hizo algo que me recordó mucho al momento en la bañera con mi mamá: se puso como una rana justo sobre mí. Su concha me quedó tan cerca de la cara que pude sentir el golpe del aroma a mujer. Ella tenía razón, ese olor, entre dulce y prohibido, es capaz de provocar una fuerte excitación. Mi verga se puso tensa al máximo.
―¿Podés sentirlo? ―Me preguntó. Habló con voz baja, casi como si fuéramos amantes escondiéndonos de su marido.
―Sí… y lo que dijiste es cierto. Me gusta.
―Se va a poner mejor cuando empiece a tocarme. ¿Sabés dónde está el clítoris, cierto?
―Sí… acá ―respondí de forma automática y toqué ese botoncito que asomaba por la parte superior de sus labios vaginales.
―Perfecto. Por un momento tuve miedo de que tu ignorancia sexual fuera mucho peor.
―Sé algunas cositas básicas...
―Y ya es hora de que empieces a aprender el resto. El sexo es mucho más complejo de lo que te imaginás, siempre se pueden descubrir nuevas sensaciones. Y ese olorcito a concha que tanto te gusta, se va a poner más interesante cuando yo me empiece a tocar.
Sus dedos se posaron sobre el clítoris y comenzaron a masajearlo formando pequeños círculos. Luego acarició sus labios vaginales de abajo hacia arriba. Lo que dijo, una vez más, fue cierto. Ese aroma a sexo femenino se volvió más intenso y pude ver cómo la rajita se le iba humedeciendo. Esa “humedad” se hizo evidente cuando mandó los dedos para adentro.
―Esto me da mucha vergüenza, aunque no lo parezca ―dijo mi tía―. Estoy quedando como una pajera frente a mi sobrino. Pero ya lo hablamos, en tiempo de abstinencia sexual, la paja es la mejor aliada.
―Para mí no tiene nada de malo…
―Y no lo tiene, lo que pasa es que… la presión social… si yo le cuento a mis amigas que a mi edad me sigo haciendo la paja casi todos los días, se reirían de mí… y lo más probable es que ellas hagan lo mismo, solo que no lo admiten.
Me estaba tocando lentamente mientras admiraba los imponentes gajos vaginales de mi tía y cómo los dedos entraban y salían de su húmedo agujero, cuando la puerta de la pieza se abrió.
―¿Todo bien? ―Preguntó mi mamá, mientras ingresaba.
―Ay, Alicia… me asustaste ―dijo Cristela―. Pensé que era Ayelén… o alguna de tus hijas. Cerrá la puerta.
―Perdón, es que… quería saber… ―cerró la puerta detrás de ella.
―Sí, ya sé lo que querías saber. Esto no es un consultorio médico, Alicia… tu hijo no se va a morir porque le chupen la pija.
―Ya lo sé; pero… me preocupo. ¿Qué hacés así arriba de él?
Me pareció curioso que mi mamá preguntara eso con tanto tono acusador, ya que ella había hecho algo muy parecido conmigo apenas unos días antes.
―¿Ves? Por eso te dije que no quería que vinieras ―se quejó mi tía, sin dejar de tocarse―. Sabía que me ibas a cuestionar por todo, como lo hacés siempre.
Esta era otra de las típicas discusiones de hermanas que se generaban entre mi mamá y mi tía, y por culpa del encierro y la rutina, se están volviendo cada vez más frecuentes. Ayer se pasaron más de una hora discutiendo si las plantas de interior estaban recibiendo demasiado sol, o no. Porque a Cristela se le ocurrió “redecorar” la casa y cambió varios muebles y plantas de lugar. Como mi mamá detesta que le cambien las cosas de lugar, buscó la primera excusa que se le ocurrió para comenzar una pelea: las putas plantas. “¿No ves que al potus se le van a poner las hojas amarillas si le da el sol del mediodía?”. “El ficus no crece bien en ese rincón, dejalo donde estaba”. “Al anturio rojo no le puede dar la luz directa, no lo pongas tan cerca de la ventana”.
Gisela intentó calmar esta discusión, pero rápidamente descubrió que era inútil, los argumentos no servían de nada, las dos hermanas solo querían discutir porque ya no aguantaban la presión del encierro.
―No te estoy cuestionando nada ―respondió mi mamá, dio la vuelta a la cama, pasando por detrás de mi tía, y se sentó a mi lado, casi donde Cristela tenía una de sus rodillas―. Lo que pasa es que no me esperaba encontrarte desnuda… tan cerca de Nahuel.
―¿Y eso te molesta?
―No, Cristela… no me molesta. Entiendo que tu intención es ayudar a Nahuel. ―dijo Alicia, poniendo los ojos en blanco―. Solamente me sorprende, porque no entiendo para qué lo hacés. ¿Cuál es la intención?
―Lo que busco es que Nahuel se acostumbre al olor a concha ―mi mamá arrugó la nariz, como si hubiera captado un olor desagradable―. No pongas esa cara, Alicia, que yo soy muy limpita y lo sabés. Me refiero al olor que emana del sexo femenino cuando una mujer se excita. ―A pesar de tener a mi mamá sentada a mi lado, mis ojos seguían clavados en la preciosa vagina de mi tía. Tenía unas ganas impresionantes de tocarla―. ¿Sabías que las mujeres emitimos feromonas que pueden excitar a las personas?
―No lo sabía ―respondió Alicia―. Pero no sé si será tan así… o sea, a mí el olor a concha no me excita.
―Mejor dicho: no querés admitir que sí te puede excitar el olor de una concha ―el contraataque de mi tía me impactó mucho.
―No digas boludeces, Cristela. Nahuel va a terminar pensando que su madre es tortillera.
―Nunca dije que lo fueras ―se apresuró a responder mi tía.
―Pero lo insinuaste…
―No, Alicia. De verdad. Lo que quise decir es que las feromonas que emiten las mujeres también reaccionan con otras mujeres. ―Mi mamá la miró como si estuviera hablando en chino―. Es una cuestión física… o química, no sé muy bien. La cuestión es que una mujer también se puede excitar con el olor a concha, sea lesbiana o no.
―Ahora sí me parece que estás diciendo boludeces, Cristela.
―¿Querés probar? ―Preguntó mi tía, con una mirada desafiante.
―No, claro que no. Está Nahuel… y sos mi hermana.
―Y él es mi sobrino, y se ve que no te molesta que le chupe la pija.
―Es diferente, eso lo hacés para ayudarlo.
―Esto también lo ayudaría mucho. Tomalo como una pequeña clase de educación sexual, Alicia. Tanto él como vos aprenderían algo importante. ¿No te parece, Nahuel?
Meses atrás me hubiera quedado callado como un imbécil ante semejante propuesta; sin embargo el trato con mis hermanas me fue dando un poquito más de confianza.
―Sí, totalmente ―dije, sin dudarlo―. Me ayudaría un montón para saber si es cierto que también tiene efecto con otras mujeres. ―Hablé sin dejar de pajearme, pero lo hice despacio, porque no quería acabar.
―¿Ya ves? Tu hijo también quiere que hagamos la prueba.
―Mm… pero solo lo hacemos como “clase de educación sexual”, ¿está claro? ―Estas palabras de Alicia estuvieron más dirigidas a mí que a su hermana.
―Sí, mamá, está claro.
―Bueno, está bien. A pesar de que la idea no me gusta nada… vamos a probar ―accedió.
―¡Perfecto! ―Exclamó mi tía.
Luego se apartó de mí y mi mamá, sin que le dijeran nada, se acostó en la cama. Tuve que hacerme un poco a un lado, para darle lugar. En ese momento, al poder verla de cuerpo completo, me di cuenta de que mi mamá solamente tenía puesta una blusa sin mangas, blanca, y una tanga del mismo color. Se trataba de una tanga sencilla, sin embargo era lo suficientemente ajustada como para que se marcara claramente la división de sus labios vaginales.
Cristela se colocó sobre Alicia, de la misma forma en que lo había hecho conmigo. Acercó su concha a la cara de su hermana y, con total naturalidad, comenzó a masturbarse. Por supuesto, yo hice lo mismo. No suelo mirar videos de porno lésbico; pero las veces que lo hice los encontré bastante interesantes y eróticos. Esta secuencia era mucho más potente que cualquier video porno, no solo por estar viéndola desde tan cerca, sino porque mi cerebro no dejaba de recordarme que esas eran mi mamá y mi tía… y que son hermanas.
―¿Sentís el olorcito? ―Le preguntó Cristela, con cierto tono picaresco.
―Sí, claro…
―¿Y no decís nada al respecto? ―Sus dedos se movían sobre su mojada concha, abriéndola y cerrándola, masajeando el clítoris y acariciando los labios.
―Mmm… es agradable.
―¿De verdad? Con lo estricta que sos, me sorprende que admitas eso.
―Estoy siendo sincera ―aseguró Alicia―. No quiero darle a mi hijo la imagen incorrecta, tampoco quiero que piense que a mí me gustan las mujeres o algo así. Pero tampoco quiero generarle un rechazo hacia el sexo femenino. Tiene un lindo olor, que me recuerda mucho al sexo en general… aunque eso no significa que vaya a excitarme.
―Bueno, yo sí me estoy excitando… y mucho.
―Eso es porque te estás tocando ―dijo mi mamá, como si subrayara una obviedad.
―No es solo por eso. Me da un poquito de morbo que la gente me mire mientras me masturbo… especialmente si me miran desde tan cerca.
―¿Aunque yo sea tu hermana?
―Ya sabés que sí… ―ese “ya sabés” me llamó la atención, me dio la impresión de que estaban hablando de un tema que ambas conocían muy bien. Quizás hacía referencia a alguna charla entre hermanas que tuvieron en el pasado. No pregunté porque preferí seguir mirando y escuchando en silencio, para ver hacia dónde iba la cosa―. Hay cuestiones del sexo que traspasan muchas barreras. Como a Nahuel, que se le para la verga al mirarle el culo a sus hermanas.
―Y eso no está mal ―dijo Alicia, como si me estuviera defendiendo ante un juez―. Él no lo puede evitar.
―Sí, lo sé. A eso mismo me refiero, yo no puedo evitar excitarme si me toco frente a vos… así como vos tampoco vas a poder evitar calentarte al sentir el olor de mi concha.
Abrió sus gajos vaginales y mostró su húmedo y rosado agujero, estaba dilatado, como si le hubieran metido una verga recientemente; pero esto quizás se deba a que yo vi de cerca la concha de Pilar y ella es virgen, por eso estaba más “cerradita”. Ahora que hago memoria, la de mi mamá estaba tan abierta como la de su hermana; pero ella tuvo cinco hijos… ¿tendrá eso que ver? No lo sé… quizás algún día se lo pregunte a Cristela.
―No me estoy calentando ―aseguró mi mamá.
―¿De verdad? Porque yo te veo la cara y estás cada vez más roja, Alicia. ―Cristela movió la cadera y su concha estuvo a punto de rozar los labios de mi madre.
―Será porque vos estás caliente… y estás muy cerca…
―A mí me parece que es porque te estás excitando… y hay una forma de comprobarlo…
Cristela estiró su brazo izquierdo hacia atrás y, sin pedir permiso, metió la mano dentro de la tanga de su hermana.
―¡Ay, Cristela! ―Se quejó Alicia.
―¡Yo sabía! ―Cuando la mano de mi tía volvió a ubicarse delante de ella, pudimos ver que tenía los dedos cubiertos de un líquido viscoso y transparente―. Tenés la concha mojada, no lo podés negar. ¿Viste? Yo tenía razón.
Mi mamá se quedó muda. Ella detesta admitir que su hermana tiene razón. Está entre sus peores fobias. A veces pienso que odia más darle la razón a Cristela que los gérmenes.
Mi tía volvió a meter la mano dentro de la tanga de Alicia, solo para mostrar que esta vez los dedos salieron aún más húmedos.
―Mirá, Nahuel ―me dijo, mostrándome esos dedos―. Esto es lo que le pasa a las mujeres cuando se excitan: se mojan. ―Supe que no lo decía para explicar la lubricación femenina; su intención era clara: molestar a su hermana―. Te diría que toques vos mismo, para comprobarlo; pero sé que tu mamá no lo va a permitir.
―No me molesta que mi hijo me toque la concha ―se apresuró a decir mi mamá. Esto me recordó la charla que tuvimos en el baño. Como mi tía no estuvo presente, no entendió nada.
―¿No te molesta a pesar de que es tu hijo? ―Preguntó Cristela, incrédula.
―Justamente por eso no me molesta: es mi hijo. Estamos en confianza… y si la idea es tener una pequeña charla de educación sexual con él, entonces no me molesta que toque.
―¿Escuchaste, Nahuel? Aprovechá ahora antes de que se arrepienta. Fijate que lo que digo es muy cierto, a tu mami se le mojó la concha tanto como a mí… o más.
Muchas cosas estaban cambiando en mi actitud, y fue en este preciso instante en el que noté otro cambio importante. Antes me hubiera dado mucha vergüenza tocar a mi mamá de esa forma; pero ahora… no sé… hay algo dentro de mí diciendo: “Hacelo, a ella no le va a molestar”.
Con la pija aún dura me puse de rodillas en la cama, muy cerca de la cadera de mi mamá.
―Sacame la tanga ―dijo Alicia, con tranquilidad.
―Uy, hermana… qué picarona te volviste. Me dejás sorprendida.
―Callate, Cristela. No lo hago por “picarona”. No seas boluda.
Cristela simplemente se rió como si fuera la villana de una película de princesas.
Tomé la tanga de mi mamá y comencé a bajarla lentamente, me fascinó ver su monte de venus apareciendo. Al tener la concha completamente depilada, daba la impresión de ser mucho más joven, como de la edad de Macarena. No fue necesario tocar para comprobar que, efectivamente, la tenía mojada, ya que hilitos de flujo quedaron pegados a la tela blanca de la tanga. Sin embargo ya me había dado permiso para hacerlo y no quería perder la oportunidad. La verga me lo pedía, era como si me dijera: “Este puede ser buen material para una paja”.
Pasé los dedos lentamente por los gajos vaginales de mi madre, yendo de abajo hacia arriba. En el camino pude recolectar una buena cantidad de flujos, la cual llevé hasta su clítoris. No sé por qué, pero de pronto me dieron ganas de acariciarlo en círculos, tal y como mi tía Cristela lo hacía con su concha, aunque ahora yo solo podía ver la espalda de la pelirroja. Me masturbé con la mano libre y me quedé allí unos segundos, sin dejar de sorprenderme por lo permisiva que se había vuelto mi madre.
―Bueno, creo que ya está ―dijo Alicia, eso me hizo apartar la mano rápidamente―. Ya demostraste tu punto, Cristela. ¿Podrías salir de arriba mío?
―No.
―¿Por qué no?
―Porque ayer me trataste muy mal. ¿Y sabés lo que eso significa? Nahuel ¿Querés saber cómo hacía para resolver mis peleas con mi hermana cuando yo tenía tu edad?
―No, ni hablar… ni se te ocurra ―dijo Alicia.
―¿De qué hablan? ―Pregunté, sin entender nada.
―Cristela, en serio. No vuelvas con eso. Me voy a enojar.
―Más me hiciste enojar a mí, por culpa de las putas plantas.
No tenía ni la más pálida idea de lo que hablaban; pero algo me decía que de ahora en adelante cambiaría mucho mi visión sobre la relación de hermanas que tienen Alicia y Cristela. Mi tía parecía decidida a llevar su maquiavélico plan a cabo, y yo, como buen pajero y curioso que soy, quería ver de qué se trataba.
Capítulo 17.
Duelo de Hermanas.
Durante la noche que pasé en la pieza de Gisela no pude dormir casi nada, por eso me pasé buena parte del día siguiente durmiendo. Eso provocó que mi horario de sueño quedara desfasado con respecto al horario en el que dormía mi tía Cristela, por eso no nos vimos mucho en los días siguientes. Por la tarde solía tener la pieza solo para mí, y eso me hizo bajar la guardia. Confiado en que mi tía no entraría hasta la noche, decidí hacerme una buena paja. En mi cabeza tenía miles de imágenes que me pedían atención a gritos. Iban desde las tetas de Gisela, pasando por la boca de Pilar, hasta la concha de Estefanía. Me siento culpable por tener estos pensamientos con mis hermanas; pero no puedo evitarlos. Me basta con recordar la humedad de la concha de Estefanía y la tibieza de su sexo para que la verga se me ponga completamente dura.
Cuando estaba concentrado en plena paja, la puerta se abrió. Lo que me sorprendió fue mi propia falta de sorpresa. Sé que suena contradictorio. Me explico: hace unos meses, cuando empezó esto del aislamiento, uno de mis mayores temores era que una de las mujeres de mi familia me sorprendiera masturbándome; pero como ocurrió varias veces, y ya todas me vieron desnudo y con la verga dura, no me importó que alguien entrara a mi pieza justo en ese momento y me sorprendiera con las manos en la masa. Me dio igual, sabía que podía explicarle la situación a cualquiera de ellas, incluso a Gisela, y que ellas sabrían comprender.
La intrusa resultó ser Cristela. Pude notar cómo sus ojos brillaban al verme la pija y entró al cuarto dando pequeños saltitos, como si fuera un duende… bueno, un duende con unas tetas inmensas. Ni siquiera tenía puesto un corpiño, sus firmes pezones apuntaban hacia adelante y las tetas rebotaron con cada salto. Cerró la puerta detrás de ella y se acercó a la cama, meneándose como una gata en celo. Supe cuáles eran sus intenciones y eso me llevó a acelerar considerablemente el ritmo de mi paja.
―Tranquilo, Nahuel ―me dijo―, si le seguís dando tanto a la manija, te va a explotar la verga. ―Tomó mi mano y la apartó suavemente de mi verga―. Eso, dejá que la tía se haga cargo. No creas que me olvidé del acuerdo que tenemos. Te prometí que te iba a ayudar con tu problema, y eso pienso hacer. Voy a estar muy orgullosa de vos el día que aprendas a contenerte.
―¿Cuando deje de acabar en menos de cinco minutos? ―Pregunté, mientras miraba maravillado sus grandes melones. En la parte de abajo solamente tenía puesta una pequeña colaless rosada, la tela no era transparente, pero sí le marcaba muy bien los gajos vaginales.
―Sí. A tu mamá le preocupa que puedas quedar impotente, lo cual es una boludez. A mí me preocupa más que puedas pasar vergüenza el día que empieces a relacionarte con mujeres.
―Sí, a mí también. Eso lo veo como algo mucho más realista.
―Lo es. Conozco hombres que pasaron malos momentos por culpa de la eyaculación precoz, y no quiero que a mi sobrino le pase lo mismo. Así que a partir de hoy vas a comenzar tu tratamiento sexual con la tía Cristela.
―Suena bien ―dije, a pesar de que estaba muy avergonzado.
¿De verdad ella pretende chuparme la v…?
Sí… sí lo prende.
No me dio tiempo a reaccionar. Su boca se acercó rápidamente a mi verga y se metió todo el glande adentro, me miró con una sonrisa y con ojos de gata. Cuando sentí su lengua moviéndose alrededor de la cabeza de la pija, casi me vuelvo loco. Mi espalda se arqueó en un potente espasmo y eso provocó que más de la mitad de la verga se clavara en la boca de mi tía. Ella emitió un sonido gutural, creí que la estaba ahogando, pero no fue así. Agarró mi verga con más fuerza, la apretó con sus labios, y pude sentir cómo empezaba a succionar. Esto fue impresionante. Cuando mi verga estuvo dentro de la boca de mi mamá, Alicia no succionó de esta manera.
De pronto Cristela retrocedió, sacándose el pene de la boca.
―Bueno ―dijo, limpiándose la saliva con el dorso de la mano―. Esa fue una pequeña demostración de lo que puede hacer tu tía.
―¡Wow! Eso fue…
―¿Te gustó? ―Preguntó con picardía.
―¡Mucho! No me imaginé que se sentiría tan… no sé cómo explicarlo.
―Como si la vida se escapara por la punta de la verga.
―Sí… ¿cómo sabés, si no tenés verga?
―Sonso… porque a las mujeres nos pasa lo mismo, con la concha… si recibimos el estímulo apropiado. Es una sensación maravillosa, y espero que aprendas a ser considerado con las mujeres y que, cuando tengas sexo con alguna, la ayudes a sentir lo mismo.
―Te prometo que lo voy a hacer.
Cristela volvió a lo suyo. Lamió mi pene lentamente, partiendo desde los testículos. Recorrió cada milímetro de mi miembro con su lengua, siempre mirándome fijamente con sus ojos de gata en celo. Mis palpitaciones volvieron a intensificarse. Mi tía me estaba chupando la pija… y se sentía como si fuera la primera vez. Es cierto que mi prima Ayelén me la chupó, y que Macarena y mi mamá también tuvieron mi verga en sus bocas; pero la forma en la que me la estaba chupando Cristela era diferente. Ella lo estaba disfrutando y no le molestaba hacérmelo saber. No dejaba de sonreír cada vez que tenía la oportunidad y cuando cerraba sus labios sobre mi glande, cerraba los ojos y lo degustaba con pasión, como si fuera el helado más rico del mundo.
A la tercera o cuarta vez que hizo eso, mi líbido se disparó… junto con toda la leche que tenía cargada en los huevos. Evitarlo fue una tarea inútil. Ni siquiera tuve tiempo de advertirle a mi tía. Todo el semen saltó dentro de su boca, en potentes chorros… tan potentes que la leche empezó a chorrear por la comisura de sus labios. Sacó la pija de su boca, imagino que lo hizo porque ya no pudo aguantar tanta cantidad de semen, y las últimas descargas cayeron sobre su cara… de forma totalmente intencional. Cristela apoyó la verga contra su mejilla y dejó que los chorros de leche le cayeran encima. Para mí fue un orgasmo alucinante, tan potente que hasta sentí un leve dolor en la boca del estómago, seguido de una extraña sensación de vacío… como si toda la vida se me estuviera escapando por la punta de la verga.
―¡Ay, Nahuel! ¡Me bañaste en leche, como a Cleopatra!
Estuve a punto de pedirle perdón, algo que se volvió una práctica habitual cada vez que acabo; sin embargo por la cara de felicidad de mi tía, y porque ella buscó el semen, supuse que pedir disculpas era innecesario.
―¿Te gustó? ―Le pregunté.
―¡Me encantó! ―Chupó mi verga otra vez, tragándose los restos de semen que habían quedado sobre ella―. Acabaste un poquito rápido ―me dijo, cuando dejó de chupar―. Me hubiera gustado seguir más tiempo. Al parecer vamos a tener que trabajar más de lo que imaginaba. Quizás no debí ser tan… intensa.
―Me gustó mucho lo que hiciste, tía.
―Gracias. No le cuentes a tus hermanas, porque no quiero que piensen mal de mí, pero… a mí me encanta chupar pijas. Cuando estuve con Dante, mi ex pareja, se la chupaba casi todos los días… y no solo eso, a veces traía a alguno de sus amigos a casa… y se la chupaba a los dos juntos.
―¡Wow! ¿De verdad? Me parece muy loco. Pensé que las mujeres solo hacían esas cosas en las películas porno.
―No, sonso… hay muchas mujeres que se comieron dos pijas juntas alguna vez. Yo soy una de esas, lo hice varias veces. Al principio me daba un poquito de vergüenza; pero después empecé a disfrutarlo cada vez más. A Dante le encantaba verme chupando dos pijas. Lo hacía quedar bien con los amigos, y yo la pasaba bárbaro. Por eso me está afectando tanto esta puta cuarentena, estaba acostumbrada a comer pija todos los días, y a veces hasta me comía más de una… y de pronto, nada. Sequía total. Agradezco que tu mamá tuviera esta idea tan loca, a vos te va a ayudar un montón, para adquirir experiencia, y a mí me va a venir bien para calmar la abstinencia sexual. Los dos salimos ganando.
―Eso me agrada. Así no me siento tan culpable porque tengas que chupármela…
Ella soltó una risita picarona.
―Ay, Nahuel. No te sientas ni un poquito culpable, a mí me encanta chuparte la pija… ¡Mirá el pedazo de verga que tenés! Serás mi sobrino, pero… ¿cómo no voy a disfrutar al comerme todo esto? Ahora que lo hicimos, y ya rompimos el hielo, estoy muy entusiasmada. Tengo muchas ganas de ayudarte con tu problemita…aunque más ganas tengo de comer verga… y que me llenen la cara de leche. Por cierto, esa es otra cosa que me gusta mucho. Tardé años en admitirlo, pero… ¡uf! ¡cómo me calienta que me llenen la cara de leche! Seguramente eso lo viste mucho en películas porno y desde ya te adelanto que sí, hay mujeres a las que les gusta. No a todas, por supuesto…
―Pero a vos sí…
―Sí… a mí me encanta. ―Sonrió con la cara cubierta de líneas blancas irregulares―. Y te digo más: podemos hacer un acuerdo, si dejamos las cosas claras. Es cierto que vos necesitás “entrenar” un poquito con esto ―señaló mi verga―, y también sé que te encanta que te chupen la verga, nada más basta con ver la carita de felicidad que tenés ahora. A mí la abstinencia sexual me está pegando mal, por eso… no tengas miedo de pedirme que te chupe la pija. No te prometo que lo vaya a hacer siempre que me lo pidas, porque habrá días en los que no tenga ganas; pero… sí te prometo que no me voy a ofender si me lo pedís. Así que no tengas miedo en decirlo.
―Me gusta esa idea.
Volvió a darle un fuerte chupón a mi verga y luego dijo:
―Bueno, de momento lo dejamos por acá.
―Perdón por durar tan poco…
―No te sientas mal por eso, vas a ver que con tu tía Cristela vas a aprender a superar ese pequeño problema ―me guiñó un ojo.
Sus palabras me tranquilizaron mucho.
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A pesar de mis ganas por volver a experimentar un pete por parte de mi tía Cristela, no se lo pedí al día siguiente. No quería abusar de su generosidad. Me mantuve en un par de días de rutinaria cuarentena y pasé la mayor parte del tiempo en mi dormitorio, para no tener que salir y encontrarme con Ayelén. Aún no sabía qué haría ella al respecto de lo que vio en el baño de mi mamá; pero sabía que no sería nada bueno. La muy desgraciada debía estar esperando al momento apropiado para saltarme a la yugular, desde algún rincón oscuro de la casa, como lo haría un tigre.
Tres días después recibí algunos mensajes que rompieron con la monotonía. Se trataba de Celeste quien, al parecer, ya había arreglado las cosas con Gisela y estaba dispuesta a seguir conversando conmigo.
―¿Cómo andás, pendejo? Te extrañé ―me dijo en su primer mensaje, al cual adjuntó una foto muy caliente de sus imponentes tetas.
Le dije que yo también la extrañé a ella, y en especial a sus tetas. A ella le gustó el comentario y aprovechó para pasarme un par de fotos más de sus melones. Luego, para mi sopresa, me mandó una de las fotos que me saqué con Gisela. Mi hermana mayor sonreía mirando a la pantalla, con mi verga apoyada a un costado de su cara. Esa imagen me generó un fuerte impacto.
―No sabés las pajas que me hice mirando esa foto ―confesó la rubia―. Gise se ve preciosa con la pija de su hermanito en la cara.
―Em… no creo que a Gise le haya hecho mucha gracia…
―Quizás no… o quizás le gustó. Decime: ¿Se puso mimosa con vos?
―¿A qué te referís?
―Si hizo algo más que sacarse la foto con tu pija en la cara.
―Eh… también me tocó la verga un rato… ―lo dije de forma automática, ni siquiera pensé en las consecuencias que esas palabras podrían traer.
―¡Uf! Eso me pone a mil.
―¿Porque te gusta ver a Gisela con una verga?
―En parte, sí… pero también porque me calienta que esa verga sea la de su hermano. Me volví loca cuando vi la foto, no lo podía creer.
―No sabía que te gustaran ese tipo de cosas…
―¿Acaso me vas a decir que el incesto no te da un poco de morbo?
No supe qué responder, mucho menos después de todo lo que pasó con mis hermanas, mi tía, mi prima… y mi mamá.
―Me encantaría ver más fotos como esa ―continuó diciendo Celeste―. Son un gran incentivo para las pajas de cuarentena.
―No le puedo pedir a Gisela que se saque fotos así conmigo.
―No te preocupes, no se las vas a pedir vos… se las voy a pedir yo.
―Dudo mucho que acceda. Además ¿qué sentido tienen esas fotos? Si entre mi hermana y yo no pasa nada raro.
―No importa, mi imaginación se encarga de rellenar los espacios vacíos. Pero… no se puede negar que esa foto de Gise al lado de tu pija es un poquito rara. O sea, la tenías re dura. Ahora ya sé por qué la tenías así, la muy guacha te estuvo tocando.
Quise explicarle que mi verga ya estaba dura de antes; pero eso también involucraba a una de mis hermanas.
―Algún día se va a terminar esta cuarentena de mierda, pendejo ―dijo la rubia―, y ese día te voy a comer toda la chota. Te mando un regalito, para que veas lo que soy capaz de hacer.
El regalito resultó ser un video de lo más interesante. Pude ver a Celeste comiéndose una buena pija. No podía ver toda su cara, pero sí su boca, pintada de un radiante rojo, tragando esa gruesa verga. La chupó con esmero hasta que recibió todo el semen, el cual tragó sin ningún tipo de problema. La secuencia era corta, al parecer comenzaron a grabar sobre los últimos minutos del pete; pero era lo suficientemente gráfica y explícita como para que yo pudiera imaginarme a Celeste comiéndome la chota, tal y como ella prometió.
La calentura me llevó por un camino obvio: empecé a hacerme una paja en mi cama. Fue allí cuando recordé a mi tía Cristela. Por más que ella me hubiera dicho que no se iba a ofender, aún no me animaba a pedírselo abiertamente. Como tenía el celular en una mano ( y la verga en la otra), decidí mandarle un mensaje. Simplemente puse: “Tía, ¿podés venir a mi pieza? Necesito que me ayudes con algo”.
Esperé durante un par de minutos, sin dejar de tocarme; sin embargo, como no quería acabar, lo hice a ritmo lento, casi como si fueran caricias. Mientras tanto reproduje el video de Celeste una y otra vez.
La puerta se abrió y me sobresalté, porque me sentí culpable. Mi tía estaba allí y ya me había arrepentido de llamarla. Pero ella me demostró que mis sentimientos de culpa eran injustificados.
―¡Por fin! ―Exclamó con una radiante sonrisa, mirando mi verga erecta―. Pensé que ya te habías olvidado de nuestro acuerdo. No sabés las ganas que tengo de chupar pija.
Esas palabras me aceleraron el corazón. De verdad me la iba a chupar otra vez. ¿Se puede pedir una tía mejor que esta?
Cristela cerró la puerta y luego se quitó la remera, liberando sus grandes tetas, quedando solamente en tanga.
Se lanzó sobre la cama y, sin darme tiempo a nada, posó sus ubres sobre mi falo y comenzó a masturbarme de una forma que yo solo había visto en videos porno. Nunca me imaginé que se sentiría tan bien que una mujer hiciera eso con sus tetas. Lo mejor llegó cuando Cristela cerró su boca sobre mi glande y comenzó a darle jugosos chupones. ¡Uf! Fue tremendo. Todo mi cuerpo sufrió espasmos y por cómo me moví la obligué a tragar una buena parte de mi verga. Ella no se molestó en absoluto. Dejó las tetas de lado y comenzó a tragar toda la pija, una y otra vez, demostrándome una vez más que tiene talento para esto, y que le gusta mucho.
Esta vez Cristela fue haciendo pequeñas pausas en las que dejaba de chupar y se limitaba a acariciar mi verga durante unos segundos, para luego volver a tragarla. Entendí que me estaba dando tiempo para recuperarme del impacto, y creo que funcionó. Comencé a notar que estaba durando más que la última vez.
―Sabés que no me molesta que acabes ―dijo, mirándome con sus ojos de gata―; pero intentá aguantar todo lo que puedas. Sé que tu problema viene porque no estás acostumbrado a esta clase de “contacto femenino”. Por eso creo que lo mejor, para que te acostumbres a las mujeres, es que… que toques un poco. ―Tomó una de mis manos y la llevó hasta su teta―. Tocame las tetas todo lo que quieras, no me voy a ofender. Me gusta que la gente me halague las tetas.
―Em… son muy lindas… y bien grandes. Me gustan las tetonas ―supuse que esa frase podría sentar mal a Macarena, pero es la verdad. Las mujeres con buena delantera tienen mucho encanto. De todas formas Macarena no tiene nada de qué preocuparse, su atractivo físico y su encantadora personalidad la convierten en una mujer más que deseable.
―Gracias, me alegra que te gusten. ¿Te puedo hacer una pregunta, Nahuel? Y quiero que me respondas con sinceridad… y que no te de vergüenza, estamos en confianza.
―¿Qué pregunta? ―Dije, poniéndome tenso.
―¿Alguna vez le viste la concha a una mujer… de cerca?
La pregunta fue como un cachetazo. Lo primero que se me vino a la mente fue el momento en que mi mamá se abrió de piernas delante de mí en la bañera, luego estas imágenes fueron reemplazadas por la concha de Pilar, que pude verla desde muy cerca. También pensé en Macarena y en Tefi… pero no podía decirle esto a mi tía. Eran situaciones complicadas que, al sacarlas de contexto, podrían generar un gran malentendido.
―Ahora que a Macarena se le da por andar desnuda ―comencé diciendo―, sí puedo decir que vi una concha. ¿Eso cuenta como verla de cerca?
―No. Me refiero a verla desde bien cerca. Casi contra la cara. Me imaginé que nunca habías estado en esa situación. Esa experiencia te podría ayudar mucho a relajarte con las mujeres… a perderles un poquito el miedo, y a no tener tanta ansiedad. Porque es la ansiedad lo que hace acabar tan rápido.
―Sin ánimo de ofender, tía; pero… ya sé cómo es una concha. ¿Qué puede cambiar si la veo de cerca? En fotos sí las vi de cerca...
―Es que la cuestión no es verlas… es olerlas.
―¿Eh?
Ella soltó una risita picarona.
―Sí, Nahuel. ¿Nunca escuchaste hablar del olor a concha? ¿Sabías que las mujeres emitimos feromonas por la vagina que son capaces de excitar a otra persona?
―No lo sabía…
―Bueno, es cierto. El sexo tiene una gran base psicológica, estoy segura de que Macarena te va a poder explicar mejor sobre eso. Sin embargo también hay cuestiones muy físicas, mucho más tangibles. De eso sé un poco más… por experiencia. Me imagino que cuando a vos se te cruzan los factores físicos con los psicológicos… ¡Puf! Leche por todos lados. En conclusión: Si acabás tan rápido es porque te trabaja mucho la cabeza. Y te trabaja mucho la cabeza porque no estás acostumbrado a los factores físicos. Todo te parece novedoso. Pero no te preocupes, tu tía está acá para ayudarte con todo eso ―me guiñó un ojo y le dio un fuerte chupón a mi verga, tan fuerte que al soltarla hizo un sonido parecido al de un corcho que salta fuera de una botella―. Me da la impresión de que ya estás por acabar, y como no quiero que eso pase, mejor pasamos a la siguiente fase de este… em… ¿entrenamiento? Sí, creo que lo podríamos llamar así.
Cristela se puso de pie junto a la cama, me dio la espalda y me mostró su culo. Quizás sus nalgas no eran las mejores si las comparaba con las de mis hermanas; pero ellas tienen veinte años menos que Cristela, más de una firmaría un contrato si la garantizaran que a la edad de mi tía todavía mantendrían un culo tan firme.
La pelirroja se bajó la tanga lentamente y pude ver aparecer sus gajos vaginales bien apretados. Parecían una boca vertical. Luego volvió a la cama, volviendo a mirarme de frente, e hizo algo que me recordó mucho al momento en la bañera con mi mamá: se puso como una rana justo sobre mí. Su concha me quedó tan cerca de la cara que pude sentir el golpe del aroma a mujer. Ella tenía razón, ese olor, entre dulce y prohibido, es capaz de provocar una fuerte excitación. Mi verga se puso tensa al máximo.
―¿Podés sentirlo? ―Me preguntó. Habló con voz baja, casi como si fuéramos amantes escondiéndonos de su marido.
―Sí… y lo que dijiste es cierto. Me gusta.
―Se va a poner mejor cuando empiece a tocarme. ¿Sabés dónde está el clítoris, cierto?
―Sí… acá ―respondí de forma automática y toqué ese botoncito que asomaba por la parte superior de sus labios vaginales.
―Perfecto. Por un momento tuve miedo de que tu ignorancia sexual fuera mucho peor.
―Sé algunas cositas básicas...
―Y ya es hora de que empieces a aprender el resto. El sexo es mucho más complejo de lo que te imaginás, siempre se pueden descubrir nuevas sensaciones. Y ese olorcito a concha que tanto te gusta, se va a poner más interesante cuando yo me empiece a tocar.
Sus dedos se posaron sobre el clítoris y comenzaron a masajearlo formando pequeños círculos. Luego acarició sus labios vaginales de abajo hacia arriba. Lo que dijo, una vez más, fue cierto. Ese aroma a sexo femenino se volvió más intenso y pude ver cómo la rajita se le iba humedeciendo. Esa “humedad” se hizo evidente cuando mandó los dedos para adentro.
―Esto me da mucha vergüenza, aunque no lo parezca ―dijo mi tía―. Estoy quedando como una pajera frente a mi sobrino. Pero ya lo hablamos, en tiempo de abstinencia sexual, la paja es la mejor aliada.
―Para mí no tiene nada de malo…
―Y no lo tiene, lo que pasa es que… la presión social… si yo le cuento a mis amigas que a mi edad me sigo haciendo la paja casi todos los días, se reirían de mí… y lo más probable es que ellas hagan lo mismo, solo que no lo admiten.
Me estaba tocando lentamente mientras admiraba los imponentes gajos vaginales de mi tía y cómo los dedos entraban y salían de su húmedo agujero, cuando la puerta de la pieza se abrió.
―¿Todo bien? ―Preguntó mi mamá, mientras ingresaba.
―Ay, Alicia… me asustaste ―dijo Cristela―. Pensé que era Ayelén… o alguna de tus hijas. Cerrá la puerta.
―Perdón, es que… quería saber… ―cerró la puerta detrás de ella.
―Sí, ya sé lo que querías saber. Esto no es un consultorio médico, Alicia… tu hijo no se va a morir porque le chupen la pija.
―Ya lo sé; pero… me preocupo. ¿Qué hacés así arriba de él?
Me pareció curioso que mi mamá preguntara eso con tanto tono acusador, ya que ella había hecho algo muy parecido conmigo apenas unos días antes.
―¿Ves? Por eso te dije que no quería que vinieras ―se quejó mi tía, sin dejar de tocarse―. Sabía que me ibas a cuestionar por todo, como lo hacés siempre.
Esta era otra de las típicas discusiones de hermanas que se generaban entre mi mamá y mi tía, y por culpa del encierro y la rutina, se están volviendo cada vez más frecuentes. Ayer se pasaron más de una hora discutiendo si las plantas de interior estaban recibiendo demasiado sol, o no. Porque a Cristela se le ocurrió “redecorar” la casa y cambió varios muebles y plantas de lugar. Como mi mamá detesta que le cambien las cosas de lugar, buscó la primera excusa que se le ocurrió para comenzar una pelea: las putas plantas. “¿No ves que al potus se le van a poner las hojas amarillas si le da el sol del mediodía?”. “El ficus no crece bien en ese rincón, dejalo donde estaba”. “Al anturio rojo no le puede dar la luz directa, no lo pongas tan cerca de la ventana”.
Gisela intentó calmar esta discusión, pero rápidamente descubrió que era inútil, los argumentos no servían de nada, las dos hermanas solo querían discutir porque ya no aguantaban la presión del encierro.
―No te estoy cuestionando nada ―respondió mi mamá, dio la vuelta a la cama, pasando por detrás de mi tía, y se sentó a mi lado, casi donde Cristela tenía una de sus rodillas―. Lo que pasa es que no me esperaba encontrarte desnuda… tan cerca de Nahuel.
―¿Y eso te molesta?
―No, Cristela… no me molesta. Entiendo que tu intención es ayudar a Nahuel. ―dijo Alicia, poniendo los ojos en blanco―. Solamente me sorprende, porque no entiendo para qué lo hacés. ¿Cuál es la intención?
―Lo que busco es que Nahuel se acostumbre al olor a concha ―mi mamá arrugó la nariz, como si hubiera captado un olor desagradable―. No pongas esa cara, Alicia, que yo soy muy limpita y lo sabés. Me refiero al olor que emana del sexo femenino cuando una mujer se excita. ―A pesar de tener a mi mamá sentada a mi lado, mis ojos seguían clavados en la preciosa vagina de mi tía. Tenía unas ganas impresionantes de tocarla―. ¿Sabías que las mujeres emitimos feromonas que pueden excitar a las personas?
―No lo sabía ―respondió Alicia―. Pero no sé si será tan así… o sea, a mí el olor a concha no me excita.
―Mejor dicho: no querés admitir que sí te puede excitar el olor de una concha ―el contraataque de mi tía me impactó mucho.
―No digas boludeces, Cristela. Nahuel va a terminar pensando que su madre es tortillera.
―Nunca dije que lo fueras ―se apresuró a responder mi tía.
―Pero lo insinuaste…
―No, Alicia. De verdad. Lo que quise decir es que las feromonas que emiten las mujeres también reaccionan con otras mujeres. ―Mi mamá la miró como si estuviera hablando en chino―. Es una cuestión física… o química, no sé muy bien. La cuestión es que una mujer también se puede excitar con el olor a concha, sea lesbiana o no.
―Ahora sí me parece que estás diciendo boludeces, Cristela.
―¿Querés probar? ―Preguntó mi tía, con una mirada desafiante.
―No, claro que no. Está Nahuel… y sos mi hermana.
―Y él es mi sobrino, y se ve que no te molesta que le chupe la pija.
―Es diferente, eso lo hacés para ayudarlo.
―Esto también lo ayudaría mucho. Tomalo como una pequeña clase de educación sexual, Alicia. Tanto él como vos aprenderían algo importante. ¿No te parece, Nahuel?
Meses atrás me hubiera quedado callado como un imbécil ante semejante propuesta; sin embargo el trato con mis hermanas me fue dando un poquito más de confianza.
―Sí, totalmente ―dije, sin dudarlo―. Me ayudaría un montón para saber si es cierto que también tiene efecto con otras mujeres. ―Hablé sin dejar de pajearme, pero lo hice despacio, porque no quería acabar.
―¿Ya ves? Tu hijo también quiere que hagamos la prueba.
―Mm… pero solo lo hacemos como “clase de educación sexual”, ¿está claro? ―Estas palabras de Alicia estuvieron más dirigidas a mí que a su hermana.
―Sí, mamá, está claro.
―Bueno, está bien. A pesar de que la idea no me gusta nada… vamos a probar ―accedió.
―¡Perfecto! ―Exclamó mi tía.
Luego se apartó de mí y mi mamá, sin que le dijeran nada, se acostó en la cama. Tuve que hacerme un poco a un lado, para darle lugar. En ese momento, al poder verla de cuerpo completo, me di cuenta de que mi mamá solamente tenía puesta una blusa sin mangas, blanca, y una tanga del mismo color. Se trataba de una tanga sencilla, sin embargo era lo suficientemente ajustada como para que se marcara claramente la división de sus labios vaginales.
Cristela se colocó sobre Alicia, de la misma forma en que lo había hecho conmigo. Acercó su concha a la cara de su hermana y, con total naturalidad, comenzó a masturbarse. Por supuesto, yo hice lo mismo. No suelo mirar videos de porno lésbico; pero las veces que lo hice los encontré bastante interesantes y eróticos. Esta secuencia era mucho más potente que cualquier video porno, no solo por estar viéndola desde tan cerca, sino porque mi cerebro no dejaba de recordarme que esas eran mi mamá y mi tía… y que son hermanas.
―¿Sentís el olorcito? ―Le preguntó Cristela, con cierto tono picaresco.
―Sí, claro…
―¿Y no decís nada al respecto? ―Sus dedos se movían sobre su mojada concha, abriéndola y cerrándola, masajeando el clítoris y acariciando los labios.
―Mmm… es agradable.
―¿De verdad? Con lo estricta que sos, me sorprende que admitas eso.
―Estoy siendo sincera ―aseguró Alicia―. No quiero darle a mi hijo la imagen incorrecta, tampoco quiero que piense que a mí me gustan las mujeres o algo así. Pero tampoco quiero generarle un rechazo hacia el sexo femenino. Tiene un lindo olor, que me recuerda mucho al sexo en general… aunque eso no significa que vaya a excitarme.
―Bueno, yo sí me estoy excitando… y mucho.
―Eso es porque te estás tocando ―dijo mi mamá, como si subrayara una obviedad.
―No es solo por eso. Me da un poquito de morbo que la gente me mire mientras me masturbo… especialmente si me miran desde tan cerca.
―¿Aunque yo sea tu hermana?
―Ya sabés que sí… ―ese “ya sabés” me llamó la atención, me dio la impresión de que estaban hablando de un tema que ambas conocían muy bien. Quizás hacía referencia a alguna charla entre hermanas que tuvieron en el pasado. No pregunté porque preferí seguir mirando y escuchando en silencio, para ver hacia dónde iba la cosa―. Hay cuestiones del sexo que traspasan muchas barreras. Como a Nahuel, que se le para la verga al mirarle el culo a sus hermanas.
―Y eso no está mal ―dijo Alicia, como si me estuviera defendiendo ante un juez―. Él no lo puede evitar.
―Sí, lo sé. A eso mismo me refiero, yo no puedo evitar excitarme si me toco frente a vos… así como vos tampoco vas a poder evitar calentarte al sentir el olor de mi concha.
Abrió sus gajos vaginales y mostró su húmedo y rosado agujero, estaba dilatado, como si le hubieran metido una verga recientemente; pero esto quizás se deba a que yo vi de cerca la concha de Pilar y ella es virgen, por eso estaba más “cerradita”. Ahora que hago memoria, la de mi mamá estaba tan abierta como la de su hermana; pero ella tuvo cinco hijos… ¿tendrá eso que ver? No lo sé… quizás algún día se lo pregunte a Cristela.
―No me estoy calentando ―aseguró mi mamá.
―¿De verdad? Porque yo te veo la cara y estás cada vez más roja, Alicia. ―Cristela movió la cadera y su concha estuvo a punto de rozar los labios de mi madre.
―Será porque vos estás caliente… y estás muy cerca…
―A mí me parece que es porque te estás excitando… y hay una forma de comprobarlo…
Cristela estiró su brazo izquierdo hacia atrás y, sin pedir permiso, metió la mano dentro de la tanga de su hermana.
―¡Ay, Cristela! ―Se quejó Alicia.
―¡Yo sabía! ―Cuando la mano de mi tía volvió a ubicarse delante de ella, pudimos ver que tenía los dedos cubiertos de un líquido viscoso y transparente―. Tenés la concha mojada, no lo podés negar. ¿Viste? Yo tenía razón.
Mi mamá se quedó muda. Ella detesta admitir que su hermana tiene razón. Está entre sus peores fobias. A veces pienso que odia más darle la razón a Cristela que los gérmenes.
Mi tía volvió a meter la mano dentro de la tanga de Alicia, solo para mostrar que esta vez los dedos salieron aún más húmedos.
―Mirá, Nahuel ―me dijo, mostrándome esos dedos―. Esto es lo que le pasa a las mujeres cuando se excitan: se mojan. ―Supe que no lo decía para explicar la lubricación femenina; su intención era clara: molestar a su hermana―. Te diría que toques vos mismo, para comprobarlo; pero sé que tu mamá no lo va a permitir.
―No me molesta que mi hijo me toque la concha ―se apresuró a decir mi mamá. Esto me recordó la charla que tuvimos en el baño. Como mi tía no estuvo presente, no entendió nada.
―¿No te molesta a pesar de que es tu hijo? ―Preguntó Cristela, incrédula.
―Justamente por eso no me molesta: es mi hijo. Estamos en confianza… y si la idea es tener una pequeña charla de educación sexual con él, entonces no me molesta que toque.
―¿Escuchaste, Nahuel? Aprovechá ahora antes de que se arrepienta. Fijate que lo que digo es muy cierto, a tu mami se le mojó la concha tanto como a mí… o más.
Muchas cosas estaban cambiando en mi actitud, y fue en este preciso instante en el que noté otro cambio importante. Antes me hubiera dado mucha vergüenza tocar a mi mamá de esa forma; pero ahora… no sé… hay algo dentro de mí diciendo: “Hacelo, a ella no le va a molestar”.
Con la pija aún dura me puse de rodillas en la cama, muy cerca de la cadera de mi mamá.
―Sacame la tanga ―dijo Alicia, con tranquilidad.
―Uy, hermana… qué picarona te volviste. Me dejás sorprendida.
―Callate, Cristela. No lo hago por “picarona”. No seas boluda.
Cristela simplemente se rió como si fuera la villana de una película de princesas.
Tomé la tanga de mi mamá y comencé a bajarla lentamente, me fascinó ver su monte de venus apareciendo. Al tener la concha completamente depilada, daba la impresión de ser mucho más joven, como de la edad de Macarena. No fue necesario tocar para comprobar que, efectivamente, la tenía mojada, ya que hilitos de flujo quedaron pegados a la tela blanca de la tanga. Sin embargo ya me había dado permiso para hacerlo y no quería perder la oportunidad. La verga me lo pedía, era como si me dijera: “Este puede ser buen material para una paja”.
Pasé los dedos lentamente por los gajos vaginales de mi madre, yendo de abajo hacia arriba. En el camino pude recolectar una buena cantidad de flujos, la cual llevé hasta su clítoris. No sé por qué, pero de pronto me dieron ganas de acariciarlo en círculos, tal y como mi tía Cristela lo hacía con su concha, aunque ahora yo solo podía ver la espalda de la pelirroja. Me masturbé con la mano libre y me quedé allí unos segundos, sin dejar de sorprenderme por lo permisiva que se había vuelto mi madre.
―Bueno, creo que ya está ―dijo Alicia, eso me hizo apartar la mano rápidamente―. Ya demostraste tu punto, Cristela. ¿Podrías salir de arriba mío?
―No.
―¿Por qué no?
―Porque ayer me trataste muy mal. ¿Y sabés lo que eso significa? Nahuel ¿Querés saber cómo hacía para resolver mis peleas con mi hermana cuando yo tenía tu edad?
―No, ni hablar… ni se te ocurra ―dijo Alicia.
―¿De qué hablan? ―Pregunté, sin entender nada.
―Cristela, en serio. No vuelvas con eso. Me voy a enojar.
―Más me hiciste enojar a mí, por culpa de las putas plantas.
No tenía ni la más pálida idea de lo que hablaban; pero algo me decía que de ahora en adelante cambiaría mucho mi visión sobre la relación de hermanas que tienen Alicia y Cristela. Mi tía parecía decidida a llevar su maquiavélico plan a cabo, y yo, como buen pajero y curioso que soy, quería ver de qué se trataba.
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