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LOS JUEGOS DEL AMOR
Aylén era una chica más, común y corriente, de baja estatura, más que el promedio, de contextura delgada, usaba el cabello bien cortito, en un castaño oscuro natural, de rostro muy bonito, con demasiadas pecas, ocultaba sus ojos negros tras unas gafas de aumento muy modernas que le daban un toque distintivo. Psicóloga de profesión, con una mente muy liberal y abierta, decidida a vivir a pleno su lado femenino, rasgos que se habían acentuado al momento de viajar por Europa en su luna de miel, cuando conoció nuevas culturas y nuevos pensamientos.
Pablo, su marido, había pasado los treinta y le llevaba apenas un par a su mujer. Docente terciario, amaba su trabajo, de estatura promedio, se rapaba el cuero cabelludo ante una calvicie más que pronunciada, le gustaba usar barba prolijamente recortada, venía de un divorcio traumático cuando el destino lo cruzó con su nuevo amor en un estudio de abogacía. Pablo era un tipo divertido, charlatán, de hacer amigos con naturalidad, le gustaba salir a correr cada mañana al amanecer, por un gran parque lindero a la casa en el que vivían.
Se llevaban muy bien, como pareja, legalmente no estaban casados, no les hacía falta, vivían la sexualidad en una forma muy abierta, sin celos, sin reproches, tal vez, ellos se animaban a lo que muchas parejas fantasean hacer alguna vez. Como fuera, Pablo y Aylén parecían ser un para el otro, el complemento de la perfección.
Siempre habían charlado frente a frente sobre esas fantasías, y la única regla era que ambos tenían que estar de acuerdo, el placer, debería ser mutuo.
Y esos juegos habían comenzado ahí mismo, en ese viaje a Europa, en esos pocos días de paso por los países bajos, en Ámsterdam, donde las prostitutas se ofrecían tras un vidriado, una contigua a la otra, como cajas de muñecas para niñas. Pablo tuvo la idea, Aylén el deseo y por uno buenos pesos se hicieron con los servicios de una rubia voluptuosa de ojos azules que se exhibía casi desnuda.
La chica terminó siendo una más, cualquiera, una al azar cambiando su cuerpo por dinero, pero para él fue concretar una fantasía de estar con dos mujeres, y para ella, la posibilidad de explorar un lado homosexual que tenía adormecido y que jamás imaginó sería tan rico.
Después de esa experiencia vivieron muchas más, situaciones que no vienen al caso en esta historia, solo vamos a centrarnos en lo sucedido unos meses atrás.
La casa donde vivían tenía un terreno de fondo de grandes dimensiones, con césped y una pequeña piscina. Pablo y Aylén tenían en mente construir un quincho al final del lote, sobre la pared lindera con el vecino de turno, necesitaban un espacio para descontracturarse un poco y donde atender visitas en esos calurosos días de verano, para compartir un trago y hablar de la vida.
Se asesoraron, evaluaron posibilidades, presupuestos, materiales, hasta que al final se decidieron por una pequeña compañía constructora que les había recomendado un amigo en común.
El trabajo en sí llevaría unos treinta días, siempre y cuando las condiciones climáticas fueran favorables. Aylén acomodó como pudo a todos sus pacientes en los horarios del atardecer para poder estar presente durante la ejecución de los trabajos, además, buscaron las fechas donde las facultades suelen hacer los recesos de invierno, para que Pablo pudiera seguir de cerca el trabajo.
Si bien, el señor Aquiles, un tipo cincuentón, el capataz de la obra, parecía ser un hombre de confianza y muy responsable, la pareja acordó en que ellos, los que ponían el dinero, estarían en todos los detalles.
La obra empezó a principios de julio, Aquiles llegó temprano con su camioneta importada, traía consigo un arsenal de materiales de construcción y también acomodaos como diera lugar, cuatro muchachos de entre veinte y treinta años, quienes con sus manos darían forma a lo que el viejo encargado tenía en mente.
Así, poco apoco el quincho fue tomando forma y Pablo, el amistoso, día a día les daba charla a los albañiles y al encargado, y por algún motivo, tanto él como su esposa repararon en uno en particular, Kevin
Kevin era el más jovencito del grupo, de rostro aniñado y piel oscura, aparentaba unos veinte años, pero era difícil asegurar, se veía avejentado por el duro trabajo de albañil, con sus cabellos duros como pelos de carpincho y sus manos ajadas y rotas por el contacto permanente con materiales de construcción y las inclemencias del tiempo.
Callado, introvertido, sumiso, rara vez hablaba y solo lo hacía para responder con monosílabos las preguntas del resto. A él le tocaban todos los trabajos de peón básico que nadie quería hacer, entrar ladrillos, arena, cemento, acarrear escombros, el chico de los mandados, y por supuesto, la limpieza diaria. Para su mala fortuna, Kevin vivía bastante cerca de la casa, por lo que cada tarde, al caer el sol, cuando el señor Aquiles se retiraba junto a sus empleados, él debía quedarse un rato más a dejar todo limpio y ordenado para el día siguiente.
Por algún motivo despertó ternura y pena en la pareja, así que alguna tarde, en soledad le ofrecieron alguna gaseosa, o alguna cerveza que devoró con ganas, con la complicidad de que el patrón jamás debería enterarse. También le ofrecieron una propina, unos pesos, y notaron con gran pesar que Kevin era analfabeto, no sabía leer, ni escribir, y no tenía muy en claro la numeración ni el valor de los billetes, él apenas entendía por colores, que diez lilas eran un verde, y diez verdes eran lo mismo que un rojo.
Pero la joven pareja notó algo más en el joven muchachito, la forma descarada y obscena con la que Kevin solía posar los ojos en Aylén, con ese deseo sexual y animal contenido, con las hormonas de la juventud a flor de piel, porque su falta de estudios, de conocimientos, de educación, lo hacían actuar más por impulso animal que como persona pensante. En alguna que otra noche, ya en la cama, antes de apagar la luz, el tema había salido a flote, ‘me come con la mirada’ dijo ella, ‘y no importa que yo esté presente’ dijo el.
La situación dio alas a la imaginación, Pablo solía tener charlas en privado con Aquiles, el encargado, para evaluar avances de la edificación, solo aprovecho alguna de esas charlas para llevar la conversación hacia Kevin, su patrón lo describiría como un chico raro, era trabajador, calladito, pero nunca lo terminaba de conocer, no sabía de sus amistades, ni de chicas en su vida, hubiera jurado que era virgen. Pablo no tardaría en irle con el cuento a Aylén, y el morbo de un chico virgen se le hizo demasiado irresistible.
Trazaron un plan, diferente, Kevin no era como esa prostituta de Holanda, o como otras tantas situaciones en las que habían metido terceros en la cama, necesitaron abordarlo de otra manera.
El tiempo se agotaba, ya estaban en los últimos retoques de la edificación y decidieron tomar al joven por sorpresa. Esa tarde, como todas las tardes Kevin hacía la limpieza en soledad, Aylén ya estaba preparada, se había peinado bien, se había puesto largos pendientes que llegaban a su cuello resaltando son sus cabellos cortos, con un look húmedo, una remera entallada, muy sexi, con transparencias que dejaban notar un corpiño armado en color negro, haciendo juego con una sexi pollera demasiado corta, demasiado ajustada, y unos zaparos de finos tacos que le regalaban una altura extra que a ella le venía muy bien.
Así, con esa imagen demasiado llamativa se presentó ante el joven Kevin, solo le dijo que se apurara un poco, tenía que salir con su esposo y se estaba haciendo tarde, luego lo ignoró adrede y en forma fingida se puso a observar cómo estaba quedando la construcción. A sus espaldas, Kevin se había quedado impactado por la sensualidad de esa mujer, sin entender, sin poder reaccionar, con sus ojos clavados en ella, en una forma obscena y osada. A distancia de esa situación, un tercero, agazapado, disfrutaba en las sombras como su esposa seducía a ese pobre chico.
Minutos más tarde, ella volvía a la casa principal meneando las caderas, sabiendo que su trasero era el centro de las miradas de Kevin. Pablo entonces tomó la posta, era su turno de actuar, y fue al encuentro del joven que aún se mostraba perturbado, le preguntó directamente si le gustaba su mujer pasando uno de los brazos por la espalda para abrazarlo como amigo, el joven que aún no salía de su perplejidad, con un tartamudeo involuntario respondió sin meditar la respuesta, si, si lo seducía esa pequeña mujer, Pablo carcajeó y sacó entonces de uno de sus bolsillos varios billetes rojos y le dijo al muchacho que se los podría quedar si solo era parte de un juego que ellos tenían en mente.
Kevin solo vio que los billetes rojos eran más de los que su patrón le daba al mes, y sintió su sexo duro como piedra bajo los pantalones, no dudó en asentir sin saber de qué se trataba. Pablo, aun lo mantenía abrazado por el hombro, y así lo condujo hacia la casa, y de ahí directo al dormitorio matrimonial.
Aylén lo esperaba recostada de lado, como una modelo, asegurándose de remarcar sus encantos femeninos, como si acaso eso fuera necesario, esperaba con ansias al chico, para ella, él tenía un cúmulo de encantos difíciles de entender, era feo, era torpe, era analfabeto, probablemente virgen y todo se sumaba para que se mostrara frontal, directo, sin rodeos. Bajo el pantalón de trabajo su verga dura se marcaba hacia el lado derecho, fue lo que primero ella notó, y Pablo, con un empujón calculado, lo hizo avanzar un par de pasos, mientras él fue a acomodarse a un lado de la habitación, en una silla previamente acomodada.
Kevin no sabía qué hacer, perdido entre el deseo de esa mujer que le nublaba la mente y la mirada filosa del esposo sobre sus espaldas, ella se acercó sin decir palabras, solo mirándolo a los ojos, bajó la cremallera se su pantalón y metió la mano muy profundo, ciertamente era la primera vez que estaba con una mujer, pero jamás imaginó que sería de esa manera. Aylén desnudó de entre las ropas una rica pija y empezó a masturbarlo, pero no en la forma que el mismo lo hacía, no, ella lo hacía muy lento, demasiado, apretándolo de una manera muy rica, sentía los labios de esa mujer muy cerca de su glande y espero en vano que ella se la chupara, pero ella seguía en su juego, cansinamente, casi a la altura de sus bolas, sentía morirse en deseos y ella con perversidad no dejaba de mirarlo a los ojos en una forma muy provocativa
Pablo, apartado de la escena, se masturbaba lentamente, estaban jugando uno de los tantos juegos que tantas veces habían imaginado, pero jamás habían cumplido. Aylén sabía que si no paraba el joven terminaría acabando, y fue lo que buscó, más y más, los jadeos de Kevin se le hicieron incontrolables y su respiración estaba entrecortada, se sintió venir y la mano de esa mujer sabía a perfección perversa en sus genitales.
Ella esperó el momento, y solo en ese momento justo dejó quieta su mano y por primera vez fijó su mirada en los ojos de Pablo, que observaba extasiado a la distancia, un fino chorro de lava hirviendo saltó medio metro hacia arriba, con fuerza, y fue a parar sobre el rostro y sobre la remera entallada de Aylén, echo que despertó una carcajada contenida por lo impensado de la situación, pero hubo en segundo disparo, este rozó su pendiente derecho, pasando sobre su hombro para ir al colchón por detrás, mojando también parte de su espalda, el tercero ya con menos fuerza fue sobre sus pechos.
Pablo, desde su sitio pudo contar siete disparos en total, siete disparos acrobáticos que hicieron delicia ante sus ojos y se quedó centrado en el último, ya casi sin fuerzas sobre la pollera y las piernas de su amada mujer.
El juego había terminado, Kevin tenía su dinero, ya había servido y ahora, Pablo tendría su momento para tener sexo a solas con su esposa.
Pero Kevin pareció no estar de acuerdo, el pobre joven no entendía de razonamientos, ni de juegos, ni de que se trataba todo esto, el actuaba prácticamente por instinto animal, él era un macho, y ahí estaba su hembra, parecía tener pegado en su nariz el olor a concha que lo llamaba a tomar lo que quería por la fuerza, siempre le había gustado esa pequeña mujer y ahora no dejaría pasar la oportunidad.
Ambos se vieron sorprendidos cuando Kevin intentó tomar control de la situación, él era una fiera enjaulada y ellos la habían liberado, ella intentó con algunos ‘no’ que no fueron tenidos en cuenta, sintió que su limitada fuerza femenina sucumbía frente a esos bíceps de albañil y que poco y nada podía hacer, buscó con la mirada la ayuda en los ojos de su esposo, pero Pablo permanecía inmóvil sentado en el rincón, sin intervenir, porque ciertamente lo excitaba lo que estaba sucediendo, como ese joven había tomado la iniciativa y como estaba por cogerse a su mujer, Aylén, vestida de esa manera y toda llena de leche, parecía una puta que estaba por recibir su merecido.
Aylén intentó buscar refugio en su esposo tratando de ir a su encuentro, pero Kevin como un voraz velociraptor la interceptó en el camino, Pablo se mantenía ajeno a todo, no pensaba intervenir y disfrutaba la escena. Entre forcejeos al fin ella se resignó y se dio por vencida, como una fácil presa que se rinde a su irremediable destino, a mitad camino, se encontró en cuatro patas, con sus manos apoyadas en las rodillas de su hombre, por detrás el joven muchacho se aprestaba para la estocada final.
El matrimonio había jugado muchos juegos, pero este parecía ser único, original, y ni remotamente de les había cruzado por la cabeza, ella estaba resignada, Kevin la ceñía por su escueta cintura y abusaba de su fuerza para asegurarse que su miembro rígido entrara por completo en la conchita de esa mujer, ella jadeaba en placer, a corta distancia tenía disponible la rica verga de su marido, pero no pensaba hacer nada por él ya que él no había hecho nada por ella, solo lo miraba a los ojos envuelta en pecado. Pero lo cierto es que a Pablo no le interesaba, él se llenaba de gozo viendo cómo se contorneaba su hembra y se llenaba los oídos con los gemidos que Kevin le arrancaba, que su rostro estuviera a centímetros de su pija había sido solo una maravillosa casualidad.
Pablo sería el primero en llegar, hacía tiempo venía reteniendo la eyaculación y solo pudo hacerlo sobre el rostro de su hermosa esposa, sabía que a ella no le agradaba, pero al carajo dijo, si un extraño de la estaba cogiendo asumió que él también podría darse un gusto.
Aylén fue tomada por sorpresa, no esperaba que su propio esposo hiciera eso, y sus lentes de aumento la salvaron de que el semen se metiera en sus ojos, pero no tenía tiempo de pensar, sintió las manos de Kevin apretando con más fuerza, sintió sus jadeos más profundos, y sintió en su vagina ese placer incomparable del sexo de un hombre a punto de estallar, esos segundos previos donde ella solo podía gritar. Apretó los muslos de su esposo entre sus manos y solo gimió como gata en celo recibiendo la leche caliente de su improvisado amante en su interior
Ahora si Kevin se daría por satisfecho, había perdido su virginidad y le había encantado lo vivido, tomó sus ropas, y en silencio partió caminando hacia su domicilio, con una sonrisa en los labios y unos cuantos billetes rojos en sus bolsillos.
Pero las cosas solo se complicarían en adelante, y demasiado...
Para el matrimonio, solo había sido un juego más, una experiencia en la abierta sexualidad que llevaban, era dar vuelta de página y empezar de nuevo. Pero no para Kevin, pare él no había sido un juego, estaba preso de la sensualidad de Aylén y en su cabeza primitiva imaginó que tenía derecho sobre ella, como un macho, estaba dispuesto a reclamar su lugar y a pelear con Pablo por ella.
La pareja pensó que, terminados los trabajos de construcción con el nuevo quincho, Kevin pasaría a ser solo un recuerdo, pero el siguió tratando de colarse en la pareja como diera lugar, el principio fue gracioso, luego lo tomaron en serio, y por último sintieron miedo por un chico que estaba ciego y no entraba en razones, él quería volver a cogerla, una y otra vez
Kevin conocía la casa como la palma de su mano, no tuvo inconvenientes en colarse por el fondo con un gran facón a cuestas, Pablo era un obstáculo y estaba decidido a terminar con el tema. Ellos no daban crédito de lo que veían, la pareja atemorizada retrocedió al ver al joven empuñar decidido el arma blanca en su mano derecha, trataron de razonar amablemente para pasar a discusiones acaloradas, hasta comprender que no había punto de retorno.
Forcejearon, dos contra uno, pero Aylén era una pequeña mujer, Pablo un torpe profesor y Kevin era joven y fuerte, además, no era la primera vez que dirimía discusiones de esa manera, es que así en su pobre barrio así se arreglaban las cosas.
Los vecinos fueron testigos de un griterío infernal seguido de un estridente silencio, solo los llantos desgarradores de Aylén quedaron como flotando en el aire luego de lo sucedido, Kevin sintió ganar la partida cuando el filo de su arma atravesó lentamente la carne de su oponente, Pablo trató de evitarlo en vano y en un rápido ahogo de sangre sintió como su vida se apagaba sin poder hacer nada al respecto.
Kevin terminó tras las rejas, en una corta condena que por buena conducta podría ser más breve aun, como de costumbre, callado, en silencio, introvertido, en su mente primitiva jamás pudo comprender porque lo habían encerrado, si acaso el solo quería lo que era suyo, lo que correspondía, jamás entendió el lenguaje complicado de los abogados de turno, ni las preguntas que le hacían, el solo asentía o negaba con la cabeza y firmaba a su manera papeles que le decían que tenía que firmar, si él ni siquiera sabía leer.
La voluntad de Pablo era que llegado el momento cremaran su cuerpo, y así lo hicieron, de común acuerdo entre su esposa, sus padres y sus hermanos.
La despedida fue larga y dolorosa, en especial para Aylén que entre verdades y mentiras solo pudo contar una parte de la historia, Kevin era solo uno de los albañiles de turno que habían trabajado en la casa y había aprovechado la situación, hacía un tiempo que sospechaban del muchacho puesto que les habían faltado 'varios billetes rojos' y cuando el trabajo de construcción se había terminado, había optado por asaltarlos a mano armada.
Vendió esa fábula a quien quisiera comprarla y en cada ocasión le agregó un nuevo detalle, fue tan real que casi ella misma se la creyó, pero por dentro, en su alma, ella sentía el mismo infierno, todo había sido consecuencia de jugar los juegos del amor
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LOS JUEGOS DEL AMOR
Aylén era una chica más, común y corriente, de baja estatura, más que el promedio, de contextura delgada, usaba el cabello bien cortito, en un castaño oscuro natural, de rostro muy bonito, con demasiadas pecas, ocultaba sus ojos negros tras unas gafas de aumento muy modernas que le daban un toque distintivo. Psicóloga de profesión, con una mente muy liberal y abierta, decidida a vivir a pleno su lado femenino, rasgos que se habían acentuado al momento de viajar por Europa en su luna de miel, cuando conoció nuevas culturas y nuevos pensamientos.
Pablo, su marido, había pasado los treinta y le llevaba apenas un par a su mujer. Docente terciario, amaba su trabajo, de estatura promedio, se rapaba el cuero cabelludo ante una calvicie más que pronunciada, le gustaba usar barba prolijamente recortada, venía de un divorcio traumático cuando el destino lo cruzó con su nuevo amor en un estudio de abogacía. Pablo era un tipo divertido, charlatán, de hacer amigos con naturalidad, le gustaba salir a correr cada mañana al amanecer, por un gran parque lindero a la casa en el que vivían.
Se llevaban muy bien, como pareja, legalmente no estaban casados, no les hacía falta, vivían la sexualidad en una forma muy abierta, sin celos, sin reproches, tal vez, ellos se animaban a lo que muchas parejas fantasean hacer alguna vez. Como fuera, Pablo y Aylén parecían ser un para el otro, el complemento de la perfección.
Siempre habían charlado frente a frente sobre esas fantasías, y la única regla era que ambos tenían que estar de acuerdo, el placer, debería ser mutuo.
Y esos juegos habían comenzado ahí mismo, en ese viaje a Europa, en esos pocos días de paso por los países bajos, en Ámsterdam, donde las prostitutas se ofrecían tras un vidriado, una contigua a la otra, como cajas de muñecas para niñas. Pablo tuvo la idea, Aylén el deseo y por uno buenos pesos se hicieron con los servicios de una rubia voluptuosa de ojos azules que se exhibía casi desnuda.
La chica terminó siendo una más, cualquiera, una al azar cambiando su cuerpo por dinero, pero para él fue concretar una fantasía de estar con dos mujeres, y para ella, la posibilidad de explorar un lado homosexual que tenía adormecido y que jamás imaginó sería tan rico.
Después de esa experiencia vivieron muchas más, situaciones que no vienen al caso en esta historia, solo vamos a centrarnos en lo sucedido unos meses atrás.
La casa donde vivían tenía un terreno de fondo de grandes dimensiones, con césped y una pequeña piscina. Pablo y Aylén tenían en mente construir un quincho al final del lote, sobre la pared lindera con el vecino de turno, necesitaban un espacio para descontracturarse un poco y donde atender visitas en esos calurosos días de verano, para compartir un trago y hablar de la vida.
Se asesoraron, evaluaron posibilidades, presupuestos, materiales, hasta que al final se decidieron por una pequeña compañía constructora que les había recomendado un amigo en común.
El trabajo en sí llevaría unos treinta días, siempre y cuando las condiciones climáticas fueran favorables. Aylén acomodó como pudo a todos sus pacientes en los horarios del atardecer para poder estar presente durante la ejecución de los trabajos, además, buscaron las fechas donde las facultades suelen hacer los recesos de invierno, para que Pablo pudiera seguir de cerca el trabajo.
Si bien, el señor Aquiles, un tipo cincuentón, el capataz de la obra, parecía ser un hombre de confianza y muy responsable, la pareja acordó en que ellos, los que ponían el dinero, estarían en todos los detalles.
La obra empezó a principios de julio, Aquiles llegó temprano con su camioneta importada, traía consigo un arsenal de materiales de construcción y también acomodaos como diera lugar, cuatro muchachos de entre veinte y treinta años, quienes con sus manos darían forma a lo que el viejo encargado tenía en mente.
Así, poco apoco el quincho fue tomando forma y Pablo, el amistoso, día a día les daba charla a los albañiles y al encargado, y por algún motivo, tanto él como su esposa repararon en uno en particular, Kevin
Kevin era el más jovencito del grupo, de rostro aniñado y piel oscura, aparentaba unos veinte años, pero era difícil asegurar, se veía avejentado por el duro trabajo de albañil, con sus cabellos duros como pelos de carpincho y sus manos ajadas y rotas por el contacto permanente con materiales de construcción y las inclemencias del tiempo.
Callado, introvertido, sumiso, rara vez hablaba y solo lo hacía para responder con monosílabos las preguntas del resto. A él le tocaban todos los trabajos de peón básico que nadie quería hacer, entrar ladrillos, arena, cemento, acarrear escombros, el chico de los mandados, y por supuesto, la limpieza diaria. Para su mala fortuna, Kevin vivía bastante cerca de la casa, por lo que cada tarde, al caer el sol, cuando el señor Aquiles se retiraba junto a sus empleados, él debía quedarse un rato más a dejar todo limpio y ordenado para el día siguiente.
Por algún motivo despertó ternura y pena en la pareja, así que alguna tarde, en soledad le ofrecieron alguna gaseosa, o alguna cerveza que devoró con ganas, con la complicidad de que el patrón jamás debería enterarse. También le ofrecieron una propina, unos pesos, y notaron con gran pesar que Kevin era analfabeto, no sabía leer, ni escribir, y no tenía muy en claro la numeración ni el valor de los billetes, él apenas entendía por colores, que diez lilas eran un verde, y diez verdes eran lo mismo que un rojo.
Pero la joven pareja notó algo más en el joven muchachito, la forma descarada y obscena con la que Kevin solía posar los ojos en Aylén, con ese deseo sexual y animal contenido, con las hormonas de la juventud a flor de piel, porque su falta de estudios, de conocimientos, de educación, lo hacían actuar más por impulso animal que como persona pensante. En alguna que otra noche, ya en la cama, antes de apagar la luz, el tema había salido a flote, ‘me come con la mirada’ dijo ella, ‘y no importa que yo esté presente’ dijo el.
La situación dio alas a la imaginación, Pablo solía tener charlas en privado con Aquiles, el encargado, para evaluar avances de la edificación, solo aprovecho alguna de esas charlas para llevar la conversación hacia Kevin, su patrón lo describiría como un chico raro, era trabajador, calladito, pero nunca lo terminaba de conocer, no sabía de sus amistades, ni de chicas en su vida, hubiera jurado que era virgen. Pablo no tardaría en irle con el cuento a Aylén, y el morbo de un chico virgen se le hizo demasiado irresistible.
Trazaron un plan, diferente, Kevin no era como esa prostituta de Holanda, o como otras tantas situaciones en las que habían metido terceros en la cama, necesitaron abordarlo de otra manera.
El tiempo se agotaba, ya estaban en los últimos retoques de la edificación y decidieron tomar al joven por sorpresa. Esa tarde, como todas las tardes Kevin hacía la limpieza en soledad, Aylén ya estaba preparada, se había peinado bien, se había puesto largos pendientes que llegaban a su cuello resaltando son sus cabellos cortos, con un look húmedo, una remera entallada, muy sexi, con transparencias que dejaban notar un corpiño armado en color negro, haciendo juego con una sexi pollera demasiado corta, demasiado ajustada, y unos zaparos de finos tacos que le regalaban una altura extra que a ella le venía muy bien.
Así, con esa imagen demasiado llamativa se presentó ante el joven Kevin, solo le dijo que se apurara un poco, tenía que salir con su esposo y se estaba haciendo tarde, luego lo ignoró adrede y en forma fingida se puso a observar cómo estaba quedando la construcción. A sus espaldas, Kevin se había quedado impactado por la sensualidad de esa mujer, sin entender, sin poder reaccionar, con sus ojos clavados en ella, en una forma obscena y osada. A distancia de esa situación, un tercero, agazapado, disfrutaba en las sombras como su esposa seducía a ese pobre chico.
Minutos más tarde, ella volvía a la casa principal meneando las caderas, sabiendo que su trasero era el centro de las miradas de Kevin. Pablo entonces tomó la posta, era su turno de actuar, y fue al encuentro del joven que aún se mostraba perturbado, le preguntó directamente si le gustaba su mujer pasando uno de los brazos por la espalda para abrazarlo como amigo, el joven que aún no salía de su perplejidad, con un tartamudeo involuntario respondió sin meditar la respuesta, si, si lo seducía esa pequeña mujer, Pablo carcajeó y sacó entonces de uno de sus bolsillos varios billetes rojos y le dijo al muchacho que se los podría quedar si solo era parte de un juego que ellos tenían en mente.
Kevin solo vio que los billetes rojos eran más de los que su patrón le daba al mes, y sintió su sexo duro como piedra bajo los pantalones, no dudó en asentir sin saber de qué se trataba. Pablo, aun lo mantenía abrazado por el hombro, y así lo condujo hacia la casa, y de ahí directo al dormitorio matrimonial.
Aylén lo esperaba recostada de lado, como una modelo, asegurándose de remarcar sus encantos femeninos, como si acaso eso fuera necesario, esperaba con ansias al chico, para ella, él tenía un cúmulo de encantos difíciles de entender, era feo, era torpe, era analfabeto, probablemente virgen y todo se sumaba para que se mostrara frontal, directo, sin rodeos. Bajo el pantalón de trabajo su verga dura se marcaba hacia el lado derecho, fue lo que primero ella notó, y Pablo, con un empujón calculado, lo hizo avanzar un par de pasos, mientras él fue a acomodarse a un lado de la habitación, en una silla previamente acomodada.
Kevin no sabía qué hacer, perdido entre el deseo de esa mujer que le nublaba la mente y la mirada filosa del esposo sobre sus espaldas, ella se acercó sin decir palabras, solo mirándolo a los ojos, bajó la cremallera se su pantalón y metió la mano muy profundo, ciertamente era la primera vez que estaba con una mujer, pero jamás imaginó que sería de esa manera. Aylén desnudó de entre las ropas una rica pija y empezó a masturbarlo, pero no en la forma que el mismo lo hacía, no, ella lo hacía muy lento, demasiado, apretándolo de una manera muy rica, sentía los labios de esa mujer muy cerca de su glande y espero en vano que ella se la chupara, pero ella seguía en su juego, cansinamente, casi a la altura de sus bolas, sentía morirse en deseos y ella con perversidad no dejaba de mirarlo a los ojos en una forma muy provocativa
Pablo, apartado de la escena, se masturbaba lentamente, estaban jugando uno de los tantos juegos que tantas veces habían imaginado, pero jamás habían cumplido. Aylén sabía que si no paraba el joven terminaría acabando, y fue lo que buscó, más y más, los jadeos de Kevin se le hicieron incontrolables y su respiración estaba entrecortada, se sintió venir y la mano de esa mujer sabía a perfección perversa en sus genitales.
Ella esperó el momento, y solo en ese momento justo dejó quieta su mano y por primera vez fijó su mirada en los ojos de Pablo, que observaba extasiado a la distancia, un fino chorro de lava hirviendo saltó medio metro hacia arriba, con fuerza, y fue a parar sobre el rostro y sobre la remera entallada de Aylén, echo que despertó una carcajada contenida por lo impensado de la situación, pero hubo en segundo disparo, este rozó su pendiente derecho, pasando sobre su hombro para ir al colchón por detrás, mojando también parte de su espalda, el tercero ya con menos fuerza fue sobre sus pechos.
Pablo, desde su sitio pudo contar siete disparos en total, siete disparos acrobáticos que hicieron delicia ante sus ojos y se quedó centrado en el último, ya casi sin fuerzas sobre la pollera y las piernas de su amada mujer.
El juego había terminado, Kevin tenía su dinero, ya había servido y ahora, Pablo tendría su momento para tener sexo a solas con su esposa.
Pero Kevin pareció no estar de acuerdo, el pobre joven no entendía de razonamientos, ni de juegos, ni de que se trataba todo esto, el actuaba prácticamente por instinto animal, él era un macho, y ahí estaba su hembra, parecía tener pegado en su nariz el olor a concha que lo llamaba a tomar lo que quería por la fuerza, siempre le había gustado esa pequeña mujer y ahora no dejaría pasar la oportunidad.
Ambos se vieron sorprendidos cuando Kevin intentó tomar control de la situación, él era una fiera enjaulada y ellos la habían liberado, ella intentó con algunos ‘no’ que no fueron tenidos en cuenta, sintió que su limitada fuerza femenina sucumbía frente a esos bíceps de albañil y que poco y nada podía hacer, buscó con la mirada la ayuda en los ojos de su esposo, pero Pablo permanecía inmóvil sentado en el rincón, sin intervenir, porque ciertamente lo excitaba lo que estaba sucediendo, como ese joven había tomado la iniciativa y como estaba por cogerse a su mujer, Aylén, vestida de esa manera y toda llena de leche, parecía una puta que estaba por recibir su merecido.
Aylén intentó buscar refugio en su esposo tratando de ir a su encuentro, pero Kevin como un voraz velociraptor la interceptó en el camino, Pablo se mantenía ajeno a todo, no pensaba intervenir y disfrutaba la escena. Entre forcejeos al fin ella se resignó y se dio por vencida, como una fácil presa que se rinde a su irremediable destino, a mitad camino, se encontró en cuatro patas, con sus manos apoyadas en las rodillas de su hombre, por detrás el joven muchacho se aprestaba para la estocada final.
El matrimonio había jugado muchos juegos, pero este parecía ser único, original, y ni remotamente de les había cruzado por la cabeza, ella estaba resignada, Kevin la ceñía por su escueta cintura y abusaba de su fuerza para asegurarse que su miembro rígido entrara por completo en la conchita de esa mujer, ella jadeaba en placer, a corta distancia tenía disponible la rica verga de su marido, pero no pensaba hacer nada por él ya que él no había hecho nada por ella, solo lo miraba a los ojos envuelta en pecado. Pero lo cierto es que a Pablo no le interesaba, él se llenaba de gozo viendo cómo se contorneaba su hembra y se llenaba los oídos con los gemidos que Kevin le arrancaba, que su rostro estuviera a centímetros de su pija había sido solo una maravillosa casualidad.
Pablo sería el primero en llegar, hacía tiempo venía reteniendo la eyaculación y solo pudo hacerlo sobre el rostro de su hermosa esposa, sabía que a ella no le agradaba, pero al carajo dijo, si un extraño de la estaba cogiendo asumió que él también podría darse un gusto.
Aylén fue tomada por sorpresa, no esperaba que su propio esposo hiciera eso, y sus lentes de aumento la salvaron de que el semen se metiera en sus ojos, pero no tenía tiempo de pensar, sintió las manos de Kevin apretando con más fuerza, sintió sus jadeos más profundos, y sintió en su vagina ese placer incomparable del sexo de un hombre a punto de estallar, esos segundos previos donde ella solo podía gritar. Apretó los muslos de su esposo entre sus manos y solo gimió como gata en celo recibiendo la leche caliente de su improvisado amante en su interior
Ahora si Kevin se daría por satisfecho, había perdido su virginidad y le había encantado lo vivido, tomó sus ropas, y en silencio partió caminando hacia su domicilio, con una sonrisa en los labios y unos cuantos billetes rojos en sus bolsillos.
Pero las cosas solo se complicarían en adelante, y demasiado...
Para el matrimonio, solo había sido un juego más, una experiencia en la abierta sexualidad que llevaban, era dar vuelta de página y empezar de nuevo. Pero no para Kevin, pare él no había sido un juego, estaba preso de la sensualidad de Aylén y en su cabeza primitiva imaginó que tenía derecho sobre ella, como un macho, estaba dispuesto a reclamar su lugar y a pelear con Pablo por ella.
La pareja pensó que, terminados los trabajos de construcción con el nuevo quincho, Kevin pasaría a ser solo un recuerdo, pero el siguió tratando de colarse en la pareja como diera lugar, el principio fue gracioso, luego lo tomaron en serio, y por último sintieron miedo por un chico que estaba ciego y no entraba en razones, él quería volver a cogerla, una y otra vez
Kevin conocía la casa como la palma de su mano, no tuvo inconvenientes en colarse por el fondo con un gran facón a cuestas, Pablo era un obstáculo y estaba decidido a terminar con el tema. Ellos no daban crédito de lo que veían, la pareja atemorizada retrocedió al ver al joven empuñar decidido el arma blanca en su mano derecha, trataron de razonar amablemente para pasar a discusiones acaloradas, hasta comprender que no había punto de retorno.
Forcejearon, dos contra uno, pero Aylén era una pequeña mujer, Pablo un torpe profesor y Kevin era joven y fuerte, además, no era la primera vez que dirimía discusiones de esa manera, es que así en su pobre barrio así se arreglaban las cosas.
Los vecinos fueron testigos de un griterío infernal seguido de un estridente silencio, solo los llantos desgarradores de Aylén quedaron como flotando en el aire luego de lo sucedido, Kevin sintió ganar la partida cuando el filo de su arma atravesó lentamente la carne de su oponente, Pablo trató de evitarlo en vano y en un rápido ahogo de sangre sintió como su vida se apagaba sin poder hacer nada al respecto.
Kevin terminó tras las rejas, en una corta condena que por buena conducta podría ser más breve aun, como de costumbre, callado, en silencio, introvertido, en su mente primitiva jamás pudo comprender porque lo habían encerrado, si acaso el solo quería lo que era suyo, lo que correspondía, jamás entendió el lenguaje complicado de los abogados de turno, ni las preguntas que le hacían, el solo asentía o negaba con la cabeza y firmaba a su manera papeles que le decían que tenía que firmar, si él ni siquiera sabía leer.
La voluntad de Pablo era que llegado el momento cremaran su cuerpo, y así lo hicieron, de común acuerdo entre su esposa, sus padres y sus hermanos.
La despedida fue larga y dolorosa, en especial para Aylén que entre verdades y mentiras solo pudo contar una parte de la historia, Kevin era solo uno de los albañiles de turno que habían trabajado en la casa y había aprovechado la situación, hacía un tiempo que sospechaban del muchacho puesto que les habían faltado 'varios billetes rojos' y cuando el trabajo de construcción se había terminado, había optado por asaltarlos a mano armada.
Vendió esa fábula a quien quisiera comprarla y en cada ocasión le agregó un nuevo detalle, fue tan real que casi ella misma se la creyó, pero por dentro, en su alma, ella sentía el mismo infierno, todo había sido consecuencia de jugar los juegos del amor
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