Esteban, mi vecino y compañero de clase, iba ya por su tercera novia con sólo 18 años. Bastante normal, teniendo en cuenta que es un bombón, tiene casa con piscina, es simpatiquísimo… vaya, un partidazo. El caso es que él sigue prefiriendo mi culo desde que, hará un año ya, me salvó de una paliza que iban a darme unos idiotas de nuestra clase. Ese día lo atrapé con mi carita de víctima salvada por los pelos, mi cuerpecito de metro sesenta depilado, mi vocecita sensual y, sobre todo, mi culo hambriento de polla. Me llevó a su casa para quitarme el susto y, de paso, yo le quité su leche. Se enganchó a mi boca y a mi trasero y yo a su semen. Sólo me pidió que me pusiera ropa de su hermana lo que, evidentemente hice encantada, su armario es para alucinar, y que respondiese al nombre de Ruth.
Como cada viernes, a las cuatro y media salimos de la universidad y fuimos hasta su casa y como casi cada viernes entré, teníamos tres horas para nosotros solitos antes que él se fuera de fin de semana con su novia. Nos dimos una ducha y, tras escoger un precioso conjunto íntimo negro con liguero y un ceñido top de Laura, su hermana, me di unos toques de maquillaje. Entré en la habitación de sus padres y Esteban ya estaba desnudo sobre la cama, con la hermosa polla erectísima. Me acerqué caminando sensualmente, bajé mi cabecita hasta el pene de mi amante y le di un beso. Me aparté el flequillo porqué se que a Esteban le gusta ver como se la chupo y comencé a mamar. De forma deliberadamente lenta fui tragando el tremendo sable del guapo chico hasta llegar a la base del pene. Me había costado tiempo y arcadas, pero ahora mis tragaderas eran insaciables. Pronto noté que de la tranca empezaban a salir los juguitos que me indicaban que estaba lista para penetrarme. Es ese momento el que prefiere Esteban para metérmela. Tomé el tubo de lubricante que tenemos siempre preparado en los pantalones de mi amante, embadurné la gloriosa verga, me metí un dedo con más lubricante y me senté sobre él.
Siempre deja que sea yo quien empiece. Bajo lentamente sintiendo algo caliente entrando en mi, cruzando mi esfínter, chocando con sus bolas. Me quedo unos instantes con mi cola apoyado sobre su estómago. Disfruto de mi ano abriéndose para acoger al dulce intruso. Subo lentamente y vuelvo a bajar, mirando la cara de satisfacción de mi hombre en ese momento, apoyando mis manitas en su pecho. Jadeo, acelero un poquito, me alboroto mi melenita a lo Cleopatra, Esteban comienza a moverse, levantando su pelvis a cada metida, apretando para entrar a fondo en mi culito… Es el momento de cambiar.
Le encanta que me meta como una perrita, pero sobre la alfombra, junto a la cama. El se mete detrás de mí, casi de pie y, sin aviso ninguno, me la mete de golpe. Finjo un gritito de sorpresa que aún le excita más. Siento su verga crecer un poquito, entrando y saliendo cada vez más rápido. Miro al armario con espejo que tengo al lado y nos veo cogiendo como locos, a veces su sexo sale del todo de mi pocito, pero lo vuelve a entrar sin esfuerzo alguno. Gimoteo, suspiro, él chilla y me dice groserías, su pene crece y crece, se calienta, me coge de mi cinturita y me atrae hacia él como si fuese una muñeca. Me preparo para sentir su hirviente leche invadiendo mi anito… Y, ese día, se abrió la puerta del cuarto.
Nos pillaron todos: su madre, su padre y Laura, la propietaria de la ropita que llevaba. Durante unos segundos no creí lo que veía. Esteban no se dio ni cuenta, ya que siempre termina con los ojos cerrados. -¡Me corro Ruth… Toma leche. Puta, toma!- , exclamó al tiempo que los otros tres nos miraban, creo que tratando de descubrir quien coño era yo, más que otra cosa. Un torrente de lefa se coló dentro de mi, el primer trallazo. Entonces Esteban, al no oir mis grititos que siempre le acompañaban en sus corridas, se dio cuenta de que no estábamos solos. Inconscientemente, salió de mi anito provocando un sonoro "plop", tratando de taparse, pero aún se estaba corriendo. El segundo chorro, con su pene apuntando a mi espalda, cayó sobre el precioso top de Laura, el tercero y cuarto, ya sin fuerza, sobre mis nalgas, pero también sobre las medias y la alfombra y, por si fuera poco, el primero comenzaba a rezumar de mi abierto agujerito.
1 comentarios - Anécdota Universitaria en casa de mi novio