Encuentro con la chica que me rompió el corazón en el instituto.
Aún no sé muy bien cómo acepté la invitación, pero allí estaba, aguantando hasta el final de la fiesta. En una discoteca donde sonaba una música estridente y un montón de borrachos y borrachas celebraban los veinte años de haber acabado el instituto. Una de las más perjudicadas era Katy, mi primer amor, mi primer desengaño y la causa de mi primera cogorza. Cuando el grupo con el que había asistido a la juerga se fue diluyendo, bien por los estragos del alcohol, bien por cualquier otro motivo, Katy se quedó bailando en mitad de la pista, y yo, apoyado en una de las barras, me dispuse a observar con detenimiento cómo el tiempo había hecho algún que otro estrago en su, anteriormente para mi, admirado cuerpo. Rondando los cuarenta, su larga melena iba ahora teñida de rubio y su ligero maquillaje intentaba ocultar las primeras arrugas de expresión. No había engordado, pero sus tetas, que nunca fueron muy grandes, ya notaban los efectos de la gravedad. Unos leggins ajustados, simulando un vaquero, embutía su culo que, al igual que sus tetas, empezaba a estar algo caído. El tercer moscón que le entró, a saco, por cierto, la estaba poniendo en apuros y salí en su defensa.
Al contrario que a la mayoría de mis antiguos compañeros, el paso del tiempo me había sentado bien. Si en el instituto había sido el clásico tirillas empollón que no se comía una rosca, al empezar mis estudios universitarios empecé a acudir a un gimnasio. No lo había dejado desde entonces y, podría decirse que lucía un buen cuerpo. Poniendo la mano en el hombro del tipo que la estaba incomodando, me acerqué a su oído y le pedí educadamente que dejara en paz a “mi amiga”. Con una rápida visual, intuyó que no tenía nada que hacer conmigo y se alejó con una buena cara de cabreo.
–Gracias –dijo Katy con voz pastosa y habla vacilante–, pero creo que no me hacía falta tu ayuda para librarme de ese pelmazo.
–Perdona, no quería interrumpir –dije con una sonrisa después de comprobar que olía a alcohol una barbaridad–. Te dejo para que sigas divirtiéndote.
Se volvió para seguir bailando, pero se trastabilló, perdió el equilibrio y tuve que sujetarla para que no se cayese al suelo. En el lance, estiró la mano para sujetarse y palpó con fingido disimulo mi pectoral y mi brazo derecho.
–¿Estás bien? –pregunté mirándola a los ojos–.
–Sí, sí. Estoy bien, aunque algo borracha –replicó moviendo la cabeza repetidamente, como si no pudiera sujetarla sobre el cuello y riéndose seriamente perjudicada por los varios gin-tonics que llevaba–. Creo que ya es hora de que me vaya a casa. Javier estará preocupado y…
–¿Al final te casaste con él? –la interrumpí–.
De pronto apareció en su rostro un gesto de tristeza y contestó con un suspiro. El alcohol hizo que su lengua se soltara y me puso al corriente de su vida.
–Sí, la peor decisión de mi vida. Me casé con él para salir de casa de mis padres y de todo lo que me prometió no ha cumplido nada. Solo tiene vida para su trabajo y las niñatas que se tira cuando está de viaje y a mí me tiene completamente abandonada. Si no lo he mandado ya a la mierda es porque me hizo firmar un acuerdo en el que me deja sin nada si decido divorciarme de él. Joder, ya te estoy dando la brasa, jajaja.
–Venga, te llevo a casa. No creo que estés en condiciones de conducir. Mañana recoges el coche, ¿de acuerdo?
Hicimos el trayecto hasta mi coche en silencio, ella agarrada a mí para no trastabillarse a cada paso que daba y yo pensando en recuperar el tiempo perdido. Por cómo se había comportado toda la noche y la conversación anterior, había deducido que iba bastante falta de polla y en mi cabeza se desató una lucha entre si estaba bien aprovecharme de la situación y resarcirme por lo mal que me lo había hecho pasar en el instituto. Llegué al parking con la polla a media asta y sin saber qué hacer, pero ella tomó la decisión por mí. Le abrí la puerta educadamente y subió al asiento del copiloto. Me indicó dónde vivía y, cuando arranqué, posó la mano sin disimulo sobre mi muslo, recorriéndolo hasta llegar a mi entrepierna. Me palpó el nabo por encima del pantalón y, cerrando los ojos, se mordió el labio inferior y rompió el silencio:
–Dios, vaya tranca. Es por lo menos el doble de gorda que la de Javier. Me folla muy poco, pero si tuviera algo parecido a esto, no creo que estuviera tan desesperada.
Bajé hasta la última planta del parking y, tras comprobar que estaba completamente vacío, volví a aparcar el coche protegido entre dos columnas. Mientras ella me desabrochaba torpemente el cinturón e intentaba sacarme el nabo, le indiqué que separara un poco los muslos. Cuando toqué los leggins comprobé que no llevaba bragas y que iba salida como una perra, pues estaban completamente empapados. Encontré su clítoris, aún por encima de la tela y lo acaricié, notando como se hinchaba por segundos. Cuando empezó a jadear, empecé a masajearlo de izquierda a derecha mientras Katy abría más las piernas y su respiración se agitaba hasta el punto de anunciar su primera corrida.
–Hostia, qué gusto, hostia…Joder, que me corro, ya, ya, ¡Ya! Me corro ¡ME CORROOO!!!!
Se corrió como una adolescente, empapándose toda la entrepierna y dejando en el asiento una gran cantidad de flujo. Me salí del coche y le indiqué a ella que hiciera lo mismo. Obedeció como una perrita sumisa. La coloqué de espaldas, haciendo que apoyara los codos en el capó y su culo me ofreció una vista perfecta. Le bajé los leggins hasta los tobillos y aparecieron ante mí sus blancas nalgas y sus largas piernas. Por debajo, un coño bastante alargado, de donde sobresalían sus labios menores, rompiendo la simetría de su raja. Me agaché entre sus piernas, separé sus nalgas y metí la lengua directamente en su ojete. Imagino que no se esperaba que empezase a lamer por ahí, pues intentó zafarse, pero se lo impedí. No sé si era la primera vez que le comían así el culo, pero notando como se agitaba, le separé más las nalgas y empecé a follarle el ojete con la lengua, consiguiendo un premio inesperado.
–Qué bueno…para, para, hostia, para ¡que me corroooo!
Ayudándola con un leve frotamiento de clítoris volvió a correrse como una colegiala, soltando otra gran cantidad de flujo y dando palmotazos sobre el capó.
–Bueno, creo que ahora te toca a ti –le dije mientras me incorporaba y le daba una sonora palmada en la nalga derecha–.
La ayudé a ponerse en cuclillas. Al abrirse su coño, cayeron hasta el suelo unas gotas de líquido viscoso y blanquecino y ella sonrió al sentir como aquello salía de su interior. Me terminé de sacar la polla y ella la lamió, desde la base hasta el capullo, deteniéndose en el glande para besarlo con dulzura. Sin esperarlo, abrió la boca como un buzón y se tragó de golpe tres cuartas partes de mi nabo. Con otro rápido movimiento se la tragó entera, hasta que mis cojones toparon con su barbilla. Sin conformarse con la garganta profunda que me había hecho, puso sus manos en mis nalgas y ella misma empezó a follarse la boca hasta la garganta, haciendo unos ruidos guturales inmensos y llenándome los huevos de babas que resbalaban hasta el suelo.
–Glup, glup, glup… ¿te gusta? –dijo sacándosela un momento de la boca.
Antes de poder responderle, volvió a tragársela hasta el fondo y volvió a repetir el mismo tratamiento. Tras unos minutos así, la baba le caía por la comisura de los labios hasta la camisa que llevaba, entrando por el escote y llegando hasta sus tetas. Como no quería correrme aún, le paré una follada de garganta en lo más profundo y, manteniéndosela unos segundos, mientras su boca rebosaba saliva, se la saqué de la boca y la puse de pie. Con los leggins enrollados en los tobillos, tenía el coño y el culo al aire. Subí la mano por su vientre, metiéndola por debajo de la camisa, hasta llegar a su sujetador. Desabroché varios botones y subí el sostén, dejando también sus tetas al aire, no muy grandes, de areolas oscuras y pezones gordos como garbanzos. Me metí una en la boca y chupé con gusto mientras ella me cogía la polla y me pajeaba a buen ritmo. Bajé mi mano hasta su chocho y le metí dos dedos, que entraron con toda la facilidad del mundo. Hice una especie de gancho con ellos y le follé el coño con rápidos movimientos, consiguiendo que en menos de un minuto volviera a jadear a punto de correrse de nuevo.
–Joder, qué gusto, joder, joder, joder….
Antes de que se corriera, le saqué los dedos del coño y la apoyé sobre el capó, dejándola totalmente expuesta ante mí. Me agarré la polla por la base y, tras frotársela por la raja y darle un par de golpes en el clítoris, se la clavé de un solo golpe. Debía ser verdad lo de la polla pequeña de su marido, porque cuando mis huevos toparon con el botoncito de su placer, su chochito apretó mi rabo con ansia, ajustándose a él como un guante.
–Hostia, qué gusto. Estoy llena, ¡LLENA DE POLLAAAA! –gritó enloquecida cuando la punta de mi rabo tocó su útero–
Me agarré a su cintura y empecé a bombear. Notándose rellena de carne, se dejó caer sobre el capó, apoyando las tetas en él y completamente entregada. Dejé de agarrarla por la cintura y, sujetándola por los hombros, la empotraba a lo bestia, notando cómo con cada pollazo le llegaba hasta el cérvix, provocándole otra corrida incontrolable.
–Hostia, otro, otro, ¡OTROOOO!!!! ¡¡¡AAAHHH!!!!
Quedó derrengada sobre el capó, soltando jugos por el coño como si se estuviera meando, formando un charco cada vez mayor sobre el suelo. Sin darle tiempo a recuperarse, recordé cómo se había corrido al meterle la lengua en el ojete y me propuse que el plato final iba a ser partirle el culo. Le volví a meter la tranca en el chocho y la saqué empapada de fluidos, goteando hasta el suelo. Me incliné sobre ella y le susurré al oído.
–Me voy a correr en ese culo de zorra que tienes. Te lo voy a dejar como un bebedero de patos y te lo voy a inundar de leche calentita. Vas a estar un par de días acordándote de lo mal que me lo hiciste pasar cada vez que vayas a cagar o te tengas que sentar. ¡SACA EL CULO, ZORRA! –le grité mientras le daba una buena torta en la nalga derecha, dejándole los dedos marcados–.
Me miró con una mezcla de miedo y lujuria, pero obedeció sin rechistar. Se apoyó con las manos en el capó y, volviendo la cabeza, me habló con un hilo de voz.
–Mi marido nunca me lo ha follado, ve con cuidado, por favor –dijo metiendo la cabeza entre sus brazos, esperando lo inevitable–.
–No te preocupes zorrita. Con lo que has soltado por el coño, tienes más que suficiente para lubricarte el culo.
Le metí dos dedos en el chocho y los saqué empapados de jugo de hembra. Escupí en su ojal e hice presión con uno de los dedos. Entró sin ninguna dificultad, aunque Kati dio un pequeño respingo cuando vencí la resistencia del esfínter. Metí el otro con la misma facilidad y me dispuse a hacer círculos dentro de su ano, dilatando su anillo poco a poco. La rigidez inicial fue dando paso a una mayor distensión y en menos de cinco minutos, tres dedos entraban y salían de su culo como la cosa más normal del mundo. Cuando empezó a gemir al compás de la follada digital que le estaba practicando, volví a meterle la tranca en el chocho para lubricarla de nuevo y le dije que se preparase para ser enculada. Suspiró y sacó el culo para lo que le venía encima.
Empecé a hacer fuerza y su ano se tragó la mitad del glande sin apenas esfuerzo. Con un golpe de cadera, le encajé el capullo entero y empezó a quejarse, pero, metiendo la mano entre sus piernas, se frotó el clítoris hasta volver a correrse de un modo animal y se relajó hasta que le clavé media polla. Entonces me agarré a sus caderas, ella se giró, mirándome por encima del hombro y, mientras asentía mordiéndose el labio inferior, con otro golpe de cadera se la clavé hasta que mis cojones toparon con sus nalgas. Entonces abrió los ojos como platos y la boca buscando aire, mientras con una mano golpeaba el capó y con la otra volvía a frotarse el clítoris. En menos de treinta segundos empezó a gemir, a chillar y a berrear mientras se meaba encima sin poder evitarlo.
–Ah, ah, ah…¡¡¡AAAAAAHHHHHHHH!!!!!!
La tuve unos minutos enculada a tope, para que se acostumbrara, mientras se relajaba poco a poco. Cuando empecé a retirarle la polla del culo, de su voz solo salían comentarios soeces: “joder, me has abierto como una cerda”, “parece que me cago” …pero, antes de sacarla por completo, volví a hacer fuerza hacia adentro y su ojal se volvió a tragar toda mi tranca, sacándole un “ooooohhhhhh” de gusto que se oyó en todo el parking. Repetí el proceso varias veces y a los pocos segundos estaba bombeando a lo bruto aquel culo por el que antaño lo pasé mal. La estuve enculando un buen rato y, cuando noté que me faltaba poco para correrme, quise subir mi apuesta. Se la saqué y la puse de nuevo en cuclillas para que me la chupara de nuevo después de estar dándole por el culo. Hizo un gesto de asco, pero le di un pollazo en la cara y le grité que abriera la boca.
–Abre la puta boca, ¡zorra!
Volvió a transformar su boca en un buzón de correos y se tragó mi tranca hasta que los huevos chocaron de nuevo con su barbilla. Le follé la boca hasta el fondo unos minutos y cuando la tuve de nuevo cubierta de babas, la hice colocar de espaldas en el capó, con las piernas abiertas como una especie de rana, mostrándome sus dos agujeros completamente abiertos y ofrecidos para mi disfrute. Me puse las piernas sobre los hombros y se la volví a clavar en el culo, esta vez con suma facilidad. Cada vez que mis pelotas chocaban contra su coño era como si palmeara en un charco, de la cantidad de flujo que salía de él. Notando que no iba a aguantar mucho más, me agarré a sus tetas y empecé a bombear en su recto todo lo rápido que podía, empotrándola a lo bestia sobre el coche. Con un par de embestidas más, noté que me corría como un animal salvaje y, apretándole los pezones le solté varias descargas de leche caliente, inundándole el recto, mientras le gritaba como un loco.
–Toma leche, cabrona, ¡AAAAHHHH! Toma, toma, ¡TOMAAAAA!!!!
Al notar las descargas en su culo, ella soltó dos descargas de líquido transparente que rebotaron contra mi pubis y le salpicaron la cara, como si se hubiera meado a sí misma, mientras balbuceaba palabras inconexas.
–Sí, sí, uff, ahh, ahh, joder, joder, me vas a reventarrrrrrr. Otro, ¡OTROOO!!!
Cuando le bajé las piernas de mis hombros, un río de semen cayó sobre sus leggins, ya empapados previamente de sus corridas anteriores.
–Creo que el cornudo de tu marido tendrá que comprarte otros pantaloncitos –le dije mientras le ponía la polla en la boca para que me la limpiara–.
La dejé en la puerta de su casa, con los leggins llenos de flujo y semen y la camisa abierta, con el sujetador en la mano.
–Mañana te llamo para que me limpies el estropicio que has dejado en el asiento.
CONTINUARÁ.
Aún no sé muy bien cómo acepté la invitación, pero allí estaba, aguantando hasta el final de la fiesta. En una discoteca donde sonaba una música estridente y un montón de borrachos y borrachas celebraban los veinte años de haber acabado el instituto. Una de las más perjudicadas era Katy, mi primer amor, mi primer desengaño y la causa de mi primera cogorza. Cuando el grupo con el que había asistido a la juerga se fue diluyendo, bien por los estragos del alcohol, bien por cualquier otro motivo, Katy se quedó bailando en mitad de la pista, y yo, apoyado en una de las barras, me dispuse a observar con detenimiento cómo el tiempo había hecho algún que otro estrago en su, anteriormente para mi, admirado cuerpo. Rondando los cuarenta, su larga melena iba ahora teñida de rubio y su ligero maquillaje intentaba ocultar las primeras arrugas de expresión. No había engordado, pero sus tetas, que nunca fueron muy grandes, ya notaban los efectos de la gravedad. Unos leggins ajustados, simulando un vaquero, embutía su culo que, al igual que sus tetas, empezaba a estar algo caído. El tercer moscón que le entró, a saco, por cierto, la estaba poniendo en apuros y salí en su defensa.
Al contrario que a la mayoría de mis antiguos compañeros, el paso del tiempo me había sentado bien. Si en el instituto había sido el clásico tirillas empollón que no se comía una rosca, al empezar mis estudios universitarios empecé a acudir a un gimnasio. No lo había dejado desde entonces y, podría decirse que lucía un buen cuerpo. Poniendo la mano en el hombro del tipo que la estaba incomodando, me acerqué a su oído y le pedí educadamente que dejara en paz a “mi amiga”. Con una rápida visual, intuyó que no tenía nada que hacer conmigo y se alejó con una buena cara de cabreo.
–Gracias –dijo Katy con voz pastosa y habla vacilante–, pero creo que no me hacía falta tu ayuda para librarme de ese pelmazo.
–Perdona, no quería interrumpir –dije con una sonrisa después de comprobar que olía a alcohol una barbaridad–. Te dejo para que sigas divirtiéndote.
Se volvió para seguir bailando, pero se trastabilló, perdió el equilibrio y tuve que sujetarla para que no se cayese al suelo. En el lance, estiró la mano para sujetarse y palpó con fingido disimulo mi pectoral y mi brazo derecho.
–¿Estás bien? –pregunté mirándola a los ojos–.
–Sí, sí. Estoy bien, aunque algo borracha –replicó moviendo la cabeza repetidamente, como si no pudiera sujetarla sobre el cuello y riéndose seriamente perjudicada por los varios gin-tonics que llevaba–. Creo que ya es hora de que me vaya a casa. Javier estará preocupado y…
–¿Al final te casaste con él? –la interrumpí–.
De pronto apareció en su rostro un gesto de tristeza y contestó con un suspiro. El alcohol hizo que su lengua se soltara y me puso al corriente de su vida.
–Sí, la peor decisión de mi vida. Me casé con él para salir de casa de mis padres y de todo lo que me prometió no ha cumplido nada. Solo tiene vida para su trabajo y las niñatas que se tira cuando está de viaje y a mí me tiene completamente abandonada. Si no lo he mandado ya a la mierda es porque me hizo firmar un acuerdo en el que me deja sin nada si decido divorciarme de él. Joder, ya te estoy dando la brasa, jajaja.
–Venga, te llevo a casa. No creo que estés en condiciones de conducir. Mañana recoges el coche, ¿de acuerdo?
Hicimos el trayecto hasta mi coche en silencio, ella agarrada a mí para no trastabillarse a cada paso que daba y yo pensando en recuperar el tiempo perdido. Por cómo se había comportado toda la noche y la conversación anterior, había deducido que iba bastante falta de polla y en mi cabeza se desató una lucha entre si estaba bien aprovecharme de la situación y resarcirme por lo mal que me lo había hecho pasar en el instituto. Llegué al parking con la polla a media asta y sin saber qué hacer, pero ella tomó la decisión por mí. Le abrí la puerta educadamente y subió al asiento del copiloto. Me indicó dónde vivía y, cuando arranqué, posó la mano sin disimulo sobre mi muslo, recorriéndolo hasta llegar a mi entrepierna. Me palpó el nabo por encima del pantalón y, cerrando los ojos, se mordió el labio inferior y rompió el silencio:
–Dios, vaya tranca. Es por lo menos el doble de gorda que la de Javier. Me folla muy poco, pero si tuviera algo parecido a esto, no creo que estuviera tan desesperada.
Bajé hasta la última planta del parking y, tras comprobar que estaba completamente vacío, volví a aparcar el coche protegido entre dos columnas. Mientras ella me desabrochaba torpemente el cinturón e intentaba sacarme el nabo, le indiqué que separara un poco los muslos. Cuando toqué los leggins comprobé que no llevaba bragas y que iba salida como una perra, pues estaban completamente empapados. Encontré su clítoris, aún por encima de la tela y lo acaricié, notando como se hinchaba por segundos. Cuando empezó a jadear, empecé a masajearlo de izquierda a derecha mientras Katy abría más las piernas y su respiración se agitaba hasta el punto de anunciar su primera corrida.
–Hostia, qué gusto, hostia…Joder, que me corro, ya, ya, ¡Ya! Me corro ¡ME CORROOO!!!!
Se corrió como una adolescente, empapándose toda la entrepierna y dejando en el asiento una gran cantidad de flujo. Me salí del coche y le indiqué a ella que hiciera lo mismo. Obedeció como una perrita sumisa. La coloqué de espaldas, haciendo que apoyara los codos en el capó y su culo me ofreció una vista perfecta. Le bajé los leggins hasta los tobillos y aparecieron ante mí sus blancas nalgas y sus largas piernas. Por debajo, un coño bastante alargado, de donde sobresalían sus labios menores, rompiendo la simetría de su raja. Me agaché entre sus piernas, separé sus nalgas y metí la lengua directamente en su ojete. Imagino que no se esperaba que empezase a lamer por ahí, pues intentó zafarse, pero se lo impedí. No sé si era la primera vez que le comían así el culo, pero notando como se agitaba, le separé más las nalgas y empecé a follarle el ojete con la lengua, consiguiendo un premio inesperado.
–Qué bueno…para, para, hostia, para ¡que me corroooo!
Ayudándola con un leve frotamiento de clítoris volvió a correrse como una colegiala, soltando otra gran cantidad de flujo y dando palmotazos sobre el capó.
–Bueno, creo que ahora te toca a ti –le dije mientras me incorporaba y le daba una sonora palmada en la nalga derecha–.
La ayudé a ponerse en cuclillas. Al abrirse su coño, cayeron hasta el suelo unas gotas de líquido viscoso y blanquecino y ella sonrió al sentir como aquello salía de su interior. Me terminé de sacar la polla y ella la lamió, desde la base hasta el capullo, deteniéndose en el glande para besarlo con dulzura. Sin esperarlo, abrió la boca como un buzón y se tragó de golpe tres cuartas partes de mi nabo. Con otro rápido movimiento se la tragó entera, hasta que mis cojones toparon con su barbilla. Sin conformarse con la garganta profunda que me había hecho, puso sus manos en mis nalgas y ella misma empezó a follarse la boca hasta la garganta, haciendo unos ruidos guturales inmensos y llenándome los huevos de babas que resbalaban hasta el suelo.
–Glup, glup, glup… ¿te gusta? –dijo sacándosela un momento de la boca.
Antes de poder responderle, volvió a tragársela hasta el fondo y volvió a repetir el mismo tratamiento. Tras unos minutos así, la baba le caía por la comisura de los labios hasta la camisa que llevaba, entrando por el escote y llegando hasta sus tetas. Como no quería correrme aún, le paré una follada de garganta en lo más profundo y, manteniéndosela unos segundos, mientras su boca rebosaba saliva, se la saqué de la boca y la puse de pie. Con los leggins enrollados en los tobillos, tenía el coño y el culo al aire. Subí la mano por su vientre, metiéndola por debajo de la camisa, hasta llegar a su sujetador. Desabroché varios botones y subí el sostén, dejando también sus tetas al aire, no muy grandes, de areolas oscuras y pezones gordos como garbanzos. Me metí una en la boca y chupé con gusto mientras ella me cogía la polla y me pajeaba a buen ritmo. Bajé mi mano hasta su chocho y le metí dos dedos, que entraron con toda la facilidad del mundo. Hice una especie de gancho con ellos y le follé el coño con rápidos movimientos, consiguiendo que en menos de un minuto volviera a jadear a punto de correrse de nuevo.
–Joder, qué gusto, joder, joder, joder….
Antes de que se corriera, le saqué los dedos del coño y la apoyé sobre el capó, dejándola totalmente expuesta ante mí. Me agarré la polla por la base y, tras frotársela por la raja y darle un par de golpes en el clítoris, se la clavé de un solo golpe. Debía ser verdad lo de la polla pequeña de su marido, porque cuando mis huevos toparon con el botoncito de su placer, su chochito apretó mi rabo con ansia, ajustándose a él como un guante.
–Hostia, qué gusto. Estoy llena, ¡LLENA DE POLLAAAA! –gritó enloquecida cuando la punta de mi rabo tocó su útero–
Me agarré a su cintura y empecé a bombear. Notándose rellena de carne, se dejó caer sobre el capó, apoyando las tetas en él y completamente entregada. Dejé de agarrarla por la cintura y, sujetándola por los hombros, la empotraba a lo bestia, notando cómo con cada pollazo le llegaba hasta el cérvix, provocándole otra corrida incontrolable.
–Hostia, otro, otro, ¡OTROOOO!!!! ¡¡¡AAAHHH!!!!
Quedó derrengada sobre el capó, soltando jugos por el coño como si se estuviera meando, formando un charco cada vez mayor sobre el suelo. Sin darle tiempo a recuperarse, recordé cómo se había corrido al meterle la lengua en el ojete y me propuse que el plato final iba a ser partirle el culo. Le volví a meter la tranca en el chocho y la saqué empapada de fluidos, goteando hasta el suelo. Me incliné sobre ella y le susurré al oído.
–Me voy a correr en ese culo de zorra que tienes. Te lo voy a dejar como un bebedero de patos y te lo voy a inundar de leche calentita. Vas a estar un par de días acordándote de lo mal que me lo hiciste pasar cada vez que vayas a cagar o te tengas que sentar. ¡SACA EL CULO, ZORRA! –le grité mientras le daba una buena torta en la nalga derecha, dejándole los dedos marcados–.
Me miró con una mezcla de miedo y lujuria, pero obedeció sin rechistar. Se apoyó con las manos en el capó y, volviendo la cabeza, me habló con un hilo de voz.
–Mi marido nunca me lo ha follado, ve con cuidado, por favor –dijo metiendo la cabeza entre sus brazos, esperando lo inevitable–.
–No te preocupes zorrita. Con lo que has soltado por el coño, tienes más que suficiente para lubricarte el culo.
Le metí dos dedos en el chocho y los saqué empapados de jugo de hembra. Escupí en su ojal e hice presión con uno de los dedos. Entró sin ninguna dificultad, aunque Kati dio un pequeño respingo cuando vencí la resistencia del esfínter. Metí el otro con la misma facilidad y me dispuse a hacer círculos dentro de su ano, dilatando su anillo poco a poco. La rigidez inicial fue dando paso a una mayor distensión y en menos de cinco minutos, tres dedos entraban y salían de su culo como la cosa más normal del mundo. Cuando empezó a gemir al compás de la follada digital que le estaba practicando, volví a meterle la tranca en el chocho para lubricarla de nuevo y le dije que se preparase para ser enculada. Suspiró y sacó el culo para lo que le venía encima.
Empecé a hacer fuerza y su ano se tragó la mitad del glande sin apenas esfuerzo. Con un golpe de cadera, le encajé el capullo entero y empezó a quejarse, pero, metiendo la mano entre sus piernas, se frotó el clítoris hasta volver a correrse de un modo animal y se relajó hasta que le clavé media polla. Entonces me agarré a sus caderas, ella se giró, mirándome por encima del hombro y, mientras asentía mordiéndose el labio inferior, con otro golpe de cadera se la clavé hasta que mis cojones toparon con sus nalgas. Entonces abrió los ojos como platos y la boca buscando aire, mientras con una mano golpeaba el capó y con la otra volvía a frotarse el clítoris. En menos de treinta segundos empezó a gemir, a chillar y a berrear mientras se meaba encima sin poder evitarlo.
–Ah, ah, ah…¡¡¡AAAAAAHHHHHHHH!!!!!!
La tuve unos minutos enculada a tope, para que se acostumbrara, mientras se relajaba poco a poco. Cuando empecé a retirarle la polla del culo, de su voz solo salían comentarios soeces: “joder, me has abierto como una cerda”, “parece que me cago” …pero, antes de sacarla por completo, volví a hacer fuerza hacia adentro y su ojal se volvió a tragar toda mi tranca, sacándole un “ooooohhhhhh” de gusto que se oyó en todo el parking. Repetí el proceso varias veces y a los pocos segundos estaba bombeando a lo bruto aquel culo por el que antaño lo pasé mal. La estuve enculando un buen rato y, cuando noté que me faltaba poco para correrme, quise subir mi apuesta. Se la saqué y la puse de nuevo en cuclillas para que me la chupara de nuevo después de estar dándole por el culo. Hizo un gesto de asco, pero le di un pollazo en la cara y le grité que abriera la boca.
–Abre la puta boca, ¡zorra!
Volvió a transformar su boca en un buzón de correos y se tragó mi tranca hasta que los huevos chocaron de nuevo con su barbilla. Le follé la boca hasta el fondo unos minutos y cuando la tuve de nuevo cubierta de babas, la hice colocar de espaldas en el capó, con las piernas abiertas como una especie de rana, mostrándome sus dos agujeros completamente abiertos y ofrecidos para mi disfrute. Me puse las piernas sobre los hombros y se la volví a clavar en el culo, esta vez con suma facilidad. Cada vez que mis pelotas chocaban contra su coño era como si palmeara en un charco, de la cantidad de flujo que salía de él. Notando que no iba a aguantar mucho más, me agarré a sus tetas y empecé a bombear en su recto todo lo rápido que podía, empotrándola a lo bestia sobre el coche. Con un par de embestidas más, noté que me corría como un animal salvaje y, apretándole los pezones le solté varias descargas de leche caliente, inundándole el recto, mientras le gritaba como un loco.
–Toma leche, cabrona, ¡AAAAHHHH! Toma, toma, ¡TOMAAAAA!!!!
Al notar las descargas en su culo, ella soltó dos descargas de líquido transparente que rebotaron contra mi pubis y le salpicaron la cara, como si se hubiera meado a sí misma, mientras balbuceaba palabras inconexas.
–Sí, sí, uff, ahh, ahh, joder, joder, me vas a reventarrrrrrr. Otro, ¡OTROOO!!!
Cuando le bajé las piernas de mis hombros, un río de semen cayó sobre sus leggins, ya empapados previamente de sus corridas anteriores.
–Creo que el cornudo de tu marido tendrá que comprarte otros pantaloncitos –le dije mientras le ponía la polla en la boca para que me la limpiara–.
La dejé en la puerta de su casa, con los leggins llenos de flujo y semen y la camisa abierta, con el sujetador en la mano.
–Mañana te llamo para que me limpies el estropicio que has dejado en el asiento.
CONTINUARÁ.
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