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Yo y el Gaucho (relato gay)

Los diesiocho es una edad muy importante por muchas razones. Uno siempre lo relaciona con diversas cosas; la salida de la adolescencia, los amigos que ya no están, los amores de verano, entre otras cosas. Para mí, siempre quedará en mi memoria como la edad a la que me dieron una de las mejores cogidas de mi vida.
Verán, apenas terminé la secundaria, se asimismó el verano como era de esperarse. Esa época que un momento fue una celebración del descanso y el ocio, de repente, tras haberme recibido del colegio se sintió más vacía y gris que otras veces. De hecho, lo único que me salvaba de hundirme en el eterno aburrimiento fueron las terribles pajas que me daba, que en algunas ocaciones llegaban hasta tres o cuatro por día. Sin embargo, eso aparentemente no evito que mis padres notaran mi dasasosiego y decidieran llevarme de vacaciones a una estancia a la que habían ido en su juventud. Fue un viaje en auto, recuerdo que fue largo y tedioso. Hubo tránsito, sol y mucho calor, así que en medio del trayecto me pegué una siesta lo suficientemente larga como para despertarme al momento de llegada. Me desperté con el bocinazo que pegamos al enfrentarnos con la tranquera, la que parecía indicar la entrada a la estancia. Fue entonces que salió él, El dueño. Nunca había visto un espécimen como ese. Alto, grandote, corpulento, de una tes tostada por el sol del campo, y un pelaje negro y canoso que parecía ir desde sus prominentes cejas hasta la punta de sus extremidades, exceptuando por supuesto, algunas partes de su cara y cuello. No obstante, en ese momento lo más llamativo para mí era su particular atuendo tradicional: Boina, pañuelo, camisa arremangada a medio abrochar, botas y un pantalon ancho de gabardina que traía un facón a la altura de la cintura. Me quedé tan perdido en ese hombre, que no me percate de lo transpirado que había quedado por el viaje, a tal punto que la musculosa y short que traía (lo cual suele ser lo único que llevo en verano, sin ningún tipo de ropa interior porque me incomoda), se había humedecido y adherido a mi cuerpo marcandome las nalgas empapadas (y adoloridas por el viaje). Salimos del auto y mi familia lo saludó. Se ve que ya se conocían de mucho, porque mi viejo lo saludó con un abrazo y un beso en el cachete, todo entre canchereadas de hombres, por supuesto. En la medida que saludaban llevaban las maletas adentro; una mujer, la señora del dueño, hacía pasar dentro de la casa a mis padres mientras les señalaba las nuevas instalaciones. Cuando ya entraron, solo quedaba yo para saludar y pasar. Debo decir entonces, que estar ante semejante varón me hizo entrar en cortocircuito, por lo que intenté a pesar de no conocerlo, saludarlo como lo saludó mi viejo. Sin decir una palabra, lo abracé dandole dos palmadas en la espalda; recuerdo que podía sentir los pelos de su pecho salir por la abertura de su camisa y acariciar mi pecho, al cual solo recién le empezaban a salir sus primeros vellos; podía sentir nuestras transpiraciones cruzandose a lo largo de nuestros torsos, condensandose en gruesas gotas que se escurrían de nuestra ropa; podía sentir el olor a macho campero emanar de él, haciendo que mi culo se dilate, abriendose y cerrandose en espera de algo que lo satisfaga. No contento con esto, procedí a darle un beso en el cachete. Entre hombres este beso es rápido y aveces ni siquiera existe el contacto real, pero yo sin dudarlo enterré mis labios en esa mata de pelos que conformaba su barba mientras él reposaba sus manos gruesas en mi espalda baja. Se hizo un silencio incomodo el cual aproveché para presentarme, y así él se me presentó a mí. "Me llamo Raúl" me dice, en un acento que por mi ignorancia porteña y corta edad no pude decifrar, mientras hacia una mueca y me hechaba una ojeada de arriba a abajo.
El día que siguió después de eso transcurrió con normalidad. La estancia era amplia, pero de alguna forma había logrado mantener un aire de familiaridad que se disfrutaba. Había animales de granja (como era de esperarse), llanuras con plantación de la época, un clima pesado, y un lago enorme el cual se encontraba en bajada, oculto por arbustos autóctonos. La casona donde nos quedabamos era grande y venía ya amueblada; no tardamos en notar que en realidad se trataba de la vivienda habitual de los dueños de la estancia, que se habían movido a una casa vecina mucho más chica por nuestra presencia. Igual, lo más interesante de la casa para mí era lo extenso que era el patio, el cual alojaba varios limoneros, el establo de los dueños, y unas reposeras para descansar. O al menos fue lo más interesante por un instante, ya que mientras ayudaba a mi familia con la ropa y las valijas, descubrí en un cajón del cuarto matrimonial una prenda que robó mi atención totalmente. Era un boxer, y no era cualquier boxer, supe inmediatamente al ver su tamaño colosal que solo podía tratarse de uno usado por Raúl. No tenía ningún tipo de mancha, pero la textura me hizo prevenir que había sido usado hace poco. La confirmación de ello se dió cuando hundí mi nariz e inspiré ese poderoso olor. En definitiva, olía a él, pero de una forma muchísimo más obsena e impetuosa. Era un olor particular, era el olor del contacto estrecho y constante con su verga y sus bolas, acumulado durante quien sabe cuanto tiempo, y yo me lo estaba refregando por la jeta como un degenerado. Despertó en mí entonces una sensación de corrupción, necesitaba pajearme a como dé lugar porque ya no daba más de calentura, no me importaba que estuviera en casa ajena, no importaba nada. Y lo hubiera hecho si no fuera porque mi vieja me llamó desde la cocina para que les acompañe a pasear. En estado de nervios me guarde el boxer bajo mi short, y grité "¡Voy!". Sin embargo, sería una obviedad decir que Raúl no se borraba de mi mente durante todo el paseo. Él tenía aproximadamente unos cincuenta y pico, pero tenía una compostura y una imposición, que su edad era lo que menos dabas bola cuando lo contemplabas. Era como una figura autoritaria, cuanto estabas frente a él te sentías chiquito, pero eso más que asustarme o inquietarme, despertaba mi lado más libidinoso e inmoral. Despues de que nos presentamos, no nos volvimos a cruzar hasta más o menos las seis de la tarde. Nos juntamos todos en el patio de la casa para matear y tomar sol en las reposeras. Mientras tenía la bombilla entre los labios, no apartaba la vista de Raul. Parece que mis viejos y la señora de la casa estaban tan perdidos en su conversación que no se percataron de lo ficha-bulto que estaba esa tarde, pero yo sé que él sí, y lo sé por la forma tan sugestiva que tenía de meterse mano para rascar. Más de una vez mientras lo hacía chocamos miradas. Por su parte él siempre las mantenía y yo era el que bajaba la vista hacia el pasto en señal de vergüenza, parece que era autoconciente del respeto que imponía. "¿No te gustaría que te enseñe a andar a caballo, chango?" murmuró interrumpiendo la conversación del resto. Yo dirigí la vista hacia mis padres que sonreían en aprobación, y miré a Raúl que levantaba una de sus cejas pobladas a modo de intriga. Afirmé con la cabeza y me dispuse a seguirlo. La verdad, por más ingenuo que suene, creía que finalmente se me iba a dar, que iba a tener a todo ese hombre para mí. Y quizás se me hubiera dado, si no fuera porque lamentablemente, mis viejos decidieron acompañarnos. Llegamos a los caballos, y recuerdo que el caballo que yo iba a montar era muy alto, no llegaba. Por eso Raúl, como un salvador, me agarró con sus manos peludas por la cintura y me sentó sobre el animal como corresponde. Me pareció por un instante sentir sus pulgares sobre mi cola, pero quizás fue mi imaginación. Lo que seguro no fue mi imaginación, fue la forma en la que me abrazó por los costados y se sentó detras mío para que cabalguemos juntos. "Decí que sos flaquito vos, porque si no, pobre animal" dijo entre risas a mi oído. Cómo nunca había montado a caballo, no sabía que esa era la forma de enseñar, era casi como un suceso idílico para mí. A final de cuentas, a pesar de la vigilancia de mis padres, yo obviamente disfruté ese momento como si no hubiera otro; me volaba la mente la forma en la que sus brazos como dos troncos me sujetaban con firmeza; o como su respiración, agitada como gruñidos, se deslizaba por mi oído. Pero sin duda, lo que más me gustó de mi cabalgata, fue la manera en la que aprovechaba para sacar culo cada vez que nos apartabamos de los demás. Mi short, el cual ya estaba sobreexigido por la posición tan emputecida que tomaba, dejaba la mitad de mis nalgas al descubierto. Me percaté que él las pudo ojear por la forma en la que rezongaba. "Uff, que hijo de pu-". No pasó mucho hasta que entre la tela tragada por mi orto, sentí una masa de carne endureciendose. Creí que alucinaba, pero una cabalgata rápida hizo rebotar mi culo sobre su entrepierna lo suficiente como para notar ese trozo contenido por su pantalón. Sentía como se expandía hasta tomar dimensiones inesperadas, y sobretodo, como si de algo metafísico se tratase, como quería entrar en mí a como de lugar. Por momentos pienso que si en esa estancia no hubiera nadie más que yo y él, este me hubiera culeado a pelo encima del caballo a mitad de ese atardecer. Fantaseaba de forma adolescente que de la nada desvíaba el caballo y me llevaba a unos matorrales para partirme el culo. Analizandolo desde el presente, puedo decir que por más que me hubiera gustado, sé en el fondo que Raúl era un señor y macho de respeto, jamás haría algo así en público, y hago incapié en el "en público". Mis fantasías prontamente fueron interrumpidas por la misma voz de Raúl. "Tenemos que volver", dijo. Antes que yo pudiera objetar nada, continuó. "Se está oscureciendo, además, mira allá" me decía señalando un conjunto de nubes tormentosas en el horizonte. Parece que el clima tan pesado que venía haciendo era porque se avecinaba una gran tormenta. Con la calentura frustrada, regresamos con al ocaso. Mis padres corrieron a cerrar bien las ventanas de la casa por si las dudas, ya que el viento se empezaba a levantar y el cielo se ponía gris, yo por mi parte me quedé ayudando a Raúl a entrar los caballos al establo. Mientras abría la canilla del bebedero, escucho un sorpresivo "¿Qué tenemos acá?". Parece que por el movimiento al cabalgar, el boxer de Raúl que guardaba bajo mi short se escapó por el bajo de este. Él lo tomó entre dos dedos y lo observó un rato en confusión, reconociendolo como suyo. Luego, me miró de arriba a abajo y soltó una débil risa, haciendo su habitual y perversa mueca. Parece que se dió cuenta de lo que estaba pasando. Creo que jamás me había sentido más humillado en la vida. Quise comenzar a explicarme pero lo único que broto de mí fueron unas lagrimas y balbuceos nerviosos. Salí corriendo para mi pieza sin dar explicaciones, y me tiré a la cama lleno de vergüenza.
Estuve recostado por un rato largo hasta que anocheció. Me quede solo, mirando la pared mientras los minutos pasaban, hasta pude notar diminutas marcas de humedad imperceptibles a la óptica común. Todo lo que se oía era una llovizna que daba contra mi ventana, y unos truenos que delataban lo próxima que estaba la tormenta. Quería olvidar todo lo que pasó. Generalmente, cuando se me presenta un macho así no paro hasta tenerlo, pero en ese momento, me sentí muy, muy boludo. Quedé como un maricón pajero frente a alguien que en cierta forma respetaba, y ahora tenía miedo de enfrentar esa situación. Me hubiera quedado ahí, pero la misma angustia hizo que me de un poco de hambre, así que fui a la cocina a picar algo e hidratarme. Como se esperaba, allí estaban mis padres, estaban jugando al truco con la dueña. "Ah, ¡ahí estabas!" dijo la doña en sorpresa. "El Raúl te andaba buscando, dijo que necesitaba tu ayuda y no te encontraba". Levanté mis cejas en gesto de asombro. "¿Dónde está?", pregunté. "Debe estar en el establo, fue a ayudar a unos vecinos hace rato y ahora está atando bien a los caballos, porque se asustan con los truenos ¿viste?", me contestó. Salí inmediatamente al patio con dirección al establo. La llovizna se había detenido temporalmente, la tierra estaba algo humeda, pero aún no había barro por suerte. Cuando estoy por entrar al establo oigo un "Chh, chh". Miro para todos lados buscando el origen del sonido, hasta que en la sombra nocturna, junto a uno de los limoneros más apartados, distingo la tenue luz de un cigarro. Me acerco con timidez, era Raúl, estaba fumando un pucho reposado sobre el tronco del árbol. "Vine a ayudarte", tartamudeé. Él dió una pitada larga y prosiguió. "Ah ¿Sí? Bueno, en un cacho entramos. No le hace bien el humo a los caballos" dijo en un tono misterioso y perturbador, el cual hacia juego con la oscuridad que nos rodeaba. En ese momento, temblaba del miedo, pensaba que él debía estar enojado, que me iba a retar y dar un sermón en cualquier instante. Con la voz quebrada llegué a murmurar "Perdón". Hubo silencio. Él inmediatamente comprendió a lo que me refería. "No pasa nada, chango" afirmó de manera tranquila. Sentí alivio, tome una bocanada de aire y suspiré en calma. Luego, en un tono semejante me dijo "Tengo que mear, ¿Me acompañas?". Digo semejante, porque si bien su voz sonaba más calma, seguía siendo misteriosa, pero esta vez de un modo que ya no me perturbaba, sino que me cautivaba. Era como la puerta hacia una perversión, puerta que decidí abrir cuando me propuse a acompañarlo. Nos movimos unos metros hacia un limonero un poco más apartado. Este se encontraba de una forma tal en la que si bien no nos verían desde la casa, había suficiente luz de esta como para notar nuestros perfiles. Se bajo los pantalones hasta por arriba de las rodillas, se abrió un poco la camisa y me hizo un gesto con la cabeza para que yo haga lo mismo, así fue hecho. Empezamos a mear, y debo decir que me dolía la cabeza de intentar mantener la mirada al frente. No quería que haya más confusiones que las que hubo esa tarde, pero el simple hecho de saber que tenía una poronga tan cerca hizo que me inquietara como nunca. Oía el chorro que despedía Raúl sobre la base del árbol, fuerte, mojando todo a su paso, mientras yo de los nervios a penas pude largar unas gotas. "Puta madre, se me apagó el pucho" refunfuñó. "A ver, pibe, dame una mano", sin ningún anticipo, tomó mi mano y apoyó su verga encima para que se la sostenga. Sin dejar de mear, sacó un encendedor de su bolsillo y prendió su cigarro nuevamente, exhalando una estela de humo. A mí me temblaba la respiración, quedé totalmente paralizado. Era demasiado intensa la sensación de tener en la palma una verga cuyo grosor la ocupaba la misma en su totalidad. Recuerdo muchas sensaciones. La forma en que sus huevos peludos se rozaban con el dorso de mi mano. El calor que emanaba esa verga por la manera en la que no paraba chorrear. La emoción de peligro, de hacer algo incorrecto, las hormonas, la hombría. Raúl se aclaró la garganta, y supe que eso significaba que quería que se la sacudiera ahora que había terminado. Así fue hecho. Nos levantamos los pantalones y sin decir nada, fuimos al establo. Contra todo pronostico, él simplemente se puso a atar los caballos como se supone que lo haría, y otra vez sentí que me estaba dando señales confusas, así que solo me remití a seguir su modo de hacer las cosas. "¿Cómo te puedo ayudar?", pregunté. "Agarrá ese tacho y traé un poco de heno de allá así les queda" respondió. Fui y traté de juntar todo el heno posible. Mientras estaba agachado ese gaucho depravado aprovechó la situación, y entre los cachetes del culo me hizo un tajo en el short con su facón, dejando expuesto mi ojete caliente y humedo por lo que acontecía. Antes que yo pueda entender que estaba pasando, me tomó con fuerza de la musculosa como en un estado primitivo. Me colocó de espaldas, con la jeta contra la pared. Con un poco de violencia, me aprisionó usando su inmenso cuerpo. Arrimó hasta mi boca uno de sus dedos gruesos y me ordenó, "Chupá". Obedecí siguiendo mi instinto más primero. Recuerdo que me sorprendió como incluso en partes infimas del cuerpo como son los dedos, Raúl seguía cubierto de su pelambre negra y canosa. El mismo dedo que había estado en mi boca segundos antes, rápidamente fue enterrado en mi culo sin ningún tipo de compasión. Mientras hundía su indice con firmeza, Raúl gruñía como una bestia en celo. Y yo no podía dejar de dar alaridos, los cuales gracias a una suerte casi divina fueron ahogados por el diluvio que estaba comenzando afuera. Me tomó de los pelos y me empezó a hablar al oído. "¿Con que te gusta calentar vergas de machos que recién conoces? ¿No, maricón?", decía esas palabras con tal firmeza y vehemencia que escupía al hablar. "¿Crees que no me dí cuenta la manera en la que me mirabas el bulto, o como me refregabas el orto hoy? Putazo", acto seguido me dio un lenguetazo desde el cuello hasta detrás de la oreja. Traté de responder algo, pero de pura crueldad, antes que pueda formular cualquier palabra, me enterró el dedo hasta el tope y empezo a moverlo dentro. Yo obviamente no paraba de gemir perversa y emputecidamente. Raúl me hacía poner los ojos en blanco, no podía dejar de babear. No solo estaba dominandome físicamente, sino también psicológicamente, era como si mi mente solo tuviera espacio para él. La forma en la que llevaba sus dedos a lo mas profundo de mis interiores hacía que abandonara toda idea, moralidad o pensamiento. No satisfecho con esto, volvió a sujetarme violentamente de mis prendas y me arrojó contra el piso forrado de heno. "Con que olfateando calzones que no son tuyos, ¿no? Si tu familia supiera lo trolazo que saliste ¡Acá tenes algo para olfatear!", acto seguido dejó caer sus pantalones hasta donde comenzaban sus botas, revelando un bulto a medio endurecer reprimido por unos calzoncillos blancos. El movimiento fue tan brusco que hizo que el bulto rebotara intensamente; esto no hizo más que despertar mi voraz apetito. Fui de rodillas como un animal arrastrado a estampar mi nariz contra ese paquete de carne. Olía a gloria, una mezcla de esencias que se concentraban en la punta de mi nariz. Podía oler sudor, polvo, bolas, el meo de recién, y se percibían las primeras gotas de presemen. Estos ingredientes juntos constituían un elixir de masculinidad, cuya fuente era Raúl. No pude resistirme a pasar la lengua por encima como un perro sediento. Raúl solo me observaba y hacía su mueca con los brazos cruzados. En cierto punto, creo que se dió cuenta de que mucho antes de penetrar mi culo juvenil con sus dedos, había penetrado mi mente; ni siquiera tuvo que forzarme a nada, solo con imponerse era suficiente para sacar mi lado más puto, desvergonzado y pornográfico. Era un espectaculo realmente depravado ver como un adolescente de diesiocho refregaba su lengua por el trozo de un señor adulto, en busqueda de una gota de masculinidad. Él suspiraba en extásis mientras su miembro se hacía más y más grande. Pero nuestra indecencia que iba escalando exponencialmente fue rápidamente disipada. "¡Raúl, la comida! ¿Pasa algo?" era ella, su señora que nos gritaba desde la ventana. "Pero la puta madre" murmuró aquél en voz baja. "¡No amor, ya vamos!" respondió. Yo me levanté y trate de acondicionarme para aparentar algún tipo de recato. Él se acercó a mi oído y me dijo "Esto no se terminó, pendejo. Mañana a la madrugada, a eso de las 6 nos vemos acá atrás del establo y arreglamos las cosas", me dio dos sopapos suaves en un cachete y entramos. Me acuerdo que mi vieja se quejó de lo sucias que me quedaron las piernas, yo aproveche eso como distracción dirigiendome directamente a la ducha, intentado que nadie vea la rajadura que tenía en mi short. Me bañé, comí, y me fui a la cama para descansar los ojos aunque sea, pues sabía que lo que se venía iba a ser fuerte.
Como era de esperarse, no podía dormirme. La adrenalina corría a toda velocidad por todo mi cuerpo. Sumado a eso, estaba intentando procesar lo que hace unas horas había pasado. La manera en la que fui dominado, en la que no puse ningún tipo de resistencia, en la que me entregué al placer carnal. Todo era muy surreal, hacía que mi cuerpo aumentara su temperatura de solo pensarlo. Me puse con el celular hasta eso de las 5:30. De pura impaciencia, salí un poco antes de las seis y lo esperé en el lugar de encuentro. Estaba fresco, como suele estarlo después de la tormenta. Escuché unos pasos y entonces lo vi. Era al que estaba esperando, Raúl, y traía su atuendo habitual. Me aproximé con firmeza, sentí que quería besarlo. Cuando me acerqué y lo intenté, me corrió hacia un costado con su brazo. Creí que era porque se trataba de esos tipos muy tradicionales a los que no les va los besos, y eso me entristeció un poco. Pero al instante me tomo de los cachetes con su mano gigantezca y procedió a darme uno de los besos más apasionados y lascivos que haya tenido. Sentía como su barba raspaba mi menton, y como su lengua se sumergía con vigor hasta llegar a mi garganta. Mientras, me sujetaba de la cintura con fuerza como si me poseyere. "Yo siempre empiezo", me dijo y me soltó. "¿Te gusta lo que traigo?" le pregunté mientras me daba la vuelta. Traía el pantalón con el corte, enseñando todo el orto a medio abrir por sus dedos. "Uff, que puto que sos pibe, te voy a tener que romper ese culito ahora. Vení, seguime" dijo haciendome un gesto con la mano. Raúl miraba para todos lados, quería asegurarse que nadie nos siguiese. Caminamos un rato largo en absoluto silencio. Yo no sabía adonde estabamos yendo y eso me daba un poco de intriga. Luego de un rato de caminar, pude identificar por su sonido particular y por unos arbustos a dónde estabamos yendo; estabamos yendo al lago. Supuse que Raúl eligió ese lugar porque al estar en bajada y oculto tras arbustos, nadie bajo ninguna condición podría llegar a vernos. Bajamos, me senté sobre una piedra cercana y me puse a contemplar el lago. A pesar de que aún no amanecía, la luz era suficiente para contemplar la belleza de aquel. Me quedé perdido en el paisaje hasta que una verga enorme, venosa, humeda y de un color oscuro interfirió con mi visión. Me acuerdo quedarme hipnotizado viendola por unos segundos, mi mirada iba y volvía, yendo desde la punta de la cabeza hasta la bragueta de donde salía, y así. El detalle más memorable era su forma, una cabeza grande, la cual era seguida por un tronco aún más grande, el cual solo decrecía en la base; son de esas pijas que si te la meten entera quedas pegado. Creo que a partir de ese momento, la testosterona ajena se volvió como una droga para mí; tener una pija delante mío, poder verla, olerla y sentirla, despertaba un nuevo estado de lavado mental en mí al que no podía acceder de ninguna otra forma. De pura saña, Raúl me refregó su trozo y enormes bolas por toda la cara, como dejandome saber lo que iba a degustar. Mire hacia arriba, tratando de buscar su mirada, y él me tomo de los costados de la cabeza haciendo entrar su pija a la fuerza, atragantándome, por supuesto. Me acuerdo que mi mandibula tenía que estar al tope máximo para que esa poronga entre de forma adecuada. Generalmente, a los varones les gusta sentir los labios a la hora de recibir un pete, pero Raúl era diferente, Raúl estaba yendo directamente por mi garganta. Me tomaba del cuello y por la fuerza llevaba mi mentón contra sus pelotas haciendo exagerados movimientos pélvicos, en otras palabras, era como si se estuviese masturbando con mi garganta mientras lijaba todo lo que encuentre a su paso. Se sentía como hacer gargaras, más de una vez me ahogaba y pensaba que no aguantaba, pero él no paraba y seguía y seguía. Estaba rojo y muy mareado por la falta de aire. Sentía un gusto salado, y ya no sabía si era por mis lágrimas, la transpiración o por la cantidad bestial de presemen que estaba largando Raúl directo a mi estómago. Él no paraba de gruñir aprovechando que estabamos alejados, se ve que dominarme y usarme a su antojo también despertaba algo nuevo en él. De repente se detiene y me ordena "Ahora chupame las pelotas, putito". Nunca en la vida obedecí una orden como obedecí aquella. Me tome tenazmente de sus botas y empecé mi laburo. Mi lengua era un trapo fabricado para lustrar esas bolas llenas de sudor y pelos hasta que queden brillantes. Las hacía entrar enteras en mi boca con mucha dificultad mientras mi lengua tocaba la parte que se encontraba entre sus huevos y su orto. Él por su parte, dejaba reposar su vergón encima de mi cara de puro capricho, era su deber enseñarme mi lugar en el mundo y lo estaba logrando, yo por supuesto, sucumbía ante su presencia. Un bramido con más volumen que el resto me hizo notar que estaba haciendo un buen trabajo. Entonces, de un momento a otro, me empuja por los hombros haciendome caer de espaldas al pasto. Aproveché para tomar un respiro y creí que él me iba a levantar, pero ese no fue el caso. Se aproximó y me tomó de atrás de las rodillas, llevandolas contra mis hombros. Esto no hizo más que dejar mi ojete calenturiento al aire libre por la rajadura. Como cereza del postre, con dos dedos como garfios, estiró la rajadura de mi pantalon hasta el limite, partiendolo a la mitad. Luego, se aclaró la garganta, y largó un escupitajo que con una puntería certera aterrizó en el medio de mi agujero. Le supliqué con la mirada que tuviera cuidado; pero mientras sostenía con su peso mis piernas, solo sonrío con malicia. Metió la punta nomás, solo la punta, y eso ya hizo que comienzen los sollozos. "No, por favor, no voy a aguantar" gemí. Traté de levantarme, pero la presión que él ejercía con sus brazos sobre la parte posterior de mis piernas no me lo permitió. Es más, parece que este acto de rebeldía lo hizo enojar, porqué pego un empujón con su verga que hizó que viera las estrellas. Dí un alarido. "Shh shh" me ordenaba. Creo que en parte era por el sueño pero sentía que me iba a desmayar. Cuando estoy por dar otro alarido, Raúl me besa acallandolo. Recuerdo lo placentero de ver su cara tan cerca, la veía difuminada por mis propias lágrimas. Ese chape me distrajo lo suficiente como para dejar que la gravedad siga su curso y haga entrar a Raúl enteramente dentro mío. Sentía como mi interior se expandía de formas que ni yo sabía que podía, era casi onírico. Sin sacar su lengua de mí, empezó a bombearme. Yo apretaba el pasto con las manos a la par que intentaba relajarme para que entrara mejor. Despues de un rato de bombeo, Raúl en una embestida logró tocar mi punto más sensible, lo cual hizo que comenzara a delirar de placer. Esto me llevo a pronunciar entre gemidos: "Por favor, Raul. Por favor, partime". Él, viendo que ya no ponía resistencia, aprovechó para agarrarme con sus tremendas manos de la cintura como si fuera un juguete. Se ve que disfrutaba el tenerme a su completa disposición, refregaba mis nalgas contra su regazo, asegurandose que no quede ni un centimetro de esa pija fuera de mí. Yo la sentía como adentro del estómago de lo grande que la tenía. "¿Te gusta que te rompa el culo, verdad pendejo?" gruñó. "Sí, me encanta." respondí agitadamente. "Uy, ¿sabes como te voy a tener que preñar ahora? Maricón de mierda" bramó mientras se abalanzaba encima mío y me empezaba a romper el culo brutalmente. Apenas podía aguantar, pero él iba tan rapido y duro que no había tiempo para pensamientos o quejidos. Se me aceleraba el pulso, me temblaba el cuerpo. Raúl me clavaba la mirada viendo mi cara desesperada por leche. Yo sacaba la lengua y me relamía; estaba totalmente corrompido. Él viendo este estado comenzó a escupirme e insultarme mientras aumentaba la velocidad, era una obra de arte. "¡Aaaaagh!" gritó desplomandose encima mío. Sentí chorros y chorros de wasca entrar a lo más profundo de mi culo. Era humedo, caliente y un poco dolía por la forma en la que ese pijón no paraba de latir. Estabamos en la orilla de un lago, todos sucios, pegados como dos perros. Una de las experiencias más calientes que viví. Nos levantamos, y aprovechando que acababa de amanecer, me metí un rato al lago que para mi mala suerte estaba helado. Raúl fue a buscarme ropa limpia y a cambiarse de paso. Parece que como ya andaban despiertos, les dijo a mis padres que como me había visto levantado a la madrugada, lo había ido a ayudar con la cosecha. Ese día sigio con tranquilidad, casi no vi a Raúl. Solamente al final cuando ya nos estabamos yendo, nos saludamos con un abrazo fuerte. En el proceso me dijo al oído que me había guardado un regalo en la mochila. Cuando llegué a mi casa, tal fue mi sorpresa al hayar en mi mochila los boxeres que me había guardado la otra vez. Increiblemente todavía guardaban su esencia, su olor. Mis viejos obviamente nunca supieron nada de esto. Pero nada de eso importaba, porque después de meses al fin lograron verme más animado y bohemio que lo que estaba antes.

4 comentarios - Yo y el Gaucho (relato gay)

faluchito +1
👏👏 👏 Tremendo relato mi amigo. Gracias por compartir.
el_maoset
Vivo para dar
Calienteconganas
Me encanto tu relato. Me encendio muchisimo y me dieron tremendas ganas de darle ms nalgas a un hombre, pero que me la meta con mucho amor no tan brusco como a ti. Quiero sentir una verga en mi culito.