La hijastra
Capítulo 1
Me llamo Juan, tengo 39 años y voy a contar lo que me pasó el verano pasado.
Soy divorciado desde hace 9 años y tengo una nueva pareja desde hace 8. Ella, que también es divorciada, es unos años más joven que yo y tiene una hija adolescente de su anterior matrimonio.
La relación con mi pareja es inmejorable en todos los sentidos, destacando la compenetración que tenemos en el sexo.
Los dos somos de mentalidad liberal y nos gusta experimentar con nuestros cuerpos todo lo que se nos ocurre, si los dos estamos de acuerdo.
Ambos somos empleados de banca de la misma entidad, nos conocimos en una convención de la empresa, yo en una sucursal y ella en otra de un pueblo costero en la provincia , por lo que no vivimos juntos de momento, viéndonos los fines de semana y los periodos vacacionales.
El verano pasado planeamos pasar unas vacaciones tranquilas en su casa durante el mes de julio y ambos pedimos a la empresa dicho periodo vacacional, cosa que nos fue concedida. Así que el día uno de julio me puse al volante de mi coche y me dirigí al pueblo de mi pareja.
Durante los primeros diez días todo fue a pedir de boca. Por las mañanas nos íbamos a la playa, una apartada y sin vigilancia en una zona natural protegida a la que acudía muy poca gente, ya que no ofrecía ningún tipo de servicios y es de difícil acceso.
Y lo hacíamos así porque nos gusta practicar el nudismo y en esa playa nuestra única compañía eran las gaviotas. Además, era una zona de dunas lo que nos ofrecía un plus de intimidad.
Si Andrea, así se llama la hija de mi pareja, venía con nosotros, no hacíamos desnudo integral, yo no me quitaba el bañador y mi pareja y la propia Andrea se dejaban puesta la parte inferior del bikini.
Mi pareja, unos años más joven que yo, tiene un cuerpo espectacular y le gusta mostrarlo y Andrea..., que puedo decir de Andrea? Que tiene una figura que haría pecar a un santo. Unos pechos aún pequeños, pero firmes y bien formados, con unos pezones que siempre estaban enhiestos, quizás por el efecto de la brisa, en el centro de unas areolas pequeñitas y rosadas y que pedían a gritos ser lamidos y mordisqueados; y un culito que se adivinaba duro y turgente bajo la minúscula prenda que lo tapaba.
Cuando ya se habían cumplido dos semanas de vacaciones, uno de los empleados de la oficina donde trabaja mi pareja se fracturó un brazo y la dirección la llamó para que le sustituyera, ya que en verano la oficina multiplica las operaciones debido a los desplazados que pasan sus vacaciones en el pueblo.
Mi pareja no pudo negarse, primero porque era su oficina, donde ella trabaja habitualmente y segundo porque hubiera sido casi imposible encontrar un sustituto que estuviera disponible en esas fechas y que supiera el funcionamiento de la sucursal. Además, le prometieron que la compensarían por haberle estropeado las vacaciones.
Así que de un día para otro, nos encontramos con que mi pareja tenía que trabajar por las mañanas, lo que nos dejaba a Andrea y a mí toda la mañana solos en casa sin nada que hacer.
El tercer día de confinamiento forzoso en casa, Andrea, que acababa de levantarse de la cama y ducharse, me llamó desde el salón y me preguntó si no me importaba aplicarle leche corporal por la espalda. Yo estaba acostumbrado a hacerlo con el protector solar en la playa, tanto a ella como a mi pareja y no me sorprendió que me lo pidiera. Total, era lo mismo que en la playa, tan sólo cambiaba el protector por el body milk.
Fui al salón y encontré a Andrea tumbada boca abajo en una toalla que había extendido en el sofá, totalmente desnuda a excepción de unas braguitas de color blanco.
Por lo general, la indumentaria de Andrea en la casa eran las braguitas y una camiseta amplia que le llegaba debajo del culo, nunca llevaba sujetador.
Me arrodillé delante del sofá frente a Andrea que estaba echada boca abajo, con su mejilla izquierda apoyada en el sofá y su brazo derecho colgando hasta el suelo.
Tomé el bote de body milk, y dejé caer una generosa cantidad en su espalda y en sus piernas y seguidamente me apliqué en extenderla suavemente por toda su piel, respetando la parte que las braguitas tapaban.
De vez en cuando, miraba la cara de Andrea, que con los ojos cerrados y una expresión de completo relax, parecía disfrutar el masaje que mis manos le estaban dispensando.
Cuando la crema se absorbió y mis manos ya no se deslizaban con suavidad sobre su piel, eché crema de nuevo en ellas y seguí masajeando su espalda y piernas, aunque poco a poco fui modificando dicho masaje hasta que sólo las yemas de mis dedos tocaban la piel de Andrea, convirtiendo un masaje inocente en una caricia sensual, y aprecié por su expresión y por el hecho de que seguía echada y con los ojos cerrados, que las caricias, no sólo no le molestaban sino que le gustaban.
A estas alturas, yo ya no veía a Andrea como la inocente hija de mi pareja, sino como una preciosa adolescente que casi desnuda recibía con agrado mis caricias y que me había causado una tremenda erección.
Seguí un buen rato acariciándola, recorriendo su cuerpo con mis dedos, desde las plantas de los pies hasta la nuca. Apenas tocando su piel. Sintiendo como se le ponía piel de gallina a medida que las yemas de mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo.
Yo no podía más. Necesitaba desahogarme.
Así que cesé en mis caricias y le dije a Andrea que ya estaba. Ella abrió los ojos, me dio las gracias a la par que me dirigió una tenue sonrisa, mientras se incorporaba en el sofá con sus preciosos pechos al aire y recogiendo la toalla se dirigió a su habitación mientras yo trataba de disimular la tremenda erección que tenía bajo el bañador.
Me quedé mirando su cuerpo mientras se alejaba, apreciando el bonito culo que balanceaba al andar cubierto por sus braguitas blancas.
Yo me fui al baño con la idea de masturbarme, pero antes de llegar sonó el teléfono y después de estar hablando más de diez minutos la calentura se me pasó, así que la masturbación la cancelé.
Me quedé pensando en lo que había pasado hacía apenas quince minutos y aunque, tanto en la playa como en la casa Andrea iba casi siempre con sus tetitas al aire, nunca había experimentado esa sensación al verla casi desnuda.
Y eso que muchas veces, cuando en la playa nos cambiábamos los bañadores mojados para irnos a casa, Andrea no tenía pudor en quitarse la parte de abajo que, aunque se giraba para no quedarse frente a mí mientras se cambiaba, no podía evitar que yo viera fugazmente su pubis cubierto de vello y sobre todo su perfecto culito.
Al día siguiente se repitió la misma escena. Andrea me llamó y yo acudí a untarle la crema corporal.
Yo llevaba puesto un bañador y nada más arrodillarme en el suelo al lado de Andrea y mirarla casi desnuda y a mi merced, tuve una erección como ya me pasó el día anterior.
Esta vez sus braguitas eran de color gris claro con ribetes rosas.
Como el día anterior, puse crema en su espalda y piernas y me dediqué a extenderla por todo su cuerpo, pero esta vez me recreaba acariciando su bronceada piel haciendo que mi masaje fuera más lento de lo normal.
Cuando llevaba un ratito frotando su espalda le pregunté:
- ¿Te pongo también en el culete?
- Bueno, me respondió Andrea con un hilillo de voz.
Con los dedos de ambas manos agarré el borde de sus braguitas por las caderas y las deslicé hacia abajo hasta el inicio de los muslos, dejando sus nalgas al descubierto.
¡Y qué nalgas!
No estaban bronceadas como el resto de su cuerpo pero era un culito precioso.
Sus glúteos eran redondeados y firmes, propios de una chica de su edad y se adivinaban suaves y delicados al tacto. Puse sendos chorritos de crema en ellos y me dispuse a aplicarla.
Con una deliberada lentitud me dediqué a extenderle la crema por el culo, llegando incluso a pasar mi dedo por su hendidura, sin llegar a presionarla, para recoger la crema que ahí se acumulaba.
Como ya hice la vez anterior, después de untarle la crema me ocupé en acariciarla con las yemas de mis dedos por todo su cuerpo, y en especial por el culo, comprobando que a Andrea le gustaba, pues ella seguía echada en el sofá, con los ojos cerrados y sin oponerse a mis caricias.
Después de un buen rato así, cuando mi excitación había alcanzado límites extremos, le subí las braguitas y dándole una palmadita en el culo le dije que ya estaba.
Ella se incorporó perezosamente y se fijó en la notoria erección que se adivinaba bajo mi bañador y que yo no traté de ocultar como hice el día anterior y después de desviar la mirada con cierto azoramiento por su parte, se fue a su habitación y yo me puse una camiseta y salí a la calle a dar un paseo, pues tenía que despejarme y aclarar mis pensamientos, ya que los acontecimientos de los dos últimos días me tenían desconcertado.
Por la noche fingí un dolor de estómago para no tener sexo con mi pareja, pues no dejaba de pensar en Andrea y mi imaginación fabulaba con escenas de sexo morbosas y excitantes en las que los protagonistas éramos Andrea y yo.
Al día siguiente, mi pareja se levantó para ir a trabajar y yo me quedé en la cama deseando que Andrea me llamara para ponerle crema.
La espera se hizo interminable hasta que sobre las diez y media la oí cuando salió de su habitación y entró en el baño.
Yo estaba impaciente y el tiempo que estuvo Andrea en el baño se me hizo eterno.
Cuando oí abrirse la puerta del baño tuve sensaciones contrapuestas. Por un lado me alegraba, pero también me creaba la duda de si me llamaría como en los días anteriores. Así que para que ella supiera que estaba en la casa fui a la cocina y me serví un vaso de zumo de naranja del frigorífico.
Vi de reojo como Andrea pasaba hacia el salón con la toalla en la mano y mis temores se desvanecieron, pues deduje que también me llamaría para ponerle crema.
No había pasado ni un minuto cuando la oí decir:
- Juan, si no estás haciendo nada, ¿puedes venir al salón?
Ni que decir tiene que salí disparado al salón donde encontré a Andrea extendiendo la toalla en el sofá vistiendo una camiseta, bajo la que se atisbaba, debido a sus movimientos, sus braguitas, que en esta ocasión eran blancas estampadas con multitud de corazoncitos rojos.
Me quedé mirándola mientras ella, de espaldas a mí, se ocupaba en extender la toalla y así inclinada sobre el sofá, las braguitas marcaban las formas de su bonito culo y cuando se inclinaba mucho también de su coñito, que en esa posición y con la tela de la ropa interior pegada a la piel, aparecía entre sus muslos como una tentadora invitación.
Una vez extendida la toalla se quitó la camiseta y se echó en el sofá boca abajo y, como las veces anteriores apoyó la mejilla izquierda sobre el sofá y dejó caer el brazo derecho hasta apoyar la mano en el suelo.
Me acerqué al sofá y pensé que como el día anterior me había dejado ponerle crema en el culo, ahora no iba a negarse y a la par que cogía las bragas por los bordes para bajárselas le dije:
- Como siempre se manchan de crema, mejor te las quito.
Y comencé a bajarle las braguitas y Andrea, lejos de protestar colaboró moviéndose para facilitar que estas se deslizaran por sus piernas hasta los pies.
Las dejé a un lado en el suelo y me volví hasta colocarme frente al culito de Andrea.
Yo ya estaba con una enorme erección bajo en bañador, pero al mirarla echada en el sofá, completamente desnuda esperando mis caricias, sentí que mi polla creció con riesgo de reventar.
Cogí el bote de crema y puse una buena cantidad repartida por su espalda y por sus piernas y comencé a extenderla con las palmas de mis manos con movimientos especialmente suaves y delicados, sobre todo cuando tocaba su culito.
Cuando masajeaba sus glúteos, estos se separaban ligeramente y pensé en aprovechar esta circunstancia.
Así que como si fuera algo natural, hacía los masajes de manera que cada vez sus nalgas se abrieran más y más, hasta que conseguí abrirlas completamente con cada masaje sin que se notara, al menos eso creía yo, que mis movimientos estaban perfectamente calculados, manteniéndolas abiertas el mayor tiempo posible.
Yo estaba al borde del infarto, pues cuando sus nalgas estaban separadas podía ver los pliegues ligeramente sonrosados que rodeaban el ano.
Algunas veces, presa de la excitación, separaba sus nalgas tanto que los pliegues del ano se distendían como si fuera a abrirse, e inmediatamente aflojaba la presión por miedo a que Andrea se incomodara.
Capítulo 1
Me llamo Juan, tengo 39 años y voy a contar lo que me pasó el verano pasado.
Soy divorciado desde hace 9 años y tengo una nueva pareja desde hace 8. Ella, que también es divorciada, es unos años más joven que yo y tiene una hija adolescente de su anterior matrimonio.
La relación con mi pareja es inmejorable en todos los sentidos, destacando la compenetración que tenemos en el sexo.
Los dos somos de mentalidad liberal y nos gusta experimentar con nuestros cuerpos todo lo que se nos ocurre, si los dos estamos de acuerdo.
Ambos somos empleados de banca de la misma entidad, nos conocimos en una convención de la empresa, yo en una sucursal y ella en otra de un pueblo costero en la provincia , por lo que no vivimos juntos de momento, viéndonos los fines de semana y los periodos vacacionales.
El verano pasado planeamos pasar unas vacaciones tranquilas en su casa durante el mes de julio y ambos pedimos a la empresa dicho periodo vacacional, cosa que nos fue concedida. Así que el día uno de julio me puse al volante de mi coche y me dirigí al pueblo de mi pareja.
Durante los primeros diez días todo fue a pedir de boca. Por las mañanas nos íbamos a la playa, una apartada y sin vigilancia en una zona natural protegida a la que acudía muy poca gente, ya que no ofrecía ningún tipo de servicios y es de difícil acceso.
Y lo hacíamos así porque nos gusta practicar el nudismo y en esa playa nuestra única compañía eran las gaviotas. Además, era una zona de dunas lo que nos ofrecía un plus de intimidad.
Si Andrea, así se llama la hija de mi pareja, venía con nosotros, no hacíamos desnudo integral, yo no me quitaba el bañador y mi pareja y la propia Andrea se dejaban puesta la parte inferior del bikini.
Mi pareja, unos años más joven que yo, tiene un cuerpo espectacular y le gusta mostrarlo y Andrea..., que puedo decir de Andrea? Que tiene una figura que haría pecar a un santo. Unos pechos aún pequeños, pero firmes y bien formados, con unos pezones que siempre estaban enhiestos, quizás por el efecto de la brisa, en el centro de unas areolas pequeñitas y rosadas y que pedían a gritos ser lamidos y mordisqueados; y un culito que se adivinaba duro y turgente bajo la minúscula prenda que lo tapaba.
Cuando ya se habían cumplido dos semanas de vacaciones, uno de los empleados de la oficina donde trabaja mi pareja se fracturó un brazo y la dirección la llamó para que le sustituyera, ya que en verano la oficina multiplica las operaciones debido a los desplazados que pasan sus vacaciones en el pueblo.
Mi pareja no pudo negarse, primero porque era su oficina, donde ella trabaja habitualmente y segundo porque hubiera sido casi imposible encontrar un sustituto que estuviera disponible en esas fechas y que supiera el funcionamiento de la sucursal. Además, le prometieron que la compensarían por haberle estropeado las vacaciones.
Así que de un día para otro, nos encontramos con que mi pareja tenía que trabajar por las mañanas, lo que nos dejaba a Andrea y a mí toda la mañana solos en casa sin nada que hacer.
El tercer día de confinamiento forzoso en casa, Andrea, que acababa de levantarse de la cama y ducharse, me llamó desde el salón y me preguntó si no me importaba aplicarle leche corporal por la espalda. Yo estaba acostumbrado a hacerlo con el protector solar en la playa, tanto a ella como a mi pareja y no me sorprendió que me lo pidiera. Total, era lo mismo que en la playa, tan sólo cambiaba el protector por el body milk.
Fui al salón y encontré a Andrea tumbada boca abajo en una toalla que había extendido en el sofá, totalmente desnuda a excepción de unas braguitas de color blanco.
Por lo general, la indumentaria de Andrea en la casa eran las braguitas y una camiseta amplia que le llegaba debajo del culo, nunca llevaba sujetador.
Me arrodillé delante del sofá frente a Andrea que estaba echada boca abajo, con su mejilla izquierda apoyada en el sofá y su brazo derecho colgando hasta el suelo.
Tomé el bote de body milk, y dejé caer una generosa cantidad en su espalda y en sus piernas y seguidamente me apliqué en extenderla suavemente por toda su piel, respetando la parte que las braguitas tapaban.
De vez en cuando, miraba la cara de Andrea, que con los ojos cerrados y una expresión de completo relax, parecía disfrutar el masaje que mis manos le estaban dispensando.
Cuando la crema se absorbió y mis manos ya no se deslizaban con suavidad sobre su piel, eché crema de nuevo en ellas y seguí masajeando su espalda y piernas, aunque poco a poco fui modificando dicho masaje hasta que sólo las yemas de mis dedos tocaban la piel de Andrea, convirtiendo un masaje inocente en una caricia sensual, y aprecié por su expresión y por el hecho de que seguía echada y con los ojos cerrados, que las caricias, no sólo no le molestaban sino que le gustaban.
A estas alturas, yo ya no veía a Andrea como la inocente hija de mi pareja, sino como una preciosa adolescente que casi desnuda recibía con agrado mis caricias y que me había causado una tremenda erección.
Seguí un buen rato acariciándola, recorriendo su cuerpo con mis dedos, desde las plantas de los pies hasta la nuca. Apenas tocando su piel. Sintiendo como se le ponía piel de gallina a medida que las yemas de mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo.
Yo no podía más. Necesitaba desahogarme.
Así que cesé en mis caricias y le dije a Andrea que ya estaba. Ella abrió los ojos, me dio las gracias a la par que me dirigió una tenue sonrisa, mientras se incorporaba en el sofá con sus preciosos pechos al aire y recogiendo la toalla se dirigió a su habitación mientras yo trataba de disimular la tremenda erección que tenía bajo el bañador.
Me quedé mirando su cuerpo mientras se alejaba, apreciando el bonito culo que balanceaba al andar cubierto por sus braguitas blancas.
Yo me fui al baño con la idea de masturbarme, pero antes de llegar sonó el teléfono y después de estar hablando más de diez minutos la calentura se me pasó, así que la masturbación la cancelé.
Me quedé pensando en lo que había pasado hacía apenas quince minutos y aunque, tanto en la playa como en la casa Andrea iba casi siempre con sus tetitas al aire, nunca había experimentado esa sensación al verla casi desnuda.
Y eso que muchas veces, cuando en la playa nos cambiábamos los bañadores mojados para irnos a casa, Andrea no tenía pudor en quitarse la parte de abajo que, aunque se giraba para no quedarse frente a mí mientras se cambiaba, no podía evitar que yo viera fugazmente su pubis cubierto de vello y sobre todo su perfecto culito.
Al día siguiente se repitió la misma escena. Andrea me llamó y yo acudí a untarle la crema corporal.
Yo llevaba puesto un bañador y nada más arrodillarme en el suelo al lado de Andrea y mirarla casi desnuda y a mi merced, tuve una erección como ya me pasó el día anterior.
Esta vez sus braguitas eran de color gris claro con ribetes rosas.
Como el día anterior, puse crema en su espalda y piernas y me dediqué a extenderla por todo su cuerpo, pero esta vez me recreaba acariciando su bronceada piel haciendo que mi masaje fuera más lento de lo normal.
Cuando llevaba un ratito frotando su espalda le pregunté:
- ¿Te pongo también en el culete?
- Bueno, me respondió Andrea con un hilillo de voz.
Con los dedos de ambas manos agarré el borde de sus braguitas por las caderas y las deslicé hacia abajo hasta el inicio de los muslos, dejando sus nalgas al descubierto.
¡Y qué nalgas!
No estaban bronceadas como el resto de su cuerpo pero era un culito precioso.
Sus glúteos eran redondeados y firmes, propios de una chica de su edad y se adivinaban suaves y delicados al tacto. Puse sendos chorritos de crema en ellos y me dispuse a aplicarla.
Con una deliberada lentitud me dediqué a extenderle la crema por el culo, llegando incluso a pasar mi dedo por su hendidura, sin llegar a presionarla, para recoger la crema que ahí se acumulaba.
Como ya hice la vez anterior, después de untarle la crema me ocupé en acariciarla con las yemas de mis dedos por todo su cuerpo, y en especial por el culo, comprobando que a Andrea le gustaba, pues ella seguía echada en el sofá, con los ojos cerrados y sin oponerse a mis caricias.
Después de un buen rato así, cuando mi excitación había alcanzado límites extremos, le subí las braguitas y dándole una palmadita en el culo le dije que ya estaba.
Ella se incorporó perezosamente y se fijó en la notoria erección que se adivinaba bajo mi bañador y que yo no traté de ocultar como hice el día anterior y después de desviar la mirada con cierto azoramiento por su parte, se fue a su habitación y yo me puse una camiseta y salí a la calle a dar un paseo, pues tenía que despejarme y aclarar mis pensamientos, ya que los acontecimientos de los dos últimos días me tenían desconcertado.
Por la noche fingí un dolor de estómago para no tener sexo con mi pareja, pues no dejaba de pensar en Andrea y mi imaginación fabulaba con escenas de sexo morbosas y excitantes en las que los protagonistas éramos Andrea y yo.
Al día siguiente, mi pareja se levantó para ir a trabajar y yo me quedé en la cama deseando que Andrea me llamara para ponerle crema.
La espera se hizo interminable hasta que sobre las diez y media la oí cuando salió de su habitación y entró en el baño.
Yo estaba impaciente y el tiempo que estuvo Andrea en el baño se me hizo eterno.
Cuando oí abrirse la puerta del baño tuve sensaciones contrapuestas. Por un lado me alegraba, pero también me creaba la duda de si me llamaría como en los días anteriores. Así que para que ella supiera que estaba en la casa fui a la cocina y me serví un vaso de zumo de naranja del frigorífico.
Vi de reojo como Andrea pasaba hacia el salón con la toalla en la mano y mis temores se desvanecieron, pues deduje que también me llamaría para ponerle crema.
No había pasado ni un minuto cuando la oí decir:
- Juan, si no estás haciendo nada, ¿puedes venir al salón?
Ni que decir tiene que salí disparado al salón donde encontré a Andrea extendiendo la toalla en el sofá vistiendo una camiseta, bajo la que se atisbaba, debido a sus movimientos, sus braguitas, que en esta ocasión eran blancas estampadas con multitud de corazoncitos rojos.
Me quedé mirándola mientras ella, de espaldas a mí, se ocupaba en extender la toalla y así inclinada sobre el sofá, las braguitas marcaban las formas de su bonito culo y cuando se inclinaba mucho también de su coñito, que en esa posición y con la tela de la ropa interior pegada a la piel, aparecía entre sus muslos como una tentadora invitación.
Una vez extendida la toalla se quitó la camiseta y se echó en el sofá boca abajo y, como las veces anteriores apoyó la mejilla izquierda sobre el sofá y dejó caer el brazo derecho hasta apoyar la mano en el suelo.
Me acerqué al sofá y pensé que como el día anterior me había dejado ponerle crema en el culo, ahora no iba a negarse y a la par que cogía las bragas por los bordes para bajárselas le dije:
- Como siempre se manchan de crema, mejor te las quito.
Y comencé a bajarle las braguitas y Andrea, lejos de protestar colaboró moviéndose para facilitar que estas se deslizaran por sus piernas hasta los pies.
Las dejé a un lado en el suelo y me volví hasta colocarme frente al culito de Andrea.
Yo ya estaba con una enorme erección bajo en bañador, pero al mirarla echada en el sofá, completamente desnuda esperando mis caricias, sentí que mi polla creció con riesgo de reventar.
Cogí el bote de crema y puse una buena cantidad repartida por su espalda y por sus piernas y comencé a extenderla con las palmas de mis manos con movimientos especialmente suaves y delicados, sobre todo cuando tocaba su culito.
Cuando masajeaba sus glúteos, estos se separaban ligeramente y pensé en aprovechar esta circunstancia.
Así que como si fuera algo natural, hacía los masajes de manera que cada vez sus nalgas se abrieran más y más, hasta que conseguí abrirlas completamente con cada masaje sin que se notara, al menos eso creía yo, que mis movimientos estaban perfectamente calculados, manteniéndolas abiertas el mayor tiempo posible.
Yo estaba al borde del infarto, pues cuando sus nalgas estaban separadas podía ver los pliegues ligeramente sonrosados que rodeaban el ano.
Algunas veces, presa de la excitación, separaba sus nalgas tanto que los pliegues del ano se distendían como si fuera a abrirse, e inmediatamente aflojaba la presión por miedo a que Andrea se incomodara.
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