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La despensa

La despensa






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Sucedió en el 2020. Leí en un artículo que la crisis está muy carbrona y que la gente no tiene dinero para las cosas más esenciales. Me da mucho morbo. Entro al grupo de Facebook de empleos y reviso los comentarios de las mujeres que comentan. Uno me llama la atención, entro a su perfil, ella tiene como 24, es casada y tiene una hija de algunos mese de edad. Tiemblo al ver sus publicaciones públicas: ha comentado en muchas de las ofertas de empleo y también está malbaratando una bicicleta, una pantalla de plasma y una carreola. Creo que tengo oportunidad aquí. Le escribo y le digo que si busca empleo. Me contesta que sí. Se la suelto: un encuentro con un sugar daddy a cambio de 2 mil pesos. Ella me dice que no hace esas cosas. 3 mil pesos por un rato, le escribo. Me pregunta que quién soy y que si la conozco. Le digo que no, que vi sus publicaciones en Facebook y me pareció bonita. Si quiere podemos encontrarnos en un lugar público para conocernos y que se sienta más segura. Me deja en visto. Le vuelvo a escribir: 4 mil pesos. Se tarda un día en contestar, acepta que nos encontremos en un parque pero solo para conocernos. Cuando llego ella ya está ahí, se ve mucho mejor que en sus fotos, es güerita, chaparrita, con buenas tetas y culoncita, de ojos verdes. Lleva unos tenis blancos y pants y blusa negra. Platicamos un rato, pareciera como si nos conociéramos de hace mucho tiempo. Ella me habla de usted. Le llevo más de diez años. Pensé que era un señor gordo, moreno y chaparro -me dice-. ¿Por qué hace esto? Yo no le cuento que me da mucho morbo cogerme a una mujer casada y con hijos a cambio de unos billetes como si fuera una prostituta. Trata de justificarse: pues si la demás gente lo hace, por qué yo no. Entonces me dice:¿tiene condones? Sí, le contesto. Pues si quiere vamos de una vez. Caminamos a un hotel pequeño que está a dos calles del parque. Ella se ve un poco nerviosa cuando entramos al hotel. Se escuchan las conversaciones de las demás habitaciones. Ella pasa al baño y yo la espero en la cama. Sale desnuda y descalza, envuelta en una toalla blanca y se para frente a mí, apenada, sin saber qué hacer. Quítatela, le digo. La contemplo un rato, su cara esta roja. Acaricio los pelos de su coñito y le doy besos en su pancita mientras le masajeo sus nalguitas suaves. Ella me acaricia el cabello. Acuestate, le digo. Ella lo hace y abre las piernas como esperando que yo haga lo que tenga que hacer. Pero yo me voy a tomar mi tiempo. ¿Cuántas veces a la semana te masturbas?, le pregunto. Dos, me dice. Enséñame cómo. Ella me mira desconcertada. Enséñame, insisto. Ella cierra los ojos y empieza a acariciarse tímidamente. Me desabrocho el pantalón y me saco la verga. Me masturbo despacio mientras la veo desnuda en la cama. Me acuesto a su lado y la abrazo, juego con sus pezoncitos. La tomo de la mano y le digo: enséñame dónde tocarte ella me guía hasta la entrada de su coñito donde se siente un botoncito cerca de la entrada de sus labios. Me escupo los dedos y empiezo a acariciarla muy despacio sin penetrarla. Tomo su mano y la pongo en mi verga, me masturba. Ella empieza a soltar gemidos ahogados, yo hago más fricción y ella se empieza a retorcer, me jala la verga más rápido mientras se empieza a venir. ¿Dónde aprendió a hacer eso?, suspira. ¿Tú marido no juega contigo?, le pregunto. No, nada más es de a rápido y en lo oscuro, me dice. La beso y penetro muy despacio con un dedo. Lo saco y se lo doy a probar. Nos seguimos besando y saboreamos sus jugos. Le pregunto que con cuantos hombres ha estado y le empiezo a meter un segundo dedo. Ella gime, me dice que solo ha estado con su esposo y que tuvo dos novios en la prepa pero que solo fueron de faje. Le pregunto cuándo fue la última vez que cogió con su marido y le empiezo a meter un tercer dedo. Me dice que hace dos semanas porque trabaja fuera y solo viene un domingo cada quince días. Oye, y te come el coñito? No, me contesta. De inmediato me acomodo entre sus piernas y le empiezo a lamer su bizcochito. Se muerde los labios. En la habitación de al lado se escuchan a unos niños jugando. Sus gemidos son cada vez más fuertes, se lleva una almohada al rostro y la muerde. Yo se la quito y le sigo lamiendo el coño y le digo: quiero escucharte Ay, ay -me aprieta con sus muslos y me jala el cabello- AY, ASÍ, AAY, AAAAYYY. Yo le clavo la lengua y ella empieza a emputeserce, ya no le importa que escuhen sus gemidos de hembra, grita y se retuerce hasta que se vuelve a venir. ¡Ya metamelo!, jadea. ¿Qué? Le pregunto. Su ese, me contesta. Yo juego con ella: ¿Cuál? ¡Su pene!, gime. No escuche, le digo. ¡YA MÉTAME LA VERGA!, gime. Me levanto, me pongo un condón, estoy durísimo, soy el segundo hombre que va estar dentro de ella. Le abro las piernas ella me mira a los ojos y me acaricia el pecho. Yo empiezo a penetrarla muy despacio, a pesar de tener una hija está muy estrecha. Se lo meto y se lo saco entero pero muy lento.No parecemos dos extraños que se acaban de conocer y cogen por dinero. Ella me rodea con sus piernas, me da besicos en el cuello y gime en mi oído, como con instinto maternal me acaricia el cabello y la espalda mientras yo invado sus entrañas. Después de un rato le aviso que me voy a venir. Sí, sí -llora-, véngase conmigo, véngase conmigo. Los dos terminamos, su cuerpo está enrojecido y bañado en sudor. Nos abrazamos y nos quedamos dormidos un rato. Despues me dice que se tiene que ir. Pasa al baño y abre la regadera, yo la acompaño. Se ríe, me dice que le va a dar mucha pena salir porque de seguro todos escucharon sus gritos. Le digo que el agua esta muy caliente, ella se burla. La pone tibia y me enjabona la espalda, yo le enjabono su coñito. Nos empezamos a besar y me vuelvo a poner duro. No hay palabras, la acomodo de espaldas a mí y empiezo a cogermela sin condón. Termino adentro de ella. Cuando nos vestimos, le doy los 4 mil pesos en billetes de quinientos. Ah, se ríe, ya se me había olvidado. La paso a dejar a waltmar, nos despedimos como si fuéramos dos enamorados. Le digo que si puedo volverla a ver, me dice que sí, excepto los domingos porque llega su esposo. La veo desde el estacionamiento, la señora que lleva su coñito lleno de mi leche y que tuvo que dar las nalguitas para comprar pañales para su hija y la despensa porque a su esposo no le alcanza para mantenerlas, voltea a mirarme desde lo lejos. Sonríe, me manda un beso. Yo no vuelvo a verla ni a escribirle, el morbo ha desaparecido.

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