Después de estar con Pablo y su amigo, y luego de nuevo con su amigo pero a solas, empecé a sentir cierta curiosidad.
Pablo fue mi primer amante, el primer hombre con quién le puse los cuernos a mi marido, y en su momento creí que había sido algo único, excepcional. Nunca había sentido con nadie lo que sentí con él. Pero entonces apareció el mencionado Miguel, y pese a algún temor inicial, también me hizo sentir cosas que hasta entonces creía exclusivas de mi vecino, incluso con mayor intensidad, por lo que ya no estaba segura de que lo nuestro fuera tan especial.
¿Acaso se había despertado en mí algún apetito que estuvo oculto hasta entonces? No lo creía, porque con mi marido seguía sin sentir nada.
No sé si les conté, pero trabajo como recepcionista en una clínica. Uno de los doctores, al que me referiré como El Doctor, desde hace tiempo que me viene tirando los galgos. Por supuesto nunca le dí bola, ya que en ese momento ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de ser infiel.
Sin embargo, habiendo pasado lo que ya saben, me interesaba comprobar si podía sentir con otros hombres lo que había sentido con mi vecino y su amigo. Y El Doctor simplemente estaba ahí.
Es mayor que yo, unos diez años casi, también está casado, y entre las que trabajamos allí lo conocemos como "el besuqueiro", porqué siempre te está besando y tocando a la menor oportunidad.
Cuando estoy sola en la recepción, (en general atendemos de a dos), se acerca con cualquier excusa para intentar rozarme. Por supuesto yo siempre lo evado. Era como el juego del gato y el ratón, aunque peligrosamente cerca del acoso sexual, de lo que ya alguna vez había amenazado con acusarlo.
Hoy, sin embargo, no me moví. Vino para pedirme un recetario. Yo estaba parada a un costado, escribiendo algo.
-Ahi están- le digo, señalándole un estante al cuál, para acceder, tenía que pasar por detrás mío.
Se la estoy sirviendo en bandeja, ¿acaso se iba a perder una oportunidad como esa?
Obvio que se aprovecha del momento, y mientras se estira para agarrar el recetario, me pega tal apoyada que hasta le puedo sentir la forma del bulto.
-Gracias- me dice mientras yo sigo escribiendo de lo más normal.
-De nada- le digo, sonriéndole creo que por primera vez en todo éste tiempo que trabajamos juntos
Ahí fue que ya pude notar cierta diferencia. Antes era imposible de disimular la molestia que sentía cuando se me acercaba, pero ahora, y hasta con una apoyada de por medio, no sentí incomodidad alguna, muy por el contrario me resultó hasta agradable.
Después del paciente que está atendiendo tiene un descanso de algo más de una hora hasta el siguiente, así que se acerca a recepción para avisarme que se va a cruzar al bar de enfrente, que le mande un mensaje cualquier cosa.
-¿Y se puede saber cuándo me vas a invitar a tomar un café con vos?- le pregunto, aprovechando que todavía estoy sola, agarrándolo totalmente por sorpresa.
Obvio que no se lo esperaba.
-¿Podés ahora?- me pregunta, después de tratar de resolver si le hablaba en serio o en broma.
-Espero que vuelva Susy (mi compañera) y voy- le digo con una sonrisa que revela que voy en serio.
Cuando llega Susy le digo que me tomo un descanso y me cruzo al bar, pero no entro, por la ventana le hago señas para que salga.
Veo que habla con el mozo, como diciéndole que enseguida vuelve, y sale a encontrarse conmigo. Yo ya estoy caminando, unos cuantos pasos por delante suyo.
-¿Adónde vas?- me pregunta al alcanzarme.
-Ya vas a ver- le respondo, sin detener mi marcha, avanzando segura hacia mi objetivo.
Quiero aclarar que no fui ese día a trabajar pensando en que me iba a coger al Doctor, todo se dió de forma circunstancial, fortuita. Estaba pensando si otros hombres me cogerían como me cogió Miguel, y justo apareció El Doctor. Cómo fue él, pudo ser otro doctor, algún enfermero o alguien de mantenimiento.
Cuando llegamos a destino, mira el cartel que dice: "Albergue transitorio" y sonríe. No hace falta decir nada, nos tomamos de las manos y entramos. Paga el turno y nos metemos en la habitación.
-Me tomaste por sorpresa- me dice ya a solas -Hasta hace poco creía que me ibas a meter una denuncia por acoso y ahora estamos acá-
Cómo respuesta me acerco y lo beso en la boca. Me gusta, así que separó los labios y dejo que su lengua se hunda en mi paladar.
Mientras dura el beso nos metemos mano, ansiosos, estimulados. Le desabrocho el pantalón, le saco la pija y me inclino delante suyo para hacerle los honores.
Quiero chupársela así, yo de rodillas y él parado, someterme a su virilidad. Hacerle sentir que estoy a su merced.
Me decepciona que no la tenga como Pablo o Miguel, incluso la de mi marido es más ostentosa, pero igual se la chupo con ganas.
Como no es tan grande, me la meto entera en la boca, frotándome la nariz contra una pelambre dura, abundante, salpicada por algunas canas.
Se la dejo bien parada, mojada en mis babas, y me levanto, desnudándome delante suyo. Él hace lo propio, mirándome en todo momento, sin perderse detalle de mi cuerpo, que aunque maduro y transido por la maternidad, enciende su líbido.
Nos tiramos en bolas sobre la cama, restregándonos el uno contra el otro, volviéndonos a besar con esa ansiedad que hasta un día antes hubiese resultado inesperada entre nosotros.
Me separa los muslos y me chupa la concha. El placer que siento me hace humedecer todavía más, humedad que él lame con deleite.
Agarra un preservativo de la mesita, pero antes de que lo abra le digo que me estoy cuidando. Así que lo deja en dónde estaba y se me sube encima.
Cuándo me la pone, enlazo mis piernas en torno a su cintura y los dos nos movemos, golpeándonos con entusiasmo, dejándonos llevar por la excitación del momento.
Me cuesta creer que estoy gozando con el Doctor, pero así es, lo estoy sintiendo, quizás no tanto como a Pablo o a Miguel, pero si que me resulta mucho más satisfactorio que las relaciones que tengo con mi propio marido.
Le pego con los talones en las nalgas, pidiéndole más, más y más.
Rodamos sobre la cama, sin dejar de cogernos, empotrados el uno en el otro, hasta que en una de esas tantas vueltas, termino encima suyo, su cuerpo aprisionado debajo, entre mis piernas.
Me apoyo en su pecho y empiezo a subir y bajar, mirándolo a los ojos, acompañando sus jadeos con los míos, totalmente entregada a un disfrute que hasta entonces creía imposible.
Me pongo de cuclillas y mientras él me acaricia los pechos, empiezo a saltar sobre su pelvis, golpeándole los muslos con el culo, metiéndome bien adentro toda esa verga, que, pese a no ser demasiado exuberante, cumple sobradamente su propósito.
Cuándo llega el orgasmo me quedo tonta unos segundos, me derrumbo sobre su cuerpo, aplastando las tetas contra su pecho, y con un largo suspiro suelto todo eso que se había estado cocinando en mi interior.
Definitivamente no es un polvo como los que me echo con Pablo, ni siquiera cercano a alguno con Miguel, pero sí infinitamente superior a cualquier experiencia conyugal que haya tenido hasta el momento.
Mientras me quedo tirada en la cama, gozando todavía, sintiendo como el semen se diluye por entre mis piernas, él se levanta y va al baño a hacer lo que hacen todos los hombres después del sexo, mear.
Me encanta ver cómo se la sacude luego de vaciar la vejiga.
Antes de volver a la cama, saca del bolsillo de su saco los cigarrillos y enciende uno.
-Y decime, ¿cómo fue que pasaste de hacerme casi una denuncia por acoso sexual a traerme casi a la rastra a un telo?- me pregunta.
-¡Jajaja..., ¿a la rastra?- me río -En ningún momento me pareció que te resistieras-
-La verdad es que no me lo esperaba, me tomaste por sorpresa-
-Siempre te tuve ganas, ¿no te dabas cuenta?- le digo, sacándole el cigarrillo de entre los dedos y dándole una pitada.
-Lo disimulabas muy bien- se ríe.
-La apoyada que me diste ésta mañana me decidió- le confirmo.
Y así había sido. Sentir su bulto presionando mis nalgas, fue la llave que le abrió la puerta a esa posibilidad, que estuviésemos los dos en la misma cama.
Luego de compartir el cigarrillo, volvemos a besarnos. De mi boca baja hasta mis pechos, a los que les dedica una larga sesión de chupadas y mordidas. Sigue bajando, me abre las piernas, y deslizándose por entre mis muslos me vuelve a chupar la concha en una forma que me pone a tiro de un nuevo orgasmo. No imaginaba ese talento en El Doctor, pero su forma de chuparme aventaja por mucho a todo el sexo oral que tuve hasta entonces. Pablo y Miguel incluidos.
Yo también quiero chupársela, así que hacemos un 69 que deleita todos nuestros sentidos, no solo el del gusto.
Quedando con los labios entumecidos de tanto chupar, me pongo en cuatro y moviendo la cola de un lado a otro, lo invito a que me tome desde atrás.
Me la acomoda entre los labios y con tan solo un envión, me la manda a guardar.
-¡Ahhhhhhhhh...!- suspira él.
-¡Ahhhhhhhhh...!- suspiro yo.
Me sujeta fuerte de la cintura y me empieza a coger con un ritmo normal, nada fuera de lo común, casi rutinario. Eso hasta que ¡PLAP! una nalgada, y enseguida otra, y otra más, de uno y otro lado, con el revés y con la palma de la mano bien abierta.
A través del espejo que tenemos de costado puedo ver cómo se me va poniendo colorada la cola, pese a lo cuál él sigue con los azotes, acompañándolos con embistes cada vez más entusiastas.
El fetiche de Pablo es el sexo anal, el de Miguel las escupidas, y al parecer el del Doctor, las nalgadas. Aplicadas a conciencia, con la fuerza necesaria como para provocar ese estallido en la piel que parece encenderlo.
¡PLAP... PLAP... PLAP...!
-¿Te gusta? Dale, hablame, quiero escucharte...-
Sus palabras se mezclan con el sonido de los chirlos y los jadeos.
-¡Siiiiiiii... Me encanta... Me cogés riquísimo... Ahhhhhhhhh... Cómo me gusta... Ahhhhhhhhh... Siiiiiiii... Dale... No pares...!- le digo, siguiéndole el juego.
Nunca fuí de hablar mucho durante el sexo, soy más de gemir y jadear, suavecito, roncamente, aunque con Pablo y Miguel había llegado a gritar en una forma que desconocía.
Me acuerdo de haber estado alguna vez en un telo con mi marido cuándo éramos novios todavía, y mientras yo suspiraba apenas, en una de las habitaciones se escuchaban los gritos de placer de una mujer. Entonces creía que exageraba, ahora puedo decirles que a veces no es exageración.
-¡Soy tu puta... Toda tuya!- le aseguro.
Bueno, de Pablo y Miguel también, pero eso no tiene porque saberlo.
-¡Puta... Putona... Putaza... Que calentura que tenés... Se te hace agua la concha...!- exclama, dándome sin parar
-¡Dale... Siiiiiiii... Cogeme... Dale... Duro... Fuerte... Ahhhhhhhhh... Siiiiiiii... Ahhhhhhhhh... Que bueno... Me mojo toda!-
-¡Tomá!... (¡PUM!)... Toda para vos... (¡PUM!)... Comete toda la pija... (¡PUM... PUM... PUM...!)-
No tendrá la exquisita torsión de Pablo, esa que me provoca las más hermosas sensaciones, ni el tamaño de Miguel, que siempre pareciera estar a punto de desgarrarme, pero la pija del Doctor me gusta, me resulta simpática, utilitaria.
Mientras me sacude, me empiezo a tocar ahí abajo, agregándole más tensión al momento.
Tengo el clítoris como la punta de un dedo, nervioso, tirante, húmedo...
-¡Tanto tiempo deseando éste culito...!- exclama mientras me lo amasa, apretando y soltando la carne.
-¡Éste culito también quiere pija...!- le hago saber, deslizando una mano por encima de mis nalgas y metiéndome un dedo.
No sé si será aficionado al sexo anal, pero necesitaba sentirlo por ahí, las constantes culeadas de Pablo me habían vuelto adicta.
-Cada vez me sorprendés mas, Lore- repone mientras me la enfila por el orto.
Tiene la pija resbalosa, y como no es mucho más gorda de lo que ya me habían metido antes, me entra como por un tubo.
Gruño de placer al sentirlo, un gruñido salido de lo más profundo de mis entrañas.
No es que me esté rompiendo el culo, a diferencia de Pablo y Miguel solo me hace cosquillas, pero el hecho de que sea justo él, el besuqueiro, el toquetón, el que todas las mujeres en la clínica detestan por mano larga, quién me está culeando, me provoca una excitación que compite mano a mano con lo que Pablo o su amigo me hacen sentir.
Hundo la cara entre las sábanas y levantando bien la cola, me dejo perforar hasta dónde sea que su pija me llegue.
Me sorprende que después de lo que me dió, y de haberse echado un buen polvo, tenga todavía energía para ir por más. Había resultado un buen cogedor el Doctor.
-¡Acabo... Acabo...!- me anuncia, la excitación más intensa impregnando cada una de sus palabras.
-¡Dejámela adentro...!- le pido en medio de un suspiro, acabando también, sintiendo como el vientre me estalla en mil pedazos.
Cuándo me llena el culo de guasca, me derrumbo en la cama, con él encima mío, jadeando como si acabara de correr una maratón.
¿Y ahora qué?, me pregunto entonces, disfrutando todavía del borboteo en mi retaguardia.
Como si no tuviera ya suficiente con Pablo y Miguel, ahora debía agregar al Doctor a la lista. Y es que la había pasado tan bien, que estaba segura de que volveríamos a repetir la experiencia. Por lo menos yo sí quería.
Luego de ese último polvo, compartimos otro cigarrillo, y debo admitir que me sentía tan cómoda en esa cama con él, que si hubiera sido por mí, me habría quedado el resto de la tarde, pero había trabajo esperándonos.
Aunque salimos juntos del telo, llegamos a la Clínica por separado. Primero yo, disculpándome con mi compañera por la demora. Cuándo llega el Doctor, cinco minutos después, ya hay tres pacientes esperándolo. Por suerte los atiende en modo flash, para que no se amontonen con los que vienen después.
Hasta hace un mes mi vida era de lo más aburrida y rutinaria, como la cualquier madre y esposa dedicada a su familia, sin sexo y sin emociones, y ahora, así de repente, tengo tres amantes. Tres hombres que ven en mí lo que mi marido dejó de ver hace tiempo.
¿Acaso debería privarme de éste gusto que me estoy dando por los votos de fidelidad que hice al casarme?
No me divierte engañar a mi marido, no me gusta, pero el deseo es mucho más fuerte y aunque parezca que no tengo conciencia, siempre me quedo mal después de los cuernos.
Me deprimo, me entra la culpa, digo que ésa es la última vez, que ya no lo voy a hacer más, pero como ven, a los pocos días vuelvo a recaer.
Si alguien me hubiera dicho al comenzar el año que en unos pocos meses me iba a convertir en la mina mejor cogida de Buenos Aires, no le hubiera creído. Sin embargo aquí estoy. Ah, y con el culo roto.
Pablo fue mi primer amante, el primer hombre con quién le puse los cuernos a mi marido, y en su momento creí que había sido algo único, excepcional. Nunca había sentido con nadie lo que sentí con él. Pero entonces apareció el mencionado Miguel, y pese a algún temor inicial, también me hizo sentir cosas que hasta entonces creía exclusivas de mi vecino, incluso con mayor intensidad, por lo que ya no estaba segura de que lo nuestro fuera tan especial.
¿Acaso se había despertado en mí algún apetito que estuvo oculto hasta entonces? No lo creía, porque con mi marido seguía sin sentir nada.
No sé si les conté, pero trabajo como recepcionista en una clínica. Uno de los doctores, al que me referiré como El Doctor, desde hace tiempo que me viene tirando los galgos. Por supuesto nunca le dí bola, ya que en ese momento ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de ser infiel.
Sin embargo, habiendo pasado lo que ya saben, me interesaba comprobar si podía sentir con otros hombres lo que había sentido con mi vecino y su amigo. Y El Doctor simplemente estaba ahí.
Es mayor que yo, unos diez años casi, también está casado, y entre las que trabajamos allí lo conocemos como "el besuqueiro", porqué siempre te está besando y tocando a la menor oportunidad.
Cuando estoy sola en la recepción, (en general atendemos de a dos), se acerca con cualquier excusa para intentar rozarme. Por supuesto yo siempre lo evado. Era como el juego del gato y el ratón, aunque peligrosamente cerca del acoso sexual, de lo que ya alguna vez había amenazado con acusarlo.
Hoy, sin embargo, no me moví. Vino para pedirme un recetario. Yo estaba parada a un costado, escribiendo algo.
-Ahi están- le digo, señalándole un estante al cuál, para acceder, tenía que pasar por detrás mío.
Se la estoy sirviendo en bandeja, ¿acaso se iba a perder una oportunidad como esa?
Obvio que se aprovecha del momento, y mientras se estira para agarrar el recetario, me pega tal apoyada que hasta le puedo sentir la forma del bulto.
-Gracias- me dice mientras yo sigo escribiendo de lo más normal.
-De nada- le digo, sonriéndole creo que por primera vez en todo éste tiempo que trabajamos juntos
Ahí fue que ya pude notar cierta diferencia. Antes era imposible de disimular la molestia que sentía cuando se me acercaba, pero ahora, y hasta con una apoyada de por medio, no sentí incomodidad alguna, muy por el contrario me resultó hasta agradable.
Después del paciente que está atendiendo tiene un descanso de algo más de una hora hasta el siguiente, así que se acerca a recepción para avisarme que se va a cruzar al bar de enfrente, que le mande un mensaje cualquier cosa.
-¿Y se puede saber cuándo me vas a invitar a tomar un café con vos?- le pregunto, aprovechando que todavía estoy sola, agarrándolo totalmente por sorpresa.
Obvio que no se lo esperaba.
-¿Podés ahora?- me pregunta, después de tratar de resolver si le hablaba en serio o en broma.
-Espero que vuelva Susy (mi compañera) y voy- le digo con una sonrisa que revela que voy en serio.
Cuando llega Susy le digo que me tomo un descanso y me cruzo al bar, pero no entro, por la ventana le hago señas para que salga.
Veo que habla con el mozo, como diciéndole que enseguida vuelve, y sale a encontrarse conmigo. Yo ya estoy caminando, unos cuantos pasos por delante suyo.
-¿Adónde vas?- me pregunta al alcanzarme.
-Ya vas a ver- le respondo, sin detener mi marcha, avanzando segura hacia mi objetivo.
Quiero aclarar que no fui ese día a trabajar pensando en que me iba a coger al Doctor, todo se dió de forma circunstancial, fortuita. Estaba pensando si otros hombres me cogerían como me cogió Miguel, y justo apareció El Doctor. Cómo fue él, pudo ser otro doctor, algún enfermero o alguien de mantenimiento.
Cuando llegamos a destino, mira el cartel que dice: "Albergue transitorio" y sonríe. No hace falta decir nada, nos tomamos de las manos y entramos. Paga el turno y nos metemos en la habitación.
-Me tomaste por sorpresa- me dice ya a solas -Hasta hace poco creía que me ibas a meter una denuncia por acoso y ahora estamos acá-
Cómo respuesta me acerco y lo beso en la boca. Me gusta, así que separó los labios y dejo que su lengua se hunda en mi paladar.
Mientras dura el beso nos metemos mano, ansiosos, estimulados. Le desabrocho el pantalón, le saco la pija y me inclino delante suyo para hacerle los honores.
Quiero chupársela así, yo de rodillas y él parado, someterme a su virilidad. Hacerle sentir que estoy a su merced.
Me decepciona que no la tenga como Pablo o Miguel, incluso la de mi marido es más ostentosa, pero igual se la chupo con ganas.
Como no es tan grande, me la meto entera en la boca, frotándome la nariz contra una pelambre dura, abundante, salpicada por algunas canas.
Se la dejo bien parada, mojada en mis babas, y me levanto, desnudándome delante suyo. Él hace lo propio, mirándome en todo momento, sin perderse detalle de mi cuerpo, que aunque maduro y transido por la maternidad, enciende su líbido.
Nos tiramos en bolas sobre la cama, restregándonos el uno contra el otro, volviéndonos a besar con esa ansiedad que hasta un día antes hubiese resultado inesperada entre nosotros.
Me separa los muslos y me chupa la concha. El placer que siento me hace humedecer todavía más, humedad que él lame con deleite.
Agarra un preservativo de la mesita, pero antes de que lo abra le digo que me estoy cuidando. Así que lo deja en dónde estaba y se me sube encima.
Cuándo me la pone, enlazo mis piernas en torno a su cintura y los dos nos movemos, golpeándonos con entusiasmo, dejándonos llevar por la excitación del momento.
Me cuesta creer que estoy gozando con el Doctor, pero así es, lo estoy sintiendo, quizás no tanto como a Pablo o a Miguel, pero si que me resulta mucho más satisfactorio que las relaciones que tengo con mi propio marido.
Le pego con los talones en las nalgas, pidiéndole más, más y más.
Rodamos sobre la cama, sin dejar de cogernos, empotrados el uno en el otro, hasta que en una de esas tantas vueltas, termino encima suyo, su cuerpo aprisionado debajo, entre mis piernas.
Me apoyo en su pecho y empiezo a subir y bajar, mirándolo a los ojos, acompañando sus jadeos con los míos, totalmente entregada a un disfrute que hasta entonces creía imposible.
Me pongo de cuclillas y mientras él me acaricia los pechos, empiezo a saltar sobre su pelvis, golpeándole los muslos con el culo, metiéndome bien adentro toda esa verga, que, pese a no ser demasiado exuberante, cumple sobradamente su propósito.
Cuándo llega el orgasmo me quedo tonta unos segundos, me derrumbo sobre su cuerpo, aplastando las tetas contra su pecho, y con un largo suspiro suelto todo eso que se había estado cocinando en mi interior.
Definitivamente no es un polvo como los que me echo con Pablo, ni siquiera cercano a alguno con Miguel, pero sí infinitamente superior a cualquier experiencia conyugal que haya tenido hasta el momento.
Mientras me quedo tirada en la cama, gozando todavía, sintiendo como el semen se diluye por entre mis piernas, él se levanta y va al baño a hacer lo que hacen todos los hombres después del sexo, mear.
Me encanta ver cómo se la sacude luego de vaciar la vejiga.
Antes de volver a la cama, saca del bolsillo de su saco los cigarrillos y enciende uno.
-Y decime, ¿cómo fue que pasaste de hacerme casi una denuncia por acoso sexual a traerme casi a la rastra a un telo?- me pregunta.
-¡Jajaja..., ¿a la rastra?- me río -En ningún momento me pareció que te resistieras-
-La verdad es que no me lo esperaba, me tomaste por sorpresa-
-Siempre te tuve ganas, ¿no te dabas cuenta?- le digo, sacándole el cigarrillo de entre los dedos y dándole una pitada.
-Lo disimulabas muy bien- se ríe.
-La apoyada que me diste ésta mañana me decidió- le confirmo.
Y así había sido. Sentir su bulto presionando mis nalgas, fue la llave que le abrió la puerta a esa posibilidad, que estuviésemos los dos en la misma cama.
Luego de compartir el cigarrillo, volvemos a besarnos. De mi boca baja hasta mis pechos, a los que les dedica una larga sesión de chupadas y mordidas. Sigue bajando, me abre las piernas, y deslizándose por entre mis muslos me vuelve a chupar la concha en una forma que me pone a tiro de un nuevo orgasmo. No imaginaba ese talento en El Doctor, pero su forma de chuparme aventaja por mucho a todo el sexo oral que tuve hasta entonces. Pablo y Miguel incluidos.
Yo también quiero chupársela, así que hacemos un 69 que deleita todos nuestros sentidos, no solo el del gusto.
Quedando con los labios entumecidos de tanto chupar, me pongo en cuatro y moviendo la cola de un lado a otro, lo invito a que me tome desde atrás.
Me la acomoda entre los labios y con tan solo un envión, me la manda a guardar.
-¡Ahhhhhhhhh...!- suspira él.
-¡Ahhhhhhhhh...!- suspiro yo.
Me sujeta fuerte de la cintura y me empieza a coger con un ritmo normal, nada fuera de lo común, casi rutinario. Eso hasta que ¡PLAP! una nalgada, y enseguida otra, y otra más, de uno y otro lado, con el revés y con la palma de la mano bien abierta.
A través del espejo que tenemos de costado puedo ver cómo se me va poniendo colorada la cola, pese a lo cuál él sigue con los azotes, acompañándolos con embistes cada vez más entusiastas.
El fetiche de Pablo es el sexo anal, el de Miguel las escupidas, y al parecer el del Doctor, las nalgadas. Aplicadas a conciencia, con la fuerza necesaria como para provocar ese estallido en la piel que parece encenderlo.
¡PLAP... PLAP... PLAP...!
-¿Te gusta? Dale, hablame, quiero escucharte...-
Sus palabras se mezclan con el sonido de los chirlos y los jadeos.
-¡Siiiiiiii... Me encanta... Me cogés riquísimo... Ahhhhhhhhh... Cómo me gusta... Ahhhhhhhhh... Siiiiiiii... Dale... No pares...!- le digo, siguiéndole el juego.
Nunca fuí de hablar mucho durante el sexo, soy más de gemir y jadear, suavecito, roncamente, aunque con Pablo y Miguel había llegado a gritar en una forma que desconocía.
Me acuerdo de haber estado alguna vez en un telo con mi marido cuándo éramos novios todavía, y mientras yo suspiraba apenas, en una de las habitaciones se escuchaban los gritos de placer de una mujer. Entonces creía que exageraba, ahora puedo decirles que a veces no es exageración.
-¡Soy tu puta... Toda tuya!- le aseguro.
Bueno, de Pablo y Miguel también, pero eso no tiene porque saberlo.
-¡Puta... Putona... Putaza... Que calentura que tenés... Se te hace agua la concha...!- exclama, dándome sin parar
-¡Dale... Siiiiiiii... Cogeme... Dale... Duro... Fuerte... Ahhhhhhhhh... Siiiiiiii... Ahhhhhhhhh... Que bueno... Me mojo toda!-
-¡Tomá!... (¡PUM!)... Toda para vos... (¡PUM!)... Comete toda la pija... (¡PUM... PUM... PUM...!)-
No tendrá la exquisita torsión de Pablo, esa que me provoca las más hermosas sensaciones, ni el tamaño de Miguel, que siempre pareciera estar a punto de desgarrarme, pero la pija del Doctor me gusta, me resulta simpática, utilitaria.
Mientras me sacude, me empiezo a tocar ahí abajo, agregándole más tensión al momento.
Tengo el clítoris como la punta de un dedo, nervioso, tirante, húmedo...
-¡Tanto tiempo deseando éste culito...!- exclama mientras me lo amasa, apretando y soltando la carne.
-¡Éste culito también quiere pija...!- le hago saber, deslizando una mano por encima de mis nalgas y metiéndome un dedo.
No sé si será aficionado al sexo anal, pero necesitaba sentirlo por ahí, las constantes culeadas de Pablo me habían vuelto adicta.
-Cada vez me sorprendés mas, Lore- repone mientras me la enfila por el orto.
Tiene la pija resbalosa, y como no es mucho más gorda de lo que ya me habían metido antes, me entra como por un tubo.
Gruño de placer al sentirlo, un gruñido salido de lo más profundo de mis entrañas.
No es que me esté rompiendo el culo, a diferencia de Pablo y Miguel solo me hace cosquillas, pero el hecho de que sea justo él, el besuqueiro, el toquetón, el que todas las mujeres en la clínica detestan por mano larga, quién me está culeando, me provoca una excitación que compite mano a mano con lo que Pablo o su amigo me hacen sentir.
Hundo la cara entre las sábanas y levantando bien la cola, me dejo perforar hasta dónde sea que su pija me llegue.
Me sorprende que después de lo que me dió, y de haberse echado un buen polvo, tenga todavía energía para ir por más. Había resultado un buen cogedor el Doctor.
-¡Acabo... Acabo...!- me anuncia, la excitación más intensa impregnando cada una de sus palabras.
-¡Dejámela adentro...!- le pido en medio de un suspiro, acabando también, sintiendo como el vientre me estalla en mil pedazos.
Cuándo me llena el culo de guasca, me derrumbo en la cama, con él encima mío, jadeando como si acabara de correr una maratón.
¿Y ahora qué?, me pregunto entonces, disfrutando todavía del borboteo en mi retaguardia.
Como si no tuviera ya suficiente con Pablo y Miguel, ahora debía agregar al Doctor a la lista. Y es que la había pasado tan bien, que estaba segura de que volveríamos a repetir la experiencia. Por lo menos yo sí quería.
Luego de ese último polvo, compartimos otro cigarrillo, y debo admitir que me sentía tan cómoda en esa cama con él, que si hubiera sido por mí, me habría quedado el resto de la tarde, pero había trabajo esperándonos.
Aunque salimos juntos del telo, llegamos a la Clínica por separado. Primero yo, disculpándome con mi compañera por la demora. Cuándo llega el Doctor, cinco minutos después, ya hay tres pacientes esperándolo. Por suerte los atiende en modo flash, para que no se amontonen con los que vienen después.
Hasta hace un mes mi vida era de lo más aburrida y rutinaria, como la cualquier madre y esposa dedicada a su familia, sin sexo y sin emociones, y ahora, así de repente, tengo tres amantes. Tres hombres que ven en mí lo que mi marido dejó de ver hace tiempo.
¿Acaso debería privarme de éste gusto que me estoy dando por los votos de fidelidad que hice al casarme?
No me divierte engañar a mi marido, no me gusta, pero el deseo es mucho más fuerte y aunque parezca que no tengo conciencia, siempre me quedo mal después de los cuernos.
Me deprimo, me entra la culpa, digo que ésa es la última vez, que ya no lo voy a hacer más, pero como ven, a los pocos días vuelvo a recaer.
Si alguien me hubiera dicho al comenzar el año que en unos pocos meses me iba a convertir en la mina mejor cogida de Buenos Aires, no le hubiera creído. Sin embargo aquí estoy. Ah, y con el culo roto.
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