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Mi madre descubre mi revista porno, ¡y le gusta!

Mi madre descubre mi revista porno, ¡y le gusta!


Por la tarde nos vamos a la río y nos bañamoshasta que se hace de noche, después vamos al pueblo y nos tomamos unosrefrescos y unas tapas en una terraza del bar. La gente nos mira extrañada,incluso algunos comentan que estamos en el cortijo del “Cepri” con nuladiscreción. Esta situación nos agobia un poco, sobre todo a mi madre, que medice que los hombres la miran “raro”, como si yo no fuese su hijo.Incomprensiblemente piensan que pueda ser su amante o algo así.
—No creo que volvamos mucho por el pueblo —mecomenta mi madre contrariada.
Terminamos por irnos a dormir, no muy tardepara mañana madrugar. Aunque antes mi madre me pide que la acompañe un rato enla cama, que tiene ganas de hablar.
—¿Has visto como nos miraban los del pueblo? —me preguntacontrariada.
—Sí, los he visto, no son muy discretos que digamos, ¿no?
—Pensarán que somos amantes y que soy una pervertidora demenores o algo así.
Yo sonrío y trato de quitarle hierro al asunto.
—Déjalos, que piensen lo que quieran, nosotros sabemos quesomos madre e hijo y nada más.
—Pues sí, pero es que choca tratar con gente así.
—Claro, lo entiendo, es agobiante que todo el mundo te mirey te señale por la calle.
Ambos estamos en pijama, y tenemos lahabitación en penumbra, únicamente se deslizan por la estrecha ventana losrayos de la luna llena que comienza su ascenso hasta el cenit, iluminandotenuemente la habitación.
—¿Quieres dormir conmigo? —me pregunta de repente mi madresin yo comprender del todo.
—¿Cómo dices mamá?
—La cama es grande y este cuarto parece más fresquito que eltuyo, a mí no me importa.
—Bueno es que no sé, yo doy muchas vueltas y te puedodespertar —alego yo para intentar negarme a su petición, pues me apetecehacerme otra paja antes de dormirme, con el calor estoy desatado y necesitosaciar mi apetito sexual.
—No será para tanto, anda quédate conmigo —insiste ella unpoco más.
—Bueno, mejor otro día, vale mamá.
Mi madre parece comprender mi negativa aquedarme, y no es que no quiera, seguro que sería morboso dormir con ella, perocomo ya he dicho la naturaleza está desatada en mí.
—Comprendo, quieres tener intimidad —afirma ella cuando melevanto de la cama.
—Otra noche será, vale mamá —le digo dándole un beso en lamejilla.
—Muy bien, que descanses y que... “disfrutes” —comentaenfatizando el disfrutes.
Yo me limito a sonreír, aunque me avergüenzaque piense que voy a masturbarme, aunque en verdad así sea.
De modo que tras el alivio nocturno me quedodormido hasta la mañana siguiente. 
Después de las tareas, ya rutinarias: eldesayuno y los animales, mi madre me comenta que quiere pintar mi cuarto. Asíque emprendemos el desalojo de los muebles y sacamos las cosas de mi habitación.
Para horror de quien esto escribe, la revistadel “Private” que anoche me sirvió de inspiración queda al descubierto cuandoretiramos el colchón.
—Pero Guille, ¿qué tenemos aquí? —comenta mi madre tomandoen sus manos la revista ante de que yo pueda reaccionar.
—¡Oye mamá, eso no...! —no sé qué decir ni qué hacer—porfavor no la veas, es algo personal.
—Bueno hijo, no te pienso regañar porque tengas una revistaporno, lo veo normal, como ya te he dicho sobre tantas cosas del sexo. Parecebuena —me dice ojeándola, mientras yo me muero de vergüenza pensando en lasimágenes de coños, pollas y corridas salvajes.
—Me da mucha vergüenza mamá, por favor devuélvemela.
Mi madre se levanta del somier donde se habíasentado y me la entrega finalmente.
—Está bien Guille puedes guardarla, aunque te repito que nome avergüenza que tengas algo así y a ti tampoco debería avergonzarte, seguroque tus amigos también las tienen.


—Bueno sí, todos tenemos y a veces nos las intercambiamoscuando nos cansamos de ellas, porque son muy caras.
—Eso está bien así ahorráis —comenta ella socarronamente.
Tras el escabroso incidente continuamos eltrabajo. Yo permanezco en silencio, pues estoy bastante avergonzado, peroconforme pintamos se me va pasando el trauma. Mi madre lo respeta, hasta querompe el silencio y comienza de nuevo a charlar.
—¿Te puedo hacer una pregunta Guille?
—¿Una pregunta? —contesto yo temiéndome de lo que quierehablar.
—¡Tranquilo, que no voy a juzgarte hombre! Te contaré unsecretillo, a nosotras también nos excita mirar el porno en esas revistas,ahora entiendo a lo que te referías cuando me decías que te gustan “conmelones” —me confiesa sonriendo.
—¡En serio! —exclamo yo sin poder creerlo—. No lo dices porlo de antes, para que no me sienta culpable.
—¡No en absoluto, es en serio! Me gusta mirar las fotos y meexcita, imagino que como a ti, ¿sabes?
Ante la caliente afirmación de mi madre yo mequedo un tanto pasmado y no sé qué decir, me limito a asentir con la cabeza.
—¿Has visto alguna película porno? —me pregunta ahondandomás en el asunto.
—Pues sí, en casa de un amigo, una vez —contesto yovenciendo mi timidez.
—¿Y qué? Te excitarías muchísimo, ¿no? Os masturbasteisdespués.
—Verás mamá es que me da vergüenza hablar de eso contigo.
—Bueno hijo, si no quieres no me lo cuentes, no me voy aenfadar ni nada, aunque si quieres yo estoy dispuesta a contarte mis“secretillos” si tú también me cuentas los tuyos.
Tras pensarlo un rato en silencio, decidoaceptar el reto que me plantea mi progenitora y comienzo a contarle unacaliente experiencia que tuve ese día con mi amigo íntimo.
—Bueno mamá, sí el día que vi la película en casa de miamigo, estábamos solos, él y yo y la vimos casi entera.
—¿Y os masturbasteis después? —pregunta mi madre muyextrañamente interesada en este asunto.
—Sí, mientras la veíamos yo estaba muy excitado, incluso mehabía estado tocando un poco a escondidas pues teníamos la luz apagada.Entonces mi amigo me propuso hacernos unas pajas. Yo al principio estuvereticente pero luego acepté.
El caso es que mi amigo me propuso que nos lasenseñásemos. A mí me extrañó, pero es de mis mejores amigos y te confieso queyo también tenía curiosidad por ver otro pito aparte del mío.
—¿Y os las enseñasteis? —dice ella muy escandalizada por mispalabras.
 Bueno, la verdad esque sí, queríamos compararlas, supongo por saber si éramos “normales”. El casoes que las pusimos duras y las comparamos, y más o menos eran del mismo tamañoy grosor, tal vez un poco más larga la suya, pero no mucho.
—Y luego, ¿qué pasó? —pregunta ella interesándose por másdetalles.
—Pues nos volvimos a sentar uno a cada lado del tresillo ycomenzamos a meneárnoslas, mientras nos mirábamos como de reojo, la verdad esque me daba vergüenza, pero no podía evitar mirarlo y sentía curiosidad porsaber qué sentiría si le dejaba tocármela.
—¡Qué excitante! ¿Y seguisteis?
—Si, la verdad es que me sorprendió que yo estuviesepensando en qué sentiría si me era otro el que me la tocaba y entonces él me preguntóque por qué no probábamos a hacérnoslo el uno al otro, que así nos gustaríamás.
—¿Y tú aceptaste? —dice ella casi saltando de laimpaciencia.
No sé lo que me pasó mamá, por una parte, tenía dudas y porotra quería experimentar. Pero me daba mucha vergüenza así que le dije quemejor no. ¿Tú crees que pueda ser homosexual por sentir la tentación dehacerlo?
—¡Claro que no Guille, aquello fue curiosidad, nada más! Elmorbo de que otra persona te tocase tu pene y te masturbase.
—¿Y seguisteis masturbándoos o lo dejasteis ahí? —me preguntami madre mostrando interés en ver cómo acabó la cosa.
—Pues sí, seguimos hasta corrernos y limpiarnos con pañuelosde papel—. Admito que fue raro, pero en el fondo me gustó la experiencia. Aveces pienso en qué hubiese pasado si yo hubiese aceptado su ofrecimiento, perono lo hemos vuelto a repetir, así que la cosa quedó ahí.
—Entonces, ¿te hubiese gustado que él te lo hubiese hecho?—insiste de nuevo ella ante mis dudas.
—No sé, me daba morbo, ¡pero también mucha vergüenza!
—Bueno no pasa nada Guille, eso es normal a vuestra edad,queréis experimentar. A mí me pasó algo parecido con un primo mío, me pidió quele enseñara las braguitas y luego él me enseñó lo suyo y a continuación mepidió que me las bajara. Yo sabía ya lo que era el sexo, aunque no se si memasturbaba en ese tiempo. Él era mayor y sabía más, el caso es que acepté, peroluego cuando me ofreció que se lo acariciase me asusté y él paró en esemomento. Realmente no pasó nada, pero al igual que tú, me pregunto qué hubieseocurrido de haber accedido a tocársela. Incluso a veces fantaseo con el asuntoy me imagino que tal vez hubiésemos tenido algo de sexo, no algo completo, yame entiendes, solo tocamientos mutuos —me explica mi madre.
—¡Vaya mamá, me dejas pasmado! Supongo que todos tenemoshistorias así de adolescencia.
—Si Guille, como ves hasta yo las he tenido —dijo ellariendo.
—Oye, y cuando te masturbas, ¿cómo lo haces, te metes losdedos?
—Pues claro, las mujeres lo hacemos así y nos acariciamos elclítoris, ¿sabes lo que es?
—Sí claro —dije yo con orgullo—, sé que es como un botoncitoque está en la parte superior de la vagina, donde se unen los labios menores.
—¡Uf, casi lo describes mejor que yo! Pues eso nos lo acariciamosy bueno, también nos metemos los dedos un poco en la vagina mientras lohacemos.
—¡Qué excitante mamá! Yo aún no he estado con ninguna chica,¿sabes? —le confesé.
—No te preocupes, todo llegará a su debido tiempo —dijo ellaacariciándome el pelo.
—Mejor pronto que tarde —dije yo en un lamento despertandosus risas.
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Acabas de leer un extracto de mi novela La escritora, una obra muy sensual donde una madre bohemia pasará unas vacaciones con su hijo donde recuperará algo más que el tiempo perdido con éste.

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