En mi cuenta de Instagram pedí temas para profundizar en algún relato y muchos optaron por incesto, más precisamente con respecto a los primos. Así que construí una trama que tiene algunas referencias a la literatura y las películas, creo que ese es mi enfoque para mis próximos relatos.
Escondidos en Chivilcoy
En las afueras de Chivilcoy, dos primos de unafamilia acaudalada se vieron forzados a convivir en la misma casa por el deberde cumplir una cuarentena estricta. Forzados es una forma de decir, ya queambos estaban habituados a quedarse en el hogar todo el día. Trabajar en elmismo lugar en donde vivían potenció este nivel de caserismo al máximo. Éltrabajaba online, ella recibía un sueldo por tener un puesto en el estado.
Lucio fue a visitar a su prima Irene que vivíaen una vieja casa familiar, la cual debía mantener y administrar, junto con lapequeña huerta. Tuvo tanta puntería que fue a caer cuando la pandemia amenazabala salud del país. Ninguno necesitaba salir más que para ir a comprar, perocomo tenían verduras y mercadería a mano, andaban casi siempre adentro.
El caserón era grande, antiguo, anacrónico.Alrededor tenían un espacio verde que los aliviaba y les daban un respiro paracuando quisieran tomar aire. Igual ellos ya se habían acostumbrado un poco a lacasa, como si les invadiera un conformismo mezclado con una nostalgia,producida por los recuerdos de hace treinta años.
Las primeras semanas fueron de introspección,y un poco buscar formas de perder el tiempo. La biblioteca gigante teníarepertorio para entretener al hombre y tener un momento en soledad. Se sentabaen aquel living para leer todo lo que encontraba. En unos días leyó “En elnombre de la rosa”, “El túnel”, “Fundación”, “Las venas abiertas de AméricaLatina”… Descubrió también libros con mucho tinte erótico que habría compradosu hermana, pero no se atrevió a abrir.
En algún momento se cansó de estar solo ycomenzó a leer acompañando a Irene. Compartían un silencio muy profundo endonde ninguno necesitaba decir algo para entenderse. Él ojeaba los libros, ellatejía. De vez en cuando veían una película o comían algo rico. Comían mucho, leponían mucha dedicación a la cocina. Aprendían recetas sobre pastelería queaplicaban y hacían engordar.
Así fue que pasaron algunos meses y fueronentendiéndose más. Un día Lucio miró a su prima, estaba sentada con una falda,luciendo sus grandes piernas, se preguntó por qué andaba con esa ropa, ya quesolía andar con ropa holgada. Una ráfaga de deseo empezó a recorrer su cuerpo yse preguntó por qué habrá sido.
Ella era una mujer de treinta y siete años,con el pelo lacio bien negro, siempre tomado con una cola de cabello. Amboscompartían unos ojos oscuros, casi negros.
Lucio tenía dos años más. Intentaba ocultarlas canas de su barba afeitándose por completo. Él también había engordado unpoco por la situación y comenzó a sentirse poco deseado. Desde la muerte de suesposa no había tenido mucha actividad sexual, y la pandemia prácticamente lohizo olvidar de ello.
Un día soñó que Irene se estaba bañando y élle preguntó si podía pasar a lavarse las manos. Ella le dijo que sí, que nohabía problema. Entró, Irene seguía con lo suyo, con la ducha despidiendo unvapor que se dispersaba por los costados las cortinas. Él se mojaba las manos conla mirada fija en la cortina.
-Irene.
-¿Qué?
-¿Necesitas algo?
-Pasame el champú
-Ahí va.
Lucio tomó el pote exaltado, y se ibaacercando lentamente a la ducha. No era el baño de la casona, si no el de él.Un baño blanco y con instalaciones modernas. Estaba a un paso, se preguntó sidebía abrir o no. Despertó.
Se sentía raro, pensó en qué significaba esesueño, y si debía hacerle caso. Él nunca pensó que fuera a reaccionar así. Quedeseaba a su prima era un hecho, no lo podía negar, pero… ¿Qué pasaría por lacabeza de ella? ¿Cómo averiguarlo? Recostado en el pasto, pensaba en si debíareprimir el deseo por un deber moral o hacerle caso. Después craneabaestrategias para seducirla. Recordó cuando lo abrazó y le pidió que no se vayaaún. Ninguno quería distanciarse, no les convenía de ninguna manera.
¿Y la biblioteca? ¿Tener esos libros eróticosa mano fue un despiste de Irene o fue intencional? Habría que revisarlos y meterse en su mundo,quizás una fantasía le daría una pista.
Lució husmeó la biblioteca. La casa ya era casisuya. En un rincón del estante se encontraba un libro llamado “Historia delojo”, de Georges Bataille. Por el estilo de la tapa y la descripción de lacontratapa, pareciera que libro lo llamara. Era el primero que abrió, y por sutono erótico, un poco enfermizo y surrealista, se sentía un poco identificadocon la situación.
En él se hablaba de parientes lejanos que teníasprácticas fetichistas, algunas enfermizas incluso para esta época.
Ese día lo leyó entero, de punta a punta, conel prólogo de Vargas Llosa. No es que le encantara, si no que buscaba algunarespuesta que le ayude a dar un pie para persuadir a su prima. En una parte delcuento, mencionaba lo siguiente:
Elasiento de cuero se pegaba al culo desnudo de Simone, quien fatalmente se masturbabaal pedalear. La rueda trasera desaparecía, a mis ojos, en la hendidura deltrasero desnudo de la ciclista. El movimiento de rápida rotación de la ruedaevocaba, por otra parte, mi sed, esa erección que me arrasaba ya hacia elabismo del culo pegado al sillín. El viento había animado un poco, parte delcielo se llenaba de estrellas; me vino la idea que la muerte era la únicasalida para mi erección: muertos Simona y yo, el universo de nuestra visiónpersonal se vería sustituido por las estrellas puras, realizando en frío lo queme parecía el término de mis excesos, una incandescencia geométrica(coincidencia, entre otras, de la vida y de la muerte, del ser y de la nada) yperfectamente fulgurante. Pero aquellas imágenes seguían relacionándose con lascontradicciones de un estado de agotamiento prolongado y con una absurdarigidez del miembro viril. A Simona le era difícil ver aquella rigidez debido ala oscuridad, tanto más cuanto que mi pierna izquierda, al elevarse, laocultaba cada vez. Sin embargo, me parecía que sus ojos se volvían en la nochehacia aquel punto de ruptura de mi cuerpo. Ella se masturbaba sobre el sillíncon creciente brusquedad. Así pues, tampoco ella había agotado la furia quehabía desencadenado su desnudez. Yo oía sus gemidos roncos; al fin, fueliteralmente transportada por el goce, y su cuerpo desnudo fue arrojando sobreel talud con un ruido de acero golpeando los guijarros.
Tomó el libro y lo dejó en la mesa. Se fue atomar mate con Irene y hablar de todo un poco. Hablaron con nostalgia deaquellas andanzas de su niñez y adolescencia, que no eran muchas pero siemprecon mucho cariño. Ahí fue cuando se dio cuenta de lo poco verborrágicos queeran ambos.
-No sé si te acordás de ese día, cuando se tecayó la pelota en la finca de don Antonio. Ese viejo falleció hace poco, erabastante grande.
-¡Cómo me voy a olvidar!- Mencionó Lucio- Medijiste que si me cruzaba a sacar la pelota no me iba a pasar nada. Esa nuncate la cobré. El viejo casi me mata.
Irene sonrió y enamoró a Lucio con una muecade astucia. Había en su prima ciertos chispazos de picardía y eso en algúnmomento se transformó en una cualidad seductora. Cuando tenía ganas de hacertravesuras iba decidida, pero siempre pasaba desapercibida. Esto le hizo pensaral hombre que ella podía ser quién de el primer paso.
-¿Qué estás leyendo?
-Emmm… Un libro de un autor que no conocía, esalgo como Ratatouille. El ojo maldito, o algo así.
-Ah… Ya sé cual es.
-¿Lo leíste?
-Claro.
-¿Te gustó?
-No. ¿A vos?
-Tampoco, pero de alguna forma lo leí entero yno me lo puedo sacar de la cabeza. Debe ser que recién lo leí.
-¿Habías leído algo así?
-No. Me parece raro, un poco enfermizo. Asídebe ser Marqués de Sade.
-Sí, pero no todos los autores que escribencon ese tinte son enfermizos, algunos son diferentes.
-Sí, tal vez deba investigar más.
Cayó la noche. Él tecleaba de formaautomatizada, concentrado en su labor. Estaba inspirado. Ella hacía zapping ensu gran pantalla, sin mucho interés en el contenido de la caja boba. De repenteencontró una película ya comenzada: Siberia. Notó que los dos personajesprincipales eran atractivos, carismáticos y con una belleza enigmática: KeaunuReeves y Ana Ularu. No dudó en dejar el control cuando vio a uno de sus actoresfavoritos.
La trama comenzó a aburrirla, hasta que amboscomenzaron a besarse apasionadamente. Ella se estremeció y tomó el control conla mano tensa. Irene y Lucio intercambiaron miradas fugazmente. La chica pensóque desde su ángulo no veía la tele, sin darse cuenta que su primo notó laescena por el reflejo de un vidrio. No había calidad de imagen, pero el sólohecho de saberlo lo había distraído de su trabajo. Irene se preguntó qué mirabatan fijo, y cambió de canal. Ahí fue que retomó su atención a la computadora, yella se rió por lo bajo.
Pasaron unos minutos, ambos desearon que losactores tengan otro encontronazo, más candente que el anterior. Keanu le bajabala tanga negra de a poco, besando con mucho placer la vagina de Ana. A Irene sele endurecieron los pezones, y se toco muy disimuladamente ahí debajo delpantalón de jean. El hombre quetrabajaba volteó hacia la ventana por décima vez. Se levantó con la excusa deque iba a buscar agua, para ver cómo reaccionaba.
-¿No hay nada para ver?- Dijo, cuando notó quehabía cambiado de canal.
-Estoy viendo una película que está buena,pero está en el corte ahora. Si la querés ver, pero está a la mitad. Dejá esacomputadora.
-Bueno, aguantame que vuelvo en un rato.
El film avanzó sin ninguna escena erótica.Ambos la esperaban, pero ninguno sabía bien cómo reaccionar, había una lasciviaopacada por los nervios. Ambos parecían esperar a ver quién era el primero quepise el palito. Pero ella lo hacía un poco también porque le gustaba jugar conla tensión sexual, le parecía excitante.
Cada uno se fue a su cama. Irene pensó un pocoen su primo, otro poco en el actor, y comenzó a ver detalladamente las escenasque estuvo viendo hace un rato. Con el cuarto oscuro, la puerta cerrada y lahabitación contigua a la otra, se bajó la ropa interior negra y a estimularsecomo hacía tanto que no sucedía.
Los gemidos exagerados no eran casuales, teníatoda la intención de hacerse escuchar y provocar en él calentura y curiosidad.Lo consiguió. Lucio se levantó de la cama intrigado, primero fue a ver si lapuerta de su cohabitante estaba abierta. Regresó a su cuarto pensando en quésignificaba todo esto y qué era lo mejor que debía hacer.
“Voy a esperar, total tengo al menos dossemanas acá”, y se acostó.
¿Y si respondo de la misma forma?
Él estaba revolucionado, como si su cuerporecordara con mucha energía aquella juventud que se había apagadopaulatinamente. Su pene presionaba hacia arriba, como en aquella adolescenciaen donde veía por primera vez una teta, por primera vez la tocaba, por primeravez iba a tener sexo.
Su única inspiración era el estremecimiento ylos gritos notorios de Irene. Nunca gemía, por tabú y por costumbre, pero sedio el gusto de hacerlo para hacerse escuchar. Fue ahí cuando descubrió que lefaltaban ciertas cosas por aprender. Y no le importaba “si quedaba muy maricón”gemir.
Ambos intentaban hacerse escuchar, presuponiendo que el otro sabía lo que sucedía. Era como un contrato implicito, dejando en cada habitación un charco de fluídos.
Escondidos en Chivilcoy
En las afueras de Chivilcoy, dos primos de unafamilia acaudalada se vieron forzados a convivir en la misma casa por el deberde cumplir una cuarentena estricta. Forzados es una forma de decir, ya queambos estaban habituados a quedarse en el hogar todo el día. Trabajar en elmismo lugar en donde vivían potenció este nivel de caserismo al máximo. Éltrabajaba online, ella recibía un sueldo por tener un puesto en el estado.
Lucio fue a visitar a su prima Irene que vivíaen una vieja casa familiar, la cual debía mantener y administrar, junto con lapequeña huerta. Tuvo tanta puntería que fue a caer cuando la pandemia amenazabala salud del país. Ninguno necesitaba salir más que para ir a comprar, perocomo tenían verduras y mercadería a mano, andaban casi siempre adentro.
El caserón era grande, antiguo, anacrónico.Alrededor tenían un espacio verde que los aliviaba y les daban un respiro paracuando quisieran tomar aire. Igual ellos ya se habían acostumbrado un poco a lacasa, como si les invadiera un conformismo mezclado con una nostalgia,producida por los recuerdos de hace treinta años.
Las primeras semanas fueron de introspección,y un poco buscar formas de perder el tiempo. La biblioteca gigante teníarepertorio para entretener al hombre y tener un momento en soledad. Se sentabaen aquel living para leer todo lo que encontraba. En unos días leyó “En elnombre de la rosa”, “El túnel”, “Fundación”, “Las venas abiertas de AméricaLatina”… Descubrió también libros con mucho tinte erótico que habría compradosu hermana, pero no se atrevió a abrir.
En algún momento se cansó de estar solo ycomenzó a leer acompañando a Irene. Compartían un silencio muy profundo endonde ninguno necesitaba decir algo para entenderse. Él ojeaba los libros, ellatejía. De vez en cuando veían una película o comían algo rico. Comían mucho, leponían mucha dedicación a la cocina. Aprendían recetas sobre pastelería queaplicaban y hacían engordar.
Así fue que pasaron algunos meses y fueronentendiéndose más. Un día Lucio miró a su prima, estaba sentada con una falda,luciendo sus grandes piernas, se preguntó por qué andaba con esa ropa, ya quesolía andar con ropa holgada. Una ráfaga de deseo empezó a recorrer su cuerpo yse preguntó por qué habrá sido.
Ella era una mujer de treinta y siete años,con el pelo lacio bien negro, siempre tomado con una cola de cabello. Amboscompartían unos ojos oscuros, casi negros.
Lucio tenía dos años más. Intentaba ocultarlas canas de su barba afeitándose por completo. Él también había engordado unpoco por la situación y comenzó a sentirse poco deseado. Desde la muerte de suesposa no había tenido mucha actividad sexual, y la pandemia prácticamente lohizo olvidar de ello.
Un día soñó que Irene se estaba bañando y élle preguntó si podía pasar a lavarse las manos. Ella le dijo que sí, que nohabía problema. Entró, Irene seguía con lo suyo, con la ducha despidiendo unvapor que se dispersaba por los costados las cortinas. Él se mojaba las manos conla mirada fija en la cortina.
-Irene.
-¿Qué?
-¿Necesitas algo?
-Pasame el champú
-Ahí va.
Lucio tomó el pote exaltado, y se ibaacercando lentamente a la ducha. No era el baño de la casona, si no el de él.Un baño blanco y con instalaciones modernas. Estaba a un paso, se preguntó sidebía abrir o no. Despertó.
Se sentía raro, pensó en qué significaba esesueño, y si debía hacerle caso. Él nunca pensó que fuera a reaccionar así. Quedeseaba a su prima era un hecho, no lo podía negar, pero… ¿Qué pasaría por lacabeza de ella? ¿Cómo averiguarlo? Recostado en el pasto, pensaba en si debíareprimir el deseo por un deber moral o hacerle caso. Después craneabaestrategias para seducirla. Recordó cuando lo abrazó y le pidió que no se vayaaún. Ninguno quería distanciarse, no les convenía de ninguna manera.
¿Y la biblioteca? ¿Tener esos libros eróticosa mano fue un despiste de Irene o fue intencional? Habría que revisarlos y meterse en su mundo,quizás una fantasía le daría una pista.
Lució husmeó la biblioteca. La casa ya era casisuya. En un rincón del estante se encontraba un libro llamado “Historia delojo”, de Georges Bataille. Por el estilo de la tapa y la descripción de lacontratapa, pareciera que libro lo llamara. Era el primero que abrió, y por sutono erótico, un poco enfermizo y surrealista, se sentía un poco identificadocon la situación.
En él se hablaba de parientes lejanos que teníasprácticas fetichistas, algunas enfermizas incluso para esta época.
Ese día lo leyó entero, de punta a punta, conel prólogo de Vargas Llosa. No es que le encantara, si no que buscaba algunarespuesta que le ayude a dar un pie para persuadir a su prima. En una parte delcuento, mencionaba lo siguiente:
Elasiento de cuero se pegaba al culo desnudo de Simone, quien fatalmente se masturbabaal pedalear. La rueda trasera desaparecía, a mis ojos, en la hendidura deltrasero desnudo de la ciclista. El movimiento de rápida rotación de la ruedaevocaba, por otra parte, mi sed, esa erección que me arrasaba ya hacia elabismo del culo pegado al sillín. El viento había animado un poco, parte delcielo se llenaba de estrellas; me vino la idea que la muerte era la únicasalida para mi erección: muertos Simona y yo, el universo de nuestra visiónpersonal se vería sustituido por las estrellas puras, realizando en frío lo queme parecía el término de mis excesos, una incandescencia geométrica(coincidencia, entre otras, de la vida y de la muerte, del ser y de la nada) yperfectamente fulgurante. Pero aquellas imágenes seguían relacionándose con lascontradicciones de un estado de agotamiento prolongado y con una absurdarigidez del miembro viril. A Simona le era difícil ver aquella rigidez debido ala oscuridad, tanto más cuanto que mi pierna izquierda, al elevarse, laocultaba cada vez. Sin embargo, me parecía que sus ojos se volvían en la nochehacia aquel punto de ruptura de mi cuerpo. Ella se masturbaba sobre el sillíncon creciente brusquedad. Así pues, tampoco ella había agotado la furia quehabía desencadenado su desnudez. Yo oía sus gemidos roncos; al fin, fueliteralmente transportada por el goce, y su cuerpo desnudo fue arrojando sobreel talud con un ruido de acero golpeando los guijarros.
Tomó el libro y lo dejó en la mesa. Se fue atomar mate con Irene y hablar de todo un poco. Hablaron con nostalgia deaquellas andanzas de su niñez y adolescencia, que no eran muchas pero siemprecon mucho cariño. Ahí fue cuando se dio cuenta de lo poco verborrágicos queeran ambos.
-No sé si te acordás de ese día, cuando se tecayó la pelota en la finca de don Antonio. Ese viejo falleció hace poco, erabastante grande.
-¡Cómo me voy a olvidar!- Mencionó Lucio- Medijiste que si me cruzaba a sacar la pelota no me iba a pasar nada. Esa nuncate la cobré. El viejo casi me mata.
Irene sonrió y enamoró a Lucio con una muecade astucia. Había en su prima ciertos chispazos de picardía y eso en algúnmomento se transformó en una cualidad seductora. Cuando tenía ganas de hacertravesuras iba decidida, pero siempre pasaba desapercibida. Esto le hizo pensaral hombre que ella podía ser quién de el primer paso.
-¿Qué estás leyendo?
-Emmm… Un libro de un autor que no conocía, esalgo como Ratatouille. El ojo maldito, o algo así.
-Ah… Ya sé cual es.
-¿Lo leíste?
-Claro.
-¿Te gustó?
-No. ¿A vos?
-Tampoco, pero de alguna forma lo leí entero yno me lo puedo sacar de la cabeza. Debe ser que recién lo leí.
-¿Habías leído algo así?
-No. Me parece raro, un poco enfermizo. Asídebe ser Marqués de Sade.
-Sí, pero no todos los autores que escribencon ese tinte son enfermizos, algunos son diferentes.
-Sí, tal vez deba investigar más.
Cayó la noche. Él tecleaba de formaautomatizada, concentrado en su labor. Estaba inspirado. Ella hacía zapping ensu gran pantalla, sin mucho interés en el contenido de la caja boba. De repenteencontró una película ya comenzada: Siberia. Notó que los dos personajesprincipales eran atractivos, carismáticos y con una belleza enigmática: KeaunuReeves y Ana Ularu. No dudó en dejar el control cuando vio a uno de sus actoresfavoritos.
La trama comenzó a aburrirla, hasta que amboscomenzaron a besarse apasionadamente. Ella se estremeció y tomó el control conla mano tensa. Irene y Lucio intercambiaron miradas fugazmente. La chica pensóque desde su ángulo no veía la tele, sin darse cuenta que su primo notó laescena por el reflejo de un vidrio. No había calidad de imagen, pero el sólohecho de saberlo lo había distraído de su trabajo. Irene se preguntó qué mirabatan fijo, y cambió de canal. Ahí fue que retomó su atención a la computadora, yella se rió por lo bajo.
Pasaron unos minutos, ambos desearon que losactores tengan otro encontronazo, más candente que el anterior. Keanu le bajabala tanga negra de a poco, besando con mucho placer la vagina de Ana. A Irene sele endurecieron los pezones, y se toco muy disimuladamente ahí debajo delpantalón de jean. El hombre quetrabajaba volteó hacia la ventana por décima vez. Se levantó con la excusa deque iba a buscar agua, para ver cómo reaccionaba.
-¿No hay nada para ver?- Dijo, cuando notó quehabía cambiado de canal.
-Estoy viendo una película que está buena,pero está en el corte ahora. Si la querés ver, pero está a la mitad. Dejá esacomputadora.
-Bueno, aguantame que vuelvo en un rato.
El film avanzó sin ninguna escena erótica.Ambos la esperaban, pero ninguno sabía bien cómo reaccionar, había una lasciviaopacada por los nervios. Ambos parecían esperar a ver quién era el primero quepise el palito. Pero ella lo hacía un poco también porque le gustaba jugar conla tensión sexual, le parecía excitante.
Cada uno se fue a su cama. Irene pensó un pocoen su primo, otro poco en el actor, y comenzó a ver detalladamente las escenasque estuvo viendo hace un rato. Con el cuarto oscuro, la puerta cerrada y lahabitación contigua a la otra, se bajó la ropa interior negra y a estimularsecomo hacía tanto que no sucedía.
Los gemidos exagerados no eran casuales, teníatoda la intención de hacerse escuchar y provocar en él calentura y curiosidad.Lo consiguió. Lucio se levantó de la cama intrigado, primero fue a ver si lapuerta de su cohabitante estaba abierta. Regresó a su cuarto pensando en quésignificaba todo esto y qué era lo mejor que debía hacer.
“Voy a esperar, total tengo al menos dossemanas acá”, y se acostó.
¿Y si respondo de la misma forma?
Él estaba revolucionado, como si su cuerporecordara con mucha energía aquella juventud que se había apagadopaulatinamente. Su pene presionaba hacia arriba, como en aquella adolescenciaen donde veía por primera vez una teta, por primera vez la tocaba, por primeravez iba a tener sexo.
Su única inspiración era el estremecimiento ylos gritos notorios de Irene. Nunca gemía, por tabú y por costumbre, pero sedio el gusto de hacerlo para hacerse escuchar. Fue ahí cuando descubrió que lefaltaban ciertas cosas por aprender. Y no le importaba “si quedaba muy maricón”gemir.
Ambos intentaban hacerse escuchar, presuponiendo que el otro sabía lo que sucedía. Era como un contrato implicito, dejando en cada habitación un charco de fluídos.
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