Estaba trabajando en ese entonces en una agencia de servicio doméstico. La verdad es que necesitaba el trabajo, y por mi nivel de educación no encontraba nada que fuera atractivo, así que decidí empezar como doméstica en una casa. Llamé a una agencia de empleos y me consiguieron casi de inmediato mi primer trabajo.
Era en una muy linda casa de la parte más rica de la ciudad donde vivo, y me habían citado a las 2 pm. Decidí ponerme mis mejores ropas y me arreglé el pelo para dar una buena impresión. La dueña de casa, Adriana, era una mujer joven (casi de mi edad, 32), estaba casada y tenía una preciosa beba recién nacida. Mi trabajo iba a ser ayudarla con la limpieza de la casa, que era enorme, y con el cuidado de Julieta (la beba). Casi al terminar la entrevista, que había durado por lo menos dos horas, Adriana me dijo que estaba satisfecha conmigo y que iba a llamar a la agencia para confirmarles que se había decidido por mí.
La verdad es que en la agencia me habían comentado que Adriana era bastante exigente en la limpieza y tenía algo de mal genio, pero sinceramente no me había parecido nada de eso. Es más habíamos estado charlando rato largo de mi familia, me había preguntado por mi novio, en fin, me había parecido muy simpática.
A la mañana siguiente estaba ahí lista para empezar. Adriana me fue indicando las cosas de la casa, contándome dónde encontrar los detergentes, los trapos y demás. Total que al fin del día había terminado todo y Adriana me dijo que estaba muy contenta con mi trabajo.
Pasaron los meses y nuestra relación se iba afianzando, y Adriana me iba dado cada vez cosas y me tenía más confianza. Me dejaba al cuidado de Julieta mucho tiempo, me daba muchas ropas que ya no usaba, me aconsejaba y hasta me pagaba a veces algún dinero extra que mal no me venía. Lo único que Adriana no me dejaba hacer era planchar. Ella decía que en eso era muy exigente y que sólo ella sabía como dejar las camisas de su marido o su ropa. Que muchas otras empleadas le habían arruinado ropa y que no quería que eso volviera a ocurrir. Yo no tenía problemas con eso, además de que planchar no me gustaba demasiado.
Un día estando solas en la casa, Julieta estaba en la guardería, Adriana me dijo que la ayudara con la plancha ya que estaba cansada y le dolía la espalda. Me mostró el cuarto de planchado y dónde estaba todo, así que me dijo se iba a bañar mientras yo planchaba. Me dijo que iba a pagarme extra por este trabajo, por lo que me pareció muy buena idea. Estaba planchando cuando siento que alguien me miraba. Fue algo extraño, una sensación de que alguien más estaba mirando mientras yo planchaba. Me di vuelta, pero nada. Ideas mías pensé.
Desde ese día Adriana me daba a planchar la ropa sin preguntar, y casi todos los días estaba en esas tareas.
Me volvió a ocurrir lo de mi presentimiento pero esta vez comprobé que Adriana era quien estaba en la puerta del cuarto mirándome. Debía tener largo rato allí, y estando yo de espaldas no notaba nada extraño. Ella estaba con su bata de seda, recién terminada de ducharse, y con un gesto que me pareció extraño. Había en su mirada una cierta lujuria, un brillo de ojos que no había visto antes. Ese instante fue eterno, como si el aire fuera más denso, como si quisiera alguna decir algo sin animarse a hacerlo. Las miradas se cruzaron y se mantuvieron por unos segundos. El vapor de la plancha me despertó y al mirar la camisa, el horror. Una marca de quemado ocupaba toda la espalda de la camisa. Adriana comenzó a reír…
– No entiendo, de qué te reís?
– De la camisa, acabas de arruinarla.
– Justamente, me quiero morir, qué voy a hacer ahora?
Estaba casi pálida, a punto de sollozar. Ella se acercó y poniéndose a mi lado, miró la camisa, se rió, y dijo:
– No voy a decir nada, además, yo te distraje. Me excitó verte planchar, nunca me pasó, pero ahora que te veo y siento ese olor a vapor, me excité.
Yo no sabía qué hacer. Estaba paralizada, mis piernas parecían pesar mil toneladas, y mi boca estaba seca. No podía hablar.
– Por favor, puede planchar mi bata, cuidado que es de seda y puede quemarse.
Se desnudó frente a mí, su cuerpo emitía olores tan sensuales que nunca podré olvidarlos, su cabellera negra azabache le llegaba hasta el borde de su precioso trasero, sus pechos tan pequeños y tan puntiagudos, tan erectos. Su vagina, una enorme mata de pelo negro muy limpio y prolijo. Yo seguía sin poder moverme. Como un autómata tomé la bata, no tenía la mínima conciencia de lo que hacía y todo parecía durar mil años, la puse sobre la tabla y comencé a plancharla despacio, con mucho cuidado. Adriana se había puesto enfrente de mí y me miraba fijamente, miraba mis manos y cerraba los ojos como ardiendo de placer.
Yo comencé a excitarme mucho. Para cualquiera que no me conozca es muy fácil descubrir cuando me excito porque, además de mojarme toda en mi vagina, empiezo a agitarme y a jadear muy fuerte. Es algo que no puedo controlar. Ella se tocó un pezón muy suave dándose un pellizco. Para ese entonces el vapor inundaba la sala y mi cuerpo me pedía a gritos que la tocara.
– Te excitaste. Estás caliente, no?
– Sí, y muy asustada.
– No te preocupes, déjate llevar.
Se paró detrás de mí y comenzó a acariciar mi espalda, yo seguía planchando. Luego su mano fue detrás de mi nuca, acariciándome y haciendo que mi pelo se erizara. Metió su mano en mi pantalón y lo desabrochó. Lo bajó despacio y me lo quitó. Luego dejó la plancha a un lado y me sacó la remera, el corpiño y mi bombacha. Me sentí tan indefensa y tan deseada como nunca, mi vagina ya estaba mojada de haber tenido un orgasmo, y sin que Adriana me tocara. Ella me llevó a la camita de servicio que había en el cuarto, me recostó y se paró mirándome.
– Me gustas desde que te vi por primera vez, y ahora que te veo desnuda, no puedo creerlo.
Mi mano estaba tomada de la de ella. Se recostó despacio a mi lado y me dio el beso más profundo que tenga memoria. Hundía su lengua hasta el fondo de mi boca y me dejaba hacer. Mi saliva juntándose con la de ella, mientras su mano se posaba en mis senos duros. Bajó su boca y comenzó a besarme los pezones, los mordía despacio. Mi mano ya buscaba sus senos y los tocaba con suavidad. Se paró nuevamente, me abrió las piernas al máximo y dejó toda mi vagina expuesta, como una fruta en bandeja.
– Tienes una concha hermosa, me la voy a comer toda.
Se arrodilló y comenzó a chuparme la concha. Alcanzó el clítoris y lo mordisqueaba, mientras con su mano iba metiendo dentro de mí sus dedos y cogiéndome lento. Mi cabeza esta a mil, era como estar drogada, sentía el orgasmo venir e irse, estaba a punto de estallar, le grité…
– Aaaahhhh, aaahhh, me vengo…
Creo que mojé toda su cara porque cuando se levantó y me besó sentí mis líquidos en su cara y los besé.
Luego se recostó y me dijo que se lo hiciera. Nunca había hecho esto, abrió sus piernas despacio, me mostró el camino y llevó sus dedos hasta su concha. Apartó los pelos y me hundió mi cabeza en la concha. Comencé a chuparla despacio, ella se retorcía y me miraba hacer, recorría toda su concha de arriba abajo llegando cada vez más cerca de su ano. Probé de salivar mis dedos y los metí en su concha, ella se arqueó de placer. Los hacía entrar y salir y chupaba a la vez. Cuando estaba por estallar, saqué rápido los dedos de su concha y los metí en su ano. Gritó tan fuerte y tuvo un orgasmo tan espectacular que apretó sus piernas y casi me ahoga.
Pasamos un rato más en la cama, hicimos el 69, luego nos pusimos en forma de tijera para poder rozar nuestras conchas, ella me enseñó cómo se masturbaba de chica (en el secundario) mientras estaba en clase, yo la masturbé también, y nos quedamos ahí tendidas.
Yo me casé hace poco y estoy embarazada, no trabajo más, pero sí llamé a Adriana la semana pasada para juntarnos, eso se los cuento en otra ocasión.
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🔥💋 ¡Nos vemos , amores! 💋🔥
3 comentarios - 💋🔥 Empleada vs Patrona 🔥💋
Les quiero comentar que he dejado un obsequio para ustedes , por el gran apoyo a mis post. ¡Muchas Gracias!
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¡Espero que les guste! 💋