PRIMERA PARTE:
https://m.poringa.net/posts/relatos/4390722/Noviecito-beta---Camionero-ALFA---Novia-Putita.html
SEGUNDA PARTE:
Violeta estaba desahuciada, melancólica, casi deprimida. Pobre mi chiquita, el último año había sido una campanita, la alegría de vivir. Habíamos conocido a un camionero campechano llamado Renzo, quien la había ido convirtiendo en su puta personal, y la había enfiestado en casa con grupos de amigos. Yo, como un cornudo pasivo, era obligado a ir a dormir a su camión mientras cinco o más choferes se la cogían en mi propia cama (ver relato previo: DEDO AL CAMION)
Pero a fin de año a Renzo le habían asignado un recorrido lejos de nuestro pueblo y dejó de venir, y Viole cayó en una especie de melancolía sin fin. Ya no quería coger conmigo, estaba ausente, suspiraba por los rincones y siempre, invariablemente, miraba a las cabinas de los camiones -como buscando algo- cuando estábamos en la ruta y nos cruzábamos con alguno.
Sin embargo, una noche de Febrero, Violeta y yo paramos en la ruta, camino a Buenos Aires pero todavía cerca del pueblo. Nos detuvimos a comer algo en una parrilla pequeña, casi diminuta, situada en medio de la nada. Era una casucha que se venía abajo, con no más de cinco mesas y un mostrador infecto.
Estábamos esperando que nos atendieran cuando miré a mi gordita hermosa colgada del horizonte, con un brillo en los ojos y mordiéndose el labio inferior. Observé qué la había puesto así: un camión Fiat grandote estaba estacionando. Inmediatamente vi otros dos camiones detenidos previamente. Sin querer habíamos caído en una parada de camioneros, así que los dos parroquianos que estaban con nosotros en las otras mesas debían ser los choferes de esos camiones. Mi novia se sentó más derecha cuando entró el tipo del Fiat.
Fue raro comer así. Hablamos poco y ella estaba más pendiente del camionero que de nuestra charla. Él se dio cuenta, pero al verla acompañada se hizo el desentendido.
Comimos, pagamos y nos fuimos. A la media hora de andar por la ruta, Viole no aguantó más y me dijo:
-Pará el auto. Quiero que me cojas ya.
No me lo tuvo que pedir dos veces. Yo había vuelto a tener erecciones luego de algunos años (justo para cuando Renzo y sus amigos se la enfiestaban los viernes), así que estacioné lejos de la banquina y antes de sacarme el cinturón de seguridad mi bebota se me prendió de la pija como una hambrienta.
No voy a mentirles, sé que no estaba haciéndome el amor. Me usó, lisa y llanamente. Porque me mamó hasta que la tuve bien dura y me cabalgó sin el menor preámbulo. No hablaba, estaba en otra parte, seguramente con otro, con Renzo quizá. Aunque igual festejé que volviera a ser la pendejita calentona de siempre.
Acabó en segundos. Y luego otra vez, un par de minutos más tarde. Yo acabé rápido, también.
Nos limpiamos así nomás y emprendimos la marcha. Por un buen rato no hablamos. Pero finalmente yo rompí el silencio.
-¿Qué pasó, bebé?
-Disculpame... Te usé.
-Está bien. Pero quiero saber qué te está pasando. ¿Extrañás a Renzo?
-Sí, pero no es eso. Extraño todo… -no especificó más. Luego de un minuto interminable, agregó: -Me calentó ver tanto camionero junto… no sé por qué…
-¿Te gustó uno de los tipos?
-No. Me gustó que fueran todos camioneros. Cuando me di cuenta que todos ahí eran camioneros me agarró la re calentura. Ya sé que no tiene mucho sentido, pero…
-No importa. Me alegro que vuelvas a ser la que de siempre…
Sin embargo, en la semana, su lívido volvió a bajar y otra vez se puso melancólica. Decidí actuar. El viernes a la noche le dije que se vistiera linda, que la iba a llevar a bailar.
No le gustó la idea pero me hizo caso. Eso sí, no la llevé a ningún boliche. Fui directo a la parrilla.
Como me imaginé, estaba bastante llenita. Ya nada más ver los camiones estacionados en la entrada, mi chiquita comenzó a levantar temperatura. Lo noté en su respiración.
Estacionamos. Violeta vestía sexy, pero nada muy escandaloso… para un boliche. Un vestido rosa viejo sufrido, estampado, pegadísimo al cuerpo y muy pero muy escotado, que faldeaba sobre las rodillas. Mi Viole es una jovencita de veintipocos, culona y piernuda, de pancita incipiente y tetotas hinchadas. Pura carne, pura explosión. Debí contar con que en un lugar así llamaría mucho la atención. Adiviné que todos -absolutamente todos- se la querían voltear. Mejor, pensé, eso la va a excitar.
Nos sentamos para comer. Yo ya estaba sacando cuentas de cuántos polvetes le iba a echar a mi novia, cuando ella me volvió a la realidad.
-Mi amor -me dijo-, aquel que está pagando… Se la pasó mirándome y haciéndome sonrisitas… ¿Qué hago…?
-¿Cómo qué hago…?
-Sí, ya se va. Y yo también le hice caritas, ya sabés…
-¿Qué estás diciendo, Viole?
-No seas tonto. -me dijo, me dio un besito en la frente y se fue afuera, detrás del camionero que ya le llevaba unos veinte metros de ventaja.
La vi irse bamboleando su culote redondo, y me maldije por ser tan ingenuo. ¿Cómo no me di cuenta de lo que iba a pasar? Vi a mi Viole alcanzar al tipo justo cuando éste llegaba a su camión, charlar unos segundos, él mirando hacia la parrillita, ella festejando algún chiste.
Lo siguiente me hizo parar la pija en un segundo, porque vi al camionero abrir la puerta, e invitar a mi novia a subir, con su vestidito tan ajustado. El hijo de puta la ayudó, empujándola desde atrás, pero manoseándola descaradamente, sobándole las redondeces y mirando a uno y otro lado con disimulo. Finalmente, él también subió. Cerró la puerta y no pude ver más.
El mozo trajo las porciones de asado para los dos. Me miró extrañado y yo le hice una sonrisa idiota. Comí solo, por supuesto. La carne de mi novia, paradójicamente, se estaba enfriando.
Tres cuartos de hora después, Viole bajó del camión, que se puso en marcha y abandonó el parador. Volvió a mí, exultante.
-Mi amor, qué buena idea que me hayas traído acá.
Noté que los otros parroquianos, todos camioneros, se habían dado cuenta de la situación. Me sentí demasiado cornudo como para sostener sus miradas. En cambio Viole no tuvo problemas en observar alrededor. ¿Estaba buscando otra presa?
No. Al mozo. Pidió que le calentaran el asado frio.
-No me imaginé que ibas a hacer algo así. ¡Me hiciste quedar como un cornudo, Viole!
-¿Qué tiene? No estamos en el pueblo. Ésta es toda gente de paso.
-Es el hecho -vi que miraba atrás mío y sonreía. -¿me escuchás? La idea era volver a hacer el amor vos y yo, como el otro día…
-Sí, sí… -respondió, y me di cuenta que otra vez no estaba conmigo.
El camionero de atrás mío hizo ruido al levantarse y saludó al de la caja. Imaginé que la estaría mirando a mi novia, y hasta sonriendo.
Salió a paso lento hacia su camión, y mi novia detrás de él, igual que antes. Este segundo camionero era un gordo viejo y horrible, realmente no entiendo qué le podía ver Violeta. Sin embargo, en menos de un minuto la estaba magreando la cola, subiéndola a su camión.
Vino el mozo con la porción de asado recalentada. Vio que mi novia no estaba, otra vez, pero ahora él miró hacia los camiones. Yo me puse rojo como un tomate, quería que la tierra me tragara. Le dije que la dejara y le pagué la cuenta, con una propina generosa, para diluir mi humillación.
Pero mi humillación no hacía más que empezar.
Ya pasada la medianoche, cuando casi no había parroquianos comiendo, y cuando ya mi novia se había hecho coger en cuatro camiones distintos, se nos acercó el dueño de la parrilla, que atendía en la caja, con cara de pocos amigos. Era un tipo de unos cincuenta años, alto, flaco, con un bigote setentoso.
-No vuelvan. Esto no es un puterío. Si quieren sacarle unos pesos a mis clientes háganlo en otro lado…
Mi novia se ofendió. Yo me deshice en excusas y promesas de que no era eso lo que sucedía. No quería que llame a la policía así que le adorné un poco la historia. Que teníamos problemas de pareja, que estábamos probando cosas nuevas para no destruir el matrimonio, etc.
Entonces miró a Viole de arriba abajo y me miró a mí con un desprecio tal, que por un momento tuve la impresión de que podría pegarme y violarse a mi novia si lo quisiera.
-Necesito un mozo… o una camarera… Para la noche…
Y volvió a la caja, sin decir más.
Violeta me miró implorándome una bendición. Quería ese trabajo, quería estar en contacto diario con camioneros. Viviría caliente, se cogería algún que otro chofer y yo recibiría las migajas en casa. No sonaba tan mal.
-No sé… -le dije pensando en que el horario nos iba a desorganizar toda la vida diaria.
Me sonrió, me besó y se fue a la caja. Directamente al otro lado del mostrador. Le habló al cajero, seductora, se paró erguida y en pose. Las terribles curvas se le dibujaban bajo el vestidito. Ella le hablaba y era pura sonrisa. Le agarró un brazo, le apoyó sus dedos sobre el pecho. Finalmente lo tomó de una mano y ella misma se lo llevó hacia atrás, al otro lado de un tabique roñoso que separaba la caja del cuarto trasero.
-Voy a hacerle una prueba a esta señorita, Rubén… -dijo el dueño al mozo, y se perdió con mi chiquita tras el marco vacío que no tenía puerta.
Fue por demás bizarro. Porque la parrillita era muy chica. Y ellos estaban al otro lado del tabique, a un par de metros del mostrador, nada más. Era cierto que no se veía lo que sucedía, pero sí se escuchaba.
Al principio fue tan brutalmente incomodo para todos, que el mozo solo limpiaba una y otra vez las mesas que estaban lejos mío. Primero no se escuchaba nada, solo las gomas de algún auto contra el pavimento, allá en la ruta, o un bocinazo de camión a modo de saludo.
Pero al cabo de unos minutos comenzaron los jadeos. Primero del dueño, luego los de mi Violeta, ya más rítmicos. Los gemidos se hicieron tan fuertes que el mozo fue a la radio y subió el volumen, para evitarme una vergüenza mayor. Pero Viole la estaría pasando muy bien porque gemía más y más.
El mozo se me acercó con una sonrisa de cemento.
-No se preocupe. -me dijo- Yo pienso que le va a ir bien en la prueba a su mujer…
No me estaba cargando. Él estaba más incómodo que yo. Para salirme de la situación y también porque no sabía qué hacer, me fui a fumar afuera. Me terminé tres cigarrillos y estuve escuchando todo el tiempo la cabalgada con la que ese hijo de puta se estaba disfrutando a mi novia. Los jadeos de ella al acabar me hicieron volver a mi mesa, justo unos momentos antes de que Violeta saliera del cuartito, llena de leche y con una sonrisa imborrable en su rostro.
-¡Mi amor! -me dijo, llegando a la mesa. -Antonio me dio el trabajo… ¡Empiezo mañana!
En el trabajo se estableció de hecho una dinámica perversa pero funcional. Viole llegaba a la medianoche, que era cuando la parrilla prácticamente dejaba de trabajar. Solo habría que atender a clientes esporádicos. Debía ir siempre con ropa elegante. Lo que Antonio, el dueño, entendía por ropa elegante significaba escotes generosos, o minifaldas, o pantalones ultra ajustados. Quería usarla para atraer más clientes.
Antonio también había establecido un especie de derecho de pernada: apenas llegábamos con Viole (porque yo debía llevarla, no había colectivos hasta ese punto de la ruta), él revalidaba la prueba que había tomado para ingresarla. Quería ser el primero en probarla, y también el último, antes de cerrar y traerla en su camioneta a casa (yo no la podía ir a buscar porque a las 4 o 5 de la mañana debía estar durmiendo para ir a trabajar)
De modo que Antonio pasó a cogerse a mi chiquita dos veces por día, todos los días, con lo cual se convirtió, de facto, en su macho. Se la cogía más que nadie (muchísimo más que yo, que era el novio que vivía con ella) y, según ella me contaba, mejor que nadie.
Pasaron así algunos meses, donde yo la llevaba a las 12, la dejaba y me volvía rápido para dormir algo antes de ir a mi propio trabajo. Al principio ella venía excitada de la parrilla. Y cansada. Aunque breves, dos o tres polvos en la madrugada la agotaban. Si aun tenía fuerzas, se ponía de costado, y en cucharita se dejaba coger también por mí. Si no, me contaba brevemente lo que había hecho y yo me pajeaba en su cola, mientras ella dormía.
Poco a poco y sin proponérselo, me dejó cogerla menos. Menos y menos. Hasta que un día me di cuenta que hacía tres meses que no hacíamos el amor.
Una madrugada le pregunté qué pasaba.
-Antonio no quiere que me coja nadie fuera de las cuatro horas de trabajo. Quiere seguir siendo el primero y el último…
-Eso es ridículo -reclamé. -¡Vos sos mi mujer!
-Pero soy su hembra… El es mi hombre ahora.
El alma casi se me va al piso.
-¿Qué querés decir? ¿Me vas a abandonar…?
-¡No, tonto! El es mi hombre, es el que me coge más, ¿no? Vos ya ni me cogés nunca.
-¡Porque no me dejás!
-Lo que quiero decir es que en la práctica él es mi macho. Vos sos mi novio, mi marido, mi amor. Pero él es el macho, el que manda… solo para el sexo, claro. ¿Entendés?
-¡Esto es una locura! ¡Quiero que dejes ese trabajo! ¡Ya pasó del chiste, ya te sacaste las ganas!
-¡No puedo! ¡No le puedo hacer eso a Antonio!
-¿Hacerle qué? ¡Yo soy tu marido! ¡Exijo que cumplas con tus deberes de esposa!
Por toda respuesta se rió de mi discurso y se dio vuelta para dormir.
-Sabés que no estamos casados… pero si querés cogerme, venite entre las 12 y las 4, ya sabés... Antes y después, Antonio no me deja hacerlo con nadie… No es personal, mi amor…
Así que a la noche siguiente la llevé y me quedé para hablar con Antonio. Pero no quiso atenderme. Se llevó delante de mis narices a Violeta atrás, para darle maza. Yo, como un total cornudo, no supe qué hacer. Estaba al otro lado del tabique, en el mostrador de la caja, escuchándolos jadear descontroladamente.
-Sí, sí, sí… -decía mi novia. Y el hijo de puta la bombeaba más seguido. Podía escuchar los ruidos del gastadísimo colchón de resortes sobre el piso.
-Qué estrechita que estás cuando recién te agarro... -escuché. -Al final del día estás toda abierta, pero ahora…
-Dame pija, Tony… Haceme mierda…
No aguanté más y crucé el umbral. Por primera vez vi cómo Antonio se garchaba a mi novia. El espectáculo, mal que me pese, era excitante. La verga la penetraba en el aire, con estocadas limpias, hasta los huevos. Entendí por qué mi Viole decía que él era su macho. Tenía una pija envidiable, muy ancha, que mi novia se cabalgaba sin respiro.
-Antonio, tenemos que hablar. -le dije mientras movía su pelvis garchándose a mi mujer. Me sentí ridículo.
-¿Qué hacés acá, cornudo de mierda? Tomatelás, ¿no ves que me estoy cogiendo a tu mujer?
Lo decía sin dejar de bombearla un solo instante. Mi novia ni me miraba, estaba despatarrada con los pelos sobre su rostro, transpirada y recibiendo verga. Me molesté.
-Quiero que Violeta deje de venir a trabajar.
Antonio cambió de expresión y se sacó a Viole de encima. Estaba furioso. Fue hacia mí y me empujó con violencia.
-¡Cornudo de mierda, te dije que te las tomaras! Andate de acá o te rompo la cara.
Me fui, pensé que me iba a pegar si no lo hacía. Y tuve que enfrentar a cuatro o cinco camioneros que comían. Me puse rojo de vergüenza. El mozo del turno que terminaba a las 12 estaba cobrando algunas mesas y preparando las cosas para irse. Me miró condescendiente.
-No se desespere, amigo. Ya se la va a poder coger… Pídase algo y yo le anoto el nombre así no le ganan de mano…
-No entiendo…
-¿No quiere estar con la camarera…?
-S-sí… -no sabía qué responder.
-Dígame su nombre. No hace falta que sea el de verdad, ¿vio? Es para reservarle el turno, nomás…
-¿Qué turno?
-¿Me dice el nombre o no?
-Henry… Enrique…
Garabateó mi nombre en una listita de papel medio arrugado. Vi que era el quinto. Todos los comensales presentes estarían antes que yo. Me fui a sentar a una mesa, derrotado.
Al rato salió mi novia de atrás del tabique, vestida con lo que debía ser su nuevo uniforme: un culote negro que le dejaba ver la mitad de las nalgas y un corpiño también negro. Llevaba puesta una camisa por encima que la cubrían un poco, y unas botas no demasiado altas. Básicamente, estaba de puta. No me lo esperaba, aunque debo admitir que estaba para cogérsela ahí mismo.
Fue al mostrador, ojeó la lista y dijo un nombre. Uno de los camioneros se puso de pie, sonrió, y se la llevó a su camión. Esto era muy distinto a lo que yo había visto algunos meses atrás. Se suponía que mi novia atendía las mesas y, solo si alguno le gustaba, se iba con él al camión. Acá estaba pasando otra cosa.
A la media hora por reloj, Viole regresó. Antonio, ya en caja, voceó un nombre. Otro camionero se llevó a mi novia a su camión, pagando antes la cuenta en el mostrador. Fue así hasta que llegó mi turno.
-Enrique. -dijo Antonio.
Me levanté. Mi nena culona y bonita vino hacia mí y me tomó de la mano. Me iba con ella cuando Antonio me paró en seco.
-¿A dónde va?
-¿Qué pasa? -pregunté confundido.
-¿Pagaste, mi amor? -me dijo Violeta con una dulzura que me refrescó. Parecía otra vez mi novia, la de siempre. -Le tenés que pagar 100 pesos.
No me lo creía. ¿Había escuchado bien? Casi como un autómata, saqué un billete de 100 y se lo entregué a Antonio. Estaba pagándole para cogerme a mi propia mujer.
Me la llevé al auto.
Desesperado, patético, como un cornudo imbécil, lo único que me importó en ese momento fue cogérmela. Ni las circunstancias, ni las amenazas de él, ni la situación fuera de control. Estaba tan caliente y mi novia tan emputecida que no podía aguardar un solo segundo hasta cogérmela. Por calentura, pero más por bronca.
Se arrodilló sobre el asiento de atrás, elevando toda esa cola redonda y generosa, llena de carne. Le bajé el culote negro hasta las rodillas y noté que estaba totalmente dilatada. Eso me humilló más, pero a la vez me excitó.
-Te… te rompieron el culo, amor…
-Y… a todos les encanta mi cola…
-Yo… yo también… yo te voy…
Le apoyé la pija en la puerta del ano y se movió para adelante.
-¿Qué haces? -me retó. -No podés.
-Dejate de joder, Viole.
-Le pagaste a Antonio 100… Con anal incluido es 150.
-Dejate de joder...
-Si querés hacerme la cola tenes que pagar 50 más, amor… todos los que me hacen la cola pagan 150.
-¿Me estás cargando? ¡Soy tu novio!
-¿Qué querés que le haga…? Son las reglas de Antonio…
- No tengo más plata. -dije, claudicando. Mi Viole mi miró con expresión de no poder hacer nada al respecto.
Apunté derrotado hacia la conchita de mi mujer, ya a esa altura de la noche, abusada por cinco o seis desconocidos. A pesar de la extrema humillación, estaba tan al palo y al borde de acabar que tuve que concentrarme en otra cosa para no irme enseguida. Le entré a esa conchita caliente, mía y… agrandada… muy agrandada… Mi pijita era chica, pero además ella estaba muy ensanchada de tanto coger.
-Este turro te convirtió en la puta del pueblo… -le recriminé mientras la bombeaba lentamente, para no acabarle.
-No… En la puta de él…
-Estás ensanchadísima, hija de puta… ¿Me sentís…?
-Sí… Sí, papito, la tenés enorme…
-Me estás hablando como a un cliente…
-Pagaste 100 pesos, mi amor…
-¡Soy tu novio, hija de puta!
-Antonio me enseñó que tengo que decir lo que los clientes quieren…
-Quiero… Quiero… -no sabía qué decir, no sabía qué querer. Mi cerebro estaba colapsando. -Quiero que me digas que sos mía… que sos mi mujer… que solamente yo…
-Sí, mi amor… ¡Soy tuya, soy toda tuya…!
-Decime que soy tu macho…
-Sos mi macho, papito… Sos el que mejor me coge…
-¡Soy el mejor! ¡Soy el mejor!
-¡Sí, mi amor! ¡Sos el que la tiene más grande…! Mi amor, cómo te siento… Me estás ensanchando, Henry… ¡La tenés enorme, papito…!
-¡Sos una puta…! -le dije mientras sentía la leche subirme por las entrañas. Recordé la verga de Antonio, enorme, gruesísima, enterrarle sin piedad por el mismo orificio en el que ahora mi pijita bailaba. Me sentí tan cornudo y, a la vez, la vi a ella tan puta, pero puta de verdad, que no pude evitar acabarle adentro. -¡Sos una puta, sos una puta, sos una puta…! -le repetía acabando.
-Sí, papi, dame la lechita, dame la lechita…
Me desplomé sobre ella y dentro de ella. Me sentía profundamente humillado y no descubría por quién. ¿Antonio? ¿Violeta? ¿Por mí mismo? Habían pasado menos de diez minutos desde que subimos a mi auto. Tenía 20 más.
-Sos una puta de verdad… -le dije, triste.
-No digas pavadas… Sigo siendo tu novia, te sigo queriendo…
Sin la calentura de un minuto atrás, Viole me acariciaba los cabellos, como en otras épocas. De pronto la vi con ese corpiño donde sus tetotas luchaban por escaparse. Esas tetas que me volvían loco y que no llevaba a mi boca desde hacía meses. Fui a chupárselas como un bebe sediento.
-¿Ves, mi amor? Podés seguir cogiéndome cuando quieras…
-Cuando quiera no, Viole… Cuando tenga la plata…
-Ay, ni que 100 pesos fuera mucho…
-Las cosas no andan bien en la oficina, mi amor… Estoy perdiendo negocios, no me concentro, hago cagadas… Se está yendo todo a la mierda…
-Yo te puedo prestar…
Empecé a sollozar entre sus tetas.
-¿Cuánto te paga? ¿Qué arreglaste…?
-30. Me da 30.
Encima eso.
-Te estás regalando para ese hijo de puta, mi amor … Te está usando… No entiendo cómo no te podés dar cuenta…
-No puedo volver a atrás. Quiero... necesito esto…
-¿Necesitás dejarte coger por 30 pesos…?
-No. Vos sabés a lo que me refiero… Los camiones… no sé…
-Extrañás a Renzo, nada más.
-Es como que ahora quiero ser la puta de todos los camioneros del país, no sé cómo explicarlo…
-Nos estás haciendo mierda… Sacale los teléfonos a los que te cogen, no sé, armate un harén de camioneros que vayan a casa todos los días… Prefiero ser el cornudo del pueblo y no que sigas acá…
Pero siguió. Arregló ir en un horario más temprano y por menos días, de modo que podía regresar antes a casa y hacer conmigo una vida más familiar, o más normal. Yo mejoré en el trabajo, todo volvió más o menos a encausarse.
En parte, en buena parte, porque comencé a tener sexo con mi novia mucho más seguido, al menos una vez por semana, casi siempre los sábados (como cualquier pareja). Yo la llevaba en auto a la parrilla, esperaba a que Antonio se la cogiera antes que nadie y luego yo me anotaba en la lista. Generalmente ya había cuatro o cinco camioneros anotados, de modo que casi invariablemente encontraba a mi amorcito ensanchada y con el ano bien dilatado. Mi pijita seguía tan chica como siempre, pero como pagaba los 100 pesos, Violeta me decía que yo era su macho, que la tenia grande, que sentía mi pija llegarle al estómago. Pero poco a poco y a medida que fueron pasando los meses, terminó mortificándome con la cruda realidad: que era un cornudo, que ni me sentía cuando me cogían otros, que era poco hombre para dejarla ser usada por Antonio, que me iba a convertir en un pajero y un montón de cosas más.
Antonio también disfrutaba de mi humillación, cobrándome personalmente.
Estuvimos así durante un año. Salimos de ese sistema maldito no sin problemas y con una delicada maniobra para la que tuve que contar con la ayuda de parientes, amigos y vecinos. El principal problema no era Antonio, sino mi propia Violeta, que no quería abandonar su fetiche por los camioneros.
Sacarla de la parrilla me alivió el cuerpo y el alma, pero traería aparejado el blanqueo ante todo el mundo de su emputecimiento extremo. Aunque esa será otra historia.
FIN -
https://m.poringa.net/posts/relatos/4390722/Noviecito-beta---Camionero-ALFA---Novia-Putita.html
SEGUNDA PARTE:
Violeta estaba desahuciada, melancólica, casi deprimida. Pobre mi chiquita, el último año había sido una campanita, la alegría de vivir. Habíamos conocido a un camionero campechano llamado Renzo, quien la había ido convirtiendo en su puta personal, y la había enfiestado en casa con grupos de amigos. Yo, como un cornudo pasivo, era obligado a ir a dormir a su camión mientras cinco o más choferes se la cogían en mi propia cama (ver relato previo: DEDO AL CAMION)
Pero a fin de año a Renzo le habían asignado un recorrido lejos de nuestro pueblo y dejó de venir, y Viole cayó en una especie de melancolía sin fin. Ya no quería coger conmigo, estaba ausente, suspiraba por los rincones y siempre, invariablemente, miraba a las cabinas de los camiones -como buscando algo- cuando estábamos en la ruta y nos cruzábamos con alguno.
Sin embargo, una noche de Febrero, Violeta y yo paramos en la ruta, camino a Buenos Aires pero todavía cerca del pueblo. Nos detuvimos a comer algo en una parrilla pequeña, casi diminuta, situada en medio de la nada. Era una casucha que se venía abajo, con no más de cinco mesas y un mostrador infecto.
Estábamos esperando que nos atendieran cuando miré a mi gordita hermosa colgada del horizonte, con un brillo en los ojos y mordiéndose el labio inferior. Observé qué la había puesto así: un camión Fiat grandote estaba estacionando. Inmediatamente vi otros dos camiones detenidos previamente. Sin querer habíamos caído en una parada de camioneros, así que los dos parroquianos que estaban con nosotros en las otras mesas debían ser los choferes de esos camiones. Mi novia se sentó más derecha cuando entró el tipo del Fiat.
Fue raro comer así. Hablamos poco y ella estaba más pendiente del camionero que de nuestra charla. Él se dio cuenta, pero al verla acompañada se hizo el desentendido.
Comimos, pagamos y nos fuimos. A la media hora de andar por la ruta, Viole no aguantó más y me dijo:
-Pará el auto. Quiero que me cojas ya.
No me lo tuvo que pedir dos veces. Yo había vuelto a tener erecciones luego de algunos años (justo para cuando Renzo y sus amigos se la enfiestaban los viernes), así que estacioné lejos de la banquina y antes de sacarme el cinturón de seguridad mi bebota se me prendió de la pija como una hambrienta.
No voy a mentirles, sé que no estaba haciéndome el amor. Me usó, lisa y llanamente. Porque me mamó hasta que la tuve bien dura y me cabalgó sin el menor preámbulo. No hablaba, estaba en otra parte, seguramente con otro, con Renzo quizá. Aunque igual festejé que volviera a ser la pendejita calentona de siempre.
Acabó en segundos. Y luego otra vez, un par de minutos más tarde. Yo acabé rápido, también.
Nos limpiamos así nomás y emprendimos la marcha. Por un buen rato no hablamos. Pero finalmente yo rompí el silencio.
-¿Qué pasó, bebé?
-Disculpame... Te usé.
-Está bien. Pero quiero saber qué te está pasando. ¿Extrañás a Renzo?
-Sí, pero no es eso. Extraño todo… -no especificó más. Luego de un minuto interminable, agregó: -Me calentó ver tanto camionero junto… no sé por qué…
-¿Te gustó uno de los tipos?
-No. Me gustó que fueran todos camioneros. Cuando me di cuenta que todos ahí eran camioneros me agarró la re calentura. Ya sé que no tiene mucho sentido, pero…
-No importa. Me alegro que vuelvas a ser la que de siempre…
Sin embargo, en la semana, su lívido volvió a bajar y otra vez se puso melancólica. Decidí actuar. El viernes a la noche le dije que se vistiera linda, que la iba a llevar a bailar.
No le gustó la idea pero me hizo caso. Eso sí, no la llevé a ningún boliche. Fui directo a la parrilla.
Como me imaginé, estaba bastante llenita. Ya nada más ver los camiones estacionados en la entrada, mi chiquita comenzó a levantar temperatura. Lo noté en su respiración.
Estacionamos. Violeta vestía sexy, pero nada muy escandaloso… para un boliche. Un vestido rosa viejo sufrido, estampado, pegadísimo al cuerpo y muy pero muy escotado, que faldeaba sobre las rodillas. Mi Viole es una jovencita de veintipocos, culona y piernuda, de pancita incipiente y tetotas hinchadas. Pura carne, pura explosión. Debí contar con que en un lugar así llamaría mucho la atención. Adiviné que todos -absolutamente todos- se la querían voltear. Mejor, pensé, eso la va a excitar.
Nos sentamos para comer. Yo ya estaba sacando cuentas de cuántos polvetes le iba a echar a mi novia, cuando ella me volvió a la realidad.
-Mi amor -me dijo-, aquel que está pagando… Se la pasó mirándome y haciéndome sonrisitas… ¿Qué hago…?
-¿Cómo qué hago…?
-Sí, ya se va. Y yo también le hice caritas, ya sabés…
-¿Qué estás diciendo, Viole?
-No seas tonto. -me dijo, me dio un besito en la frente y se fue afuera, detrás del camionero que ya le llevaba unos veinte metros de ventaja.
La vi irse bamboleando su culote redondo, y me maldije por ser tan ingenuo. ¿Cómo no me di cuenta de lo que iba a pasar? Vi a mi Viole alcanzar al tipo justo cuando éste llegaba a su camión, charlar unos segundos, él mirando hacia la parrillita, ella festejando algún chiste.
Lo siguiente me hizo parar la pija en un segundo, porque vi al camionero abrir la puerta, e invitar a mi novia a subir, con su vestidito tan ajustado. El hijo de puta la ayudó, empujándola desde atrás, pero manoseándola descaradamente, sobándole las redondeces y mirando a uno y otro lado con disimulo. Finalmente, él también subió. Cerró la puerta y no pude ver más.
El mozo trajo las porciones de asado para los dos. Me miró extrañado y yo le hice una sonrisa idiota. Comí solo, por supuesto. La carne de mi novia, paradójicamente, se estaba enfriando.
Tres cuartos de hora después, Viole bajó del camión, que se puso en marcha y abandonó el parador. Volvió a mí, exultante.
-Mi amor, qué buena idea que me hayas traído acá.
Noté que los otros parroquianos, todos camioneros, se habían dado cuenta de la situación. Me sentí demasiado cornudo como para sostener sus miradas. En cambio Viole no tuvo problemas en observar alrededor. ¿Estaba buscando otra presa?
No. Al mozo. Pidió que le calentaran el asado frio.
-No me imaginé que ibas a hacer algo así. ¡Me hiciste quedar como un cornudo, Viole!
-¿Qué tiene? No estamos en el pueblo. Ésta es toda gente de paso.
-Es el hecho -vi que miraba atrás mío y sonreía. -¿me escuchás? La idea era volver a hacer el amor vos y yo, como el otro día…
-Sí, sí… -respondió, y me di cuenta que otra vez no estaba conmigo.
El camionero de atrás mío hizo ruido al levantarse y saludó al de la caja. Imaginé que la estaría mirando a mi novia, y hasta sonriendo.
Salió a paso lento hacia su camión, y mi novia detrás de él, igual que antes. Este segundo camionero era un gordo viejo y horrible, realmente no entiendo qué le podía ver Violeta. Sin embargo, en menos de un minuto la estaba magreando la cola, subiéndola a su camión.
Vino el mozo con la porción de asado recalentada. Vio que mi novia no estaba, otra vez, pero ahora él miró hacia los camiones. Yo me puse rojo como un tomate, quería que la tierra me tragara. Le dije que la dejara y le pagué la cuenta, con una propina generosa, para diluir mi humillación.
Pero mi humillación no hacía más que empezar.
Ya pasada la medianoche, cuando casi no había parroquianos comiendo, y cuando ya mi novia se había hecho coger en cuatro camiones distintos, se nos acercó el dueño de la parrilla, que atendía en la caja, con cara de pocos amigos. Era un tipo de unos cincuenta años, alto, flaco, con un bigote setentoso.
-No vuelvan. Esto no es un puterío. Si quieren sacarle unos pesos a mis clientes háganlo en otro lado…
Mi novia se ofendió. Yo me deshice en excusas y promesas de que no era eso lo que sucedía. No quería que llame a la policía así que le adorné un poco la historia. Que teníamos problemas de pareja, que estábamos probando cosas nuevas para no destruir el matrimonio, etc.
Entonces miró a Viole de arriba abajo y me miró a mí con un desprecio tal, que por un momento tuve la impresión de que podría pegarme y violarse a mi novia si lo quisiera.
-Necesito un mozo… o una camarera… Para la noche…
Y volvió a la caja, sin decir más.
Violeta me miró implorándome una bendición. Quería ese trabajo, quería estar en contacto diario con camioneros. Viviría caliente, se cogería algún que otro chofer y yo recibiría las migajas en casa. No sonaba tan mal.
-No sé… -le dije pensando en que el horario nos iba a desorganizar toda la vida diaria.
Me sonrió, me besó y se fue a la caja. Directamente al otro lado del mostrador. Le habló al cajero, seductora, se paró erguida y en pose. Las terribles curvas se le dibujaban bajo el vestidito. Ella le hablaba y era pura sonrisa. Le agarró un brazo, le apoyó sus dedos sobre el pecho. Finalmente lo tomó de una mano y ella misma se lo llevó hacia atrás, al otro lado de un tabique roñoso que separaba la caja del cuarto trasero.
-Voy a hacerle una prueba a esta señorita, Rubén… -dijo el dueño al mozo, y se perdió con mi chiquita tras el marco vacío que no tenía puerta.
Fue por demás bizarro. Porque la parrillita era muy chica. Y ellos estaban al otro lado del tabique, a un par de metros del mostrador, nada más. Era cierto que no se veía lo que sucedía, pero sí se escuchaba.
Al principio fue tan brutalmente incomodo para todos, que el mozo solo limpiaba una y otra vez las mesas que estaban lejos mío. Primero no se escuchaba nada, solo las gomas de algún auto contra el pavimento, allá en la ruta, o un bocinazo de camión a modo de saludo.
Pero al cabo de unos minutos comenzaron los jadeos. Primero del dueño, luego los de mi Violeta, ya más rítmicos. Los gemidos se hicieron tan fuertes que el mozo fue a la radio y subió el volumen, para evitarme una vergüenza mayor. Pero Viole la estaría pasando muy bien porque gemía más y más.
El mozo se me acercó con una sonrisa de cemento.
-No se preocupe. -me dijo- Yo pienso que le va a ir bien en la prueba a su mujer…
No me estaba cargando. Él estaba más incómodo que yo. Para salirme de la situación y también porque no sabía qué hacer, me fui a fumar afuera. Me terminé tres cigarrillos y estuve escuchando todo el tiempo la cabalgada con la que ese hijo de puta se estaba disfrutando a mi novia. Los jadeos de ella al acabar me hicieron volver a mi mesa, justo unos momentos antes de que Violeta saliera del cuartito, llena de leche y con una sonrisa imborrable en su rostro.
-¡Mi amor! -me dijo, llegando a la mesa. -Antonio me dio el trabajo… ¡Empiezo mañana!
En el trabajo se estableció de hecho una dinámica perversa pero funcional. Viole llegaba a la medianoche, que era cuando la parrilla prácticamente dejaba de trabajar. Solo habría que atender a clientes esporádicos. Debía ir siempre con ropa elegante. Lo que Antonio, el dueño, entendía por ropa elegante significaba escotes generosos, o minifaldas, o pantalones ultra ajustados. Quería usarla para atraer más clientes.
Antonio también había establecido un especie de derecho de pernada: apenas llegábamos con Viole (porque yo debía llevarla, no había colectivos hasta ese punto de la ruta), él revalidaba la prueba que había tomado para ingresarla. Quería ser el primero en probarla, y también el último, antes de cerrar y traerla en su camioneta a casa (yo no la podía ir a buscar porque a las 4 o 5 de la mañana debía estar durmiendo para ir a trabajar)
De modo que Antonio pasó a cogerse a mi chiquita dos veces por día, todos los días, con lo cual se convirtió, de facto, en su macho. Se la cogía más que nadie (muchísimo más que yo, que era el novio que vivía con ella) y, según ella me contaba, mejor que nadie.
Pasaron así algunos meses, donde yo la llevaba a las 12, la dejaba y me volvía rápido para dormir algo antes de ir a mi propio trabajo. Al principio ella venía excitada de la parrilla. Y cansada. Aunque breves, dos o tres polvos en la madrugada la agotaban. Si aun tenía fuerzas, se ponía de costado, y en cucharita se dejaba coger también por mí. Si no, me contaba brevemente lo que había hecho y yo me pajeaba en su cola, mientras ella dormía.
Poco a poco y sin proponérselo, me dejó cogerla menos. Menos y menos. Hasta que un día me di cuenta que hacía tres meses que no hacíamos el amor.
Una madrugada le pregunté qué pasaba.
-Antonio no quiere que me coja nadie fuera de las cuatro horas de trabajo. Quiere seguir siendo el primero y el último…
-Eso es ridículo -reclamé. -¡Vos sos mi mujer!
-Pero soy su hembra… El es mi hombre ahora.
El alma casi se me va al piso.
-¿Qué querés decir? ¿Me vas a abandonar…?
-¡No, tonto! El es mi hombre, es el que me coge más, ¿no? Vos ya ni me cogés nunca.
-¡Porque no me dejás!
-Lo que quiero decir es que en la práctica él es mi macho. Vos sos mi novio, mi marido, mi amor. Pero él es el macho, el que manda… solo para el sexo, claro. ¿Entendés?
-¡Esto es una locura! ¡Quiero que dejes ese trabajo! ¡Ya pasó del chiste, ya te sacaste las ganas!
-¡No puedo! ¡No le puedo hacer eso a Antonio!
-¿Hacerle qué? ¡Yo soy tu marido! ¡Exijo que cumplas con tus deberes de esposa!
Por toda respuesta se rió de mi discurso y se dio vuelta para dormir.
-Sabés que no estamos casados… pero si querés cogerme, venite entre las 12 y las 4, ya sabés... Antes y después, Antonio no me deja hacerlo con nadie… No es personal, mi amor…
Así que a la noche siguiente la llevé y me quedé para hablar con Antonio. Pero no quiso atenderme. Se llevó delante de mis narices a Violeta atrás, para darle maza. Yo, como un total cornudo, no supe qué hacer. Estaba al otro lado del tabique, en el mostrador de la caja, escuchándolos jadear descontroladamente.
-Sí, sí, sí… -decía mi novia. Y el hijo de puta la bombeaba más seguido. Podía escuchar los ruidos del gastadísimo colchón de resortes sobre el piso.
-Qué estrechita que estás cuando recién te agarro... -escuché. -Al final del día estás toda abierta, pero ahora…
-Dame pija, Tony… Haceme mierda…
No aguanté más y crucé el umbral. Por primera vez vi cómo Antonio se garchaba a mi novia. El espectáculo, mal que me pese, era excitante. La verga la penetraba en el aire, con estocadas limpias, hasta los huevos. Entendí por qué mi Viole decía que él era su macho. Tenía una pija envidiable, muy ancha, que mi novia se cabalgaba sin respiro.
-Antonio, tenemos que hablar. -le dije mientras movía su pelvis garchándose a mi mujer. Me sentí ridículo.
-¿Qué hacés acá, cornudo de mierda? Tomatelás, ¿no ves que me estoy cogiendo a tu mujer?
Lo decía sin dejar de bombearla un solo instante. Mi novia ni me miraba, estaba despatarrada con los pelos sobre su rostro, transpirada y recibiendo verga. Me molesté.
-Quiero que Violeta deje de venir a trabajar.
Antonio cambió de expresión y se sacó a Viole de encima. Estaba furioso. Fue hacia mí y me empujó con violencia.
-¡Cornudo de mierda, te dije que te las tomaras! Andate de acá o te rompo la cara.
Me fui, pensé que me iba a pegar si no lo hacía. Y tuve que enfrentar a cuatro o cinco camioneros que comían. Me puse rojo de vergüenza. El mozo del turno que terminaba a las 12 estaba cobrando algunas mesas y preparando las cosas para irse. Me miró condescendiente.
-No se desespere, amigo. Ya se la va a poder coger… Pídase algo y yo le anoto el nombre así no le ganan de mano…
-No entiendo…
-¿No quiere estar con la camarera…?
-S-sí… -no sabía qué responder.
-Dígame su nombre. No hace falta que sea el de verdad, ¿vio? Es para reservarle el turno, nomás…
-¿Qué turno?
-¿Me dice el nombre o no?
-Henry… Enrique…
Garabateó mi nombre en una listita de papel medio arrugado. Vi que era el quinto. Todos los comensales presentes estarían antes que yo. Me fui a sentar a una mesa, derrotado.
Al rato salió mi novia de atrás del tabique, vestida con lo que debía ser su nuevo uniforme: un culote negro que le dejaba ver la mitad de las nalgas y un corpiño también negro. Llevaba puesta una camisa por encima que la cubrían un poco, y unas botas no demasiado altas. Básicamente, estaba de puta. No me lo esperaba, aunque debo admitir que estaba para cogérsela ahí mismo.
Fue al mostrador, ojeó la lista y dijo un nombre. Uno de los camioneros se puso de pie, sonrió, y se la llevó a su camión. Esto era muy distinto a lo que yo había visto algunos meses atrás. Se suponía que mi novia atendía las mesas y, solo si alguno le gustaba, se iba con él al camión. Acá estaba pasando otra cosa.
A la media hora por reloj, Viole regresó. Antonio, ya en caja, voceó un nombre. Otro camionero se llevó a mi novia a su camión, pagando antes la cuenta en el mostrador. Fue así hasta que llegó mi turno.
-Enrique. -dijo Antonio.
Me levanté. Mi nena culona y bonita vino hacia mí y me tomó de la mano. Me iba con ella cuando Antonio me paró en seco.
-¿A dónde va?
-¿Qué pasa? -pregunté confundido.
-¿Pagaste, mi amor? -me dijo Violeta con una dulzura que me refrescó. Parecía otra vez mi novia, la de siempre. -Le tenés que pagar 100 pesos.
No me lo creía. ¿Había escuchado bien? Casi como un autómata, saqué un billete de 100 y se lo entregué a Antonio. Estaba pagándole para cogerme a mi propia mujer.
Me la llevé al auto.
Desesperado, patético, como un cornudo imbécil, lo único que me importó en ese momento fue cogérmela. Ni las circunstancias, ni las amenazas de él, ni la situación fuera de control. Estaba tan caliente y mi novia tan emputecida que no podía aguardar un solo segundo hasta cogérmela. Por calentura, pero más por bronca.
Se arrodilló sobre el asiento de atrás, elevando toda esa cola redonda y generosa, llena de carne. Le bajé el culote negro hasta las rodillas y noté que estaba totalmente dilatada. Eso me humilló más, pero a la vez me excitó.
-Te… te rompieron el culo, amor…
-Y… a todos les encanta mi cola…
-Yo… yo también… yo te voy…
Le apoyé la pija en la puerta del ano y se movió para adelante.
-¿Qué haces? -me retó. -No podés.
-Dejate de joder, Viole.
-Le pagaste a Antonio 100… Con anal incluido es 150.
-Dejate de joder...
-Si querés hacerme la cola tenes que pagar 50 más, amor… todos los que me hacen la cola pagan 150.
-¿Me estás cargando? ¡Soy tu novio!
-¿Qué querés que le haga…? Son las reglas de Antonio…
- No tengo más plata. -dije, claudicando. Mi Viole mi miró con expresión de no poder hacer nada al respecto.
Apunté derrotado hacia la conchita de mi mujer, ya a esa altura de la noche, abusada por cinco o seis desconocidos. A pesar de la extrema humillación, estaba tan al palo y al borde de acabar que tuve que concentrarme en otra cosa para no irme enseguida. Le entré a esa conchita caliente, mía y… agrandada… muy agrandada… Mi pijita era chica, pero además ella estaba muy ensanchada de tanto coger.
-Este turro te convirtió en la puta del pueblo… -le recriminé mientras la bombeaba lentamente, para no acabarle.
-No… En la puta de él…
-Estás ensanchadísima, hija de puta… ¿Me sentís…?
-Sí… Sí, papito, la tenés enorme…
-Me estás hablando como a un cliente…
-Pagaste 100 pesos, mi amor…
-¡Soy tu novio, hija de puta!
-Antonio me enseñó que tengo que decir lo que los clientes quieren…
-Quiero… Quiero… -no sabía qué decir, no sabía qué querer. Mi cerebro estaba colapsando. -Quiero que me digas que sos mía… que sos mi mujer… que solamente yo…
-Sí, mi amor… ¡Soy tuya, soy toda tuya…!
-Decime que soy tu macho…
-Sos mi macho, papito… Sos el que mejor me coge…
-¡Soy el mejor! ¡Soy el mejor!
-¡Sí, mi amor! ¡Sos el que la tiene más grande…! Mi amor, cómo te siento… Me estás ensanchando, Henry… ¡La tenés enorme, papito…!
-¡Sos una puta…! -le dije mientras sentía la leche subirme por las entrañas. Recordé la verga de Antonio, enorme, gruesísima, enterrarle sin piedad por el mismo orificio en el que ahora mi pijita bailaba. Me sentí tan cornudo y, a la vez, la vi a ella tan puta, pero puta de verdad, que no pude evitar acabarle adentro. -¡Sos una puta, sos una puta, sos una puta…! -le repetía acabando.
-Sí, papi, dame la lechita, dame la lechita…
Me desplomé sobre ella y dentro de ella. Me sentía profundamente humillado y no descubría por quién. ¿Antonio? ¿Violeta? ¿Por mí mismo? Habían pasado menos de diez minutos desde que subimos a mi auto. Tenía 20 más.
-Sos una puta de verdad… -le dije, triste.
-No digas pavadas… Sigo siendo tu novia, te sigo queriendo…
Sin la calentura de un minuto atrás, Viole me acariciaba los cabellos, como en otras épocas. De pronto la vi con ese corpiño donde sus tetotas luchaban por escaparse. Esas tetas que me volvían loco y que no llevaba a mi boca desde hacía meses. Fui a chupárselas como un bebe sediento.
-¿Ves, mi amor? Podés seguir cogiéndome cuando quieras…
-Cuando quiera no, Viole… Cuando tenga la plata…
-Ay, ni que 100 pesos fuera mucho…
-Las cosas no andan bien en la oficina, mi amor… Estoy perdiendo negocios, no me concentro, hago cagadas… Se está yendo todo a la mierda…
-Yo te puedo prestar…
Empecé a sollozar entre sus tetas.
-¿Cuánto te paga? ¿Qué arreglaste…?
-30. Me da 30.
Encima eso.
-Te estás regalando para ese hijo de puta, mi amor … Te está usando… No entiendo cómo no te podés dar cuenta…
-No puedo volver a atrás. Quiero... necesito esto…
-¿Necesitás dejarte coger por 30 pesos…?
-No. Vos sabés a lo que me refiero… Los camiones… no sé…
-Extrañás a Renzo, nada más.
-Es como que ahora quiero ser la puta de todos los camioneros del país, no sé cómo explicarlo…
-Nos estás haciendo mierda… Sacale los teléfonos a los que te cogen, no sé, armate un harén de camioneros que vayan a casa todos los días… Prefiero ser el cornudo del pueblo y no que sigas acá…
Pero siguió. Arregló ir en un horario más temprano y por menos días, de modo que podía regresar antes a casa y hacer conmigo una vida más familiar, o más normal. Yo mejoré en el trabajo, todo volvió más o menos a encausarse.
En parte, en buena parte, porque comencé a tener sexo con mi novia mucho más seguido, al menos una vez por semana, casi siempre los sábados (como cualquier pareja). Yo la llevaba en auto a la parrilla, esperaba a que Antonio se la cogiera antes que nadie y luego yo me anotaba en la lista. Generalmente ya había cuatro o cinco camioneros anotados, de modo que casi invariablemente encontraba a mi amorcito ensanchada y con el ano bien dilatado. Mi pijita seguía tan chica como siempre, pero como pagaba los 100 pesos, Violeta me decía que yo era su macho, que la tenia grande, que sentía mi pija llegarle al estómago. Pero poco a poco y a medida que fueron pasando los meses, terminó mortificándome con la cruda realidad: que era un cornudo, que ni me sentía cuando me cogían otros, que era poco hombre para dejarla ser usada por Antonio, que me iba a convertir en un pajero y un montón de cosas más.
Antonio también disfrutaba de mi humillación, cobrándome personalmente.
Estuvimos así durante un año. Salimos de ese sistema maldito no sin problemas y con una delicada maniobra para la que tuve que contar con la ayuda de parientes, amigos y vecinos. El principal problema no era Antonio, sino mi propia Violeta, que no quería abandonar su fetiche por los camioneros.
Sacarla de la parrilla me alivió el cuerpo y el alma, pero traería aparejado el blanqueo ante todo el mundo de su emputecimiento extremo. Aunque esa será otra historia.
FIN -
1 comentarios - Noviecito beta - Camionero ALFA - Novia Putita 2