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Madre hot: En el hospital (1)

Familia unida, familia feliz. Cuando mi tío Edu tuvo su accidente de moto toda la familia se volcó en cuidarle y acompañarle en momentos tan difíciles. A él y a su novia de turno Bea, que también sufrió heridas de consideración. Ambos estaban en la misma habitación del hospital, frecuentemente separados por un biombo para que el uno no viese el estado de la otra, ya que, según los sicólogos podía perjudicarles anímicamente.
Porque en realidad, Edu estaba hecho un cristo, con brazos y piernas escayolados y varias costillas rotas. Una auténtica momia de la que solo quedaba al descubierto el vientre y el abdomen. Bea estaba un poco mejor, pero había sufrido un fuerte golpe en la cabeza al no llevar casco de protección y buena parte del tiempo estaba adormilada o sin sentido.
Edu es el hermano menor de mi padre. El triunfador de la familia: apuesto, con estudios y con un buen negocio en marcha. Bea, como queda dicho, es una novieta ocasional, una más, con la que no tiene ninguna relación seria, pero que, por su provocativo aspecto (parece una Barbie: delgada, buenas tetas operadas, melena rubia, cintura de avispa), le debe estar proporcionándole unos buenos polvos que, en definitiva, es lo que mi tío espera de las mujeres ya que es un follador empedernido y un misógino.
Por las tardes, después de comer, los de casa nos vamos turnando en la visita hospitalaria. Yo, diariamente -pues estoy de vacaciones y prefiero estar allí viendo enfermeras cachondas que oliendo a gasoil en el garaje de mi padre- bien acompañado por mi madre o mi padre. Mi hermana va de vez en cuando, pero incordia más que ayuda, así que mejor que no aparezca. He observado lo bien que se entienden mi madre y Edu. Hay miradas y formas que no pasan desapercibidas. Y no digamos nada de las sonrisas y las bromas, que a mi padre seguramente no le harían ninguna gracia. La manera que tiene mamá de darle la merienda o meterle la pajita en la boca para que beba, abanicarle cuando hace calor, la dulzura al hablarte... me están resultando demasiado chocantes. No quiero ser mal pensado: quizás sea el instinto protector maternal, ya que Edu no deja de ser su cuñado más joven...
A mamá le agrada ayudar a Edu en todo lo que puede: lo afeita en más de una ocasión, le acomoda la almohada, le estira las sábanas, le rasca con una aguja de calcetar bajo la escayola. Estaba en ese gesto de mitigar los picores de tío Edu en una de sus piernas cuando comprobé que algo se movía bajo las sábanas. El muy cabrón se estaba empalmando.
-Tengo ganas de mear -le dijo a poco al oído a mi madre-. Si me pones tú el orinal, no molestamos a la enfermera.
Mamá dejó de rascarle, miró nerviosa para mí, que me entretenía ojeando el celular y sopesó tan peculiar solicitud de su cuñado pequeño. Actuó con sensatez:
-Álex, ponle el orinal a tu tío, mientras yo hablo un ratito con Bea, que parece que se ha despertado.
A regañadientes cogí en el baño el orinal masculino, esa especie de botella de cristal grueso con un cuello largo por donde debe introducirse la polla. Como estaba impoluto no me dio repugnancia alguna y lo llevé hasta la cama de Edu. A continuación, con cierto reparo, liberé la pinga de Edu del pijama y se la introduje con cierta dificultad en el tubo. "Buena polla", pensé para mis adentros. El miembro estaba semierecto. No es de extrañar porque mamá -con su voz melosa y su generoso escote- era en verdad una calientapollas como vulgarmente se dice, y aquel pobre muchacho llevaba sin meneársela (y menos meterla en un buen chocho) bastante tiempo. Mientras meaba, yo miraba disimuladamente por la ventana.
-Ya está -me dijo al rato-. Sácame el orinal.
Difícil misión. Edu se había excitado y su verga había quedado atrapada en todo el cuello de la botella. El glande estaba tan abultado como debe quedar el de los canes cuando quedan abotonados en la chucha de la perra.
-¿Qué hacemos? -pregunté aturdido, mientras escuchaba parlotear a las dos mujeres al otro lado del biombo.
-Esto solo baja si eyaculo -me susurró al oído.
-¿Te vas a correr?
-Tú tienes que hacer que me corra -sentenció con determinación-. Yo tengo los brazos inutilizados, inmóviles por el yeso.
-O sea, que te tengo que hacer una paja.
-Exacto. Mueve el orinal de arriba a abajo como en una masturbación. Que experiencia no te falta, seguro.
Me pidió silencio, antes de que empezara yo a meneársela dentro con el tubo de cristal por medio. Le excitaba oír la voz de mi madre, más que la de su novia. Es verdad que el sexo reside en la imaginación. Por un momento creí que la botella iba a reventar por la presión de aquella verga hinchada y venosa.
Pronunció jadeante varias veces el nombre de mamá al tiempo que se corría como una bestia dentro del orinal entre convulsiones, cayendo a borbotones el abundante semen en la orina ya depositada. Quedó relajado y sonriente, como si hubiese alcanzado la gloria después de tantos días de abstinencia obligada.
La polla se le puso fláccida al poco y yo pude sacársela sin dificultad de la botella. Noté asimismo los cojones vaciados de una carga de semanas. "En el fondo, he hecho una obra de caridad -pensé-, sino este iba a estallar de un momento a otro".
Corrí raudo al baño para vaciar toda aquella mezcla viscosa y que nadie la viese. Las dos mujeres continuaban arreglando el mundo, ajenas a todo lo ocurrido a un metro de ellas.
-Sobrino, te estoy agradecido en el alma. Me vas a tener que ayudar otras veces.
-Ni lo cuentes. Yo no soy mamporrero de nadie.
-Si no lo haces tú, alguien tendrá que aliviarme de vez en cuando.
-Pídeselo a una enfermera.
-¡Jajaja! Me echan del hospital -rio con fuerza-. A lo mejor, tu madre...
-Te voy a romper la cara, hijo de la gran puta. Mi madre es una santa, ni se te ocurra molestarla.
(Continuará)

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