You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Olivia: Seducida por el amigo de mi hijo

Prólogo:
Sin duda este es el relato más difícil de todos los que he escrito hasta ahora. Tan complicado, que incluso al releerlo, he tenido ciertas dudas o miedo, a la hora de publicarlo. Tanto por la cercanía del personaje protagonista, un amigo de mi hijo. Como por unas situaciones personales, que ni entendí en su momento, ni llego a comprender ahora.
Explicar en un solo relato todas las situaciones, las emociones, el sexo, el morbo, el placer, las dudas, el miedo, o los sentimientos encontrados, me ha sido totalmente imposible. Por lo que me he visto obligada a tener que partir el relato en varios capítulos o partes.
Llegados a este punto, solo me queda desearte que disfrutes de su lectura.
-------------------------------------------
 
—Carlos, si queréis os pido una pizza o lo que os apetezca —Dije entrando a la habitación de mi hijo, elevando el tono para hacerme oír.
Carlos me miró con cara de fastidio. «¡Qué pesada!», debió de pensar.
Sin embargo, al igual que mi exmarido, siempre ha sabido disimular su mal humor.
—No mamá, saldremos a dar una vuelta y ya comeremos algo por ahí. Hemos quedado con Aitor —, dijo sin apartar la vista del videojuego elevando también el tono, ya que ambos tenían puestos los auriculares.
En cambio, el que si apartó los ojos de la pantalla fue su amigo Iván, que se quedó embobado como siempre mirándome las piernas.
—Está bien, yo me voy a dar una ducha. Enrique y yo saldremos a cenar y luego iremos a tomar unas cervezas. De todas formas, si os apetece comer algo, hay cosas en el frigorífico —dije apoyada en el marco de la puerta, sin estar segura de que me estuvieran escuchando, debido al alto volumen que salía de sus auriculares.
—Mamá, déjame dinero antes de irte —, me indicó sin dejar de jugar al puñetero videojuego nuevo, que le había regalado su padre —Por cierto, Iván se queda a dormir —, añadió
—Estupendo —, asentí —¿Quieres que te deje un pijama de Carlos? —, le pregunté mirando al muchacho.
Este apartó un segundo la mirada de mis piernas, algo sonrojado,
—No, no te preocupes Olivia, yo siempre duermo en gayumbos.
—Ya os dejo que juguéis tranquilos. Pero no os quedéis hasta muy tarde —, manifesté cerrando la puerta.
—Joder macho ¡Qué buena está tu madre! Es verla y me empalmo como un verraco —, escuché decir claramente a Iván desde el otro lado de la puerta, seguramente debido al fuerte tono con el que hablaba, a consecuencia de llevar puestos los auriculares.
—No te pases cabrón. Qué es mi madre —, le recordó mi hijo saliendo en mi defensa.
—Lo siento tío, pero es que es superior a mis fuerzas. Es que está tremenda. —, respondió Iván.
—No sé tío, tú y Aitor estáis todo el día igual. Supongo que, al ser mi madre, yo no la veré con vuestros mismos ojos —, expuso mi hijo. —Estoy acostumbrado desde siempre a verla así por casa. —añadió
—Yo no me acostumbraría. Está demasiado buena, creo que, aunque fuera mi madre me la empalmaría igual ¿Nunca la oyes cuando folla con su marido? —, preguntó Iván
—La verdad es que no. Supongo que los quince días que mi hermano y yo estamos aquí, Enrique y ella tendrán más cuidado. No se va a poner a chillar —, razonó Carlos.
—Joder, pues que putada. Tiene que ser un espectáculo verla follar con ese culazo. Aitor siempre dice, que tu madre tiene pinta de ser una buena cachonda —, manifestó Iván.
—La verdad es que no lo sé. Pero una vez que estaba mi padre hablando con un amigo suyo por teléfono y pensó que yo no podía oírlo, le escuché decir, que a mi madre le iba un montón la marcha. Por lo visto, ella le puso los cuernos a mi padre en varias ocasiones. Pero no lo sé, él nunca me ha hablado de eso.
—¡Joder! ¡Ahora sí que me voy a tener que hacer, una buena paja pensando en la cachonda de tu madre! — Dijo Iván de forma soez.
En ese mismo momento me aparté de la puerta. No me sentía bien escuchándolos. Sabía que algunos amigos de Carlos, me miraban como Iván cuando venían a casa, yo no le daba importancia.
«Son críos con las hormonas revueltas», pensaba. Además, es normal que a esas edades no filtren sus comentarios.
Mi hijo y sus dos mejores amigos Iván y Aitor, estaban estudiando el primer año en la universidad. Los tres eran buenos chicos, buenos estudiantes que además no solían meterse en problemas. Pero era tres especies de frikis, más obsesionados con los videos juegos y algunos juegos de rol, que por las chicas. Por eso me extrañó tanto escucharlos hablar de esa forma.  
A su edad, yo ya llevaba saliendo tres años con mi exmarido, el padre de Carlos. Me había sorprendido de que Iván se hubiera expresado, estando mi hijo presente, de una forma tan grosera y ordinaria. Además, me había dolido que Carlos no lo hubiera mandado callar.
Pero a pesar de todo, por una parte, me sentía halagada y contenta, porque un chico, con poco más de dieciocho años me encontrara tan deseable. Reconozco que siempre me ha gustado llamar la atención, y despertar el interés de los hombres. Mi filia exhibicionista me conduce casi siempre ello.
Pero sin duda, lo que más me había afligido, era el comentario de Carlos sobre su padre. Me apesadumbraba, que Carlos se hubiera tenido que enterar por un cometario de su padre a un tercero, de mis continuas infidelidades, durante los casi dieciséis años que duró nuestro matrimonio.
Sin duda tendría que hablar con Alex, con quien, a pesar de la ruptura de nuestra relación de una forma tan traumática, habíamos conseguido por el bienestar de nuestros hijos, mantener actualmente una buena relación.
La ducha de mi habitación llevaba averiada desde hacía por lo menos un par de semanas. No colaba bien, y el agua terminaba por salirse del plato de ducha, dejando todo el suelo empapado. Habíamos llamado a un fontanero, pero hasta que viniera por fin a repararla, nos veíamos obligados a compartir la ducha del otro cuarto de baño de la casa.
Entré al aseo que hay en mitad del pasillo y cerré la puerta. Entonces abrí el agua caliente, y comencé a desnudarme. Cuando me metí en la ducha, fui incapaz de sacarme de la cabeza los soeces comentarios de Iván hacia mí. Recordando además su forma de mirarme
 «¡Joder! Ahora sí que me voy a tener que hacer, un buen pajote pensando en la cachonda de tu madre», había oído decirle.
En ese momento no pude evitar imaginar al chico masturbándose, pensando en mí. Poco a poco esos pensamientos fueron volviéndose más libidinosos, y ya comencé a pensar, que era yo misma la que agarrando su polla, le hacía una buena paja.
Instintivamente pegué la alcachofa de la ducha a mi sexo. La sensación de sentir la caricia del agua caliente sobre mi clítoris, me hizo alcanzar un punto elevado de excitación.
Me imaginaba metiendo su dura polla entre mis pechos, envolviendo toda su verga con ellos. Apretándolos y moviéndolos sobre su pene. Pero lo que más cachonda me ponía, era imaginarme su cara desencajada por el placer.
Mi excitación crecía a medida que mis pervertidas fantasías con el muchacho, eran más atrevidas. Jamás me había masturbado pensando en ninguno de los amigos de mi hijo. Pero sus comentarios, en lugar de herirme, me habían calentado.
Soy así de morbosa, y con el tiempo lo he aceptado, sabiendo además que no puedo evitarlo. Durante años, intenté luchar contra mi propia naturaleza, contra mi propia forma de ver y de sentir, de disfrutar y de vivir mi propia sexualidad.
Recuerdo una vez hace ya mucho tiempo. El mismo año que abandoné la carrera de derecho, y me saqué la matrícula en la universidad de periodismo.
Estaba abatida. Había decepcionado a todo mi círculo más cercano. Sin duda ellos esperaban contar con otro abogado en la familia, pero en lugar de eso… «Olivia siempre hace lo que le da la gana», repetía incesantemente mi madre.
Alex, mi novio, estaba terminando durante esa época un máster en los Estados Unidos. Por lo tanto, me sentía sola.
Esa tarde había quedado con mi mejor amiga para tomar un café cerca del campus. Necesitaba desahogarme, pero ese día descubrí que precisamente yo no me desahogo llorando ni tomando un café, ni tampoco, con una charla afable con una buena amiga.
Un desconocido no dejaba de mirarme por el espejo que el bar tenía frente a la barra. Nosotras estábamos sentadas en una mesa que había delante, mientras que el chico, permanecía sentado en un taburete junto a la barra.
Sandra seguía disparando hacia mí su retahíla de consejos, intentando así animarme, sin saber que, para entonces, yo ya estaba bastante animada. Sus palabras, ya no me llegaban. Solo eran un murmullo que revoloteaban a mí alrededor como moscas, sin conseguir penetrar dentro de mi cabeza.
Separé las piernas, intentando así aumentar el ángulo de visión, que tenía el maravilloso voyeur sobre mis muslos.
El chico, debía de tener unos treinta años, olía bien. Me gustó su esencia, cuando me levanté a pedir una cerveza para mí, y otro café para mi amiga, poniéndome a su lado.
Estuvimos jugando un rato. El juego solo tenía una regla y era muy fácil de entender. Los mirones y las exhibicionistas tenemos claro el juego. Él miraba y yo le mostraba cada vez más carne. Hasta que llegó un momento en el que ya no había nada que mostrar, por lo menos allí. Mi corto vestido estaba tan subido que hasta el propio camarero se estaba poniendo las botas.
Me excita enseñar mis bragas a un desconocido, si además está acompañado por su pareja, eso incrementa aún más mi diversión. Con los años he conseguido pulir el arte de la exhibición, haciendo que todo parezca un sutil descuido, una accidental postura, un fortuito cruce de piernas. Sé situarme o buscar el lugar adecuado, frente a una puerta, un espejo, la subida de una escalera, la salida de un baño…
Pero ese día me percaté que el chico no se conformaba solo con mirar. Me gustan los hombres descarados. Él se giró sobre el taburete mirándome directamente, sin ningún tipo ya de recato.
Entonces me sonrió, hizo un gesto sobre su pierna, como indicándome que levantara un poco más el vestido. Yo le devolví la sonrisa, y lo subí un par de centímetros.
—Voy al baño, le dije a mi amiga que ya se había percatado de todo.
Me levanté, me coloqué el vestido y salí con paso decidido hasta donde se encontraban los servicios.
Mis pasos eran lentos y seductores, intentando atraerlo. Entonces escuché sus pisadas detrás de mí. Mi corazón se aceleró. Justo cuando llegué al aseo me dispuse a cerrar la puerta, pero él la sujetó fuertemente poniendo un pie. En ese momento supe que las reglas del juego ya no eran tan simples. Las normas habían cambiado de repente.
Ya no éramos un voyeur y una exhibicionista que se gustan, y que coinciden una tarde en un bar. Ahora éramos algo más: dos personas obscenas, lascivas y lujuriosas con ganas de divertirse, encerradas en un baño público.
Pese a mis miedos lo dejé pasar. No nos dijimos nada. Tengo claro, que en esos casos si una de las dos partes habla, se desvanece la magia. Solo nos miramos el uno al otro durante unos segundos, después nuestras bocas se buscaron y comenzamos a besarnos.
El chico besaba bien, pero reconozco que tocaba aún mejor. Pronto su mano se coló debajo de mi falda. Mi tanga, ese que había exhibido con total desvergüenza unos minutos antes, no opuso apenas resistencia para sus hábiles y decididas manos. Casi al instante, pude notar sus dedos ahondándose en el interior de mi húmeda vagina.
No me lo follé. Tampoco él me lo pidió. Yo aún era demasiado joven para ponerle los cuernos de esa forma a mi querido novio. Qué absurdo, me parece ahora todo eso. ¿Acaso no es la misma infidelidad un simple beso? Entonces me agarraba a esas irracionales excusas para ahogar mis culpas. Si no había coito, me sentía menos inmoral y deshonesta.
Agarré su polla con muchas ganas y comencé a masturbarlo. Era la segunda verga que tocaba, después de la de mi novio. Pocos meses después, la cifra aumentó considerablemente.
Me pareció tremendamente dura y gruesa. Aunque la perspectiva puede que no se ajuste a la realidad, ya que en esa época yo era demasiado impresionable.
Pero en ese momento supe, que lo que más me gustaba de tener esa verga en mi mano, no era su consistencia, ni su grosor. Simplemente la deseaba porque era distinta, era desconocida para mí.
Aún recuerdo su copiosa corrida descargando sobre la blonda de mis medias.
Al final, el chico trató de despedirse. Le impedí que me dijera su nombre, cuando él me preguntó el mío. No necesitaba saberlo.
—Ha sido inolvidable. ¿Cómo te llamas? —me preguntó, intentando volver a besarme.
—Dejémoslo en puntos suspensivos. Lo que no se conoce, jamás se puede olvidar —, dije esquivando su boca.
Cuando salí del baño, él ya no estaba.
El camarero me miró de arriba abajo, con una media sonrisa mórbida y desagradable. Hay gente que debería aprender a sonreír. Recuerdo su mirada censora, esa expresión abierta, que tantas veces he visto en otras personas. Yo lo miré con la absoluta arrogancia, que siempre desprendo en esos casos.
—Vámonos Sandra, el camarero me mira raro —, dije riéndome en su cara, sin dejar de mirarlo.
Sandra estaba perpleja, pese a ello nunca me lo reprochó.
Pero en esos momentos yo aún estaba con el subidón, y como se suele decir, es un hecho físico que todo lo que sube, termina por bajar.
Los siguientes días me los pasé arrepintiéndome. Me reprobaba haber hecho eso, no entendiendo que necesidad había tenido en buscar aquella experiencia. «¿Por qué sentí tanta excitación, primero en ponerlo cachondo, y luego en masturbar a un desconocido?» Incluso llegué a pensar que estaba loca.
Tiempo después viví situaciones parecidas. Durante toda mi vida yo misma las he buscado incesantemente. Pero la diferencia, es que llega un momento, que terminas aceptándote.
Tampoco vivo en una especie de anarquía en la que valga todo. Al final acabé poniéndome ciertas líneas rojas. Algunas jamás las he quebrantado, en cambio otras, reconozco con cierta vergüenza que sí. Tal vez algún día escriba sobre todo esto.
Pero ese día todo era distinto, el amigo de mi hijo me había puesto tan cachonda, que mi mano se coló entre mis muslos buscando mi sexo. Me notaba el clítoris tan hinchado, debido a mi alto estado de excitación, que hasta me costaba coger el punto exacto, donde es más sensible a mis caricias.
Me imaginaba a Iván, con los ojos en blanco. Jadeando, corriéndose sobre mis tetas. Casi podía sentir su lefa caliente derramándose sobre ellas.
En ese momento no aguante más, apoyé mi culo contra la pared para no caerme, y comencé a sentirme asediada por una fuerte descarga que invadía todo mi cuerpo.
—¡Ah…! ¡Ah…! —, intenté silenciar mis jadeos, entre fuertes sacudidas y espasmos, que recorrían mis piernas, hasta finalizar en un punto indefinido de mi espalda.
Unos minutos después, cuando por fin me recuperé y volví a la calma, me quedé así, quieta y apoyada contra la pared con la mente en blanco.
Después salí de la ducha y me envolví en el albornoz, para terminar de arreglarme en mi baño. Dejé mi ropa tirada junto a la ducha. Una larga camiseta blanca y un tanga negro.
«Ya los vendré a recoger luego», pensé.
Me asomé al pasillo, y vi que no había nadie, entonces atravesé así ataviada corriendo hasta mi dormitorio. En ese momento me hubiera muerto de vergüenza, si me hubiera cruzado con Iván o con Carlos por el pasillo.
Jamás me habían importado esas cosas. Mis hijos están acostumbrados desde pequeños, a verme en bragas, o incluso desnuda saliendo de la ducha. Pero después de los comentarios que había escuchado salir de la boca de mi propio hijo y de su amigo, a partir de ahora, me juré tener un poco más de cuidado.
Llegué al baño de mi dormitorio y comencé a secar mi corta melena rubia. Mientras mi cabeza, comenzaba a pensar en lo que me acaba de pasar.
«¿Cómo me podía haber puesto así de cachonda, por unos comentarios soeces y vulgares hacia mí, de casi un adolescente, además, amigo de mi hijo?»
No encontraba palabras suficientes para censurar mi comportamiento, aunque como he comentado antes, hace mucho que dejé de darme golpes de pecho.
«Solo ha sido una fantasía puntual. A veces, las fantasías son solo eso, espejismos e ilusiones. Sueños absurdos que en realidad no queremos que pasen de ser meras alucinaciones»
Por supuesto, yo no deseaba tener relaciones sexuales con Iván. Había sido el morbo de escucharlo, en realidad el chico no me apetecía físicamente.
Más tranquila y relajada, me puse un vestido negro con el que saldría a cenar esa noche con mi marido. Miré la hora. Las ocho.
«En diez minutos Enrique vendrá, y todo volverá a estar como siempre», pensé.
Fui hasta el otro baño a recoger la ropa que había dejado tirada. Limpié el baño, aclarando los restos de espuma de la ducha. Cuando me agaché a recoger la camiseta, descubrí que el tanga ya no estaba.
Primero pensé que tal vez me lo habría llevado sin querer, enrollado en el albornoz al otro baño.
«No, allí tampoco estaba. ¿Alguien lo tiene que haber cogido?», pensé un poco azorada. En ese momento volvió a mi cabeza la frase de Iván.
«¡Joder! Ahora sí que me voy a tener que hacer, un buen pajote pensando en la cachonda de tu madre»
Inmediatamente supe, que mi tanga estaría escondido en uno de los bolsillos del pantalón del muchacho.
No pude evitarlo, estaba indignada con él, con Carlos, conmigo misma y con el mundo entero.
Abrí la habitación sin pensármelo dos veces. Pero al verlos, no me atreví articular palabra. Tan solo eran dos muchachos jugando a la consola. Además, no estaba segura del todo.
Ambos seguían igual que los había dejado media hora antes. Ensimismados con la pantalla, con los auriculares con micro puesto. Carlos me miró con hastío, como si mi presencia en su dormitorio fuera un incordio para él.
—¿Qué quieres ahora, mamá? —, preguntó con fastidio sin molestarse a mirarme.
—Nada, es que me pareció que me habías llamado. Te dejo dinero en la entrada. No os quedéis hasta muy tarde —, dije sin atreverme a mirarlos a la cara.
Cuando cerré la puerta, no pude menos que pegar mi oreja y tratar de escuchar con atención, pero esta vez no pude oír nada.
No me atreví a contárselo esa noche a mi marido. Sabía que ese tipo de juegos, lo excitan enormemente. Pero esta vez todo era más sórdido y pernicioso. Que fuera un chico aún tan joven, y además amigo de mi hijo, no era una cuestión fácil de confesar.
—¿Has visto cómo te mira el camarero el escote? —, me comentó mi marido después de la cena, cuando entramos a un pub a tomar una copa.
—No, no me he enterado —, mentí en plan de sorna.
—No seas embustera —, añadió él riéndose —He visto de sobra como le sonreías. Se te caía la baba — comentó mirándome a los ojos.
—¿Te pone cachondo que le miren el escote a tu mujer? —, le pregunté sabiendo la respuesta.
—Sabes que me encanta. No sé qué me la pone más dura. Observar cómo te desean, o verte a ti zorrear —, dijo agarrándome por la cintura.
—Ji, ji, ji —, reí con ganas —No puedes evitarlo ¿verdad? Creí que habíamos quedado que este fin de semana seriamos buenos.
—Ser buenos es muy aburrido — exclamo mi marido encogiéndose de hombros, con un gesto bastante infantil —Además, la culpa ha sido tuya por ponerte a zorrear con el camarero —, argumentó aguantando la risa
—¿Zorrear yo? Ha sido él el que me ha mirado el escote. Yo solo le he sonreído — me defendí, apurando la copa.
Entonces me acerqué de nuevo a la barra y llamé la atención del chico. Él, al verme se acercó con una sonrisa en los labios.
—¿Nos pones otra copa? —, le pregunté con la mejor de mis sonrisas, dibujada en mis labios.
—A ti te pongo todo lo que quieras —, respondió sin dejar de mirarme el escote.
—¿Y me lo vas a poner ahí? —, interpelé de forma descarada.
Él pareció quedarse un poco cortado durante unos segundos, luego se repuso y me miró por fin a los ojos.
—Tienes unas tetas perfectas para poner cualquier cosa —, respondió al fin
Entonces yo tiré de mi camiseta hacia abajo, acentuando un poco más el escote. El chico notó mi movimiento, estando seguro ya de mi tonteo. El único punto que lo retenía, era la presencia de mi marido.
—Es un compañero de trabajo. Se está separando y lo está pasando mal —, mentí, refiriéndome a mi marido —Creo que se marchará pronto —, añadí.
Casi siempre inventaba esa excusa, a veces cuando quería justificar la presencia del cornudo de mi marido, decía que era un compañero, o un primo, que se estaba divorciando, y que había salido con él para intentar animarlo un poco.
—Creo que podré escaparme un rato, si quieres me gustaría invitarte a tomar una copa —, dijo totalmente lanzado —Me refiero, a cuando se marche tu amigo.
Me volví donde estaba Enrique, le ofrecí su copa, y acercándome al oído le dije:
—Es tarde para ti cariño. Mejor tómate la copa, y espérame en casa. Los mayores tenemos que hablar —, le dije sonriendo morbosamente.
Sabía que esa frase y que estuviera zorreando con el chico que nos acaba de servir las copas, le habría excitado enormemente.
—¿Le has dicho lo del amigo que está a punto de separarse? —, me preguntó sonriendo.
—Si, te miraba de forma indecisa. Me ha dicho que puede escaparse un rato a tomar algo conmigo. Será algo rápido.
—¿Si quieres te espero en el pub de aquí al lado, tomando algo? —, me preguntó —No me gusta que luego vayas a casa sola. Me da miedo —, manifestó de forma casi paternal.
—No creo que pase nada, tomaremos una copa y ya está. El chico tendrá que trabajar, le podrán cubrir un poco, pero no creo que demasiado.
Unos minutos después mi marido abandonaba el pub, con la intención de dejarme la pista despejada.
Sabía que Enrique estaría cachondo, ansioso y anhelante, de que llegara el momento en el que le contara, como había sido el encuentro con el camarero.
Por fin el chico salió de la barra, y se tomó una copa conmigo. Era alto, moreno y bastante guapo. Tenía una barba de varios días, bastante cuidada.
Fue bastante sincero para mi gusto, me comentó que tenía novia, pero que andaba de exámenes, y precisamente ese sábado se había quedado estudiando. Yo le dije que estaba casada, pero no le expliqué, que mi marido era el hombre con el que me había visto hacía un rato.
Al hablar con él, me di cuenta de que era bastante más joven, de lo que me había parecido detrás de la barra, pero eso no me importó.
En un principio había calculado que sería un poco más joven que yo, que rondaría los cuarenta, como mucho. Pero al verlo más de cerca, estaba segura de que tendría menos de treinta.
Un minuto después, juntó su boca con la mía, y comenzamos a besarnos de forma bastante apasionada.
Disfruté enormemente ese momento, sentir su lengua moviéndose ágilmente dentro de mi boca. Notaba sus sedosos y húmedos labios, succionando por completo los míos.
Entonces sus manos entraron en juego, comenzó a palparme descaradamente los pechos. Esas tetas, que tanto había deseado un rato antes, cuando miraba de forma libidinosa por el interior de mi escote.
—Les tenías ganas ¿Eh? —, dije bromeando refiriéndome a mis pechos.
—Ni te lo imaginas —, me respondió sin dejar de sobármelos —Me gustan las cachondas como tú, que os atrevéis a ir sin sostén.
Yo toqué su entrepierna por encima del pantalón de su uniforme negro, me encanta toquetear el paquete de un hombre, sentir el volumen sobre su bragueta, con la yema de mis dedos.
Estaba muy cachonda. Llevaba toda la noche muy excitada, creo que parte de la culpa, sin duda era del amigo de mi hijo.
No había tiempo, el chico ya me había anunciado que, en nada, tendría que volver a entrar a trabajar. Poco a poco el pub se iba llenando por causa de la hora.
—Voy un momento al baño —, me anunció —Con todo el dolor del mundo te voy a tener que dejar. Ya me ha hecho un par de señas el encargado, para que entre a la barra a trabajar —, me dijo con cierta pesadumbre en el tono.
Entonces nos dimos un último beso, que a mí me hizo sentir en el paraíso. Agradeciendo en ese particular momento, que la querida novia del chico, se hubiera quedado en casa estudiando esa noche.
—Dame tu teléfono. Podemos vernos en otro momento —, me pidió.
—Lo siento cielo, pero no me sé el número. He decidido no aprendérmelo. Los móviles los carga el diablo, y yo soy un angelito —, le contesté muy seria.
—Si estás por aquí en un par de horas, podemos tomar otra copa —, me comentó.
—Dejémoslo aquí —, le dije —Tú tienes a tu chica, y yo tengo un marido que atender, que andará por aquí cerca.
Él pareció aceptarlo, apuré la copa justo cuando lo vi alejarse de allí, desapareciendo entre la gente. Estuve tentada a seguirlo al baño. No era la primera, ni la segunda vez que había follado con un chico en los servicios, de una discoteca o de un Pub.
Sin embargo, no lo hice. Sabía que la causa de mi excitación, no era precisamente él. Mi calentura esa noche, ya me la traía yo de casa.
Entonces llamé a Enrique. A pesar del fuerte sonido de la música, no tardó en cogerme el teléfono ni medio segundo. Estaba segura, que llevaría todo el rato con el móvil en la mano, esperando ansioso mi llamada.
Debido al fuerte volumen de la música, no pude entender lo que decía.
«Maldito reggaetón», pensé.
Por lo tanto, decidí salir fuera y volver a llamarlo. Pero cuando llegué a la puerta, él ya me estaba esperando.
—Estaba aquí justo en el bar de al lado. ¿Qué tal te ha ido? —, me preguntó, mirándome a los ojos, nervioso, como intentando adivinar lo sucedido.
—Bien. Vayámonos a casa y te lo cuento. Estoy cansada y no me apetece beber más —, le dije dándole la mano.
—¿Te lo has pasado bien? Te noto esta noche como si estuvieras preocupada por algo —, preguntó acercando sus labios a los míos, para darme un corto pero cálido beso.
—Estoy bien, solo estoy cansada y algo mareada, supongo que de las copas. El chico tenía que trabajar. No nos ha dado tiempo hacer nada —, le dije intentando eliminar su nerviosa espera, notando en el acto cierta desilusión en sus ojos.
Seguimos andando un rato en silencio, disfrutando del paseo. Me encanta salir a correr o a caminar, cuando la ciudad está en calma.  
—Me invitó a tomar una copa y estuvimos hablando un rato —, dije por fin rompiendo el silencio —Luego nos enrollamos. Unos besos y poco más. Lo siento. —, añadí, sin saber la razón por la que dije esto último.
—Olivia, no tienes por qué sentir nada. Según lo dices, parece que haces estas cosas por mí, no porque a ti te apetezcan —, respondió en tono calmado.
—Sabes que no es cierto. Soy la primera que disfruto con nuestros juegos. Me encanta tener la posibilidad de tener aventuras con otros hombres, con tu permiso. Sin necesidad de tener que engañarte. Estoy segura de que, de no ser así, te sería infiel, como hacía con Alex. No sé por qué he dicho eso. Quizá hoy no era el día para jugar, Perdóname. —, dije apretando su mano.
—No te preocupes cariño, tal vez he sido yo el que esta noche te ha empujado a ello. Seguramente hoy todo se debió de haber quedado, en un simple tonteo.
Por fin llegamos a casa, estaba deseando dormir y dejar de pensar. Pasé primero por la habitación de Javi, mi hijo pequeño. Me quedé mirándolo unos segundos, viendo como dormía plácidamente. Me acerqué a él, y le di un beso de buenas noches. Cerrando su puerta al salir, con sumo cuidado.
Luego fui hasta el dormitorio de mi hijo mayor. No me atrevía a entrar. Antes intenté escuchar detrás de la puerta, pero no oí ningún ruido. Entonces la abrí despacio, asomándome con cautela. Carlos e Iván dormían, se habían dejado encendida la pantalla del monitor, por lo que la habitación se mantenía en una semi penumbra.
Entré como un fantasma. Me acerqué a mi hijo y besé su mejilla igual que hacía cada noche, cuando era un niño. Cuando sus amigos eran seres inocentes, que no hacían comentarios subidos de tono. Luego me acerqué hasta el fondo de la habitación, muy despacio, no quería despertarlos.
Pasé junto a la cama que ocupaba su amigo Iván, me fijé en él. Estaba completamente destapado. Dormía boca arriba, solo con los calzoncillos puestos.
Me quedé observando, su cuerpo era fibroso, no demasiado musculoso. Permanecí analizándolo un rato más, como intentando adivinar, si en realidad encontraba el cuerpo de un muchacho tan joven, deseable.  Entonces mis ojos se fijaron en el bulto de sus calzoncillos, no pude evitarlo. Casi al instante, aparté la mirada avergonzada. Pero en ese momento hubiera dado lo que fuera, por saber que se ocultaba allí bajo la tela negra de su ropa interior.
Luego me acerqué hasta el monitor, con la intención de apagarlo. Pero en ese momento, por casualidad, vi la ropa del muchacho que estaba puesta encima de una de las sillas. Una camiseta blanca, descansaba encima de sus pantalones vaqueros.
No sé cómo me atreví hacerlo, pero necesitaba estar segura. Me fijé en el bulto delator y acusica, que se marcaba en uno de sus bolsillos. Entonces metí la mano dentro, palpando su contenido. Efectivamente, tal como había sospechado era el tanga que me había desaparecido esa misma tarde. En ese momento respiré aliviada, había temido que, en vez de Iván, hubiera sido mi propio hijo.
Volví a meter el pequeño tanga en su bolsillo, despidiéndome de él para siempre. «¿Se habrá ya masturbado?, o, ¿esperará hacerlo mañana en su casa?», no pude evitar pensar, justo cuando cerraba la puerta.
Cuando llegué a la habitación, Enrique me estaba esperando sentado en la cama.
—¿Cómo tardas tanto? —, me preguntó impaciente.
—Estaba asegurándome que mis hijos estaban dormidos. Voy a desmaquillarme —, dije justificando mi tardanza, justo entrando en el baño.
Poco rato después, por fin me metí en la cama, Enrique me abrazó, se puso encima de mí, y comenzamos a besarnos.
—Déjame que te coma la polla —, le pedí sin más preámbulos.
Enrique se echó a un lado para dejarme salir, luego se puso boca arriba, ofreciéndome así su cuerpo. Estaba completamente desnudo, su verga estaba tan dura como el hormigón.
«Seguro que lleva así de dura, desde que el camarero comenzó a mirarme con descaro el escote», pensé sonriendo para mis adentros.
Entonces me la llevé a la boca y comencé a mamársela. Intenté pensar en el chico que escasamente una hora antes, me había estado besando en el pub. Pero fue en vano.
Desgraciadamente para mí, mi cabeza volvía una y otra vez al dormitorio de mi hijo. La imagen del cuerpo semidesnudo de Iván, tumbado en la cama solo con los calzoncillos negros puestos.
En ese momento, comencé a fantasear, que la polla que me estaba comiendo no era la de mi marido, se trataba de la de Iván. En mi imaginación, el chico me sujetaba la cabeza, intentando silenciar sus gemidos, para que mi hijo que dormía en la cama de al lado, no se enterara de lo que estaba pasando. La situación me pareció realmente morbosa.
En ese momento mi ardiente sexo no aguantó más. Me puse a horcajadas de mi esposo, apuntando con su verga a la entrada de mi coño, retiré las braguitas hacia un lado, y me dejé caer sobre él. Una vez que tuve su polla totalmente ensartada dentro de mí, comencé a follármelo.
Mi marido comenzó hablarme, tal y como solía hacer cuando habíamos salido a jugar con otros hombres.
—Te hubiera gustado cabalgar sobre el chico del bar ¿Verdad puta? Sé que te estás imaginando que te lo estás follándolo a él —, me repetía en voz baja, sin poder estar más confundido.
Entonces cerré los ojos para dejarme llevar. Estaba tan concentrada en mis propias fantasías, que puse una especie de filtro, en el que apenas escuchaba lo que decía mi marido.
Comencé a gemir de placer. Estaba realmente muy deseosa de correrme. Normalmente siempre tenía mucho cuidado de que mis hijos, no pudieran escucharme cuando hacía el amor con Enrique.
Siendo una adolescente, había presenciado en una ocasión, como mi madre le era infiel a mi padre.
Recuerdo que yo estaba esa tarde en la piscina junto con mi hermana pequeña, al cuidado de la Tata. Fui un momento a la casa, tenía hambre y sabía que en la cocina había natillas.
Entonces escuché a mi madre reírse, estaba en el piso de arriba. No sé por qué lo hice, pero el caso es que subí las escaleras de madera casi de puntillas yendo descalza.
Según iba ascendiendo, hasta mí llegaban palabras sueltas desde el piso de arriba, que en ese momento no podía hilar. Pero según me acercaba, sus expresiones comenzaron a cobrar sentido. Ya en el piso de arriba, me acerqué hasta el pequeño saloncito que mi madre solía usar en invierno. Me asomé con cautela.
Ella permanecía de espaldas a la puerta, como mirando por la ventana hacia la piscina, seguramente vigilando nuestros movimientos, pero se debió de despistar un momento cuando yo me acerqué hasta la cocina, y debió de pensar que seguía allí, debajo del toldo.
Entonces vi unas elegantes bragas azules, adornadas con un precioso encaje. Estaban abandonadas sobre el mueble bar. Ella estaba con su vestido totalmente levantado por la parte de atrás, Ofreciendo sus partes traseras, pero en ese momento la espalda de un hombre, no me lo permitía ver con claridad
—¿Te gusta golfa? —, escuché que insultaba a mi madre, reconociendo al instante la voz de Alberto, un primo y socio de mi padre.
—Me dejaste muy cachondo el otro día en la cena de la empresa —, Afirmó Alberto.
Pese a mi extrema juventud, intuía de sobra lo que estaba pasando. Sabía que el pene de Alberto, estaba en esos momentos dentro de la vagina de mi madre.
«Están haciendo el amor», recuerdo que pensé aterrada.
Yo había comenzado a masturbarme ese mismo verano, fue casi por accidente. Una noche después de acostarme, toqué mi sexo de forma fortuita. Casi al instante de hacerlo, noté con asombro cierto placer, casi como si fuera un alivio. Pero poco a poco mis dedos fueron incrementando sus caricias, buscando mis zonas más sensibles a ellas.
Recuerdo como acogí mi primer orgasmo. Me mordí los labios, casi hasta hacerlos sangrar, cerrando mis piernas fuertemente con mi mano aún pegada a mi sexo.
Por lo tanto, sabía que mi madre estaba sintiendo algo parecido. Escuchaba sus cortos y seguidos jadeos. Me recordó a mi gata ronroneando al calor de la estufa en invierno.
—Que bien cariño… que bien me follas —, le escuchaba decir, mientras no dejaba de vigilar por la ventana.
No pude aguantar mucho más tiempo. No lo soportaba. Creo que era peor aún oírlos que verlos. Me fui de allí, jurándome a mí misma olvidar todo de lo que había sido testigo.
«Pero, ¿Cómo se puede olvidar una cosa así?»
Tardé bastantes años en perdonar a mi madre. Ella creo que nunca desconfió que la vi follando con el primo Alberto, como lo llamábamos en casa.
Pero desde ese día, dejé incluso de llamarla mamá, y comencé a llamarla por su nombre propio. Claudia.
Mi madre ha sido una de las mujeres más bellas que he conocido, y con el tiempo, descubrí otra de sus infidelidades. Esta vez fue casi por azar. Increíbles casualidades del destino, me llevaron acostarme con un hombre, que había sido un antiguo amante de mi madre. Ella nunca lo supo, y yo me enteré tiempo después.
Todo eso me ha llevado a desconfiar de que tal vez, mi naturaleza infiel, me vino por herencia materna.
Ella siempre achacó, ese alejamiento que desde ese día tuve con ella, a la rebeldía propia de la juventud. Aún a día de hoy la sigo llamando Claudia. Cosa que la sigue enojando, y que en cambio a mí me divierte.
Por esa razón, siempre he sido muy cautelosa, para que mis hijos no puedan escucharme cuando hago el amor con Enrique. Es algo que me quedó grabado a fuego para siempre.
En cambio, esa noche gemía como cuando ellos no estaban en casa. Exteriorizando todo el placer que estaba sintiendo.
Quizá, mi morboso subconsciente me estaba jugando una mala pasada, buscando que los oídos de Iván, pudieran escucharme, o tal vez, quiero pensar que estaba demasiado cachonda para poder razonar con claridad.
Cuando terminamos, dejé que Enrique se durmiera. Llevamos cinco años casados, y yo jamás hasta ese momento le había ocultado nada. Tampoco había razón para hacerlo, ya que él siempre me ha concedido todos mis caprichos.
A la mañana siguiente, nada más levantarme me puse una camiseta que siempre uso para estar cómoda por casa. Suelo comprar camiseras de algodón, dos o tres tallas más grandes, llegándome a cubrir casi hasta medio muslo. Luego me dirigí hasta el baño con la intención de darme una ducha.
Avancé por el pasillo, era temprano y la casa permanecía en un absoluto silencio. A mí, incluso trasnochando, siempre me ha gustado madrugar. Pero el destino me tenía reservada una sorpresa esa mañana. Cuando llegué al baño y abrí la puerta, me topé con Iván, que accidentalmente no había echado completamente el pestillo de la puerta.
El chico estaba sentado sobre el retrete, con los calzoncillos bajados hasta los tobillos. Pero lo peor no fue eso, lo que me dejó paralizada es ver que se estaba masturbando, además, ayudaba a incrementar su excitación, usando el tanga que me había sustraído la tarde antes.
Nuestras miradas se cruzaron. En ese momento, noté el rubor y la vergüenza atravesando su rostro casi imberbe.
En otras circunstancias, sé que no le hubiera dado casi ninguna importancia. Precisamente yo, no soy una mojigata, y entiendo la masturbación como algo natural y necesario. Pero después de haber escuchado los comentarios sobre mí que le había dicho a mi hijo, y de haberse atrevido a robarme las bragas, la cosa era diferente.
—¿Qué haces? —, le pregunté allí plantada sin dejar de mirarlo.
Él me miró, estaba congelado, ni siquiera escondió el tanga.
—Lo siento Olivia. No he podido evitarlo —, respondió apartando la mirada.
—¿No has podido evitar robarme un tanga, para hacerte una paja? —, interpelé en tono muy serio, a modo de reproche.
—Lo siento —, volvió a incidir.
—Puedo entender que te masturbes, pero que le quites las bragas a la madre de tu mejor amigo… —, le recriminé, seguramente más enfadada conmigo misma, que con el propio chico.
—No sé qué decirte. Siempre me has gustado Olivia. Sé que eres la madre de Carlos, pero también eres una mujer, y no puedo evitarlo —, dijo mirándome a los ojos por primera vez, desde que lo había pillado infraganti.
—¿Me estás diciendo que piensas en mí cuando te pajeas? —, pregunté intentando bajar el tono.
—Sí —respondió —Llevo haciéndolo casi desde que era un crío, desde que empecé a masturbarme —añadió sincerándose.
—No estoy enfadada por eso, Iván —, quise dejarle claro —La masturbación es algo natural, y que a veces nos sintamos atraídos por personas cercanas, también lo es. Acaba si quieres de hacértela, me ducharé cuando termines. Voy mientras, a preparar un café.
—¿De verdad que no estás enfadada? —, preguntó un tanto aliviado.
—Te lo prometo. En el fondo me siento halagada. —, le respondí.
Entonces él comenzó a masturbarse de nuevo, sin dejar de mirarme. Su mano comenzó acelerar el ritmo sobre su erguida y tiesa polla. Yo iba a salir y dejarlo solo, pero justo en ese momento, me dijo.
—Por favor, no te vayas. ¿No quieres ver cómo me corro? —, me preguntó casi en un susurro, sin dejar de mover sus manos sobre su tieso e hinchado miembro.
Yo no dije nada, entré de nuevo al baño cerrando la puerta. Estaba muy cachonda de ver a ese joven tan excitado por mí, habiendo confesado que yo era una especie de musa para sus fantasías más libidinosas desde hacía muchos años. Eso me había despertado un enorme morbo. Sabía que aquello no estaba bien, pero juro que no pude evitarlo.
A veces cuando estoy tan cachonda, es como si mi propia realidad, o la forma de percibir las cosas, se viera afectada por ese estado. Sin duda, esa siempre ha sido mi gran debilidad. Cuando alcanzo un grado de excitación elevado, me suelo entregar a él, sin medir del todo las consecuencias.
Y esa mañana mi lívido no me dejó medir las consecuencias con claridad, en lugar de eso, me apoyé en el lavabo mirando al joven de frente. Ver a un hombre masturbándose, siempre me ha excitado mucho.
—¿Has visto como me tienes? —, me preguntó Iván mostrándome su miembro.
Tuve que tirar de toda mi fuerza de voluntad, por no imitarlo y tocarme allí mismo delante de él. No sé cómo me contuve, notaba que el coño me ardía.
Escuché como la respiración del muchacho se agitaba, y como sus movimientos se incrementaron con furia. Un segundo después comenzó a eyacular.
Entonces su lefa salió disparada, a pesar de que intentó poner el tanga que tenía en la otra mano, para correrse sobre él.
Noté un fuerte chorretón de semen, disparado contra uno de mis muslos. Cuando terminó de eyacular, cogí un trozo de papel higiénico y me limpié.
—Lo siento Olivia. No quería mancharte —, comentó un tanto apurado.
—No te preocupes, no es la primera vez que tengo que limpiarme una corrida —, dije bromeando, empujada por la excitación. —Ahora voy a la cocina a preparar un café. Quiero que te pongas un pantalón y hablemos —, dije poniendo un tono más serio.
                                                                                          Continuará

1 comentarios - Olivia: Seducida por el amigo de mi hijo