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Olivia: Follando en una boda con el tío de mi marido

Unos pocos días antes, yo había cumplido los veintisiete años, y la verdad es que estaba pasando una época muy feliz de mi vida, pero a la vez, también algo complicada.
Acababa de tener, tres meses antes, al primero de mis dos hijos, y aunque siempre me he recuperado bastante rápido de los partos, mi cuerpo todavía pagaba las consecuencias del embarazo.
Mi figura todavía no había conseguido para nada ser la misma de siempre. Además, mis pechos cargados y pesados por la lactancia, me hacía parecer una vaca lechera.
Estas circunstancias, me hacían pensar que físicamente yo ya no era tan atractiva como antes. Además, debido a la situación actual de madre primeriza, casi no tenía tiempo para nada. Una hora para ir al gimnasio, y poco más.
En realidad, esa era la primera noche en varios meses, que mi primer marido y yo podíamos salir a divertirnos un poco. Ya que estábamos invitados a la boda de una prima de mi esposo, y mi bebé, pasaría la noche al cuidado de mi madre.
Cuando vi salir a Alex de nuestro dormitorio con el traje puesto, lo encontré más guapo que nunca.
—Estás guapísimo —, dije orgullosa, pero la vez con cierta envidia. —No como yo, que este vestido me hace parecer, aún más gorda —, añadí con tono de lástima.
—Estás preciosa como siempre. Que yo sepa, sigues teniendo esos ojazos verdes, y ese pelo rubio corto que sabes que me vuelve loco. Además, todo hay que decirlo, sigues conservando, este culazo —, dijo Alex, dándome un pellizco en una de mis nalgas.
A pesar de no estar muy convencida de sus palabras, agradecí sus muestras de cariño y su mentira piadosa.
Siempre me ha vuelto loca comprar ropa. De verdad pienso que hay pocas cosas más placenteras, que entrar en una tienda de ropa y fundir prácticamente la tarjeta, pero recuerdo, que comprar el vestido para el enlace de la prima de mi marido, había sido una verdadera tortura.
«Nada me sienta bien», pensaba desesperada. Después de haberme probado, al menos una docena de vestidos.
Al final me había decidido por uno de color verde oscuro. Nada demasiado llamativo, a no ser por su corta falda, pues de alguna manera mis piernas, eran casi lo único que en esos momentos podía lucir tal, y como había hecho siempre.
Después de la ceremonia religiosa, acudimos junto al resto de los invitados al restaurante. Se trataba de unos amplios salones, con zonas ajardinadas y un par de barras tipo chillout, con una pista de baile en el centro. Donde se ofrecía un coctel de bienvenida.
Rápidamente la gente se animó a salir a bailar. La mayoría animada con una copa en la mano, en mi caso, debido a que todavía daba el pecho a mi bebé, no podía ingerir alcohol. Pero como siempre me ha gustado bailar, tampoco tardé mucho en animarme.
Enseguida apareció Pedro, un tío de mi marido, hermano de mi suegro. Me cogió por la cintura, y se puso a bailar conmigo de una forma bastante inocente al principio. Aunque poco a poco, pude comenzar a sentir su entrepierna pegada a mí.
—Estás muy guapa Olivia —, me susurró mientras bailábamos.
Sonreí agradecida.
—Muchas gracias. Pero creo que lo dices porque no me has mirado bien, uso casi dos tallas más que de costumbre —, respondí bromeando.
El comenzó a reírse, luego me miró a los ojos apretándome fuertemente de la muñeca, como si quisiera captar toda mi atención.
—Sabes que eso no es cierto. Yo siempre te busco para poder mirarte bien, y cada vez que te veo, envidió más la suerte que tiene mi sobrino por tener una mujer como tú —, me soltó de repente.
Yo me quedé helada, sabía que de toda la familia de mi marido, precisamente él era el que tenía la fama de ser un tipo bastante libertino. Justo en ese momento me topé con la mirada de Alex, mi esposo. Que se mantenía ajeno a lo que su tío acababa de decirme. Desde la barra, me lanzó una cariñosa y cómplice sonrisa.
Yo estaba deseando que terminara la canción, para poderme quitar al crápula de Pedro de encima. Una cosa es que un hombre te lance un cumplido, y otra muy diferente que pretendiese ponerse a ligar conmigo, a dos metros de mi marido.
Puedo asegurar que yo nunca he sido una mujer mojigata. Le había sido infiel a Alex, en más de una ocasión, desde incluso antes de casarnos. Pero ahora todo era diferente, por fin teníamos un hijo en común, y pensaba que ya era hora de sentar la cabeza.
«Ya me he divertido bastante con los hombres», pensé el día que sostuve a mi pequeño por primera vez en mis brazos. «Ahora me debo a ti», le prometí.
Además, en todas las aventuras extramatrimoniales que había tenido estos años, siempre me había comportado de una forma discreta. Escapando, de tener cualquier tipo de relación, cerca de nuestro núcleo más cercano.
—¿Te ha molestado lo que te he comentado? —, quiso saber Pedro con semblante preocupado.
—No —, mentí. —Ya está olvidado.
—Es la verdad Olivia. ¿Para qué vamos a engañarnos? Te encuentro una mujer irresistible, y necesitaba decírtelo —, comentó arqueando las cejas al terminar de hablar.
—Bueno… pues ya está dicho —, repliqué dando el tema por zanjado.
Cuando por fin acabó la canción, me separé de Pedro. Él continuó moviéndose entre la pista de baile y la barra.
«Sin duda Pedro sigue siendo un cuarentón interesante», pensé sintiéndome por primera vez alagada, debido la confesión que me había hecho él, un minuto antes. No podía negarse que se conservaba muy bien. Me fijé en su culo mientras bailaba, me pareció un hombre muy sexy.
Entonces él miró hacia donde yo estaba, y justo en el momento que cruzamos la mirada, me guiñó un ojo sonriendo. Yo giré de forma instintiva la cabeza, como dándole a entender que me molestaban esas confianzas que se estaba tomando conmigo, y más, estando mi marido a tan cerca.
Pero en el fondo me gustó su osadía. Siempre he tenido la mala costumbre de sentirme más atraída por los hombres atrevidos, osados, e incluso, un poco canallas.
—¿Qué tal te lo estás pasando? —, me preguntó Alex abrazándome por detrás.
—Bien —, respondí sonriendo y sosteniendo sus manos sobre las mías. —Pero mataría por poder tomarme una copa —, me expresé con fastidio.
—Lo sé —, respondió mi marido. —Pero pronto, podremos volver a salir algún sábado a divertirnos.
En ese momento no pude evitar sentirme mal. «Cualquier madre del mundo se siente inmensamente feliz, por poder dar el pecho a su bebé, y yo en cambio, ando echando de menos poder tomar una puta copa. ¿Pero qué clase de madre soy?», pensé martirizándome.
—Alex, voy un momento al baño —Anuncié con cara resignada —Tengo los pechos congestionados.
—Has traído el sacaleches —, preguntó mi marido.
Moví afirmativamente la cabeza, apuntando al bolso.
—¿Quieres que te acompañe? —, se ofreció.
—No, divierte.
Bordeé la pista de baile y fui en dirección a unos baños que había visto justo a la entrada. Supuse que estarían más limpios, y con menos gente.
Pero el tío de mi marido debía de estar vigilándome, pues justo cuando estaba a punto de acceder al baño, noté como alguien me sujetaba fuertemente por el brazo.
Primero pensé que debía de ser Alex, pero cuando me giré, me encontré cara a cara con su tío.
—¿Dónde vas tan deprisa? —, preguntó sonriendo.
—¿Qué quieres? —, casi grité.
Entonces él me sonrió, y agarrándome de la mano me llevó justo detrás de un árbol que había junto a los baños.
Yo estaba tan desconcertada, que me dejé arrastrar hasta allí.
Pedro me empujó suavemente, poniéndome de espaldas contra el grueso tronco que nos servía de parapeto. Sin dejar de sujetarme por la muñeca, me miró de arriba abajo, tomándose su tiempo.
—¡Qué buena estás! —, exclamó justo en el momento, en el que sus labios buscaban los míos.
Notar como la punta de su lengua buscaba la mía, me hizo estremecerme de excitación. Por fin soltó mi mano, y la posó esta vez sobre la tela de mi corto vestido, justo a la altura de mis nalgas. Las apretó, como haciéndome comprender que las tenía en sus manos. Entonces yo decidí entregarme, lo rodeé con mis brazos sin parar de besarlo.
Pero al poco tiempo, inoportunamente salieron dos chicas del baño que me devolvieron a la fría realidad.
Allí estaba yo, dejándome besar y manosear por el tío de mi marido, durante la celebración de un evento familiar.
Las chicas que salieron del baño, resultaron ser dos primas lejanas de mi marido, que, gracias a Dios no pudieron vernos. Las vi alejarse por el camino, en dirección a donde todo el mundo ajeno a mi escarceo con Pedro, se divertía bailando y celebrando el enlace.
—Tranquila Olivia —, comentó Pedro. —Desde aquí no han podido vernos.
—La maternidad me debe de haber vuelto loca —, dije intentando zafarme de él.
—Vamos al aparcamiento —, indicó el tío de mi marido. —Pero salgamos separados —, me aconsejó.
En ese momento me soltó, y entonces vi salía y se alejaba fuera del recinto.
Entré un momento al baño. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas. Sabía que no debía ir, sin embargo, algo muy fuerte dentro de mí me empujaba hacerlo una vez más.
Por un lado estaba esa maldita mezcla de adrenalina, estrógenos y endorfinas, que sentimos algunas mujeres infieles cuando estamos a punto de mantener un nuevo encuentro. Por otra parte, esa mezcla de inquietud, arrepentimiento y desasosiego, por volver a caer en la tentación. Más cuando me había jurado a mí misma después de tener a mi bebé en brazos, que nunca más lo volvería hacer.
Cuando por fin dejé de luchar y me di por vencida. Me dirigí hasta el aparcamiento. En ese momento vi un coche negro, que aparcado en la última fila me hacía señales con las luces.
«Estoy loca», pensé antes de girar la cabeza para ver si alguien me seguía.
Cuando llegué a la altura del coche, se abrió una de las puertas traseras como invitándome a entrar.
—Estaba seguro de que vendrías. Los cristales están tintados, aquí nadie podrá vernos —me dijo Pedro visiblemente nervioso.
Yo me senté a su lado, no me atreví a responder. Pero me preguntaba porque Pedro estaba tan seguro que acabaría sucumbiendo. «¿Es que acaso tengo la palabra infiel escrita en la frente?», me pregunté a mí misma.
Comenzamos a besarnos. «¿Por qué todos los hombres que no me convienen saben besar tan bien?», me dije cabreada, por sentirme siempre atraída por el mismo perfil de hombre.
Pedro era todo un pulpo lleno de experiencia con las mujeres, sus manos no paraban de acariciar mi cuerpo, aún por encima del vestido. Eso me hizo recuperar la confianza, y volver a sentirme una mujer sexualmente deseada. «Nada como que un hombre deseé follarte con tantas ganas, para que se le suba a una la autoestima», pensé sonriendo.
Entonces acerqué una mano a su entrepierna, abrí su bragueta, agarré el pene y lo saqué para fuera. Estaba deseando verla. «Me encanta ese momento en que tengo en mis manos, una poya por primera vez. No hay nada ya que vuelva a igualar con esa persona, ese instante». Llevaba ya muchos meses, en que solo veía la mi marido. Me quedé mirándola unos segundos, antes de inclinarme hacia ella, y metérmela con hambre en la boca.
—Joder Olivia, la de veces que me he masturbado pensando en este momento —, comentó Pedro entrecortadamente.
No dije nada y seguí recreándome con el sabor de su verga en mi boca. Me hubiera quedado durante horas, comiendo esa erecta y gruesa poya, pero sabía que desgraciadamente no había demasiado tiempo.
Entonces subí mi vestido y me puse sobre Pedro a horcajadas, abriendo mis muslos. Volvimos a besarnos, mientras sus manos desabrochaban la cremallera del vestido situada junto a mi espalda. Sentirme tan desnuda, encima del tío de mi marido, me puso peligrosamente cachonda.
Elevé mi cuerpo hacia arriba, en ese momento agarré su erecto miembro, y corriendo el tanga hacia un lado, logré ponerla justo a la entrada de mi vagina. Entonces me dejé caer a plomo sobre ella, sintiendo como esa gorda poya invadía mi húmedo coño. Gemí de placer.
«Hace demasiado tiempo que no sentía nada parecido», pensé loca del gusto.
El bajó por fin la parte de arriba de mi vestido, bajándolo casi hasta mi cintura. Luego retiró el sostén, cayendo los discos absorbentes maternales, que tenía sobre los pezones. Miró mis hinchadas tetas deleitándose.
—Preciosas —, comentó justo en el momento de llevarse uno de mis pezones a la boca, comenzándolo a succionar.
—¡Para! Por favor no hagas eso —, le supliqué. —Solo fóllame. Me duelen —, protesté.
—Lástima —dijo él con un hilillo de líquido blanco corriendo por la comisura de sus labios —Está deliciosa. —, comentó antes de volver a besarme.
Ese beso me supo al dulzor de mi leche materna, me encantó esa morbosa e insana sensación. Él lo debió notar, y decidió volver a por más. Cuidadosamente agarró mi otro pecho, sosteniéndolo delicadamente en su mano, entonces se introdujo el pezón en la boca y volvió a succionar. Lo dejé unos segundos. Me volvía loca de placer.
—Déjame las tetas en paz, por favor —, volví a suplicar.
Haciéndome caso, se acercó de nuevo a mis labios, esta vez llevando aún más cargada su boca. De nuevo, pude sentir el dulzor que traía en sus labios, y su lengua, hizo estremecerme de gusto.
Aceleré mi cabalgada sobre Pedro, agarrándome los pechos que botaban locos por el frenesí del movimiento. El dolor que sentía en mis cargadas tetas, se mitigaba cuando las sujetaba fuertemente con la palma de mis manos.
—Me voy a correr —, anuncié totalmente fuera de mí.
—Eso es. Córrete, pero mírame a los ojos cuando lo hagas. Quiero verte la cara de puta que tienes—, me animó.
Me encanta cuando estoy tan cachonda y alguien me llama así. Me excita que me hablen de forma vulgar, soez y atrevida. Me place que en esos lujuriosos momentos, me traten como a una cualquiera. Es algo que puede que mucha gente nunca entienda, en verdad yo tampoco llego a comprenderlo, simplemente lo disfruto, sin pensar más en ello.
—Me gusta, me gusta mucho —dije mirándolo directamente a los ojos —Que gusto me das —, añadí.
—¿Te gusta que te llame guarra? ¿Verdad? —, me preguntó al tiempo que me propinaba una sonora cachetada, que me hizo gemir.
—Sí, me encanta. —Dije con mi boca pegada a la suya.
—Córrete, zorra, córrete. Me encanta tu cara de puta —dijo justo cuando yo alcazaba el clímax.
Estaba agotada, y me quedé unos segundos encima de él. La verdad es que no me hubiera importado seguir cabalgándolo, para buscar así un segundo orgasmo. Seguía cachonda y sabía que no tardaría mucho en volver a correrme, pero ya estábamos arriesgando demasiado. No sabía cuanto tiempo llevábamos en el coche follando. En esos momentos siempre pierdo la perspectiva del tiempo.
«Puede que mi marido ya me esté buscando», pensé asustada.
Le di un último y largo beso antes de sacármela. Después me senté a su lado, e inclinándome hacia él, comencé a mamársela otra vez.
Se notaba que me tenía ganas, me gusta cuando siento que un hombre me desea desde hace mucho tiempo. Pedro estaba tremendamente excitado. Me agarró la cabeza y comenzó a follarme la boca. Yo en esos momentos empecé a acariciar sus testículos, intentando con ello acelerar su eyaculación.
—Sigue chupando zorra, me voy a correr. Ahora te toca ti —, me amenazó.
Seguí mamando, me volvía loca el sabor de su poya. Pero un minuto después comprendí a que se refería cuando aseguraba que había llegado mi turno. Pedro me agarró de la cabeza para impedirme escapar, entonces sentí una fuerte arcada, cuando su poya enterrada en lo más hondo de mi boca, eyaculó.
Cuando por fin terminó, me soltó, Entonces saqué su verga, y deje caer toda su blanca lefa sobre mis pechos. Luego comencé a toser con la respiración agitada.
—¡Eres un cerdo, casi me ahogas! —, exclamé, disimulando estar enfadada.
—¿Volveremos a vernos? —, preguntó él.
—¿Acaso tenemos otro remedio? Que yo sepa eres el tío de mi marido —, dije mientras abría mi bolso para sacar un pañuelo de papel, y limpiar la copiosa corrida, que yo había dejado caer sobre mis hinchados pechos.
—Ya sabes a qué me refiero —Comentó seriamente. —¿Me dejarás volver a follarte?
—Pedro, el polvo ha estado genial, pero yo acabo de tener un bebé y estoy muy enamorada de Alex. Nunca me perdonaré lo que hemos hecho hoy. Olvidemos esto —, dije sin demasiado convencimiento.
Me puse el sostén, colocando dos nuevos discos absorbentes sobre la aureola de mis pezones. Luego miré por la ventana para asegurarme que no había nadie fuera, antes de bajarme del coche. No podía colocarme el vestido estando allí sentada.
A poco más de cien metros se escuchaban voces y música de fondo. Caminando todavía excitada, y sintiendo palpitaciones en mi sexo me dirigí hasta allí, Entonces vi una sombra que venía en mi misma dirección acercándose hacia mí. Aceleré el paso nerviosa.
—Olivia, ¿Dónde andabas? Te estaba buscando —Dijo mi marido cuando llegó ante mí. En diez minutos dará comienzo la cena.
—El cacharro este —dije dirigiéndome al saca leches —Que no ha querido funcionar hoy —, comenté simulando estar cabreada.
—¿Pero estás bien? Te noto muy tensa —, se interesó agarrándome por la cintura.
—Serán las putas hormonas, que no terminan de asentarse —mentí mientras nos dirigíamos hasta el salón principal.

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