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Alejandra , Sumisa y Caliente

Después de los correos contigo la curiosidad por conocer la tierra de Neruda me hizo teclear en el ordenador: ¿Qué ver en chile? Me apareció el desierto de Atacama con sus flores, Valparaíso, Chiloé, Punta Arenas con sus pingüinos, Puerto Natales, las torres de Paine, San Pedro de Atacama, la Isla de Pascua con sus moáis, Santiago de Chile, la Catedral de Mármol, el lago Llanquihue... Chile es hermoso, pero en realidad a quien quería ver era a ti. Solo sé que te llamas Alejandra, que eres morena, que tienes el cabello y los ojos negros, que te gusta la sensación de peligro, que no te amilanas con facilidad, que eres fuego y que te gusta jugar con fuego. Dices que en la fantasía todo es posible conmigo, pero que en la realidad no me atrevería.
Te voy a contar algo que..., no, haré algo mejor, te voy a decir lo que haría yo contigo y si te gusta dime dónde y cuando... Por mí cómo si quieres que te folle encima de un moái, todo sería cuestión de comprar una escalera. Me voy a montar una película y voy a poner palabras en tu boca. Ahí va:
Estaba mirando el palacio de la moneda de Santiago de Chile cuando pasaste por mi lado vistiendo una falda corta, una blusa blanca y calzando unas sandalias. Un turista cómo yo, pero sin modales, te tocó el culo, te giraste y levantaste la mano para abofetear al cara dura. El muy cabrón levantó la mano y te dijo:
-Si me das te reviento.
Yo, que soy algo Quijote, le toqué en el hombro, se dio la vuelta y le cayó una hostia que hizo que diera con sus huesos en el suelo. Me miraste y yéndote me dijiste:
-Gracias.
-De nada.
Un cuarto de hora más tarde estaba en un bar tomando una cerveza. Una jovencita chilena se sentó en un taburete que estaba al lado del mío. La chilenita llevaba puesta una minifalda cortita y una camiseta con un escote de infarto, de infarto por las tetas grandes que asomaban por él. Me preguntó:
-¿Invitas a algo?
-Toma lo que quieras.
Pidió una ginebra con tónica, y antes de que se la sirviera la chica que estaba detrás de la barra, la chilenita ya había puesto las cartas sobre la mesa.
-¿Te apetece algo de sexo?
-Me apetece mucho sexo.
-Por 5.000 pesos te hago una mamada y por 30.000 me haces lo que quieras.
Te vi venir hacia la barra, te sentaste a mi lado y te dije:
-El mundo es un pañuelo.
-Y está lleno de putas.
-¡¿Tú también eres una puta?
La chilenita se mosqueó al ver que querías hacerle la competencia.
-Se le nota, se nota que es una puta barata.
No eras una puta, pero viendo a la otra chica tan cachonda quisiste ganarle la partida. Me respondiste:
-Sí, no debiste pegarle a aquel hombre.
No estaba de acuerdo contigo.
-Meretriz o no, nadie tiene derecho a tocarte si tú no quieres.
Pediste una naranjada y me dijiste:
-¿Vas a ir con la muñequita o conmigo?
-Nunca fui con una trabajadora del sexo, pero contigo voy a hacer una excepción.
Te gustó la elección, pero no te cuadraba.
-¿Por qué me elegiste a mí, una chica del montón y no una belleza cómo ella?
Le contestó la chilenita.
-Porque sabe que pagará menos.
En fin, no me voy a extender más en una conversación insustancial, mejor voy al turrón.
La habitación del hotel Ibis era inmensa y tenía de todo, pero lo que nos interesa es la cama, una cama de dos plazas con sabanas cobertor y almohadas de color blanco. Eran las cinco de la tarde. Te sentaste en el borde de la cama y mientras yo descorchaba dos copas de champán  me dijiste:
-No soy puta. Tengo un trabajo honrado. Si me metí fue porque no me gusta...
Te interrumpí.
-Lo sabía.
-¡¿Qué?!
Dándote tu copa de champán te respondí:
-Que si por un momento hubiese pensado que lo eras no estarías aquí.
Te dio un ataque de vanidad.
-¿Es que te piensas que no valgo para puta?
-No es eso. Tu perfume te delató.
-No llevo perfume.
-Por eso.
Diste por buenas mis palabra.
-Acabo el champán y me voy.
Me senté a tu lado.
-Podríamos pasarlo. Yo pondría la experiencia y tu la juventud.
-¿Qué edad te piensas que tengo?
No tuve que pensarlo.
-¿Veintidós años?
-Tengo veintinueve años.
-No los aparentas, yo tengo cuarenta y seis, para mí eres muy joven.
Acabamos el champán de las copas, las puse en el piso y quise besarte, me hiciste la cobra, pero no hiciste el amago de levantarte. Te recosté sobre la cama sin que te resistieras, dijiste:
-No quiero hacerlo contigo.
 
A ver, sabía que si fueras a mi habitación no era para decirme que no eras una puta y marchar. Te había gustado e ibas a lo que ibas, por eso mi mano derecha se metió entre tus muslos. Los apretaste para no dejarla subir. Busqué tu boca y me volviste a hacer la cobra, besé y lamí tu cuello, mordí el lóbulo de tu oreja derecha y te la lamí. Le di la vuelta a tu cara, te miré y te dije:
-¡Qué bella eres!
-Mentiroso.
Logré besar tus labios una fracción de segundo, el tiempo que tardaste en darle la vuelta a tu cara. Mordí el lóbulo de tu oreja izquierda y después la lamí. Abriste un poco las piernas y el canto de mi mano llegó a tu coño. Lo rocé contra él mientras mi mano izquierda acariciaba tus tetas y mis labios besaban tus mejillas y tu cuello. Te dije:
-Tu resistencia ha hecho que mi polla se pusiera dura cómo una piedra.
Abriste un poco más las piernas. Te aparté las bragas para un lado y mi dedo medio se deslizó entre tus labios vaginales. Ya estabas húmeda. Mi dedo hizo círculos en la entrada de tu vagina, se te escapó un gemido. Abriste los ojos giraste la cabeza y tu boca quedo al lado de la mía, te di un pico, dos, tres y después metí la lengua en tu boca al tiempo que metía el dedo dentro de tu coño. Tus ojos negros ya estaban de nuevo cerrados, tus brazos rodearon mi cuello y me chupaste la lengua.
Después, besándonos, desabotoné tu blusa, saqué tus tetas por encima de las copas y las besé sin dejar de masturbar tu coño con el dedo, de los besos pasé a lamer tus pezones y tus areolas, de lamer pasé a chupar. Mientras chupaba sacaba el dedo del todo de dentro de tu coño. Al sacarlo sentía cómo los músculos de tu vagina lo apretaban para no dejarlo salir, eso y tus gemidos me dijeron que ya estabas a punto. Metí y saqué solo la punta del dedo, para que tu vagina lo siguiera apretando. Al ratito dejé de mamar tus tetas, metí y saqué el dedo a toda pastilla apretando hacia arriba, dijiste:
-¡Ay que me viene!
Te miré a los ojos, vi cómo los abrías, cómo los volvías a cerrar de golpe y cómo te sacudías con el placer que estabas sintiendo. Al acabar de correrte te besé. Me dijiste:
-Te habrás dado cuenta de que en la cama soy sumisa.
Quise saber tu nombre.
-¿Cómo te llamas, sumisa?
No tenías muchas ganas de dármelo.
-Dime primerio tu nombre, y sin mentiras
-José Enrique, pero me llaman Quique.
-El mío es Alejandra.
Te bajé la cremallera lateral de la falda, quité la presilla y te la bajé, luego tú te incorporaste y quitaste el sujetador. Quedaste en bragas y sandalias. Me preguntaste:
-¿No te vas a quitar nada?
Me desnudé en un santiamén. Tú ya te habías quitado las bragas y las sandalias cuando me arrodillé delante de ti. Te cogí por la cintura y te levanté, te abriste de piernas esperando que te la clavara hasta las trancas, pero la cabeza de mi polla se paseó por tus labios vaginales, luego bajó al ojete e hizo círculos en la entrada antes de que la puntita lo profanara, después salió y se metió hasta la mitad en tu coño... Volvió a salir, y la cabeza volvió a hacer círculos sobre el ojete para luego meterse dentro. Entre gemidos me dijiste:
-Métela toda dentro de mi culo.
Lo que hice fue sacarla del culo, meterla hasta los topes en tu coño y darte caña hasta que me dijiste:
-¡Qué bien culias, bebé!
Fue decirlo y comenzar a correrte. Hice de tripas corazón para no correrme yo. Dejé que acabaras, volví a frotar mi polla en tu culo y te volví a dar caña de la buena. Cuando sentí que te ibas a correr la saqué de culo. Nada más meter la cabeza ya comencé a correrme dentro de tu coño. Tú me cogiste el culo, tiraste y acabé de correrme dentro. Nada más acabar te dejé caer sobre la cama, metí mi cabeza entre tus piernas, retiré el capuchón de tu clítoris y lo chupé, luego, cómo un cerdo, lamí tu coño encharcado con mi leche y tus jugos, lo lamí de abajo a arriba hasta que te corriste en mi boca.
Así te follaría... Para empezar, claro. ¿Qué dices, Alejandra? ¿Follas o te rajas?

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