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Laberintos mentales - 1 de 2

No dejes de pasar por mi mejor post

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No te vas a arrepentir



LABERINTOS MENTALES PARTE 1 DE 2


Tenía veintiuno recién cumplidos cuando mi vida se cruzó con la de Fermín. En esos días yo jugaba hockey sobre césped en forma amateur en el club Unión y Progreso. Me sabía naturalmente bonita, morena en esos días, de largos cabellos y facciones muy marcadas, un rostro pintado a mano, además tenía los mejores pechos de todo el grupo de chicas, grandes, llamativos, y lo mejor, muy bien formados, compactos, no eran de esas tetas caídas que llegan al ombligo, no, yo tenía dos tetas hermosas y que más decir, estaba enamorada de mis tetas, si bien mi cola y mis piernas eran también llamativas, yo sabía dónde estaba mi punto fuerte, ese que cada hombre no podía dejar de observar con deseo.

Pero yo era una chica retraída, y que decir, me avergonzaban mis curvas llamativas y todo era muy raro para mí, un poco que los hombres me daban miedo y no era de esas de explotar mis atributos en las redes sociales, lo mío era perfil bajo y pasar desapercibida en lo posible.



Fermín era uno de esos tantos muchachos con los que solía cruzarme en el club, con quien apenas cambiaba alguna mirada disimulada de vez en cuando. Él jugaba rugby como pasatiempo, solía pasar todo vendado, roto y magullado, no era bonito, por el contrario, tenía facciones duras y se mostraba bastante corpulento, era de 'los que hacían fuerza' según decía.

Hablamos por primera vez en el bar del club, él estaba con sus amigos y me cedió una silla, le respondí con una sonrisa de agradecimiento, me preguntó mi nombre y así empezó todo.

Y yo me enamoré de Fermín, no era su físico, sino su forma de ser conmigo, un dulce, cariñoso, un osito como yo solía decirle, puesto que su enorme espalda estaba poblada de vellos, y siempre se mostraba protector hacia mí, y yo estaba segura en sus brazos.



Él fue quien bautizó nuestra pareja como ‘la bella y la bestia’, siempre repetía que era un agradecido de la vida, nunca entendía como una chica tan bonita podía haberse enamorado de un tipo feo, pero siempre le decía que para mí lo físico era secundario, yo valoraba otras cualidades en él.

Mi osito trabajaba en una empresa metalúrgica en horarios rotativos, un empleo rudo por el que siempre sus manos se mostraban ajadas y estropeadas, era otro punto por el que me sentía atraída, ese entorno de machos duros y varoniles se me hacía muy excitante, muy lejos de mi profesión, yo me dedicaba a la docencia de niños pequeños, era maestra de jardín de infantes, tres, cuatro y hasta cinco años, como dije, siempre había sido muy tímida, introvertida y amorosa, y dejaba en mi esposo las riendas de la pareja



Fermín me llevaba una decena de años y todo lo ordenado y prolijo que era conmigo, pues no lo era con su propia vida.

Yo estaba al tanto de todo, al menos eso imaginaba, es que jamás me había ocultado de un divorcio tortuoso de antes de conocerme, siempre estaba la ex revoloteando, discutiendo, trayendo problemas en una relación muerta de la que se negaba a aceptar el final, situación que se agravó cuando yo llegué a su vida y ocupé su lugar.

No conocía demasiado a Mirtha, su ex, pero siempre era un problema, cada tanto soportaba en silencio, sin entrometerme en alguna acalorada discusión telefónica, ya saben, cosas de parejas divorciadas que pasan del amor al odio en un abrir y cerrar de ojos.


Laberintos mentales - 1 de 2


Nosotros ganábamos buen dinero con nuestros empleos, pero siempre parecía faltar, nunca podíamos acomodarnos y siempre escaseaba. Era imposible, yo hacía los números, una y otra vez y siempre estaban en rojo, faltaba plata y era como si una aspiradora invisible devorara nuestros billetes, mi osito se molestaba con el tema, cada vez que yo lo ponía sobre la mesa y me daba a entender que Mirtha, su ex, era quien recibía una parte como un acuerdo del pasado, situación que solo me hacía odiar a esa trepadora que se llevaba parte de nuestro sudor en forma de billetes.



Solo de casualidad descubriría una historia secreta de la cual había sido una tonta y estúpida ignorante. Fermín no estaba en casa, había salido a comprar cigarros, y era yo quien justo no debía estar ese día en el hogar, fue cuando golpearon la puerta y atendí

Al otro lado me encontraría con un tipo intimidante, alguien que no sería de mi agrado a primera vista, aparentaba unos sesenta años, bastante calvo, de barba entrecana, tenía un puro que emanaba un olor pestilente, más bajo que yo, y bastante obeso, apoyado en un bastón que disimulaba una marcada cojera, vestía impecable, con un sobretodo que llegaba a sus rodillas, noté en su mano derecha un llamativo anillo que seguramente sería de oro. Mas atrás lo secundaban dos matones enormes como gorilas, en traje gris claro y gafas oscuras, en algún momento me pareció un cuadro típico de una película de acción americana.



Noté también que en esos segundos donde yo lo observaba, él hacía lo propio conmigo, pero de una forma descarada y libidinosa que solo lograba paralizarme, me regaló una sonrisa y dijo



Buen día señorita, permítame presentarme, soy Adolfo Cervantes, y usted es...

María Eugenia... - dije con temor, retraída y sin entender -

Perdón, que tonto soy, - dijo - temo haberla asustado, pero mi hija, no hay por qué temer, estoy buscando a Fermín, se encuentra?



Mientras decía estas palabras, trataba de husmear por detrás de mi figura, hacia el interior del hogar, respondí



No, mi esposo no está en estos momentos, puedo ayudarle?

Bueno, tenía comentarios acerca de lo bonita que era la esposa de Fermín, pero jamás había imaginado cuanto



Una sonrisa libidinosa se había dibujado en sus labios y un escalofrío recorrió mi espinazo, entonces agregó



No importa, negocios de hombres, usted solo dígale que lo visité, recuerde, Adolfo Cervantes, el sabrá que hacer...



Hizo un gesto muy de caballeros y muy a la antigua se inclinó un poco hacia adelante en forma de reverencia, tomó una de mis manos a la fuerza y la besó suavemente.

Lugo lo vi marcharse, llevando su pierna derecha casi a la rastra, ayudándose con el bastón, secundado por sus gorilas, hasta un enorme coche negro con vidrios oscuros que lo esperaba al otro lado de la calle.

No sabía el motivo, pero la situación me había dejado dura, paralizada y sentía miedo.



Y a partir de ese momento empezaría a entender muchas cosas, claro, no fue fácil, porque mi osito me dio todos los rodeos, todas las excusas y todas las negativas necesarias para disuadirme, pero como la gota que pega persistente en la roca horadé más y más hasta poder armar el intrincado rompecabezas.



Me enteraría que Fermín tenía un vicio, y como una tonta jamás había podido darme cuenta, él era un fuerte apostador en las carreras de caballos y en cada carrera tenía alguna fija, creo que era una adicción como tantas, que la necesitaba para vivir y solo no podía resistir la tentación, alguna vez ganaba algún dinero, pero en la mayoría sufría cuantiosas pérdidas y la balanza siempre se inclinaba al lado deudor.


puta


Entendí donde se iban nuestros ingresos, esos que siempre estaban en rojo, y entendí que Martha, su ex, solo era una pantalla para todo, entendí por qué él siempre se oponía a que yo hablara con ella, haciendo lo imposible por qué no cruzáramos palabra y que ella había sido tan víctima como yo lo estaba siendo, las carreras de caballos habían hecho naufragar su primer matrimonio.

Entendí que mi dulce osito apostaba a lo grande, más lejos de sus posibilidades y que ese señor llamado Adolfo Cervantes era un inescrupuloso comerciante, un tipo que solo veía oportunidades para hacer dinero, y, por cierto, encontrar a tontos como Fermín era su especialidad, la mejor inversión, prestar efectivo a personas que no lo podrían devolver, y con eso, mantenerlos enganchados eternamente.



Esa tarde Fermín de sinceró conmigo, con lágrimas en los ojos y sin poder mantenerme la mirada me confesó la deuda que mantenía con ese viejo, quise morirme, demasiados ceros, imposible de sacar a flote, con intereses usureros que solo lo hundían más y más en lo profundo del pantano.

En poco tiempo más, Adolfo estaba al tanto que yo ya lo sabía todo, y encontró en mi persona, un obstáculo para seguir destrozando a mi osito es que yo pensaba y yo no tenía el vicio y lo peor para él, estaba perdido en mis curvas, algo que era por demás de obvio.



La propuesta del viejo no tardaría en llegar, lo recuerdo sentado en el sillón principal de casa, con sus piernas abiertas y el bastón entre ellas, usándolo de apoyo para sus manos, con sus orangutanes escoltándolo como de costumbre, me desnudó con la mirada y luego, dirigiéndose a Fermín le dijo



Mirá Fermín, todos sabemos que jamás podrás pagar tus deudas, no solo eso, me sigues pidiendo, cierto? te propongo un trato, soy un hombre viejo y solitario, aburrido de su vida, jamás podré gastar el dinero que tengo, ni en esta vida ni en la siguiente, y soy una persona generosa, y odiaría pedirles a mis muchachos que tomaran en sus puños una advertencia física, eres un lindo chico para estropearte, así que digo, si le permites a tu bella esposa pasar unas horas conmigo, pues podemos acordar una quita importante de la deuda, solo pon un número



Luego me miró nuevamente, ahora con cara de viejo lobo y agregó



Por supuesto señora, solo pido su compañía, nada más, seguro usted no me conoce, pero soy todo un caballero, le juro que no tengo segundas intenciones



Levantó su mano derecha a modo de solemnidad y dijo



Si usted acepta, prometo que estas manos jamás le tocarán un cabello



Sentí encenderme por dentro, me sentí usada como una puta, le estaban poniendo precio a mi compañía, pero la propuesta de ese viejo nuevamente me recordó esas películas que solía ver, detrás de esa inocente sonrisa se dejaba notar que lo suyo no era una propuesta, era casi una orden velada en tono de amenaza, sabiendo que tenía a Fermín por las bolas.

Y Fermín, peor, el solo se quedó meditando, como si su esposa estuviera en alquiler y lo odié por eso, por solo pensarlo.



Cuando quedamos a solas, fue inevitable que lo sucedido entrara a debatirse, en la intimidad de la pareja, el bastardo de mi marido no lo decía directamente por temor a mi respuesta, pero ciertamente lo seducía la idea de que yo estuviera con el viejo, era mucho dinero y que mierda, había una promesa de no tocarme un cabello, pero yo, yo maldecía, me dolía demasiado que el siquiera lo evaluara, y no solo eso, poco a poco me empujaba a hacerlo. Me puse en los zapatos de su ex, de Martha y pude empezar a comprender muchas cosas, Fermín era un osito cariñoso, pero estaba cegado por su vicio, asumí que hubiera hecho cualquier cosa al respecto.



Esa mañana de primavera sentí en mis entrañas que me prostituía por primera vez en mi vida, tenía que pasar el día con ese sujeto despreciable, con el guiño cómplice de mi marido y yo, la estúpida que no sabía cómo había dejado convencerse.

Sus gorilas pasarían a buscarme cerca del mediodía, pero para mi sorpresa llegaron antes de lo previsto, uno de ellos traía una amplia caja blanca bajo el brazo, con un moño rojo envolviéndola y me dijo



Tome señorita, el señor Cervantes tiene algunos gustos particulares, es exigente, nos pidió encarecidamente que le hiciera el honor.



Ellos se quedaron en la puerta, como escoltas esperando mi salida, fui sobre la mesa principal a dejar la enorme caja, Fermín me miró intrigado al otro lado, con cara expectante.

Al abrirla descubriría unas costosas y delicadas prendas para la ocasión, lo miré a mi esposo, él solo se encogió de hombros como desentendiéndose de la situación, solo lo odiaba cuando hacía esas cosas.

Fui por todo, llevé las cosas al cuarto y dejé de lado lo que ya tenía en mente, el conjunto consistía en una remera muy ajustada en tono claro, mangas largas que me marcaban las tetas en una forma muy llamativa, casi como dibujadas, con un escote cerrado que solo invitaba a imaginar, el resto, todo en negro, una falda corta, medias de nylon por encima de mis rodillas y unos finos zapatos de tacos, no sé cómo lo había conseguido, pero parecía haber acertado mi número.



Ya estaba maquillada, peinada y me vi frente al espejo como nunca me había visto, estaba muy sexi, muy sugerente, como decirlo, era apetecible sin ser grotesca, llamativa sin ser vulgar, insinuando sin mostrar, y me di cuenta que mi osito por primera vez sentía miedo a perderme, me lo dijeron sus ojos, es que nunca me había visto así y por primera vez se veía insignificante a mi lado, incluso hasta insinuó dar marcha atrás con la idea, cancelar todo, pero era tarde, mi ego estaba herido, mi ego estaba en juego.

Me fui hasta el coche escoltada por esos desconocidos y dejé a mi amor bajo el umbral de la puerta.



Luego de un rápido viaje me encontraba a las puertas de una mansión y me sentí como en los cuentos de mi infancia, la princesa y el palacio, me reí hacia adentro, tal vez tratando de pensar en algo para evitar el nerviosismo que la situación me imponía.

Después de algunos recovecos llegué escoltada al salón principal, Cervantes me esperaba sentado a la cabecera de una gran mesa y sus ojos se agrandaron al verme llegar, vestía impecable, como de costumbre, saco, pantalón y zapatos blancos, camisa negra con botones plateados, me observó en detalle, se paró para venir a mi encuentro siempre con su bastón de apoyo, me tomó la mano para volver a inclinarse y besarla, como esa primera vez, luego me agasajó y me ayudó a que me sentara a prudente distancia, para ir nuevamente a su silla.



Había demasiadas comidas a elección y era imposible resistirse a todo, mi estado de nervios era demasiado notorio, por lo que Adolfo Cervantes volvió a recordarme que él era un hombre de palabra y que sus manos no tocarían ninguno de mis cabellos, solo me pidió que me relajara y disfrutara la jornada, al fin de cuentas no era demasiado lo que pedía por saldar una deuda tan grande.

Tenía razón, no era demasiado, y si bien nunca deje de ver en el un lobo disfrazado de cordero, también era cierto que me había enredado en asuntos de un esposo permisivo.



Entonces, entre comidas y bebidas mediante, me contó un poco de su vida, que había tenido tres esposas, que tenía siete hijos repartidos entre ellas y tres más de relaciones impropias, que le habían sobrado las mujeres en su vida pero que en verdad había tenido un solo amor, el dinero, por el dinero hacía cualquier cosa y el dinero era el culpable de su triste soledad, pero era su decisión, me dijo



Te estoy aburriendo, contame de vos... - era la primera vez que me tuteaba –



Bueno, mi vida era muy simple, algo de mis días de jugadora de hockey, de mis días de estudiante, de conocerlo a mi osito, mi pasión por la docencia y los niños pequeños, por mi deseo postergado de ser madre y no sé cuántas cosas más.

Entre esas palabras noté que estaba bebiendo demasiado y que la situación se volvería peligrosa, por lo que levante el pie del acelerador

Adolfo llevaba los tiempos de la charla y también me di cuenta, que estaba negociando sutilmente conmigo, me dijo que Fermín era un buen chico, pero fácil de manejar, en cambio yo, yo tenía 'su madera' era inteligente, más de lo que yo mismo imaginaba y que si me lo proponía podría llegar demasiado lejos, él lo había leído en mis ojos ese mismo día en qué le destino nos había cruzado.



Comí de postre unas peras al Malbec con helado de crema, él apenas un café, lo hizo mucho más rápido que yo y nuevamente me hizo sentir esa tensión de notarme observada, él me radiografiaba con la mirada mientras se acariciaba la larga barba, siempre sentía ese temor y esa sensación de que no dejaba de negociar conmigo y que siempre había parte de la historia que no me largaba, trataba del leer su mente, pero era imposible.

Cerca de las cuatro de la tarde me invitó a recorrer la mansión, puso su brazo izquierdo en jarra, para que yo pasara el mío, siempre formal, siempre a la antigua, empezamos a caminar, con su mano derecha siempre sobre el bastón, lentamente, sin apuro, era un tanto cómico, era mucho más alta que él y su cabeza estaba a la altura de mis llamativas tetas.



Entre vueltas y vueltas terminamos en un dormitorio como siempre había imaginado que sucedería, se sentó a descansar en un sillón, como lo había hecho en casa, con las piernas abiertas, el bastón al medio y las manos reposando sobre él



Lo sabía - dije yo - supongo que es la hora de complacerlo, cierto señor? el sexo siempre está incluido en el menú


CONTINUARA


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