Al día siguiente, después de trabajar, comí algo en una cafetería antes de mi cita con la mujer del hijo de puta. La mujer me había enviado un mensaje con el número de habitación. Llegué a la hora acordada y llamé a la puerta. Enseguida abrió. Me sorprendió su aspecto. Era bastante más joven que su marido, aunque tenía al menos diez años más que yo. Abrió la puerta y me miró como evaluándome. Sin molestarse ni en saludar volvió al interior. Se acercó al mueble bar y sirvió dos copas. Yo entré y cerré la puerta a mi espalda.
La habitación era una suite enorme, todo maderas nobles y alfombras donde se habría perdido un explorador. En un lado había una cama enorme y al contrario habían hecho una pequeña sala de estar con un tresillo y una mesa al lado de un mueble bar muy bien surtido de las mejores bebidas.
Me quedé en medio de la habitación. Había planeado mi discurso pero la contemplación de esa mujer me había trastocado los planes. Me esperaba una mujer mucho mayor y me encontraba ante una mujer muy elegante vestida con un traje de falda con americana y una vaporosa blusa. Era casi tan alta como yo y tenía una hermosa melena casi rubia. El óvalo de su rostro era simplemente perfecto. Tenía un pecho no muy grande pero se levantaba orgulloso sin ayuda de sujetador tal y como mostraban sus pezones. Posiblemente fuese operado para salvar simplemente la fuerza de la gravedad. Sus caderas no eran demasiado anchas pero tenía un culo de escándalo al que seguían unas piernas perfectas.
Ella me sorprendió observándola. Sonrió y me acercó una copa.
—¿Le gusta lo que ve?
—Perdone. No es eso lo que miraba.
—Vaya—se quejó bromeando—. ¿Es qué soy poca cosa para usted?
—No me malinterprete —atajé—. Es usted muy bella. Pero me sorprendió su juventud. Su marido es bastante mayor que usted, creo.
El comentario le arrancó una sonrisa encantadora. Seguramente yo le parecía un hijo de puta, pero aun así le parecía una situación divertida. Se sentó en uno de los sillones. Tal vez para evitar que me sentase ya a su lado.
—Entonces mejor para ti. Perdona que te tutee, pero soy mayor que tú y creo que tengo derecho. Si tengo que chupártela te trataré como me dé la gana.
—Sin problemas —acepté sentándome en el otro sillón frente a ella. Una mesa nos separaba—. Si lo prefiere, mi nombre es Nesto. Un diminutivo de Ernesto.
—Tu nombre no me importa. Pero si quieres saberlo yo soy Amparo.
—Mucho gusto, Amparo —dije con una ligera inclinación de cabeza.
—Siento no poder decir lo mismo —contestó antes de tomar un nuevo trago e ignorarme.
Yo me quedé en silencio pensando en cómo afrontar la conversación. Cuando contaba con encontrar una mujer mucho mayor hecha un mar de lágrimas por la extorsión con que contaba tener que pagar la cosa parecía más sencilla. En cambio esta mujer parecía decidida y no parecía importarle lo que sucediese aunque claramente no era por sentirse atraída por mí. Fue ella quien rompió el silencio.
—Bueno. ¿Y cómo quiere hacerlo? —preguntó.
—¿Perdón? —me había pillado abstraído todavía.
—Pregunto que cómo quieres follarme. ¿Quieres que me tumbe en la cama abierta de piernas o prefieres que lo haga apoyada en el sofá para follarme por detrás?
—No será necesario nada de eso —aseguré recobrando mi aplomo.
—¿Acaso esperas que me arrodille ante ti y te la chupe? Puedes esperar sentado.
—Tengo una curiosidad. ¿Qué motivo le ha dado su marido para verse hoy aquí en esta situación? —pregunté dejándola descolocada.
—¿Y eso qué importa?
—Puede que nada o puede que mucho. ¿Puede contestarme?
—Sé que lo extorsionas por un caso en el cual digamos que “modificó” algunas pruebas para ganar. Espero que con lo de ahora esa presunta deuda quede saldada.
—Me temo que su marido no ha sido del todo sincero. No pretendo cobrar nada. Eso solo se lo dije a su marido para ver que tragaderas tenía. En realidad vengo a darle algo.
Amparo se quedó muda mirándome con los ojos achicados. ¿Quién era el tipo que tenía delante y qué pretendía? Había despertado su curiosidad.
—Me temo que no entiendo lo qué sucede —admitió.
—Es sencillo —dije pasándole el móvil con la galería de imágenes abierta. Después dejé un pendrive sobre la mesa.
Su rostro fue cambiando de color a medida que veía las fotos. Fue evidente que reconoció a su marido follándose a Bea pero todavía no acababa de entender que pretendía yo. ¿Dinero por las fotos?
—Ya veo que mi marido se divierte mucho. Eso no me sorprende —dijo dejando de nuevo el móvil en la mesa. Había visto el pendrive pero fingió ignorarlo.
—Y a mí no me importaría si esa no fuese mi mujer. Y el hijo de puta de su marido la forzó y la chantajeó para poder tirársela cuando le apetezca —esperé un alegato defendiendo al cabrón pero este no llegó.
—¿Y según entiendo usted exigió follarme a mi en compensación?
—Eso le dije, sí. En realidad solo quería verla para entregarle esas fotos —señalé el pendrive— para que sepa con que hijo de puta está casada. Solamente eso.
Me levanté dispuesto a marcharme. Ella se había quedado con la boca abierta y me pareció el mejor momento para abandonar la habitación. Cuando llegué a la puerta y estaba a punto de abrir su voz me detuvo.
—Espere un momento. Por favor —añadió en un tono de voz que había perdido toda su altivez—. ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —dije tras pensarlo unos segundos. Su voz me decía que algo había cambiado dentro de ella. Ya no era la mujer altiva a la que no le importaba comportarse como una puta por salvar a su marido. Ahora parecía haber un ser humano dentro de ella.
—Siéntese por favor. Necesito que me aclare un par de cosas.
—Usted dirá —contesté tomando asiento de nuevo.
—Quisiera saberlo todo de este asunto —dijo señalando el pendrive que no había tocado. Su voz era suave. Casi suplicante.
Durante la siguiente media hora fui narrándole todo lo sucedido punto por punto. No le ahorré detalle por escabroso que fuese. Tampoco pretendí quedar como un santo, así que le conté las medidas que había tomado con Bea. Ella no pareció juzgarme y solo me interrumpió en un par de ocasiones para pedirme más detalles en algún momento. Cuando acabé ella se levantó en silencio y puso dos nuevas copas. Cuando me alargó una de ellas se dirigió a mi en voz baja. Casi con vergüenza.
—¿Y a pesar de todo usted no tenía pensado cumplir la amenaza que le hizo a mi marido? ¿Tal vez porque esperaba encontrar a una vieja?
—No. Es que yo no soy como su marido. Solo pretendía informarla porque creo que tenía derecho a saberlo. Y usted es una mujer muy hermosa. Por eso entiendo menos a su marido —añadí arrancándole una tímida sonrisa de agradecimiento por el cumplido.
—No sabe cómo lamento todo lo sucedido.
—Usted no tiene la culpa —le contesté con sinceridad—. Tanto usted como yo somos víctimas de las circunstancias.
—Y su esposa también, por lo que me cuenta.
—Sí. Pero tal vez ella debió ser más firme y nada de esto hubiese sucedido. En fin, no la entretengo más —me despedí dispuesto a irme.
—¿Puedo pedirle un favor? —preguntó con humildad en la voz.
—Si está en mi mano…
—Me gustaría conocer a su esposa —pidió mirándome a lo ojos.
—¿Y eso? ¿Para qué? —estaba sorprendido por la petición.
—Necesito verla. Conocerla. Si a usted no le importa, claro.
—De acuerdo —acepté—. Si así lo desea, no tengo inconveniente.
Ella había llegado en un taxi, así que la llevé en mi coche. Después ella tomaría un taxi de vuelta a su casa. No tardamos en llegar. Abrí el portal y la invité a pasar. Subimos en el ascensor en silencio. Pude sentir su aroma. Era sencillamente embriagador. No entendía como teniendo aquella pedazo hembra en casa, el gilipollas de Don Antonio se fijaba en otras. Aquella era una mujer que colmaría los deseos de cualquier hombre. Llegamos al piso y salí primero del ascensor para abrir la puerta.
Bea estaba arrodillada, tal y como esperaba, en medio del salón. Al descubrir a Amparo no pudo reprimir un grito de pavor mientras intentaba cubrir su desnudez.
—No te molestes —le ordené seco—. Quiero presentarse a Doña Amparo. La esposa de Don Antonio.
Bea se llevó las manos a la boca asustada. Dos lágrimas asomaron a sus ojos muerta de vergüenza al verse ante la mujer de su jefe. Ante la mujer a la que había corneado aunque hubiese sido en contra de su voluntad. Amparo se acercó y la miró con interés.
—Ponte en pie —ordenó. Bea no se movió.
—La señora te ha ordenado algo —amenacé con voz cortante.
Al oír mi voz Bea obedeció levantándose al instante. Se quedó en pie muy quieta, la cabeza hundida y las manos tapando su sexo por vergüenza.
—Las manos en los costados —ordené.
—No es necesario —cortó Amparo con voz suave mientras daba vueltas alrededor de Bea examinándola con interés—. Tienes una hermosa mujer, Nesto.
—Gracias —dije—. Lástima todo lo sucedido.
—Sí —coincidió ella—. Es una lástima. Pero tal vez salga algo bueno de todo esto.
—Dime una cosa, bonita —preguntó mirando a Bea mientras le levantaba la barbilla con un dedo—. ¿Alguna vez mi marido te folló el culo?
—No señora —admitió Bea—. Lo intentó un par de veces pero…
—...Pero el gusanito que tiene entre las piernas no vale para eso. Ni para nada —concluyó Amparo la frase.
—No señora —admitió Bea en voz baja.
—Pues creo que ya sé lo que haremos. Nesto —dijo alegre dirigiéndose a mi—. Quiero que me folles el culo. Quiero que me lo dejes lleno de leche.
—¿Perdón? —pregunté con los ojos como platos. Era la última cosa que esperaba oír.
—Lo que has oído. No creo que aquí tu putita tenga derecho a recriminarnos nada. Nos cobraremos lo que ellos han hecho y quiero enseñarle a Antonio lo que un hombre de verdad puede hacer. A él le encantaría poder follarse un culo, pero con la mierda de colgajo que tiene apenas es capaz de hacerlo por el coño —explicó.
—Pero yo… —no me salían las palabras por la sorpresa.
—¿A ti. te parece bien, putita? —preguntó Amparo a Bea.
—Sí, señora. Si mi amo lo desea puede hacer lo que quiera.
—No es eso lo que te ha preguntado —dije con voz neutra—. Te ha preguntado si te parece bien. Y mírame a los ojos para responder.
Bea levantó la mirada. Una tímida sonrisa teñida de tristeza asomaba a su cara. Me miró fija y decididamente a los ojos antes de contestar.
—Sí, amo. Me parece bien que le folles el culo a la señora —admitió dejándome sin palabras. Su voz decía que era sincera.
—Genial —dijo Amparo como si hubiésemos decidido jugar al monopoly—. Pues entonces os espero el próximo viernes a las ocho para cenar. Ya veréis cómo lo pasaremos en grande. Se me está ocurriendo una idea maravillosa.
—¿A cenar? ¿Estará su marido? —estaba intrigado.
—Claro que estará. El será… el invitado de honor, por decirlo así —una sonrisa malvada se dibujó en su rostro—. Y ahora debo irme, que he de preparar un par de cosas.
La acompañé hasta la puerta y abrí. En la puerta me dio un pico antes de decirme:
—Pronto tendréis noticias mías. Muy buenas noticias —añadió guiñándome un ojo como una niña traviesa.
Volví al salón. Bea me miraba con los ojos como platos como intentando saber qué iba a pasar. Parecía asustada ante la perspectiva de tener que cenar con su antiguo jefe. A mí tampoco me hacía ninguna ilusión tenerlo delante, pero algo me decía que podía confiar en Amparo.
Me dejé caer en el sofá dando vueltas a la cabeza. Bea se quedó a mi lado en pie, esperando cualquier orden por mi parte. ¿Tal vez Amparo pretendía que le follase el culo delante de su marido? Eso sería algo muy loco y desde luego sería algo digno de verse.
Pensar en eso me hizo recordar que nunca me había follado el de Bea y de repente me apeteció hacerlo.
Me puse en pie y me acerqué a ella que seguía inmóvil esperando mis órdenes. La rodeé y me quedé un momento detrás admirando sus nalgas. Ella debía esperar un castigo, pues su respiración se volvió más agitada. Cuando mi mano rozó una de ellas no pudo reprimir un respingo. Pasé un dedo a lo largo de su columna.
—Tranquila. No voy a pegarte. A no ser que lo merezcas. ¿Lo mereces?
—Sí, amo —respondió enseguida.
—¿Por qué?
—Por haber sido una zorra y hacerte daño, amo —respondió mirando al suelo. Su respiración era cada vez más agitada.
—Bien. Me gusta que reconozcas tus faltas —dije mientras le daba un cachete—. Pero tus faltas merecen algo más que un par de golpes en el culo. Merecen más… castigo. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, amo —su voz ahora indicaba un cierto temor a lo que podría venir a continuación.
La agarré por el pelo y la obligué a inclinarse sobre el respaldo del sofá. Ella tan solo soltó un pequeño grito fruto de la sorpresa. Seguramente estaba esperando que maltratase sus blancas nalgas. En lugar de eso las acaricié. Sabía que ella esperaba ansiosa el primer golpe. Con el pie la obligué a separar las piernas. Después pasé una mano por su sexo. Estaba ya húmedo. Metí sin consideración un par de dedos hasta donde pude y ella soltó un gemido mezcla de dolor, sorpresa y placer.
Me agaché tras ella y separé sus nalgas. Su ojete se presentaba ante mí como una delicia. Sin poder resistirme pase mi lengua a lo largo de toda la raja y tracé un par de círculos alrededor de aquel agujero que me pedía ser desflorado.
—¿Alguna vez te han follado el culo?
—No, amo —su voz ahora temblaba. Parecía saber lo que vendría a continuación.
—¿Lo deseas? —no contestó.
—¡Contesta! —exigí propinándole una palmada.
—Yo solo deseo complacerte, amo —parecía a punto de empezar a llorar.
—¿Quieres que te rompa el culo, zorra?
—Solo quiero complacerte, amo —ahora lloraba ya sin disimulo.
—No es eso lo que te pregunto. Contesta.
—Tengo miedo, amo. Nunca me han follado por el culo y me da miedo.
—Muy bien —decidí—. La mejor manera de perder el miedo es enfrentándose a lo que tememos. No te muevas de esa posición.
Fui a la cocina y cogí la tarrina de mantequilla. Sí, en ese momento estaba recordando el “Último tango en París”. Volví a su lado y tal como le había ordenado no se había movido. Levanté su rostro y vi que estaba surcado de lágrimas. Aunque no le dije nada decidí que sería cuidadoso. Tampoco quería convertirlo en algo traumático. Abrí la tarrina y cogí un puñado con la mano que unté en su ojete. Ella hizo el amago de cerrar las nalgas pero se lo impedí. Tras untarlo bien metí el índice poco a poco. Quería ver como se deslizaba. No costó demasiado aunque en un acto reflejo intentó cerrar el esfínter.
Metí y saqué varias veces el dedo hasta que sentí que se relajaba un tanto. Era el momento de meter un dedo más. Entonces comenzó a gemir aunque procuraba no hacerlo demasiado fuerte.
—¿Te duele?
—Un poco, amo.
—¿Y te gusta?
—Sí, amo —pensé que la respuesta se debía más a su interés en complacerme que al posible gozo que pudiese sentir. Pero en ese momento me daba igual. Me estaba convirtiendo en alguien completamente distinto. Me empezaba a gustar esto de humillarla y golpearla hasta hacerle sentir dolor.
Cogí un último puñado de mantequilla y me unté el rabo. Arrimé el glande a su esfínter y empujé. Bea arqueó la espala mientras soltaba un gruñido por el esfuerzo que le suponía amoldar su virgen ano a mi polla. Agarré sus caderas y empujé poco a poco. He de reconocer que aguantó como una campeona. Sus manos estaban crispadas agarrando el respaldo del sofá. Creí que le arrancaría un pedazo. Pero seguí empujando hasta que la mitad estuvo dentro. Ahí me detuve un momento esperando que su culo se amoldase al intruso. Su respiración parecía normalizarse. Volví a empujar. Esta vez me pareció que era ella quien empujaba su cadera hacia atrás buscando encularse con mi polla. Su espalda se puso más recta levantando el culo. Poco después había llegado al fondo. Me detuve de nuevo esperando que se acostumbrase a mi polla. Un minuto después estaba bombeando con ganas. Mi polla estaba deliciosamente apretada en aquel agujero por el que nunca había entrado nadie.
—Puedes correrte si lo deseas —le permití.
—Gracias, amo. Casi estoy —admitió mientras una de sus manos bajaba para colarse entre sus piernas.
Seguí dándole duro hasta que poco después un apagado alarido me indicó que Bea había alcanzado el clímax. Agarré sus tetas y tiré de sus pezones para alargarlo en lo posible mientras yo me derramaba dentro de ella. Cuando acabé me dejé caer sobre su espalda y la besé.
Cuando sentí que mi miembro perdía consistencia me retiré, la tomé por el pelo y la obligué arrodillarse ante mí.
—Limpia —ordené.
No hizo falta más. Se tragó mi polla que estaba apenas morcillona y la chupó con esmero mirándome a la cara. Me pareció ver una sonrisa en su cara y una chispa de felicidad en sus ojos. Al cabo de un rato le ordené parar.
—Gracias, amo —dijo bajando la cabeza y besando mis pies.
—¿Por qué? —me había pillado por sorpresa.
—Por todo. Por haberlo hecho con cuidado. Era mi primera vez y tenía miedo.
—¿Te ha gustado?
—Sí, amo. ¿Pero puedo pedirte algo?
—Claro. No sé si te lo concederé, pero no te voy a negar el derecho a pedirlo.
—La próxima vez… ¿Podrías golpearme en el culo mientras me follas? —preguntó mirándome. Ahí me pilló desprevenido. Joder que vicio tenía la muy zorra.
—Tranquila. La próxima vez te levantaré la piel de las nalgas a correazos —concedí. Me pareció ver una lucecita de deseo en su mirada.
Le ordené que hiciese la cena mientras me duchaba y tras la cena me senté a disfrutar de una copa mientras ella permanecía echada a mis pies como si se tratase de una perra. De vez en cuando le acariciaba la cabeza y le permitía que ella acercase su cara a mis piernas.
Cuando acabé la copa decidí que era buena hora para descansar, así que le ordené recoger todo mientras me iba a dormir.
Esa noche le permití elegir donde dormir. Me preguntó si me importaría que durmiese a mi lado. Por supuesto yo lo estaba deseando, así que lo hice. Cuando desperté seguía abrazada a mi, sonriente de felicidad por haber conseguido mi perdón. Le di una palmada en el culo y le ordené que me hiciese el desayuno.
Con la sonrisa de felicidad pintada en la cara se levantó y salió corriendo a la cocina. Cuando llegué un delicioso aroma a café salía de mi taza y ella seguía desnuda.
—¿Y tú? ¿No desayunas?
—Después de ti., amo —contestó bajando la cabeza—. Una esclava no debe comer con su amo.
—No quiero que seas mi esclava. Yo te quiero —le dije levantado su barbilla para ver sus ojos.
—¿No sirvo como esclava, amo? —preguntó con las lágrimas asomando a sus ojos.
—Claro que sí. Eres la mejor. Hagamos una cosa, si te parece bien.
—Dime, amo. Lo que desees —dijo abriendo los ojos esperando una buena noticia.
—¿Te gustaría ser mi sirvienta? Prometo castigarte si haces algo mal.
—Gracias, amo. Me encantaría —contestó sonriendo.
—De acuerdo. Pues entonces deja de llamarme amo y llámame… ¿Señor?
—Gracias, señor —volvió a sonreír alegre por el nuevo rol que disfrutaría—. ¿Y me castigarás si hago algo mal?
—Siempre que lo merezcas. O lo desees —añadí agarrando uno de sus pezones que estaban ya duros por la excitación que le provocaba saber que sería castigada. Lo retorcí un poco provocando que se mordiese el labio para no gritar.
—¿Lo merecía, señor? —me preguntó.
—No. Pero creo que lo deseabas —contesté sonriente.
—Gracias señor. No podría vivir sin ti., señor.
Esa confesión me desarmó. Me costaba castigarla. Yo prefería acariciarla y besarla. Pero precisamente por el amor que sentía por ella, por saber que era lo que prefería, me obligaba a mí mismo a castigarla. Por suerte poco a poco fui acostumbrándome y aunque me costaba golpearla, al menos disfrutaba penetrándola mientras lo hacía. Por si acaso decidí que tendríamos una palabra de control por si me pasaba en los castigos. Decidí que cuando no pudiese más debería decir “Antonio”. Lógicamente era una palabra que nunca hubiese pronunciado delante de mí.
Me despedí de Bea con un beso. Hacía ya varios días que no nos besábamos y yo no aguantaba más sin sentir la tibieza de sus labios en los míos. Pude notar que ella también lo extrañaba. Mientras lo hacía le agarré un pezón y tiré de el con fuerza. Su lengua se enroscó en la mía con más ansia agradeciendo el castigo. Una mano en su sexo me indicó que estaba chorreando. Pero por desgracia no me quedaba tiempo para follarla antes de irme a trabajar.
—Puedes coger uno de mis cinturones para castigarte mientras te masturbas en mi ausencia —le dije al oído mientras me despedía.
—Gracias, amo. Te quiero.
—Y yo a ti. Después te llamo —me despedí antes de marcharme.
Ella se quedó en la puerta mostrando su desnudez hasta que llegó el ascensor. Tal vez le daba morbo el que pudiese aparecer alguien y la descubriese así. Me fui a trabajar bastante animado. La mañana se me hizo eterna. Tenía ganas de acabar para darle una sorpresa a Bea. Cuando salí la llamé.
—Quiero que te vistas. Vamos a ir de compras. Ponte una minifalda pero no quiero que te pongas bragas. ¿De acuerdo?
—Sí amo. Como ordenes —contestó con voz cantarina. Obvié el hecho de que me llamase amo. Por lo visto ella lo prefería, así que decidí permitírselo.
Cuando llegué a casa ella me esperaba en el portal. Llevaba una minifalda sencilla con una camiseta blanca y una cazadora del mismo color que la falda. Unas botas hasta la rodilla completaban su atuendo. Estaba para follársela encima del capó del coche. Subió al coche y arranqué tras darle un piquito.
—¿A dónde vamos, amo? —preguntó ansiosa.
—Es una sorpresa. Espero que te guste —contesté sin descubrir mis intenciones.
Crucé casi toda la cuidad para encontrar el sitio. Nunca había estado pero conocía de su existencia por un compañero de trabajo. Se trataba de un sex-shop enorme. Cuando llegamos a la puerta sentí que a Bea se le aceleraba el pulso.
—¿Es aquí? —preguntó como una niña a la puerta de una juguetería
—Sí. Aquí es. Vamos a ver si encontramos algo para ti. —le sonreí.
La tienda la regentaba una chica joven. Era alta y vestía una falda de tul muy amplia. Encima llevaba un corpiño que parecía a punto de dejarla sin respiración. El corpiño levantaba un par de tetas que asomaban generosas a punto de desbordarse fuera de la prenda. Tenía el pelo negro rizado y la cara con apenas un toque de colorete y los labios y los ojos pintados en negro.
—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarles? —saludó sonriente en cuanto entramos.
—Verás —expliqué—. Estamos buscando algo para mi… putita. Un poco de ropa y algo para castigarla cuando se porte mal. ¿Me explico?
—A la perfección, caballero. Síganme, por favor —sonrió ella echando a andar meneando exageradamente las caderas.
La seguimos por la tienda hasta el fondo. A un lado del pasillo había una gran variedad de prendas colgadas en sus perchas. Al otro un montón de artículos de sado-maso.
—Espero que aquí encuentren lo que buscan —dijo sonriente antes de dejarnos solos—. Ahí tienen los probadores.
—Bien —dije abriendo los brazos—. ¿Ves algo que te guste?
Bea se deleitó mirándolo todo. Parecía deseosa de probar cada fusta, cada látigo, cada dildo. Mientas ella elegía una fusta yo miré un par de prendas. Vi un uniforme de chacha que me pareció divertido.
—Anda. Pruébate esto —le dije alargándole la percha.
Ella entró en el probador ansiosa. Cuando abrió la puerta me quedé sin aliento. El corpiño levantaba sus tetas mostrando un escote por el que parecían a punto de escapar. La falda no llegaba a tapar del todo su culo y por delante a duras penas escondía su sexo. Verla así me provocó una erección de caballo.
—¡Joder! —exclamé—. Estás para follarte aquí mismo.
—¿Te gusta, amo? —preguntó girando sobre si misma para mostrarme el conjunto.
—Ya te digo. Si te gusta a ti. nos lo llevamos.
Su respuesta fue colgarse de mi cuello para besarme. No hacía falta ser muy listo para ver que eso era un sí. Me llamó la atención una especie de corpiño hecho con tiras de cuero negro que exhibía un maniquí. En realidad no tapaba nada. Simplemente agarraba el cuerpo de tal forma que comprimía el pecho empujando los pezones hacia delante para exponerlos al castigo. Es resto de correas disponían de argollas para poder inmovilizar a la presa a placer dejando sus agujeros a disposición del verdugo. Decidí llevarlo también. La compra se completó con un par de fustas elegidas por Bea, unas pinzas para los pezones unidas por una cadena y un par de dildos.
Tras revisar una vez más el muestrario nos dirigimos a pagar. La encargada de la tienda elogió nuestra elección mientras evaluaba con la mirada a Bea.
—Parece que te lo vas a pasar de miedo —le dijo sonriendo con picardía.
—Estoy chorreando solo de pensarlo —reconoció Bea levantando un poco la falda para mostrar su coño. Era verdad. Sus muslos brillaban de la humedad. No me pude resistir y pasé mis dedos por la raja antes de llevarlos a la boca para saborear aquel dulce néctar.
—¿Puedo? —preguntó la encargada.
—Sírvete —la invité.
Bea mantuvo la falda levantada mientras la chica pasaba sus dedos lentamente por su sexo sin dejar de mirarla a los ojos. Después, lentamente y manteniendo la vista fija en la cara de Bea que comenzaba a teñirse de rubor por el calentón se los llevó a la boca y lo saboreó como había hecho yo.
—Mmmm… delicioso. Me encantaría participar —dijo mirándome.
—Tal vez otro día. Esta vez la putita es solo para mi —contesté guiñándole un ojo mientras me disponía a marchar.
—Si os animáis ya sabéis dónde estoy —invitó ella levantándose también la falda para mostrar un coño tan lampiño y tan húmedo como el de Bea.
—Lo tendremos en cuenta —respondí sonriendo antes de salir.
—Amo —preguntó Bea en voz baja—. No me importa si quieres compartirme. Si tu lo deseas lo haré.
—¿Y tú? ¿Lo deseas? —pregunté temiendo una respuesta afirmativa.
—Yo solo quiero complacerte. Si eso te hace feliz lo haré.
—Independientemente de eso. ¿Te gustaría? ¿O prefieres que sea yo solo el que te folle?
—Yo solo..
—No. Contesta a la pregunta. Sinceramente.
—Prefiero que me folles solamente tú. Me gusta ser tu puta. Pero si tú quieres que me folle otro lo haré sin protestar.
—Lo sé —dije acariciándole la mejilla—. Pero prefiero follarte solamente yo. No pienso compartirte con nadie.
—Gracias, amo. Eres muy bueno —yo ya había desistido de corregirla y dejé que siguiese llamándome amo.
Cuando llegamos a casa le ordené que se pusiese enseguida el vestido de criada y unos tacones de aguja. Parecía feliz cuando salió del dormitorio con su nuevo atuendo y la verdad es que estaba espectacular.
—Ven aquí —la llamé.
Se acercó hasta el sofá donde yo estaba sentado y se quedó de pie a mi lado.
—Date la vuelta e inclínate hacia delante.
Lo hizo mostrándome su turgente culo. En cuanto separé un poco una de sus nalgas ella misma las separó mostrándome su ano. Abrí un paquete que ella no había visto y saqué un plug anal con una graciosa cola de conejo en el extremo. Escupí en la punta para lubricarlo un poco y lo metí en el agujero. Bea soltó un gritito de dolor en cuanto se sintió traspasada por el aparato.
—Ya está —dije—. Ponte en pie para que pueda ver el efecto.
La imitación de cola de conejo asomaba justo por debajo de su falda dándole un aspecto muy cómico no exento de morbo. Le permití que fuese a mirarse al espejo. Al cabo de un momento volvió sonriente.
—¿Te gusta?
—Mucho, amo. Me gusta mucho.
—Pues quiero que lo lleves siempre. Así tu culo estará siempre listo para mi. ¿De acuerdo?
—Sí, amo —contestó obediente.
—Muy bien. Pues ahora ponme una copa y mientras me la tomo quiero que me hagas una buena mamada.
Corrió al mueble bar para servirme una generosa copa de licor y me la trajo dejándola sobre la mesa a mi lado. Después se arrodilló ante mi y me abrió el pantalón dispuesta a complacerme. Yo agarré una de las fustas que había quedado sobre el sofá y con ella tiré de su falda hacia arriba dejando su trasero descubierto.
A continuación, mientras ella se afanaba en hacerme una gran felación, de vez en cuando descargaba un golpe en sus nalgas arrancándole gemidos de dolor mezclados con placer. La muy puta disfrutaba de verse humillada chupando mi polla mientras yo la golpeaba o pasaba la fusta por sus nalgas acariciando las marcas que iban apareciendo. No me molesté en avisarla cuando estaba a punto de correrme. Me vacié en su boca a placer.
—No desperdicies ni una gota, puta —la advertí mientras descargaba un nuevo golpe en su enrojecido culo. Ella miró hacia arriba buscando mi mirada de aprobación. Sus ojos brillaban de felicidad y parecía sonreír con mi miembro llenando su boca.
—Puedes correrte si quieres —le permití. Vi que llevaba una mano a su coño para masturbarse mientras acababa de limpiar mi rabo.
Aparté su cabeza de mi polla para que pudiese acabar a placer. Dejó caer su cabeza en mi regazo mientras comenzaba a sentir los envites de su orgasmo. Acaricié su cabeza mientras se estremecía de placer. Me gustaba sentirla así, disfrutando de un intenso orgasmo a mis pies. Volvió a meterse mi polla en la boca mientras las última oleadas de placer la recorrían de pies a cabeza. Finalmente acabó rendida a mis pies, jadeante por el esfuerzo y el orgasmo. Quiso sentarse pero dio un respingo de dolor cuando el plug le recordó que seguía allí enterrado. Cuando su respiración se calmó un poco me miró a la cara.
—Gracias, amo. Eres muy bueno conmigo —dijo sonriendo.
—Gracias a ti, mi putita. Lo has hecho muy bien —le agradecí con una caricia en el rostro. Ella dejó su mejilla apoyada en mi mano un instante. Me gustó ese contacto.
Un rato después sonó el timbre de la calle. Indiqué a Bea que fuese a ver quien era y volvió corriendo a avisarme.
—Es Amparo —anunció con cara de preocupación.
—Pues abre —le ordené mientras me guardaba el miembro y me sentaba de nuevo.
Una par de minutos después Amparo entraba sonriente en el salón seguida de Bea que traía la cabeza gacha.
—Veo que tienes servicio doméstico —dijo Amparo a modo de saludo.
—¿Te gusta? Lamentablemente no puedo recomendarte la agencia. Esta es única —respondí mirando a Bea que sonrió con timidez, todavía intimidada por la presencia de Amparo.
—Me encantaría tener una así. O mejor un mayordomo. Con buenos atributos y un modelo acorde al que usa tu “criada”.
—De esos tampoco conozco. Pero dime. ¿A qué debemos tu agradable visita? Bea. Ponle una copa a nuestra invitada —ordené.
Bea no se hizo de rogar y enseguida dejó junto a Amparo un vaso de güisqui retirándose después un par de pasos.
—Traigo una historia, un plan y buenas noticias. Para los dos —dijo mirando a Bea también.
Guardé silencio esperando a que se explicase. Ella tomó un sorbo de su vaso antes de continuar.
—Cuando me contaste la historia de Antonio con Bea, debo reconocer que en un primer momento me importaba un bledo. Quizás por la argucia que habías tramado para verme. Lo que me hizo cambiar de opinión fue el hecho de que quisieses aprovecharte de eso. Cualquier otro lo habría hecho. ¿O es que ya no parezco atractiva? —preguntó girándose para sacar culo al tiempo que sonreía pícaramente.
—Por supuesto que es muy atractiva, Amparo —respondí sincero—. Pero yo no soy así.
—Tutéame cielo. A fin de cuentas en un par de días estaremos los cuatro cenando en amigable compañía. Desde que hablamos el otro día —continuó—, estuve haciendo un par de averiguaciones. Ya sabréis sobre qué. Y he trazado un plan para la cena del próximo viernes. Lo pasaremos en grande. Estoy deseando ver la cara de Antonio mientras me follas el culo —rió dando palmas como una niña pequeña.
—¿Estás segura de eso, Amparo? —yo no estaba todavía no lo acababa de ver tan claro.
—Y tanto que sí —sus ojos despedían un brillo malévolo—. Y ahora que lo pienso. Todavía no he visto tu aparato. Espero que estés a la altura.
—Por supuesto que lo está —saltó Bea indignada defendiendo mi hombría—. Mi amo tiene una polla como para dejarle el culo abierto hasta el día del juicio final.
—Eso espero, querida. Me gustan grandes —dijo pasando un dedo por la mejilla de Bea que bajó la mirada intimidada—. ¿Te importa?
Sin más preámbulos se paró frente a mí y sin apartar la mirada de mis ojos comenzó a bajar la cremallera de mi pantalón. A continuación soltó los botones y metió la mano bajo mi bóxer artapando mi polla todavía en posición de descanso. Acarició un momento mi polla sin dejar de mirarme. Mi polla comenzó a despertar a causa de las caricias de sus suaves manos. Amparo sonrió satisfecha y miró retadora a Bea que mantenía la mirada al suelo pero no perdía detalle.
—Cariño —Amparo llamo a Bea—. ¿Te importaría chuparla un poco? Quiero verla en todo su esplendor.
Bea titubeó un momento y se decidió en cuanto le hice una señal afirmativa con la cabeza. Se acercó y se arrodilló a mis pies. Bajó el bóxer y liberó mi polla mirando orgullosa a Amparo al ver que empezaba a ganar tamaño. Parecía ansiosa de demostrar que la polla de su amo era la mejor. Sin dudarlo ni un momento la engulló toda y jugó con su lengua alrededor para lograr que alcanzase su máximo esplendor.
Movió su cabeza adelante y atrás varias veces hasta que estuvo segura de que había logrado que mi rabo alcanzase el cenit de su tamaño. Entonces lo agarró por la base y tras un lametón en el glande lo mostró orgullosa a Amparo que se mordía el labio inferior evidentemente excitada.
—Guau —exclamó Amparo—. Estoy deseando tenerla dentro. Pero ahora cielo, por favor, acaba de chupársela mientras os cuanto mis planes.
Bea no se hizo repetir la orden y mirándome para pedir permiso volvió a chuparla con ansia. He de reconocer que me costó seguir el hilo del plan de Amparo mientras Bea me dedicaba una deliciosa felación, a fin de cuentas era una situación un tanto surrealista. Bea chupando mi rabo mientras Amparo desgranaba su plan sin perder de vista la actuación de Bea.
Finalmente me derramé en la boca de Bea. Ella ni intentó separarse en cuanto notó mi primera descarga. En lugar de eso siguió moviendo su cabeza adelante y atrás hasta que estuvo segura de que mi polla estaba impoluta.
—Entonces, queridos… ¿Estáis de acuerdo?
—Pero tu marido conocerá a Bea en cuanto la vea —dije yo.
—¿Ese? Que va. Le pondremos una peluca y ni se lo olerá. En lo único que se fija ese mierda es en el culo y las tetas. Creo que a veces piensa que las mujeres no tenemos cara.
—¿Es necesario que esté yo también? —preguntó Bea preocupada.
—Claro que sí cielo —la voz de Amparo era dulce mientras acariciaba cariñosa el rostro de Bea—. Tú también te mereces tu venganza contra ese hijo de puta. También eres su víctima. Siempre supe que era un putero. Y me daba igual. Pero lo que hizo contigo lo considero una violación. Y tendrás tu venganza. Te lo prometo. Aunque si lo prefieres puedes quedarte, si a Nesto le parece bien —concluyó mirándome interrogante.
—¿Quieres participar? —pregunté a Bea.
—Sí, amo. Me gustaría participar —contestó con voz ronca que demostraba el odio que sentía por su ex jefe.
—Perfecto. Estaba segura de que os gustaría. Por eso he traído ya esto —concluyó Amparo sacando una peluca trigueña de su bolso.
Amparo se marchó un par de minutos después tras concretar un par de detalles. Bea la acompañó a la puerta y al volver se colocó sumisa ante mí.
—Amo, creo que merezco un castigo —dijo. Noté un cierto tono esperanzado en su voz.
—¿Y eso? —pregunté intrigado.
—El licor que le puse a Amparo no era del bueno —confesó con una tímida sonrisa.
No pude evitar reírme. Que cabrona. Igual era un peligro que comenzase a hacer las cosas mal a propósito para que la castigase.
—Anda, ve a buscar la fusta que prefieras. Mereces que de deje el culo en carne viva por ser una maleducada con las visitas.
Se marchó corriendo feliz. Por supuesto la castigué a conciencia hasta que quedamos ambos satisfechos.
Y llegó el viernes de la famosa cena…
Llegamos a casa de Amparo a las ocho en punto. Tan pronto toqué el timbre Amparo abrió la puerta sonriente. La puerta daba acceso directo al salón. Antonio se levantó del sillón en que estaba tirado al oírnos llegar. Me costó trabajo no irme directo a partirle la cara. Pero la perspectiva de hacérselo pagar caro me hizo aguantar.
—Mira querido —lo llamó Amparo—. Estos son Juan y Sole, los amigos de los que te hablé. Verás que bien lo pasaremos los cuatro —habíamos decidido usar nombre falsos por si acaso.
El llegó hasta nosotros, o más bien hasta Bea y se apretó contra ella para saludarla con dos besos peligrosamente cerca de la boca. Creo que ni se fijó en mí. Por suerte Amparo tenía razón y por increíble que parezca no había reconocido a Bea.
Tras una copa hablando de cosas intrascendentes durante la cual Antonio no quitó ojo de las piernas de Bea nos sentamos a la mesa. La cena transcurrió amena. Amparo se multiplicaba para sacar temas de conversación y evitar que Antonio intentase monopolizar a Bea. Antonio trasegó copa tras copa que Amparo procuraba llenarle seguido. Al acabar la cena, Antonio roncaba como un becerro con la cabeza en la mesa.
—Nesto, ayúdame por favor —pidió Amparo levantándose en cuanto la cabeza de Antonio cayó sobre la mesa.
—¿No se habrá pasado, señora? —preguntó Bea preocupada. Desde luego no era nuestra intención matarlo.
—Tranquila querida. Solo dormirá como un tronco durante un rato. Y por favor, esta noche te ordeno que me llames Ama. ¿De acuerdo? —quiso saber mirando a los dos.
—Por mi vale —acepté encogiéndome de hombros.
—Como gustes, Ama —sonrió Bea.
Entre los tres llevamos a Antonio hasta un sofá. Lo echamos de bruces sobre el respaldo y lo desnudamos. Después Amparo sacó unas bragas rosas con puntillas horrorosas y se las puso a su marido hasta la rodilla. Estaba grotesco. Lo atamos para dejarlo inmovilizado y satisfechos de nuestro trabajo nos sentamos a esperar. Una cámara de vídeo lo filmaba desde un lateral para tener una buena imagen tanto de su cara como de su cuerpo.
Antonio no tardó mucho en despertar. Sacudió la cabeza intentando despejarse y miró alrededor. Al vernos mirándolo fue consciente de su desnudez.
—¿Qué demonios pasa aquí? Soltadme.
—Tranquilo, querido. Vamos a pasarlo muy bien los cuatro como te prometí.
—Joder, pero a mí no me gusta que me aten.
—Hoy lo haremos un poco distinto —contestó Amparo con un tono enigmático mientras se levantaba y acariciaba el rostro de Antonio—. Que pena que no se te empine. Pero aún así lo pasaremos bien. Prometido.
Mientras Antonio miraba sorprendido el panorama, Amparo comenzó a desnudarse sensualmente sin dejar de mirar a Antonio a los ojos.
—Zorrita, ven aquí y desnúdate —le ordenó a Bea. Yo seguía sus evoluciones desde el sofá con un vaso de licor en la mano. Bea se colocó ante Antonio de frente a Amparo y se desnudó. Parecía una diosa radiante de belleza. Amparo le quitó la peluca y la hizo girarse hacia su marido.
—¡Tú! Exclamó sorprendido.
—Si querido. Es ella, Bea. Ya veo que la recuerdas muy bien. Y este es su marido. Nunca lo habrás visto, pero sé que has hablado con él —yo levanté mi copa a modo de saludo, sonriente.
—Ahora, querida, quiero que me comas el chocho. Sé que a Antonio le gustará ver como lo haces.
Antonio tragó saliva ante la perspectiva del espectáculo lésbico que se se avecinaba. Yo dejé la copa y me levanté. Me acerqué a las dos mujeres y posando la mano en el culo de Amparo que gemía con los ojos cerrados la besé en la boca ignorando las protestas de Antonio. Amparo separó a Bea con dulzura.
—Ahora prepara la polla de tu amo para mí, querida. Mientras tanto voy a procurar un poco de silencio aquí.
Bea sacó obediente mi aparato de su prisión y comenzó a comerlo. Mientras lo hacía soltó mi pantalón y lo dejó caer al suelo para después hacer otro tanto con mi bóxer. Amparo había recogido su tanga del suelo cuando reparó en mi ropa interior. Sonriendo tomó mi bóxer.
—Esto será más adecuado —dijo mientras se acercaba a Antonio.
Sin dudarlo lo obligó a abrir la boca y le embutió mis gayumbos en la boca como si intentase cebar un capón sin hacer caso de las protestas de Antonio.
—Así, calladito estás más guapo —aseguró satisfecha antes de volverse junto a nosotros.
—Muy bien, putita. Veo que esa polla ya está lista. Ahora cariño, hazme el favor de preparar mi culo —ordenó a Bea abriendo separando sus nalgas con ambas manos.
Bea no se se hizo repetir la orden y comenzó a lamer el ojete de Amparo que disfrutaba de las caricias gimiendo cada vez más. Un par de gemidos más fuertes que los demás me indicaron que Bea le follaba el culo con la lengua. Yo tenía el rabo como el acero por la escena y Antonio peleaba contra sus ataduras inútilmente. Nunca lograría soltar los nudos.
Yo me senté en un sillón ante Amparo que disfrutaba del tratamiento de Bea con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior. En un momento dado abrió los ojos y vio mi polla en todo su esplendor ante ella.
—Gracias cielo. Creo que ya está listo.
Bea se separó y Amparo le mostró el culo ligeramente abierto a Antonio. Después se volvió de frente hacia él y retrocedió de espaldas hasta llegar a mi lado. Yo pasé una mano entre sus piernas y acaricié su sexo que soltaba ya sus jugos como una fuente.
—Cariño, ahí detrás de ese eunuco verás una bolsa con un regalo para ti —le indicó a Bea que se giró buscando la bolsa. En cuanto la localizó miró el interior y una sonrisa lobuna apareció en su rostro.
—¿Puedo, Ama? —preguntó Bea mostrando un arnés con una doble polla de buen tamaño. Así podría follarse a si misma mientras se follaba a Antonio.
—Por supuesto cariño. Estoy deseando vértelo puesto. Y tú, Antonio. Mira como se folla de verdad un culo. Como tú nunca has podido —dijo mirando a su esposo con malicia mientras se sentaba sobre mí dándome la espalda.
Amparo colocó sus pies sobre mis piernas abriendo las piernas todo lo posible para que Antonio tuviese una inmejorable vista de nuestros sexos. Después se incorporó un poco y tomando mi polla con la mano la guió para embocarla en su ojete. Cuando comenzó a entrar su boca se abrió tanto como los ojos de Antonio. Se detuvo un momento para coger aire y enseguida siguió bajando hasta empotrársela toda hasta que mis pelotas tropezaron en su culo. Bea miraba embobada desde detrás de Antonio mordiéndose el labio.
—Cariño —invitó Amparo con voz entrecortada a Bea sin dejar de subir y bajar—. ¿Qué tal si pruebas ese regalito?
—Será un placer obedecerte, Ama —contestó Bea feliz con voz ronca.
Sin más preámbulos y sin avisar a su víctima, agarró las caderas de Antonio y le clavó la falsa polla hasta el fondo. Un gruñido de dolor se escapó de la garganta de su víctima a la vez que sus ojos parecían querer escapar de sus órbitas. Bea tenía los dientes apretados mientras lo follaba con saña cada vez más rápido. Se estaba cobrando el hecho de que aquel hijo de puta hubiese puesto en peligro nuestro matrimonio. Estaba desatada, culeaba al pobre infeliz sin descanso ni tregua mientras el pobre diablo gemía indefenso mordiendo su mordaza sin poder separar sus ojos del brillante sexo de Amparo que seguía subiendo y bajando sobre mi polla para ensartarse hasta el fondo y volver a mostrarle ese tronco de carne que la perforaba hasta lo más hondo.
Amparo gemía y gritaba de placer, yo hacía otro tanto al sentir aquel apretado agujero abrazando mi miembro y Bea gritaba como si estuviese experimentando el mayor de los placeres. Tal vez si lo estaba logrando, después de todo.
No sé el tiempo exacto que estuvimos bombeando yo el culo de Amparo y Bea el de Antonio, eso da igual. Al cabo de un buen rato yo estaba a punto de reventar. Amparo se había corrido ya un par de veces ayudada por su mano en su clítoris. En realidad parecía el mismo orgasmo alargado o encadenado uno con otro. Finalmente agarré sus caderas y tiré de ella hacia abajo para clavarme lo más profundo posible en ella al tiempo que me descargaba. Ella gritó de placer al sentirse aun más llena mientras se metía tres dedos en la vagina y se pellizcaba el clítoris con la otra mano. Después se derrumbó de espalda sobre mí, agotada.
Bea soltó un grito salvaje demostrando que también había acabado. Sus manos estaban sobre la espalda de Antonio donde había clavado sus uñas hasta hacerle una auténtica carnicería. Estaba desatada. Lo chocante fue el gruñido de Antonio amortiguado por la mordaza.
Amparo se levantó liberando mi polla y se subió al sillón dónde nuestra víctima permanecía atada. Le sacó la mordaza y de pie sobre el asiento le dio la espalda a su marido y se inclinó para abrirse las nalgas y pegarlas a la cara de su marido.
—Tómate el postre, hijo de puta —su voz ronca demostraba todo su odio y desprecio por aquel guiñapo—. Quiero que te tragues toda la leche que sale de mi culo. ¿Lo ves? Eso es un hombre que me ha sabido follar. Me acaba de regalar más orgasmos esta noche que tú en toda tu miserable vida.
—¡Joder! —exclamó Bea mirando al suelo.
—¿Qué pasa? —me levanté de un salto asustado pensando que le había desgarrado el culo a Antonio. Amparo preguntó sin moverse qué había pasado. Lo único que le importaba en ese momento era que su marido se tragases toda mi leche directamente de su ojete.
—El muy cerdo se ha corrido —dijo Bea admirada.
Efectivamente, debajo de su polla un charco de semen evidenciaba que Antonio se había corrido por la follada salvaje de Bea. Amparo se rió sin bajarse todavía del sillón. Apretó la cabeza de su marido contra su culo con más fuerza.
—Trágatelo todo cerdito. Que se ve que te gusta, maricona de mierda —ordenó antes de soltar una carcajada malévola.
Cuando estuvo satisfecha se bajó del sillón y nos llamó a Bea y a mí.
—¿No lo soltamos? —pregunté señalando a Antonio.
—Déjalo. Creo que disfruta y todo, fíjate lo que te digo.
Nos sentamos los tres en un sofá frente a Antonio. Amparo hizo que yo quedase en medio. De vez en cuando acariciaba mi polla u obligaba a Bea a chupármela un poco mientras hablaba.
—Esta noche es muy importante —comenzó con voz pausada—. Ninguno de vosotros lo sabe, pero esta semana he estado haciendo averiguaciones sobre Nesto. Sabía que era abogado y he averiguado dónde trabajaba. Después me he informado sobre él y los informes que me han llegado son de lo más halagadores. Nesto, vosotros no lo sabéis —dijo mirándonos a Bea y a mí—. Pero aquí el polla triste es un empleado mio. Una maniobra que urdió el muy ladino por un tema de impuestos y demás. Pero yo tengo mis propios abogados y sé que tengo el control total del bufete.
—Así que, Antonio, estás despedido —anunció sonriendo.
—No puedes hacer eso. Yo levanté ese bufete. Es mio —protestó el otro mientras peleaba con sus ataduras.
—Oh. Sí que puedo. Y lo hago. Bueno, en realidad eres tú quien renuncia. Ahora te pasaré los documentos para que los firmes. Y si no lo haces —se adelantó levantando un dedo admonitorio a la protesta que comenzaba Antonio—. Será un placer hacer llegar ese vídeo a todos tus amigos. Y por supuesto a tus enemigos. Estarán encantados de ver como te corres mientras te rompen el culo.
Antonio tragó saliva y supo que debía callar y tragarse su odio.
—Nesto, hay una vacante como gerente en mi bufete. ¿Te interesa?
—¿Yo? ¿Porqué yo? —estaba asombrado y Bea a mi lado más.
—Porque has demostrado ser una persona honrada. Cualquier otro hijo de puta hubiese aprovechado lo sucedido para follarme sin más haciendo que yo pagase por las perrerías de ese desgraciado —escupió mirando a su marido—. Tú, en cambio, has sido sincero conmigo sin intentar sacar provecho de ningún tipo. Sé que amas a tu mujer y has procurado salvar vuestro matrimonio. Sé también que eres un buen profesional y que nunca me la jugarías. ¿Te interesa el puesto?
—Claro que sí —gritó Bea alborozada. Después bajó la cabeza avergonzada—. Perdón, amo. Ha sido por la emoción del momento.
—Creo que mereces una azotaina por hablar sin permiso. ¿No te parece? —sonreí mirándola. Ella sonrió sin levantar la cabeza.
—Si me lo permitís, me encantaría hacerlo yo mientras ella te la chupa —dijo Amparo poniéndose en pie como una niña ilusionada con un juguete nuevo.
—Bea —dije señalando con la cabeza mi pantalón tirado en el suelo. Ella lo entendió a la perfección y sonriendo quitó el cinturón para dárselo a Amparo que se colocó tras ella mientras Bea se arrodillaba en el sillón ofreciendo su culo al tiempo que se metía mi ya dura verga en la boca.
—Como dijo el otro —anunció Amparo muy teatralmente antes de descargar el primer golpe—. Creo que este es el comienzo de una bonita amistad.
La habitación era una suite enorme, todo maderas nobles y alfombras donde se habría perdido un explorador. En un lado había una cama enorme y al contrario habían hecho una pequeña sala de estar con un tresillo y una mesa al lado de un mueble bar muy bien surtido de las mejores bebidas.
Me quedé en medio de la habitación. Había planeado mi discurso pero la contemplación de esa mujer me había trastocado los planes. Me esperaba una mujer mucho mayor y me encontraba ante una mujer muy elegante vestida con un traje de falda con americana y una vaporosa blusa. Era casi tan alta como yo y tenía una hermosa melena casi rubia. El óvalo de su rostro era simplemente perfecto. Tenía un pecho no muy grande pero se levantaba orgulloso sin ayuda de sujetador tal y como mostraban sus pezones. Posiblemente fuese operado para salvar simplemente la fuerza de la gravedad. Sus caderas no eran demasiado anchas pero tenía un culo de escándalo al que seguían unas piernas perfectas.
Ella me sorprendió observándola. Sonrió y me acercó una copa.
—¿Le gusta lo que ve?
—Perdone. No es eso lo que miraba.
—Vaya—se quejó bromeando—. ¿Es qué soy poca cosa para usted?
—No me malinterprete —atajé—. Es usted muy bella. Pero me sorprendió su juventud. Su marido es bastante mayor que usted, creo.
El comentario le arrancó una sonrisa encantadora. Seguramente yo le parecía un hijo de puta, pero aun así le parecía una situación divertida. Se sentó en uno de los sillones. Tal vez para evitar que me sentase ya a su lado.
—Entonces mejor para ti. Perdona que te tutee, pero soy mayor que tú y creo que tengo derecho. Si tengo que chupártela te trataré como me dé la gana.
—Sin problemas —acepté sentándome en el otro sillón frente a ella. Una mesa nos separaba—. Si lo prefiere, mi nombre es Nesto. Un diminutivo de Ernesto.
—Tu nombre no me importa. Pero si quieres saberlo yo soy Amparo.
—Mucho gusto, Amparo —dije con una ligera inclinación de cabeza.
—Siento no poder decir lo mismo —contestó antes de tomar un nuevo trago e ignorarme.
Yo me quedé en silencio pensando en cómo afrontar la conversación. Cuando contaba con encontrar una mujer mucho mayor hecha un mar de lágrimas por la extorsión con que contaba tener que pagar la cosa parecía más sencilla. En cambio esta mujer parecía decidida y no parecía importarle lo que sucediese aunque claramente no era por sentirse atraída por mí. Fue ella quien rompió el silencio.
—Bueno. ¿Y cómo quiere hacerlo? —preguntó.
—¿Perdón? —me había pillado abstraído todavía.
—Pregunto que cómo quieres follarme. ¿Quieres que me tumbe en la cama abierta de piernas o prefieres que lo haga apoyada en el sofá para follarme por detrás?
—No será necesario nada de eso —aseguré recobrando mi aplomo.
—¿Acaso esperas que me arrodille ante ti y te la chupe? Puedes esperar sentado.
—Tengo una curiosidad. ¿Qué motivo le ha dado su marido para verse hoy aquí en esta situación? —pregunté dejándola descolocada.
—¿Y eso qué importa?
—Puede que nada o puede que mucho. ¿Puede contestarme?
—Sé que lo extorsionas por un caso en el cual digamos que “modificó” algunas pruebas para ganar. Espero que con lo de ahora esa presunta deuda quede saldada.
—Me temo que su marido no ha sido del todo sincero. No pretendo cobrar nada. Eso solo se lo dije a su marido para ver que tragaderas tenía. En realidad vengo a darle algo.
Amparo se quedó muda mirándome con los ojos achicados. ¿Quién era el tipo que tenía delante y qué pretendía? Había despertado su curiosidad.
—Me temo que no entiendo lo qué sucede —admitió.
—Es sencillo —dije pasándole el móvil con la galería de imágenes abierta. Después dejé un pendrive sobre la mesa.
Su rostro fue cambiando de color a medida que veía las fotos. Fue evidente que reconoció a su marido follándose a Bea pero todavía no acababa de entender que pretendía yo. ¿Dinero por las fotos?
—Ya veo que mi marido se divierte mucho. Eso no me sorprende —dijo dejando de nuevo el móvil en la mesa. Había visto el pendrive pero fingió ignorarlo.
—Y a mí no me importaría si esa no fuese mi mujer. Y el hijo de puta de su marido la forzó y la chantajeó para poder tirársela cuando le apetezca —esperé un alegato defendiendo al cabrón pero este no llegó.
—¿Y según entiendo usted exigió follarme a mi en compensación?
—Eso le dije, sí. En realidad solo quería verla para entregarle esas fotos —señalé el pendrive— para que sepa con que hijo de puta está casada. Solamente eso.
Me levanté dispuesto a marcharme. Ella se había quedado con la boca abierta y me pareció el mejor momento para abandonar la habitación. Cuando llegué a la puerta y estaba a punto de abrir su voz me detuvo.
—Espere un momento. Por favor —añadió en un tono de voz que había perdido toda su altivez—. ¿Podemos hablar un momento?
—Claro —dije tras pensarlo unos segundos. Su voz me decía que algo había cambiado dentro de ella. Ya no era la mujer altiva a la que no le importaba comportarse como una puta por salvar a su marido. Ahora parecía haber un ser humano dentro de ella.
—Siéntese por favor. Necesito que me aclare un par de cosas.
—Usted dirá —contesté tomando asiento de nuevo.
—Quisiera saberlo todo de este asunto —dijo señalando el pendrive que no había tocado. Su voz era suave. Casi suplicante.
Durante la siguiente media hora fui narrándole todo lo sucedido punto por punto. No le ahorré detalle por escabroso que fuese. Tampoco pretendí quedar como un santo, así que le conté las medidas que había tomado con Bea. Ella no pareció juzgarme y solo me interrumpió en un par de ocasiones para pedirme más detalles en algún momento. Cuando acabé ella se levantó en silencio y puso dos nuevas copas. Cuando me alargó una de ellas se dirigió a mi en voz baja. Casi con vergüenza.
—¿Y a pesar de todo usted no tenía pensado cumplir la amenaza que le hizo a mi marido? ¿Tal vez porque esperaba encontrar a una vieja?
—No. Es que yo no soy como su marido. Solo pretendía informarla porque creo que tenía derecho a saberlo. Y usted es una mujer muy hermosa. Por eso entiendo menos a su marido —añadí arrancándole una tímida sonrisa de agradecimiento por el cumplido.
—No sabe cómo lamento todo lo sucedido.
—Usted no tiene la culpa —le contesté con sinceridad—. Tanto usted como yo somos víctimas de las circunstancias.
—Y su esposa también, por lo que me cuenta.
—Sí. Pero tal vez ella debió ser más firme y nada de esto hubiese sucedido. En fin, no la entretengo más —me despedí dispuesto a irme.
—¿Puedo pedirle un favor? —preguntó con humildad en la voz.
—Si está en mi mano…
—Me gustaría conocer a su esposa —pidió mirándome a lo ojos.
—¿Y eso? ¿Para qué? —estaba sorprendido por la petición.
—Necesito verla. Conocerla. Si a usted no le importa, claro.
—De acuerdo —acepté—. Si así lo desea, no tengo inconveniente.
Ella había llegado en un taxi, así que la llevé en mi coche. Después ella tomaría un taxi de vuelta a su casa. No tardamos en llegar. Abrí el portal y la invité a pasar. Subimos en el ascensor en silencio. Pude sentir su aroma. Era sencillamente embriagador. No entendía como teniendo aquella pedazo hembra en casa, el gilipollas de Don Antonio se fijaba en otras. Aquella era una mujer que colmaría los deseos de cualquier hombre. Llegamos al piso y salí primero del ascensor para abrir la puerta.
Bea estaba arrodillada, tal y como esperaba, en medio del salón. Al descubrir a Amparo no pudo reprimir un grito de pavor mientras intentaba cubrir su desnudez.
—No te molestes —le ordené seco—. Quiero presentarse a Doña Amparo. La esposa de Don Antonio.
Bea se llevó las manos a la boca asustada. Dos lágrimas asomaron a sus ojos muerta de vergüenza al verse ante la mujer de su jefe. Ante la mujer a la que había corneado aunque hubiese sido en contra de su voluntad. Amparo se acercó y la miró con interés.
—Ponte en pie —ordenó. Bea no se movió.
—La señora te ha ordenado algo —amenacé con voz cortante.
Al oír mi voz Bea obedeció levantándose al instante. Se quedó en pie muy quieta, la cabeza hundida y las manos tapando su sexo por vergüenza.
—Las manos en los costados —ordené.
—No es necesario —cortó Amparo con voz suave mientras daba vueltas alrededor de Bea examinándola con interés—. Tienes una hermosa mujer, Nesto.
—Gracias —dije—. Lástima todo lo sucedido.
—Sí —coincidió ella—. Es una lástima. Pero tal vez salga algo bueno de todo esto.
—Dime una cosa, bonita —preguntó mirando a Bea mientras le levantaba la barbilla con un dedo—. ¿Alguna vez mi marido te folló el culo?
—No señora —admitió Bea—. Lo intentó un par de veces pero…
—...Pero el gusanito que tiene entre las piernas no vale para eso. Ni para nada —concluyó Amparo la frase.
—No señora —admitió Bea en voz baja.
—Pues creo que ya sé lo que haremos. Nesto —dijo alegre dirigiéndose a mi—. Quiero que me folles el culo. Quiero que me lo dejes lleno de leche.
—¿Perdón? —pregunté con los ojos como platos. Era la última cosa que esperaba oír.
—Lo que has oído. No creo que aquí tu putita tenga derecho a recriminarnos nada. Nos cobraremos lo que ellos han hecho y quiero enseñarle a Antonio lo que un hombre de verdad puede hacer. A él le encantaría poder follarse un culo, pero con la mierda de colgajo que tiene apenas es capaz de hacerlo por el coño —explicó.
—Pero yo… —no me salían las palabras por la sorpresa.
—¿A ti. te parece bien, putita? —preguntó Amparo a Bea.
—Sí, señora. Si mi amo lo desea puede hacer lo que quiera.
—No es eso lo que te ha preguntado —dije con voz neutra—. Te ha preguntado si te parece bien. Y mírame a los ojos para responder.
Bea levantó la mirada. Una tímida sonrisa teñida de tristeza asomaba a su cara. Me miró fija y decididamente a los ojos antes de contestar.
—Sí, amo. Me parece bien que le folles el culo a la señora —admitió dejándome sin palabras. Su voz decía que era sincera.
—Genial —dijo Amparo como si hubiésemos decidido jugar al monopoly—. Pues entonces os espero el próximo viernes a las ocho para cenar. Ya veréis cómo lo pasaremos en grande. Se me está ocurriendo una idea maravillosa.
—¿A cenar? ¿Estará su marido? —estaba intrigado.
—Claro que estará. El será… el invitado de honor, por decirlo así —una sonrisa malvada se dibujó en su rostro—. Y ahora debo irme, que he de preparar un par de cosas.
La acompañé hasta la puerta y abrí. En la puerta me dio un pico antes de decirme:
—Pronto tendréis noticias mías. Muy buenas noticias —añadió guiñándome un ojo como una niña traviesa.
Volví al salón. Bea me miraba con los ojos como platos como intentando saber qué iba a pasar. Parecía asustada ante la perspectiva de tener que cenar con su antiguo jefe. A mí tampoco me hacía ninguna ilusión tenerlo delante, pero algo me decía que podía confiar en Amparo.
Me dejé caer en el sofá dando vueltas a la cabeza. Bea se quedó a mi lado en pie, esperando cualquier orden por mi parte. ¿Tal vez Amparo pretendía que le follase el culo delante de su marido? Eso sería algo muy loco y desde luego sería algo digno de verse.
Pensar en eso me hizo recordar que nunca me había follado el de Bea y de repente me apeteció hacerlo.
Me puse en pie y me acerqué a ella que seguía inmóvil esperando mis órdenes. La rodeé y me quedé un momento detrás admirando sus nalgas. Ella debía esperar un castigo, pues su respiración se volvió más agitada. Cuando mi mano rozó una de ellas no pudo reprimir un respingo. Pasé un dedo a lo largo de su columna.
—Tranquila. No voy a pegarte. A no ser que lo merezcas. ¿Lo mereces?
—Sí, amo —respondió enseguida.
—¿Por qué?
—Por haber sido una zorra y hacerte daño, amo —respondió mirando al suelo. Su respiración era cada vez más agitada.
—Bien. Me gusta que reconozcas tus faltas —dije mientras le daba un cachete—. Pero tus faltas merecen algo más que un par de golpes en el culo. Merecen más… castigo. ¿Estás de acuerdo?
—Sí, amo —su voz ahora indicaba un cierto temor a lo que podría venir a continuación.
La agarré por el pelo y la obligué a inclinarse sobre el respaldo del sofá. Ella tan solo soltó un pequeño grito fruto de la sorpresa. Seguramente estaba esperando que maltratase sus blancas nalgas. En lugar de eso las acaricié. Sabía que ella esperaba ansiosa el primer golpe. Con el pie la obligué a separar las piernas. Después pasé una mano por su sexo. Estaba ya húmedo. Metí sin consideración un par de dedos hasta donde pude y ella soltó un gemido mezcla de dolor, sorpresa y placer.
Me agaché tras ella y separé sus nalgas. Su ojete se presentaba ante mí como una delicia. Sin poder resistirme pase mi lengua a lo largo de toda la raja y tracé un par de círculos alrededor de aquel agujero que me pedía ser desflorado.
—¿Alguna vez te han follado el culo?
—No, amo —su voz ahora temblaba. Parecía saber lo que vendría a continuación.
—¿Lo deseas? —no contestó.
—¡Contesta! —exigí propinándole una palmada.
—Yo solo deseo complacerte, amo —parecía a punto de empezar a llorar.
—¿Quieres que te rompa el culo, zorra?
—Solo quiero complacerte, amo —ahora lloraba ya sin disimulo.
—No es eso lo que te pregunto. Contesta.
—Tengo miedo, amo. Nunca me han follado por el culo y me da miedo.
—Muy bien —decidí—. La mejor manera de perder el miedo es enfrentándose a lo que tememos. No te muevas de esa posición.
Fui a la cocina y cogí la tarrina de mantequilla. Sí, en ese momento estaba recordando el “Último tango en París”. Volví a su lado y tal como le había ordenado no se había movido. Levanté su rostro y vi que estaba surcado de lágrimas. Aunque no le dije nada decidí que sería cuidadoso. Tampoco quería convertirlo en algo traumático. Abrí la tarrina y cogí un puñado con la mano que unté en su ojete. Ella hizo el amago de cerrar las nalgas pero se lo impedí. Tras untarlo bien metí el índice poco a poco. Quería ver como se deslizaba. No costó demasiado aunque en un acto reflejo intentó cerrar el esfínter.
Metí y saqué varias veces el dedo hasta que sentí que se relajaba un tanto. Era el momento de meter un dedo más. Entonces comenzó a gemir aunque procuraba no hacerlo demasiado fuerte.
—¿Te duele?
—Un poco, amo.
—¿Y te gusta?
—Sí, amo —pensé que la respuesta se debía más a su interés en complacerme que al posible gozo que pudiese sentir. Pero en ese momento me daba igual. Me estaba convirtiendo en alguien completamente distinto. Me empezaba a gustar esto de humillarla y golpearla hasta hacerle sentir dolor.
Cogí un último puñado de mantequilla y me unté el rabo. Arrimé el glande a su esfínter y empujé. Bea arqueó la espala mientras soltaba un gruñido por el esfuerzo que le suponía amoldar su virgen ano a mi polla. Agarré sus caderas y empujé poco a poco. He de reconocer que aguantó como una campeona. Sus manos estaban crispadas agarrando el respaldo del sofá. Creí que le arrancaría un pedazo. Pero seguí empujando hasta que la mitad estuvo dentro. Ahí me detuve un momento esperando que su culo se amoldase al intruso. Su respiración parecía normalizarse. Volví a empujar. Esta vez me pareció que era ella quien empujaba su cadera hacia atrás buscando encularse con mi polla. Su espalda se puso más recta levantando el culo. Poco después había llegado al fondo. Me detuve de nuevo esperando que se acostumbrase a mi polla. Un minuto después estaba bombeando con ganas. Mi polla estaba deliciosamente apretada en aquel agujero por el que nunca había entrado nadie.
—Puedes correrte si lo deseas —le permití.
—Gracias, amo. Casi estoy —admitió mientras una de sus manos bajaba para colarse entre sus piernas.
Seguí dándole duro hasta que poco después un apagado alarido me indicó que Bea había alcanzado el clímax. Agarré sus tetas y tiré de sus pezones para alargarlo en lo posible mientras yo me derramaba dentro de ella. Cuando acabé me dejé caer sobre su espalda y la besé.
Cuando sentí que mi miembro perdía consistencia me retiré, la tomé por el pelo y la obligué arrodillarse ante mí.
—Limpia —ordené.
No hizo falta más. Se tragó mi polla que estaba apenas morcillona y la chupó con esmero mirándome a la cara. Me pareció ver una sonrisa en su cara y una chispa de felicidad en sus ojos. Al cabo de un rato le ordené parar.
—Gracias, amo —dijo bajando la cabeza y besando mis pies.
—¿Por qué? —me había pillado por sorpresa.
—Por todo. Por haberlo hecho con cuidado. Era mi primera vez y tenía miedo.
—¿Te ha gustado?
—Sí, amo. ¿Pero puedo pedirte algo?
—Claro. No sé si te lo concederé, pero no te voy a negar el derecho a pedirlo.
—La próxima vez… ¿Podrías golpearme en el culo mientras me follas? —preguntó mirándome. Ahí me pilló desprevenido. Joder que vicio tenía la muy zorra.
—Tranquila. La próxima vez te levantaré la piel de las nalgas a correazos —concedí. Me pareció ver una lucecita de deseo en su mirada.
Le ordené que hiciese la cena mientras me duchaba y tras la cena me senté a disfrutar de una copa mientras ella permanecía echada a mis pies como si se tratase de una perra. De vez en cuando le acariciaba la cabeza y le permitía que ella acercase su cara a mis piernas.
Cuando acabé la copa decidí que era buena hora para descansar, así que le ordené recoger todo mientras me iba a dormir.
Esa noche le permití elegir donde dormir. Me preguntó si me importaría que durmiese a mi lado. Por supuesto yo lo estaba deseando, así que lo hice. Cuando desperté seguía abrazada a mi, sonriente de felicidad por haber conseguido mi perdón. Le di una palmada en el culo y le ordené que me hiciese el desayuno.
Con la sonrisa de felicidad pintada en la cara se levantó y salió corriendo a la cocina. Cuando llegué un delicioso aroma a café salía de mi taza y ella seguía desnuda.
—¿Y tú? ¿No desayunas?
—Después de ti., amo —contestó bajando la cabeza—. Una esclava no debe comer con su amo.
—No quiero que seas mi esclava. Yo te quiero —le dije levantado su barbilla para ver sus ojos.
—¿No sirvo como esclava, amo? —preguntó con las lágrimas asomando a sus ojos.
—Claro que sí. Eres la mejor. Hagamos una cosa, si te parece bien.
—Dime, amo. Lo que desees —dijo abriendo los ojos esperando una buena noticia.
—¿Te gustaría ser mi sirvienta? Prometo castigarte si haces algo mal.
—Gracias, amo. Me encantaría —contestó sonriendo.
—De acuerdo. Pues entonces deja de llamarme amo y llámame… ¿Señor?
—Gracias, señor —volvió a sonreír alegre por el nuevo rol que disfrutaría—. ¿Y me castigarás si hago algo mal?
—Siempre que lo merezcas. O lo desees —añadí agarrando uno de sus pezones que estaban ya duros por la excitación que le provocaba saber que sería castigada. Lo retorcí un poco provocando que se mordiese el labio para no gritar.
—¿Lo merecía, señor? —me preguntó.
—No. Pero creo que lo deseabas —contesté sonriente.
—Gracias señor. No podría vivir sin ti., señor.
Esa confesión me desarmó. Me costaba castigarla. Yo prefería acariciarla y besarla. Pero precisamente por el amor que sentía por ella, por saber que era lo que prefería, me obligaba a mí mismo a castigarla. Por suerte poco a poco fui acostumbrándome y aunque me costaba golpearla, al menos disfrutaba penetrándola mientras lo hacía. Por si acaso decidí que tendríamos una palabra de control por si me pasaba en los castigos. Decidí que cuando no pudiese más debería decir “Antonio”. Lógicamente era una palabra que nunca hubiese pronunciado delante de mí.
Me despedí de Bea con un beso. Hacía ya varios días que no nos besábamos y yo no aguantaba más sin sentir la tibieza de sus labios en los míos. Pude notar que ella también lo extrañaba. Mientras lo hacía le agarré un pezón y tiré de el con fuerza. Su lengua se enroscó en la mía con más ansia agradeciendo el castigo. Una mano en su sexo me indicó que estaba chorreando. Pero por desgracia no me quedaba tiempo para follarla antes de irme a trabajar.
—Puedes coger uno de mis cinturones para castigarte mientras te masturbas en mi ausencia —le dije al oído mientras me despedía.
—Gracias, amo. Te quiero.
—Y yo a ti. Después te llamo —me despedí antes de marcharme.
Ella se quedó en la puerta mostrando su desnudez hasta que llegó el ascensor. Tal vez le daba morbo el que pudiese aparecer alguien y la descubriese así. Me fui a trabajar bastante animado. La mañana se me hizo eterna. Tenía ganas de acabar para darle una sorpresa a Bea. Cuando salí la llamé.
—Quiero que te vistas. Vamos a ir de compras. Ponte una minifalda pero no quiero que te pongas bragas. ¿De acuerdo?
—Sí amo. Como ordenes —contestó con voz cantarina. Obvié el hecho de que me llamase amo. Por lo visto ella lo prefería, así que decidí permitírselo.
Cuando llegué a casa ella me esperaba en el portal. Llevaba una minifalda sencilla con una camiseta blanca y una cazadora del mismo color que la falda. Unas botas hasta la rodilla completaban su atuendo. Estaba para follársela encima del capó del coche. Subió al coche y arranqué tras darle un piquito.
—¿A dónde vamos, amo? —preguntó ansiosa.
—Es una sorpresa. Espero que te guste —contesté sin descubrir mis intenciones.
Crucé casi toda la cuidad para encontrar el sitio. Nunca había estado pero conocía de su existencia por un compañero de trabajo. Se trataba de un sex-shop enorme. Cuando llegamos a la puerta sentí que a Bea se le aceleraba el pulso.
—¿Es aquí? —preguntó como una niña a la puerta de una juguetería
—Sí. Aquí es. Vamos a ver si encontramos algo para ti. —le sonreí.
La tienda la regentaba una chica joven. Era alta y vestía una falda de tul muy amplia. Encima llevaba un corpiño que parecía a punto de dejarla sin respiración. El corpiño levantaba un par de tetas que asomaban generosas a punto de desbordarse fuera de la prenda. Tenía el pelo negro rizado y la cara con apenas un toque de colorete y los labios y los ojos pintados en negro.
—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarles? —saludó sonriente en cuanto entramos.
—Verás —expliqué—. Estamos buscando algo para mi… putita. Un poco de ropa y algo para castigarla cuando se porte mal. ¿Me explico?
—A la perfección, caballero. Síganme, por favor —sonrió ella echando a andar meneando exageradamente las caderas.
La seguimos por la tienda hasta el fondo. A un lado del pasillo había una gran variedad de prendas colgadas en sus perchas. Al otro un montón de artículos de sado-maso.
—Espero que aquí encuentren lo que buscan —dijo sonriente antes de dejarnos solos—. Ahí tienen los probadores.
—Bien —dije abriendo los brazos—. ¿Ves algo que te guste?
Bea se deleitó mirándolo todo. Parecía deseosa de probar cada fusta, cada látigo, cada dildo. Mientas ella elegía una fusta yo miré un par de prendas. Vi un uniforme de chacha que me pareció divertido.
—Anda. Pruébate esto —le dije alargándole la percha.
Ella entró en el probador ansiosa. Cuando abrió la puerta me quedé sin aliento. El corpiño levantaba sus tetas mostrando un escote por el que parecían a punto de escapar. La falda no llegaba a tapar del todo su culo y por delante a duras penas escondía su sexo. Verla así me provocó una erección de caballo.
—¡Joder! —exclamé—. Estás para follarte aquí mismo.
—¿Te gusta, amo? —preguntó girando sobre si misma para mostrarme el conjunto.
—Ya te digo. Si te gusta a ti. nos lo llevamos.
Su respuesta fue colgarse de mi cuello para besarme. No hacía falta ser muy listo para ver que eso era un sí. Me llamó la atención una especie de corpiño hecho con tiras de cuero negro que exhibía un maniquí. En realidad no tapaba nada. Simplemente agarraba el cuerpo de tal forma que comprimía el pecho empujando los pezones hacia delante para exponerlos al castigo. Es resto de correas disponían de argollas para poder inmovilizar a la presa a placer dejando sus agujeros a disposición del verdugo. Decidí llevarlo también. La compra se completó con un par de fustas elegidas por Bea, unas pinzas para los pezones unidas por una cadena y un par de dildos.
Tras revisar una vez más el muestrario nos dirigimos a pagar. La encargada de la tienda elogió nuestra elección mientras evaluaba con la mirada a Bea.
—Parece que te lo vas a pasar de miedo —le dijo sonriendo con picardía.
—Estoy chorreando solo de pensarlo —reconoció Bea levantando un poco la falda para mostrar su coño. Era verdad. Sus muslos brillaban de la humedad. No me pude resistir y pasé mis dedos por la raja antes de llevarlos a la boca para saborear aquel dulce néctar.
—¿Puedo? —preguntó la encargada.
—Sírvete —la invité.
Bea mantuvo la falda levantada mientras la chica pasaba sus dedos lentamente por su sexo sin dejar de mirarla a los ojos. Después, lentamente y manteniendo la vista fija en la cara de Bea que comenzaba a teñirse de rubor por el calentón se los llevó a la boca y lo saboreó como había hecho yo.
—Mmmm… delicioso. Me encantaría participar —dijo mirándome.
—Tal vez otro día. Esta vez la putita es solo para mi —contesté guiñándole un ojo mientras me disponía a marchar.
—Si os animáis ya sabéis dónde estoy —invitó ella levantándose también la falda para mostrar un coño tan lampiño y tan húmedo como el de Bea.
—Lo tendremos en cuenta —respondí sonriendo antes de salir.
—Amo —preguntó Bea en voz baja—. No me importa si quieres compartirme. Si tu lo deseas lo haré.
—¿Y tú? ¿Lo deseas? —pregunté temiendo una respuesta afirmativa.
—Yo solo quiero complacerte. Si eso te hace feliz lo haré.
—Independientemente de eso. ¿Te gustaría? ¿O prefieres que sea yo solo el que te folle?
—Yo solo..
—No. Contesta a la pregunta. Sinceramente.
—Prefiero que me folles solamente tú. Me gusta ser tu puta. Pero si tú quieres que me folle otro lo haré sin protestar.
—Lo sé —dije acariciándole la mejilla—. Pero prefiero follarte solamente yo. No pienso compartirte con nadie.
—Gracias, amo. Eres muy bueno —yo ya había desistido de corregirla y dejé que siguiese llamándome amo.
Cuando llegamos a casa le ordené que se pusiese enseguida el vestido de criada y unos tacones de aguja. Parecía feliz cuando salió del dormitorio con su nuevo atuendo y la verdad es que estaba espectacular.
—Ven aquí —la llamé.
Se acercó hasta el sofá donde yo estaba sentado y se quedó de pie a mi lado.
—Date la vuelta e inclínate hacia delante.
Lo hizo mostrándome su turgente culo. En cuanto separé un poco una de sus nalgas ella misma las separó mostrándome su ano. Abrí un paquete que ella no había visto y saqué un plug anal con una graciosa cola de conejo en el extremo. Escupí en la punta para lubricarlo un poco y lo metí en el agujero. Bea soltó un gritito de dolor en cuanto se sintió traspasada por el aparato.
—Ya está —dije—. Ponte en pie para que pueda ver el efecto.
La imitación de cola de conejo asomaba justo por debajo de su falda dándole un aspecto muy cómico no exento de morbo. Le permití que fuese a mirarse al espejo. Al cabo de un momento volvió sonriente.
—¿Te gusta?
—Mucho, amo. Me gusta mucho.
—Pues quiero que lo lleves siempre. Así tu culo estará siempre listo para mi. ¿De acuerdo?
—Sí, amo —contestó obediente.
—Muy bien. Pues ahora ponme una copa y mientras me la tomo quiero que me hagas una buena mamada.
Corrió al mueble bar para servirme una generosa copa de licor y me la trajo dejándola sobre la mesa a mi lado. Después se arrodilló ante mi y me abrió el pantalón dispuesta a complacerme. Yo agarré una de las fustas que había quedado sobre el sofá y con ella tiré de su falda hacia arriba dejando su trasero descubierto.
A continuación, mientras ella se afanaba en hacerme una gran felación, de vez en cuando descargaba un golpe en sus nalgas arrancándole gemidos de dolor mezclados con placer. La muy puta disfrutaba de verse humillada chupando mi polla mientras yo la golpeaba o pasaba la fusta por sus nalgas acariciando las marcas que iban apareciendo. No me molesté en avisarla cuando estaba a punto de correrme. Me vacié en su boca a placer.
—No desperdicies ni una gota, puta —la advertí mientras descargaba un nuevo golpe en su enrojecido culo. Ella miró hacia arriba buscando mi mirada de aprobación. Sus ojos brillaban de felicidad y parecía sonreír con mi miembro llenando su boca.
—Puedes correrte si quieres —le permití. Vi que llevaba una mano a su coño para masturbarse mientras acababa de limpiar mi rabo.
Aparté su cabeza de mi polla para que pudiese acabar a placer. Dejó caer su cabeza en mi regazo mientras comenzaba a sentir los envites de su orgasmo. Acaricié su cabeza mientras se estremecía de placer. Me gustaba sentirla así, disfrutando de un intenso orgasmo a mis pies. Volvió a meterse mi polla en la boca mientras las última oleadas de placer la recorrían de pies a cabeza. Finalmente acabó rendida a mis pies, jadeante por el esfuerzo y el orgasmo. Quiso sentarse pero dio un respingo de dolor cuando el plug le recordó que seguía allí enterrado. Cuando su respiración se calmó un poco me miró a la cara.
—Gracias, amo. Eres muy bueno conmigo —dijo sonriendo.
—Gracias a ti, mi putita. Lo has hecho muy bien —le agradecí con una caricia en el rostro. Ella dejó su mejilla apoyada en mi mano un instante. Me gustó ese contacto.
Un rato después sonó el timbre de la calle. Indiqué a Bea que fuese a ver quien era y volvió corriendo a avisarme.
—Es Amparo —anunció con cara de preocupación.
—Pues abre —le ordené mientras me guardaba el miembro y me sentaba de nuevo.
Una par de minutos después Amparo entraba sonriente en el salón seguida de Bea que traía la cabeza gacha.
—Veo que tienes servicio doméstico —dijo Amparo a modo de saludo.
—¿Te gusta? Lamentablemente no puedo recomendarte la agencia. Esta es única —respondí mirando a Bea que sonrió con timidez, todavía intimidada por la presencia de Amparo.
—Me encantaría tener una así. O mejor un mayordomo. Con buenos atributos y un modelo acorde al que usa tu “criada”.
—De esos tampoco conozco. Pero dime. ¿A qué debemos tu agradable visita? Bea. Ponle una copa a nuestra invitada —ordené.
Bea no se hizo de rogar y enseguida dejó junto a Amparo un vaso de güisqui retirándose después un par de pasos.
—Traigo una historia, un plan y buenas noticias. Para los dos —dijo mirando a Bea también.
Guardé silencio esperando a que se explicase. Ella tomó un sorbo de su vaso antes de continuar.
—Cuando me contaste la historia de Antonio con Bea, debo reconocer que en un primer momento me importaba un bledo. Quizás por la argucia que habías tramado para verme. Lo que me hizo cambiar de opinión fue el hecho de que quisieses aprovecharte de eso. Cualquier otro lo habría hecho. ¿O es que ya no parezco atractiva? —preguntó girándose para sacar culo al tiempo que sonreía pícaramente.
—Por supuesto que es muy atractiva, Amparo —respondí sincero—. Pero yo no soy así.
—Tutéame cielo. A fin de cuentas en un par de días estaremos los cuatro cenando en amigable compañía. Desde que hablamos el otro día —continuó—, estuve haciendo un par de averiguaciones. Ya sabréis sobre qué. Y he trazado un plan para la cena del próximo viernes. Lo pasaremos en grande. Estoy deseando ver la cara de Antonio mientras me follas el culo —rió dando palmas como una niña pequeña.
—¿Estás segura de eso, Amparo? —yo no estaba todavía no lo acababa de ver tan claro.
—Y tanto que sí —sus ojos despedían un brillo malévolo—. Y ahora que lo pienso. Todavía no he visto tu aparato. Espero que estés a la altura.
—Por supuesto que lo está —saltó Bea indignada defendiendo mi hombría—. Mi amo tiene una polla como para dejarle el culo abierto hasta el día del juicio final.
—Eso espero, querida. Me gustan grandes —dijo pasando un dedo por la mejilla de Bea que bajó la mirada intimidada—. ¿Te importa?
Sin más preámbulos se paró frente a mí y sin apartar la mirada de mis ojos comenzó a bajar la cremallera de mi pantalón. A continuación soltó los botones y metió la mano bajo mi bóxer artapando mi polla todavía en posición de descanso. Acarició un momento mi polla sin dejar de mirarme. Mi polla comenzó a despertar a causa de las caricias de sus suaves manos. Amparo sonrió satisfecha y miró retadora a Bea que mantenía la mirada al suelo pero no perdía detalle.
—Cariño —Amparo llamo a Bea—. ¿Te importaría chuparla un poco? Quiero verla en todo su esplendor.
Bea titubeó un momento y se decidió en cuanto le hice una señal afirmativa con la cabeza. Se acercó y se arrodilló a mis pies. Bajó el bóxer y liberó mi polla mirando orgullosa a Amparo al ver que empezaba a ganar tamaño. Parecía ansiosa de demostrar que la polla de su amo era la mejor. Sin dudarlo ni un momento la engulló toda y jugó con su lengua alrededor para lograr que alcanzase su máximo esplendor.
Movió su cabeza adelante y atrás varias veces hasta que estuvo segura de que había logrado que mi rabo alcanzase el cenit de su tamaño. Entonces lo agarró por la base y tras un lametón en el glande lo mostró orgullosa a Amparo que se mordía el labio inferior evidentemente excitada.
—Guau —exclamó Amparo—. Estoy deseando tenerla dentro. Pero ahora cielo, por favor, acaba de chupársela mientras os cuanto mis planes.
Bea no se hizo repetir la orden y mirándome para pedir permiso volvió a chuparla con ansia. He de reconocer que me costó seguir el hilo del plan de Amparo mientras Bea me dedicaba una deliciosa felación, a fin de cuentas era una situación un tanto surrealista. Bea chupando mi rabo mientras Amparo desgranaba su plan sin perder de vista la actuación de Bea.
Finalmente me derramé en la boca de Bea. Ella ni intentó separarse en cuanto notó mi primera descarga. En lugar de eso siguió moviendo su cabeza adelante y atrás hasta que estuvo segura de que mi polla estaba impoluta.
—Entonces, queridos… ¿Estáis de acuerdo?
—Pero tu marido conocerá a Bea en cuanto la vea —dije yo.
—¿Ese? Que va. Le pondremos una peluca y ni se lo olerá. En lo único que se fija ese mierda es en el culo y las tetas. Creo que a veces piensa que las mujeres no tenemos cara.
—¿Es necesario que esté yo también? —preguntó Bea preocupada.
—Claro que sí cielo —la voz de Amparo era dulce mientras acariciaba cariñosa el rostro de Bea—. Tú también te mereces tu venganza contra ese hijo de puta. También eres su víctima. Siempre supe que era un putero. Y me daba igual. Pero lo que hizo contigo lo considero una violación. Y tendrás tu venganza. Te lo prometo. Aunque si lo prefieres puedes quedarte, si a Nesto le parece bien —concluyó mirándome interrogante.
—¿Quieres participar? —pregunté a Bea.
—Sí, amo. Me gustaría participar —contestó con voz ronca que demostraba el odio que sentía por su ex jefe.
—Perfecto. Estaba segura de que os gustaría. Por eso he traído ya esto —concluyó Amparo sacando una peluca trigueña de su bolso.
Amparo se marchó un par de minutos después tras concretar un par de detalles. Bea la acompañó a la puerta y al volver se colocó sumisa ante mí.
—Amo, creo que merezco un castigo —dijo. Noté un cierto tono esperanzado en su voz.
—¿Y eso? —pregunté intrigado.
—El licor que le puse a Amparo no era del bueno —confesó con una tímida sonrisa.
No pude evitar reírme. Que cabrona. Igual era un peligro que comenzase a hacer las cosas mal a propósito para que la castigase.
—Anda, ve a buscar la fusta que prefieras. Mereces que de deje el culo en carne viva por ser una maleducada con las visitas.
Se marchó corriendo feliz. Por supuesto la castigué a conciencia hasta que quedamos ambos satisfechos.
Y llegó el viernes de la famosa cena…
Llegamos a casa de Amparo a las ocho en punto. Tan pronto toqué el timbre Amparo abrió la puerta sonriente. La puerta daba acceso directo al salón. Antonio se levantó del sillón en que estaba tirado al oírnos llegar. Me costó trabajo no irme directo a partirle la cara. Pero la perspectiva de hacérselo pagar caro me hizo aguantar.
—Mira querido —lo llamó Amparo—. Estos son Juan y Sole, los amigos de los que te hablé. Verás que bien lo pasaremos los cuatro —habíamos decidido usar nombre falsos por si acaso.
El llegó hasta nosotros, o más bien hasta Bea y se apretó contra ella para saludarla con dos besos peligrosamente cerca de la boca. Creo que ni se fijó en mí. Por suerte Amparo tenía razón y por increíble que parezca no había reconocido a Bea.
Tras una copa hablando de cosas intrascendentes durante la cual Antonio no quitó ojo de las piernas de Bea nos sentamos a la mesa. La cena transcurrió amena. Amparo se multiplicaba para sacar temas de conversación y evitar que Antonio intentase monopolizar a Bea. Antonio trasegó copa tras copa que Amparo procuraba llenarle seguido. Al acabar la cena, Antonio roncaba como un becerro con la cabeza en la mesa.
—Nesto, ayúdame por favor —pidió Amparo levantándose en cuanto la cabeza de Antonio cayó sobre la mesa.
—¿No se habrá pasado, señora? —preguntó Bea preocupada. Desde luego no era nuestra intención matarlo.
—Tranquila querida. Solo dormirá como un tronco durante un rato. Y por favor, esta noche te ordeno que me llames Ama. ¿De acuerdo? —quiso saber mirando a los dos.
—Por mi vale —acepté encogiéndome de hombros.
—Como gustes, Ama —sonrió Bea.
Entre los tres llevamos a Antonio hasta un sofá. Lo echamos de bruces sobre el respaldo y lo desnudamos. Después Amparo sacó unas bragas rosas con puntillas horrorosas y se las puso a su marido hasta la rodilla. Estaba grotesco. Lo atamos para dejarlo inmovilizado y satisfechos de nuestro trabajo nos sentamos a esperar. Una cámara de vídeo lo filmaba desde un lateral para tener una buena imagen tanto de su cara como de su cuerpo.
Antonio no tardó mucho en despertar. Sacudió la cabeza intentando despejarse y miró alrededor. Al vernos mirándolo fue consciente de su desnudez.
—¿Qué demonios pasa aquí? Soltadme.
—Tranquilo, querido. Vamos a pasarlo muy bien los cuatro como te prometí.
—Joder, pero a mí no me gusta que me aten.
—Hoy lo haremos un poco distinto —contestó Amparo con un tono enigmático mientras se levantaba y acariciaba el rostro de Antonio—. Que pena que no se te empine. Pero aún así lo pasaremos bien. Prometido.
Mientras Antonio miraba sorprendido el panorama, Amparo comenzó a desnudarse sensualmente sin dejar de mirar a Antonio a los ojos.
—Zorrita, ven aquí y desnúdate —le ordenó a Bea. Yo seguía sus evoluciones desde el sofá con un vaso de licor en la mano. Bea se colocó ante Antonio de frente a Amparo y se desnudó. Parecía una diosa radiante de belleza. Amparo le quitó la peluca y la hizo girarse hacia su marido.
—¡Tú! Exclamó sorprendido.
—Si querido. Es ella, Bea. Ya veo que la recuerdas muy bien. Y este es su marido. Nunca lo habrás visto, pero sé que has hablado con él —yo levanté mi copa a modo de saludo, sonriente.
—Ahora, querida, quiero que me comas el chocho. Sé que a Antonio le gustará ver como lo haces.
Antonio tragó saliva ante la perspectiva del espectáculo lésbico que se se avecinaba. Yo dejé la copa y me levanté. Me acerqué a las dos mujeres y posando la mano en el culo de Amparo que gemía con los ojos cerrados la besé en la boca ignorando las protestas de Antonio. Amparo separó a Bea con dulzura.
—Ahora prepara la polla de tu amo para mí, querida. Mientras tanto voy a procurar un poco de silencio aquí.
Bea sacó obediente mi aparato de su prisión y comenzó a comerlo. Mientras lo hacía soltó mi pantalón y lo dejó caer al suelo para después hacer otro tanto con mi bóxer. Amparo había recogido su tanga del suelo cuando reparó en mi ropa interior. Sonriendo tomó mi bóxer.
—Esto será más adecuado —dijo mientras se acercaba a Antonio.
Sin dudarlo lo obligó a abrir la boca y le embutió mis gayumbos en la boca como si intentase cebar un capón sin hacer caso de las protestas de Antonio.
—Así, calladito estás más guapo —aseguró satisfecha antes de volverse junto a nosotros.
—Muy bien, putita. Veo que esa polla ya está lista. Ahora cariño, hazme el favor de preparar mi culo —ordenó a Bea abriendo separando sus nalgas con ambas manos.
Bea no se se hizo repetir la orden y comenzó a lamer el ojete de Amparo que disfrutaba de las caricias gimiendo cada vez más. Un par de gemidos más fuertes que los demás me indicaron que Bea le follaba el culo con la lengua. Yo tenía el rabo como el acero por la escena y Antonio peleaba contra sus ataduras inútilmente. Nunca lograría soltar los nudos.
Yo me senté en un sillón ante Amparo que disfrutaba del tratamiento de Bea con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior. En un momento dado abrió los ojos y vio mi polla en todo su esplendor ante ella.
—Gracias cielo. Creo que ya está listo.
Bea se separó y Amparo le mostró el culo ligeramente abierto a Antonio. Después se volvió de frente hacia él y retrocedió de espaldas hasta llegar a mi lado. Yo pasé una mano entre sus piernas y acaricié su sexo que soltaba ya sus jugos como una fuente.
—Cariño, ahí detrás de ese eunuco verás una bolsa con un regalo para ti —le indicó a Bea que se giró buscando la bolsa. En cuanto la localizó miró el interior y una sonrisa lobuna apareció en su rostro.
—¿Puedo, Ama? —preguntó Bea mostrando un arnés con una doble polla de buen tamaño. Así podría follarse a si misma mientras se follaba a Antonio.
—Por supuesto cariño. Estoy deseando vértelo puesto. Y tú, Antonio. Mira como se folla de verdad un culo. Como tú nunca has podido —dijo mirando a su esposo con malicia mientras se sentaba sobre mí dándome la espalda.
Amparo colocó sus pies sobre mis piernas abriendo las piernas todo lo posible para que Antonio tuviese una inmejorable vista de nuestros sexos. Después se incorporó un poco y tomando mi polla con la mano la guió para embocarla en su ojete. Cuando comenzó a entrar su boca se abrió tanto como los ojos de Antonio. Se detuvo un momento para coger aire y enseguida siguió bajando hasta empotrársela toda hasta que mis pelotas tropezaron en su culo. Bea miraba embobada desde detrás de Antonio mordiéndose el labio.
—Cariño —invitó Amparo con voz entrecortada a Bea sin dejar de subir y bajar—. ¿Qué tal si pruebas ese regalito?
—Será un placer obedecerte, Ama —contestó Bea feliz con voz ronca.
Sin más preámbulos y sin avisar a su víctima, agarró las caderas de Antonio y le clavó la falsa polla hasta el fondo. Un gruñido de dolor se escapó de la garganta de su víctima a la vez que sus ojos parecían querer escapar de sus órbitas. Bea tenía los dientes apretados mientras lo follaba con saña cada vez más rápido. Se estaba cobrando el hecho de que aquel hijo de puta hubiese puesto en peligro nuestro matrimonio. Estaba desatada, culeaba al pobre infeliz sin descanso ni tregua mientras el pobre diablo gemía indefenso mordiendo su mordaza sin poder separar sus ojos del brillante sexo de Amparo que seguía subiendo y bajando sobre mi polla para ensartarse hasta el fondo y volver a mostrarle ese tronco de carne que la perforaba hasta lo más hondo.
Amparo gemía y gritaba de placer, yo hacía otro tanto al sentir aquel apretado agujero abrazando mi miembro y Bea gritaba como si estuviese experimentando el mayor de los placeres. Tal vez si lo estaba logrando, después de todo.
No sé el tiempo exacto que estuvimos bombeando yo el culo de Amparo y Bea el de Antonio, eso da igual. Al cabo de un buen rato yo estaba a punto de reventar. Amparo se había corrido ya un par de veces ayudada por su mano en su clítoris. En realidad parecía el mismo orgasmo alargado o encadenado uno con otro. Finalmente agarré sus caderas y tiré de ella hacia abajo para clavarme lo más profundo posible en ella al tiempo que me descargaba. Ella gritó de placer al sentirse aun más llena mientras se metía tres dedos en la vagina y se pellizcaba el clítoris con la otra mano. Después se derrumbó de espalda sobre mí, agotada.
Bea soltó un grito salvaje demostrando que también había acabado. Sus manos estaban sobre la espalda de Antonio donde había clavado sus uñas hasta hacerle una auténtica carnicería. Estaba desatada. Lo chocante fue el gruñido de Antonio amortiguado por la mordaza.
Amparo se levantó liberando mi polla y se subió al sillón dónde nuestra víctima permanecía atada. Le sacó la mordaza y de pie sobre el asiento le dio la espalda a su marido y se inclinó para abrirse las nalgas y pegarlas a la cara de su marido.
—Tómate el postre, hijo de puta —su voz ronca demostraba todo su odio y desprecio por aquel guiñapo—. Quiero que te tragues toda la leche que sale de mi culo. ¿Lo ves? Eso es un hombre que me ha sabido follar. Me acaba de regalar más orgasmos esta noche que tú en toda tu miserable vida.
—¡Joder! —exclamó Bea mirando al suelo.
—¿Qué pasa? —me levanté de un salto asustado pensando que le había desgarrado el culo a Antonio. Amparo preguntó sin moverse qué había pasado. Lo único que le importaba en ese momento era que su marido se tragases toda mi leche directamente de su ojete.
—El muy cerdo se ha corrido —dijo Bea admirada.
Efectivamente, debajo de su polla un charco de semen evidenciaba que Antonio se había corrido por la follada salvaje de Bea. Amparo se rió sin bajarse todavía del sillón. Apretó la cabeza de su marido contra su culo con más fuerza.
—Trágatelo todo cerdito. Que se ve que te gusta, maricona de mierda —ordenó antes de soltar una carcajada malévola.
Cuando estuvo satisfecha se bajó del sillón y nos llamó a Bea y a mí.
—¿No lo soltamos? —pregunté señalando a Antonio.
—Déjalo. Creo que disfruta y todo, fíjate lo que te digo.
Nos sentamos los tres en un sofá frente a Antonio. Amparo hizo que yo quedase en medio. De vez en cuando acariciaba mi polla u obligaba a Bea a chupármela un poco mientras hablaba.
—Esta noche es muy importante —comenzó con voz pausada—. Ninguno de vosotros lo sabe, pero esta semana he estado haciendo averiguaciones sobre Nesto. Sabía que era abogado y he averiguado dónde trabajaba. Después me he informado sobre él y los informes que me han llegado son de lo más halagadores. Nesto, vosotros no lo sabéis —dijo mirándonos a Bea y a mí—. Pero aquí el polla triste es un empleado mio. Una maniobra que urdió el muy ladino por un tema de impuestos y demás. Pero yo tengo mis propios abogados y sé que tengo el control total del bufete.
—Así que, Antonio, estás despedido —anunció sonriendo.
—No puedes hacer eso. Yo levanté ese bufete. Es mio —protestó el otro mientras peleaba con sus ataduras.
—Oh. Sí que puedo. Y lo hago. Bueno, en realidad eres tú quien renuncia. Ahora te pasaré los documentos para que los firmes. Y si no lo haces —se adelantó levantando un dedo admonitorio a la protesta que comenzaba Antonio—. Será un placer hacer llegar ese vídeo a todos tus amigos. Y por supuesto a tus enemigos. Estarán encantados de ver como te corres mientras te rompen el culo.
Antonio tragó saliva y supo que debía callar y tragarse su odio.
—Nesto, hay una vacante como gerente en mi bufete. ¿Te interesa?
—¿Yo? ¿Porqué yo? —estaba asombrado y Bea a mi lado más.
—Porque has demostrado ser una persona honrada. Cualquier otro hijo de puta hubiese aprovechado lo sucedido para follarme sin más haciendo que yo pagase por las perrerías de ese desgraciado —escupió mirando a su marido—. Tú, en cambio, has sido sincero conmigo sin intentar sacar provecho de ningún tipo. Sé que amas a tu mujer y has procurado salvar vuestro matrimonio. Sé también que eres un buen profesional y que nunca me la jugarías. ¿Te interesa el puesto?
—Claro que sí —gritó Bea alborozada. Después bajó la cabeza avergonzada—. Perdón, amo. Ha sido por la emoción del momento.
—Creo que mereces una azotaina por hablar sin permiso. ¿No te parece? —sonreí mirándola. Ella sonrió sin levantar la cabeza.
—Si me lo permitís, me encantaría hacerlo yo mientras ella te la chupa —dijo Amparo poniéndose en pie como una niña ilusionada con un juguete nuevo.
—Bea —dije señalando con la cabeza mi pantalón tirado en el suelo. Ella lo entendió a la perfección y sonriendo quitó el cinturón para dárselo a Amparo que se colocó tras ella mientras Bea se arrodillaba en el sillón ofreciendo su culo al tiempo que se metía mi ya dura verga en la boca.
—Como dijo el otro —anunció Amparo muy teatralmente antes de descargar el primer golpe—. Creo que este es el comienzo de una bonita amistad.
2 comentarios - Me hizo cornudo, así que la convertí en esclava 3