Hoy quiero contaros cómo logré follarme el culo de mi madre. No fue algo intencionado, pero supe ver la oportunidad y no la dejé escapar.
Empiezo por situarnos en contexto. En ese momento tenía 19 años. Estaba bien formado y, sin ser guapo, era agradable a la vista. Vaya, del montón. Hacía bastante deporte, así que tenía un cuerpo fibroso y bien formado. De bajos estaba bien servido. Aunque no tenía un rabo muy largo, si era bastante grueso, y mis ocasionales amantes lo agradecían.
Vivía con mi madre Ángela. Era madre soltera gracias a un hijo de puta que salió por patas en cuanto supo que estaba embarazada. Nunca le vi el pelo ni quiero verlo. Con mi madre y la familia materna tengo suficiente cariño. Así que nunca lo eché en falta.
Mi madre tenía 21 años más que yo. O sea, 40. Y estaba, porque era muy consciente aunque intentase no verlo, muy buena. No era muy alta, sobre 1,65 o un poco más. Un cuerpo muy bien moldeado, con unas piernas esbeltas, un culo respingón que atraía las miradas de los hombres y un par de tetas que formaban un escote para perder la cabeza. Su cara parecía la de un ángel. Un óvalo perfecto, con unos labios pequeños pero carnosos y unos ojos castaños que parecían sonreír siempre.
Un día estaba yo en mi habitación cuando entró ella con cara de preocupación.
―Nesto. A ver si me puedes hacer un favor ―me pidió con voz que mostraba su preocupación.
―Tú dirás. Si está en mi mano, claro que sí.
―Yo no entiendo mucho de ordenadores ni internet. A ver si puedes buscar algún remedio para el estreñimiento.
―Mamá. No te puedes fiar de lo que dice en internet. La mitad es mentira y la otra mitad también ―contesté―. ¿Por qué no vas al médico?
―Para qué me dé las pastillas de siempre? Las tengo ahí. Ya las he tomado pero nada de nada.
―¿Y cuánto tiempo llevas..? ya sabes ―no sé por qué no me atreví a terminar la frase.
―Dos días, hijo. Y estoy que reviento. Pero no hay manera ―dijo palpándose el vientre―. Hazme el favor, Nesto. No te cuesta nada. ¿Vale? ―pidió acariciándome el pelo.
―Vale. Yo lo busco. Pero no te prometo nada.
―Gracias, hijo. Eres el mejor ―me sonrió dándome un beso en la mejilla antes de irse.
Yo abrí el navegador y sin mucha confianza tecleé en el buscador. “Remedio casero para el estreñimiento”.
Enseguida aparecieron mil anuncios de otros tantos medicamentos. Algunos los conocía. Otros estaban escritos en caracteres chinos, o a mi me lo parecieron. Abrí varias páginas que me parecieron más serias pero no encontré nada que me pareciese fiable. Había de todo: desde batidos de mil frutas e ingredientes raros hasta enemas más raros aún.
Hacia el final de la página vi un enlace a una página porno. Eso me hizo gracia y la abrí por curiosidad. Debo reconocer que de todas las patrañas que había visto, era la que ofrecía una solución más lógica según yo lo veía. Se trataba de una serie de fotografías de sexo anal. En las últimas se veía a la tía con el culo abierto como una boca de metro y en la última, bastante desagradable a la vista por cierto, como asomaba un mojón. Cerré la página con un sentimiento de asco por la última foto y seguí buscando. Pero no encontré nada.
Fui a buscar a mi madre para anunciar el fracaso de la búsqueda y la encontré en la sala. Estaba en un sillón ligeramente doblada acariciándose el vientre. Su cara decía que se sentía muy incómoda. Cuando me vio levantó la mirada con un brillo de esperanza en los ojos.
―Dime, Nesto. ¿Qué has encontrado?
―Lo siento mamá. Pero no veo nada que parezca serio. Hay desde potingues a base de lagarto asiático y plantas raras que no creo que existan en realidad, a enemas con cosas más raras todavía. No me pareció nada de fiar. Incluso ―ahí no pude evitar reírme al recordarlo―. Una página porno que recomienda el sexo anal para abrir el agujero.
Ella también se rio. Pero de repente se quedó seria, pensativa.
―Oye. Pues igual no es ninguna tontería ―dijo con la mirada perdida.
―¿Lo dices en serio? ¿Vas a buscarte un negro con una buena tranca? ―yo me reí.
―No. Pero tengo un juguetito que uso de vez en cuando que igual me puede ayudar ―sonrió mirándome con picardía.
Yo ya me imaginaba que tendría algún dildo o algo así. Nunca le había conocido un ligue y daba por supuesto que de alguna forma se “aliviaría”. Pero era algo que nunca había esperado oír de su boca.
―Pues nada. Tú prueba y ya me dirás ―dije riendo mientras levantaba las manos en señal de rendición y me marchaba.
Volví a mi habitación y me puse a jugar con el ordenador. Pero de mi cabeza no salía la imagen de mi madre dándose duro con una polla de goma por el culo. A mi pesar acabé empalmado como un burro, así que me metí en mi baño y me la casqué con esa imagen en la cabeza. Esperaba que una vez “aliviado” esa imagen desaparecería. Pero no lograba sacarla de mi mente. Apagué el ordenador y me fui a la sala a ver la tele para intentar pensar en otra cosa.
Cuando entré en la sala estaba solo. Me senté, puse la tele y elegí una película de acción. A ver si así me entretenía algo. Al cabo de media hora llegó mi madre con cara de cabreo y algo en la mano.
Llegó a mi lado y tiró un objeto en el sofá. Era su famoso dildo. Era un consolador pequeño, metálico y con función vibrador. Apenas tendría un par de centímetros de diámetro. Lo cogí en la mano para examinarlo mientras mi madre se quejaba.
―Nada. Esta mierda no vale para eso. Necesitaría uno más gordo ―me puse nervioso imaginándola cuando la oí.
―Mamá, esto es demasiado fino para eso. Está pensado para otra cosa. Cuando dijiste que tenías la “herramienta” adecuada creí que te referías a algo más… potente.
―Esto es como meterse un supositorio ―se quejó provocándome la risa. Ella se quedó mirándome y al final rompió a reír también.
―Joder, Nesto. Ya no ser qué hacer.
―¿Quieres que vayamos a urgencias?
―Por dios, no. ¡Qué vergüenza!
―Pues tú me dirás. Porque yo no conozco ningún negro ―volví a reírme.
―Nesto. ¿Me enseñas esa página porno que me dijiste? ―me pidió sorprendiéndome.
―Claro. ¿Pero para qué?
―No lo sé bien, hijo. No lo sé. Pero quiero verlo.
―De acuerdo ―dije levantándome para ir a buscar el ordenador.
Cuando volví ella estaba sentada visiblemente nerviosa. Abrí el navegador y busqué en el historial. Pinché en la página y comenzó a cargar las fotos.
―Toma ―dije pasándole el ordenador.
―¡Joder! ―exclamó ella―. Vaya tranca.
―Tampoco es para tanto ―dije yo distraídamente pensando que la mía era igual o más gruesa.
―¿Qué? ―preguntó abriendo los ojos como platos para mirarme.
―Nada, nada ―contesté nervioso.
La vi que pasaba de una foto a otra y según se acercaba al final comenzaba a subirle el rubor a las mejillas. La sorprendí mordiéndose el labio. Como un flash se me ocurrió una idea. Dejé que acabase de ver las fotos. Una de las últimas era un primer plano del culo de la modelo con el agujero totalmente abierto.
―Joder. Así necesito tenerlo yo para soltar todo lo que tengo dentro ―dijo mi madre distraídamente.
―Bueno. Sé cómo ayudarte. Si estás dispuesta ―dejé caer.
―¿Y cómo? Si puede saberse ―su voz estaba teñida de desconfianza.
Saqué mi móvil y busqué en la galería una foto de mi polla en posición de firmes que le había enviado a una amiga con derecho a roce. Abrí la foto y se la mostré.
―Ahí tienes ―dije conteniendo la respiración mientras esperaba su reacción.
―Dios mío. Que rabo ―dijo admirativamente―. ¿Es un amigo tuyo?
―No.
―¿No? ¿Entonces de quién este pedazo de rabo? ―sus ojos estaban como platos. No podía apartar la mirada de la foto.
―La tienes delante ―dije señalándome el paquete.
―¿Qué? ―casi gritó―. ¿Me estás diciendo que tienes esa pedazo de cosa?
―Y sin filtros ―añadí riendo.
―De todos modos, Nesto. No podemos hacerlo. ¿Cómo voy a permitir que mi propio hijo me rompa el culo? Es de locos.
―Míralo así. No sería tener sexo entre nosotros. Sería como poner un supositorio. Eso sí, talla XXL ―dije bromeando para quitar hierro.
―No, cielo. Eso no puede ser. Olvídalo.
―Pues entonces, cuándo quieras avísame y vamos por urgencias. O al final tendrás que ir y cuanto más tardes más peligroso será ―dije levantándome para ir a mi habitación.
Ella se quedó mirando el ordenador con cara de fascinación. Yo entré en mi habitación y me tumbé sobre la cama con el móvil. Estaba mirando la actividad de twitter mientras pasaba el rato. Lo había intentando y había salido mal. Al menos ella no parecía haberse disgustado conmigo. Pero sabía que antes de acabar el día tendríamos que salir pitando para urgencias. Sin darme cuenta me fui quedando dormido. Sentí que alguien me movía el hombro.
―Nesto. Despierta por favor.
―¿Qué? Hola mamá. Creo que me quedé sopas. ¿Quieres que vayamos al hospital ya?
―No, cielo. Me moriría de vergüenza ―dijo sobresaltada.
―¿Entonces? No hay otra solución ―dije encogiéndome de hombros.
―¿Y si probamos…? Ya sabes… Lo que me dijiste antes ―su voz se apagaba por momentos al mismo ritmo que mi polla despertaba.
―¿Estás segura?
―No. Pero tampoco tengo otra opción ―dijo sin mirarme a la cara.
―De acuerdo. Por mi no hay problema. ¿Cómo quieres hacerlo?
―Joder, Nesto. No lo sé. Esto es muy fuerte. Pero no se me ocurre otra salida ―dijo casi llorando.
La abracé para calmar sus nervios. La pobre temblaba como un junco.
―No te preocupes. Lo haremos con mucho cariño para que duela lo menos posible. ¿De acuerdo?
―Oye. Que no vamos a hacer el amor ―protestó mirándome.
―Vale. ¿Entonces prefieres que te la meta de un solo viaje aunque te provoque un desgarro? No creo que sea muy agradable.
―Perdona, Nesto ―reconoció avergonzada―. Tienes razón. Pero es que estoy muy nerviosa.
―Pues tranquilízate. ¿Vamos al salón y nos ponemos una copa para matar los nervios?
―Sí, por favor. La necesito ―admitió levantándose.
Desde la cama admiré ese pedazo de culazo que me iba a follar. Duro, firme. Me ponía verraco sólo de pensarlo. Me levanté y la seguí. Ella sirvió un par de copas y las apuramos de un par de tragos.
―¿Y cómo lo hacemos? ―preguntó mi madre nerviosa.
―Yo iría al dormitorio. Para estar más cerca del baño ―expliqué.
―Si funciona... ―dijo ella esperanzada.
―Esperemos que sí. No se me ocurren más ideas.
―De acuerdo. Vamos allá ―dijo decidida vaciando la copa de un trago.
La seguí hasta su dormitorio. Ella estaba vestida con un simple chándal y una camiseta vieja. Yo llevaba un pantalón de deportes y una camiseta de baloncesto.
―¿Y ahora? ―preguntó nerviosa.
―¿Tienes alguna crema, o gel o algo así que podamos usar como lubricante?
―Sí, claro ―contestó entrando en el baño y saliendo al poco con un bote de aceite corporal―. ¿Servirá?
―Supongo que sí ―dije examinando el bote.
―¿Y ahora? ―se notaba cada vez más nerviosa.
―Pues ahora… ―contesté tomándola por los hombros para que se girase dándome la espalda―. Toca bajarse los pantalones.
―Joder. Que vergüenza ―dijo ella obedeciendo―. No mires, por favor.
―¿Perdón? ¿Sabes lo que me estás diciendo? ¿Y a dónde apunto? ―contesté riendo.
―Perdona. Sí tienes razón ―aceptó finalmente resignada.
Dándome la espalda se bajó el pantalón y la braga. Su culazo era maravilloso. De un blanco impoluto y una forma y tamaño perfectos. Le indiqué que se colocase de rodillas en el borde de la cama. Su cara estaba roja como un tomate pero obedeció sin rechistar. Yo me quité también el pantalón. Mi polla estaba ganando tamaño al contemplar el culo de mi madre. Tomé el bote y dejé caer una porción generosa de aceite en mi mano. Cuando comencé a acariciar su culo no pudo evitar un respingo.
―Tranquila mamá. Hay que relajar el esfínter. Primero meteré un dedo y luego otro a medida que se relaje. ¿Vale?
―De acuerdo, Nesto. Haz como tu veas, pero hazlo tan rápido como puedas. Esto es muy embarazoso.
―Mamá. Si corro mucho te haré daño. Y no querrás eso. Puedes ayudarme haciendo una cosa.
―¿El qué? ―preguntó esperanzada.
―Mientras yo masajeó el esfínter. para relajarlo. Prueba a masturbarte. Eso ayudará ―dije para atajar las protestas que comenzaban a tomar forma en su boca―. Te aseguro que funciona. No es la primera vez que lo hago.
―¿Ya lo has hecho antes? ―preguntó girando al cabeza para mirarme asombrada.
―Claro. No soy virgen ―dije sonriendo―. ¿Ves? Parece que ya te relajaste un poco.
―Bueno. Lo intentaré. Pero no prometo nada. No es una situación muy sensual, que digamos.
―No mires atrás e imaginate que soy un amante. Tu actor favorito, por ejemplo ―dije para calmarla.
―Como si fuese tan sencillo ―bufó.
―Inténtalo al menos ―dije dándole una cachetada―. Perdona, pero no ayudas mucho con tus protestas.
―Vale. Intentaré hacerlo. Te lo prometo. Pero cariño, con cuidado, ¿sí?
―Prometido ―dije besando la parte alta de su nalga. Ella no protestó.
Comencé a rodear el esfínter con mis dedos empapados. De vez en cuando acercaba uno a la entrada y presionaba un poco. Entonces ella intentaba adelantar el culo pero yo la sostenía con la otra mano. Vi que llevaba su mano hacia su coño y comenzaba indecisa a masturbarse. Su cabeza quedó apoyada en la cama y podía ver su cara de perfil. Al ser consciente de que podía verla cerró los ojos intentando escapar de mi mirada o intentado que no viese la suya. Metí la primera falange de mi índice. Ella dio un pequeño respingo pero aguantó la sorpresa.
―¿Dolió? ―pregunté.
―No, cielo. Puedes seguir, pero sigue así, despacio, por favor.
―Claro, mamá ―dije acariciando donde antes había dejado un beso. Vi un asomo de sonrisa.
―Por favor. Ahora no me llames mamá. Prefiero que uses ni nombre. Sonará menos… raro.
―De acuerdo, Ángela. ¿Mejor?
―Mucho mejor. Gracias, Nesto ―ahora sí sonrió con los ojos cerrados mientras seguía masturbándose.
Volví a aplicarme con el dedo. La follé un rato hasta que creí que cabría otro. La avisé.
―Voy a meter otro.
―De acuerdo, cariño. Dale.
Aceité un nuevo dedo y lo metí en su interior. Esta vez no hizo ademán de moverse. Estaba aguantando bien. Al cabo de un rato metí el tercer dedo sin avisarla.
―¡Uy! ―protestó riendo―. Podías avisar, cabrón.
―Lo siento. ¿Quieres que lo saque?
―No. Sigue. Que parece que va bien.
Ahora podía ver que su coño estaba totalmente encharcado y ella se metía un par de dedos follándose mientras el pulgar se encargaba de su clítoris. Yo estaba ya como un burro, deseando meter mi polla en aquel agujero soñado. Con la mano libre me extendí el aceite por la polla y me la acaricié para asegurarme de que estaba totalmente lubricada. Su culo aceptaba ya sin problemas mis tres dedos.
―Voy a meterla, Ángela. ¿Estás preparada? ―la advertí.
―No lo sé ―admitió―. Es mucha polla y yo soy, bueno, era virgen por detrás. Hazlo despacio cariño. Y si te pido que pares, para. ¿Vale?
―De acuerdo ―admití―. Voy a apoyar mi polla en la entrada. Meteré la punta despacio y cuando esté dentro pararé. Después empuja tú para marcar el ritmo. ¿Vale?
―Vale. Gracias, cielo ―dijo con los ojos cerrados pero sin dejar de masturbarse. Ahora lo hacía despacio. Como para concentrarse en lo que vendría a continuación.
Arrimé la punta de mi rabo a la entrada de su culo y empujé despacio. La lubricación y la abertura ya hecha facilitó que entrase. Ángela suspiraba mientras sentía el movimiento de mi rabo profanando su virgen culo. Cuando estuvo la cabeza dentro me detuve. Sentía como mi polla palpitaba. Si respiración se había acelerado fruto del dolor y la sensación nueva que estaba viviendo. Estaba seguro de que lo disfrutaba.
―Ya está ―anuncié―. Ahora te toca a ti. Cuando quieras.
―Gracias, cariñó ―susurró sonriente.
Tomé sus caderas y esperé. Al cabo de unos segundos ella empujó el culo hacia mí. Su boca se abrió sorprendida del tamaño de mi polla y se detuvo un segundo.
―Despacio ―le aconsejé―. No hay prisa.
Ella asintió en silencio pero enseguida volvió a empujar. Se mordía el labio inferior a causa del dolor. Pero creo que también del placer que estaba comenzando a experimentar. Poco a poco fue empujando deteniéndose cada par de centímetros.
―¿Falta mucho? ―preguntó cuando iba la mitad.
―Va un poco más de la mitad ―dije acariciando sus nalgas con cariño.
―¡Joder! ―protestó―. No sé si funcionará. Pero seguro que no me podré sentar en un mes.
A pesar de todo siguió empujando, cada vez más fuerte a medida que su esfínter se relajaba hasta que sintió mis pelotas en su perineo.
―¿Ya? ―preguntó esta vez abriendo los ojos para mirarme.
―Ya. Está toda dentro ―le aseguré.
―Pues ahora empieza tú a moverte. Folla ese puto culo que no quiere cagar ―joder,el vocabulario de mi madre podía ser muy explícito.
Me agarré firme a sus caderas y comencé a follarla despacio. Ella volvió a incrementar el ritmo de su masturbación. Enseguida comenzó a jadear de placer. No dije nada para no incomodarla. A fin de cuentas a mí también me costaba aguantarme. Su camiseta comenzó a resbalar hacia abajo debido a su posición dejando entrever la parte baja de sus pechos. Hasta pude contemplar uno de sus pezones totalmente excitado. Desafiante como una piedra. Lo estaba disfrutando.
―Joder, que bien ―se le escapó―. Perdona, Nesto. No quería decir eso.
―¿Cómo qué no? ¿No te está gustando?
―Joder. Sí. Pero no debería.
―Disfrútalo Ángela. No tiene nada de malo disfrutarlo. Yo también lo hago ―aseguré.
―¿Te gusta follarte el culo de una vieja? ―preguntó entre jadeos mirándome con sorpresa.
―Me gusta follarme un culo tan bueno como el tuyo ―yo iba incrementando el ritmo y ella parecía disfrutarlo, pues a su vez también empujaba su culo contra mí para que mi polla llegase más adentro. La vi sonreír satisfecha por mi contestación.
Al cabo de un par de minutos yo estaba a punto de correrme. Mi polla estaba a punto de reventar.
―Me voy a correr, Ángela. No aguanto más.
―Sólo un segundo, cielo. Yo también estoy a punto ―parecía haber olvidado el fin del tratamiento que le estábamos dando a su culo. Así que me concentré en aguantar. Ella se follaba el coño con tres dedos mientras yo machacaba su culo sin piedad.
Por suerte no tardó en correrse con un alarido de felicidad.
―Me corrooooo. Córrete conmigo, Nesto. Lléname el culo de leche, por favor. Me corroooo…
No aguanté más y con un rugido dejé escapar toda mi leche en aquel maravilloso culo. Esperé hasta que mi polla soltó la última gota. Mi madre intentaba recuperar el aliento, desmadejada. Su cara estaba preciosa, radiante de felicidad. Con esfuerzo intenté volver a la realidad cuando mi polla comenzó a perder tamaño.
―Creo que es el momento de que vayas a ver si funcionó ―le dije con un último beso en su poderosa grupa.
―Gracias,cielo. Espero que funcione ―sonrió acariciándome la cara y dándome un piquito antes de desaparecer corriendo en el baño y cerrar la puerta.
Yo fui a mi dormitorio y entré en la ducha. Abrí el agua y miré mi polla. La punta estaba manchada de heces, pero consideré que era normal. Me pegué una buena ducha y salí al salón a esperar resultados. Interiormente deseaba que fuese un éxito. Quería ser la medicina exclusiva de mi madre, para que negarlo…
Al cabo de un buen rato salió envuelta en una toalla, preciosa. Una sonrisa en la cara la hacía todavía más guapa. Corrió a sentarse a mi lado. Me abrazó y me dio un nuevo pico.
―Muchas gracias, Nesto. Eres un hijo maravilloso ―me dijo sonriendo.
―¿Eso quiere decir que funcionó? ―pregunté expectante. No creía que se refiriese al polvo.
―Y tanto que funcionó. Creí que no llegaba al inodoro ―soltó su cantarina risa―. Ha ido a las mil maravillas. Joder que a gusto me he quedado.
―Vaya. Me alegro. ¿Entonces ahora te sientes mejor?
―De maravilla. Poder soltar todo ha sido como un segundo orgasmo ―reconoció sonrojándose.
―Me alegro de que funcionase ―contesté sincero.
―Pero no quiero que esto que ha pasado cambie nuestra relación. Debes tener en cuenta que no somos amantes. Sigo siendo tu madre ―su cara había adquirido ahora un gesto serio, preocupado.
―Prometido ―dije levantando mi mano como si jurase ante un jurado―. Sigues siendo una madre maravillosa y así te seguiré viendo.
―Gracias cariño ―dijo acariciándome la cara―. Tenía miedo de que lo pudieses malinterpretar lo que ha pasado.
―No te preocupes, mamá. Nada ha cambiado ―dije recalcando la palabra mamá.
―Pues entonces, si está todo aclarado me voy a hacer la cena. Te haré tu plato favorito. Que te lo has ganado ―dijo saliendo mientras me guiñaba un ojo.
No me preocupó que no quisieses seguir teniendo sexo conmigo. Era algo con lo que ya contaba. Pero estaba seguro que si otra vez volvía a pasar por un episodio como el de ese día, me pediría la misma ayuda.
Nuestra vida volvió a la normalidad como si nada hubiese sucedido. Ninguno de los dos volvió a sacar el tema en una conversación. Parecía haber sido un simple sueño del que nadie se acordaba. Nuestra relación no se había visto alterada en lo más mínimo.
Un mes después de aquel día, después de cenar, yo estaba sentado en el sofá viendo la tele. Mi madre hacía rato que se había metido en su habitación. Al cabo de un rato la vi aparecer con un camisón que a duras penas tapaba sus rodillas y dejaba ver su braga y que no llevaba sostén. Sus pezones se marcaban bajo la tela desafiantes. Se paró en la puerta de la sala, apoyada contra el marco. Me miró sonriendo con picardía.
―Nesto. No te lo vas a creer…
―¿El qué? ―contesté intuyendo por dónde iban los tiros.
―Estoy estreñida ―dijo dándose la vuelta y mostrándome su maravilloso culo mientras sonreía…
FIN
Empiezo por situarnos en contexto. En ese momento tenía 19 años. Estaba bien formado y, sin ser guapo, era agradable a la vista. Vaya, del montón. Hacía bastante deporte, así que tenía un cuerpo fibroso y bien formado. De bajos estaba bien servido. Aunque no tenía un rabo muy largo, si era bastante grueso, y mis ocasionales amantes lo agradecían.
Vivía con mi madre Ángela. Era madre soltera gracias a un hijo de puta que salió por patas en cuanto supo que estaba embarazada. Nunca le vi el pelo ni quiero verlo. Con mi madre y la familia materna tengo suficiente cariño. Así que nunca lo eché en falta.
Mi madre tenía 21 años más que yo. O sea, 40. Y estaba, porque era muy consciente aunque intentase no verlo, muy buena. No era muy alta, sobre 1,65 o un poco más. Un cuerpo muy bien moldeado, con unas piernas esbeltas, un culo respingón que atraía las miradas de los hombres y un par de tetas que formaban un escote para perder la cabeza. Su cara parecía la de un ángel. Un óvalo perfecto, con unos labios pequeños pero carnosos y unos ojos castaños que parecían sonreír siempre.
Un día estaba yo en mi habitación cuando entró ella con cara de preocupación.
―Nesto. A ver si me puedes hacer un favor ―me pidió con voz que mostraba su preocupación.
―Tú dirás. Si está en mi mano, claro que sí.
―Yo no entiendo mucho de ordenadores ni internet. A ver si puedes buscar algún remedio para el estreñimiento.
―Mamá. No te puedes fiar de lo que dice en internet. La mitad es mentira y la otra mitad también ―contesté―. ¿Por qué no vas al médico?
―Para qué me dé las pastillas de siempre? Las tengo ahí. Ya las he tomado pero nada de nada.
―¿Y cuánto tiempo llevas..? ya sabes ―no sé por qué no me atreví a terminar la frase.
―Dos días, hijo. Y estoy que reviento. Pero no hay manera ―dijo palpándose el vientre―. Hazme el favor, Nesto. No te cuesta nada. ¿Vale? ―pidió acariciándome el pelo.
―Vale. Yo lo busco. Pero no te prometo nada.
―Gracias, hijo. Eres el mejor ―me sonrió dándome un beso en la mejilla antes de irse.
Yo abrí el navegador y sin mucha confianza tecleé en el buscador. “Remedio casero para el estreñimiento”.
Enseguida aparecieron mil anuncios de otros tantos medicamentos. Algunos los conocía. Otros estaban escritos en caracteres chinos, o a mi me lo parecieron. Abrí varias páginas que me parecieron más serias pero no encontré nada que me pareciese fiable. Había de todo: desde batidos de mil frutas e ingredientes raros hasta enemas más raros aún.
Hacia el final de la página vi un enlace a una página porno. Eso me hizo gracia y la abrí por curiosidad. Debo reconocer que de todas las patrañas que había visto, era la que ofrecía una solución más lógica según yo lo veía. Se trataba de una serie de fotografías de sexo anal. En las últimas se veía a la tía con el culo abierto como una boca de metro y en la última, bastante desagradable a la vista por cierto, como asomaba un mojón. Cerré la página con un sentimiento de asco por la última foto y seguí buscando. Pero no encontré nada.
Fui a buscar a mi madre para anunciar el fracaso de la búsqueda y la encontré en la sala. Estaba en un sillón ligeramente doblada acariciándose el vientre. Su cara decía que se sentía muy incómoda. Cuando me vio levantó la mirada con un brillo de esperanza en los ojos.
―Dime, Nesto. ¿Qué has encontrado?
―Lo siento mamá. Pero no veo nada que parezca serio. Hay desde potingues a base de lagarto asiático y plantas raras que no creo que existan en realidad, a enemas con cosas más raras todavía. No me pareció nada de fiar. Incluso ―ahí no pude evitar reírme al recordarlo―. Una página porno que recomienda el sexo anal para abrir el agujero.
Ella también se rio. Pero de repente se quedó seria, pensativa.
―Oye. Pues igual no es ninguna tontería ―dijo con la mirada perdida.
―¿Lo dices en serio? ¿Vas a buscarte un negro con una buena tranca? ―yo me reí.
―No. Pero tengo un juguetito que uso de vez en cuando que igual me puede ayudar ―sonrió mirándome con picardía.
Yo ya me imaginaba que tendría algún dildo o algo así. Nunca le había conocido un ligue y daba por supuesto que de alguna forma se “aliviaría”. Pero era algo que nunca había esperado oír de su boca.
―Pues nada. Tú prueba y ya me dirás ―dije riendo mientras levantaba las manos en señal de rendición y me marchaba.
Volví a mi habitación y me puse a jugar con el ordenador. Pero de mi cabeza no salía la imagen de mi madre dándose duro con una polla de goma por el culo. A mi pesar acabé empalmado como un burro, así que me metí en mi baño y me la casqué con esa imagen en la cabeza. Esperaba que una vez “aliviado” esa imagen desaparecería. Pero no lograba sacarla de mi mente. Apagué el ordenador y me fui a la sala a ver la tele para intentar pensar en otra cosa.
Cuando entré en la sala estaba solo. Me senté, puse la tele y elegí una película de acción. A ver si así me entretenía algo. Al cabo de media hora llegó mi madre con cara de cabreo y algo en la mano.
Llegó a mi lado y tiró un objeto en el sofá. Era su famoso dildo. Era un consolador pequeño, metálico y con función vibrador. Apenas tendría un par de centímetros de diámetro. Lo cogí en la mano para examinarlo mientras mi madre se quejaba.
―Nada. Esta mierda no vale para eso. Necesitaría uno más gordo ―me puse nervioso imaginándola cuando la oí.
―Mamá, esto es demasiado fino para eso. Está pensado para otra cosa. Cuando dijiste que tenías la “herramienta” adecuada creí que te referías a algo más… potente.
―Esto es como meterse un supositorio ―se quejó provocándome la risa. Ella se quedó mirándome y al final rompió a reír también.
―Joder, Nesto. Ya no ser qué hacer.
―¿Quieres que vayamos a urgencias?
―Por dios, no. ¡Qué vergüenza!
―Pues tú me dirás. Porque yo no conozco ningún negro ―volví a reírme.
―Nesto. ¿Me enseñas esa página porno que me dijiste? ―me pidió sorprendiéndome.
―Claro. ¿Pero para qué?
―No lo sé bien, hijo. No lo sé. Pero quiero verlo.
―De acuerdo ―dije levantándome para ir a buscar el ordenador.
Cuando volví ella estaba sentada visiblemente nerviosa. Abrí el navegador y busqué en el historial. Pinché en la página y comenzó a cargar las fotos.
―Toma ―dije pasándole el ordenador.
―¡Joder! ―exclamó ella―. Vaya tranca.
―Tampoco es para tanto ―dije yo distraídamente pensando que la mía era igual o más gruesa.
―¿Qué? ―preguntó abriendo los ojos como platos para mirarme.
―Nada, nada ―contesté nervioso.
La vi que pasaba de una foto a otra y según se acercaba al final comenzaba a subirle el rubor a las mejillas. La sorprendí mordiéndose el labio. Como un flash se me ocurrió una idea. Dejé que acabase de ver las fotos. Una de las últimas era un primer plano del culo de la modelo con el agujero totalmente abierto.
―Joder. Así necesito tenerlo yo para soltar todo lo que tengo dentro ―dijo mi madre distraídamente.
―Bueno. Sé cómo ayudarte. Si estás dispuesta ―dejé caer.
―¿Y cómo? Si puede saberse ―su voz estaba teñida de desconfianza.
Saqué mi móvil y busqué en la galería una foto de mi polla en posición de firmes que le había enviado a una amiga con derecho a roce. Abrí la foto y se la mostré.
―Ahí tienes ―dije conteniendo la respiración mientras esperaba su reacción.
―Dios mío. Que rabo ―dijo admirativamente―. ¿Es un amigo tuyo?
―No.
―¿No? ¿Entonces de quién este pedazo de rabo? ―sus ojos estaban como platos. No podía apartar la mirada de la foto.
―La tienes delante ―dije señalándome el paquete.
―¿Qué? ―casi gritó―. ¿Me estás diciendo que tienes esa pedazo de cosa?
―Y sin filtros ―añadí riendo.
―De todos modos, Nesto. No podemos hacerlo. ¿Cómo voy a permitir que mi propio hijo me rompa el culo? Es de locos.
―Míralo así. No sería tener sexo entre nosotros. Sería como poner un supositorio. Eso sí, talla XXL ―dije bromeando para quitar hierro.
―No, cielo. Eso no puede ser. Olvídalo.
―Pues entonces, cuándo quieras avísame y vamos por urgencias. O al final tendrás que ir y cuanto más tardes más peligroso será ―dije levantándome para ir a mi habitación.
Ella se quedó mirando el ordenador con cara de fascinación. Yo entré en mi habitación y me tumbé sobre la cama con el móvil. Estaba mirando la actividad de twitter mientras pasaba el rato. Lo había intentando y había salido mal. Al menos ella no parecía haberse disgustado conmigo. Pero sabía que antes de acabar el día tendríamos que salir pitando para urgencias. Sin darme cuenta me fui quedando dormido. Sentí que alguien me movía el hombro.
―Nesto. Despierta por favor.
―¿Qué? Hola mamá. Creo que me quedé sopas. ¿Quieres que vayamos al hospital ya?
―No, cielo. Me moriría de vergüenza ―dijo sobresaltada.
―¿Entonces? No hay otra solución ―dije encogiéndome de hombros.
―¿Y si probamos…? Ya sabes… Lo que me dijiste antes ―su voz se apagaba por momentos al mismo ritmo que mi polla despertaba.
―¿Estás segura?
―No. Pero tampoco tengo otra opción ―dijo sin mirarme a la cara.
―De acuerdo. Por mi no hay problema. ¿Cómo quieres hacerlo?
―Joder, Nesto. No lo sé. Esto es muy fuerte. Pero no se me ocurre otra salida ―dijo casi llorando.
La abracé para calmar sus nervios. La pobre temblaba como un junco.
―No te preocupes. Lo haremos con mucho cariño para que duela lo menos posible. ¿De acuerdo?
―Oye. Que no vamos a hacer el amor ―protestó mirándome.
―Vale. ¿Entonces prefieres que te la meta de un solo viaje aunque te provoque un desgarro? No creo que sea muy agradable.
―Perdona, Nesto ―reconoció avergonzada―. Tienes razón. Pero es que estoy muy nerviosa.
―Pues tranquilízate. ¿Vamos al salón y nos ponemos una copa para matar los nervios?
―Sí, por favor. La necesito ―admitió levantándose.
Desde la cama admiré ese pedazo de culazo que me iba a follar. Duro, firme. Me ponía verraco sólo de pensarlo. Me levanté y la seguí. Ella sirvió un par de copas y las apuramos de un par de tragos.
―¿Y cómo lo hacemos? ―preguntó mi madre nerviosa.
―Yo iría al dormitorio. Para estar más cerca del baño ―expliqué.
―Si funciona... ―dijo ella esperanzada.
―Esperemos que sí. No se me ocurren más ideas.
―De acuerdo. Vamos allá ―dijo decidida vaciando la copa de un trago.
La seguí hasta su dormitorio. Ella estaba vestida con un simple chándal y una camiseta vieja. Yo llevaba un pantalón de deportes y una camiseta de baloncesto.
―¿Y ahora? ―preguntó nerviosa.
―¿Tienes alguna crema, o gel o algo así que podamos usar como lubricante?
―Sí, claro ―contestó entrando en el baño y saliendo al poco con un bote de aceite corporal―. ¿Servirá?
―Supongo que sí ―dije examinando el bote.
―¿Y ahora? ―se notaba cada vez más nerviosa.
―Pues ahora… ―contesté tomándola por los hombros para que se girase dándome la espalda―. Toca bajarse los pantalones.
―Joder. Que vergüenza ―dijo ella obedeciendo―. No mires, por favor.
―¿Perdón? ¿Sabes lo que me estás diciendo? ¿Y a dónde apunto? ―contesté riendo.
―Perdona. Sí tienes razón ―aceptó finalmente resignada.
Dándome la espalda se bajó el pantalón y la braga. Su culazo era maravilloso. De un blanco impoluto y una forma y tamaño perfectos. Le indiqué que se colocase de rodillas en el borde de la cama. Su cara estaba roja como un tomate pero obedeció sin rechistar. Yo me quité también el pantalón. Mi polla estaba ganando tamaño al contemplar el culo de mi madre. Tomé el bote y dejé caer una porción generosa de aceite en mi mano. Cuando comencé a acariciar su culo no pudo evitar un respingo.
―Tranquila mamá. Hay que relajar el esfínter. Primero meteré un dedo y luego otro a medida que se relaje. ¿Vale?
―De acuerdo, Nesto. Haz como tu veas, pero hazlo tan rápido como puedas. Esto es muy embarazoso.
―Mamá. Si corro mucho te haré daño. Y no querrás eso. Puedes ayudarme haciendo una cosa.
―¿El qué? ―preguntó esperanzada.
―Mientras yo masajeó el esfínter. para relajarlo. Prueba a masturbarte. Eso ayudará ―dije para atajar las protestas que comenzaban a tomar forma en su boca―. Te aseguro que funciona. No es la primera vez que lo hago.
―¿Ya lo has hecho antes? ―preguntó girando al cabeza para mirarme asombrada.
―Claro. No soy virgen ―dije sonriendo―. ¿Ves? Parece que ya te relajaste un poco.
―Bueno. Lo intentaré. Pero no prometo nada. No es una situación muy sensual, que digamos.
―No mires atrás e imaginate que soy un amante. Tu actor favorito, por ejemplo ―dije para calmarla.
―Como si fuese tan sencillo ―bufó.
―Inténtalo al menos ―dije dándole una cachetada―. Perdona, pero no ayudas mucho con tus protestas.
―Vale. Intentaré hacerlo. Te lo prometo. Pero cariño, con cuidado, ¿sí?
―Prometido ―dije besando la parte alta de su nalga. Ella no protestó.
Comencé a rodear el esfínter con mis dedos empapados. De vez en cuando acercaba uno a la entrada y presionaba un poco. Entonces ella intentaba adelantar el culo pero yo la sostenía con la otra mano. Vi que llevaba su mano hacia su coño y comenzaba indecisa a masturbarse. Su cabeza quedó apoyada en la cama y podía ver su cara de perfil. Al ser consciente de que podía verla cerró los ojos intentando escapar de mi mirada o intentado que no viese la suya. Metí la primera falange de mi índice. Ella dio un pequeño respingo pero aguantó la sorpresa.
―¿Dolió? ―pregunté.
―No, cielo. Puedes seguir, pero sigue así, despacio, por favor.
―Claro, mamá ―dije acariciando donde antes había dejado un beso. Vi un asomo de sonrisa.
―Por favor. Ahora no me llames mamá. Prefiero que uses ni nombre. Sonará menos… raro.
―De acuerdo, Ángela. ¿Mejor?
―Mucho mejor. Gracias, Nesto ―ahora sí sonrió con los ojos cerrados mientras seguía masturbándose.
Volví a aplicarme con el dedo. La follé un rato hasta que creí que cabría otro. La avisé.
―Voy a meter otro.
―De acuerdo, cariño. Dale.
Aceité un nuevo dedo y lo metí en su interior. Esta vez no hizo ademán de moverse. Estaba aguantando bien. Al cabo de un rato metí el tercer dedo sin avisarla.
―¡Uy! ―protestó riendo―. Podías avisar, cabrón.
―Lo siento. ¿Quieres que lo saque?
―No. Sigue. Que parece que va bien.
Ahora podía ver que su coño estaba totalmente encharcado y ella se metía un par de dedos follándose mientras el pulgar se encargaba de su clítoris. Yo estaba ya como un burro, deseando meter mi polla en aquel agujero soñado. Con la mano libre me extendí el aceite por la polla y me la acaricié para asegurarme de que estaba totalmente lubricada. Su culo aceptaba ya sin problemas mis tres dedos.
―Voy a meterla, Ángela. ¿Estás preparada? ―la advertí.
―No lo sé ―admitió―. Es mucha polla y yo soy, bueno, era virgen por detrás. Hazlo despacio cariño. Y si te pido que pares, para. ¿Vale?
―De acuerdo ―admití―. Voy a apoyar mi polla en la entrada. Meteré la punta despacio y cuando esté dentro pararé. Después empuja tú para marcar el ritmo. ¿Vale?
―Vale. Gracias, cielo ―dijo con los ojos cerrados pero sin dejar de masturbarse. Ahora lo hacía despacio. Como para concentrarse en lo que vendría a continuación.
Arrimé la punta de mi rabo a la entrada de su culo y empujé despacio. La lubricación y la abertura ya hecha facilitó que entrase. Ángela suspiraba mientras sentía el movimiento de mi rabo profanando su virgen culo. Cuando estuvo la cabeza dentro me detuve. Sentía como mi polla palpitaba. Si respiración se había acelerado fruto del dolor y la sensación nueva que estaba viviendo. Estaba seguro de que lo disfrutaba.
―Ya está ―anuncié―. Ahora te toca a ti. Cuando quieras.
―Gracias, cariñó ―susurró sonriente.
Tomé sus caderas y esperé. Al cabo de unos segundos ella empujó el culo hacia mí. Su boca se abrió sorprendida del tamaño de mi polla y se detuvo un segundo.
―Despacio ―le aconsejé―. No hay prisa.
Ella asintió en silencio pero enseguida volvió a empujar. Se mordía el labio inferior a causa del dolor. Pero creo que también del placer que estaba comenzando a experimentar. Poco a poco fue empujando deteniéndose cada par de centímetros.
―¿Falta mucho? ―preguntó cuando iba la mitad.
―Va un poco más de la mitad ―dije acariciando sus nalgas con cariño.
―¡Joder! ―protestó―. No sé si funcionará. Pero seguro que no me podré sentar en un mes.
A pesar de todo siguió empujando, cada vez más fuerte a medida que su esfínter se relajaba hasta que sintió mis pelotas en su perineo.
―¿Ya? ―preguntó esta vez abriendo los ojos para mirarme.
―Ya. Está toda dentro ―le aseguré.
―Pues ahora empieza tú a moverte. Folla ese puto culo que no quiere cagar ―joder,el vocabulario de mi madre podía ser muy explícito.
Me agarré firme a sus caderas y comencé a follarla despacio. Ella volvió a incrementar el ritmo de su masturbación. Enseguida comenzó a jadear de placer. No dije nada para no incomodarla. A fin de cuentas a mí también me costaba aguantarme. Su camiseta comenzó a resbalar hacia abajo debido a su posición dejando entrever la parte baja de sus pechos. Hasta pude contemplar uno de sus pezones totalmente excitado. Desafiante como una piedra. Lo estaba disfrutando.
―Joder, que bien ―se le escapó―. Perdona, Nesto. No quería decir eso.
―¿Cómo qué no? ¿No te está gustando?
―Joder. Sí. Pero no debería.
―Disfrútalo Ángela. No tiene nada de malo disfrutarlo. Yo también lo hago ―aseguré.
―¿Te gusta follarte el culo de una vieja? ―preguntó entre jadeos mirándome con sorpresa.
―Me gusta follarme un culo tan bueno como el tuyo ―yo iba incrementando el ritmo y ella parecía disfrutarlo, pues a su vez también empujaba su culo contra mí para que mi polla llegase más adentro. La vi sonreír satisfecha por mi contestación.
Al cabo de un par de minutos yo estaba a punto de correrme. Mi polla estaba a punto de reventar.
―Me voy a correr, Ángela. No aguanto más.
―Sólo un segundo, cielo. Yo también estoy a punto ―parecía haber olvidado el fin del tratamiento que le estábamos dando a su culo. Así que me concentré en aguantar. Ella se follaba el coño con tres dedos mientras yo machacaba su culo sin piedad.
Por suerte no tardó en correrse con un alarido de felicidad.
―Me corrooooo. Córrete conmigo, Nesto. Lléname el culo de leche, por favor. Me corroooo…
No aguanté más y con un rugido dejé escapar toda mi leche en aquel maravilloso culo. Esperé hasta que mi polla soltó la última gota. Mi madre intentaba recuperar el aliento, desmadejada. Su cara estaba preciosa, radiante de felicidad. Con esfuerzo intenté volver a la realidad cuando mi polla comenzó a perder tamaño.
―Creo que es el momento de que vayas a ver si funcionó ―le dije con un último beso en su poderosa grupa.
―Gracias,cielo. Espero que funcione ―sonrió acariciándome la cara y dándome un piquito antes de desaparecer corriendo en el baño y cerrar la puerta.
Yo fui a mi dormitorio y entré en la ducha. Abrí el agua y miré mi polla. La punta estaba manchada de heces, pero consideré que era normal. Me pegué una buena ducha y salí al salón a esperar resultados. Interiormente deseaba que fuese un éxito. Quería ser la medicina exclusiva de mi madre, para que negarlo…
Al cabo de un buen rato salió envuelta en una toalla, preciosa. Una sonrisa en la cara la hacía todavía más guapa. Corrió a sentarse a mi lado. Me abrazó y me dio un nuevo pico.
―Muchas gracias, Nesto. Eres un hijo maravilloso ―me dijo sonriendo.
―¿Eso quiere decir que funcionó? ―pregunté expectante. No creía que se refiriese al polvo.
―Y tanto que funcionó. Creí que no llegaba al inodoro ―soltó su cantarina risa―. Ha ido a las mil maravillas. Joder que a gusto me he quedado.
―Vaya. Me alegro. ¿Entonces ahora te sientes mejor?
―De maravilla. Poder soltar todo ha sido como un segundo orgasmo ―reconoció sonrojándose.
―Me alegro de que funcionase ―contesté sincero.
―Pero no quiero que esto que ha pasado cambie nuestra relación. Debes tener en cuenta que no somos amantes. Sigo siendo tu madre ―su cara había adquirido ahora un gesto serio, preocupado.
―Prometido ―dije levantando mi mano como si jurase ante un jurado―. Sigues siendo una madre maravillosa y así te seguiré viendo.
―Gracias cariño ―dijo acariciándome la cara―. Tenía miedo de que lo pudieses malinterpretar lo que ha pasado.
―No te preocupes, mamá. Nada ha cambiado ―dije recalcando la palabra mamá.
―Pues entonces, si está todo aclarado me voy a hacer la cena. Te haré tu plato favorito. Que te lo has ganado ―dijo saliendo mientras me guiñaba un ojo.
No me preocupó que no quisieses seguir teniendo sexo conmigo. Era algo con lo que ya contaba. Pero estaba seguro que si otra vez volvía a pasar por un episodio como el de ese día, me pediría la misma ayuda.
Nuestra vida volvió a la normalidad como si nada hubiese sucedido. Ninguno de los dos volvió a sacar el tema en una conversación. Parecía haber sido un simple sueño del que nadie se acordaba. Nuestra relación no se había visto alterada en lo más mínimo.
Un mes después de aquel día, después de cenar, yo estaba sentado en el sofá viendo la tele. Mi madre hacía rato que se había metido en su habitación. Al cabo de un rato la vi aparecer con un camisón que a duras penas tapaba sus rodillas y dejaba ver su braga y que no llevaba sostén. Sus pezones se marcaban bajo la tela desafiantes. Se paró en la puerta de la sala, apoyada contra el marco. Me miró sonriendo con picardía.
―Nesto. No te lo vas a creer…
―¿El qué? ―contesté intuyendo por dónde iban los tiros.
―Estoy estreñida ―dijo dándose la vuelta y mostrándome su maravilloso culo mientras sonreía…
FIN
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