Hola a todos los lectores, aquí nuevamente Sandra, la zángana, para quienes no me conocen, tengo 35 años, casada, sin hijos, 1,60 estatura, 57 kilogramos de peso, contextura delgada, unas tetas medianas y unas nalgas redondas y paradas que no pasan desapercibidas por la calle.
Quiero contarles que por la pandemia del covid, mi esposo como muchos otros trabajadores entraron en trabajo virtual desde sus casas, él se desempeña en la parte de contabilidad de una empresa de prestigio nacional, tiene bajo su control otros trabajadores que le colaboran en su labor.
Hace apenas un par de semanas, contados desde la fecha de publicación de la presente historia, que sucedió lo que aquí les narro, aclarando que no tengo dotes de escritora ni mucho menos, me expreso lo mejor posible.
Es conocido por todos que en la parte de contabilidad hay épocas del mes y del año que causan más trabajo que otras, mi esposo sentado en la sala de la casa, con un escritorio lleno de facturas, contratos, documentos de toda clase, organizando y haciendo su trabajo,
Era asistido y ayudado por un muchacho de unos 24 años, de mediana estatura, pelo negro que le alcanzaba a tapar las orejas, ojos cafés, piel blanca, contextura mediana, unas facciones que no lo hacían muy agraciado, pero si en apariencia fuerte y tosco, mi esposo le decía en ocasiones Rafael, “rafico”, “rafa”, pero lo que más le llamaba era “anormal”, eso de cariño y confianza entre ellos.
Llegaba a mi casa a eso de las ocho de la mañana, almorzaba con nosotros por indicación de mi esposo y se marchaba a eso de las 4 o 5 de la tarde, centrados en sus documentos y asistidos por teléfono y otras redes por sus demás compañeros, todo el día con sus llamadas, mensajes y cosas, ese fue el ajetreo durante una semana completa.
El lunes siguiente, mi esposo salió hacia la empresa para entregar el trabajo de la semana anterior y complementarlo con sus compañeros, algo así me dijo, a eso de las 10:30 de la mañana, me disponía para salir a comprar un maquillaje y otras cosas personales que requería, mi esposo me había regalado un dinero para tal fin, cuando sonó el timbre, abrí la puerta y ahí estaba Rafael, el anormal, vengo a traer estos documentos para el patrón, si me permite le explico de qué se trata, por qué no se los llevó a la empresa, él no está hoy acá en la casa, yo no voy para la empresa, me contestó, tengo otra misión que cumplir, así quedé con él.
Pasó a la sala en el escritorio usado por mi esposo, comenzó a acomodar papeles y dejar notas, yo me encontraba vestida con un pantalón de lycra, zapatillas y una blusa, lista y maquillada para salir.
¿Puedo hacerte una pregunta en confianza y que no te vayas a ofender? Le dije, claro que sí patroncita, dígame no más, ¿por qué le dicen anormal? Si suena mejor rafa o rafico, ay patroncita, ellos que me molestan, pero debe haber una causa para ellos, volví a inquirir, pues la verdad por mi cara y mis manos grandes que tengo, no son de una persona que trabaja en oficina, me respondió, pero eso ¿qué tiene que ver? Le dije, lo estaba notando incómodo con mi interrogatorio,
¿Te molesta que te haya preguntado eso’, le dije, no señora, la verdad es que me da pena decirte la verdad, jajajaja, me reí, no seas bobito, le dije en confianza, ay patrona, pues la verdad es que tengo un miembro muy grande, dormido iguala o supera a muchos en todo,
Quedé como sorprendida con esa respuesta, inesperada para mí, como la curiosidad estaba a flor de piel, le dije, ¡qué va!, a ustedes les gusta exagerar, no mi señora, tengo una foto en el celular para que vea, me dijo, muestre a ver de qué se trata esa anormalidad, abrió su celular y apareció un tipo con una verga descomunal, erecta parecía de unos 20 centímetros sin exagerar,
Pero ese sí es usted o la bajó de internet, allá hay cosas más grandes y todo, no señora ese soy yo, mire otras fotos, la verdad no estoy convencida, más bien parece un montaje de esos que hay por todos lados,
Si quiere le muestro, pero por favor no me delata con el patrón, su esposo me echa y necesito el trabajo, me dijo, su cara estaba roja por la emoción o la vergüenza, está bien, miremos ese anormal, dije entre risas,
Se desabrochó su pantalón, se abrió el cierre, se bajó su pantalón junto con los calzoncillos hasta la mitad de la pierna, oh sorpresa, de su humanidad descolgaba un trozo de carne enorme, grueso, parecía una manguera, de un color atractivo, algo trigueño,
¿Convencida? Me dijo, ¿pero eso sí es de verdad? Le respondí, con sus pantalones agarrados a cada lado de sus piernas avanzó, los dos o tres pasos que nos separaban, hasta donde me encontraba sentada, esperando que organizara sus papeles, compruébelo usted misma, me dijo sin rodeos y decidido a mostrar su aparato, orgulloso y con una mirada brillante en sus ojos, cójalo y tóquelo si quiere, pero por favor no dice nada al patrón, tú tranquilo, cómo cree que le voy a decir esto, me echa o me mata.
Lo agarré con mi mano derecha, inmediatamente sentí unas pulsaciones en su miembro, estaba vivo y conectado, comenzaba a ponerse firme, rígido y listo para la acción, mi mano izquierda se fue hacia sus testículos, mis manos, una lo sobaba y la otra apretaba su bulto, no tardó en ponerse en total erección, un descomunal miembro, grueso, largo, cabezón, lleno de venas salientes por todo su canutillo, la piel de su cabecita no alcanzaba a cubrir, parecía llegar hasta la mitad de ella.
Instintivamente, bajé mi cabeza hasta comenzar a metérmelo en mi boca, por poco y no cabe, me esforcé para hacerlo caber, haciendo esfuerzo para que mis labios lo rosaran en el recorrido, opté por propinarle un mordisquito en su cabecita, alcé mis ojos para ver su cara, sabía que estaba con más ganas de comerse a la esposa del patrón que otra cosa, ¿te gusta? ¿Ves que es real? Nunca había visto uno así, le dije y claro que me gusta,
Mi boca se fue acomodando a esa manguera y comenzó su trabajo de tragar cada vez más profundo, pude dirigir mi atención a mi vagina, cuando sentí que un chorro de líquidos me salían por mis labios, recuerdo que me mandé mi mano entre mis piernas y apreté con algo de fuerza, queriendo sellar y evitar la salida de esos jugos,
Como si supiera, el anormal, me agarró de mis brazos y me levantó, me abrazó y comenzamos a besarnos de manera acelerada, como afanados por alguna cosa, sus besos eran poco delicados, fue necesario decirle que se calmara, afortunadamente para mí, se dejó enseñar, hasta que se amoldó a mi gusto,
Vamos a la cama, le dije, el anormal me agarró y me levantó en sus brazos como si fuera su novia en luna de miel, fuimos a la cama de huéspedes y allí me tendió, con algo de suavidad me sacó mi blusa, bajó mi lycra, quedé en brasier y panty, ¡qué cuerpo tan hermoso! Exclamó, se le caían las babas, me senté y ayudé a desvestirlo, en cada oportunidad nuestros labios se juntaban en un beso algo fugaz, o nuestras lenguas querían jugar a entrar en la boca del otro,
Acuéstese usted primero, le dije, me acomodé para hacer un 69, mis manos y mi boca empezaron a hacer su trabajo, desde los testículos, hasta su cabecita o su cabezota, mejor dicho, él anormal, con sus manotas separaba mis nalguitas para tener mejor vista, perspectiva y poder meter su lengua dentro de mi rajita, también metía su nariz y movía su cabeza, en diferentes direcciones, su lengua recorría desde mi pelvis hasta mi año, hasta en esa lengua se notaba su fortaleza, su rudeza,
Al rato me acomodé sobre esa vergota, me senté encima de ese tolete de carne, la cual se fue abriendo paso a medida que mi cuerpo bajaba, que sensación sentir como tenía que ampliar ese conducto para acomodar ese vergón de carne, cuando toqué fondo empecé a subir y bajar, al galope, de mi garganta salían gemidos de placer, combinados con algo de dolor, pero valía la pena, mi placer en ese momento era mi mejor paga.
Me abrazó, me propinó un beso largo, profundo y apasionado, mientras yo me quedaba quietecita, con esa vergota dentro de mí, la podía sentir dentro de mi estómago, qué sensación tan maravillosa, mi cintura se menaba en círculos, hacia arriba y hacia abajo.
Me puse en cuatro patas, él se arrodillo en mi parte trasera, enfilando su vergota que entró sin problemas dentro de mi humanidad, comenzó su mete y saca, cada vez con más fuerza, sentía como se golpeaba como un martilleo contra mis ovarios, estómago y fin del conducto vaginal, mis tetas se mecían como queriendo castigar mi cara, pero no llegaban tan lejos, como no era una situación muy agradable por el dolor en mi vientre, opté por acostarme boca arriba, abrirme de piernas, para permitir que se acomodara ese anormal dentro de mi cuerpecito.
Metió sus brazos por debajo de mis piernas y se las llevó a la altura de sus hombros, y comenzó a atacar mi cuevita que estaba llena de jugos, gustosa y agradecida con esa labor que estaban realizando en ella, pocas veces uno de ese tamaño tan fenomenal.
Al rato de estas así en esa posición, me hizo bajar mis piernas, y seguía con algo de inseguridad en sus movimientos, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa? Le pregunté, ¿dónde quieres la leche, en tu chochita, tu cara, o dónde? La quiero adentro, dámela toda, inúndame por favor, le supliqué, se acomodó, comenzando sus movimientos más acelerados y rítmicos, su respiración se comenzó a entrecortar, su cuerpo se empezó a estremecer, se sentía su temblor, sentí en mis adentros, como su miembro parecía crecer con cada bombeo, sentía que su leche salía disparada, al estrellarse en mis paredes vaginales, pronto la entrada de su verga era mucho más suave y fácil por tanta leche.
Fue quedándose más y más quieto encima de mí, sus labios buscaron los míos y nos fundimos en un beso prolongado y por qué no decir, lleno de amor o agradecimiento de ambas partes, él por comerse la esposa del patrón y yo por comerme esa tranca enorme y deliciosa, bien trabajada.
Permanecimos abrazados un lapso de tiempo, me tengo que ir, le dije, voy a comprar unos cosméticos, mi esposo cree que estoy por allá, si quieres te acompaño, me dijo, ¿cómo se te ocurre’, le contesté, es que te quiero regalar algo para que me recuerdes, me dijo, qué amable, le contesté, ya te recuerdo con esa vergota que me enterraste, siguió insistiendo hasta que acepté, nos bañamos, me volví a arreglar y salimos en un taxi juntos.
Obviamente, en el trayecto ya no hubo besos, ni caricias, ni cogidas de la mano, cada uno en su sitio, pagó todo lo que pedí en la tienda de cosméticos, no quiso que yo pagara algo, a pesar de que mi esposo me había dado el dinero, luego fuimos a comer una ensalada de frutas con helado, ¿nos volveremos a ver? Me preguntó, es difícil, aunque a mi esposo le gusta hacer asados con sus compañeros, quien quita y se dé la oportunidad.
La verdad, yo te miraba con la boca abierta desde el primer día que llegué a tu casa, me confesó, como un niño soñaba con poder abrazarte o por lo menos darte un beso, cállate, le dije, soy casada y eso que pasó pues, fue debido a mi curiosidad, pero nada más, mi esposo es un buen tipo y no quiero que sepa nada de esto.
¿Te puedo llamar entonces? Me dijo, mira, yo tengo una sim card, que coloco en un teléfono que tengo en desuso, por eso mi esposo no sospecha nada, ahí recibo los mensajes y respondo lo que haya que responder, así cuando él está no cojo ese teléfono y puede revisar el que tengo en uso, ahí no hay nada que él le haga dudar de mí, magnífico, me encanta esa idea, dile a mi esposo que cuándo va a hacer un asado, que te invite, que tú das la cuota del trago y la carne, quien quita haya sorpresas para ti ese día.
Recuerdo que llegué a mi casa y por poco se me olvida arreglar la cama, quitar los cubrecamas llenos de semen, de ese semental, vergón y tosco que me había hecho vibrar, gemir y gritar de placer, estoy segura que ese tipo vuelve a estar entre mis piernas, entre mis brazos y dentro de mi rajita, que ya está lista y preparada para recibirlo nuevamente.
Hasta aquí otra historia real de mi vida, otra infidelidad, otra encamada con un final feliz para mí y para él, se despide Sandra, la zángana
Quiero contarles que por la pandemia del covid, mi esposo como muchos otros trabajadores entraron en trabajo virtual desde sus casas, él se desempeña en la parte de contabilidad de una empresa de prestigio nacional, tiene bajo su control otros trabajadores que le colaboran en su labor.
Hace apenas un par de semanas, contados desde la fecha de publicación de la presente historia, que sucedió lo que aquí les narro, aclarando que no tengo dotes de escritora ni mucho menos, me expreso lo mejor posible.
Es conocido por todos que en la parte de contabilidad hay épocas del mes y del año que causan más trabajo que otras, mi esposo sentado en la sala de la casa, con un escritorio lleno de facturas, contratos, documentos de toda clase, organizando y haciendo su trabajo,
Era asistido y ayudado por un muchacho de unos 24 años, de mediana estatura, pelo negro que le alcanzaba a tapar las orejas, ojos cafés, piel blanca, contextura mediana, unas facciones que no lo hacían muy agraciado, pero si en apariencia fuerte y tosco, mi esposo le decía en ocasiones Rafael, “rafico”, “rafa”, pero lo que más le llamaba era “anormal”, eso de cariño y confianza entre ellos.
Llegaba a mi casa a eso de las ocho de la mañana, almorzaba con nosotros por indicación de mi esposo y se marchaba a eso de las 4 o 5 de la tarde, centrados en sus documentos y asistidos por teléfono y otras redes por sus demás compañeros, todo el día con sus llamadas, mensajes y cosas, ese fue el ajetreo durante una semana completa.
El lunes siguiente, mi esposo salió hacia la empresa para entregar el trabajo de la semana anterior y complementarlo con sus compañeros, algo así me dijo, a eso de las 10:30 de la mañana, me disponía para salir a comprar un maquillaje y otras cosas personales que requería, mi esposo me había regalado un dinero para tal fin, cuando sonó el timbre, abrí la puerta y ahí estaba Rafael, el anormal, vengo a traer estos documentos para el patrón, si me permite le explico de qué se trata, por qué no se los llevó a la empresa, él no está hoy acá en la casa, yo no voy para la empresa, me contestó, tengo otra misión que cumplir, así quedé con él.
Pasó a la sala en el escritorio usado por mi esposo, comenzó a acomodar papeles y dejar notas, yo me encontraba vestida con un pantalón de lycra, zapatillas y una blusa, lista y maquillada para salir.
¿Puedo hacerte una pregunta en confianza y que no te vayas a ofender? Le dije, claro que sí patroncita, dígame no más, ¿por qué le dicen anormal? Si suena mejor rafa o rafico, ay patroncita, ellos que me molestan, pero debe haber una causa para ellos, volví a inquirir, pues la verdad por mi cara y mis manos grandes que tengo, no son de una persona que trabaja en oficina, me respondió, pero eso ¿qué tiene que ver? Le dije, lo estaba notando incómodo con mi interrogatorio,
¿Te molesta que te haya preguntado eso’, le dije, no señora, la verdad es que me da pena decirte la verdad, jajajaja, me reí, no seas bobito, le dije en confianza, ay patrona, pues la verdad es que tengo un miembro muy grande, dormido iguala o supera a muchos en todo,
Quedé como sorprendida con esa respuesta, inesperada para mí, como la curiosidad estaba a flor de piel, le dije, ¡qué va!, a ustedes les gusta exagerar, no mi señora, tengo una foto en el celular para que vea, me dijo, muestre a ver de qué se trata esa anormalidad, abrió su celular y apareció un tipo con una verga descomunal, erecta parecía de unos 20 centímetros sin exagerar,
Pero ese sí es usted o la bajó de internet, allá hay cosas más grandes y todo, no señora ese soy yo, mire otras fotos, la verdad no estoy convencida, más bien parece un montaje de esos que hay por todos lados,
Si quiere le muestro, pero por favor no me delata con el patrón, su esposo me echa y necesito el trabajo, me dijo, su cara estaba roja por la emoción o la vergüenza, está bien, miremos ese anormal, dije entre risas,
Se desabrochó su pantalón, se abrió el cierre, se bajó su pantalón junto con los calzoncillos hasta la mitad de la pierna, oh sorpresa, de su humanidad descolgaba un trozo de carne enorme, grueso, parecía una manguera, de un color atractivo, algo trigueño,
¿Convencida? Me dijo, ¿pero eso sí es de verdad? Le respondí, con sus pantalones agarrados a cada lado de sus piernas avanzó, los dos o tres pasos que nos separaban, hasta donde me encontraba sentada, esperando que organizara sus papeles, compruébelo usted misma, me dijo sin rodeos y decidido a mostrar su aparato, orgulloso y con una mirada brillante en sus ojos, cójalo y tóquelo si quiere, pero por favor no dice nada al patrón, tú tranquilo, cómo cree que le voy a decir esto, me echa o me mata.
Lo agarré con mi mano derecha, inmediatamente sentí unas pulsaciones en su miembro, estaba vivo y conectado, comenzaba a ponerse firme, rígido y listo para la acción, mi mano izquierda se fue hacia sus testículos, mis manos, una lo sobaba y la otra apretaba su bulto, no tardó en ponerse en total erección, un descomunal miembro, grueso, largo, cabezón, lleno de venas salientes por todo su canutillo, la piel de su cabecita no alcanzaba a cubrir, parecía llegar hasta la mitad de ella.
Instintivamente, bajé mi cabeza hasta comenzar a metérmelo en mi boca, por poco y no cabe, me esforcé para hacerlo caber, haciendo esfuerzo para que mis labios lo rosaran en el recorrido, opté por propinarle un mordisquito en su cabecita, alcé mis ojos para ver su cara, sabía que estaba con más ganas de comerse a la esposa del patrón que otra cosa, ¿te gusta? ¿Ves que es real? Nunca había visto uno así, le dije y claro que me gusta,
Mi boca se fue acomodando a esa manguera y comenzó su trabajo de tragar cada vez más profundo, pude dirigir mi atención a mi vagina, cuando sentí que un chorro de líquidos me salían por mis labios, recuerdo que me mandé mi mano entre mis piernas y apreté con algo de fuerza, queriendo sellar y evitar la salida de esos jugos,
Como si supiera, el anormal, me agarró de mis brazos y me levantó, me abrazó y comenzamos a besarnos de manera acelerada, como afanados por alguna cosa, sus besos eran poco delicados, fue necesario decirle que se calmara, afortunadamente para mí, se dejó enseñar, hasta que se amoldó a mi gusto,
Vamos a la cama, le dije, el anormal me agarró y me levantó en sus brazos como si fuera su novia en luna de miel, fuimos a la cama de huéspedes y allí me tendió, con algo de suavidad me sacó mi blusa, bajó mi lycra, quedé en brasier y panty, ¡qué cuerpo tan hermoso! Exclamó, se le caían las babas, me senté y ayudé a desvestirlo, en cada oportunidad nuestros labios se juntaban en un beso algo fugaz, o nuestras lenguas querían jugar a entrar en la boca del otro,
Acuéstese usted primero, le dije, me acomodé para hacer un 69, mis manos y mi boca empezaron a hacer su trabajo, desde los testículos, hasta su cabecita o su cabezota, mejor dicho, él anormal, con sus manotas separaba mis nalguitas para tener mejor vista, perspectiva y poder meter su lengua dentro de mi rajita, también metía su nariz y movía su cabeza, en diferentes direcciones, su lengua recorría desde mi pelvis hasta mi año, hasta en esa lengua se notaba su fortaleza, su rudeza,
Al rato me acomodé sobre esa vergota, me senté encima de ese tolete de carne, la cual se fue abriendo paso a medida que mi cuerpo bajaba, que sensación sentir como tenía que ampliar ese conducto para acomodar ese vergón de carne, cuando toqué fondo empecé a subir y bajar, al galope, de mi garganta salían gemidos de placer, combinados con algo de dolor, pero valía la pena, mi placer en ese momento era mi mejor paga.
Me abrazó, me propinó un beso largo, profundo y apasionado, mientras yo me quedaba quietecita, con esa vergota dentro de mí, la podía sentir dentro de mi estómago, qué sensación tan maravillosa, mi cintura se menaba en círculos, hacia arriba y hacia abajo.
Me puse en cuatro patas, él se arrodillo en mi parte trasera, enfilando su vergota que entró sin problemas dentro de mi humanidad, comenzó su mete y saca, cada vez con más fuerza, sentía como se golpeaba como un martilleo contra mis ovarios, estómago y fin del conducto vaginal, mis tetas se mecían como queriendo castigar mi cara, pero no llegaban tan lejos, como no era una situación muy agradable por el dolor en mi vientre, opté por acostarme boca arriba, abrirme de piernas, para permitir que se acomodara ese anormal dentro de mi cuerpecito.
Metió sus brazos por debajo de mis piernas y se las llevó a la altura de sus hombros, y comenzó a atacar mi cuevita que estaba llena de jugos, gustosa y agradecida con esa labor que estaban realizando en ella, pocas veces uno de ese tamaño tan fenomenal.
Al rato de estas así en esa posición, me hizo bajar mis piernas, y seguía con algo de inseguridad en sus movimientos, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa? Le pregunté, ¿dónde quieres la leche, en tu chochita, tu cara, o dónde? La quiero adentro, dámela toda, inúndame por favor, le supliqué, se acomodó, comenzando sus movimientos más acelerados y rítmicos, su respiración se comenzó a entrecortar, su cuerpo se empezó a estremecer, se sentía su temblor, sentí en mis adentros, como su miembro parecía crecer con cada bombeo, sentía que su leche salía disparada, al estrellarse en mis paredes vaginales, pronto la entrada de su verga era mucho más suave y fácil por tanta leche.
Fue quedándose más y más quieto encima de mí, sus labios buscaron los míos y nos fundimos en un beso prolongado y por qué no decir, lleno de amor o agradecimiento de ambas partes, él por comerse la esposa del patrón y yo por comerme esa tranca enorme y deliciosa, bien trabajada.
Permanecimos abrazados un lapso de tiempo, me tengo que ir, le dije, voy a comprar unos cosméticos, mi esposo cree que estoy por allá, si quieres te acompaño, me dijo, ¿cómo se te ocurre’, le contesté, es que te quiero regalar algo para que me recuerdes, me dijo, qué amable, le contesté, ya te recuerdo con esa vergota que me enterraste, siguió insistiendo hasta que acepté, nos bañamos, me volví a arreglar y salimos en un taxi juntos.
Obviamente, en el trayecto ya no hubo besos, ni caricias, ni cogidas de la mano, cada uno en su sitio, pagó todo lo que pedí en la tienda de cosméticos, no quiso que yo pagara algo, a pesar de que mi esposo me había dado el dinero, luego fuimos a comer una ensalada de frutas con helado, ¿nos volveremos a ver? Me preguntó, es difícil, aunque a mi esposo le gusta hacer asados con sus compañeros, quien quita y se dé la oportunidad.
La verdad, yo te miraba con la boca abierta desde el primer día que llegué a tu casa, me confesó, como un niño soñaba con poder abrazarte o por lo menos darte un beso, cállate, le dije, soy casada y eso que pasó pues, fue debido a mi curiosidad, pero nada más, mi esposo es un buen tipo y no quiero que sepa nada de esto.
¿Te puedo llamar entonces? Me dijo, mira, yo tengo una sim card, que coloco en un teléfono que tengo en desuso, por eso mi esposo no sospecha nada, ahí recibo los mensajes y respondo lo que haya que responder, así cuando él está no cojo ese teléfono y puede revisar el que tengo en uso, ahí no hay nada que él le haga dudar de mí, magnífico, me encanta esa idea, dile a mi esposo que cuándo va a hacer un asado, que te invite, que tú das la cuota del trago y la carne, quien quita haya sorpresas para ti ese día.
Recuerdo que llegué a mi casa y por poco se me olvida arreglar la cama, quitar los cubrecamas llenos de semen, de ese semental, vergón y tosco que me había hecho vibrar, gemir y gritar de placer, estoy segura que ese tipo vuelve a estar entre mis piernas, entre mis brazos y dentro de mi rajita, que ya está lista y preparada para recibirlo nuevamente.
Hasta aquí otra historia real de mi vida, otra infidelidad, otra encamada con un final feliz para mí y para él, se despide Sandra, la zángana
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