Me hubiera quedado durmiendo hasta el fin de la eternidad. Los sueños que me produjo el uso de la máquina fueron del mayor erotismo y, sumida en ellos, sus efectos fueron acusados por la humedad que tenían las sábanas bajo mi pelvis.
Salimos para el salón de belleza donde mamá había conseguido hora gracias a sus contactos, ya que normalmente era imposible conseguirla con tan poca antelación. Mamá se introdujo en el coño unas gruesas bolas ligadas entre si con un cordón y dejando salir por el agujero vaginal otro para sacarlas. Las llamó bolas chinas y me dio otro par de ellas a mi, que me las metí con un poco de aprensión.
Durante el trayecto noté el efecto de las bolas que se manifestó en un total empapado de mis bragas.
En el salón, después de ver varias fotos mamá me recomendó un corte de pelo cortito.
- Le irá muy bien –dijo la peluquera- con esa carita ... (de puta, dilo, de puta) tan redondita resultará muy salada y atractiva.
Decidió que me lacasen las uñas en un tono nacarado que dijo quedaba muy bien sobre un monte de Venus depilado, sin importale un rábano la presencia de la peluquera y la manicura y ante mi profundo rubor y bochorno.
Antes de pasar a la sala de depilación quise ir al baño con la excusa de orinar, pero mamá, sabiendo que quería sacarme las bolas chinas me lo impidió. ¡Perversa vieja!. Me sometieron a una larga sesión láser como consecuencia de la cual no quedó un pelo sobre mi piel salvo las cejas y las pestañas.
La mujer de la depilación, después de espantarse de la pelambrera que llevaba en el coño y librarse de ella de inmediato, alabó los gordos labios mayores de mi chumino y lo bien cerraditos que estaban bajo mi prominente monte de Venus. No mencionó para nada el cordoncito que salía de mi agujero, pero yo, muerta de vergüenza, sabía que me calificaba de puta y exhibicionista.
- Este monte está precioso querida, así, sin la pelambre, destaca más su abultamiento y suavidad muy acorde con tu carita .. (de puta) .. redonda.
Me aplicó una crema refrescante que le agradó mucho a mi pelada ingle y pasé a una sesión de rayos UVA sin más desazón por mi parte. Salimos por fin, con gran alivio mío, cerca de la hora de comer, que lo hicimos en un restaurante, ya que mamá quería comprarme ropa nueva, sobre todo la interior.
Le pregunté a mamá por qué me había humillado con las empleadas mencionando ante la peluquera y la manicura lo de mis dedos sobre el coño pelado y por no dejarme sacar las bolas chinas para que las viera bien la depiladora.
- Mira cariño, te repito que tienes que desprenderte de tu pacatería. Ahora, cuando vuelvas al salón no tendrás que disimular nada. Si tu coño está inflamado de tanto follar o tu culo demasiado abierto, nadie hará conjeturas. Todas saben que eres una golfa y punto. Más fácil sin disimulos ni rubores ni bochornos.
- Yo no soy una golfa. Solo quiero follar.
- Pues eso, una golfa. Como yo, y como muchas.
- Para ti la perra gorda.
Después de comer nos lanzamos a la compra de ropa donde sufrí vergüenza a raudales. Si de aquella no se me pasaban los sofocos y la timidez, es que no se me pasaría jamás. Durante la compra de la ropa interior hizo comentarios ante las dependientes similares a los del salón de belleza. Todas nos miraban con cara de desprecio. Como a unas zorras. Terminé provista de un montón de tangas a cual más pequeño y sujetadores por los que desbordaban mis pechos. Tampoco tapaban nada los deshabillés que me compré, más valía ir desnuda.
En una joyería remató la faena. Un dependiente vino a atendernos y mamá le condujo a un expositor, tirando de mi, donde se exhibían determinadas joyas por las que mi progenitora se interesó.
- Señora, si me permite, esto es bisutería barata. No es para ustedes.
- ¿Por qué no?.
- Bueno, estos diseños .. eeerr, ... verá, es que son los demandados por ..... eeeer ... no se si me entiende. Mire bien los diseños.
- No veo nada raro.
Yo si lo veía. Anillos muy anchos con corazones, calaveras, con argollitas, en fin. Muy ¿especiales?.
- Pues señora .... como decirle. Son los que compran mujeres ... eeer .. de vida ..... como decir ... si ... ya, de vida un poco disoluta. ¿Me entiende?
- Ah ya, acabáramos. Y ¿quien le dice a usted que mi hija no es mujer de vida disoluta?. ¿ No ve su cara de puta?.
El hombre se marchó y envió a otro a atendernos que nos miraba con cara de desprecio. Mamá seleccionó varios anillos y pendientes, entre aquellos uno de los anchos con una argollita enganchad en un cáncamo y otros que me probó en los pulgares diciendo que era lo que llevaban ahora las mujeres atractivas. De vida disoluta, pensé yo. Las putas. Y yo tengo cara de puta.
Y bien que lo oí cuando salíamos.
- ¿Has visto la cara de puta de la más joven?
- No puede ocultarlo.
- Pues al principio no te diste cuenta.
Pero el colmo fue cuando entramos en un sex shop. No me advertí qué lugar era hasta que no estuvimos dentro, si no no hubiera entrado ni a patadas.
Mi madre tomó una cesta donde fue colocando cosas que yo no identificaba en su mayoría, pero casi mejor, porque las que identifiqué hacían que un color se me fuese y otro me viniese. Vaya sofoquina. Yo pensaba que todo el mundo nos miraba pero cuando me atreví a alzar la vista comprobé que pasábamos desapercibidas y eso me consoló. Hasta que mamá se dirigió a un dependiente.
- Oiga joven. Dónde están los vestuarios?. Mi hija se quiere probar algunas cosas.
Nos lo indicó y mamá me dio algunas prendas para probarme. Me había puesto ya un traje de látex negro parecido a un bañador de cuerpo entero que dejaba las tetas al aire pero tenía mangas. También quedaba al aire la vulva, cercada por unas tiras que apretaban los labios exteriores cerrando el agujero casi herméticamente pero, al mismo tiempo, al comprimir los labios en su base, las crestas se abrían enseñando la encarnada raja descaradamente. Se complementaba con un delgado collar de acero forrado parcialmente – el interior- de cuero muy suave y que tenía una argolla. Un chisme típico de fetichistas. A juego iban unos zapatos de aguja también muy fetichistas, aunque no estaba tan ilustrada en ello para afirmarlo categóricamente.
Lo que si puedo afirmar es que estaba vestida como una ramera de lo más vicioso e indecoroso. Y lo peor, dadas mis carnes un poquito sobradas, me veía totalmente ridícula. Iba a quitarme todo cuando mamá llamó a la puerta para verme y darme su opinión.
No me hubiera importado ser tragada por la tierra cuando abrí la puerta y entró mamá seguida del dependiente.
- Hija, este chico tan agradable, Julián se llama, también quiere verte. Su opinión es experta. Ha visto mucho.
- Por Dios, mamá, no me hagas esto.
- Ay hija, otra vez con tus ñoñerías. Julián ha visto mucho como para escandalizarse de ver una mujer con el coño al aire.
- Tiene razón su señora madre. Si supiera usted lo que se encuentra uno en este lugar ... sin ir más lejos, en la cabina siete hay una señora casada que come pollas que salen por un agujero de la pared todos los días de 11 a 12 de la mañana. Y saca buenos euros. El negocio se lleva el 20% de la recaudación.
- A ver, nena. Que te vea Julián.
- No, esto me sienta fatal y me está pequeño.
- No señora, le cae muy bien, lo que ocurre es que no está usted acostumbrada.
- No pienso llevarme esto.
- Claro que si nena. No haga caso Julián, en casa cambiará de opinión.
- Ni hablar.
- Bueno nena, déjate de tus escrúpulos de ama de casa y vamos a probar como entra.
Ni corta ni perezosa sacó de la cesta de los otros objetos un consolador y lo lamió. Repentinamente, con destreza, antes de darme tiempo a reaccionar me lo enchufó en el coño.
- ¿Cómo lo sientes hija?. Ha entrado muy bien y eso quiere decir que una polla tampoco encontrará obstáculo. Gusta mucho a los hombres porque oprime muy bien el miembro.
- Mamaaaa. Por favor, estás loca. Delante de este hombre.
- Julián ya ha visto muchas putas. No se asombra.
- Si señora. Pero permítame decirle que ninguna tiene esa cara de usted de ..
- ¿De zorra?. Dígalo, no se corte, ya puestos ...
- Bueno, no era mi intención ofenderla. Pero sí es cierto que tiene una cara de viciosilla que levanta cualquier instrumento masculino. Con todos mis respetos.
- Es usted muy simpático Julian. Es una lástima que ande por ahí su jefe, podría hacerle un favor a mi hija, como le he contado, no la han follado debidamente en dos años. Bueno, ni debida ni indebidamente.
- Mamaaa. Por Dios ,calla ya de una vez y vámonos.
Agitada, indignada y fuera de mi no dudé en quitarme delante del tal Julián todo el equipo ftichista y vestirme de persona.
Salí a la calle a fumar un cigarrillo mientras mi madre pagaba. Salió ella acompañada del dependiente y se morrearon descaradamente ante la puerta entornada.
- Hasta otro día pues. Llámame Julián, ya la convenceré. – oí a mi madre.
No le dirigí la palabra hasta llegar a casa donde monté una escena.
- Bueno hija, si te pones así lo dejamos. Que te folle un pez. Había pensado esta noche darte otra sesión con mi máquina. Esta vez conjunta entre las dos. Pero lo mejor es que te vayas a tu casa a meterte por el chumino el palo de la escoba.
El recuerdo de la máquina eléctrica me hizo recapacitar y pedir perdón por mis modales. Mamá me perdonó y me anunció que teníamos que trabajar mi culo antes de la máquina. Solté un gemido de resignación.
Por supuesto, antes de empezar la tarea de adiestrar mi culo tuve que sufrir un enema. Después me untó el ojete con una crema que había comprado en el sex shop y comenzó la ya conocida táctica de un dedo ... dos dedos ... con el tercero sentía mucho dolor y pedía compasión, pero siguió imperturbable. Hacía movimientos giratorios, intentaba separar los dedos, penetraba más, volvía a sacarlos, lo metía desde abajo, después desde arriba, giraba la mano, unas veces palma abajo y otras palma arriba. Aditaba más crema. Repentinamente los retiró pero me calzó dentro un tapón anal más grueso que el que había utilizado para retener los enemas hasta que hicieran el debido efecto.
Me metió también las bolas chinas en la vagina y, en sorprendente cambio de actividad, se puso a hacer la cena mientras me mandaba poner la mesa. Para mi fue una pesadilla la actividad. Por un lado estaba a rabiar de caliente por las bolas y por otro sentía el ardor de mi esfínter trasero brutalmente dilatado.
Poco sabía yo a esas horas del calificativo brutalmente dilatado. Sentarme a la mesa a comer fue aún peor porque el tapón hacia estragos por su gruesa base comprimida contra el orificio. Terminada la cena puso en el video una película porno que me hizo ver a cuatro patas mientras retomaba la tarea de mi culo.
La película trataba de sodomización de mujeres. Las escenas que ví eran inenarrables pero me consolaron. Si los culos pueden abrirse como los que ví, a mi me quedaba aún bastante margen antes de que se rasgase el delicado tejido del mío.
Mamá ya me trabajaba con cuatro dedos. Bajo mi se había formado un charco de sudor. Como no me había sacado las bolas chinas, el agitado manejo en mi ano provocaba que se entrechocasen entre si provocando que las otras bolas que debía haber en el interior de las visibles tuviesen un extraño efecto de vibración en mis paredes vaginales que me provocaba una sensación agridulce de placer y dolor. Eso debía ser lo que sentían los masoquistas.
Pero lo más asombroso para mi es que sentía otra agradable sensación al pensar que estaba sometida lascivamente a mi propia madre. Aquello era lesbianismo incestuoso. Y sentía un inexplicable placer en ser protagonista de tal demencia.
Esas sensaciones hacían que mi vagina fabricase buena cantidad de jugos que, bombeados hacia abajo por el movimiento de las bolas salían por el agujero. Pero esos fluidos no caían al suelo con mi sudor. Mamá los recogía con la otra mano y se los llevaba a la boca. No desperdiciaba el néctar como yo había hecho con ella.
La pauta del trabajo de mamá con mi culo volvió a cambiar. Me sacó los dedos ye me ordenó ira al baño para cagar y orinar si quería. Mientras ella sacó la fregona para limpiar el charco que yo había dejado.
Regresé sin cagar ni mear.
- ¿Ya te has estirado los músculos?. Pues ponte otra vez.
Con un gemido lo hice.
El culo que ví esta vez en el televisor respondía a los movimientos del mío. Mamá había colocado una videocámara que firmaba mi culo para que yo viese las labores que requería. Me introdujo un examinador clínico que yo conocía de las visitas al ginecólogo y empezó a manipular la tuerca de apertura hasta que mi agujero llegó a un ensanchamiento descomunal que me llevó a las lágrimas. Pero ella, imperturbable, no me hizo ni caso.
Se colocó tumbada debajo de mi y comenzó a comer mi pelado coño mientras me pedía hacer lo recíproco con el suyo, no menos insolentemente desnudo de cualquier pelillo.
Así pues nos pusimos al 69, aunque yo dejaba mucho que desear en tal trabajo porque no paraba de levantar la vista al televisor subyugada por la visión de la lengua de mamá en mi trasquilado pubis y el aparato en lo alto abriendo mi ano.
Poco tardé en obtener un soberbio orgasmo, más inducido por el espectáculo del televisor que por la experta boca de mamá. Ella tardó algo más en obtener su premio aflorando sus caldos, que esta vez no desperdicié bebiéndome hasta la última gota. Qué dulces los néctares de mamá. Yo pensaba que por su edad serían agrios. Pero no.
Como lo prometido es deuda, después de ducharnos y descansar viendo una película de drama y sano llorar juntas, nos fuimos a la cama a disfrutar de su máquina. Como la otra vez, me alojó en mis agujeros los electrodos, pero no me colocó los de los pezones porque no había disponibles más que cuatro y los otros dos eran para sus cavidades. Manejó los mandos y nos sumimos en los extraños e imprevisibles orgasmos que facilitaba aquella satánica máquina.
Ella se encargó de desconectarla. Yo solamente se que tuve tres prodigiosos y quiméricos orgasmos que me dejaron para el arrastre. Mamá me contó al día siguiente que la máquina dejaba secuelas como cualquier droga y no se debía utilizar con frecuencia.
CONTINUARÁ
Salimos para el salón de belleza donde mamá había conseguido hora gracias a sus contactos, ya que normalmente era imposible conseguirla con tan poca antelación. Mamá se introdujo en el coño unas gruesas bolas ligadas entre si con un cordón y dejando salir por el agujero vaginal otro para sacarlas. Las llamó bolas chinas y me dio otro par de ellas a mi, que me las metí con un poco de aprensión.
Durante el trayecto noté el efecto de las bolas que se manifestó en un total empapado de mis bragas.
En el salón, después de ver varias fotos mamá me recomendó un corte de pelo cortito.
- Le irá muy bien –dijo la peluquera- con esa carita ... (de puta, dilo, de puta) tan redondita resultará muy salada y atractiva.
Decidió que me lacasen las uñas en un tono nacarado que dijo quedaba muy bien sobre un monte de Venus depilado, sin importale un rábano la presencia de la peluquera y la manicura y ante mi profundo rubor y bochorno.
Antes de pasar a la sala de depilación quise ir al baño con la excusa de orinar, pero mamá, sabiendo que quería sacarme las bolas chinas me lo impidió. ¡Perversa vieja!. Me sometieron a una larga sesión láser como consecuencia de la cual no quedó un pelo sobre mi piel salvo las cejas y las pestañas.
La mujer de la depilación, después de espantarse de la pelambrera que llevaba en el coño y librarse de ella de inmediato, alabó los gordos labios mayores de mi chumino y lo bien cerraditos que estaban bajo mi prominente monte de Venus. No mencionó para nada el cordoncito que salía de mi agujero, pero yo, muerta de vergüenza, sabía que me calificaba de puta y exhibicionista.
- Este monte está precioso querida, así, sin la pelambre, destaca más su abultamiento y suavidad muy acorde con tu carita .. (de puta) .. redonda.
Me aplicó una crema refrescante que le agradó mucho a mi pelada ingle y pasé a una sesión de rayos UVA sin más desazón por mi parte. Salimos por fin, con gran alivio mío, cerca de la hora de comer, que lo hicimos en un restaurante, ya que mamá quería comprarme ropa nueva, sobre todo la interior.
Le pregunté a mamá por qué me había humillado con las empleadas mencionando ante la peluquera y la manicura lo de mis dedos sobre el coño pelado y por no dejarme sacar las bolas chinas para que las viera bien la depiladora.
- Mira cariño, te repito que tienes que desprenderte de tu pacatería. Ahora, cuando vuelvas al salón no tendrás que disimular nada. Si tu coño está inflamado de tanto follar o tu culo demasiado abierto, nadie hará conjeturas. Todas saben que eres una golfa y punto. Más fácil sin disimulos ni rubores ni bochornos.
- Yo no soy una golfa. Solo quiero follar.
- Pues eso, una golfa. Como yo, y como muchas.
- Para ti la perra gorda.
Después de comer nos lanzamos a la compra de ropa donde sufrí vergüenza a raudales. Si de aquella no se me pasaban los sofocos y la timidez, es que no se me pasaría jamás. Durante la compra de la ropa interior hizo comentarios ante las dependientes similares a los del salón de belleza. Todas nos miraban con cara de desprecio. Como a unas zorras. Terminé provista de un montón de tangas a cual más pequeño y sujetadores por los que desbordaban mis pechos. Tampoco tapaban nada los deshabillés que me compré, más valía ir desnuda.
En una joyería remató la faena. Un dependiente vino a atendernos y mamá le condujo a un expositor, tirando de mi, donde se exhibían determinadas joyas por las que mi progenitora se interesó.
- Señora, si me permite, esto es bisutería barata. No es para ustedes.
- ¿Por qué no?.
- Bueno, estos diseños .. eeerr, ... verá, es que son los demandados por ..... eeeer ... no se si me entiende. Mire bien los diseños.
- No veo nada raro.
Yo si lo veía. Anillos muy anchos con corazones, calaveras, con argollitas, en fin. Muy ¿especiales?.
- Pues señora .... como decirle. Son los que compran mujeres ... eeer .. de vida ..... como decir ... si ... ya, de vida un poco disoluta. ¿Me entiende?
- Ah ya, acabáramos. Y ¿quien le dice a usted que mi hija no es mujer de vida disoluta?. ¿ No ve su cara de puta?.
El hombre se marchó y envió a otro a atendernos que nos miraba con cara de desprecio. Mamá seleccionó varios anillos y pendientes, entre aquellos uno de los anchos con una argollita enganchad en un cáncamo y otros que me probó en los pulgares diciendo que era lo que llevaban ahora las mujeres atractivas. De vida disoluta, pensé yo. Las putas. Y yo tengo cara de puta.
Y bien que lo oí cuando salíamos.
- ¿Has visto la cara de puta de la más joven?
- No puede ocultarlo.
- Pues al principio no te diste cuenta.
Pero el colmo fue cuando entramos en un sex shop. No me advertí qué lugar era hasta que no estuvimos dentro, si no no hubiera entrado ni a patadas.
Mi madre tomó una cesta donde fue colocando cosas que yo no identificaba en su mayoría, pero casi mejor, porque las que identifiqué hacían que un color se me fuese y otro me viniese. Vaya sofoquina. Yo pensaba que todo el mundo nos miraba pero cuando me atreví a alzar la vista comprobé que pasábamos desapercibidas y eso me consoló. Hasta que mamá se dirigió a un dependiente.
- Oiga joven. Dónde están los vestuarios?. Mi hija se quiere probar algunas cosas.
Nos lo indicó y mamá me dio algunas prendas para probarme. Me había puesto ya un traje de látex negro parecido a un bañador de cuerpo entero que dejaba las tetas al aire pero tenía mangas. También quedaba al aire la vulva, cercada por unas tiras que apretaban los labios exteriores cerrando el agujero casi herméticamente pero, al mismo tiempo, al comprimir los labios en su base, las crestas se abrían enseñando la encarnada raja descaradamente. Se complementaba con un delgado collar de acero forrado parcialmente – el interior- de cuero muy suave y que tenía una argolla. Un chisme típico de fetichistas. A juego iban unos zapatos de aguja también muy fetichistas, aunque no estaba tan ilustrada en ello para afirmarlo categóricamente.
Lo que si puedo afirmar es que estaba vestida como una ramera de lo más vicioso e indecoroso. Y lo peor, dadas mis carnes un poquito sobradas, me veía totalmente ridícula. Iba a quitarme todo cuando mamá llamó a la puerta para verme y darme su opinión.
No me hubiera importado ser tragada por la tierra cuando abrí la puerta y entró mamá seguida del dependiente.
- Hija, este chico tan agradable, Julián se llama, también quiere verte. Su opinión es experta. Ha visto mucho.
- Por Dios, mamá, no me hagas esto.
- Ay hija, otra vez con tus ñoñerías. Julián ha visto mucho como para escandalizarse de ver una mujer con el coño al aire.
- Tiene razón su señora madre. Si supiera usted lo que se encuentra uno en este lugar ... sin ir más lejos, en la cabina siete hay una señora casada que come pollas que salen por un agujero de la pared todos los días de 11 a 12 de la mañana. Y saca buenos euros. El negocio se lleva el 20% de la recaudación.
- A ver, nena. Que te vea Julián.
- No, esto me sienta fatal y me está pequeño.
- No señora, le cae muy bien, lo que ocurre es que no está usted acostumbrada.
- No pienso llevarme esto.
- Claro que si nena. No haga caso Julián, en casa cambiará de opinión.
- Ni hablar.
- Bueno nena, déjate de tus escrúpulos de ama de casa y vamos a probar como entra.
Ni corta ni perezosa sacó de la cesta de los otros objetos un consolador y lo lamió. Repentinamente, con destreza, antes de darme tiempo a reaccionar me lo enchufó en el coño.
- ¿Cómo lo sientes hija?. Ha entrado muy bien y eso quiere decir que una polla tampoco encontrará obstáculo. Gusta mucho a los hombres porque oprime muy bien el miembro.
- Mamaaaa. Por favor, estás loca. Delante de este hombre.
- Julián ya ha visto muchas putas. No se asombra.
- Si señora. Pero permítame decirle que ninguna tiene esa cara de usted de ..
- ¿De zorra?. Dígalo, no se corte, ya puestos ...
- Bueno, no era mi intención ofenderla. Pero sí es cierto que tiene una cara de viciosilla que levanta cualquier instrumento masculino. Con todos mis respetos.
- Es usted muy simpático Julian. Es una lástima que ande por ahí su jefe, podría hacerle un favor a mi hija, como le he contado, no la han follado debidamente en dos años. Bueno, ni debida ni indebidamente.
- Mamaaa. Por Dios ,calla ya de una vez y vámonos.
Agitada, indignada y fuera de mi no dudé en quitarme delante del tal Julián todo el equipo ftichista y vestirme de persona.
Salí a la calle a fumar un cigarrillo mientras mi madre pagaba. Salió ella acompañada del dependiente y se morrearon descaradamente ante la puerta entornada.
- Hasta otro día pues. Llámame Julián, ya la convenceré. – oí a mi madre.
No le dirigí la palabra hasta llegar a casa donde monté una escena.
- Bueno hija, si te pones así lo dejamos. Que te folle un pez. Había pensado esta noche darte otra sesión con mi máquina. Esta vez conjunta entre las dos. Pero lo mejor es que te vayas a tu casa a meterte por el chumino el palo de la escoba.
El recuerdo de la máquina eléctrica me hizo recapacitar y pedir perdón por mis modales. Mamá me perdonó y me anunció que teníamos que trabajar mi culo antes de la máquina. Solté un gemido de resignación.
Por supuesto, antes de empezar la tarea de adiestrar mi culo tuve que sufrir un enema. Después me untó el ojete con una crema que había comprado en el sex shop y comenzó la ya conocida táctica de un dedo ... dos dedos ... con el tercero sentía mucho dolor y pedía compasión, pero siguió imperturbable. Hacía movimientos giratorios, intentaba separar los dedos, penetraba más, volvía a sacarlos, lo metía desde abajo, después desde arriba, giraba la mano, unas veces palma abajo y otras palma arriba. Aditaba más crema. Repentinamente los retiró pero me calzó dentro un tapón anal más grueso que el que había utilizado para retener los enemas hasta que hicieran el debido efecto.
Me metió también las bolas chinas en la vagina y, en sorprendente cambio de actividad, se puso a hacer la cena mientras me mandaba poner la mesa. Para mi fue una pesadilla la actividad. Por un lado estaba a rabiar de caliente por las bolas y por otro sentía el ardor de mi esfínter trasero brutalmente dilatado.
Poco sabía yo a esas horas del calificativo brutalmente dilatado. Sentarme a la mesa a comer fue aún peor porque el tapón hacia estragos por su gruesa base comprimida contra el orificio. Terminada la cena puso en el video una película porno que me hizo ver a cuatro patas mientras retomaba la tarea de mi culo.
La película trataba de sodomización de mujeres. Las escenas que ví eran inenarrables pero me consolaron. Si los culos pueden abrirse como los que ví, a mi me quedaba aún bastante margen antes de que se rasgase el delicado tejido del mío.
Mamá ya me trabajaba con cuatro dedos. Bajo mi se había formado un charco de sudor. Como no me había sacado las bolas chinas, el agitado manejo en mi ano provocaba que se entrechocasen entre si provocando que las otras bolas que debía haber en el interior de las visibles tuviesen un extraño efecto de vibración en mis paredes vaginales que me provocaba una sensación agridulce de placer y dolor. Eso debía ser lo que sentían los masoquistas.
Pero lo más asombroso para mi es que sentía otra agradable sensación al pensar que estaba sometida lascivamente a mi propia madre. Aquello era lesbianismo incestuoso. Y sentía un inexplicable placer en ser protagonista de tal demencia.
Esas sensaciones hacían que mi vagina fabricase buena cantidad de jugos que, bombeados hacia abajo por el movimiento de las bolas salían por el agujero. Pero esos fluidos no caían al suelo con mi sudor. Mamá los recogía con la otra mano y se los llevaba a la boca. No desperdiciaba el néctar como yo había hecho con ella.
La pauta del trabajo de mamá con mi culo volvió a cambiar. Me sacó los dedos ye me ordenó ira al baño para cagar y orinar si quería. Mientras ella sacó la fregona para limpiar el charco que yo había dejado.
Regresé sin cagar ni mear.
- ¿Ya te has estirado los músculos?. Pues ponte otra vez.
Con un gemido lo hice.
El culo que ví esta vez en el televisor respondía a los movimientos del mío. Mamá había colocado una videocámara que firmaba mi culo para que yo viese las labores que requería. Me introdujo un examinador clínico que yo conocía de las visitas al ginecólogo y empezó a manipular la tuerca de apertura hasta que mi agujero llegó a un ensanchamiento descomunal que me llevó a las lágrimas. Pero ella, imperturbable, no me hizo ni caso.
Se colocó tumbada debajo de mi y comenzó a comer mi pelado coño mientras me pedía hacer lo recíproco con el suyo, no menos insolentemente desnudo de cualquier pelillo.
Así pues nos pusimos al 69, aunque yo dejaba mucho que desear en tal trabajo porque no paraba de levantar la vista al televisor subyugada por la visión de la lengua de mamá en mi trasquilado pubis y el aparato en lo alto abriendo mi ano.
Poco tardé en obtener un soberbio orgasmo, más inducido por el espectáculo del televisor que por la experta boca de mamá. Ella tardó algo más en obtener su premio aflorando sus caldos, que esta vez no desperdicié bebiéndome hasta la última gota. Qué dulces los néctares de mamá. Yo pensaba que por su edad serían agrios. Pero no.
Como lo prometido es deuda, después de ducharnos y descansar viendo una película de drama y sano llorar juntas, nos fuimos a la cama a disfrutar de su máquina. Como la otra vez, me alojó en mis agujeros los electrodos, pero no me colocó los de los pezones porque no había disponibles más que cuatro y los otros dos eran para sus cavidades. Manejó los mandos y nos sumimos en los extraños e imprevisibles orgasmos que facilitaba aquella satánica máquina.
Ella se encargó de desconectarla. Yo solamente se que tuve tres prodigiosos y quiméricos orgasmos que me dejaron para el arrastre. Mamá me contó al día siguiente que la máquina dejaba secuelas como cualquier droga y no se debía utilizar con frecuencia.
CONTINUARÁ
0 comentarios - Tengo cara de puta (02)