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Una madre da todo por su hijo

Como casi todos los días me levanto muy temprano para ir al trabajo, soy doctora y trabajo en una clínica de la zona, desayuno algo rápido y salgo para el trabajo, ese día encuentro a mi hijo en la cocina, parecía que recién había llegado a casa, pasó la noche con su novia, casi siempre se queda hasta más tarde con ella y no lo veo regresar. Me llama la atención que estaba un poco callado, por eso le pregunto que le pasaba, pensaba que se había peleado, como había pasado otras veces.
-¿Qué te pasa, estás serio?
-No es nada, cosas que pasan con Marisa
-¿Otra vez te peleaste?
-No, pero me tiene podrido.
-¿Qué pasa?
-No te puedo contar, cosas de pareja, pero me tiene cansado.
-No creo que sea tan grave, yo con tu padre también discutía mucho y nos tuvimos que separar a causa de las peleas, peleábamos todo el tiempo, en cambio cuando te veo con Marisa no te veo discutir.
-No es por eso, son problemas en la cama.
-A tu edad, cual puede ser el problema o ¿son problemas de erección?
-No, no es ese el problema, yo no tengo ningún problema, es Marisa.
-¿Qué le pasa algo? ¿Tiene algún problema de salud? No te olvides que soy médico, la puedo ayudar.
-Es más complicado, no te quiero contar.
-Como quieras, no voy a insistir, me voy a trabajar, pero si quieres contarme te puedo ayudar.
Me fui a trabajar, intrigada y hasta preocupada por la situación. Hacia un tiempo bastante largo que me había separado y los hombres para mí solo eran fantasías sexuales, aunque sentía que no necesitaba otra cosa, una paja o varias para ser más precisa y a seguir con la rutina, mi trabajo me consumía casi todas las horas del día. Aunque estuve muy ocupada en el trabajo, no podía dejar de pensar en mi hijo, no sé qué me pasaba, pero sentía cierta envidia de su novia o enojo al saber que no lo hacía feliz. Al regresar a casa lo vuelvo a interrogar, me quería sacar la intriga de la cabeza o tal vez era el morbo que me provocaba la situación.
-Hola ¿Cómo estás? ¿Más tranquilo?
-Si, ¿por qué?
-Por lo que me contaste a la mañana.
-Pero me da vergüenza contarlo.
-¿Es por ella?
-Bueno, me voy a duchar, cuando vuelvo si quieres me cuentas, si no, no hablemos más del tema.
Me fui a duchar y mientras recorría el agua caliente mi cuerpo no podía dejar de masturbarme, la única forma de parar fue terminar de ducharme con agua fría para bajar mi calentura. Temblando de frio me termino de secar, no me pongo ropa interior, el frio me dejo los pezones duros y parados, por lo que se marcaban en mi bata de seda, no sé si siempre me pasa lo mismo, pero esta vez me doy cuenta de cómo sobresalían y se notaban, bien al alcance de la mirada de mi hijo.
Voy directo a la habitación de mi hijo, sería directa.
-¿Quieres hablar?
-Bueno, pero no quiero que te rías.
-Porque me voy a reír. ¿Es algo gracioso?
-No, pero tiene que ver con sexo.
-Ay, pero no seas tonto, ya somos grandes y no te olvides que soy médico, estoy acostumbrada a cosas que ni te imaginas.
-Es que Marisa no quiere hacer algo que le pido, me dice que no es normal, que soy un enfermo.
-Pero ¿qué es lo grave?
-Quiero tener sexo anal con ella.
-jajaja ¿eso es lo grave?
-Te dije que no te rías.
-Perdón, perdón. No sabe lo que se pierde. Ya se le va a pasar, dale tiempo.
-Intente de muchas formas, pero no quiere saber nada.
-¿Es tan importante para vos?
-Si, yo se la quiero meter por el culo, para mi es importante, parece algo enfermo, pero es algo que me excita y no puedo dejar de pensar en eso.
-Perdona que te pregunte, pero ¿Nunca lo hiciste por el culo con otra chica?
-No, ¿sería mejor que pruebe con otra chica?
-No, está mal que le seas infiel con una desconocida.
-Pero no la quiero esperar, si seguimos así me voy a terminar separando.
-Si quieres te puedo ayudar, pero será algo que tiene que quedar entre nosotros, me lo puedes prometer.
-Si te lo prometo, pero ¿Qué es?
-Mira, soy tu madre, pero antes de eso soy mujer, tal vez no soy joven como Marisa, pero también tengo un agujero en el culo como ella, si quieres, te lo regalo, puedes hacer lo que quieras con mi ano, es todo tuyo, pero no le puedes contar nada a nadie.
-Pero Ma, estás segura, es una broma, ¿es en serio?
-Si, a no ser que no te guste como mujer, y lo entiendo, ya tengo 40 años y aunque me mato en el gimnasio, no soy una chica
-Sos hermosa, tu cuerpo es mejor que el de miles de chicas. Si, te quiero coger por el culo.
-Bueno, soy toda tuya.
Me desprendo la bata y se desliza por mi cuerpo hasta el suelo, quedo desnuda, todavía con la humedad de la ducha reciente, me doy vuelta, me inclino y le señalo mi culo.
-Es todo tuyo.
Se arrodillo al instante y hundió su cara entre mis nalgas, su lengua empujaba sobre el ano hasta lograr meterla unos centímetros. Solo despegaba su cara del culo unos segundos para tomar aire mientras me trataba de sostenerme con las manos para no caerme. Luego de unos largos minutos me doy vuelta y le bajo el pantalón, su pene estaba erecto, no puedo evitar llevarlo a la boca y empezar a chuparlo. No insisto mucho con la mamada, enseguida le vuelvo a ofrecer el culo tan deseado.
Por fin se saca las ganas, en realidad los dos. Arrima, ahora, la otra cabeza, la de su pene, a la entrada del culo, no necesita hacer mucha fuerza para empezar a penetrarme, la saliva y los largos años de entrenamiento con el esfínter, facilitan el trabajo. Siento como empieza a dilatar el agujero y a deslizarse en mi interior, hasta entrar en su totalidad, luego comienza a bombear con fuerza y empiezo a gemir, casi gritar, pero no puedo dejar de pedirle que no pare.
No sé cuánto tiempo paso, estaba tan excitada que había perdido la noción del tiempo, de repente explota dentro mío, puedo sentir como me llena de semen, pierde un poco la erección y lo saca, el semen chorreaba por mis piernas, pero no pierde ni un segundo en volver a meter la cara en mi culo y empezar a limpiar su propio semen con la lengua, luego me penetra de nuevo.
Ese día no paramos de coger, casi lo hicimos diez veces más, pero no fue el último sino el primer día de una larga historia. No sé si a Marisa le volvió a pedir el culo, solo sé que la primera semana casi no me podía sentar del dolor, hasta hacerlo algo tan habitual que mi esfínter ya tiene el diámetro de un durazno.

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