Todo inició una tarde de sábado. Era invierno, impetuosas lluvias solían azotar nuestra región del país. Ese día el clima parecía estar distinto y la familia decidió reunirse para hacer un almuerzo. Mis hermanos Julieth, Jorge y sus familias viajaron desde la ciudad a casa de nuestros padres. Yo, que vivo más cerca, ya me encontraba en casa de mis padres ayudando con los preparativos de aquel festín.
La comida estuvo fabulosa, disfrutamos de la amena compañía familiar, los niños jugando y correteando por toda la casa mientras los adultos reíamos de cada ocurrencia entre la charla. Disfrutamos del banquete y las bebidas. Las horas pasaban entre risas y copas. Sin darnos cuenta, mamá se había embriagado. Ella no tenía la costumbre de beber y mucho menos beber tanto como lo hizo ese día, pero nos alegraba con sus ocurrencias.
Alrededor de las 5:30 pm el cielo se nubló advirtiendo a mis hermanos del mal clima y decidieron emprender camino. Mi hermano Jorge no bebió ya que debía conducir, pero mi cuñado, el esposo de Julieth, había bebido un par de copas demás. Mi padre se ofreció conducir y llevarlos hasta su casa. Yo decidí quedarme en casa con mamá mientras papá regresaba. Partieron sin demora. Una fuerte tempestad comenzó a azotar el lugar después de que partieron.
Me quedé recogiendo la mesa y limpiando el desorden. Mi madre, tambaleante y somnolienta trataba de ayudarme.
-Esto estará listo en un instante, ya verás –decía mamá tambaleante, mientras casi tiraba los vasos.
-No, tranquila, yo me hago cargo. ¿Por qué no vas a recostarte un rato?, descansa mientras yo termino acá. –le dije, mientras la llevaba al sofá de la sala, recostándola en él.
-Oh, está bien… pero solo un momento. Yo me encargaré de limpiar allí luego, solo recoge los platos –me decía su dulce voz balbuceante con aroma etílico.
Mi madre ronda alrededor de sus 40, es una mujer de 1.65 m, cabello oscuro y sedoso. Es de complexión robusta pero el hábito de ejercitarse le ha permitido tener una figura sensual. Unos pechos generosos, unos glúteos anchos, firmes y redondos, unas piernas robustas pero bien definidas y una cintura estrecha que hace realzar más sus sensuales curvas. Es una mujer muy atractiva. Aquella tarde llevaba una falda a las rodillas y una blusa con un sutil escote pero lo suficiente para ver esos enormes pechos enfundados en su sostén. La recosté en el sofá y la cubrí con una manta.
Eran casi las 8 pm. Ya había oscurecido por completo. Luego de limpiar y ordenar aquel desastre sonó el teléfono en la sala. Era mi padre. Al parecer las fuertes lluvias habían provocado derrumbes en la carretera y le imposibilitaban el retorno a casa.
-Tendré que pasar la noche en casa de Julieth, regresaré mañana cuando despejen la carretera. ¿Podrías quedarte y hacerle compañía a tu madre? No me gustaría que se quedase sola con una tormenta así.
-Claro no te preocupes, yo me quedó acá hasta que puedas volver –respondí.
Aliviado de que lograron llegar a casa de Julieth a salvo, colgué la llamada.
-mamá, llamó papá, dice que no podrá… –volteé diciéndole a mi madre, pero no estaba.
El sofá se encontraba vacío y sobre él, de manera desordenada, la manta, la blusa y la falda de mi madre. La ropa estaba sucia, al parecer estaba tan ebria que se había vomitado encima.
¡Pero qué carajos!, pensé. Tomé la ropa de mi madre y comencé a buscarla por todas las habitaciones de la casa.
-¡Mamá! ¿Dónde estás?... –decía mientras abría cada puerta hasta que la encontré en su habitación.
Las luces estaban apagadas, solamente la luz del pasillo iluminaba la habitación al abrir la puerta para entrar. Estaba tumbada en su cama, tratando de arroparse torpemente con las sabanas mientras balbuceaba quien sabe qué.
-Mamá, ¿estás bien, te sientes mal?
-No… tranquilo… estoy… estoy bien, ya se me… ya… ya se me pasará. –decía mientras arrullaba su almohada, ensuciándola.
-¡Oh mamá!, mírate, estás ensuciando todo, no puedes dormirte así, hay que limpiarte, ven. –la levanté delicadamente. Las sabanas se deslizaron suavemente abandonando su excitante figura.
¡Carajo! Mi madre estaba buenísima, llevaba un sostén de encaje que apretaba sus enormes pechos. Un calzón de tipo bikini cubría su pubis y sus glúteos. Su piel era tan suave y tan cálida. Me deleité viendo su sensual figura por unos minutos luego de encender la luz. Inevitablemente una erección comenzó a levantar mi pantalón.
-Vamos mamá, te llevaré a la regadera para que te limpies.
Me senté a su lado colocando su brazo sobre mis hombros y sujetando su cintura para levantarla, la puse de pie. Avanzamos tres pasos y mi madre se derrumbó impotente al suelo. No podía ni mantenerse en pie.
En mi esfuerzo por no dejarla caer la tomé rápidamente por enfrente abrazando su cintura tratando de levantarla pero se me resbalaba, la sujeté de su ropa interior impulsándola hacia arriba. Ese tirón provocó que su calzón se introdujera entre sus voluminosos glúteos hasta quedar como una tanga. Tuve que sujetarla de la cadera. Mis manos apretaron fuertemente esos glúteos. Sus brazos me abrazaron por encima de los hombros. Y cual si fuese un infante alzó sus piernas abriéndolas y abrazando mi cintura para que la cargase.
Podía sentir la suavidad de su vulva restregándose sobre mi abdomen a cada paso. Su vulva estaba ardiendo. Apretujaba sus pechos en mi tórax aferrándose a mí. Aproveché para acariciar sus excitantes glúteos y recorrer suavemente sus piernas mientras me encaminaba hasta la regadera. Mi madre continuaba con los ojos cerrados, somnolienta casi inconsciente de sus actos.
La senté en la bañera, ella se reclinó hacia atrás de manera relajada apoyando su cabeza en el borde mientras mantenía sus ojos cerrados. Comencé a mojar el cuerpo de mi madre con el agua tibia de la manguerilla.
-Oh! Si! Que delicia, el agua está perfecta –decía mamá, mientras yo empapaba su delicada piel y la acariciaba suavemente para limpiarla.
Estaba muy excitado, las copas hacían que pensara en mi madre de forma lasciva. Desabroché el sostén de mi madre liberando aquellos enormes y redondos senos. Esos maravillosos pechos que una vez fueron la fuente de mi sustento me provocaban para que los devorara nuevamente. Sus pezones se habían endurecido y erectos me incitaban a lamerlos.
Los masajeaba de manera erótica mientras leves gemidos placenteros emanaban de la etílica boca de mi madre. Acaricié su abdomen, bajé mi mano por su pubis hasta su monte de venus y allí comencé acariciar sus labios. Mi madre se estremecía disfrutando el agua caliente correr por todo su cuerpo.
Como pude, sujetándola, la puse de pie. Apoyé sus manos en la pared para quitarle el bikini. ¡Mierda! Esos glúteos escurrían el agua de la manera más excitante que hubiese visto jamás. Saqué esas bragas de entre sus nalgas lentamente. Por sus muslos se derramaron una mezcla de agua tibia y fluidos vaginales.
-Anda, hay que limpiarte muy bien –le decía, excitado por completo, mientras sumergía mi mano por entre sus nalgas acariciando su ano y alcanzando hurgar desde allí su vulva y su clítoris.
-Ah! Uf! Si así, límpiame muy bien –decía mi madre, ya ahora ebria de lujuria.
Terminé de limpiarla y la tomé entre mis brazos llevándola hasta la cama. Allí la recosté sobre su toalla y la envolví secando delicadamente cada rincón de su cuerpo. Disfruté cada segundo y cada centímetro de su cuerpo acariciándolo y saboreándolo con besos cuanto podía.
Mi ropa había quedado empapada tras el baño, así que me la quité quedando completamente desnudo, con un pene grueso hinchado hasta su máxima longitud, tan caliente como una braza, brotando gotas de excitación sobre cada parte de la piel de mi madre que tocaba cuando me acercaba.
Terminé de secarla y la dejé desnuda, la arropé tiernamente y por un segundo pensé en dejar allí aquella extraña experiencia. Pero no pude. El deseo de tomar a mi madre como si fuera mi mujer me tenían la cabeza y el pene a punto de estallar.
Rondé por toda la casa, completamente desnudo con una enorme erección tambaleándose con cada paso que daba mientras me aseguraba de apagar todas las luces de la casa, cerrando puertas y ventanas. Me excitaba el hecho de estar desnudo por toda la casa, que los vecinos pudieran verme por las ventanas en cualquier momento, pero me excitaba aún más el hecho de pensar en mi madre desnuda.
Una vez había terminado, regresé a la habitación de mamá. Me encerré con ella en la habitación y cual si fuera mi mujer, me escabullí entre las sabanas a su lado. No aguanté más. Me lancé sobre ella devorando sus hermosos y carnosos labios. Metía mi lengua saboreando la suya mientras ella somnolienta me correspondía el beso.
Sus manos comenzaron a acariciar mis pectorales deslizándose por mi abdomen hasta mi pene. Cuando lo sintió lo sujetó con fuerza y comenzó a masturbarlo de arriba abajo con gran habilidad. Ocasionalmente frotaba mi glande con sus dedos para luego descender hasta mis testículos con su mano entera. ¡Carajo! Mi madre era una experta.
Yo acariciaba su clítoris. Mi madre se estremecía de placer derramando enormes cantidades de fluido desde su depilada y ardiente vulva. Introduje mi dedo medio y anular juntos en su vagina, los encogía suavemente hacía arriba estimulando su punto G desde adentro. Los sacaba y los introducía nuevamente para repetir la maniobra una y otra vez. Mis dedos chapoteaban en sus flujos mientras mi madre gemía incesantemente mientras desgarraba las sabanas del colchón con sus manos.
-¡Ay! ¡Ayayay! ¡Por Dios! ¡Francisco! ¡Qué delicia! Así, así, no pares –gemía mi madre, quien al parecer, en su embriaguez, creía que estaba con mí padre.
-¿Así? ¿Te gusta? Te voy a follar como nunca Helen. –le respondía siguiéndole la corriente a la suposición de mi madre.
Pude sentir las paredes vaginales de mi madre apretar mis dedos dentro de ella con rítmicos y jugosos espasmos. Ella se estremeció tensando su abdomen, sus piernas temblaron y un gemido desgarrador salió de su garganta. Un orgasmo bestial había sacudido a mi progenitora por completa.
Luego de unos segundos, tras recuperar su cordura, se montó sobré mi a horcajadas. Bajó hasta colocar su cabeza frente a mi pene. Lo sujetó del tronco con fuerza y comenzó a engullirlo enérgicamente como una hambrienta desesperada. Trataba de engullirlo completo hasta el tronco pero mi glande se hundía en su garganta provocándole arcadas sin lograr su objetivo.
-¡Santo Cielo! Nunca había visto que te pusieras tan enorme Francisco, ni si quiera me cabe toda en la boca. –decía mi madre sorprendida, al parecer superaba en gran medida el tamaño de mi padre. Y ella lo notaba.
-Uf! Tu continua así Helen, solo sigue –le decía extasiado de placer.
Cada arcada de mi madre destilaba grandes flujos viscosos de su saliva en toda mi verga y escurrían por mis testículos.
De repente, una eyaculación de semen ardiente estalló a borbollones dentro de la boca de mi madre. Tragó más de la mitad mientras succionaba tratando de no dejar escapar ni una gota de mi manjar. Un poco escurrió por mi pene entre sus manos, ella lo recolectó en sus dedos y los introdujo en su vagina estimulándose placenteramente.
Aquello era sucio y excitante, estábamos ebrios de placer más que de alcohol. Tumbé a mi madre boca arriba y me acomodé entre sus piernas. Ella me abrazó por la cintura mientras yo restregaba mi glande untándole los restos de semen en toda su vulva. Mi madre se estremecía gimiendo, pidiéndome que la penetrara. No tardé más de 2 minutos y mi verga se había endurecido nuevamente.
Abrí sus piernas sujetándola por atrás de sus rodillas y coloqué la punta de mi glande en su vagina.
-Oh vamos! ¡Ya métemela! Quiero que me partas con esa verga, hazme tuya, date prisa, te quiero dentro de mí –me rogaba como toda una puta.
Comencé a introducir mi verga lentamente, podía sentir como estiraba sus paredes ensanchándola al máximo. Sus gemidos se mezclaban con suaves alaridos de placer. Deslicé lentamente cada centímetro de mi verga dentro de ella hasta meterla toda.
-¡Oh santo cielo! ¡Francisco! ¡Jamás te había sentido de semejante tamaño! ¡Estás enorme! Tu verga está muchísimo más gruesa, larga y venosa. Tu glande es enorme, me está partiendo delicioso. ¡Qué delicia! Ah! Ah! Así! Soy tuya mi amor, hazme tuya ¡qué delicia! Ah! Ah!
Yo la embestía de manera salvaje, como un animal, una y otra vez, la penetraba con todas mis fuerzas rápidamente mientras sentía su apretado coño destilar de placer. Golpeaba mí pubis en su clítoris con cada penetración. Sus pechos danzaban al ritmo de mis movimientos pélvicos.
Sentí su coño calentarse más que antes y comenzó a contraerse fuertemente apretando mi verga dentro de ella. Que delicia, su vagina exprimía mis jugos dentro, un intenso orgasmo estremeció a mi madre nuevamente y con ello, un intenso chorro de fluidos estalló de su vulva llenándome de su caldo. Una nueva bocanada de semen llenó por completo su sexo haciéndola gemir de la manera más excitante y lujuriosa que jamás había escuchado.
La follé… y la follé hasta dejar su vulva inflamada, enrojecida y adolorida. La hice mía. Y luego de aquellas bestiales escenas, nos recostamos abrazando nuestros cuerpos sudorosos dejándonos caer en el sueño más placentero y profundo que jamás hubiésemos tenido.
A la mañana siguiente me desperté, estaba desnudo en la cama de mi habitación, no recordaba cómo había llegado allí. Pude escuchar a mi madre en la cocina, preparando el desayuno seguramente…
Continuará en la segunda parte
La comida estuvo fabulosa, disfrutamos de la amena compañía familiar, los niños jugando y correteando por toda la casa mientras los adultos reíamos de cada ocurrencia entre la charla. Disfrutamos del banquete y las bebidas. Las horas pasaban entre risas y copas. Sin darnos cuenta, mamá se había embriagado. Ella no tenía la costumbre de beber y mucho menos beber tanto como lo hizo ese día, pero nos alegraba con sus ocurrencias.
Alrededor de las 5:30 pm el cielo se nubló advirtiendo a mis hermanos del mal clima y decidieron emprender camino. Mi hermano Jorge no bebió ya que debía conducir, pero mi cuñado, el esposo de Julieth, había bebido un par de copas demás. Mi padre se ofreció conducir y llevarlos hasta su casa. Yo decidí quedarme en casa con mamá mientras papá regresaba. Partieron sin demora. Una fuerte tempestad comenzó a azotar el lugar después de que partieron.
Me quedé recogiendo la mesa y limpiando el desorden. Mi madre, tambaleante y somnolienta trataba de ayudarme.
-Esto estará listo en un instante, ya verás –decía mamá tambaleante, mientras casi tiraba los vasos.
-No, tranquila, yo me hago cargo. ¿Por qué no vas a recostarte un rato?, descansa mientras yo termino acá. –le dije, mientras la llevaba al sofá de la sala, recostándola en él.
-Oh, está bien… pero solo un momento. Yo me encargaré de limpiar allí luego, solo recoge los platos –me decía su dulce voz balbuceante con aroma etílico.
Mi madre ronda alrededor de sus 40, es una mujer de 1.65 m, cabello oscuro y sedoso. Es de complexión robusta pero el hábito de ejercitarse le ha permitido tener una figura sensual. Unos pechos generosos, unos glúteos anchos, firmes y redondos, unas piernas robustas pero bien definidas y una cintura estrecha que hace realzar más sus sensuales curvas. Es una mujer muy atractiva. Aquella tarde llevaba una falda a las rodillas y una blusa con un sutil escote pero lo suficiente para ver esos enormes pechos enfundados en su sostén. La recosté en el sofá y la cubrí con una manta.
Eran casi las 8 pm. Ya había oscurecido por completo. Luego de limpiar y ordenar aquel desastre sonó el teléfono en la sala. Era mi padre. Al parecer las fuertes lluvias habían provocado derrumbes en la carretera y le imposibilitaban el retorno a casa.
-Tendré que pasar la noche en casa de Julieth, regresaré mañana cuando despejen la carretera. ¿Podrías quedarte y hacerle compañía a tu madre? No me gustaría que se quedase sola con una tormenta así.
-Claro no te preocupes, yo me quedó acá hasta que puedas volver –respondí.
Aliviado de que lograron llegar a casa de Julieth a salvo, colgué la llamada.
-mamá, llamó papá, dice que no podrá… –volteé diciéndole a mi madre, pero no estaba.
El sofá se encontraba vacío y sobre él, de manera desordenada, la manta, la blusa y la falda de mi madre. La ropa estaba sucia, al parecer estaba tan ebria que se había vomitado encima.
¡Pero qué carajos!, pensé. Tomé la ropa de mi madre y comencé a buscarla por todas las habitaciones de la casa.
-¡Mamá! ¿Dónde estás?... –decía mientras abría cada puerta hasta que la encontré en su habitación.
Las luces estaban apagadas, solamente la luz del pasillo iluminaba la habitación al abrir la puerta para entrar. Estaba tumbada en su cama, tratando de arroparse torpemente con las sabanas mientras balbuceaba quien sabe qué.
-Mamá, ¿estás bien, te sientes mal?
-No… tranquilo… estoy… estoy bien, ya se me… ya… ya se me pasará. –decía mientras arrullaba su almohada, ensuciándola.
-¡Oh mamá!, mírate, estás ensuciando todo, no puedes dormirte así, hay que limpiarte, ven. –la levanté delicadamente. Las sabanas se deslizaron suavemente abandonando su excitante figura.
¡Carajo! Mi madre estaba buenísima, llevaba un sostén de encaje que apretaba sus enormes pechos. Un calzón de tipo bikini cubría su pubis y sus glúteos. Su piel era tan suave y tan cálida. Me deleité viendo su sensual figura por unos minutos luego de encender la luz. Inevitablemente una erección comenzó a levantar mi pantalón.
-Vamos mamá, te llevaré a la regadera para que te limpies.
Me senté a su lado colocando su brazo sobre mis hombros y sujetando su cintura para levantarla, la puse de pie. Avanzamos tres pasos y mi madre se derrumbó impotente al suelo. No podía ni mantenerse en pie.
En mi esfuerzo por no dejarla caer la tomé rápidamente por enfrente abrazando su cintura tratando de levantarla pero se me resbalaba, la sujeté de su ropa interior impulsándola hacia arriba. Ese tirón provocó que su calzón se introdujera entre sus voluminosos glúteos hasta quedar como una tanga. Tuve que sujetarla de la cadera. Mis manos apretaron fuertemente esos glúteos. Sus brazos me abrazaron por encima de los hombros. Y cual si fuese un infante alzó sus piernas abriéndolas y abrazando mi cintura para que la cargase.
Podía sentir la suavidad de su vulva restregándose sobre mi abdomen a cada paso. Su vulva estaba ardiendo. Apretujaba sus pechos en mi tórax aferrándose a mí. Aproveché para acariciar sus excitantes glúteos y recorrer suavemente sus piernas mientras me encaminaba hasta la regadera. Mi madre continuaba con los ojos cerrados, somnolienta casi inconsciente de sus actos.
La senté en la bañera, ella se reclinó hacia atrás de manera relajada apoyando su cabeza en el borde mientras mantenía sus ojos cerrados. Comencé a mojar el cuerpo de mi madre con el agua tibia de la manguerilla.
-Oh! Si! Que delicia, el agua está perfecta –decía mamá, mientras yo empapaba su delicada piel y la acariciaba suavemente para limpiarla.
Estaba muy excitado, las copas hacían que pensara en mi madre de forma lasciva. Desabroché el sostén de mi madre liberando aquellos enormes y redondos senos. Esos maravillosos pechos que una vez fueron la fuente de mi sustento me provocaban para que los devorara nuevamente. Sus pezones se habían endurecido y erectos me incitaban a lamerlos.
Los masajeaba de manera erótica mientras leves gemidos placenteros emanaban de la etílica boca de mi madre. Acaricié su abdomen, bajé mi mano por su pubis hasta su monte de venus y allí comencé acariciar sus labios. Mi madre se estremecía disfrutando el agua caliente correr por todo su cuerpo.
Como pude, sujetándola, la puse de pie. Apoyé sus manos en la pared para quitarle el bikini. ¡Mierda! Esos glúteos escurrían el agua de la manera más excitante que hubiese visto jamás. Saqué esas bragas de entre sus nalgas lentamente. Por sus muslos se derramaron una mezcla de agua tibia y fluidos vaginales.
-Anda, hay que limpiarte muy bien –le decía, excitado por completo, mientras sumergía mi mano por entre sus nalgas acariciando su ano y alcanzando hurgar desde allí su vulva y su clítoris.
-Ah! Uf! Si así, límpiame muy bien –decía mi madre, ya ahora ebria de lujuria.
Terminé de limpiarla y la tomé entre mis brazos llevándola hasta la cama. Allí la recosté sobre su toalla y la envolví secando delicadamente cada rincón de su cuerpo. Disfruté cada segundo y cada centímetro de su cuerpo acariciándolo y saboreándolo con besos cuanto podía.
Mi ropa había quedado empapada tras el baño, así que me la quité quedando completamente desnudo, con un pene grueso hinchado hasta su máxima longitud, tan caliente como una braza, brotando gotas de excitación sobre cada parte de la piel de mi madre que tocaba cuando me acercaba.
Terminé de secarla y la dejé desnuda, la arropé tiernamente y por un segundo pensé en dejar allí aquella extraña experiencia. Pero no pude. El deseo de tomar a mi madre como si fuera mi mujer me tenían la cabeza y el pene a punto de estallar.
Rondé por toda la casa, completamente desnudo con una enorme erección tambaleándose con cada paso que daba mientras me aseguraba de apagar todas las luces de la casa, cerrando puertas y ventanas. Me excitaba el hecho de estar desnudo por toda la casa, que los vecinos pudieran verme por las ventanas en cualquier momento, pero me excitaba aún más el hecho de pensar en mi madre desnuda.
Una vez había terminado, regresé a la habitación de mamá. Me encerré con ella en la habitación y cual si fuera mi mujer, me escabullí entre las sabanas a su lado. No aguanté más. Me lancé sobre ella devorando sus hermosos y carnosos labios. Metía mi lengua saboreando la suya mientras ella somnolienta me correspondía el beso.
Sus manos comenzaron a acariciar mis pectorales deslizándose por mi abdomen hasta mi pene. Cuando lo sintió lo sujetó con fuerza y comenzó a masturbarlo de arriba abajo con gran habilidad. Ocasionalmente frotaba mi glande con sus dedos para luego descender hasta mis testículos con su mano entera. ¡Carajo! Mi madre era una experta.
Yo acariciaba su clítoris. Mi madre se estremecía de placer derramando enormes cantidades de fluido desde su depilada y ardiente vulva. Introduje mi dedo medio y anular juntos en su vagina, los encogía suavemente hacía arriba estimulando su punto G desde adentro. Los sacaba y los introducía nuevamente para repetir la maniobra una y otra vez. Mis dedos chapoteaban en sus flujos mientras mi madre gemía incesantemente mientras desgarraba las sabanas del colchón con sus manos.
-¡Ay! ¡Ayayay! ¡Por Dios! ¡Francisco! ¡Qué delicia! Así, así, no pares –gemía mi madre, quien al parecer, en su embriaguez, creía que estaba con mí padre.
-¿Así? ¿Te gusta? Te voy a follar como nunca Helen. –le respondía siguiéndole la corriente a la suposición de mi madre.
Pude sentir las paredes vaginales de mi madre apretar mis dedos dentro de ella con rítmicos y jugosos espasmos. Ella se estremeció tensando su abdomen, sus piernas temblaron y un gemido desgarrador salió de su garganta. Un orgasmo bestial había sacudido a mi progenitora por completa.
Luego de unos segundos, tras recuperar su cordura, se montó sobré mi a horcajadas. Bajó hasta colocar su cabeza frente a mi pene. Lo sujetó del tronco con fuerza y comenzó a engullirlo enérgicamente como una hambrienta desesperada. Trataba de engullirlo completo hasta el tronco pero mi glande se hundía en su garganta provocándole arcadas sin lograr su objetivo.
-¡Santo Cielo! Nunca había visto que te pusieras tan enorme Francisco, ni si quiera me cabe toda en la boca. –decía mi madre sorprendida, al parecer superaba en gran medida el tamaño de mi padre. Y ella lo notaba.
-Uf! Tu continua así Helen, solo sigue –le decía extasiado de placer.
Cada arcada de mi madre destilaba grandes flujos viscosos de su saliva en toda mi verga y escurrían por mis testículos.
De repente, una eyaculación de semen ardiente estalló a borbollones dentro de la boca de mi madre. Tragó más de la mitad mientras succionaba tratando de no dejar escapar ni una gota de mi manjar. Un poco escurrió por mi pene entre sus manos, ella lo recolectó en sus dedos y los introdujo en su vagina estimulándose placenteramente.
Aquello era sucio y excitante, estábamos ebrios de placer más que de alcohol. Tumbé a mi madre boca arriba y me acomodé entre sus piernas. Ella me abrazó por la cintura mientras yo restregaba mi glande untándole los restos de semen en toda su vulva. Mi madre se estremecía gimiendo, pidiéndome que la penetrara. No tardé más de 2 minutos y mi verga se había endurecido nuevamente.
Abrí sus piernas sujetándola por atrás de sus rodillas y coloqué la punta de mi glande en su vagina.
-Oh vamos! ¡Ya métemela! Quiero que me partas con esa verga, hazme tuya, date prisa, te quiero dentro de mí –me rogaba como toda una puta.
Comencé a introducir mi verga lentamente, podía sentir como estiraba sus paredes ensanchándola al máximo. Sus gemidos se mezclaban con suaves alaridos de placer. Deslicé lentamente cada centímetro de mi verga dentro de ella hasta meterla toda.
-¡Oh santo cielo! ¡Francisco! ¡Jamás te había sentido de semejante tamaño! ¡Estás enorme! Tu verga está muchísimo más gruesa, larga y venosa. Tu glande es enorme, me está partiendo delicioso. ¡Qué delicia! Ah! Ah! Así! Soy tuya mi amor, hazme tuya ¡qué delicia! Ah! Ah!
Yo la embestía de manera salvaje, como un animal, una y otra vez, la penetraba con todas mis fuerzas rápidamente mientras sentía su apretado coño destilar de placer. Golpeaba mí pubis en su clítoris con cada penetración. Sus pechos danzaban al ritmo de mis movimientos pélvicos.
Sentí su coño calentarse más que antes y comenzó a contraerse fuertemente apretando mi verga dentro de ella. Que delicia, su vagina exprimía mis jugos dentro, un intenso orgasmo estremeció a mi madre nuevamente y con ello, un intenso chorro de fluidos estalló de su vulva llenándome de su caldo. Una nueva bocanada de semen llenó por completo su sexo haciéndola gemir de la manera más excitante y lujuriosa que jamás había escuchado.
La follé… y la follé hasta dejar su vulva inflamada, enrojecida y adolorida. La hice mía. Y luego de aquellas bestiales escenas, nos recostamos abrazando nuestros cuerpos sudorosos dejándonos caer en el sueño más placentero y profundo que jamás hubiésemos tenido.
A la mañana siguiente me desperté, estaba desnudo en la cama de mi habitación, no recordaba cómo había llegado allí. Pude escuchar a mi madre en la cocina, preparando el desayuno seguramente…
Continuará en la segunda parte
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