No dejes de pasar por mi mejor post
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No te vas a arrepentir
LOS PRIMEROS DIAS
Voy a comentarles un poco sobre mis inicios sexuales, cuando aún me veía como niño, aunque yo sabía que deseaba ser niña. En esos días aun no era una chica trans como ahora, pero fue el momento de la revolución y mis primeros pasos.
Único hijo, papá trabajaba como empleado en un aserradero de la zona y mamá siendo psicóloga daba terapia en algunos geriátricos de la zona, ella se había especializado en las personas de la tercera edad.
Ya de pequeño, desde mis primeros recuerdos, supe cuál sería mi destino, mi homosexualidad se hacía evidente en todo mi ser, en mis pensamientos, en mis gustos, en mi forma de hablar, en mis ademanes, en todo.
Mi infancia fue muy dura, muy cruel, no es grato que te señalen como 'la mariquita' en forma socarrona, no tenía amigos y más de una vez recibía las golpizas desmedidas de mis compañeros de estudios, solo por ser diferente.
Papá no me decía nada, nunca me juzgaba ni me recriminaba, pero era evidente que, en lo profundo de su corazón, siempre le había dolido tener un hijo marica, le daba vergüenza con sus compañeros de empleo, o en reuniones familiares, no lo juzgo, él siempre fue muy bueno conmigo y hasta lo entiendo al ponerme en sus zapatos.
Mamá, siempre fue mi apoyo, mi bastón, tal vez por ser psicóloga podía ver las cosas con otros lentes, ella siempre era mi cable a tierra, mi libro de consulta, la voz de la experiencia. Ella solo me guiaba en mi camino, en mis decisiones, en mi formación, sin objetar, sin discutir, solo regalándome sonrisas.
Mi adolescencia fue diferente, cuando los chicos de mi edad empezaban a ir al gimnasio a modelar sus pectorales y sus bíceps, a mirarse al espejo rogando por ver esos primeros e incipientes bellos en el rostro, cuando empezaban a disputarse las chicas como trofeos de ostentación masculina, yo solo estaba en otra onda.
A mí me gustaba estar en soledad, me gustaba verme desnudo frente al espejo, me podía pasar mucho tiempo viendo lo que era mientras imaginaba lo que me hubiera gustado ver, imaginaba que me crecían las tetitas, odiaba mi pene, aunque era pequeño ciertamente no me gustaba lo que veía y cada tanto miraba las formas de mi cola, no sé, era muy delgado pero mi cola paradita me excitaba.
Y en secreto empecé a hacer muchos ejercicios, pero siempre para engrosar mis muslos, para sacar y tonificar glúteos y conforme fue pasando el tiempo empecé a depilarme por completo, me excitaba tocar con las yemas de mis dedos la suavidad femenina de no tener bellos en ninguna parte de mi cuerpo, ni en el pecho, ni en las axilas, ni en mis piernas, ni en mi sexo, ni en mi cola.
Y empecé a interiorizarme como podía a ser para llegar a ser lo que quería ser, una mujer.
Solía hurgar a escondidas entre las prendas de mamá, me gustaba medirme su ropa interior, sentir una tanga rozando mi esfínter, probar un sostén, aunque no tuviera nada por sostener, verme con media de encaje, caminar sobre tacos altos y hasta probarme alguna de sus faldas.
También aprendí poco a poco el arte de maquillarme, el rostro, los ojos, los labios, me excitaba mucho viendo mi rostro de mujer, empecé a usar el cabello un poco más largo de lo convencional y me encantaba pintarme las uñas de las manos y de los pies, aunque solo fuera por unos instantes.
Con los ahorros de acá y de allá, me compré mi primer consolador, era de mediano tamaño y fue mi primer amor, lo escondía con mucho recelo, me hubiera muerto de vergüenza si papá o mamá lo hubiera encontrado, pero por las noches daba riendas sueltas a mis fantasías, a veces solo lo chupaba como goloso y me masturbaba imaginando, otras veces me lo metía todo por la cola y me daba muy duro con él.
Poco tiempo después me pudo el vicio y lo que tenía me sabía a poco, así que fui por uno más grande, y después por un tercero de aun mayores dimensiones, me hice un adicto a esas vergas de juguete y saciaba con ellas toda mi sexualidad reprimida.
Pasados los dieciocho mi aspecto era demasiado controversial, no era hombre, no era mujer, había tomado hormonas femeninas y unos diminutos pechos se insinuaban en mi cuerpo, los ejercicios habían hecho efecto y mi cola se había vuelto al menos llamativa, mi rostro aniñado y mis largos cabellos daban más dudas que certezas, caminaba como mujer, hablaba como mujer, sentía como mujer, pero aún no estaba lista, aun vestía como hombre e intentaba ser un hombre.
Había terminado mis estudios secundarios y quise seguir mi carrera en artes y letras, carrera que no existía en el pequeño pueblo donde vivía, y como muchos adolescentes de mi edad, nos trasladamos a la gran ciudad, a algún departamento de medio pelo según nuestros padres pudieran afrontar.
Y creo que ese fue mi verdadero destape, lejos del ojo custodio de papá y mamá di riendas sueltas a mis locuras, no salí del closet, pero empecé a comprar todo lo que una niña podía comprar, pinturas, tinturas, ropa interior de mujer, medias de encaje, lencería erótica, faldas, cortas, largas, mini, cremas, y me perdición, zapatos tacos altos, creo que en un año había comprado no menos de veinte pares.
Estaba llegando a los veinte, era una mujer prisionera en el cuerpo de un hombre, y eso era un calvario, aún era virgen puesto que todos mis amores solo habían sido juguetes comprados en algún sex-shop, y fue cuando en esos días conocí a Aníbal.
Aníbal era un muchacho de cursos superiores, ya lo había cruzado en los pasillos de la facultad alguna que otra vez, él llamaba la atención sobre el resto, es que era de descendencia africana, de piel negra como la noche, esos hombres de nariz pegada al rostro y ancha como ninguna, con unos labios super gruesos y saltones, esas bocas que parecen inflamadas, con pelo motoso que casi se cortaba al ras.
Solo fue casualidad, nos cruzamos en uno de los baños del complejo universitario, el destino nos llevó a orinar lado a lado, y no pude tratar con desesperación de observar su miembro, y mi estúpida calentura me llevó a ser demasiado obvio, entonces él con una sonrisa socarrona me dijo
Que pasa amigo? te gusta?
Fue un golpe duro, me puse todo colorado, sentí incendiarme, pero volvió a reírse con más fuerza y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupe, fue entonces que se presentó y se dio un diálogo de improviso donde era evidente quien era la mariquita de los dos.
De ese primer encuentro casual se darían varios más y lo que puedo decir es que las cosas siempre estuvieron claras entre nosotros, yo era un chico afeminado y él sabía quién era, pero no pareció importarle.
Entre idas y vueltas, entre amagos y jugarretas, me decidí y lo invité a cenar a casa, él se sonrió y al abrir sus labios afloraron sus grandes dientes blancos contrastando con lo negro de su piel, aceptó, para el fin de semana.
Siempre recordaré esos días por la excitación con los que los viví, sería mi primera vez con un hombre y sería la primera vez que me mostraría como mujer y realmente quería que esa vez fuera única, al menos para mí.
Ese sábado preparé una rica cena, pero en verdad me concentré en el postre, yo, yo misma sería ese postre.
Me había producido con sumo cuidado, me había pintado las uñas de las manos y de los pies en celeste, me miré al espejo asegurándome de estar sin un bello en mi cuerpo, recuerdo que me puse una jaula de castidad en mi pene, es que odiaba mi pene, y también un plug anal con base de corazón en símil diamantes rojos, muy sexi, lucía un conjuntito calado, colaless, y medias de red arriba de las rodillas, con moño rosa, me puse un corsé ajustado, que afinaba mi cintura y simulaba dar forma a mis pechos, y una minifalda tableada muy cortita, que invitaba a pecar. Me acomodé el cabello a un lado para poder lucir unos largos pendientes, me había pintado mi rostro, y di mil vueltas ante el espejo, en medio de nervios contenidos, me veía tan mujer como nunca me había visto, pero solo necesitaba tener la opinión de Aníbal, le gustaría? le excitaría? me haría el amor? o solo creería ver en mi un pobre puto reprimido?
Aníbal llegó puntual, abrí la puerta y en esos segundos de incertidumbre sentí mi corazón galopar como nunca, el me miró de arriba a abajo, sus ojos se hicieron enormes y sin mediar palabra me dio un terrible beso en la boca, muy caliente, comiéndome los labios mientras sus manos inquietas buscaron mis nalgas bajo la pollera, entonces lo separé para jugar mi juego
Despacio... no empieces por el postre, primero la cena...
Y esa cena solo sería el preámbulo de la lujuria, donde el moreno me atacaba a cada paso y yo solo lo evadía, me gustaba sentirme seducida, deseada, mujer...
Comimos con deseo, incluso sintiendo como mi verga prisionera por la jaula trataba sin éxito lograr una erección.
Todo era demasiado, todo era inevitable, todo conducía a mi primera vez.
Aníbal se cansó de juegos, y como si fuera una novia me levantó en sus brazos para llevarme al dormitorio, y dejarme caer sobre la cama.
Seguimos besándonos e inconscientemente mi mano fue sobre su verga, pude notar que era enorme, tan grande como mis juguetes y eso me llenó de deseo, pero Aníbal era un hombre, fornido, musculoso, viril, me tomó a la fuerza y me hizo ponerme en cuatro patas sobre el colchón, levantó mis faldas y empezó a lamerme las nalgas en una forma muy rica, y yo lo deseaba, entonces tomó la tanga y la hizo a un lado, y se encontró con las dos sorpresas, mi diminuto pene encerrado en la jaulita de castidad y el plug anal enterrado en mi esfínter.
Volvió a reírse puesto que no lo esperaba, y me dio una nalgada, y otra, y otra más, me excitaba en demasía, lo deseaba.
Volví a besarlo, comí sus enormes labios, bajé por su pecho y al final llegué a su verga, era enorme, circuncisa, curvada hacia arriba, sin dudas estaba el otro extremo de lo que yo tenía, lo masturbé con la mano, se me hacía agüita en el culito de deseo, él me tomó por la nuca y me invitó a hacerlo, llevé mis labios a su glande y apenas pasé la lengua por su puntita, estaba empapado en un líquido viscoso, espeso, trasparente, de muy rico sabor, probé un poco más y morí en placer.
Era mi primera vez, la primera que no lo hacía con mis juguetes, una enorme pija de carne, para atragantarme, para morirme, se la chupé con esmero aplicando toda la práctica que había tenido con plas pijas artificiales.
El me la metía más y más profundo, y yo lo limitaba envolviendo con mi mano su tronco, era tan enorme!
Pasé mi lengua por su glande, en redondo, lo acomodé entre las muelas y el cachete, le besé las bolas e intenté comérmelas por completo, y solo ya o podía más, le pedí que me lo hiciera.
Me puso nuevamente en cuatro, me sacó entonces la tanga, y también el plug anal, me tomó por las caderas y guau! centímetro a centímetro me la metió por el culo, hasta el fondo, arrancándome un grito de placer. Su verga era demasiado gruesa, pero yo ya tenía mi esfínter preparado con años de consoladores.
Aníbal estaba excitado con lo que hacía, sentía la presión de sus manos en mi cintura, la forma en que se movía y como su enorme, larga y gorda verga me rompía toda arrancándome los gemidos de placer más locos que pudiera obtener
Putita... - me decía en medio del sexo - te estoy haciendo una concha en el culo...
Y eso me excitaba, me imaginaba todo el esfínter dilatado y solo no podía con tanto placer.
Aníbal entonces me giró y me levantó en el aire, como si fuera un papel, él parado a un lado de la cama, sosteniéndome por los muslos, yo lo rodeé con las piernas y lo abracé por el cuello, me dejó caer un poco y nuevamente su sexo entró en mi trasero.
Empezó a mecerme hacia arriba y hacia abajo, miré a un lado, el espejo de la pared me devolvió la imagen de una hembra, con medias de red y tacos, que era cogida en el aire como lo que era, toda una puta.
Eso me excitó demasiado y el roce de mi pene enjaulado en el pubis de mi negro amante solo me llevó a la locura.
Le dije que lo hiciera, que se moviera con ganas, le rogué para que me llenara el culo de leche.
Así lo hizo, lo sentí venir, sus brazos se pusieron firmes como roca y se frunció su entrecejo, apreté con fuerza mi adolorido esfínter y al fin llegó en lo profundo de mí.
Solo me dejó sobre la cama y se tiró abatido a mi lado, lo besé nuevamente, profundo, muy profundo, mis dedos inquietos fueron por detrás, mi culito estaba todo dilatado y el semen caliente chorreaba por el interior de mis nalgas.
Aníbal no decía nada, solo trataba de recuperar el aliento mirando al techo de la habitación, pero yo quería más.
Me estiré hacia atrás, a mi mesa de luz y busqué entre mis cosas, el más grande de los juguetes, que por cierto era de la misma medida que la verga que terminaba de comerme y solo empecé a metérmela por el culo, bien profundo a cogerme a mí mismo como tantas veces lo había hecho, solo que el objetivo real ahora era volver a provocar a mi amante, cosa que no tardaría en suceder.
En minutos, al ver lo que hacía, la pija de Aníbal se hizo enorme y solo me la dio para que volviera a chupársela. Era todo muy rico, el me acariciaba la jaulita donde estaba mi pene, yo masturbaba con un juguete enorme mi trasero y al mismo tiempo tenía una rica pija gorda y sabrosa en la boca.
Y todo era demasiado, incluso para mí, que vivía prisionera de una noche ideal, recibiendo estímulos de muchos lados.
Fue raro, pero mi verga diminuta, comprimida en la jaulita de pronto empezó a expulsar semen, empecé a ensuciar todo y Aníbal, lejos de inmutarse acarició con más énfasis mi propio pene.
Yo no daba crédito a mi suerte y solo seguí por lo que me quedaba pendiente, mi más secreta fantasía, que un hombre me acabara en la boca.
Lo masturbé con todo mi esmero, con todas mis ganas, con mi boca, con mi mano, quería que me sorprendiera, y él jugó mi juego, seguí y seguí, hasta que al final un sabor en mi lengua me hizo saber que sí, que ya estaba y viví esos segundos gloriosos en los que el orgasmo de un hombre parece congelarse en el glande, cuando sabes que solo un lengüetazo más será suficiente para desatar la explosión, y así fue, de repente, mi boca se llenó de semen, espeso, caliente, perfecto, disfruté su hombría en entre mis muelas y me aseguré de tragar hasta la última gota.
Le dije a Aníbal que se quedara a dormir, y así lo hizo, a la mañana siguiente volveríamos a enredarnos entre las sábanas en medio de pecados.
Al día siguiente fui por un jean y una remera, y fue cuando Aníbal me dijo que en verdad era más bonita como mujer. Había llegado la hora de afrontar quien era en verdad, en forma pública, y si bien no fue de un día para el otro, al cabo de seis meses ya no tenía en mi placar una sola prenda de hombre.
Y fui con todo el empuje hacia mi lado femenino, todos me llamaban Priscila, como mi mamá, y aposté fuerte a ser lo que quería ser.
Con Aníbal tuvimos varios encuentros más, pero lo nuestro era solo sexo, y una noche fue demasiado, nos habíamos reunido con algunos amigos, eran ocho muchachos, Aníbal y yo, era solo disfrutar una noche, pero entre bebidas y cigarros terminamos en un gangbang improvisado donde tuve que satisfacer nueve vergas al mismo tiempo.
La experiencia no fue del todo buena para mí, era atrapante imaginarlo, pero no lo fue tanto ejecutarlo, más de uno con copas encima dejaron notar su homofobia, y que en verdad más que disfrutar una libre sexualidad parecían estar cogiéndose a un puto asqueroso, se dieron todos los gustos, me hicieron doble y hasta triple penetración anal, fue demasiado y con un dejo de vergüenza confieso que terminé en el hospital con el culo roto.
Pero lo que más me había dolido fue la humillación a la que me sometió Aníbal, esperé a que el estuviera de mi parte, pero entre hombres solo fue uno más de la manada.
Ya pasaron doce años, no queda nada de Carlitos, el chico acomplejado de una vida pasada, hoy en mi vive Priscila, una hermosa morena de largos de cabellos enrulados, que viste bien, que luce bien, que huele bien, los hombres voltean al verme en la calle, al mover mis amplias caderas, a llenarse con mi cinturita de avispa, coqueta, a desearme mis enormes pechos siliconados, me gusta provocar en vestidos super ajustados, con infartantes colaless de lujuria, siempre repiqueteando sobre mis tacos altos, llevando conmigo solo un par de secretas sorpresa, mi diminuto pene encerrado de por vida en alguna jaulita de castidad y un coqueto plug anal con forma de corazón, para regalarlo que quien se diera de ocasión
Si te gustó la historia puedes escribirme con título LOS PRIMEROS DIAS a dulces.placeres@live.com
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No te vas a arrepentir
LOS PRIMEROS DIAS
Voy a comentarles un poco sobre mis inicios sexuales, cuando aún me veía como niño, aunque yo sabía que deseaba ser niña. En esos días aun no era una chica trans como ahora, pero fue el momento de la revolución y mis primeros pasos.
Único hijo, papá trabajaba como empleado en un aserradero de la zona y mamá siendo psicóloga daba terapia en algunos geriátricos de la zona, ella se había especializado en las personas de la tercera edad.
Ya de pequeño, desde mis primeros recuerdos, supe cuál sería mi destino, mi homosexualidad se hacía evidente en todo mi ser, en mis pensamientos, en mis gustos, en mi forma de hablar, en mis ademanes, en todo.
Mi infancia fue muy dura, muy cruel, no es grato que te señalen como 'la mariquita' en forma socarrona, no tenía amigos y más de una vez recibía las golpizas desmedidas de mis compañeros de estudios, solo por ser diferente.
Papá no me decía nada, nunca me juzgaba ni me recriminaba, pero era evidente que, en lo profundo de su corazón, siempre le había dolido tener un hijo marica, le daba vergüenza con sus compañeros de empleo, o en reuniones familiares, no lo juzgo, él siempre fue muy bueno conmigo y hasta lo entiendo al ponerme en sus zapatos.
Mamá, siempre fue mi apoyo, mi bastón, tal vez por ser psicóloga podía ver las cosas con otros lentes, ella siempre era mi cable a tierra, mi libro de consulta, la voz de la experiencia. Ella solo me guiaba en mi camino, en mis decisiones, en mi formación, sin objetar, sin discutir, solo regalándome sonrisas.
Mi adolescencia fue diferente, cuando los chicos de mi edad empezaban a ir al gimnasio a modelar sus pectorales y sus bíceps, a mirarse al espejo rogando por ver esos primeros e incipientes bellos en el rostro, cuando empezaban a disputarse las chicas como trofeos de ostentación masculina, yo solo estaba en otra onda.
A mí me gustaba estar en soledad, me gustaba verme desnudo frente al espejo, me podía pasar mucho tiempo viendo lo que era mientras imaginaba lo que me hubiera gustado ver, imaginaba que me crecían las tetitas, odiaba mi pene, aunque era pequeño ciertamente no me gustaba lo que veía y cada tanto miraba las formas de mi cola, no sé, era muy delgado pero mi cola paradita me excitaba.
Y en secreto empecé a hacer muchos ejercicios, pero siempre para engrosar mis muslos, para sacar y tonificar glúteos y conforme fue pasando el tiempo empecé a depilarme por completo, me excitaba tocar con las yemas de mis dedos la suavidad femenina de no tener bellos en ninguna parte de mi cuerpo, ni en el pecho, ni en las axilas, ni en mis piernas, ni en mi sexo, ni en mi cola.
Y empecé a interiorizarme como podía a ser para llegar a ser lo que quería ser, una mujer.
Solía hurgar a escondidas entre las prendas de mamá, me gustaba medirme su ropa interior, sentir una tanga rozando mi esfínter, probar un sostén, aunque no tuviera nada por sostener, verme con media de encaje, caminar sobre tacos altos y hasta probarme alguna de sus faldas.
También aprendí poco a poco el arte de maquillarme, el rostro, los ojos, los labios, me excitaba mucho viendo mi rostro de mujer, empecé a usar el cabello un poco más largo de lo convencional y me encantaba pintarme las uñas de las manos y de los pies, aunque solo fuera por unos instantes.
Con los ahorros de acá y de allá, me compré mi primer consolador, era de mediano tamaño y fue mi primer amor, lo escondía con mucho recelo, me hubiera muerto de vergüenza si papá o mamá lo hubiera encontrado, pero por las noches daba riendas sueltas a mis fantasías, a veces solo lo chupaba como goloso y me masturbaba imaginando, otras veces me lo metía todo por la cola y me daba muy duro con él.
Poco tiempo después me pudo el vicio y lo que tenía me sabía a poco, así que fui por uno más grande, y después por un tercero de aun mayores dimensiones, me hice un adicto a esas vergas de juguete y saciaba con ellas toda mi sexualidad reprimida.
Pasados los dieciocho mi aspecto era demasiado controversial, no era hombre, no era mujer, había tomado hormonas femeninas y unos diminutos pechos se insinuaban en mi cuerpo, los ejercicios habían hecho efecto y mi cola se había vuelto al menos llamativa, mi rostro aniñado y mis largos cabellos daban más dudas que certezas, caminaba como mujer, hablaba como mujer, sentía como mujer, pero aún no estaba lista, aun vestía como hombre e intentaba ser un hombre.
Había terminado mis estudios secundarios y quise seguir mi carrera en artes y letras, carrera que no existía en el pequeño pueblo donde vivía, y como muchos adolescentes de mi edad, nos trasladamos a la gran ciudad, a algún departamento de medio pelo según nuestros padres pudieran afrontar.
Y creo que ese fue mi verdadero destape, lejos del ojo custodio de papá y mamá di riendas sueltas a mis locuras, no salí del closet, pero empecé a comprar todo lo que una niña podía comprar, pinturas, tinturas, ropa interior de mujer, medias de encaje, lencería erótica, faldas, cortas, largas, mini, cremas, y me perdición, zapatos tacos altos, creo que en un año había comprado no menos de veinte pares.
Estaba llegando a los veinte, era una mujer prisionera en el cuerpo de un hombre, y eso era un calvario, aún era virgen puesto que todos mis amores solo habían sido juguetes comprados en algún sex-shop, y fue cuando en esos días conocí a Aníbal.
Aníbal era un muchacho de cursos superiores, ya lo había cruzado en los pasillos de la facultad alguna que otra vez, él llamaba la atención sobre el resto, es que era de descendencia africana, de piel negra como la noche, esos hombres de nariz pegada al rostro y ancha como ninguna, con unos labios super gruesos y saltones, esas bocas que parecen inflamadas, con pelo motoso que casi se cortaba al ras.
Solo fue casualidad, nos cruzamos en uno de los baños del complejo universitario, el destino nos llevó a orinar lado a lado, y no pude tratar con desesperación de observar su miembro, y mi estúpida calentura me llevó a ser demasiado obvio, entonces él con una sonrisa socarrona me dijo
Que pasa amigo? te gusta?
Fue un golpe duro, me puse todo colorado, sentí incendiarme, pero volvió a reírse con más fuerza y me dijo que todo estaba bien, que no me preocupe, fue entonces que se presentó y se dio un diálogo de improviso donde era evidente quien era la mariquita de los dos.
De ese primer encuentro casual se darían varios más y lo que puedo decir es que las cosas siempre estuvieron claras entre nosotros, yo era un chico afeminado y él sabía quién era, pero no pareció importarle.
Entre idas y vueltas, entre amagos y jugarretas, me decidí y lo invité a cenar a casa, él se sonrió y al abrir sus labios afloraron sus grandes dientes blancos contrastando con lo negro de su piel, aceptó, para el fin de semana.
Siempre recordaré esos días por la excitación con los que los viví, sería mi primera vez con un hombre y sería la primera vez que me mostraría como mujer y realmente quería que esa vez fuera única, al menos para mí.
Ese sábado preparé una rica cena, pero en verdad me concentré en el postre, yo, yo misma sería ese postre.
Me había producido con sumo cuidado, me había pintado las uñas de las manos y de los pies en celeste, me miré al espejo asegurándome de estar sin un bello en mi cuerpo, recuerdo que me puse una jaula de castidad en mi pene, es que odiaba mi pene, y también un plug anal con base de corazón en símil diamantes rojos, muy sexi, lucía un conjuntito calado, colaless, y medias de red arriba de las rodillas, con moño rosa, me puse un corsé ajustado, que afinaba mi cintura y simulaba dar forma a mis pechos, y una minifalda tableada muy cortita, que invitaba a pecar. Me acomodé el cabello a un lado para poder lucir unos largos pendientes, me había pintado mi rostro, y di mil vueltas ante el espejo, en medio de nervios contenidos, me veía tan mujer como nunca me había visto, pero solo necesitaba tener la opinión de Aníbal, le gustaría? le excitaría? me haría el amor? o solo creería ver en mi un pobre puto reprimido?
Aníbal llegó puntual, abrí la puerta y en esos segundos de incertidumbre sentí mi corazón galopar como nunca, el me miró de arriba a abajo, sus ojos se hicieron enormes y sin mediar palabra me dio un terrible beso en la boca, muy caliente, comiéndome los labios mientras sus manos inquietas buscaron mis nalgas bajo la pollera, entonces lo separé para jugar mi juego
Despacio... no empieces por el postre, primero la cena...
Y esa cena solo sería el preámbulo de la lujuria, donde el moreno me atacaba a cada paso y yo solo lo evadía, me gustaba sentirme seducida, deseada, mujer...
Comimos con deseo, incluso sintiendo como mi verga prisionera por la jaula trataba sin éxito lograr una erección.
Todo era demasiado, todo era inevitable, todo conducía a mi primera vez.
Aníbal se cansó de juegos, y como si fuera una novia me levantó en sus brazos para llevarme al dormitorio, y dejarme caer sobre la cama.
Seguimos besándonos e inconscientemente mi mano fue sobre su verga, pude notar que era enorme, tan grande como mis juguetes y eso me llenó de deseo, pero Aníbal era un hombre, fornido, musculoso, viril, me tomó a la fuerza y me hizo ponerme en cuatro patas sobre el colchón, levantó mis faldas y empezó a lamerme las nalgas en una forma muy rica, y yo lo deseaba, entonces tomó la tanga y la hizo a un lado, y se encontró con las dos sorpresas, mi diminuto pene encerrado en la jaulita de castidad y el plug anal enterrado en mi esfínter.
Volvió a reírse puesto que no lo esperaba, y me dio una nalgada, y otra, y otra más, me excitaba en demasía, lo deseaba.
Volví a besarlo, comí sus enormes labios, bajé por su pecho y al final llegué a su verga, era enorme, circuncisa, curvada hacia arriba, sin dudas estaba el otro extremo de lo que yo tenía, lo masturbé con la mano, se me hacía agüita en el culito de deseo, él me tomó por la nuca y me invitó a hacerlo, llevé mis labios a su glande y apenas pasé la lengua por su puntita, estaba empapado en un líquido viscoso, espeso, trasparente, de muy rico sabor, probé un poco más y morí en placer.
Era mi primera vez, la primera que no lo hacía con mis juguetes, una enorme pija de carne, para atragantarme, para morirme, se la chupé con esmero aplicando toda la práctica que había tenido con plas pijas artificiales.
El me la metía más y más profundo, y yo lo limitaba envolviendo con mi mano su tronco, era tan enorme!
Pasé mi lengua por su glande, en redondo, lo acomodé entre las muelas y el cachete, le besé las bolas e intenté comérmelas por completo, y solo ya o podía más, le pedí que me lo hiciera.
Me puso nuevamente en cuatro, me sacó entonces la tanga, y también el plug anal, me tomó por las caderas y guau! centímetro a centímetro me la metió por el culo, hasta el fondo, arrancándome un grito de placer. Su verga era demasiado gruesa, pero yo ya tenía mi esfínter preparado con años de consoladores.
Aníbal estaba excitado con lo que hacía, sentía la presión de sus manos en mi cintura, la forma en que se movía y como su enorme, larga y gorda verga me rompía toda arrancándome los gemidos de placer más locos que pudiera obtener
Putita... - me decía en medio del sexo - te estoy haciendo una concha en el culo...
Y eso me excitaba, me imaginaba todo el esfínter dilatado y solo no podía con tanto placer.
Aníbal entonces me giró y me levantó en el aire, como si fuera un papel, él parado a un lado de la cama, sosteniéndome por los muslos, yo lo rodeé con las piernas y lo abracé por el cuello, me dejó caer un poco y nuevamente su sexo entró en mi trasero.
Empezó a mecerme hacia arriba y hacia abajo, miré a un lado, el espejo de la pared me devolvió la imagen de una hembra, con medias de red y tacos, que era cogida en el aire como lo que era, toda una puta.
Eso me excitó demasiado y el roce de mi pene enjaulado en el pubis de mi negro amante solo me llevó a la locura.
Le dije que lo hiciera, que se moviera con ganas, le rogué para que me llenara el culo de leche.
Así lo hizo, lo sentí venir, sus brazos se pusieron firmes como roca y se frunció su entrecejo, apreté con fuerza mi adolorido esfínter y al fin llegó en lo profundo de mí.
Solo me dejó sobre la cama y se tiró abatido a mi lado, lo besé nuevamente, profundo, muy profundo, mis dedos inquietos fueron por detrás, mi culito estaba todo dilatado y el semen caliente chorreaba por el interior de mis nalgas.
Aníbal no decía nada, solo trataba de recuperar el aliento mirando al techo de la habitación, pero yo quería más.
Me estiré hacia atrás, a mi mesa de luz y busqué entre mis cosas, el más grande de los juguetes, que por cierto era de la misma medida que la verga que terminaba de comerme y solo empecé a metérmela por el culo, bien profundo a cogerme a mí mismo como tantas veces lo había hecho, solo que el objetivo real ahora era volver a provocar a mi amante, cosa que no tardaría en suceder.
En minutos, al ver lo que hacía, la pija de Aníbal se hizo enorme y solo me la dio para que volviera a chupársela. Era todo muy rico, el me acariciaba la jaulita donde estaba mi pene, yo masturbaba con un juguete enorme mi trasero y al mismo tiempo tenía una rica pija gorda y sabrosa en la boca.
Y todo era demasiado, incluso para mí, que vivía prisionera de una noche ideal, recibiendo estímulos de muchos lados.
Fue raro, pero mi verga diminuta, comprimida en la jaulita de pronto empezó a expulsar semen, empecé a ensuciar todo y Aníbal, lejos de inmutarse acarició con más énfasis mi propio pene.
Yo no daba crédito a mi suerte y solo seguí por lo que me quedaba pendiente, mi más secreta fantasía, que un hombre me acabara en la boca.
Lo masturbé con todo mi esmero, con todas mis ganas, con mi boca, con mi mano, quería que me sorprendiera, y él jugó mi juego, seguí y seguí, hasta que al final un sabor en mi lengua me hizo saber que sí, que ya estaba y viví esos segundos gloriosos en los que el orgasmo de un hombre parece congelarse en el glande, cuando sabes que solo un lengüetazo más será suficiente para desatar la explosión, y así fue, de repente, mi boca se llenó de semen, espeso, caliente, perfecto, disfruté su hombría en entre mis muelas y me aseguré de tragar hasta la última gota.
Le dije a Aníbal que se quedara a dormir, y así lo hizo, a la mañana siguiente volveríamos a enredarnos entre las sábanas en medio de pecados.
Al día siguiente fui por un jean y una remera, y fue cuando Aníbal me dijo que en verdad era más bonita como mujer. Había llegado la hora de afrontar quien era en verdad, en forma pública, y si bien no fue de un día para el otro, al cabo de seis meses ya no tenía en mi placar una sola prenda de hombre.
Y fui con todo el empuje hacia mi lado femenino, todos me llamaban Priscila, como mi mamá, y aposté fuerte a ser lo que quería ser.
Con Aníbal tuvimos varios encuentros más, pero lo nuestro era solo sexo, y una noche fue demasiado, nos habíamos reunido con algunos amigos, eran ocho muchachos, Aníbal y yo, era solo disfrutar una noche, pero entre bebidas y cigarros terminamos en un gangbang improvisado donde tuve que satisfacer nueve vergas al mismo tiempo.
La experiencia no fue del todo buena para mí, era atrapante imaginarlo, pero no lo fue tanto ejecutarlo, más de uno con copas encima dejaron notar su homofobia, y que en verdad más que disfrutar una libre sexualidad parecían estar cogiéndose a un puto asqueroso, se dieron todos los gustos, me hicieron doble y hasta triple penetración anal, fue demasiado y con un dejo de vergüenza confieso que terminé en el hospital con el culo roto.
Pero lo que más me había dolido fue la humillación a la que me sometió Aníbal, esperé a que el estuviera de mi parte, pero entre hombres solo fue uno más de la manada.
Ya pasaron doce años, no queda nada de Carlitos, el chico acomplejado de una vida pasada, hoy en mi vive Priscila, una hermosa morena de largos de cabellos enrulados, que viste bien, que luce bien, que huele bien, los hombres voltean al verme en la calle, al mover mis amplias caderas, a llenarse con mi cinturita de avispa, coqueta, a desearme mis enormes pechos siliconados, me gusta provocar en vestidos super ajustados, con infartantes colaless de lujuria, siempre repiqueteando sobre mis tacos altos, llevando conmigo solo un par de secretas sorpresa, mi diminuto pene encerrado de por vida en alguna jaulita de castidad y un coqueto plug anal con forma de corazón, para regalarlo que quien se diera de ocasión
Si te gustó la historia puedes escribirme con título LOS PRIMEROS DIAS a dulces.placeres@live.com
2 comentarios - Los primeros días