Es una calurosa tarde del mes de agosto y la ciudad está prácticamente vacía, lo mismo que el edificio donde vive María con su marido y con su hijo.
María es una mujer de unos treinta y siete años, de poco menos de un metro setenta, con cuerpo escultural y hermosa cara, aunque si la preguntamos a ella dirá que tiene un culo demasiado gordo, así como sus tetas, pero, como ya sabemos la mayoría de las mujeres nunca suelen estar conformes con su cuerpo y buscan una perfección inalcanzable que depende de su estado de ánimo, pero para la inmensa mayoría de los hombres tiene un culo y unas tetas como para estrujárselas y comérselas a bocados.
Ese mes de agosto no se han ido de vacaciones ya que el marido de María tiene que trabajar, por lo que ella y su hijo, Mario, se han quedado en la única vivienda que tienen, en la misma ciudad donde trabaja su marido.
Su marido suele llegar tarde a casa, y siempre viene cansado, enfadado, siempre quejándose, y, según, cena, se mete en la cama, no precisamente para hacer el amor con ella, sino para dormir de un tirón, ocupando toda de la cama que comparte con María, y roncar como una locomotora vieja y estropeada.
Esa tarde, María está tendiendo la ropa recién lavada en la cuerda que está entre dos ventanas de su vivienda y que da a un pequeño patio interior del edificio donde viven.
En ese momento piensa en los pocos vecinos que hay en el edificio, de hecho aparte de su hijo, su marido y ella misma, los únicos vecinos que comparten el patio donde ella ahora tiende la ropa deben ser los vecinos de debajo de ellos, y que en ese momento escucha a través del patio la televisión de ellos encendida.
Por suerte la ponen más bien con poco volumen, ya que, al tener las ventanas abiertas de toda la casa, despertarían a su hijo que este verano ha cogido la costumbre de dormir todas las tardes una buena siesta en su cama de casi dos horas. De hecho ahora mismo está durmiendo, posiblemente motivado no solamente por el calor, sino también del aburrimiento, ya que todos sus amigos se han ido de vacaciones y él, con sus quince años, si no duerme, se dedica a vagabundear ocioso por toda la casa.
En eso que, a punto de terminar de tender la ropa, una pinza de la ropa se suelta de la cuerda, haciendo que una de las prendas que está tendiendo se precipite al vacío.
Saca la cabeza por la ventana y la ve sobre la cuerda del piso de abajo. Y es precisamente el tanga prácticamente nuevo que se ha comprado la semana pasada y no la ha costado precisamente barato, sino que lo compró para levantar a su marido el ánimo y otra cosa más, pero aún así fue imposible, ni la miró.
Por suerte los vecinos de abajo no se han marchado, y siempre ha tenido buenas relaciones con Pilar, la vecina, una mujer regordeta y bajita de unos cuarenta y tantos años que lleva en la casa más tiempo que ellos, y que frecuentemente se han reunido en alguna de las dos casas para charlar animadamente.
Acaba de tender la poca ropa que falta y, cogiendo las llaves, se baja contenta al piso de la vecina para, con la excusa de recoger la ropa, pueda conversar un poco con Pilar y así matar un poco la tarde.
Baja saltarina por las escaleras al piso de abajo y llama al timbre de los vecinos.
Espera un rato y, cuando parece que nadie va a responder, cuando está a punto de marcharse, alguien de dentro de la casa echa una ojeada por la mirilla y abre la puerta.
Pero, ¡sorpresa!, no es Pilar la que abre, sino un hombre alto en calzoncillos. ¡Es el marido de Pilar! Con el que casi nunca suele coincidir y cuya presencia siempre la ha intimidado un poco, bueno, más bien bastante, mucho. Cada vez que se ha cruzado con ella la ha echado unas miradas de las que desnudan, como si tuviera rayos X en los ojos, que traspasan su ropa y la ven totalmente desnuda.
Ahora se da cuenta que no lleva sostén debajo de su ligero vestido, y que el vecino la mira directamente las tetas, atravesando su vestido con la mirada, y siente como sus pezones se hinchan excitados, amenazando con taladrar el tejido.
Pero está alegre y la presencia del vecino no va a arruinarla el estado de ánimo, además seguro que Pilar está dentro y se pondrán a hablar de sus cosas, echando a su marido de la habitación, por lo que, haciendo como si le mirara a la cara, pero sin verle realmente para no sentirse intimidada, le dice muy jovial:
¡Ah, hola, soy María, la vecina de arriba por si no te acuerdas de mí!
Te recuerdo perfectamente. No paro de pensar en ti.
Sin dejar de mirarla de una forma intensa que la hace sentirse completamente desnuda e indefensa, la responde sonriendo ferozmente y ella, haciendo como si se riera, continúa muy jovial.
¡Ah, muchas gracias! Veras te cuento. Estaba tendiendo la ropa recién lavada en la cuerda y se me ha caído algo en tu cuerda. Bueno, ese algo son ... mis braguitas.
Se te han caído las bragas en mi cuerda. ¿No llevas bragas ahora?
Resume él, mirándola directamente ahora a la entrepierna, taladrando con su mirada su ropa y dejándola como si no llevara nada encima de la vulva.
¡Bueno, sí! … Y quería recuperarlas, por lo que me gustaría que me las dieras, bueno, si es posible.
Me gustaría que las recogieras tú misma, así que pasa, pasa, que no te voy a comer, … o quizá sí.
Y, sonriendo cruelmente, se echa a un lado para que pase ella al interior de la vivienda.
Asustada, pero intentando no parecerlo, hace como si se riera y entra, esperando encontrar a Pilar dentro de la casa.
Se para en el pasillo y escucha al vecino decirla a sus espaldas:
Pasa dentro y cógelas, o prefieres que sea yo el que te coja. Además no tengas miedo que seguro que no eres virgen.
Sin atreverse a replicarle y caminando por el pasillo, escucha la puerta cerrarse a sus espaldas y piensa que se ha metido en la boca del lobo, o quizá sea solamente su imaginación y no va a pasar nada. Recogerá su ropa y se marchara.
Mientras camina por el pasillo sin parar de parlotear muy rápido y muy nerviosa, casi histérica, sin saber ni qué están diciendo, mira dentro de las habitaciones por las que va pasando y, cada vez más asustada, no ve a Pilar, hasta que llega a la ventana donde está la cuerda en la que vio su tanga colgando, y, sin atreverse a mirar hacia atrás por si el vecino se ha transformado en un lujurioso hombre-lobo que está a punto de abalanzarse sobre ella y devorarla, le dice al vecino:
¡Ay, aquí está!
Y asustada, se acerca a la ventana para coger sus bragas, pero al estar un poco alejadas, se tumba un poco sobre el alfeizar, poniéndose de puntillas y estirándose para cogerlas, pero está muy nerviosa y le cuesta cogerlas, demorándose en el proceso.
El vecino, que dormía hasta que el timbre de la puerta le despertó, ha estado caminando a poco más de un metro detrás de ella por todo el pasillo, mirándola la espalda, el culo, cómo lo mueve, sus piernas, sus pies, y sobre todo el vestido, analizando cómo quitárselo lo más deprisa posible, poniéndose su verga cada vez más dura y erecta.
Ahora que la vecina se estira para coger sus bragas de la cuerda, él se agacha para ver detenidamente debajo de la faldita de ella y mirar el culo prieto y respingón con un minúsculo tanga prácticamente desaparecido entre sus cachetes.
Estira sus manos y, en el momento que María logra atrapar de la cuerda el tanga entre sus dedos índice y corazón de su mano derecha, él la levanta rápido la falda y la baja las bragas hasta los tobillos.
Sorprendida, emite un agudo chillido, dejando caer el tanga que lleva entre sus dedos al patio, pero al sentir las manos de él sobre sus nalgas desnudas, se detiene aterrada, pensando que no es posible que ocurra lo que siente que está ocurriendo.
Seguro que es un error y el vecino se disculpará y ella le quitará hierro al asunto, pero las manos de él la soban insistentemente las nalgas sin que ella se atreva a moverse.
Ella se da cuenta que a este mismo patio da la ventana del dormitorio donde duerme su hijo, y no quiere que se entere de lo que la está ocurriendo. No quiere que se entere por la vergüenza que siente, por el escándalo que supondría que se supiera y porque el vecino es un verdadero bruto que podría responder muy violentamente a cualquier acción de su hijo o de ella misma que pudiera impedirlo.
Viendo la falta de respuesta de María, el vecino ahora la besa y chupa los glúteos, pero, cuando la separa los cachetes e introduce su lengua entre ellos, lamiéndola el ano, ella, excitada, se mueve, intentando girarse y evitar que continúe haciéndolo, pero él, más rápido, se pone en pie, y la inmoviliza con su peso en el alfeizar de la ventana.
Se baja en un momento el calzón, aplastando su verga erecta y dura directamente en el culo macizo de la vecina, mientras sus manos se introducen en la parte frontal del vestido de ella, sobándola las tetas.
Sintiendo el cipote del vecino duro como una piedra presionando sobre una de sus nalgas, y ante la posible violencia del él no se atreve a resistirse abiertamente, tímidamente intenta ella sujetarle las manos y retirarlas de sus pechos, pero él no se deja y continúa sobándola las tetas, especialmente los duros e hinchados pezones.
Se esfuerza más por retirar las manos de él, pero no puede, y él, ahora comenzando a desabotonar con una mano los botones del vestido de ella y con la otra amasándola una teta, la susurra al oído:
No te resistas y no te haré daño.
Aterrada por lo que acaba de escuchar se queda quieta, aprovechando él para desabotonarla rápido todos los botones del vestido y, al desabotonar el último, la mete la mano entre las piernas, directamente en la vulva.
Ella chilla débilmente al sentir como los dedos la penetran en la vagina y se restriegan entre sus labios vaginales, sobándola el clítoris, intentando masturbarla.
Le toma la mano con la que está masturbándola e intenta quitársela sin conseguirlo, suplicando de forma apenas audible:
¡No, por favor, no!
Pero no logra retirarle la amaño y el vecino, sin dejar de sobarla insistentemente el sexo, la dice al oído:
Ya tenía yo ganas de estar a solas contigo, vecina, sin nadie que nos moleste y sin que puedas escapar.
Mientras la masturba, mueve sus glúteos adelante y atrás, presionando su cipote por las nalgas de ella, como si estuviera follándosela.
Poco a poco ella, en contra de su voluntad, se va excitando cada vez más y empieza a jadear de placer.
El vecino, sin dejar de sobarla el clítoris, siente sus dedos cada vez más lubricados, cómo ella tiene la entrepierna cada vez más húmeda, y la susurra al oído:
Te gusta, ¿verdad?, vecina. Te estás corriendo ¿no? pues esto es solamente el principio. Lo mejor está por llegar.
Ella, cada vez jadea y gime de forma más audible, más, intentando contener los gemidos de placer, pero no lo consigue plenamente, y, al alcanzar el orgasmo, no puede evitarlo y chilla de placer, despertando a Mario, su hijo, que duerme en el piso de arriba.
Venga, ábrete de piernas, y sé buena que ahora me toca a mí metértela.
La dice el vecino al oído, dejando de masturbarla, pero el hijo de la vecina, medio despierto, también lo escucha y poco a poco se va dando cuenta que están follando por el patio.
Sin levantarse de la cama, se queda escuchando, ya despierto, pero sin saber ni donde exactamente están follando ni quienes lo están haciendo.
Pero María permanece en silencio, sin moverse, todavía disfrutando de su orgasmo y el vecino, al notar la pasividad de ella, se separa un poco, quitándola el vestido, dejándolo caer al suelo entre ellos, y dejándola totalmente desnuda.
Pisando el vestido que está a sus pies, se vuelve a pegar a ella, metiendo una pierna entre las piernas de ella, separándolas, y metiéndose entre ellas, abriéndoselas.
Se mueve, restregando su verga tiesa por las nalgas de ella, buscando ansioso un agujero donde metérsela, pero ella, sudando desesperada, aprieta los glúteos e impide que se meta entre ellos y la penetre por el ano.
Ahora él, buscando otra entrada, dobla un poco las rodillas, y dirige su cipote erecto entre las piernas de ella, tanteando como penetrarla.
Sintiendo cómo el miembro de él está rondando la entrada a su vagina, suplica desesperada de nuevo:
¡No, por favor, no!
Pero el vecino, concentrado, no la hace ningún caso y encuentra al fin el acceso a su vagina, y la penetra hasta el fondo..
María, al sentir cómo la meten en toda su extensión el rabo en su coño, abre mucho los ojos y la boca, conteniendo la respiración, sin atreverse a chillar, pero, al notar cómo el vientre del hombre choca con sus nalgas, se da cuenta que le ha metido todo el miembro y expulsa todo el aire fuertemente.
Ahora el vecino echa lentamente hacia atrás sus glúteos, haciendo que su verga salga en parte, casi toda, para volver otra vez a entrar, y así una y otra vez, lentamente al principio, saboreando cada milímetro de la vagina de ella, aumentando poco a poco la velocidad.
Ella ya no puede contenerse y gime y jadea cada vez con más intensidad, mientras se escucha por todo el patio el sonido de los cojones del vecino chocando una y otra vez contra la vulva y el bajo vientre de la María.
Su hijo, ya plenamente consciente y con la verga erecta, se levanta de la cama, sin hacer ruido y se acerca a la ventana, mirando al momento hacia abajo, hacia el origen de los gemidos y de los jadeos, y ve en la ventana del piso de abajo, la próxima a donde él está, la espalda desnuda de una mujer que está inclinada hacia delante, apoyándose en el alféizar y con medio tronco fuera.
La mujer se balancea adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, jadeando y gimiendo, mientras detrás de ella se ve parte de la figura de un hombre, que se la está follando. ¡Es evidente, que el muy hijo de puta se la está follando!
Pero Mario no reconoce a su madre, no se figura que es ella, solamente ve la espalda de una mujer a la que se están tirando. Enseguida se da cuenta que no es la vecina, la regordeta y bajita vecina, sino una mujer más alta y estilizada, infinitamente más sabrosa, seguramente una puta cara a la que el vecino ha pagado para tirársela ante la ausencia de su esposa.
Mira a las demás ventanas que dan al patio, pero están todas oscuras y cerradas. No, no hay nadie más, solo la mujer a la que se están tirando, el vecino y él mismo. En ningún momento piensa en su madre, ni si está en la casa o si es la mujer a la que se están follando.
Mientras contempla desde arriba el meneo de la mujer en la ventana, se soba el miembro erecto. Está muy excitado y quiere masturbarse, pero no deprisa sino lentamente, disfrutando también del polvo que están echando a la mujer, pero sin pagar ni un solo duro, gratis.
Pero el vecino no quiere todavía eyacular, no quiere que la fiesta pare tan pronto, y cada vez que va a correrse detiene su ritmo e incluso se para.
No solamente quiere sobarla las tetas, sino quiere ver cómo se balancean cuando él se la esté follando, así como la cara que pone la vecina al ser follada, así que la desmonta, y la aparta de la ventana, metiendo a María dentro de la casa, a una María completamente entregada.
El sofá está al lado, duda por un momento si tumbarla y follársela ahí, pero prefiere la cama de matrimonio, da más juego, pero está al otro lado de la casa, al lado de la entrada. Intenta arrastrar a la vecina hacia la cama, pero se resiste:
¡Ay, ay, no, no, por favor, no!
Es un peso muerto, así que se agacha y se la sube sin excesivos problemas bocabajo sobre los hombros, caminando rápido con ella por el pasillo hacia el dormitorio.
Por el camino María pierde las sandalias que lleva. No se resiste, no sabe ni cómo hacerlo, solo quiere que acabe rápido, sin que nadie más se entere y poder volver a casa sin más problemas.
El vecino pasa por delante de un espejo y se para un momento mirando el culo de la vecina que se refleja en él. Lo tiene maravilloso, redondo, duro, macizo, con las nalgas separadas del polvo que la estaba echando, mostrando los dos agujeros, tanto el ano como el coño bien abierto.
Se echa un vistazo a su miembro, duro, erecto, apuntando al techo como hace años que no veía, y piensa en un instante:
¡Es tu día, cabrón insaciable, vas a follar como nunca!
Y retoma su camino veloz hacia el dormitorio, echando a la mujer bocarriba sobre la cama deshecha donde acaba de echar una cabezada.
¡Vaya tetas, que tiene la vecinita, hacen juego con su enorme culo!
Piensa observándola detenidamente las tetas, mientras la agarra por las piernas, tirando de ella hacia el borde de la cama, y cuando el culo de ella está casi al borde, la sube las piernas, colocándoselas sobre su pecho, y restriega sin ningún pudor su cipote duro y erecto por toda la vulva de ella.
Al principio lentamente, mirándola las tetas y la cara que pone ella, sabiendo que va a ser nuevamente penetrada.
El rostro de María refleja una mezcla de desesperación, vergüenza y vicio. Se sabe predestinada para ser la puta del vecino, para que se la folle tantas veces como quisiera, que haga con ella todo lo que se le antojase, todo lo que le viniese en gana.
Sin dejar en ningún momento de observarla el rostro, las tetas y el sexo, el vecino restriega su miembro erecto arriba y abajo, una y otra vez, por la vulva de ella, entre sus labios morados y abiertos, por su clítoris hinchado, hasta que poco a poco se lo va volviendo a meter, una puntita al principio, luego un poco más, hasta que, poco a poco, se lo va metiendo hasta el fondo, metiendo y sacando, metiendo y sacando, una y otra vez, cada vez más rápido.
Una de las piernas de él está ahora sobre la cama, facilitando sus embestidas.
Mantiene ella los brazos estirados a lo largo del cuerpo, apuntando a la cabecera de la cama, resaltando todavía más sus magníficas tetas.
Los increíbles melones se balancean desordenados por las arremetidas del vecino, y los gemidos y jadeos de ella se convierten en chillidos de placer que incluso ahogan el sonido de los cojones del hombre chocando contra el perineo de ella.
Mario ve desalentado cómo retiran a la mujer de la ventana, pero, escuchando atentamente, se da cuenta cómo se la llevan a la otra parte de la casa, y, con su verga erecta fuera del calzón, corre lo más rápido que puede y sin hacer ruido por el pasillo, sin pensar ni por un momento que su madre esté en la casa y pueda pillarle de esa forma, pero es tanta la excitación sexual que siente que solamente quiere asistir al polvo que le están echando a la mujer de abajo.
Intentando ver lo que sucede en casa del vecino, cómo se tiran a la mujer, se asoma a la ventana del cuarto de baño de su vivienda, que es la más próxima al dormitorio del vecino, pero, a pesar de que casi se cae al patio, no le es posible, por lo que solamente se queda a escuchar, sobrexcitado cómo se follan a la mujer, el sonido de los cojones del tipo, el ruido que hace la cama y, especialmente, cómo los jadeos y gemidos de la mujer se convierten en auténticos chillidos y no precisamente de dolor.
Continua nuevamente meneándose el miembro pero, cómo el polvo se alarga, acaba tirando a lo bestia de él, como si quisiera arrancárselo, hasta que finalmente se corre a lo bestia, manchándose él, la pared y los muebles más próximos.
Pero no se queda satisfecho, quiere más, y, al ver en la otra parte del patio, frente a la ventana del vecino, un diminuto ventanuco que da a la escalera, se le ocurre irse hasta allí para presenciar en primera fila el polvazo que están echando.
Presuroso se pone un pantalón corto sobre el calzón y unas zapatillas de deporte y sale corriendo, no sin antes coger una pequeña escalera portátil de hay en la casa.
Sin cruzarse con nadie, desciende por las escaleras hasta el ventanuco y, subiéndose en la escalerilla que lleva, lo abre y mira por él hacia la ventana abierta del vecino.
El vecino, después de estar follándose durante varios minutos a una María que, sin resistirse, yace bocarriba sobre la cama, al fin descarga dentro de ella, emitiendo un fuerte ronquido por el placer que siente. Pero no quiere expulsar todo el esperma, por lo que se agarra fuertemente el miembro, reteniendo el flujo. Todavía quiere continuar follándosela.
Se detiene varios segundos disfrutando del polvo y de la imagen de la vecina desnuda y follada, ocurriéndosele una feliz idea, inmortalizar el momento, por lo que estira el brazo y coge su móvil que está sobre un mueble próximo y la toma varias fotos. Quiere que se vean no solamente las tetas, el coño y su polla dentro, sino también el rostro de la vecina. Desea las imágenes no solo para gozar viéndolas sino también para poder chantajearla y poder tirársela siempre que quiera.
María abre mucho los ojos al percibir que la fotografían, intentando retirar o cubrirse inútilmente el rostro.
Una vez tomadas las fotos, el vecino, sin soltar el móvil, desmonta a la mujer y la obliga a incorporarse, para a continuación tumbarse bocarriba sobre la cama y forzarla a que se suba a horcajadas encima de él, de frente a él, dándole la cara.
Una vez encima la vuelve a montar y, sujetándola por las caderas, empieza nuevamente a tirársela, subiendo y bajando las caderas, metiendo y sacando su cipote.
Como ella está pasiva, aguantando un nuevo polvo, la increpa autoritario:
¡Venga, muévete, mueve el culo, muévelo ya!
María, al escucharle, aterrada y deseando no enfadarle, comienza también ella a moverse arriba y abajo, sintiendo en todo momento cómo se restriega, subiendo y bajando, el miembro de él dentro de su vagina.
En ese momento es cuando Mario mira por el ventanuco y ve en el dormitorio del vecino cómo el hermoso culo blanco de ella sube y baja, sube y baja, y cómo un enorme cipote entra y sale de su coño.
Sin reconocer el culo de su madre, boquiabierto, contiene aluciando el aire, observando con auténtico placer el polvo que la están echando.
No se lo puede creer, no puede creerse la suerte que tiene al ver como copulan a tan hermosa hembra, y piensa exaltado:
¡Ostias, vaya pedazo de culo que tiene la zorra, cómo lo menea y cómo se la están follando! Mejor que una pelí porno y además totalmente auténtico, nada fingido!
Echando una rápida ojeada a las escaleras por si hay alguien que pueda verlo, Mario se saca la verga erecta y, a pesar de que acaba de eyacular, empieza otra vez a masturbarse sin dejar de mirar.
María quiere acabar cuanto antes y poder marcharse a su casa, antes de que se despierte su hijo o que alguien se dé cuenta de lo que la está ocurriendo.
No quiere ningún escándalo donde tener que justificar algo, prefiere el anonimato aunque sea ella la víctima, así que cada vez bota sobre la polla erecta del vecino con más energía y más rápido.
El vecino, sin dejar en ningún momento de observar las tetas, el coño y la cara de la vecina, la soba sin descanso, alternando los macizos glúteos y las erguidas y enormes tetazas, incidiendo especialmente en sus duros y puntiagudos peones.
Pero también quiere gozar del culo de la mujer, así que deteniendo sus botes, la ordena:
Date la vuelta que quiero verte el culo mientras te follo.
Y ella, obediente, le desmonta y girándose, le da la espalda y vuelve a meterse el cipote duro de él en su vagina, iniciando nuevamente los meneos y los botes.
Al mismo tiempo que da la espalda al vecino, coloca el frontal de su cuerpo frente a la ventana abierta del dormitorio.
Su hijo, al verla cómo se gira y se pone mirando hacia la ventana, piensa por un momento que le han pillado mirando, agachándose instintivamente, pero enseguida se da cuenta que no es así, al ver cómo la mujer se vuelve a meter en el coño la verga del hombre y comienzan nuevamente a follar.
Solo tiene ojos para las enormes tetas de ella y cómo botan, sin fijarse en ningún momento en la cara de la mujer y por tanto sin reconocer que es a su madre a la que se está follando el vecino.
¡Joder, vaya cacho melones los de la calentorra, cómo le botan! ¡Qué cabrón! iQuién pudiera estar ahí, comiéndole las tetazas a la puta!
Piensa entusiasmado, sin dejar de mirar y de masturbarse.
El vecino, tumbado bocarriba sobre la cama, disfruta no solamente del polvo, sino también de la visión y del tacto de aquel soberano culo, tan perfecto, tan macizo, sin una sola mancha ni celulitis. Con el que tanto ha soñado follar y tantas veces se ha corrido al pensar en él, y ahora lo tiene al alcance de sus manos, de su boca, de su polla, y va a disfrutarlo, disfrutarlo hasta el fondo.
Amasa con fruición esos duros glúteos, separándolos y observando su ano, blanco e inmaculado todavía, y su coño, jugoso y apetecible, y cómo su verga gruesa y tiesa como un palo aparece y desaparece dentro de él. Estira sus dedos, acariciándola el ano, introduciéndose poco a poco dentro de él, dilatándolo, preparándolo para penetrarlo con su polla.
También ella disfruta, aunque no lo quiera, aunque no pueda evitarlo. La naturaleza animal no se puede contener, pero ella nunca dirá que disfrutó, que gozó que se la follaran.
María, con su cabello cubriéndola todo el rostro, se lo retira con una mano, sin dejar de botar sobre el cipote del hombre, y ese en ese momento cuando el hijo, a punto de eyacular nuevamente, se da cuenta quien es la mujer, la puta, la zorra, la calentorra a la que se está tirando el vecino. ¡Es su propia madre! ¡Su propia madre! ¡Diossss! ¡Se están follando a su madre!
Y en ese momento tiene otro orgasmo, ¡descomunal!, mirando fijamente el rostro de su propia madre, y su placer físico es incluso superior al de antes. Un alarido desgarrado de placer se le escapa, pero queda amortiguado en parte al coincidir con el impresionante rugido del vecino que alcanza también su clímax.
A punto está el hijo de caerse de la escalerilla, pero, sujetándose al ventanuco, se rehace, volviendo a mirar por el orificio las tetas y el cuerpo desnudo de su madre follada.
El vecino sujeta fuertemente a María por las caderas para que no se mueva, mientras eyacula como una bestia dentro de ella, sin frenos ni cortapisas, simplemente disfrutando a tope del polvazo.
Ella, obediente, se detiene exhausta, aguantando el chorro de esperma que inunda sus entrañas, y, al notar que el vecino deja de sujetarla, se levanta rápido de la cama y corre hacia el salón donde está toda su ropa. Quiere cogerla y marcharse de allí lo antes posible.
Tumbado bocarriba sobre la cama, él ve cómo se marcha la vecina, cómo mueve rítmicamente el culo y las caderas, y se va tras ella, observando en el pasillo cómo se aleja corriendo como a cámara lenta, dando pequeños brincos y balanceando sus preciosas y rotundas nalgas.
La alcanza en el salón, con su culo en pompa apuntando perversa hacia él. Doblada por la cintura hacia delante, está recogiendo del suelo su vestido, y la da un buen azote en uno de sus glúteos, haciendo que, caiga hacia delante, perdiendo el equilibrio, y poniéndose a cuatro patas sobre el suelo.
La grita excitado:
¡No huyas. Todavía no he acabado contigo!
La sujeta por los glúteos y, ayudado por sus piernas, abre las de ellas y, viendo el agujero del culo dilatado, la mete el cipote. Al principio parece que no entra, pero de pronto lo hace hasta el fondo y comienza a cabalgar, metiendo y sacando su miembro del ano de la vecina.
María, al sentir que intentan penetrarla por detrás, apenas tiene tiempo de emitir un escueto “¡No!” desesperado, pero enseguida da paso al dolor, a sentir cómo la desgarran el ano, y chilla, chilla.
Luego se calla, la vergüenza de que se enteren es superior a su dolor, y colocando la cabeza sobre el suelo, entre sus brazos ahora doblados, aguanta las embestidas del hombre, hasta que, por fin, se detiene. Siente como corren por sus muslos fluidos, quizá sudor, quizá esperma, quizá sangre, posiblemente una mezcla de los tres.
A través de las ventanas totalmente abiertas de la vivienda del vecino, el hijo ha contemplado desde el ventanuco del patio cómo su madre salía corriendo desnuda del dormitorio, cómo se bamboleaban sus enormes tetas por el pasillo perseguida por el vecino, y cómo éste la alcanzaba en el salón y la sodomizaba sin piedad.
Observa horrorizado al ver cómo dan por culo a su madre y cómo ella chilla dolorida al principio, aguantando luego en silencio hasta el final. Luego piensa que también ella disfruta y se queda más tranquilo, gozando del culo de su progenitora, y cómo se contraen sus glúteos ante las embestidas del vecino.
Una vez el vecino ha conseguido su tercer orgasmo, la desmonta y, dándola un sonoro azote en las nalgas, la ordena:
¡Venga, ya puedes irte!
Ella se levanta a duras penas del suelo, dolorida, cogiendo su vestido del suelo, pero él la detiene, sujetando la ropa, y la dice:
Te he dicho que te vayas, pero no que te lleves tu ropa.
Lentamente se gira ella, sin rechistar, solamente con las llaves de su casa en la mano, fuertemente cerrada para que no se las quiten también, y se dirige despacio hacia la puerta de salida, dolorida y asustada, dudando qué hacer.
El vecino, detrás de ella, la dice sarcásticamente:
¿No me has dicho que no hay nadie en todo el edificio? Así nadie te va a pillar así, desnuda, con todas las tetas y el coño al aire, paseando por todo el edificio y quiera follarte también.
Y se ríe a carcajadas, mientras María, llega a la puerta, la abre y sale al pasillo, cerrándola lentamente a sus espaldas.
Pero el vecino la abre nuevamente y, sonriéndola cruelmente, la dice:
Mañana quiero que estés aquí en cuanto tu hijo se eche la siesta y vente cómo estás ahora, completamente desnuda, sino quieres que tenga una bonita colección de tus bragas y de tus vestiditos baratos.
María se detiene, encogida y cubriéndose con las manos los pezones y el sexo, escuchándole cómo él finalmente la amenaza.
Y si no estás aquí mañana, subiré yo mismo a buscarte y te follaré delante de tu propio hijo. Y repartiré las fotos que te he tomado hoy mientras te follaba por todo el vecindario y las subiré a internet para que todos vean lo puta que eres.
Cómo él no cierra la puerta, ella se queda quieta hasta que el vecino la ordena:
¡Venga, vete y mañana aquí, desnuda y lista para ser follada!
Al escucharlo, María se aleja despacio, aterrada y avergonzada, y, al doblar la esquina, escucha cómo cierra la puerta.
Sube caminado tan deprisa como puede las escaleras para que nadie la pille así, desnuda.
No lo logra. Una vecina que lo ha escuchado todo, la observa por la mirilla de la puerta de su vivienda cuando ella pasa por delante.
Al llegar a la puerta de su casa, María la abre con cuidado, escudriñando si su hijo está ya despierto y puede pillarla así, desnuda, sucia y violada, pero Mario ha entrado antes en la casa, y está tumbado en la cama de su dormitorio, simulando que duerme para que su madre no sepa que él lo sabe, que ha contemplado cómo la violaba el vecino de abajo y ha escuchado todo.
María se dirige al baño y toma una larga ducha, intentando limpiar su cuerpo y su conciencia, pensando, aterrada, si alguien ha oído o visto lo que ha ocurrido.
María es una mujer de unos treinta y siete años, de poco menos de un metro setenta, con cuerpo escultural y hermosa cara, aunque si la preguntamos a ella dirá que tiene un culo demasiado gordo, así como sus tetas, pero, como ya sabemos la mayoría de las mujeres nunca suelen estar conformes con su cuerpo y buscan una perfección inalcanzable que depende de su estado de ánimo, pero para la inmensa mayoría de los hombres tiene un culo y unas tetas como para estrujárselas y comérselas a bocados.
Ese mes de agosto no se han ido de vacaciones ya que el marido de María tiene que trabajar, por lo que ella y su hijo, Mario, se han quedado en la única vivienda que tienen, en la misma ciudad donde trabaja su marido.
Su marido suele llegar tarde a casa, y siempre viene cansado, enfadado, siempre quejándose, y, según, cena, se mete en la cama, no precisamente para hacer el amor con ella, sino para dormir de un tirón, ocupando toda de la cama que comparte con María, y roncar como una locomotora vieja y estropeada.
Esa tarde, María está tendiendo la ropa recién lavada en la cuerda que está entre dos ventanas de su vivienda y que da a un pequeño patio interior del edificio donde viven.
En ese momento piensa en los pocos vecinos que hay en el edificio, de hecho aparte de su hijo, su marido y ella misma, los únicos vecinos que comparten el patio donde ella ahora tiende la ropa deben ser los vecinos de debajo de ellos, y que en ese momento escucha a través del patio la televisión de ellos encendida.
Por suerte la ponen más bien con poco volumen, ya que, al tener las ventanas abiertas de toda la casa, despertarían a su hijo que este verano ha cogido la costumbre de dormir todas las tardes una buena siesta en su cama de casi dos horas. De hecho ahora mismo está durmiendo, posiblemente motivado no solamente por el calor, sino también del aburrimiento, ya que todos sus amigos se han ido de vacaciones y él, con sus quince años, si no duerme, se dedica a vagabundear ocioso por toda la casa.
En eso que, a punto de terminar de tender la ropa, una pinza de la ropa se suelta de la cuerda, haciendo que una de las prendas que está tendiendo se precipite al vacío.
Saca la cabeza por la ventana y la ve sobre la cuerda del piso de abajo. Y es precisamente el tanga prácticamente nuevo que se ha comprado la semana pasada y no la ha costado precisamente barato, sino que lo compró para levantar a su marido el ánimo y otra cosa más, pero aún así fue imposible, ni la miró.
Por suerte los vecinos de abajo no se han marchado, y siempre ha tenido buenas relaciones con Pilar, la vecina, una mujer regordeta y bajita de unos cuarenta y tantos años que lleva en la casa más tiempo que ellos, y que frecuentemente se han reunido en alguna de las dos casas para charlar animadamente.
Acaba de tender la poca ropa que falta y, cogiendo las llaves, se baja contenta al piso de la vecina para, con la excusa de recoger la ropa, pueda conversar un poco con Pilar y así matar un poco la tarde.
Baja saltarina por las escaleras al piso de abajo y llama al timbre de los vecinos.
Espera un rato y, cuando parece que nadie va a responder, cuando está a punto de marcharse, alguien de dentro de la casa echa una ojeada por la mirilla y abre la puerta.
Pero, ¡sorpresa!, no es Pilar la que abre, sino un hombre alto en calzoncillos. ¡Es el marido de Pilar! Con el que casi nunca suele coincidir y cuya presencia siempre la ha intimidado un poco, bueno, más bien bastante, mucho. Cada vez que se ha cruzado con ella la ha echado unas miradas de las que desnudan, como si tuviera rayos X en los ojos, que traspasan su ropa y la ven totalmente desnuda.
Ahora se da cuenta que no lleva sostén debajo de su ligero vestido, y que el vecino la mira directamente las tetas, atravesando su vestido con la mirada, y siente como sus pezones se hinchan excitados, amenazando con taladrar el tejido.
Pero está alegre y la presencia del vecino no va a arruinarla el estado de ánimo, además seguro que Pilar está dentro y se pondrán a hablar de sus cosas, echando a su marido de la habitación, por lo que, haciendo como si le mirara a la cara, pero sin verle realmente para no sentirse intimidada, le dice muy jovial:
¡Ah, hola, soy María, la vecina de arriba por si no te acuerdas de mí!
Te recuerdo perfectamente. No paro de pensar en ti.
Sin dejar de mirarla de una forma intensa que la hace sentirse completamente desnuda e indefensa, la responde sonriendo ferozmente y ella, haciendo como si se riera, continúa muy jovial.
¡Ah, muchas gracias! Veras te cuento. Estaba tendiendo la ropa recién lavada en la cuerda y se me ha caído algo en tu cuerda. Bueno, ese algo son ... mis braguitas.
Se te han caído las bragas en mi cuerda. ¿No llevas bragas ahora?
Resume él, mirándola directamente ahora a la entrepierna, taladrando con su mirada su ropa y dejándola como si no llevara nada encima de la vulva.
¡Bueno, sí! … Y quería recuperarlas, por lo que me gustaría que me las dieras, bueno, si es posible.
Me gustaría que las recogieras tú misma, así que pasa, pasa, que no te voy a comer, … o quizá sí.
Y, sonriendo cruelmente, se echa a un lado para que pase ella al interior de la vivienda.
Asustada, pero intentando no parecerlo, hace como si se riera y entra, esperando encontrar a Pilar dentro de la casa.
Se para en el pasillo y escucha al vecino decirla a sus espaldas:
Pasa dentro y cógelas, o prefieres que sea yo el que te coja. Además no tengas miedo que seguro que no eres virgen.
Sin atreverse a replicarle y caminando por el pasillo, escucha la puerta cerrarse a sus espaldas y piensa que se ha metido en la boca del lobo, o quizá sea solamente su imaginación y no va a pasar nada. Recogerá su ropa y se marchara.
Mientras camina por el pasillo sin parar de parlotear muy rápido y muy nerviosa, casi histérica, sin saber ni qué están diciendo, mira dentro de las habitaciones por las que va pasando y, cada vez más asustada, no ve a Pilar, hasta que llega a la ventana donde está la cuerda en la que vio su tanga colgando, y, sin atreverse a mirar hacia atrás por si el vecino se ha transformado en un lujurioso hombre-lobo que está a punto de abalanzarse sobre ella y devorarla, le dice al vecino:
¡Ay, aquí está!
Y asustada, se acerca a la ventana para coger sus bragas, pero al estar un poco alejadas, se tumba un poco sobre el alfeizar, poniéndose de puntillas y estirándose para cogerlas, pero está muy nerviosa y le cuesta cogerlas, demorándose en el proceso.
El vecino, que dormía hasta que el timbre de la puerta le despertó, ha estado caminando a poco más de un metro detrás de ella por todo el pasillo, mirándola la espalda, el culo, cómo lo mueve, sus piernas, sus pies, y sobre todo el vestido, analizando cómo quitárselo lo más deprisa posible, poniéndose su verga cada vez más dura y erecta.
Ahora que la vecina se estira para coger sus bragas de la cuerda, él se agacha para ver detenidamente debajo de la faldita de ella y mirar el culo prieto y respingón con un minúsculo tanga prácticamente desaparecido entre sus cachetes.
Estira sus manos y, en el momento que María logra atrapar de la cuerda el tanga entre sus dedos índice y corazón de su mano derecha, él la levanta rápido la falda y la baja las bragas hasta los tobillos.
Sorprendida, emite un agudo chillido, dejando caer el tanga que lleva entre sus dedos al patio, pero al sentir las manos de él sobre sus nalgas desnudas, se detiene aterrada, pensando que no es posible que ocurra lo que siente que está ocurriendo.
Seguro que es un error y el vecino se disculpará y ella le quitará hierro al asunto, pero las manos de él la soban insistentemente las nalgas sin que ella se atreva a moverse.
Ella se da cuenta que a este mismo patio da la ventana del dormitorio donde duerme su hijo, y no quiere que se entere de lo que la está ocurriendo. No quiere que se entere por la vergüenza que siente, por el escándalo que supondría que se supiera y porque el vecino es un verdadero bruto que podría responder muy violentamente a cualquier acción de su hijo o de ella misma que pudiera impedirlo.
Viendo la falta de respuesta de María, el vecino ahora la besa y chupa los glúteos, pero, cuando la separa los cachetes e introduce su lengua entre ellos, lamiéndola el ano, ella, excitada, se mueve, intentando girarse y evitar que continúe haciéndolo, pero él, más rápido, se pone en pie, y la inmoviliza con su peso en el alfeizar de la ventana.
Se baja en un momento el calzón, aplastando su verga erecta y dura directamente en el culo macizo de la vecina, mientras sus manos se introducen en la parte frontal del vestido de ella, sobándola las tetas.
Sintiendo el cipote del vecino duro como una piedra presionando sobre una de sus nalgas, y ante la posible violencia del él no se atreve a resistirse abiertamente, tímidamente intenta ella sujetarle las manos y retirarlas de sus pechos, pero él no se deja y continúa sobándola las tetas, especialmente los duros e hinchados pezones.
Se esfuerza más por retirar las manos de él, pero no puede, y él, ahora comenzando a desabotonar con una mano los botones del vestido de ella y con la otra amasándola una teta, la susurra al oído:
No te resistas y no te haré daño.
Aterrada por lo que acaba de escuchar se queda quieta, aprovechando él para desabotonarla rápido todos los botones del vestido y, al desabotonar el último, la mete la mano entre las piernas, directamente en la vulva.
Ella chilla débilmente al sentir como los dedos la penetran en la vagina y se restriegan entre sus labios vaginales, sobándola el clítoris, intentando masturbarla.
Le toma la mano con la que está masturbándola e intenta quitársela sin conseguirlo, suplicando de forma apenas audible:
¡No, por favor, no!
Pero no logra retirarle la amaño y el vecino, sin dejar de sobarla insistentemente el sexo, la dice al oído:
Ya tenía yo ganas de estar a solas contigo, vecina, sin nadie que nos moleste y sin que puedas escapar.
Mientras la masturba, mueve sus glúteos adelante y atrás, presionando su cipote por las nalgas de ella, como si estuviera follándosela.
Poco a poco ella, en contra de su voluntad, se va excitando cada vez más y empieza a jadear de placer.
El vecino, sin dejar de sobarla el clítoris, siente sus dedos cada vez más lubricados, cómo ella tiene la entrepierna cada vez más húmeda, y la susurra al oído:
Te gusta, ¿verdad?, vecina. Te estás corriendo ¿no? pues esto es solamente el principio. Lo mejor está por llegar.
Ella, cada vez jadea y gime de forma más audible, más, intentando contener los gemidos de placer, pero no lo consigue plenamente, y, al alcanzar el orgasmo, no puede evitarlo y chilla de placer, despertando a Mario, su hijo, que duerme en el piso de arriba.
Venga, ábrete de piernas, y sé buena que ahora me toca a mí metértela.
La dice el vecino al oído, dejando de masturbarla, pero el hijo de la vecina, medio despierto, también lo escucha y poco a poco se va dando cuenta que están follando por el patio.
Sin levantarse de la cama, se queda escuchando, ya despierto, pero sin saber ni donde exactamente están follando ni quienes lo están haciendo.
Pero María permanece en silencio, sin moverse, todavía disfrutando de su orgasmo y el vecino, al notar la pasividad de ella, se separa un poco, quitándola el vestido, dejándolo caer al suelo entre ellos, y dejándola totalmente desnuda.
Pisando el vestido que está a sus pies, se vuelve a pegar a ella, metiendo una pierna entre las piernas de ella, separándolas, y metiéndose entre ellas, abriéndoselas.
Se mueve, restregando su verga tiesa por las nalgas de ella, buscando ansioso un agujero donde metérsela, pero ella, sudando desesperada, aprieta los glúteos e impide que se meta entre ellos y la penetre por el ano.
Ahora él, buscando otra entrada, dobla un poco las rodillas, y dirige su cipote erecto entre las piernas de ella, tanteando como penetrarla.
Sintiendo cómo el miembro de él está rondando la entrada a su vagina, suplica desesperada de nuevo:
¡No, por favor, no!
Pero el vecino, concentrado, no la hace ningún caso y encuentra al fin el acceso a su vagina, y la penetra hasta el fondo..
María, al sentir cómo la meten en toda su extensión el rabo en su coño, abre mucho los ojos y la boca, conteniendo la respiración, sin atreverse a chillar, pero, al notar cómo el vientre del hombre choca con sus nalgas, se da cuenta que le ha metido todo el miembro y expulsa todo el aire fuertemente.
Ahora el vecino echa lentamente hacia atrás sus glúteos, haciendo que su verga salga en parte, casi toda, para volver otra vez a entrar, y así una y otra vez, lentamente al principio, saboreando cada milímetro de la vagina de ella, aumentando poco a poco la velocidad.
Ella ya no puede contenerse y gime y jadea cada vez con más intensidad, mientras se escucha por todo el patio el sonido de los cojones del vecino chocando una y otra vez contra la vulva y el bajo vientre de la María.
Su hijo, ya plenamente consciente y con la verga erecta, se levanta de la cama, sin hacer ruido y se acerca a la ventana, mirando al momento hacia abajo, hacia el origen de los gemidos y de los jadeos, y ve en la ventana del piso de abajo, la próxima a donde él está, la espalda desnuda de una mujer que está inclinada hacia delante, apoyándose en el alféizar y con medio tronco fuera.
La mujer se balancea adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, jadeando y gimiendo, mientras detrás de ella se ve parte de la figura de un hombre, que se la está follando. ¡Es evidente, que el muy hijo de puta se la está follando!
Pero Mario no reconoce a su madre, no se figura que es ella, solamente ve la espalda de una mujer a la que se están tirando. Enseguida se da cuenta que no es la vecina, la regordeta y bajita vecina, sino una mujer más alta y estilizada, infinitamente más sabrosa, seguramente una puta cara a la que el vecino ha pagado para tirársela ante la ausencia de su esposa.
Mira a las demás ventanas que dan al patio, pero están todas oscuras y cerradas. No, no hay nadie más, solo la mujer a la que se están tirando, el vecino y él mismo. En ningún momento piensa en su madre, ni si está en la casa o si es la mujer a la que se están follando.
Mientras contempla desde arriba el meneo de la mujer en la ventana, se soba el miembro erecto. Está muy excitado y quiere masturbarse, pero no deprisa sino lentamente, disfrutando también del polvo que están echando a la mujer, pero sin pagar ni un solo duro, gratis.
Pero el vecino no quiere todavía eyacular, no quiere que la fiesta pare tan pronto, y cada vez que va a correrse detiene su ritmo e incluso se para.
No solamente quiere sobarla las tetas, sino quiere ver cómo se balancean cuando él se la esté follando, así como la cara que pone la vecina al ser follada, así que la desmonta, y la aparta de la ventana, metiendo a María dentro de la casa, a una María completamente entregada.
El sofá está al lado, duda por un momento si tumbarla y follársela ahí, pero prefiere la cama de matrimonio, da más juego, pero está al otro lado de la casa, al lado de la entrada. Intenta arrastrar a la vecina hacia la cama, pero se resiste:
¡Ay, ay, no, no, por favor, no!
Es un peso muerto, así que se agacha y se la sube sin excesivos problemas bocabajo sobre los hombros, caminando rápido con ella por el pasillo hacia el dormitorio.
Por el camino María pierde las sandalias que lleva. No se resiste, no sabe ni cómo hacerlo, solo quiere que acabe rápido, sin que nadie más se entere y poder volver a casa sin más problemas.
El vecino pasa por delante de un espejo y se para un momento mirando el culo de la vecina que se refleja en él. Lo tiene maravilloso, redondo, duro, macizo, con las nalgas separadas del polvo que la estaba echando, mostrando los dos agujeros, tanto el ano como el coño bien abierto.
Se echa un vistazo a su miembro, duro, erecto, apuntando al techo como hace años que no veía, y piensa en un instante:
¡Es tu día, cabrón insaciable, vas a follar como nunca!
Y retoma su camino veloz hacia el dormitorio, echando a la mujer bocarriba sobre la cama deshecha donde acaba de echar una cabezada.
¡Vaya tetas, que tiene la vecinita, hacen juego con su enorme culo!
Piensa observándola detenidamente las tetas, mientras la agarra por las piernas, tirando de ella hacia el borde de la cama, y cuando el culo de ella está casi al borde, la sube las piernas, colocándoselas sobre su pecho, y restriega sin ningún pudor su cipote duro y erecto por toda la vulva de ella.
Al principio lentamente, mirándola las tetas y la cara que pone ella, sabiendo que va a ser nuevamente penetrada.
El rostro de María refleja una mezcla de desesperación, vergüenza y vicio. Se sabe predestinada para ser la puta del vecino, para que se la folle tantas veces como quisiera, que haga con ella todo lo que se le antojase, todo lo que le viniese en gana.
Sin dejar en ningún momento de observarla el rostro, las tetas y el sexo, el vecino restriega su miembro erecto arriba y abajo, una y otra vez, por la vulva de ella, entre sus labios morados y abiertos, por su clítoris hinchado, hasta que poco a poco se lo va volviendo a meter, una puntita al principio, luego un poco más, hasta que, poco a poco, se lo va metiendo hasta el fondo, metiendo y sacando, metiendo y sacando, una y otra vez, cada vez más rápido.
Una de las piernas de él está ahora sobre la cama, facilitando sus embestidas.
Mantiene ella los brazos estirados a lo largo del cuerpo, apuntando a la cabecera de la cama, resaltando todavía más sus magníficas tetas.
Los increíbles melones se balancean desordenados por las arremetidas del vecino, y los gemidos y jadeos de ella se convierten en chillidos de placer que incluso ahogan el sonido de los cojones del hombre chocando contra el perineo de ella.
Mario ve desalentado cómo retiran a la mujer de la ventana, pero, escuchando atentamente, se da cuenta cómo se la llevan a la otra parte de la casa, y, con su verga erecta fuera del calzón, corre lo más rápido que puede y sin hacer ruido por el pasillo, sin pensar ni por un momento que su madre esté en la casa y pueda pillarle de esa forma, pero es tanta la excitación sexual que siente que solamente quiere asistir al polvo que le están echando a la mujer de abajo.
Intentando ver lo que sucede en casa del vecino, cómo se tiran a la mujer, se asoma a la ventana del cuarto de baño de su vivienda, que es la más próxima al dormitorio del vecino, pero, a pesar de que casi se cae al patio, no le es posible, por lo que solamente se queda a escuchar, sobrexcitado cómo se follan a la mujer, el sonido de los cojones del tipo, el ruido que hace la cama y, especialmente, cómo los jadeos y gemidos de la mujer se convierten en auténticos chillidos y no precisamente de dolor.
Continua nuevamente meneándose el miembro pero, cómo el polvo se alarga, acaba tirando a lo bestia de él, como si quisiera arrancárselo, hasta que finalmente se corre a lo bestia, manchándose él, la pared y los muebles más próximos.
Pero no se queda satisfecho, quiere más, y, al ver en la otra parte del patio, frente a la ventana del vecino, un diminuto ventanuco que da a la escalera, se le ocurre irse hasta allí para presenciar en primera fila el polvazo que están echando.
Presuroso se pone un pantalón corto sobre el calzón y unas zapatillas de deporte y sale corriendo, no sin antes coger una pequeña escalera portátil de hay en la casa.
Sin cruzarse con nadie, desciende por las escaleras hasta el ventanuco y, subiéndose en la escalerilla que lleva, lo abre y mira por él hacia la ventana abierta del vecino.
El vecino, después de estar follándose durante varios minutos a una María que, sin resistirse, yace bocarriba sobre la cama, al fin descarga dentro de ella, emitiendo un fuerte ronquido por el placer que siente. Pero no quiere expulsar todo el esperma, por lo que se agarra fuertemente el miembro, reteniendo el flujo. Todavía quiere continuar follándosela.
Se detiene varios segundos disfrutando del polvo y de la imagen de la vecina desnuda y follada, ocurriéndosele una feliz idea, inmortalizar el momento, por lo que estira el brazo y coge su móvil que está sobre un mueble próximo y la toma varias fotos. Quiere que se vean no solamente las tetas, el coño y su polla dentro, sino también el rostro de la vecina. Desea las imágenes no solo para gozar viéndolas sino también para poder chantajearla y poder tirársela siempre que quiera.
María abre mucho los ojos al percibir que la fotografían, intentando retirar o cubrirse inútilmente el rostro.
Una vez tomadas las fotos, el vecino, sin soltar el móvil, desmonta a la mujer y la obliga a incorporarse, para a continuación tumbarse bocarriba sobre la cama y forzarla a que se suba a horcajadas encima de él, de frente a él, dándole la cara.
Una vez encima la vuelve a montar y, sujetándola por las caderas, empieza nuevamente a tirársela, subiendo y bajando las caderas, metiendo y sacando su cipote.
Como ella está pasiva, aguantando un nuevo polvo, la increpa autoritario:
¡Venga, muévete, mueve el culo, muévelo ya!
María, al escucharle, aterrada y deseando no enfadarle, comienza también ella a moverse arriba y abajo, sintiendo en todo momento cómo se restriega, subiendo y bajando, el miembro de él dentro de su vagina.
En ese momento es cuando Mario mira por el ventanuco y ve en el dormitorio del vecino cómo el hermoso culo blanco de ella sube y baja, sube y baja, y cómo un enorme cipote entra y sale de su coño.
Sin reconocer el culo de su madre, boquiabierto, contiene aluciando el aire, observando con auténtico placer el polvo que la están echando.
No se lo puede creer, no puede creerse la suerte que tiene al ver como copulan a tan hermosa hembra, y piensa exaltado:
¡Ostias, vaya pedazo de culo que tiene la zorra, cómo lo menea y cómo se la están follando! Mejor que una pelí porno y además totalmente auténtico, nada fingido!
Echando una rápida ojeada a las escaleras por si hay alguien que pueda verlo, Mario se saca la verga erecta y, a pesar de que acaba de eyacular, empieza otra vez a masturbarse sin dejar de mirar.
María quiere acabar cuanto antes y poder marcharse a su casa, antes de que se despierte su hijo o que alguien se dé cuenta de lo que la está ocurriendo.
No quiere ningún escándalo donde tener que justificar algo, prefiere el anonimato aunque sea ella la víctima, así que cada vez bota sobre la polla erecta del vecino con más energía y más rápido.
El vecino, sin dejar en ningún momento de observar las tetas, el coño y la cara de la vecina, la soba sin descanso, alternando los macizos glúteos y las erguidas y enormes tetazas, incidiendo especialmente en sus duros y puntiagudos peones.
Pero también quiere gozar del culo de la mujer, así que deteniendo sus botes, la ordena:
Date la vuelta que quiero verte el culo mientras te follo.
Y ella, obediente, le desmonta y girándose, le da la espalda y vuelve a meterse el cipote duro de él en su vagina, iniciando nuevamente los meneos y los botes.
Al mismo tiempo que da la espalda al vecino, coloca el frontal de su cuerpo frente a la ventana abierta del dormitorio.
Su hijo, al verla cómo se gira y se pone mirando hacia la ventana, piensa por un momento que le han pillado mirando, agachándose instintivamente, pero enseguida se da cuenta que no es así, al ver cómo la mujer se vuelve a meter en el coño la verga del hombre y comienzan nuevamente a follar.
Solo tiene ojos para las enormes tetas de ella y cómo botan, sin fijarse en ningún momento en la cara de la mujer y por tanto sin reconocer que es a su madre a la que se está follando el vecino.
¡Joder, vaya cacho melones los de la calentorra, cómo le botan! ¡Qué cabrón! iQuién pudiera estar ahí, comiéndole las tetazas a la puta!
Piensa entusiasmado, sin dejar de mirar y de masturbarse.
El vecino, tumbado bocarriba sobre la cama, disfruta no solamente del polvo, sino también de la visión y del tacto de aquel soberano culo, tan perfecto, tan macizo, sin una sola mancha ni celulitis. Con el que tanto ha soñado follar y tantas veces se ha corrido al pensar en él, y ahora lo tiene al alcance de sus manos, de su boca, de su polla, y va a disfrutarlo, disfrutarlo hasta el fondo.
Amasa con fruición esos duros glúteos, separándolos y observando su ano, blanco e inmaculado todavía, y su coño, jugoso y apetecible, y cómo su verga gruesa y tiesa como un palo aparece y desaparece dentro de él. Estira sus dedos, acariciándola el ano, introduciéndose poco a poco dentro de él, dilatándolo, preparándolo para penetrarlo con su polla.
También ella disfruta, aunque no lo quiera, aunque no pueda evitarlo. La naturaleza animal no se puede contener, pero ella nunca dirá que disfrutó, que gozó que se la follaran.
María, con su cabello cubriéndola todo el rostro, se lo retira con una mano, sin dejar de botar sobre el cipote del hombre, y ese en ese momento cuando el hijo, a punto de eyacular nuevamente, se da cuenta quien es la mujer, la puta, la zorra, la calentorra a la que se está tirando el vecino. ¡Es su propia madre! ¡Su propia madre! ¡Diossss! ¡Se están follando a su madre!
Y en ese momento tiene otro orgasmo, ¡descomunal!, mirando fijamente el rostro de su propia madre, y su placer físico es incluso superior al de antes. Un alarido desgarrado de placer se le escapa, pero queda amortiguado en parte al coincidir con el impresionante rugido del vecino que alcanza también su clímax.
A punto está el hijo de caerse de la escalerilla, pero, sujetándose al ventanuco, se rehace, volviendo a mirar por el orificio las tetas y el cuerpo desnudo de su madre follada.
El vecino sujeta fuertemente a María por las caderas para que no se mueva, mientras eyacula como una bestia dentro de ella, sin frenos ni cortapisas, simplemente disfrutando a tope del polvazo.
Ella, obediente, se detiene exhausta, aguantando el chorro de esperma que inunda sus entrañas, y, al notar que el vecino deja de sujetarla, se levanta rápido de la cama y corre hacia el salón donde está toda su ropa. Quiere cogerla y marcharse de allí lo antes posible.
Tumbado bocarriba sobre la cama, él ve cómo se marcha la vecina, cómo mueve rítmicamente el culo y las caderas, y se va tras ella, observando en el pasillo cómo se aleja corriendo como a cámara lenta, dando pequeños brincos y balanceando sus preciosas y rotundas nalgas.
La alcanza en el salón, con su culo en pompa apuntando perversa hacia él. Doblada por la cintura hacia delante, está recogiendo del suelo su vestido, y la da un buen azote en uno de sus glúteos, haciendo que, caiga hacia delante, perdiendo el equilibrio, y poniéndose a cuatro patas sobre el suelo.
La grita excitado:
¡No huyas. Todavía no he acabado contigo!
La sujeta por los glúteos y, ayudado por sus piernas, abre las de ellas y, viendo el agujero del culo dilatado, la mete el cipote. Al principio parece que no entra, pero de pronto lo hace hasta el fondo y comienza a cabalgar, metiendo y sacando su miembro del ano de la vecina.
María, al sentir que intentan penetrarla por detrás, apenas tiene tiempo de emitir un escueto “¡No!” desesperado, pero enseguida da paso al dolor, a sentir cómo la desgarran el ano, y chilla, chilla.
Luego se calla, la vergüenza de que se enteren es superior a su dolor, y colocando la cabeza sobre el suelo, entre sus brazos ahora doblados, aguanta las embestidas del hombre, hasta que, por fin, se detiene. Siente como corren por sus muslos fluidos, quizá sudor, quizá esperma, quizá sangre, posiblemente una mezcla de los tres.
A través de las ventanas totalmente abiertas de la vivienda del vecino, el hijo ha contemplado desde el ventanuco del patio cómo su madre salía corriendo desnuda del dormitorio, cómo se bamboleaban sus enormes tetas por el pasillo perseguida por el vecino, y cómo éste la alcanzaba en el salón y la sodomizaba sin piedad.
Observa horrorizado al ver cómo dan por culo a su madre y cómo ella chilla dolorida al principio, aguantando luego en silencio hasta el final. Luego piensa que también ella disfruta y se queda más tranquilo, gozando del culo de su progenitora, y cómo se contraen sus glúteos ante las embestidas del vecino.
Una vez el vecino ha conseguido su tercer orgasmo, la desmonta y, dándola un sonoro azote en las nalgas, la ordena:
¡Venga, ya puedes irte!
Ella se levanta a duras penas del suelo, dolorida, cogiendo su vestido del suelo, pero él la detiene, sujetando la ropa, y la dice:
Te he dicho que te vayas, pero no que te lleves tu ropa.
Lentamente se gira ella, sin rechistar, solamente con las llaves de su casa en la mano, fuertemente cerrada para que no se las quiten también, y se dirige despacio hacia la puerta de salida, dolorida y asustada, dudando qué hacer.
El vecino, detrás de ella, la dice sarcásticamente:
¿No me has dicho que no hay nadie en todo el edificio? Así nadie te va a pillar así, desnuda, con todas las tetas y el coño al aire, paseando por todo el edificio y quiera follarte también.
Y se ríe a carcajadas, mientras María, llega a la puerta, la abre y sale al pasillo, cerrándola lentamente a sus espaldas.
Pero el vecino la abre nuevamente y, sonriéndola cruelmente, la dice:
Mañana quiero que estés aquí en cuanto tu hijo se eche la siesta y vente cómo estás ahora, completamente desnuda, sino quieres que tenga una bonita colección de tus bragas y de tus vestiditos baratos.
María se detiene, encogida y cubriéndose con las manos los pezones y el sexo, escuchándole cómo él finalmente la amenaza.
Y si no estás aquí mañana, subiré yo mismo a buscarte y te follaré delante de tu propio hijo. Y repartiré las fotos que te he tomado hoy mientras te follaba por todo el vecindario y las subiré a internet para que todos vean lo puta que eres.
Cómo él no cierra la puerta, ella se queda quieta hasta que el vecino la ordena:
¡Venga, vete y mañana aquí, desnuda y lista para ser follada!
Al escucharlo, María se aleja despacio, aterrada y avergonzada, y, al doblar la esquina, escucha cómo cierra la puerta.
Sube caminado tan deprisa como puede las escaleras para que nadie la pille así, desnuda.
No lo logra. Una vecina que lo ha escuchado todo, la observa por la mirilla de la puerta de su vivienda cuando ella pasa por delante.
Al llegar a la puerta de su casa, María la abre con cuidado, escudriñando si su hijo está ya despierto y puede pillarla así, desnuda, sucia y violada, pero Mario ha entrado antes en la casa, y está tumbado en la cama de su dormitorio, simulando que duerme para que su madre no sepa que él lo sabe, que ha contemplado cómo la violaba el vecino de abajo y ha escuchado todo.
María se dirige al baño y toma una larga ducha, intentando limpiar su cuerpo y su conciencia, pensando, aterrada, si alguien ha oído o visto lo que ha ocurrido.
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