Hacia mucho tiempo que no nos juntábamos toda la familia. Mi marido no ha tenido nunca muy buen relación con sus hermanos, y desde la muerte de su madre las cosas habían empeorado. Eran cinco en total, Mayte, la mayor, que vivía en el pueblo y se encargaba de echar un vistazo al abuelo, D. Vicente, hombre recio, que debió ser apuesto y que los años habían ido achicando, pero no eliminando, su compostura y altivez. Luego estaban Jaime y Carlos, un poco más pequeños que Pedro, mi marido, los dos casados con dos rancias de pueblo que parecía que no las habían follado nunca en condiciones. Y la pequeña, Rocío, que se había juntado hace poco con un cubano que quitaba el hipo.
El fin de semana pasado nos juntamos en el pueblo, era la comunión de Carlitos, uno de los sobrinos de Pedro, y con pocas ganas, allí que fuimos. Después de la celebración en la iglesia fuimos a comer a casa de D. Vicente. Tiene una casa enorme, típica manchega, en las afueras del pueblo, con un gran patio central y las estancias alrededor. Como preveía calor, me puse un vestido ajustado de colorines, medias claras y taconazo para impresionar a las tontas de mis cuñadas y tuvieran de qué hablar.
Como es habitual en estos casos, la sobremesa se alargó, regalos, café, copas, la gente se empezó a desparramar cuando comenzó, la actuación de los payasos y el karaoke con baile posterior, ufff, sopor. Yo le dije a Pedro que subía un momento a la habitación, al baño. Era verdad, pero también quería escaparme un rato de ese bullicio.
Al terminar de subir las escaleras, giré a la derecha para ir hacia nuestra habitación, al ir llegando a la puerta de la biblioteca oí un fuerte alboroto de voces, eran varios, me pareció reconocer a Jaime y a Carlos, pero el que más gritaba era Yoel, el cubanito de mi cuñada Rocío.
Paré un momento, risas, “esa ha visto más pingas que en un baño público”, ja, ja, ja, más risas. “Si seguro el cornudo de nuestro hermanito no la da bien cada noche, ¿verdad Jaime?, más risas, “ja, ja, ja, siempre fue un poco atontado este Pedro”. “Eso es lo que en Cuba decimos un comemierda, porque desde luego la petrolera está pa parar los carros”. “¿Qué dices Yoel? Traduce que no entendemos un carajo”. “Ah mi niño, pues que es una pendeja entradita en años que seguro que le gustan las pingas gordotas y largas de los negros como yo”. Más risas.
Yo ahí parada escuchando, no daba crédito, ¿estaban hablando de mí? No estaba enfadada, al revés, me noté excitada, casi sin darme cuenta mi coño se empezó a humedecer. Quería pasar de largo y hacer como que no había oído nada pero de repente, sin saber por qué, me planté en medio de la puerta. Se quedaron mudos. “Hola iba para mi habitación y oí jaleo”
“Oh mi niño, ¿que si no hay carne? Lo que no hay es lata pa´envasarla. Entra mi amol que tenemos chiquito fetecón” Yoel fue el único capaz de articular palabra. Muy despacio me dirigí a Jaime, y cogiéndole la copa de las manos, para dar un largo sorbo de su cubata, dije: “¿de qué hablabais?”
Comenzó a balbucear como pudo, “mira Ali, perdona, a veces entre hombres, con una copilla de más se dicen cosas indeb” le corte en seco, dándome la vuelta y agachándome para apoyar mis manos en las rodillas de Carlos, “hay que ser prudentes, que las paredes oyen” dije, mirándole fijamente a los ojos. Jaime no pudo seguir hablando, mi culo y mis muslos delante de sus narices, con mi vestido ajustado, se lo impedían.
Noté una mano entre mis muslos, me separé de éllos, me fui a sentar a un sillón vacío enfrente, mi corto vestido dejó casi por completo al aire mis piernas y noté como ahora los nerviosos eran ellos. “Bueno, ¿qué?, tremendo fetecón, entonces, ¿no?” Separé ligeramente mis piernas para poder sentir mejor la respiración a****l de esos tres hombres, la lujuria estaba desatada en sus miradas y sus entrepiernas, ya no dejaban ningún lugar a dudas.
“¿Quién va a ser el primero?” les dije desafiante. Yoel ya tenía su polla en la mano, acariciándose ostentosamente. De verdad era un arma de calibre significativo. Se acercó, puso un pie en el reposabrazos del sillón, mi boca se entreabrió, tímida, le di un lametón con la lengua, luego otro, y otro más, “vamos, vamos si, eres buena puta de verdad”, se acercó más aún y me la metió hasta la garganta, yo no me movía, Jaime me sujetó la cabeza desde atrás y Yoel seguía dándome empellones a la garganta. Creía que se iba a correr, pero no, ese negro tenía aguante.
Se apartó y dijo, “vamos hermanos, ya está la pendeja en su punto”, me levantaron y antes de que me diera cuenta mi vestido estaba por los suelos, mis bragas de encaje negro rotas y Carlos me magreaba salvajemente las tetas, tirándome de los pezones, “joder cuñada, que buena puedes llegar a estar, me cago en la puta suerte de mi hermano”, sus tirones y golpes en la tetas me calentaron más, y entonces enganché la polla de Jaime, empecé a machacársela con furia, el tonto no tardó en correrse ni tres empujones. Eso sí, no me gusta malgastar, me agache a rechupetear su polla y todos los restos de su leche, también los del suelo.
Carlos estaba obsesionado con mis tetas, me hizo subir a la mesa, me dio la vuelta y empezó a hacerse una cubana con ellas. Muy grandes no son, pero bien apretaditas cumplían su cometido. Yoel aprovechó una de las veces que mi boca quedaba libre, para cogerme del pelo, y volverme a follar. Noté como Carlos se corría salpicándome el cuello y la barbilla, fue entonces cuando Yoel dejó mi boca, se dio la vuelta y tal y como estaba, encima de la mesa, me la clavó con firmeza, noté fuego en las entrañas, como nunca antes, estaba chorreando, y mis jadeos ya no podían disimularse: “grita, perra, grita, no pasa nada, así como se siente una polla de verdad jodiéndote”. La sacó chorreando y sin ningún miramiento me subió las piernas por encima de la cabeza, y busco mi culo. Me lo han follado muchas veces, pero no con un cacharro tan grande. Era experto, eso se notaba, fui sintiendo como entraba poco a poco hasta notar sus huevos golpeándome, de nuevo paró y la sacó de golpe, me hizo gritar. Hasta dentro de mi coño de nuevo, tres empujones, y otra vez a mi culo. Ufffff, ni se cuánto duró esa noria. Mis otros dos cuñados se turnaban entre mis manos y mi boca para volver a correrse encima de mí.
El cabrón del negro sabía lo que hacía terminó dentro de mi culo, noté como al sacármela su leche empezó a chorrear por mis nalgas. “Vamos cuñadita, límpiamela como has hecho con Carlos”, yo obediente recorrí su enorme miembro con mi lengua recogiendo toda la leche, mientras los otros me volvían a llenar las tetas de lefa.
Cuando me incorporé se estaban terminando de vestir. “La mejor celebración familiar que hemos tenido nunca ¿verdad?” “Desde luego. “Cuñada lávate bien no sea que huelan lo puta que eres, ja, ja, ja” Dijeron mientras salían de la biblioteca. Fue entonces cuando me giré y vi en el fondo de la habitación a Don Vicente, con el pantalón a medio bajar, la polla a medio sacar, y una paja a medio hacer: “Ali, lo siento, lo siento” dijo avergonzado.
Me acerqué muy despacio, dejando que su mirada se recreara en mi cuerpo maduro, al llegar a su lado, mis dedos acariciaron su polla, y arrodillándome delante de él, la busqué lascivamente con mis labios.
El fin de semana pasado nos juntamos en el pueblo, era la comunión de Carlitos, uno de los sobrinos de Pedro, y con pocas ganas, allí que fuimos. Después de la celebración en la iglesia fuimos a comer a casa de D. Vicente. Tiene una casa enorme, típica manchega, en las afueras del pueblo, con un gran patio central y las estancias alrededor. Como preveía calor, me puse un vestido ajustado de colorines, medias claras y taconazo para impresionar a las tontas de mis cuñadas y tuvieran de qué hablar.
Como es habitual en estos casos, la sobremesa se alargó, regalos, café, copas, la gente se empezó a desparramar cuando comenzó, la actuación de los payasos y el karaoke con baile posterior, ufff, sopor. Yo le dije a Pedro que subía un momento a la habitación, al baño. Era verdad, pero también quería escaparme un rato de ese bullicio.
Al terminar de subir las escaleras, giré a la derecha para ir hacia nuestra habitación, al ir llegando a la puerta de la biblioteca oí un fuerte alboroto de voces, eran varios, me pareció reconocer a Jaime y a Carlos, pero el que más gritaba era Yoel, el cubanito de mi cuñada Rocío.
Paré un momento, risas, “esa ha visto más pingas que en un baño público”, ja, ja, ja, más risas. “Si seguro el cornudo de nuestro hermanito no la da bien cada noche, ¿verdad Jaime?, más risas, “ja, ja, ja, siempre fue un poco atontado este Pedro”. “Eso es lo que en Cuba decimos un comemierda, porque desde luego la petrolera está pa parar los carros”. “¿Qué dices Yoel? Traduce que no entendemos un carajo”. “Ah mi niño, pues que es una pendeja entradita en años que seguro que le gustan las pingas gordotas y largas de los negros como yo”. Más risas.
Yo ahí parada escuchando, no daba crédito, ¿estaban hablando de mí? No estaba enfadada, al revés, me noté excitada, casi sin darme cuenta mi coño se empezó a humedecer. Quería pasar de largo y hacer como que no había oído nada pero de repente, sin saber por qué, me planté en medio de la puerta. Se quedaron mudos. “Hola iba para mi habitación y oí jaleo”
“Oh mi niño, ¿que si no hay carne? Lo que no hay es lata pa´envasarla. Entra mi amol que tenemos chiquito fetecón” Yoel fue el único capaz de articular palabra. Muy despacio me dirigí a Jaime, y cogiéndole la copa de las manos, para dar un largo sorbo de su cubata, dije: “¿de qué hablabais?”
Comenzó a balbucear como pudo, “mira Ali, perdona, a veces entre hombres, con una copilla de más se dicen cosas indeb” le corte en seco, dándome la vuelta y agachándome para apoyar mis manos en las rodillas de Carlos, “hay que ser prudentes, que las paredes oyen” dije, mirándole fijamente a los ojos. Jaime no pudo seguir hablando, mi culo y mis muslos delante de sus narices, con mi vestido ajustado, se lo impedían.
Noté una mano entre mis muslos, me separé de éllos, me fui a sentar a un sillón vacío enfrente, mi corto vestido dejó casi por completo al aire mis piernas y noté como ahora los nerviosos eran ellos. “Bueno, ¿qué?, tremendo fetecón, entonces, ¿no?” Separé ligeramente mis piernas para poder sentir mejor la respiración a****l de esos tres hombres, la lujuria estaba desatada en sus miradas y sus entrepiernas, ya no dejaban ningún lugar a dudas.
“¿Quién va a ser el primero?” les dije desafiante. Yoel ya tenía su polla en la mano, acariciándose ostentosamente. De verdad era un arma de calibre significativo. Se acercó, puso un pie en el reposabrazos del sillón, mi boca se entreabrió, tímida, le di un lametón con la lengua, luego otro, y otro más, “vamos, vamos si, eres buena puta de verdad”, se acercó más aún y me la metió hasta la garganta, yo no me movía, Jaime me sujetó la cabeza desde atrás y Yoel seguía dándome empellones a la garganta. Creía que se iba a correr, pero no, ese negro tenía aguante.
Se apartó y dijo, “vamos hermanos, ya está la pendeja en su punto”, me levantaron y antes de que me diera cuenta mi vestido estaba por los suelos, mis bragas de encaje negro rotas y Carlos me magreaba salvajemente las tetas, tirándome de los pezones, “joder cuñada, que buena puedes llegar a estar, me cago en la puta suerte de mi hermano”, sus tirones y golpes en la tetas me calentaron más, y entonces enganché la polla de Jaime, empecé a machacársela con furia, el tonto no tardó en correrse ni tres empujones. Eso sí, no me gusta malgastar, me agache a rechupetear su polla y todos los restos de su leche, también los del suelo.
Carlos estaba obsesionado con mis tetas, me hizo subir a la mesa, me dio la vuelta y empezó a hacerse una cubana con ellas. Muy grandes no son, pero bien apretaditas cumplían su cometido. Yoel aprovechó una de las veces que mi boca quedaba libre, para cogerme del pelo, y volverme a follar. Noté como Carlos se corría salpicándome el cuello y la barbilla, fue entonces cuando Yoel dejó mi boca, se dio la vuelta y tal y como estaba, encima de la mesa, me la clavó con firmeza, noté fuego en las entrañas, como nunca antes, estaba chorreando, y mis jadeos ya no podían disimularse: “grita, perra, grita, no pasa nada, así como se siente una polla de verdad jodiéndote”. La sacó chorreando y sin ningún miramiento me subió las piernas por encima de la cabeza, y busco mi culo. Me lo han follado muchas veces, pero no con un cacharro tan grande. Era experto, eso se notaba, fui sintiendo como entraba poco a poco hasta notar sus huevos golpeándome, de nuevo paró y la sacó de golpe, me hizo gritar. Hasta dentro de mi coño de nuevo, tres empujones, y otra vez a mi culo. Ufffff, ni se cuánto duró esa noria. Mis otros dos cuñados se turnaban entre mis manos y mi boca para volver a correrse encima de mí.
El cabrón del negro sabía lo que hacía terminó dentro de mi culo, noté como al sacármela su leche empezó a chorrear por mis nalgas. “Vamos cuñadita, límpiamela como has hecho con Carlos”, yo obediente recorrí su enorme miembro con mi lengua recogiendo toda la leche, mientras los otros me volvían a llenar las tetas de lefa.
Cuando me incorporé se estaban terminando de vestir. “La mejor celebración familiar que hemos tenido nunca ¿verdad?” “Desde luego. “Cuñada lávate bien no sea que huelan lo puta que eres, ja, ja, ja” Dijeron mientras salían de la biblioteca. Fue entonces cuando me giré y vi en el fondo de la habitación a Don Vicente, con el pantalón a medio bajar, la polla a medio sacar, y una paja a medio hacer: “Ali, lo siento, lo siento” dijo avergonzado.
Me acerqué muy despacio, dejando que su mirada se recreara en mi cuerpo maduro, al llegar a su lado, mis dedos acariciaron su polla, y arrodillándome delante de él, la busqué lascivamente con mis labios.
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