Éste mes se cumplió el 50 aniversario de la empresa en la que trabajó mi marido antes de dedicarse a la bodega. Le llegó una invitación de lujo, con detalles personalizados, aunque apenas la vió la rompió en dos, sin llegar a abrirla siquiera.
Para no echar más leña al fuego, no le pregunté ni le dije nada, ya que por lo visto seguía resentido con sus ex empleadores.
Los que han leído los relatos de aquella época, estarán al tanto de los problemas que tuvo, no solo con la Empresa en sí, sino también con sus compañeros de trabajo, entre los cuáles estaba Bruno.
No viene al caso volver a contar todos esos inconvenientes, solo decir que un buen día se hartó de todo, presentó la renuncia y decidió dedicarse a la enología, una vieja pasión que tenía algo apartada.
Nunca más volvió a verse con nadie de la Empresa. Yo sí mantuve mi contacto con Bruno, que es el padre de mi hijo, producto de una de mis tantas metidas de cuernos.
Sí, ya sé, con los amigos y compañeros de trabajo de tu marido nunca, pero bueno, la carne es débil, ya que Bruno no fue el único con el que me encamé, también estuve con Fernando, que fue quién vino a ocupar su puesto en la Gerencia.
En definitiva, no solo le serrucharon el piso, sino también le cogieron a la esposa y encima uno la dejó embarazada.
Pero como no hay mal que por bien no venga, de esa relación nació el Ro y mi marido es mucho más feliz en la bodega que en su trabajo anterior, así que todos salimos ganando.
Así que, visto y considerando, que no íbamos a asistir al evento, decidí llamar a Bruno para que supiera de nuestra ausencia.
-Es una pena, estábamos con ganas de verlos- me asegura tras darle la noticia.
-Ya sabés cómo es M...., todavía no se olvida de algunas cosas que pasaron- reconozco.
"Y si supiera que uno de sus declarados enemigos me hizo un hijo, la cosa sería mucho peor", pienso.
-Pensamos que ya todo eso estaría olvidado, por eso les envíamos la invitación-
-Te cuento que para él es como si todo hubiera pasado ayer-
-Que lástima, che...- se queda en silencio un momento, y cuándo pienso que ya va a despedirse, me propone: -Mirá, el día antes de la fiesta, algunos nos vamos a reunir a tomar unos tragos, para hacer nuestro propio festejo, ¿te gustaría pasar un rato?-
Por supuesto me daba cuenta que tal ofrecimiento se lo había sacado de la manga, pero justamente eso era lo que siempre me había gustado de él, que nunca se daba por vencido. Insistió, insistió e insistió, hasta que me embarazó.
-No sé..., ¿dónde se juntan?-
-En... Anchorena, el departamento de Fernando, vos ya lo conocés-
Por supuesto que lo conocía, ya había estado dos veces en ése bulín, una con Fernando y otra con los dos juntos.
-Quizás me dé una vuelta, pero no te prometo nada-
-Solo un trago, por los viejos tiempos- me insiste.
-Cualquier cosa te llamo, igual andá enviándole esa invitación a alguien más-
-Ok, gracias por avisar-
A medida que se acercaba la fecha del evento, me iba poniendo cada vez más ansiosa. Un reencuentro con Bruno y Fernando me resultaba por demás tentador. Son dos tipos espectaculares, re cogedores, de esos con los que te gustaría quedarte en una isla desierta.
El día en cuestión aún no me había decidido a ir, pero a eso de la una, tras terminar un seguro nuevo y apenas el flamante socio se retira, le mando un mensaje a Bruno:
"¿La invitación sigue en pie?".
Tarda en responder por lo que creí que ya había perdido la oportunidad, pero entonces me llega su respuesta:
"Claro hermosa, te estamos esperando".
"Ok, en un rato estoy".
Cierro la oficina y me voy directo a Juncal y Anchorena. Cuando estoy en la puerta, Bruno baja a buscarme. Subimos juntos al departamento que, aunque es propiedad de Fernando, figura a nombre de un tercero, para que no aparezca en el registro de sus propiedades. Es el típico bulín de tipo casado, el lugar adónde lleva a sus amantes y en dónde, de vez en cuándo, organiza alguna fiestita, como en la que estuve con ellos dos.
-¿Está Fernando?- le pregunto a Bruno mientras subimos en el ascensor.
-Sí, también están Marcos y Esteban, te acordás de ellos, ¿no?-
Claro que me acordaba, solía cruzármelos en las fiestas de fin de año. A ellos y a sus esposas, incluso con una, la de Marcos creo, un año salimos a hacer juntas las compras de Navidad. Me sorprendió no verlas, pero no dije nada.
-¿Que querés tomar?- me pregunta Bruno, mientras saludo a los demás.
Siempre tuvo un bar muy bien surtido, así que le pido un chupito, para entonarme.
-¡Una ronda para todos entonces!-
Nos bebemos el licor de un solo trago, golpeando luego los vasos sobre la mesa. Mientras sirve una nueva ronda, tocan el timbre. Son Gastón y Lisandro, a los cuáles también conozco. Hará cosa de seis o siete años, habíamos asistido a la boda del primero.
Al saludarlos me doy cuenta que Bruno está mandando un mensaje tras otro, mientras Fernando conversa animadamente con los demás.
Obvio que me empiezo a preguntar qué pasa. Creía que me habían citado para cogerme entre los dos, pero la presencia de los otros me desconcierta.
Al rato se suma un Fernando que no conozco, quién, según me cuentan, se incorporó a la Empresa en el último año.
Seguimos con las rondas de chupitos, probando distintas bebidas.
-¿Que están tramando?- le pregunto en algún momento a Bruno -¿Acaso las esposas están todas ocupadas que no vino ninguna o no las invitaron?-
-Sos nuestra invitada especial, Mary, las fiestas de la Empresa ya no son las mismas sin vos- me responde.
-Es una lástima que no vayan mañana, se los extraña- agrega Fernando, el que conozco.
-¿Extrañan a mi marido o me extrañan a mí?- pregunto en general.
-¡¡¡A vos...!!!- responden a coro, alzando sus vasos.
-¿Ya ves?, es unánime- corrobora el mismo Fernando.
-¿Y está reunión es sólo para compartir unos tragos y ponernos al día, o hay algo más?- quiero saber.
-Eso es decisión tuya, si querés tomamos algo, contamos algunas anécdotas y cada cuál de vuelta al laburo, sino aparte de los tragos podemos hacer algo más-
-Ya me imagino lo que debe ser ése algo más para ustedes-
-Lo mismo que para vos, ¿o me equivoco?-
Me sonrío. No, no sé equivoca.
-Con permiso, voy al baño, me parece que la mezcla de bebidas me hizo un poco mal- me excuso.
En realidad el vértigo que siento en la panza no es por el alcohol, sino por la situación en que me encuentro. En un departamento, que en realidad es un bulín, con siete tipos que parecen tener una sola idea en mente. Sí, la misma que tienen ustedes.
Conozco el lugar, así que entro al baño y me encierro adentro. Me miro en el espejo e inhalo profundamente.
"¿Y ahora que vas a hacer?", me pregunto a mí misma. "Hay siete tipos ahí afuera que te quieren enfiestar, y no digas que no lo sabías, porque vos solita te metiste en esto".
”Bueno, pero yo creía que solo iban a ser Bruno y Fernando", me defiendo.
Igual que estén los demás no me disgusta tanto, lo que sí me cohibe es la cantidad. Si solo fueran tres o cuatro, pero... ¡Son siete!
Vuelvo a llenarme de aire los pulmones, y relajándome un poco, solo un poco, me empiezo a sacar la ropa.
Si mi marido todavía siguiera en la Empresa, no lo haría, pero siendo que su relación con todos ellos es totalmente nula, ¿porqué no permitirme un pequeño festejo?
Salgo del baño en ropa interior y tacos altos.
No tengo que decir nada, tan solo verme se me vienen todos encima como una horda de vikingos embravecidos.
Es entonces que me doy cuenta que hay más gente, Osvaldo y otro más que no estaban antes de entrar al baño. Ni siquiera puedo preguntar porque enseguida empiezan a besarme, una boca por aquí, otra más allá, mientras las manos me despojan primero del corpiño y luego de la bombacha, dejándome completamente desnuda, apenas con los zapatos puestos.
Siento dedos que me entran por delante, por detrás, manos que me estrujan los pechos y se deslizan por todo mi cuerpo, apropiándose de cada centímetro de piel.
Cuándo se empiezan a bajar los pantalones, manoteo a uno y otro lado, meneando lo que esté a mi alcance, sintiendo como se mojan y endurecen rápidamente.
Al ponerme de rodillas entre medio de aquel tumulto, me encuentro rodeada por unas vergas fenomenales. ¿Acaso para trabajar en esa Empresa es un requisito estar bien dotado?
Me encanta esa conjunción entre peludos, lampiños y afeitados. En la variedad está el gusto, dicen, y yo ahí tengio un muestrario viril de lo más amplio y extenso.
Dejo las que ya están bien paradas, y empiezo a chupar las que todavía están a medio alzar. Cuándo ya están todas emparejadas, empiezo a dar la vuelta, chupando a uno y a otro, mientras que con las manos pajeo a los demás.
Todas están mojadas, vibrantes, entumecidas, aunque no consigo contar cuántas son en total, ya que se van superponiendo tanto en mis manos como en mi boca.
Uno me la saca y enseguida otro me la mete, manteniendo en todo momento mi boca ocupada. Yo ya ni siquiera chupo, no puedo, ellos me cogen por la boca, ahogándome de carne bien dura y pulsante.
Bruno me rescata cuando estoy a punto de sofocarme. Los aparta y me levanta, prodigándome unas caricias por demás tiernas y deliciosas.
-¿Vamos bien...?- me pregunta y por siempre le estaré agradecida por ello.
-Vamos bien...- le digo con una sonrisa.
Me lleva entonces hacia la mesa en dónde están las bebidas, y sentándome en el borde, se pone entre mis piernas.
-Vos decidís hasta dónde llegamos- me dice, protector, solidario.
-Está todo bien...- le digo en un suspiro, con la quijada todavía dolorida de tantos sablazos.
Aceptando mi consentimiento, me la mete y me entra a dar como si viniera de pasar por una larga abstinencia. Las manos aferradas en la mesa, mis piernas abiertas colgando por sobre sus brazos, y él en el medio, garchándome entre los vítores de los demás.
Todos están rodeándonos, algunos tocándome las tetas, otros manteniendo sus erecciones a puro meneo, pero todos esperando su turno.
En una situación normal ya habría tenido mi orgasmo hace rato, pero estoy pasada de calentura, en un estado febril y endemoniado.
Después de Bruno viene otro, y otro, y otro más, todos cogiéndome ahí, sentada sobre la mesa, dándome como si debieran probarle a los demás los buenos garchadores que son.
Algunos me besan, otros me chuponean el cuello, alguno me ofrece su lengua para que se la chupe.
Aparte de nuestros gemidos y jadeos, se escucha el tintineo de las botellas y los vasos, que entrechocan a causa de las brutales embestidas.
De nuevo pierdo la cuenta de las pijas que me entran, sobre todo porqué, en medio del garche generalizado, y cuándo ya me parecía tener cierta idea, llegan dos invitados más. A estos si que no los conozco de nada, y hasta me dan la impresión que no trabajan en la misma Empresa.
Ellos mismos se presentan, sumándose directamente a la partuza. Ariel y Leandro.
-¡¡¡Marieeehhhh...!!!- intento presentarme, pero el primero de ellos ya me la está poniendo, evitando que pueda decir nada más.
Le muerdo el hombro, dejando mi nombre suspendido por la mitad, cuándo lo siento enfundarse dentro mío con un envión certero e inapelable.
Le sigue el otro, ambos los más jóvenes del grupo. Si son de la empresa deben ser cadetes o becarios, porque tienen edad de estar estudiando todavía.
Éste último está tan entusiasmado que no me suelta, me sigue dando pese a los reclamos de los demás de que ya pasó su turno.
Cuándo finalmente se desprende, no sin cierta resistencia, alguien propone pasar al dormitorio, para estar más cómodos.
-Sí seguimos así vamos a terminar rompiendo la mesa de tanto sacudón- bromea uno.
-Mejor rompamos la cama- le corresponde otro.
Me quito los zapatos, que era lo único que tenía puesto, y así, descalza y desnuda, me dirijo a la habitación, con todos ellos detrás, como una jauría de lobos hambrientos.
Me tiro boca abajo en la cama, las rodillas clavadas en el colchón, la cola en pompa, abriéndome las nalgas para mostrarles mis orificios lúbricos y pulsantes.
Uno se sube casi a las corridas y me entra a bombear como en la guerra, mientras los demás hacen fila detrás suyo.
De a uno me van garchando, así en cuatro, terminando cada quién su turno con una fuerte nalgada que resuena por entre los jadeos.
Si hay alguna mujer leyendo, le recomiendo que por lo menos una vez en la vida se permita probar algo como ésto. Disfrutar de los distintos tamaños, ritmos, texturas, es una experiencia insuperable, que ninguna otra cosa te puede proporcionar.
Los que ya me garcharon se pasan adelante, para que se las chupe mientras los demás desfilan por mi retaguardia.
No sé quién es el primero que me la mete por el culo, pero le doy las gracias por darle a mi conchita un breve descanso. A partir de ahí todos empiezan a alternar, aunque algunos eligen entre uno y otro orificio. Sin importar por cuál me entran, en ambos son bienvenidos.
Hay uno que se cree actor porno, que me quiere coger en las poses más rebuscadas, trato de complacerlo en las que puedo, pero para algunas no soy tan flexible. A otro le gusta pellizcarme, y aunque sé que va a dejarme pequeños moretones, no puedo negarle ese placer adicional.
Marcos..., ¿o era Lisandro? Sí, Marcos tiene una pija terriblemente gorda, con una cabeza más gorda todavía a la que me gusta morder como si estuviera saboreando una frutilla.
No es el más pijudo, ya que otros le ganan en largo, pero debido a su grosor, comparable al de un puño cerrado, todos prestan especial atención cuándo llega su momento de metérmela por el culo.
Ya en la concha me había entrado apretadísima, con unos roces que los demás no me habían provocado, así que imagínense por atrás.
Antes se la estuve chupando por un buen rato, llenándola de saliva, tratando de lubricarla lo suficiente como para que no me resultara tan incómodo. Ya una vez adentro mi esfínter haría el resto, pero para eso debía superar el puntazo inicial.
Aunque tengo el culo ya bien dilatado por las culeadas anteriores, cuándo me la pone entre las nalgas, me doy cuenta de su inmensidad en contraste con mi agujero más pequeño. Quién viese a uno y otro, pensaría: "Nah, no entra ni a palos". A otra no le entraría, pero a mí, con todo lo que he recibido por ahí, no hay chota que se me resista.
Al principio resbala por entre mis glúteos, por lo mojada que está, pero una vez que logra encajarse, ya no hay vuelta atrás. Empuja pero sin énfasis. Le pido que me dé más fuerte, que no tenga miedo, que no me va a romper más de lo que ya me rompieron sus amigos, y aunque lo intenta, no consigue meterme más que la punta del glande. Una puntaza, no una puntita.
Tomo entonces una decisión. Hago que se eche boca arriba y subiéndome encima suyo, de espalda, ahora soy yo la que intenta ensartarse.
Me pongo con el culito justo a la altura de su pija, hago que el glande resbale por entre mis nalgas y empujo hacia abajo con todo mi cuerpo. En un primer intento se resiste, pero me escupo en los dedos y untando saliva en derredor del ojete y en la cabeza de la pija, me vuelvo a sentar.
Empujo con fuerza, sintiendo ahora sí como la cabezota se abre paso, provocándome un ardor que delata una apertura mucho más amplia que las anteriores.
Todos están atentos a ese avance, como si fuera un ataque de la selección Argentina en el último minuto de la final del mundo.
Me duele pero sigo empujando, ya que no quiero defraudar a nadie.
Bien afirmada en brazos y piernas, la boca abierta, exhalando suspiros de placer y dolor, me ensarto poco a poco en esa barra de carne que parece engrosar su volumen cuándo se hunde en mí. Siento como mi cuerpo desciende cada vez más, adueñándose de cada pedazo, hasta que llegando casi al final... ¡PRAC!... algo que se resistía termina cediendo y caigo de golpe, quedando sentada sobre su vientre.
Cuándo los demás irrumpen en aplausos y chiflidos, me doy cuenta que tengo toda esa gordura dentro del culo.
-¡Dale campeón, dale campeón...!- corean algunos abrazados, celebrando el triunfo de esa desbordante virilidad por sobre mi estrechez anal.
Me recuesto sobre el cuerpo de Marcos, agotada por el esfuerzo, algo dolorida también, dispuesta a descansar un momento, pero ellos tienen algo muy distinto en mente.
Marcos me abre las piernas, mostrándole a todos esa penetración total y absoluta, pero no solo esa parte de mi cuerpo queda expuesta, sino también la brecha que está encima, que se encuentra abierta y pegajosa, enrojecida, a causa de las fricciones recientes.
Es Fernando, el original, el primero en montarse sobre nuestros cuerpos, para llenar ese espacio que reclama ser ocupado. Ahora los tengo a los dos en mi interior, llenándome, colapsando de pija ambos orificios.
Después de Fernando vienen todos los demás, uno detrás del otro, haciéndome sanguchito, siempre con Marcos clavado en mi culo.
Dejándome taladrar por ambos orificios, echo la cabeza hacia atrás, y abriendo la boca, los incito a que me la llenen también de pija.
No alcanzo a ver de quién se trata, solo veo unas piernas peludas frente a mi cara y una pija de buen porte que se hunde en mi garganta.
Los que me cogen, se pasan para metérmela en la boca y viceversa, por lo que en todo momento estoy saboreando mi propio flujo impregnado en cada una de esas impresionantes porongas.
En algún momento me doy o me dan la vuelta, porque aparezco montada encima de Marcos, de frente, mirándolo a la cara. Ahora tengo su pija bien metida en la concha. Me muevo encima suyo para acomodarme a su tamaño, que por adelante también de siente como si fueran dos pijas en una.
De nuevo desfilan tras de mí, entrándome ahora por el culo, cada cuál a su ritmo, unos fuerte, otros despacio, pero todos metiéndomela hasta los pelos.
Sumergida como estoy entre los cuerpos no me doy cuenta de quién acaba primero, pero siento un lechazo llegándome hasta la nuca, chorreando su efusividad por toda mi espalda.
El siguiente en acabar no llega a sacármela a tiempo y me llena el culo de leche. El que le sigue en la fila no tiene problema en meterla dónde acabó el anterior y me da con un entusiasmo renovado, como excitado por estar culeándome por sobre el polvo de su compañero. Obvio que también acaba adentro.
Dónde acaban dos, acaban tres, y hasta cuatro, así que los demás también me bombean leche a mansalva por el ojete.
Marcos, que sigue debajo, hace rato ya que me había acabado, por lo que mis dos agujeros rebosan semen a morir.
Cuándo me levanto tengo los muslos y las piernas chorreando la esencia íntima de... ¿cuántos?... ¿Cuatro o cinco hombres?
Por entre la bruma del placer, me parece distinguir algunos que no habían estado antes, como si siguieran cayendo al departamento aún después de empezado el gangbang.
Quizás de eso se trataban los mensajes que Bruno mandaba a diestra y siniestra, invitando a sus demás colegas a que se sumaran a la fiesta.
Los que todavía no acabaron tratan de agarrarme para seguir dándome, pero en ese momento no puedo más, y como si estuviera en uno de esos juegos que jugábamos cuándo eramos chicos en los recreos del Colegio, levanto una mano y con los dedos cruzados, les reclamo una tregua:
-¡Pido, pido, por favor...!-
Ni bien se apartan, me voy corriendo al baño. Me siento en el inodoro y descargo una abundante mezcla de orina, flujo y leche... Mucha leche.
Me quedo sentada un momento, tratando de ordenar la catarata de emociones que me envuelven.
¿Cuántos me cogieron? ¿Cuántos me culearon?
Trato de contarlos, pero enseguida pierdo la cuenta, aunque de algo sí estoy segura, es la vez que con mayor cantidad de hombres estoy.
Ya está, me digo, estoy metida en el baile, tengo que seguir bailando. Me mojo la cara, me seco y vuelvo al ruedo.
Los tipos siguen ahí, enardecidos. Los veo y me parece una muchedumbre, casi ni entran en el cuarto, tanto que algunos esperan en la puerta o en el pasillo.
Me echo de espalda en la cama y abriéndome de piernas, los invito a seguir con lo que habíamos interrumpido.
El que viene es Bruno, quién se recuesta encima mío y me penetra con una ternura que hasta entonces no mostraron los demás. Rodeo su cuerpo con brazos y piernas, moviéndome con él en una cogida que parece un oasis en medio del desierto.
Podrá ser una legión de machos, pero cuándo te coge el padre de tu hijo resulta por demás especial. Por un momento es como si fuéramos solo nosotros dos, los padres del Ro, amándonos, sintiendo aquello que alguna vez sentimos cuándo engendramos a nuestro hijo.
Claro que el hechizo se rompe cuándo otro ocupa su lugar, y lo que era tierno, romántico, se vuelve otra vez frenético, arrebatado.
Enseguida se arremolinan a mi alrededor, poniendo sus pijas en torno a mi boca. Chupo de uno y otro lado, mientras entre mis piernas las pijas se van alternando. Sale una y entra otra, casi sin pausa. No hay un solo instante en que no tenga alguno de mis orificios rebosando carne masculina.
En medio de aquel rejunte, el que tengo encima no se aguanta y acaba. Me la saca justo para pintarme las tetas y la panza de leche. Quizás incitado por esa imagen, la del tipo acabándome encima, el que está a la derecha me cruza la cara de un lechazo. El de la izquierda lo mismo. Cuando se acerca otro, le agarro la pija y me la meto en la boca, recibiendo en mi paladar toda su potente descarga. De ahí vienen dos más a acabarme también en la boca.
Mientras me trago la leche de esos dos, siento como se produce un tumulto y varios corren para acabarme encima. Algunos eligen mi boca, otros la cara, los pechos... Uno se coloca entre mis piernas, me la mete y tras unas pocas penetraciones, me acaba adentro.
No sé cuántos me habrán acabado en la concha, pero cuándo por fin pude levantarme la leche me salía a borbotones.
Termino derrumbándome, ya no en la cama, sino en el suelo. Ni sé cómo llegué allí, pero me encuentro toda cubierta por una pegajosa sustancia láctea, pura leche de macho.
Así como habían aparecido, casi todos desaparecieron, se esfumaron, tanto es así que en algún momento llegué a preguntarme si no había sido una ilusión. Pero era tal la cantidad de guasca que no cabía tal posibilidad.
El único que permanece a mi lado es Bruno. Con su ayuda me levanto y voy al baño. Me duele todo el cuerpo, como si hubiera hecho una rutina extrema de ejercicios físicos.
Me arde la parte interna de los muslos a causa de la fricción, y por entre medio de las tetas, de cuando se pusieron a hacer un campeonato de pajas turcas.
Compasivo Bruno me prepara un baño de inmersión, con sales y aceites. Allí sumergida, relajándome luego de la biava que me dieron él y sus amigos, me cuenta que no es la primera vez que hacen una fiesta de esas. Aunque, aclara, las veces anteriores fueron con mujeres que trabajan de escorts, profesionales del sexo.
-¿Y cómo se les ocurrió enfiestarme a mí?- le pregunto.
Por lo que me dice, una tarde, luego de una de esas ya habituales partuzas, y mientras compartían unos tragos, empezaron a fantasear con posibles candidatas para el gangbang. Nombraban actrices, cantantes, estrellas porno, hasta que uno dice:
-A mí a la que me habría gustado enfiestar es a la esposa de M....-
Por lo que alega Bruno, todos los demás estuvieron plenamente de acuerdo. Por supuesto nadie más que nosotros sabe que mi hijo es suyo, por lo que fue Fernando el que reveló que junto con Bruno me habían enfiestado alguna vez.
-Y les puedo asegurar que todas las minas con las que estuvimos son nenas de pecho en comparación- me dice que concluyó Fernando, despertando el entusiasmo de toda la concurrencia.
Luego, el aniversario de la Empresa, mi llamado para comunicarle nuestra ausencia, todo conspiró para que pudieran hacer realidad su deseo
-¿Cuántos eran? ¿Cuántos me garcharon?- le pregunto en algún momento.
-Siempre somos cinco o seis fijos, pero al enterarse de que ibas a estar de invitada, unos cuántos más quisieron sumarse-
La cifra queda en la nebulosa, creo que ni él sabe a ciencia cierta cuántos tipos pasaron por el departamento. Pero fueron muchos, demasiados...
Para no echar más leña al fuego, no le pregunté ni le dije nada, ya que por lo visto seguía resentido con sus ex empleadores.
Los que han leído los relatos de aquella época, estarán al tanto de los problemas que tuvo, no solo con la Empresa en sí, sino también con sus compañeros de trabajo, entre los cuáles estaba Bruno.
No viene al caso volver a contar todos esos inconvenientes, solo decir que un buen día se hartó de todo, presentó la renuncia y decidió dedicarse a la enología, una vieja pasión que tenía algo apartada.
Nunca más volvió a verse con nadie de la Empresa. Yo sí mantuve mi contacto con Bruno, que es el padre de mi hijo, producto de una de mis tantas metidas de cuernos.
Sí, ya sé, con los amigos y compañeros de trabajo de tu marido nunca, pero bueno, la carne es débil, ya que Bruno no fue el único con el que me encamé, también estuve con Fernando, que fue quién vino a ocupar su puesto en la Gerencia.
En definitiva, no solo le serrucharon el piso, sino también le cogieron a la esposa y encima uno la dejó embarazada.
Pero como no hay mal que por bien no venga, de esa relación nació el Ro y mi marido es mucho más feliz en la bodega que en su trabajo anterior, así que todos salimos ganando.
Así que, visto y considerando, que no íbamos a asistir al evento, decidí llamar a Bruno para que supiera de nuestra ausencia.
-Es una pena, estábamos con ganas de verlos- me asegura tras darle la noticia.
-Ya sabés cómo es M...., todavía no se olvida de algunas cosas que pasaron- reconozco.
"Y si supiera que uno de sus declarados enemigos me hizo un hijo, la cosa sería mucho peor", pienso.
-Pensamos que ya todo eso estaría olvidado, por eso les envíamos la invitación-
-Te cuento que para él es como si todo hubiera pasado ayer-
-Que lástima, che...- se queda en silencio un momento, y cuándo pienso que ya va a despedirse, me propone: -Mirá, el día antes de la fiesta, algunos nos vamos a reunir a tomar unos tragos, para hacer nuestro propio festejo, ¿te gustaría pasar un rato?-
Por supuesto me daba cuenta que tal ofrecimiento se lo había sacado de la manga, pero justamente eso era lo que siempre me había gustado de él, que nunca se daba por vencido. Insistió, insistió e insistió, hasta que me embarazó.
-No sé..., ¿dónde se juntan?-
-En... Anchorena, el departamento de Fernando, vos ya lo conocés-
Por supuesto que lo conocía, ya había estado dos veces en ése bulín, una con Fernando y otra con los dos juntos.
-Quizás me dé una vuelta, pero no te prometo nada-
-Solo un trago, por los viejos tiempos- me insiste.
-Cualquier cosa te llamo, igual andá enviándole esa invitación a alguien más-
-Ok, gracias por avisar-
A medida que se acercaba la fecha del evento, me iba poniendo cada vez más ansiosa. Un reencuentro con Bruno y Fernando me resultaba por demás tentador. Son dos tipos espectaculares, re cogedores, de esos con los que te gustaría quedarte en una isla desierta.
El día en cuestión aún no me había decidido a ir, pero a eso de la una, tras terminar un seguro nuevo y apenas el flamante socio se retira, le mando un mensaje a Bruno:
"¿La invitación sigue en pie?".
Tarda en responder por lo que creí que ya había perdido la oportunidad, pero entonces me llega su respuesta:
"Claro hermosa, te estamos esperando".
"Ok, en un rato estoy".
Cierro la oficina y me voy directo a Juncal y Anchorena. Cuando estoy en la puerta, Bruno baja a buscarme. Subimos juntos al departamento que, aunque es propiedad de Fernando, figura a nombre de un tercero, para que no aparezca en el registro de sus propiedades. Es el típico bulín de tipo casado, el lugar adónde lleva a sus amantes y en dónde, de vez en cuándo, organiza alguna fiestita, como en la que estuve con ellos dos.
-¿Está Fernando?- le pregunto a Bruno mientras subimos en el ascensor.
-Sí, también están Marcos y Esteban, te acordás de ellos, ¿no?-
Claro que me acordaba, solía cruzármelos en las fiestas de fin de año. A ellos y a sus esposas, incluso con una, la de Marcos creo, un año salimos a hacer juntas las compras de Navidad. Me sorprendió no verlas, pero no dije nada.
-¿Que querés tomar?- me pregunta Bruno, mientras saludo a los demás.
Siempre tuvo un bar muy bien surtido, así que le pido un chupito, para entonarme.
-¡Una ronda para todos entonces!-
Nos bebemos el licor de un solo trago, golpeando luego los vasos sobre la mesa. Mientras sirve una nueva ronda, tocan el timbre. Son Gastón y Lisandro, a los cuáles también conozco. Hará cosa de seis o siete años, habíamos asistido a la boda del primero.
Al saludarlos me doy cuenta que Bruno está mandando un mensaje tras otro, mientras Fernando conversa animadamente con los demás.
Obvio que me empiezo a preguntar qué pasa. Creía que me habían citado para cogerme entre los dos, pero la presencia de los otros me desconcierta.
Al rato se suma un Fernando que no conozco, quién, según me cuentan, se incorporó a la Empresa en el último año.
Seguimos con las rondas de chupitos, probando distintas bebidas.
-¿Que están tramando?- le pregunto en algún momento a Bruno -¿Acaso las esposas están todas ocupadas que no vino ninguna o no las invitaron?-
-Sos nuestra invitada especial, Mary, las fiestas de la Empresa ya no son las mismas sin vos- me responde.
-Es una lástima que no vayan mañana, se los extraña- agrega Fernando, el que conozco.
-¿Extrañan a mi marido o me extrañan a mí?- pregunto en general.
-¡¡¡A vos...!!!- responden a coro, alzando sus vasos.
-¿Ya ves?, es unánime- corrobora el mismo Fernando.
-¿Y está reunión es sólo para compartir unos tragos y ponernos al día, o hay algo más?- quiero saber.
-Eso es decisión tuya, si querés tomamos algo, contamos algunas anécdotas y cada cuál de vuelta al laburo, sino aparte de los tragos podemos hacer algo más-
-Ya me imagino lo que debe ser ése algo más para ustedes-
-Lo mismo que para vos, ¿o me equivoco?-
Me sonrío. No, no sé equivoca.
-Con permiso, voy al baño, me parece que la mezcla de bebidas me hizo un poco mal- me excuso.
En realidad el vértigo que siento en la panza no es por el alcohol, sino por la situación en que me encuentro. En un departamento, que en realidad es un bulín, con siete tipos que parecen tener una sola idea en mente. Sí, la misma que tienen ustedes.
Conozco el lugar, así que entro al baño y me encierro adentro. Me miro en el espejo e inhalo profundamente.
"¿Y ahora que vas a hacer?", me pregunto a mí misma. "Hay siete tipos ahí afuera que te quieren enfiestar, y no digas que no lo sabías, porque vos solita te metiste en esto".
”Bueno, pero yo creía que solo iban a ser Bruno y Fernando", me defiendo.
Igual que estén los demás no me disgusta tanto, lo que sí me cohibe es la cantidad. Si solo fueran tres o cuatro, pero... ¡Son siete!
Vuelvo a llenarme de aire los pulmones, y relajándome un poco, solo un poco, me empiezo a sacar la ropa.
Si mi marido todavía siguiera en la Empresa, no lo haría, pero siendo que su relación con todos ellos es totalmente nula, ¿porqué no permitirme un pequeño festejo?
Salgo del baño en ropa interior y tacos altos.
No tengo que decir nada, tan solo verme se me vienen todos encima como una horda de vikingos embravecidos.
Es entonces que me doy cuenta que hay más gente, Osvaldo y otro más que no estaban antes de entrar al baño. Ni siquiera puedo preguntar porque enseguida empiezan a besarme, una boca por aquí, otra más allá, mientras las manos me despojan primero del corpiño y luego de la bombacha, dejándome completamente desnuda, apenas con los zapatos puestos.
Siento dedos que me entran por delante, por detrás, manos que me estrujan los pechos y se deslizan por todo mi cuerpo, apropiándose de cada centímetro de piel.
Cuándo se empiezan a bajar los pantalones, manoteo a uno y otro lado, meneando lo que esté a mi alcance, sintiendo como se mojan y endurecen rápidamente.
Al ponerme de rodillas entre medio de aquel tumulto, me encuentro rodeada por unas vergas fenomenales. ¿Acaso para trabajar en esa Empresa es un requisito estar bien dotado?
Me encanta esa conjunción entre peludos, lampiños y afeitados. En la variedad está el gusto, dicen, y yo ahí tengio un muestrario viril de lo más amplio y extenso.
Dejo las que ya están bien paradas, y empiezo a chupar las que todavía están a medio alzar. Cuándo ya están todas emparejadas, empiezo a dar la vuelta, chupando a uno y a otro, mientras que con las manos pajeo a los demás.
Todas están mojadas, vibrantes, entumecidas, aunque no consigo contar cuántas son en total, ya que se van superponiendo tanto en mis manos como en mi boca.
Uno me la saca y enseguida otro me la mete, manteniendo en todo momento mi boca ocupada. Yo ya ni siquiera chupo, no puedo, ellos me cogen por la boca, ahogándome de carne bien dura y pulsante.
Bruno me rescata cuando estoy a punto de sofocarme. Los aparta y me levanta, prodigándome unas caricias por demás tiernas y deliciosas.
-¿Vamos bien...?- me pregunta y por siempre le estaré agradecida por ello.
-Vamos bien...- le digo con una sonrisa.
Me lleva entonces hacia la mesa en dónde están las bebidas, y sentándome en el borde, se pone entre mis piernas.
-Vos decidís hasta dónde llegamos- me dice, protector, solidario.
-Está todo bien...- le digo en un suspiro, con la quijada todavía dolorida de tantos sablazos.
Aceptando mi consentimiento, me la mete y me entra a dar como si viniera de pasar por una larga abstinencia. Las manos aferradas en la mesa, mis piernas abiertas colgando por sobre sus brazos, y él en el medio, garchándome entre los vítores de los demás.
Todos están rodeándonos, algunos tocándome las tetas, otros manteniendo sus erecciones a puro meneo, pero todos esperando su turno.
En una situación normal ya habría tenido mi orgasmo hace rato, pero estoy pasada de calentura, en un estado febril y endemoniado.
Después de Bruno viene otro, y otro, y otro más, todos cogiéndome ahí, sentada sobre la mesa, dándome como si debieran probarle a los demás los buenos garchadores que son.
Algunos me besan, otros me chuponean el cuello, alguno me ofrece su lengua para que se la chupe.
Aparte de nuestros gemidos y jadeos, se escucha el tintineo de las botellas y los vasos, que entrechocan a causa de las brutales embestidas.
De nuevo pierdo la cuenta de las pijas que me entran, sobre todo porqué, en medio del garche generalizado, y cuándo ya me parecía tener cierta idea, llegan dos invitados más. A estos si que no los conozco de nada, y hasta me dan la impresión que no trabajan en la misma Empresa.
Ellos mismos se presentan, sumándose directamente a la partuza. Ariel y Leandro.
-¡¡¡Marieeehhhh...!!!- intento presentarme, pero el primero de ellos ya me la está poniendo, evitando que pueda decir nada más.
Le muerdo el hombro, dejando mi nombre suspendido por la mitad, cuándo lo siento enfundarse dentro mío con un envión certero e inapelable.
Le sigue el otro, ambos los más jóvenes del grupo. Si son de la empresa deben ser cadetes o becarios, porque tienen edad de estar estudiando todavía.
Éste último está tan entusiasmado que no me suelta, me sigue dando pese a los reclamos de los demás de que ya pasó su turno.
Cuándo finalmente se desprende, no sin cierta resistencia, alguien propone pasar al dormitorio, para estar más cómodos.
-Sí seguimos así vamos a terminar rompiendo la mesa de tanto sacudón- bromea uno.
-Mejor rompamos la cama- le corresponde otro.
Me quito los zapatos, que era lo único que tenía puesto, y así, descalza y desnuda, me dirijo a la habitación, con todos ellos detrás, como una jauría de lobos hambrientos.
Me tiro boca abajo en la cama, las rodillas clavadas en el colchón, la cola en pompa, abriéndome las nalgas para mostrarles mis orificios lúbricos y pulsantes.
Uno se sube casi a las corridas y me entra a bombear como en la guerra, mientras los demás hacen fila detrás suyo.
De a uno me van garchando, así en cuatro, terminando cada quién su turno con una fuerte nalgada que resuena por entre los jadeos.
Si hay alguna mujer leyendo, le recomiendo que por lo menos una vez en la vida se permita probar algo como ésto. Disfrutar de los distintos tamaños, ritmos, texturas, es una experiencia insuperable, que ninguna otra cosa te puede proporcionar.
Los que ya me garcharon se pasan adelante, para que se las chupe mientras los demás desfilan por mi retaguardia.
No sé quién es el primero que me la mete por el culo, pero le doy las gracias por darle a mi conchita un breve descanso. A partir de ahí todos empiezan a alternar, aunque algunos eligen entre uno y otro orificio. Sin importar por cuál me entran, en ambos son bienvenidos.
Hay uno que se cree actor porno, que me quiere coger en las poses más rebuscadas, trato de complacerlo en las que puedo, pero para algunas no soy tan flexible. A otro le gusta pellizcarme, y aunque sé que va a dejarme pequeños moretones, no puedo negarle ese placer adicional.
Marcos..., ¿o era Lisandro? Sí, Marcos tiene una pija terriblemente gorda, con una cabeza más gorda todavía a la que me gusta morder como si estuviera saboreando una frutilla.
No es el más pijudo, ya que otros le ganan en largo, pero debido a su grosor, comparable al de un puño cerrado, todos prestan especial atención cuándo llega su momento de metérmela por el culo.
Ya en la concha me había entrado apretadísima, con unos roces que los demás no me habían provocado, así que imagínense por atrás.
Antes se la estuve chupando por un buen rato, llenándola de saliva, tratando de lubricarla lo suficiente como para que no me resultara tan incómodo. Ya una vez adentro mi esfínter haría el resto, pero para eso debía superar el puntazo inicial.
Aunque tengo el culo ya bien dilatado por las culeadas anteriores, cuándo me la pone entre las nalgas, me doy cuenta de su inmensidad en contraste con mi agujero más pequeño. Quién viese a uno y otro, pensaría: "Nah, no entra ni a palos". A otra no le entraría, pero a mí, con todo lo que he recibido por ahí, no hay chota que se me resista.
Al principio resbala por entre mis glúteos, por lo mojada que está, pero una vez que logra encajarse, ya no hay vuelta atrás. Empuja pero sin énfasis. Le pido que me dé más fuerte, que no tenga miedo, que no me va a romper más de lo que ya me rompieron sus amigos, y aunque lo intenta, no consigue meterme más que la punta del glande. Una puntaza, no una puntita.
Tomo entonces una decisión. Hago que se eche boca arriba y subiéndome encima suyo, de espalda, ahora soy yo la que intenta ensartarse.
Me pongo con el culito justo a la altura de su pija, hago que el glande resbale por entre mis nalgas y empujo hacia abajo con todo mi cuerpo. En un primer intento se resiste, pero me escupo en los dedos y untando saliva en derredor del ojete y en la cabeza de la pija, me vuelvo a sentar.
Empujo con fuerza, sintiendo ahora sí como la cabezota se abre paso, provocándome un ardor que delata una apertura mucho más amplia que las anteriores.
Todos están atentos a ese avance, como si fuera un ataque de la selección Argentina en el último minuto de la final del mundo.
Me duele pero sigo empujando, ya que no quiero defraudar a nadie.
Bien afirmada en brazos y piernas, la boca abierta, exhalando suspiros de placer y dolor, me ensarto poco a poco en esa barra de carne que parece engrosar su volumen cuándo se hunde en mí. Siento como mi cuerpo desciende cada vez más, adueñándose de cada pedazo, hasta que llegando casi al final... ¡PRAC!... algo que se resistía termina cediendo y caigo de golpe, quedando sentada sobre su vientre.
Cuándo los demás irrumpen en aplausos y chiflidos, me doy cuenta que tengo toda esa gordura dentro del culo.
-¡Dale campeón, dale campeón...!- corean algunos abrazados, celebrando el triunfo de esa desbordante virilidad por sobre mi estrechez anal.
Me recuesto sobre el cuerpo de Marcos, agotada por el esfuerzo, algo dolorida también, dispuesta a descansar un momento, pero ellos tienen algo muy distinto en mente.
Marcos me abre las piernas, mostrándole a todos esa penetración total y absoluta, pero no solo esa parte de mi cuerpo queda expuesta, sino también la brecha que está encima, que se encuentra abierta y pegajosa, enrojecida, a causa de las fricciones recientes.
Es Fernando, el original, el primero en montarse sobre nuestros cuerpos, para llenar ese espacio que reclama ser ocupado. Ahora los tengo a los dos en mi interior, llenándome, colapsando de pija ambos orificios.
Después de Fernando vienen todos los demás, uno detrás del otro, haciéndome sanguchito, siempre con Marcos clavado en mi culo.
Dejándome taladrar por ambos orificios, echo la cabeza hacia atrás, y abriendo la boca, los incito a que me la llenen también de pija.
No alcanzo a ver de quién se trata, solo veo unas piernas peludas frente a mi cara y una pija de buen porte que se hunde en mi garganta.
Los que me cogen, se pasan para metérmela en la boca y viceversa, por lo que en todo momento estoy saboreando mi propio flujo impregnado en cada una de esas impresionantes porongas.
En algún momento me doy o me dan la vuelta, porque aparezco montada encima de Marcos, de frente, mirándolo a la cara. Ahora tengo su pija bien metida en la concha. Me muevo encima suyo para acomodarme a su tamaño, que por adelante también de siente como si fueran dos pijas en una.
De nuevo desfilan tras de mí, entrándome ahora por el culo, cada cuál a su ritmo, unos fuerte, otros despacio, pero todos metiéndomela hasta los pelos.
Sumergida como estoy entre los cuerpos no me doy cuenta de quién acaba primero, pero siento un lechazo llegándome hasta la nuca, chorreando su efusividad por toda mi espalda.
El siguiente en acabar no llega a sacármela a tiempo y me llena el culo de leche. El que le sigue en la fila no tiene problema en meterla dónde acabó el anterior y me da con un entusiasmo renovado, como excitado por estar culeándome por sobre el polvo de su compañero. Obvio que también acaba adentro.
Dónde acaban dos, acaban tres, y hasta cuatro, así que los demás también me bombean leche a mansalva por el ojete.
Marcos, que sigue debajo, hace rato ya que me había acabado, por lo que mis dos agujeros rebosan semen a morir.
Cuándo me levanto tengo los muslos y las piernas chorreando la esencia íntima de... ¿cuántos?... ¿Cuatro o cinco hombres?
Por entre la bruma del placer, me parece distinguir algunos que no habían estado antes, como si siguieran cayendo al departamento aún después de empezado el gangbang.
Quizás de eso se trataban los mensajes que Bruno mandaba a diestra y siniestra, invitando a sus demás colegas a que se sumaran a la fiesta.
Los que todavía no acabaron tratan de agarrarme para seguir dándome, pero en ese momento no puedo más, y como si estuviera en uno de esos juegos que jugábamos cuándo eramos chicos en los recreos del Colegio, levanto una mano y con los dedos cruzados, les reclamo una tregua:
-¡Pido, pido, por favor...!-
Ni bien se apartan, me voy corriendo al baño. Me siento en el inodoro y descargo una abundante mezcla de orina, flujo y leche... Mucha leche.
Me quedo sentada un momento, tratando de ordenar la catarata de emociones que me envuelven.
¿Cuántos me cogieron? ¿Cuántos me culearon?
Trato de contarlos, pero enseguida pierdo la cuenta, aunque de algo sí estoy segura, es la vez que con mayor cantidad de hombres estoy.
Ya está, me digo, estoy metida en el baile, tengo que seguir bailando. Me mojo la cara, me seco y vuelvo al ruedo.
Los tipos siguen ahí, enardecidos. Los veo y me parece una muchedumbre, casi ni entran en el cuarto, tanto que algunos esperan en la puerta o en el pasillo.
Me echo de espalda en la cama y abriéndome de piernas, los invito a seguir con lo que habíamos interrumpido.
El que viene es Bruno, quién se recuesta encima mío y me penetra con una ternura que hasta entonces no mostraron los demás. Rodeo su cuerpo con brazos y piernas, moviéndome con él en una cogida que parece un oasis en medio del desierto.
Podrá ser una legión de machos, pero cuándo te coge el padre de tu hijo resulta por demás especial. Por un momento es como si fuéramos solo nosotros dos, los padres del Ro, amándonos, sintiendo aquello que alguna vez sentimos cuándo engendramos a nuestro hijo.
Claro que el hechizo se rompe cuándo otro ocupa su lugar, y lo que era tierno, romántico, se vuelve otra vez frenético, arrebatado.
Enseguida se arremolinan a mi alrededor, poniendo sus pijas en torno a mi boca. Chupo de uno y otro lado, mientras entre mis piernas las pijas se van alternando. Sale una y entra otra, casi sin pausa. No hay un solo instante en que no tenga alguno de mis orificios rebosando carne masculina.
En medio de aquel rejunte, el que tengo encima no se aguanta y acaba. Me la saca justo para pintarme las tetas y la panza de leche. Quizás incitado por esa imagen, la del tipo acabándome encima, el que está a la derecha me cruza la cara de un lechazo. El de la izquierda lo mismo. Cuando se acerca otro, le agarro la pija y me la meto en la boca, recibiendo en mi paladar toda su potente descarga. De ahí vienen dos más a acabarme también en la boca.
Mientras me trago la leche de esos dos, siento como se produce un tumulto y varios corren para acabarme encima. Algunos eligen mi boca, otros la cara, los pechos... Uno se coloca entre mis piernas, me la mete y tras unas pocas penetraciones, me acaba adentro.
No sé cuántos me habrán acabado en la concha, pero cuándo por fin pude levantarme la leche me salía a borbotones.
Termino derrumbándome, ya no en la cama, sino en el suelo. Ni sé cómo llegué allí, pero me encuentro toda cubierta por una pegajosa sustancia láctea, pura leche de macho.
Así como habían aparecido, casi todos desaparecieron, se esfumaron, tanto es así que en algún momento llegué a preguntarme si no había sido una ilusión. Pero era tal la cantidad de guasca que no cabía tal posibilidad.
El único que permanece a mi lado es Bruno. Con su ayuda me levanto y voy al baño. Me duele todo el cuerpo, como si hubiera hecho una rutina extrema de ejercicios físicos.
Me arde la parte interna de los muslos a causa de la fricción, y por entre medio de las tetas, de cuando se pusieron a hacer un campeonato de pajas turcas.
Compasivo Bruno me prepara un baño de inmersión, con sales y aceites. Allí sumergida, relajándome luego de la biava que me dieron él y sus amigos, me cuenta que no es la primera vez que hacen una fiesta de esas. Aunque, aclara, las veces anteriores fueron con mujeres que trabajan de escorts, profesionales del sexo.
-¿Y cómo se les ocurrió enfiestarme a mí?- le pregunto.
Por lo que me dice, una tarde, luego de una de esas ya habituales partuzas, y mientras compartían unos tragos, empezaron a fantasear con posibles candidatas para el gangbang. Nombraban actrices, cantantes, estrellas porno, hasta que uno dice:
-A mí a la que me habría gustado enfiestar es a la esposa de M....-
Por lo que alega Bruno, todos los demás estuvieron plenamente de acuerdo. Por supuesto nadie más que nosotros sabe que mi hijo es suyo, por lo que fue Fernando el que reveló que junto con Bruno me habían enfiestado alguna vez.
-Y les puedo asegurar que todas las minas con las que estuvimos son nenas de pecho en comparación- me dice que concluyó Fernando, despertando el entusiasmo de toda la concurrencia.
Luego, el aniversario de la Empresa, mi llamado para comunicarle nuestra ausencia, todo conspiró para que pudieran hacer realidad su deseo
-¿Cuántos eran? ¿Cuántos me garcharon?- le pregunto en algún momento.
-Siempre somos cinco o seis fijos, pero al enterarse de que ibas a estar de invitada, unos cuántos más quisieron sumarse-
La cifra queda en la nebulosa, creo que ni él sabe a ciencia cierta cuántos tipos pasaron por el departamento. Pero fueron muchos, demasiados...
33 comentarios - Enfiestada por... 7, 8, 9...?
Un relato super caliente!
q lindo seria poder disfrutarte!!!!
Y no salgas diciendo en un nuevo relato que estas embarazada jaja