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El estudiante 2


El estudiante 2

            Nosfue fácil acomodarnos. Marta era una buena compañera, cariñosa, afable… Seencargaba de los trabajos de la casa y me hacía sentir como un rey. Buscótrabajo y lo encontró en una peluquería del centro.  Yo continué con mis estudios  y mis notas mejoraron.

            —Edu, hay algo que no te he dicho y quiero que sepas. —Me dijo tras nuestrasesión de sexo matutina.

            —Tú dirás; ¿no será algo grave?

            —Bueno… Depende de cómo te lo tomes.

            —No me asustes… Dime ya lo que sea…

            —Pues… Verás… Marina y yo somos… éramos, algo más que amigas y… —Parecíaapenada.

            —¿Erais pareja? Y ahora… ¿Qué sois? —Dije sin acritud.

            —Sí, éramos pareja, decidimos romper con nuestra vida pasada y comenzar de nuevoaquí, en Sevilla, pero ya viste que Marina sigue con sus ligues y… Yo no quieroeso. Conocerte me dio el empujón que necesitaba para cambiar de vida; pero…—Dudaba.

            —Hay algo más ¿no es así?

            —Sí… El bebé que espera… Lo planeamos para que fuera "nuestro" bebé.Ahora ya no sé qué hacer…

            —Bueno, no te preocupes, ya veremos más adelante, lo pensaremos contranquilidad. —Y cerré la charla con un beso que pareció serenarla.

Llevábamos dosmeses juntos y se acercaban las vacaciones de Navidad, aún no tenía muy clarocómo enfocar la presentación de Marta a mis padres. No sabía cómo iban areaccionar y cómo le afectaría a Marta.

            Eratemprano, habíamos hecho el amor, como todos los días, antes de irme a clase.Marta ronroneaba a mi lado, me besaba y acariciaba… Le gustaba jugar por lamañana, y a mí por la noche, así que lo solíamos hacer, al menos, dos veces aldía. Disfrutaba como un adolescente cuando la poseía acurrucado tras ella, decucharilla lo llamaba.

            —Marta vamos a ir al pueblo; quiero presentarte a mis padres yformalizar nuestrarelación. —Le dije mientras acariciaba sus cabellos.

            —Alguna vez tendría que ser… Pero tengo miedo de no ser aceptada y que tengasproblemas con tu familia Edu. —Respondió.

            —Eso no debe preocuparte, mi vida, sea como sea seguiremos juntos; te quiero yeso no lo va a cambiar nadie.

            Martame besó, se levantó y se fue a la cocina a preparar el desayuno, me quedé unpoco más en la cama.

            —¡Edu, vamos, arriba, que llegas tarde al cole! —Gritó desde el salón.

            —¡Sí mami! ¡Ya voy mami! —Respondí.

            Martame trataba como a un niño y me gustaba. Me sentía inmensamente feliz con ella.

 

            Dosdías después tomábamos el autobús en dirección al pueblo.

            Lallegada a casa no fue como la esperaba. Mi padre estaba en cama aquejado defuertes dolores abdominales. El médico no tenía muy claro el diagnostico. Mimadre estaba, lógicamente, preocupada.

            Traslas presentaciones de rigor fuimos a ver a mi padre a su habitación; loencontré muy delgado y desmejorado. Marta de dio un beso y se fue con mi madre.

            Alquedarnos solos mi padre me cogió de la mano y tiró de mí para que me acercara.Me habló casi sin fuerzas…

            —Eduardo, hijo, coge el sobre cerrado que hay en el cajoncillo de la mesilla denoche. Ábrelo cuando yo falte… —Dijo mi padre en un susurró.

            —¡Padre qué cosas dices! Te pondrás bueno pronto. Me quiero casar con Marta y túserás mi padrino…

            —No hijo… No aguantaré mucho… Me queda poco y solo quiero que cuides de tumadre, no la dejes sola… —Su forma de hablar me preocupó.

            Ytenía razón… Aquella misma noche dio su último suspiro… Los días que siguieronfueron muy dolorosos. Mi madre se deshacía en lágrimas por la pérdida.

            Martase comportó con ella como una hija; la acompañaba y la consolaba. Fueron horasde llanto y tristeza… de dolor.

            Peroalgo extraño nos pasó. La noche del velatorio; con toda la pena que sentía enmi corazón por mi padre. Subimos Marta y yo a mi dormitorio para tendernos unrato a descansar, como estábamos, vestidos. Lloraba como un niño, la abrazaba yella me consolaba… Mesaba mis cabellos; besé sus labios, acaricié su cuerposobre la ropa y nos enardecimos.

 Subí su vestido, le quité las braguitas y mimésu intimidad, lamí y lamí, dedeé y mordí, con ansia, violentamente. Mi queridaMarta se quejaba en un momento y a continuación me decía que quería más y más…Subí, no besaba, le mordía los labios hasta sangrar y penetré suhendidura,   fue como una locura pasajerapero el tiempo que duró hicimos el amor… con ansia… Desesperadamente… Sin dejarde llorar… Abrazándonos hasta el dolor. Vino a mi mente las ideas de Freudsobre el eros y el tánatos; la vida, el amor, la fuerza vital de la naturaleza,unida inseparablemente a la destrucción, a la muerte. De algún modo la cercaníade la parca nos impulsa a mantener la existencia, a conservar la especie.

            Perola vida continuaba… Marta tenía que trabajar y yo seguir con mis estudios.

            —Madre, tenemos que irnos a Sevilla; vendrás con nosotros…

            —¿Qué voy a hacer yo en Sevilla? No hijo, me quedo aquí, en mi casa. Mi hermana,la tita Helena se quedará conmigo. Ya estamos las dos solas y nos haremoscompañía… No te preocupes por mí, sigue tu camino que yo el mío lo tengo hecho.Marta es una buena mujer… Algo mayor para ti, pero te quiere, eso se nota  y es lo que importa.

            —Pero momá, no quiero dejarte sola en el pueblo y… —No me dejó terminar.

            —¡Y nada, qué no me voy! —La vi tan convencida que no me quedó más que aceptar.

            Denuevo dos horas y media de autobús para llegar a Sevilla.

 

            Enel piso todo seguía igual, Marta fue a ducharse mientras yo deshacía la maleta.Al sacar la ropa un sobre cayó al suelo, era el que mi padre me hizo coger dela mesita de noche el día que murió. Era del tamaño de una cuartilla peroabultado; no tenía ni la más remota idea de lo que contenía, pensé en dinero…Qué sé yo…

            No,no era dinero, eran documentos; una partida de nacimiento, de alguien a quienno conocía, otra con mi nombre, registrada en el pueblo… Y unos documentos enlos que figuraba la entrega de un niño a mi padre a cambio de doscientascincuenta mil pesetas  y otros documentoscon el membrete de un convento de Madrid.

            Aquellome desconcertó, repasé los documentos de nuevo y… ¡Joder era yo!… Era por mípor quien mi padre había pagado aquel dineral…

Según pudeaveriguar mi padre utilizó sus influencias en el régimen del dictador y previopagó de doscientas cincuenta mil pesetas a las “monjitas”, le entregaron unniño sano… Recién nacido… O sea yo…

            Elimpacto fue brutal, una sensación de mareo me invadió, se aflojaron mis piernasy caí de lado sobre el sofá y al suelo. Hice ruido al desplazarse el mueble.

                        Alabrir los ojos Marta, angustiada, me llamaba y me zarandeaba.

            —¡Edu, cariño! ¡Contesta amor mío! ¿Qué te pasa Edu? ¿Te encuentras mal? ¡No measustes! —Marta que estaba en el baño salió y vino corriendo a ver que meocurría.

Cuando merepuse…

— No cariño,no me pasa nada ha sido… Bueno, no sé lo que ha sido… —Balbuceé.

— ¡Otra vez tehe dado la pájara! —Dijo —¡Seguro que tienes la tensión por los suelos!

Intentéocultar los documentos pero mi movimiento no pasó desapercibido. Marta loscogió… Decidí contar la verdad.

            —Estoy bien Marta, no me pasa nada; es solo que he descubierto algo que… —Nopude seguir hablando.

            —Tranquilízate amor mío, dime qué ocurre…

            —Es que… no soy hijo de mis padres.

            —¿Cómo dices? Explícate.

            —Me adoptaron, Marta; como se adoptaban los niños en aquella época. Mi padre eraadepto al régimen fascista y tenía influencias… Aquí hay una carta en la que loexplica.

            Leímosla misiva y en ella mi padre decía que mi madre no podía tener hijos y queacordaron una adopción. Se trasladaron durante unos meses a una finca de lasierra, propiedad de mi padre, sin contacto con nadie del pueblo. Pasados seismeses, realizadas las gestiones, le comunicaron que había un bebé disponible enMadrid, allí se desplazaron y se hicieron cargo del niño, o sea, de mí. Tambiénexplicaba que, en un descuido de la monja que intervino en la operación, cogiólos documentos en los que aparecían todos los datos, incluido el nombre de mimadre biológica. Trataba de no dejar pistas sobre el destino del chiquillo.

            Martade pie junto a mí, revisaba los documentos. De pronto gritó…

— ¡¿Qué esesto Edu?!  Estos papeles… ¡Yo losconozco…! ¡El membrete es del convento donde yo estuve…! —Miró los documentoshorrorizada— ¡¡No, no, no puede ser!! ¡¡Esta es mi firma!! ¿Cómo puedestenerlos tú? — Su rostro era una máscara de horror — Intenté por todos losmedios que me los entregaran para poder recuperar a mi… —No pudo terminar lafrase. Marta cayó al suelo como fulminada por un rayo.

En brazos lallevé hasta el sofá y la tendí… Estaba aturdido y sorprendido por lo que habíadescubierto y por su reacción. Cuando mi mente se aclaró me asusté mucho. Martaera una mujer fuerte no propensa a histerismos.

            Leaflojé el vestido para que respirara mejor, le di dos o tres bofetadas suaves,acaricié su bello rostro, retiré los mechones de pelo de su cara y poco a pocovolvió en sí.

            —¡¿Qué ocurre Marta?! ¡Háblame! ¡Dime algo!

            Dioun profundo suspiro y estalló en llanto… Balbuceaba palabras inconexas, semovía de forma extraña, espasmódicamente, parecía aquejada de un brotepsicótico… Poco a poco se calmó.

Abrió losojos, me miró y cogió mi cara con sus dos manos… Le temblaba la mandíbula.

            —Amor mío, dime que te ha pasado, ¿por qué te has puesto así?

 ¡Y comprendí!

— ¡¡Joder…joder… joder!! ¡¡Dioosss!!… Si estos documentos no son falsos. ¡¡Marta es mimadre!! —No pude soportarlo, fue como un mazazo y caí redondo junto a mi amada…¿Madre?

Llorábamos losdos, abrazados, sentía tanto amor por ella.

            —¡Es maravilloso, Edu! ¡Es horrible Edu! —De nuevo el llanto.

            Meabrazaba, me separaba, me miraba a los ojos, pasaba las yemas de sus dedos pormis mejillas, como hacen los invidentes para reconocer a las personas; llorabay de pronto reía… Volvía a llorar…

El destino, elazar, lo que quiera que fuera nos había jugado una mala pasada.

La cabeza meiba a estallar.

Habíamosdescubierto que el vínculo que nos unía, como madre e hijo, nos separaba comoamantes.

Marta memiraba… de otra forma. Seguía llorando pero noté un atisbo de alegría en ella.Repasaba los documentos, asentía con la cabeza.

      — Edu, ¿Recuerdas lo que te conté? ¿Lo deque tuve un hijo y me lo quitaron? Quise criarlo yo y no me dejaron, no mequisieron decir a quien se lo habían dado. He dedicado casi toda mi vida abuscarlo y…Ahora lo entiendo todo Edu, mi vida… La monja que intervino en la“venta” de mi niño me dijo que la pareja que te recogió se llevó ladocumentación para que yo no pudiera saber quiénes eran y en un futuro poderreclamarte. Pensé que jamás te encontraría, que destruirían los papeles paraborrar todo rastro. Te inscribieron de nuevo en el pueblo como hijo suyo, consus influencias podían hacerlo.

            —¡Y qué, Marta, sigue! —Al ver su gesto un escalofrió recorrió mi espalda hastaerizarme la nuca.

      — ¡Lo he encontrado, Edu! ¡¡He encontradoa mi niño!! —Un nuevo rio de lágrimas recorría sus mejillas —Te busqué, miamor, nunca perdí la esperanza. Ha sido el destino quien nos ha unido, no meimporta haber hecho el amor contigo, con mi hijo. Por el contrario, me alegro,me siento feliz y espero que eso no sea un inconveniente para ti. Si te suponeun problema… con dejar de hacerlo… Me sentía atraída por tus ojos que eran losde tu padre, tu cara, todo tu cuerpo me lo recordaba pero pensé que erancoincidencias. Por fin he encontrado a mi hijo. No quiero, no puedo separarmede ti. —Sus manos no acariciaban como antes, ahora era más tierna, había unafecto distinto en sus gestos, en su mirada.

— ¡Pero eresmi madre! ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Qué haremos? ¡Te quiero tanto! — Un sollozoahogó mi discurso.

 

            Meabrazó… No era un abrazo… como hasta entonces. En este abrazo no había tensiónsexual, pero sí un amor infinito… Un amor como solo una madre puede sentir porun hijo…

            —¡Soy tu madre! ¡Y tú eres mi hijo, Edu! El hijo que me robaron por la"buena acción", de una monjita que intentó, sin conseguirlo,convencerme de que era lo mejor para ti y para mí. Acepté quedarme en elconvento para tratar de averiguar dónde estabas. Pasado el tiempo me convencíde que las hermanas no lo sabían. Ahora sé el porqué. Tu padre adoptivo lescogió la documentación… Es esta. —Dijo señalando los papeles.

            —Pero… Pero ¿qué va a ser de nosotros marta? Si eres mi madre lo que hemos hechoes…

            —Sí, mi vida. Incesto… Pero un incesto involuntario. Son las circunstancias lasque nos han llevado a esto. Y no debemos culparnos… Tenemos que aceptar lascosas como son y…

            —¡¡Sí pero ¿joder, qué vamos a hacer?!!

— Sí mi amor,eres mi hijo, soy tu madre y también te quiero, te he querido desde quenaciste, desde que te apartaron de mi lado. Te perdí y te he encontrado; ahora soyfeliz. Tenemos un vínculo que nos une más que si nos hubiéramos casado. ¿Quequé vamos a hacer? Podemos hacer muchas cosas. Seguir viviendo juntos, túencontraras una mujer que te quiera, te casaras y tendrás hijos, me harásabuela. Y yo seré feliz. Otra cosa que podemos hacer es seguir los planes queteníamos, casarnos, no tener hijos y dentro de algunos años me reprocharas nohaberte dejado vivir tu vida. Y yo no seré feliz. Se me ocurren algunas máspero quiero saber qué piensas. —Su mirada amorosa me desarmaba.

            Setapó la cara con las manos. Me acerqué y las aparté. Me perdía en sus ojos.

— Mamá… ¿Puedollamarte así?

— ¡Dioos, mivida! ¡Claro que sí! ¡Llevo tantos años deseando oír esa palabra de boca de mihijo!

 

            —Mamá, si antes te quería porqué me enamoré de ti, ahora con más motivo… Tequiero y siempre te querré. Y no estoy dispuesto a renunciar a ti. Podemosencontrar soluciones a este problema. Una de ellas es… Casarnos… Legalmentepodemos hacerlo. Nadie debe saber el vínculo que nos une.

            —No Edu, ahora que sé quién eres yo no puedo seguir… Nuestra relación no puedeser la misma. Tú debes encontrar una muchacha de tu edad, que te quiera, con laque formes una familia, tener hijos…

            —No mamá. El hecho que seas mi madre no cambia para nada lo que siento por ti.Te deseo como mujer, te puedo querer como madre, pero me siento unido a titanto o más por la pasión que por el afecto filial. Ahora te quiero más. Y séque tú también me deseas… ¿O no es así?

            —Lo es mi amor. Mal que me pese, es así. Te quiero, me siento infinitamentefeliz por haber encontrado, por fin, a mi hijo, pero mucho más por haberencontrado el objeto de mi amor. ¡Te pareces tanto a tu padre! Eso es lo que meatraía de ti, lo que me empujó a tus brazos y a tu… cama. Pero no debemos…

            —Marta… Mamá… Te quiero y te deseo, quiero hacerte feliz y si quieres que yotambién lo sea… ¡Casémonos!… Nadie se va a enterar de nada. Estos documentosson la única prueba de nuestro vínculo. Los quemamos y en paz. Ya somos libres.Tu y yo seremos los únicos en saberlo.

            —Pero mi vida, no podemos tener hijos. Podrían tener problemas por nuestroparentesco. No puedo permitir que te condenes a no tener descendencia por micausa.

            —De nuevo… Mamá; podemos solucionarlo, podemos tener hijos y ser totalmentenormales. Por lo que veo no tienes enfermedades que transmitir, al parecer mipadre tampoco, yo estoy perfectamente… Nada invita a pensar en que podamostener hijos anormales. Pero además, podemos adoptar, tú eres joven, puedesdejarte embarazar por otro, un desconocido, que no sepa jamás que tendrá unhijo, será nuestro, tu hijo, mi hermano. Te quiero y no puedo, no quiero,  renunciar a ti, mamá.

            —Llevas un buen rato llamándome mamá, hijo. ¿No resultará sospechoso?

            —No tiene por qué. Muchos maridos llaman mamá a sus esposas y no pasa nada.Entre nosotros, con más motivo.

            —¿Estarías dispuesto a permitir que yo tuviera relaciones con otro hombre, sinsentir…?

            —¿En este caso? ¿Por qué no? ¿Piensas que podría sentir celos? Te equivocas. Sé,estoy convencido, que si lo hicieras con otro no sería para hacerme daño, sinotodo lo contrario… Y ahora que lo dices… Me excita la idea. ¿Vamos a la cama…mamá?

            Susonrisa me indicaba que no podía resistirse a mi petición, se levantó, cogió mimano y me arrastró a la habitación.

            Nofue un polvo normal… No disponía de datos para comparar, dada mi inexperiencia,pero hicimos el amor como nunca antes. El hecho de saber el lazo que nos uníaañadía morbo al contacto. La ternura con la que nos acariciábamos, cómo nosbesábamos, era distinta, extraña, profunda. Tener entre mis brazos a la autorade mis días, hacer el amor con ella era algo sublime. Mi madre alcanzó elprimer orgasmo con gran facilidad. Lo que siguió fue una locura de pasión, dedesenfreno.

            —Entra en mí, penetra en mi vientre y quédate ahí, como cuando te tenía dentro.Cuando sentía tus pataditas… entra y quédate dentro. Quieto, no te muevas…Bésame, eres mi bebé, mi niño, mi amor… Te quise nada más verte, pero despuésde saber quién eres… ¡Diosss cómo te amo!

            Suspalabras eran miel en mis oídos, me encendían, el contacto de su piel en misdedos, sus pechos, en los que no tuve oportunidad de mamar cuando lonecesitaba, los besaba y chupaba ahora con delicadeza, con amor. Sus labiosacariciaban los míos y provocaban descargas eléctricas en mi espina dorsal. Ysu olor… Estaba recién duchada y desprendía un perfume, su aroma me enardecía.

            Nofue una relación sexual normal… Fue la más dulce y tierna de las experienciassexuales de toda mi vida.

            Nosdormimos, abrazados, frente a frente, nuestros labios unidos en un beso eterno;aspirando su aliento…

            Despertétarde, el sol entraba ya a raudales por la ventana. Marta no estaba a mi lado.Me sorprendió su ausencia, me levanté y desnudo, busqué por toda la vivienda…No estaba… Un escalofrío recorrió mi espalda. Me vestí y salí corriendo a lacalle, no la vi… De pronto se me ocurrió ir a casa de su amiga Marina, quizáella supiera algo.

            —¡Marina, ¿sabes dónde está Marta?! —Pregunté angustiado por el porterilloelectrónico.

            —Sii, sube, está aquí. —Respondió una voz desconocida.

            Subíal piso y encontré la puerta entreabierta, entré. Había alboroto en eldormitorio que supuse era de Marina.

            Laimagen que vi al traspasar la puerta del cuarto era impresionante… Marinaestaba tendida en la cama desnuda, despatarrada, con las rodillas flexionadas yMarta a su lado acariciando su pelo. Otra mujer desconocida maniobraba en laentrepierna de Marina que, de cuando en cuando, gritaba como una posesa. Meacerqué sorprendido. Estaba de parto. Ya asomaba la cabecita del bebé por suabertura. De pronto surgió del vientre materno como cuando era pequeño, hacíabarro y lo exprimía entre los dedos. Pinzaron y cortaron el apéndice umbilical.

            Lamujer que atendía el parto aprehendió las delgaditas piernecillas de lacriatura, la levantó cabeza abajo y le dio unas suaves palmaditas en el culete.

            —¡Es una niña! —Casi gritó la partera.

Un gritosurgió de la pequeña. La acercaron a su madre que la miró y la apartó de sí.Marta lo acogió entre sus brazos cubriéndola con una toquilla. Dos lágrimassurcaban su rostro, me miró.

            —Es nuestra hija, Edu. Ya somos padres. —Sorprendido la miré, ella se acercó ycolocó en mis manos aquella chiquitina.

            —Pero… como… ¿Y su madre?

            —No te preocupes. Marina dejará a su hija en nuestras manos. Hablaré con ella yno se opondrá. La inscribiremos como nuestra después de casarnos. ¿No es lo quequerías? —Su mirada amorosa y suplicante me enternecía.

            Seinclinó sobre su amiga y la besó en los labios. Se miraron con ternura. Las doslloraban. Sabía que la relación entre las dos mujeres era algo más que deamistad.

            —¿No le das de mamar? —Preguntó la partera. —Es bueno que la pequeña tome loscalostros.

            —Sí, acércamela.

            Lacomadrona terminó de asear a Marina, le hizo algunas observaciones, recomendólo que había que hacer y se marchó. No temía complicaciones, el parto habíasido normal y tanto la madre como la hija estaban bien.

            —Esta es nuestra niña, Marta. Planeamos tenerla y cuidarla entre las dos. ¿Mesigues queriendo? ¿Vas a abandonarme? —Las palabras angustiadas de Marina mesorprendieron.

            —Sí Marina, te quiero, pero me ha ocurrido algo que… Ahora estoy con Eduardo, loquiero mucho… mucho más. Y nos vamos a casar, pero no te dejaré. Hemos pasadomucho juntas y sabes que te quiero… Y ahora más, por esta cosita. Pero lo deEdu…

            Martaseguía junto a su amiga. Me miraba y sonreía. Al quedarnos los tres… loscuatro… solos Marta, acariciando amorosamente a su amiga…

            —Marina, cuando vine esta mañana era para darte una noticia…  para mí, extraordinaria… Por fin; después detantos años…  ¡He encontrado a mi hijo!

            —¡¿Cómo?! ¡¿Dónde está?! —Exclamó Marina.

            —¡Aquí, Marina! ¡Eduardo es mi hijo!

            Mesorprendió la tranquilidad con la que le revelaba a su amiga nuestroparentesco, sobre todo cuando habíamos hablado de que no lo diríamos a nadie.

Marina, con supequeña mamando de su pecho, se giró hacia mí abriendo los ojos como platos.

      — ¡¿Qué diiices?! ¡Marta, ¿te has vueltoloca?! Eso no puede ser, es tu imaginación… ¿qué te hace pensar eso?

      — Tranquilízate Marina, tenemos ladocumentación que lo demuestra, no hay duda; Eduardo es mi hijo y no piensosepararme nunca más de él. Ha sido todo como un milagro. Nos encontramos porazar, nos enamoramos como adolescentes y por si fuera poco si desaparecen lospapeles, nadie puede probar que Edu es mi hijo y podemos…

      — ¡¿Casaros?! ¡¿De verdad vais a casaros?!—Preguntó Marina angustiada.

      — Sí cariño. Ahora lo tengo claro. Noscasaremos y daremos nuestros apellidos a esta preciosidad, como si fueranuestra hija. Al fin y al cabo es casi lo mismo que queríamos hacer nosotras.Con la diferencia que no tendrás que inscribir a la niña como hija de madresoltera. Por lo demás, no debes preocuparte. —Marta acariciaba a su amiga ybesaba su frente amorosamente —Eduardo ¿puede vivir Marina con nosotros? Ahoranecesitará cuidados hasta que se recupere y después… Después ya veremos; creoque nos llevaremos bien los tres.

— Por mí nohay problema. Aunque nuestro primer encuentro no fue muy agradable… En mi pisohay espacio para todos, prepararemos un dormitorio para Marina y… nuestra hija.Creo que podré acostumbrarme a vivir con tres mujeres en casa… —Mi sonrisatranquilizó a las dos.

            Martay yo nos casamos e inscribimos a la hija de Marina, Alejandra, como hijanuestra. La relación entre Marina y yo fue bien, ella tenía sus asuntillos, quese llevaba a su piso. En ocasiones compartía la cama con Marta y conmigo o…solo con Marta. Pero no me importaba, al contrario, me hacía feliz saber que mimadre y ella se lo pasaban bien. También me lo pasaba yo con las dos o solo conMarina. A mi madre no solo no le importaba, sino que lo propiciaba. Era unamezcla extraña de afectos a tres bandas.

            Alejandracreció con dos mamás y un papa. Como su papi, estudió psicología y llevamos ungabinete juntos. Tiene novio y se casarán en breve.

            Nole hemos ocultado nada. Esperamos a que tuviera edad suficiente para comprendery su respuesta fue:

—Me lo imaginaba,no sabía qué, pero sí que algo extraño había. Os he visto juntos a los tres enla cama y eso no era normal…

—¿Nosespiabas? —Preguntó Marina.

—Bueno… Unpoquito sí. Pero me gustaba veros hacer el amor. Y yo también lo pasaba bien.Así quedó el asunto.

Ya tieneveinticinco años y aunque no le unen lazos biológicos a Marta y a mí, sigueconsiderándonos sus papá y mamá, aunque, lógicamente su afecto por Marina esmayor desde que sabe que es su madre biológica. Le pregunté si no teníacuriosidad por saber quién era su padre y me respondió que para ella su padreera yo y no le interesaba el que pagó a su madre para echar un polvo.

He visto porinternet que se está analizando un curioso fenómeno que nos afecta muydirectamente. La Atracción Sexual GenéticaASG en español y GSA en inglés.

Me pregunto sies esta extraña atracción lo que nos llevó a mi madre y a mí a unirnos con tanpoderosos sentimientos, antes de saber que éramos madre e hijo…

Hasta aquí mirelato.

 

 

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